Capítulo 6: Ruinas
Las calles de esa ciudad eran una ruina absoluta. Árboles marchitos, escombros, trozos de metal y cristal por todas partes, basura, papeles, las calles y carreteras tenían grandes socavones y agujeros en el betún y las baldosas y los edificios estaban desprovistos de sus fachadas que se erigen mostrando la desnudez de sus entrañas y sus cimientos. Todo atisbo de progreso realizado por la humanidad parecía haberse diluido como un azucarillo en un café; no quedaba nada. Lo que antaño fue una próspera ciudad, ahora se venía abajo por su propio peso mientras la inmensidad del desierto la iba devorando poco a poco, como si la naturaleza estuviera reclamando lo fuera una tierra arrendada en el pasado.
—Es como si el eco de una guerra resonara, todavía, por las calles de la ciudad —balbuceó Newt mientras miraba a todos lados, como tratando de encontrar signos de vida y civilización.
—No entiendo por qué CRUEL nos iba a soltar en este maldito antro, sin ni siquiera saber si estamos en peligro por una guerra o no —soltó Minho mientras apretaba los puños.
—Tranquilo Minho —le espetó Aris.
—¡No puedo! ¡No puedo tranquilizarme cuando estamos a punto de perecer por inanición y deshidratación! Estos fucos gilipullos solamente quieren matarnos —rabiaba el chico asiático—, les da igual lo que nos pase, además se deben de regodear con nuestro sufrimiento puesto que nos están observando, seguro.
—Puede que sea cierto, pero no podemos dejar que el pánico nos invada ahora —intervino Newt para tratar de quitar hierro al asunto.
No, Newt, no. No puedes venir a decirme que guarde la compostura cuando sabes de sobra que piensas exactamente lo mismo que yo.
El viento empezó a soplar de forma leve entre las calles de la ruinosa ciudad devorada por el desierto. Los pequeños granos de arena se elevaron con el soplido y nos arañaban la piel como pequeños cristales afilados y punzantes.
Nosotros nos encontrábamos en una amplia avenida de dos carriles para cada sentido de circulación, aceras levantadas y secciones de jardín y árboles en las mismas aceras. Era un panorama bastante tétrico, y un aura tenebrosa abrazaba los confines de las ruinas que aún quedaban en pie, señalando los últimos vestigios de la antigua humanidad.
—Minho, escúchame —repitió Newt, poniéndole la mano en el hombro derecho—. Sigues siendo el líder, ¿me entiendes? Si tú colapsas, el pelotón se hundirá contigo, por lo que hazme un favor y trata de tranquilizarte, abrir la mente y relajarte un poco —finalizó Newt—. Vamos a descansar un rato y comer algo.
—Id vosotros, yo quiero otear un poco el panorama y comprobar que nadie nos tiende una emboscada —afirmé mientras caminaba hacia una intersección, la cual tenía varios semáforos caídos en el suelo.
—¿Dónde te crees qué vas? —interpeló Minho sobresaltado.
—Creo que lo he dicho bien claro —espeté con los brazos abiertos.
—No puedes ir a la aventura por ahí tú solo.
—Claro que puedo.
—Estúpido pingajo idiota —gruño el líder mientras me asesinaba con la mirada.
—Tranquilo, Minho, él tiene más experiencia de campo y podrá examinar el terreno y determinar más amenazas y detalles que a nosotros se nos escaparían —decía Newt tratando de calmar los ánimos.
—Sí, haz caso a Newt y no te preocupes tanto, que al final voy a empezar a pensar que sí que te importo, de forma mínima —dije entre risas burlonas.
—Eres un estúpido, pero no veo por qué no deberías de ir sólo —gruñía Minho—, pues, con algo de suerte acabamos el día con una boca que alimentar.
—Lo que tú digas, Minho.
—Bah, me sacas de quicio. A ver si no se te oxidan los circuitos con la arena o algo similar —dijo de forma frustrante y enfadado.
Inicié mi marcha por la avenida de la ciudad, hacia lo desconocido. El nublado paisaje se imponía ante mí, entre los edificios, como si me estuviera avisando de que el enemigo estaba preparado para un ataque preventivo. No me gustaba esa situación, pero no me quedaba más remedio.
Pasaron varios minutos desde mi partida, unos quince o veinte, más o menos, si bien no podía determinar la hora exacta pues se había levantado una extraña neblina en la ciudad, vestida con unas nubes oscuras que coronaban la ciudad desde lo alto. Probablemente estaba muy lejos del casco urbano, de la zona más céntrica de la ciudad, pero seguía buscando pistas por si hubiera gente no deseada, como zombis o alguien que fuera hostil hacia mí o mis compañeros. Pero nada. La ciudad estaba muerta. Muerta en vida. Sólo se movían restos de hojas, papeles y suciedad, movidas por el viento que seguía levantándose con intensidad.
—Este lugar es un páramo inerte y carente de nada de valor —murmuré con los cinco sentidos puestos en alerta máxima.
Proseguí mi marcha hacia el interior de la ciudad, callejeando y tratando de evitar las avenidas principales y las grandes explanadas. Yo seguía contemplando los ruinosos rascacielos y toda la destrucción que se abría paso ante todo lo que mis ojos podían percibir. De izquierda a derecha y de arriba abajo. Los esqueletos de los rascacielos sólo hacían sino acentuar el tácito recuerdo de la destrucción que había ocurrido en este lugar, mucho tiempo atrás, por mis deducciones.
Las callejuelas parecían sacadas de una película de terror. Supermercados, tiendas de ropa, locales de ocio, un cine y muchas oficinas y edificios residenciales. Trataba de imaginar cómo se desarrollaría la vida en este lugar antes de que se cerniese el Armagedón por el mundo. Idas y venidas, ajetreo, tráfico muy denso y con los nervios a flor de piel pues, probablemente, más de uno llegase tarde al trabajo. También podría haber ventas de fruta, mudanzas, obras y gente entrando y saliendo del cine para ver alguna que otra película poco interesante, y por la que te meterían un sablazo en la cartera por el precio de la entrada.
Me acerqué a uno de los locales, el cual tenía la cristalera destrozada y el interior parecía ser el recuerdo de un potente tornado que hubiera surcado el suelo del establecimiento. Era un supermercado. Estaba totalmente desvalijado: los estantes por los suelos, las baldas partidas y distribuidas de forma aleatoria, cables eléctricos por el techo, el cual estaba en malas condiciones, así como las paredes, con agujeros de bala y varios socavones en el suelo. También había restos de los flexos fluorescentes, algunos de ellos colgando del techo y otros destrozados y esparcidos también por todos lados.
Notaba como algunos restos de cristal se rompían y crujían a medida que los pisaba. El crac, crac, crac me ponía de los nervios, aunque eso no era lo que más pavor me daba, dentro de unos estándares normales. El sitio me parecía muy interesante y no paraba de llamarme, internamente, como si quisiera que lo explorase. Es una sensación muy extraña, que no había experimentado previamente. Me acerqué al bordillo, e cual estaba carente de cristal, y crucé el umbral del local. Mi corazón se aceleró bastante rápido y la adrenalina empezó a desparramarse por mi torrente sanguíneo. Lo notaba. Cerré los ojos para cambiar a un modo de visión adaptada en la oscuridad. No era gran cosa, debido a que hacía mucho tiempo que no mantenía actualizada esa función, pero me servía.
Desenfundé la pistola del cinturón donde la había estado guardando estos días atrás. No creo que la fuera a necesitar, pero toda ayuda es poca, y más si no sabes en qué lugar te estás adentrando. Proseguí la marcha, durante unos sesenta o setenta metros, hasta detenerme en frente de uno de los estantes que estaban destrozados, si bien no parecía que hubiera nada de valor en su entorno, algo me llamó la atención. Me arrodillé y miré fijamente en la esquina, la cual dejaba entrever que alguien se había hecho una herida recientemente, pues la sangre que estaba adherida en esa zona, inferior, delataba que algo o alguien había estado allí. Pasé el dedo índice y el corazón de la mano derecha, pasando el arma a la mano izquierda, para tocar la sangre. Estaba caliente al tacto inicial. La olí y luego restregué el pulgar, haciendo círculos. Suspiré al notar que en la superficie polvorienta del suelo había unas huellas marcadas de una zapatilla.
—Algo no va bien en este sitio —murmuré a nadie en particular—. Este sitio me da muy mala espina —esbocé mientras me levantaba lentamente y proseguía la exploración.
Tras varios minutos llegué a una especie de túnel mal construido. Estaba hecho con muchos trozos de metal, pues había un montón de hierros afilados sobresaliendo de las paredes. Se escuchaba el goteo constante de varios rastros de agua en los diversos charcos del suelo. Me adentré en él. El sentido del oído lo tenía más que agudizado pues siempre me gustaba entrenar ese sentido, sobre todo en las misiones donde llevaba pocos o ningún efectivo de apoyo. Percibía un par de sonidos bastante desagradables al final de aquel siniestro túnel, como si fueran risas. Caminé un rato más hasta alcanzar esos sonidos, tratando de ser lo más sigiloso posible. «Noto que me está siguiendo alguien», pensé mientras enfundaba la pistola en el cinturón.
Llegué a una gran sala con un enorme agujero en la pared que dejaba entrever la avenida principal de la ciudad. La luz era intensa, sobre todo con las lentes que la amplificaban. Desactivé el programa tocándome la zona derecha de la nuca. Escuché varios alaridos inhumanos a lo lejos, sonidos tenebrosos que provocaron que se me erizasen los pelos de los brazos. El sonido tan penetrante provocó que me distrajese durante unos pocos segundos, lo suficiente como para perder a la sombra que me estaba siguiendo.
—¡Mierda! —exclamé y me tapé la boca ipso facto.
—Vaya, vaya, vaya, ¿qué tenemos por aquí? —dijo la voz de un hombre, ronca e imponente. Parecía venir de la planta superior de esa sala.
Yo ignoré la voz y me fui hacia el socavón, acción que no pasó inadvertida por el hombre que me había hablado hace unos segundos.
—Es de muy mala educación no probar la hospitalidad de quien te abre las puertas de su casa, chaval —contestó la voz a lo lejos.
Yo seguí mi camino, ignorándole, pero lanzando miradas, hacia atrás, por el rabillo del ojo, llevando la mano derecha al mango de la pistola.
—Chico, no seas maleducado, sólo quiero hablar —volvió a esgrimir aquella voz, la cual parecía mucho más cerca.
—Pues yo no, tengo cosas más importantes que hacer —balbuceé—. Habla con tu sombra y piérdete —finalicé mientras caminaba ignorando a esa ronca voz.
—No puedo permitir eso —replicó la voz.
En un segundo noté que alguien apretaba el cañón de un arma contra mi cabeza, provocando que me detuviese en seco, manteniendo la calma. La persona que la sostenía accionó el martillo del arma, haciendo ese característico 'clac' que indicaba que estaba cargada y lista para disparar.
—Bien, chaval, por las buenas he sido muy generoso, incluso te he ofrecido mi hospitalidad, en un impresionante acto de solidaridad contigo —hablaba la voz en tono altivo, esta vez, estaba justo detrás de mí.
—Tiene gracia que tu definición de 'hospitalidad' y 'generosidad' sea la de apuntarme con un arma por la espalda —repliqué con una leve carcajada al final.
—No, cariño, no es por la espalda, estoy justo a tu derecha —dijo una voz femenina, de forma sensual.
La chica se acercó, aunque no le presté atención ni hice por descubrir el rostro de ninguno de mis captores. Ella sólo pasó su mano izquierda por mi barbilla.
—Eres muy apuesto para ser tan joven —prosiguió.
Notaba sus uñas deslizarse por mi cuello para acabar en mi mejilla. Me hizo un arañazo de forma rápida e inesperada, provocando un leve quejido que exhaló mi boca. Pasó su dedo índice por la sangre que brotaba para acabar llevándoselo a su boca.
—Tienes una sangre muy dulce —me susurró al oído.
—Deja tus burdos trucos para amedrentarme y expón lo que tengas que decirme, que no tengo todo el día —repliqué enfadado.
—No eres de por aquí ¿verdad? —preguntó la voz.
—Sabes de sobra la respuesta.
—Chaval, estoy permitiendo que aguantes con vida unos minutos más, yo que tú dejaría las bravuconadas y empezaría a mostrar algo más de respeto —replicó de forma agresiva.
—Pues formula preguntas que tengan sentido. Yo contesto, tu recibes tu información y ambos proseguimos nuestros caminos. Fácil, ¿no? —le reprendí con la misma agresividad.
—Dime, ¿por qué os ha envidado CRUEL a Phoenix? ¡Contesta! —gritó el hombre.
—No sé nada de la gente a la que mencionas —respondí en un tono calmo, pero algo nervioso.
—Está bien, igual no he sido lo suficientemente claro con la pregunta, así que lo voy a volver a repetir, ¡¿por qué os ha enviado CRUEL a Phoenix?! —gritó con rabia—. Responde o te vuelo la puta cabeza aquí mismo, y me da igual que seas un maldito niñato.
—De acuerdo, te diré lo que quieres saber —resoplé, pero esbozando una sonrisa cómplice.
—Bueno es escucharte cooperar, niño —dijo el hombre soltando una carcajada.
—CRUEL nos ha mandado a realizar varias pruebas para sus estudios personales —esbocé sin mirarle a los ojos.
—Escucha, chaval, no sé si sabes cómo están las cosas ahora mismo. Estás atrapado en este sitio, una horda de zombis está acechando cualquier sonido producido y que se salga de los cánones que suelen escuchar habitualmente. ¿Qué ganas mintiéndome? —volvió a espetarme aquel hombre, esta vez un poco más cerca de mí.
—Tengo mis técnicas para hacer cantar a los imbéciles que, como tú, osan hacer perder mi preciado tiempo —dijo enfadado mientras desenfundaba su arma, cargaba un par de balas en la recámara y accionaba el martillo—. Bien, ¿prefieres perder un brazo, o una pierna?
—No te tengo miedo —escupí las palabras más absurdas que jamás había podido pronunciar.
—¡Cállate, maldito bastardo! —replicó en un alarido carente de cordura y con los ojos aún sin ser visibles.
El hombre accionó el gatillo y disparó el arma. No parpadeé. El balazo impactó de lleno en mi hombro derecho, provocando que un grito agónico se deslizase por mi boca, como si estuviera buscando un recoveco en el que esconderse. Los oídos me pitaban y apenas escuchaba nada. Caí a cuatro patas al suelo mientras, por acto reflejo, llevaba mi mano izquierda a la zona de la herida. Los quejidos y los gritos de dolor seguían inundando la sala, mostrando el dolor, punzante y penetrante, que estaba sufriendo en este instante. El carmín de la sangre empezó a chorrear por mi hombro, tornando de color rojizo mi brazo, de morado mi camiseta azul y desterrando cualquier síntoma de vacile y de provocación de mi ser.
Sólo habían pasado un par de minutos, pero el intenso dolor provocaba que mi respiración se agitara, que empezase a toser y que los jadeos se apoderasen de mí. La sangre estaba volviendo a generar un sentimiento de odio y rabia a medida que goteaba de entre los dedos de mi mano izquierda mientras yo seguía a cuatro patas y sin poder incorporarme.
Aquel hombre empezó a reírse de forma macabra, como si se regodease del dolor ajeno. Parecía alimentarse de mis agonizantes jadeos y de mi debilidad. Pareciera que le dominaba un espíritu morboso que sólo quería ver sufrir a sus víctimas. Ni el más despiadado de los animales podría acabar como estaba él.
—Vamos chaval, levántate —gritó el hombre—. Levántate y hazme disfrutar. Haz que me divierta lo poco que me queda de vida.
Su voz me sacaba de quicio. Fuera lo que fuera no era humano. No era nada similar a lo que me había enfrentado últimamente, ni se parecía a nada que yo hubiera visto en otras partes del mundo. Sin duda estaban infectados, pero el nivel de cordura que expresaban denotaba que hacía ya varios días que sólo disfrutaban con actividades que provocasen dolor y desesperación. Era como una máquina despiadada de tortura para saciar su hambre y su locura.
—¡Qué te levantes, he dicho! —volvió a gritar en un alarido inhumano.
La chica me agarró del pelo, tirando hacia arriba y provocando más quejidos y gemidos de dolor, por mi parte. La herida me escocía a horrores, apenas podía mantenerme en pie, renqueante. Parecía como si alguien me estuviera echando un montón de sal en la zona afectada, provocando que el intenso dolor fuer a más.
El hombre prosiguió sus macabras risas mientras yo jadeaba, renqueante como una gelatina, y sollozaba por el dolor. Notaba cientos de cuchillos clavándoseme en la zona del hombro. Tenía que aguantar como fuera o sería mi fin. La chica seguía controlándome con la pistola que tenía, pues notaba el cañón en mi sien. Ella tenía que ser mi vía de escape, tenía que aprovechar su momento de debilidad para poder zafarme de esta situación y darle la vuelta.
Pasaron varios minutos. Escuchaba el gotear de la sangre en el charco del suelo. Ese color rojizo, ese incesante dolor y la mirada de odio que yo había clavado en mi captor; esas eran las señas de esa escena. Hacía un rato que el hombre se dio la vuelta, como si se hubiera olvidado de todo lo que había pasado.
Me repuse y logré adaptarme al dolor de mi hombro. La herida seguía abierta, pero yo notaba una especie de éxtasis en esa zona. Notaba una sensación de embriaguez, como si alguien me estuviera inoculando una droga para calmar o inhibir el dolor. Fuera como fuese, me notaba un poco mejor, no mucho, pero lo suficiente para poner en marcha mi plan.
En cuestión de unos pocos segundos golpeé la barbilla de la mujer y le agarré el brazo derecho para salir de la mira del cañón, mediante una llave y golpeando su gemelo con mi rodilla izquierda, originando varios gritos de dolor y jadeos que fueron esbozados por la chica. Dicha improvisación acabó con varios disparos al aire, chocando con los muros de la sala. Aquejé, de nuevo, el dolor en el hombro.
Le doblé el brazo hacia la espalda haciéndolo girar de forma brusca, rompiéndoselo y provocando el grito desgarrador de la muchacha ante la situación. Rodeé du cuello con el brazo izquierdo, apretándoselo, mientras agarraba la pistola, con la otra mano libre, y la desenvainé para apuntar al hombre. El hombre también sacó su pistola y disparó, pero apenas me rozó la bala. Se detuvo en seco, después de otros tres, malos, disparos, al notar que estaba empleando a su amiga como escudo humano.
—¡¿Qué cojones?! —exclamó sorprendido el hombre.
—¿Cuántos infectados hay en esta ciudad? —pregunté de forma agresiva mientras retrocedía poco a poco con la chica. Mi voz exponía agresividad, al mismo tiempo que aquejaba el dolor de la herida, pero tenía que mantener la compostura.
—Creo que no estás en posición de exigirme nada, chaval.
—Yo creo que sí.
Volví a dar dos cortos pasos hacia atrás.
—No te lo repetiré, chico, ¡respóndeme o te mato aquí mismo! —recalcó el hombre—. Ya has visto como ha quedado tu hombro.
Le miré fijamente y pude percibir nervios en su posición. Le temblaba la mano con la cual me apuntaba con la pistola, y estaba claro que no podía dejar pasar la oportunidad. Parecía temer mi reacción, pues no se esperaba que tuviera el umbral del dolor tan alto como para mantenerme tras el disparo.
—Ahora tú vas a probar mi hospitalidad. O me dejas tranquilo o la mato —le advertí apuntando a la chica—. Tú eliges, gilipullo, y yo no tengo tanta paciencia como la tienes tú —concluí con rabia.
—No serás capaz. No eres tan necio como para dispararla —replicó mientras los nervios se apoderaban de él.
Estaba claro que este hombre no era un guerrero ni un soldado pues carecía de la disciplina que se solía enseñar en las academias. Tampoco parecía nadie con un cargo relativamente importante, pero mi instinto me recordaba que debía de mantener las distancias o actuar, pues no sabía si, realmente, el hombre estaba tratando de tenderme una trampa o una emboscada.
—Sabes, me estás empezando a mosquear —dijo el hombre mientras dio un par de pasos hacia delante.
—Y tú has agotado mi paciencia —repliqué enfadado y gruñendo.
—Es hora de acabar con…
Apenas pudo acabar aquel hombre su frase cuando orienté el cañón hacia él y le disparé directamente a la frente, volándole la cabeza y cubriendo el suelo de un gran charco de sangre.
—¡¿Qué has hecho?! —dijo la chica exasperada.
—Mostrarle mi hospitalidad, tal y cómo le advertí previamente —repliqué sin mostrar emoción alguna—. Ahora hazme un favor y cierra la boca, no me puedes provocar más displicencia de la que ya te tengo.
La muchacha empezó a gritar y a soltar patadas si ton ni son. La solté para evitar que me diera y ella se desplomó y rompió a llorar. Ella se tocó el brazo que tenía roto y magullado, sobre todo la zona de la muñeca. Yo la miraba sin compasión alguna, y más tras fijarme en una mancha oscura que sobresalía por el cuello de la chica. Una especie de número tres en romano, sobresaliendo tres palos afilados dibujados con tinta oscura en su cuello.
Ignoré el tatuaje en primera instancia. Me quité la chaqueta negra, primero, y la camiseta, después, dejando la zona abdominal al descubierto, con el viejo apósito de las quemaduras del día anterior. La agarré con los dientes y luego la rompí por la mitad, haciendo que el trozo de tela resultante fuera más largo que la anchura original de la prenda. Me agaché y corté un trozo de tela de los bajos del pantalón. Tenía que hacer un apósito para que la herida no me sangrase más, pues era profunda y peligrosa. «No te preocupes, es una venda más para la colección de esta semana.» Pensé mientras doblaba la tela de la camiseta y me la enrollaba, situando la tela del pantalón en la zona del hombro, derecho, afectado. Apreté muy fuerte, esbozando muecas y algunos quejidos de dolor, pero dejando las vendas lo suficientemente firmes como para hacer presión en la herida y cortar la hemorragia. Me volví a poner la chaqueta. En ese momento, fruto del latente dolor, volví a recordar:
Tenía a Gazzel y a Valir cubriéndome las espaldas, peleando codo con codo con ellos. La confianza era plena. Los sonidos de las armas de fuego eran estridentes, pero no quedaba otra que aguantar hasta que llegaran los refuerzos.
—Gazzel, cúbreme, por lo que más quieras —exclamó Valir desde mi costado derecho.
—Hago lo que puedo —replicó de mala gana mientras disparaba a los zombis que tenía delante.
Yo también disparaba a los zombis que se me acercaban, si bien los cargadores de las pistolas dobles se iban vaciando, los bichos esos no daban un ápice de síntoma de querer retirarse, rendirse o algo similar.
—¡Jay! ¿Dónde estás? Necesito apoyo aéreo en el sector 4, de la ciudad, para ayer —gritaba al comunicador de mi muñeca derecha, el cual lo tenía pegado a los labios al mismo tiempo que disparaba, con muchos fallos, con la mano izquierda.
—Tranquilízate, Eli, si te eliminan no tendré a nadie a quién restregarle las victorias en Europa, trata de que no te maten —replicó mientras manejaba los mandos de un caza militar.
—¡No lo vamos a conseguir, chicos! —gritó Gazzel.
—No te me rindas ahora, Gazzel, no es momento de perder moral —repliqué enfadado.
—Chicos, ¿quién me cubre la izquierda? Nos están flanqueando, replicó Valir.
—¡No puedo estar a todo! —prosiguió Gazzel la discusión.
—¡Joder, basta ya, es una orden! —dije al borde de perder los nervios.
Los tres seguíamos retrocediendo poco a poco hasta quedarnos acorralados entre varias hordas de no muertos y otro tipo de soldados que parecían no tener cordura alguna.
—Es el fin —masculló Gazzel con un tono de voz apagado.
—¡Jay! —grité de forma agonizante y tirando la pistola a uno de los zombis, la cual estaba ya sin munición y no servía para nada.
Se me echó encima una de esas mugrientas cosas. Goteaba una especie de baba negra, tenía muchos sarpullidos en la piel, así como multitud de quemaduras. No tenía pelo y sus ojos apenas se podían distinguir. Tenía parte de la piel necrosada y olía fuerte a descomposición. La ropa la tenía hecha jirones y trataba de arañarme con sus afiladas uñas. Yo esquivé su primer envite, provocando que quedase detrás suyo y él contra la pared. La escasez de cordura que tenía provocó que le asestase un golpe mortal por la espalda, cuando apenas se había podido reorientar. Se derrumbó frente a la pared, inerte y putrefacto. Me fijé en que tenía la marca del tres romano en el cuello, símbolo del escuadrón de espionaje de Umbrella.
Tras varios minutos de incertidumbre, Jay barrió el perímetro occidental del sector con el caza. Varias bombas impactaron en un edificio que acabó cediendo y derrumbándose ante la acción del joven de pelo oscuro. Nos abrió una ventana en las filas enemigas para que pudiéramos realizar una retirada a tiempo para poder luchar otro día.
Tras volver del recuerdo, la chica se había soltado, pero, para mi sorpresa, no había intentado escapar, era como si me estuviera esperando, o algo así. Recuperé la compostura, me di dos palmadas en los mofletes y entoné un rasgo más serio, acorde al momento en el que estaba presente.
—¿Para quién trabajas? —le pregunté a la chica, con el recuerdo del símbolo, medio ocultado, del tres romano—. Dímelo o te vuelo la cabeza, y ya has visto que yo no vacilo en la toma de mis decisiones.
—¿De verdad? Creía que tu inteligencia era más notable de lo que había oído hablar —dijo entre risas.
Su ineptitud y sarcasmo estaba provocando que me empezase a hervir la sangre. No estaba muy predispuesto a jugar a las adivinanzas así que decidí apuntar con mi pistola a su pecho y accionar el martillo para cargar el resorte.
—Muy pronto sabrás más de nosotros. Pronto tendrás las respuestas que estás buscando. Pronto regresarás al redil —espetó mientras levantaba las manos poco a poco—. Aunque no quieras. Estoy seguro de que sabes de lo que hablo.
Esas palabras resonaron en mi cabeza, una detrás de otra, mientras trataba de orientarlas hacia algo más concreto. «¿Volver al redil?». Obviamente, ella pertenecía a Umbrella, al grupo de desertores, pero no podía saber si estaba en esa sección que trabajaba por y para ellos de forma independiente.
—Parece que el niño mimado de la corporación está empezando a emplear su "prodigiosa cabecita" —repitió con sarcasmo.
Me agaché para ajustarme los cordones de las botas, disimulando la notable falta de ideas y repliqué:
—Lo saben, ¿verdad? —pregunté—. Él era el líder de esta célula.
—En efecto —espetó tras una nueva risa sarcástica que me sacaba de quicio—. De hecho, tanto tú como tus amigos estáis en peligro, no sólo porque los de Umbrella estén de camino sino porque los zombis ya están flanqueando el edificio.
—¡Deja de proferir falacias! —repliqué gritándole.
—Sabes que eso no es cierto, además, has matado a mi compañero, por lo que la baliza que tiene integrada, para recibir y estudiar las ondas cerebrales, se ha detenido, lo que provocará que los empleados se den cuenta y manden a un equipo a investigar por qué su juguete se ha estropeado. Estás muy jodido, chaval.
Una especie de sensación encontrada hirvió en mi interior, por un lado, me invadió la clásica, pero placentera, sensación sádica de arrancarle los ojos con mis propias manos, de torturarla de mil formas posibles para poder disfrutar o, simplemente, dispararle en la cabeza y acabar con esto. La contraparte fue la preocupación y el pánico, latente, por mis nuevos compañeros y amigos. Sentía que la desesperación me invadía, como si estuviera entrenando con mis viejos amigos, en Umbrella, hace un par de años. Tenía que actuar pues el tiempo apremiaba.
No pude seguir pensando pues volví a escuchar los mismos gritos inhumanos, cada vez más y más cerca. Era el momento de salir por patas y no mirar hacia atrás. Corrí hacia el borde del edificio, hacia el socavón, pero fui frenado en seco por mi propio ímpetu, que me abofeteó la cara para devolverme a la realidad. Los nervios y la tensión me habían impedido ver que la avenida estaba más lejana de lo que parecía, ya que el edificio estaba a una altura de un segundo piso, más o menos.
—Vaya, ¿piensas irte sin decirme nada? —replicó la mujer.
—No quiero quedarme a que me devore una horda de inhumanos hambrientos y sedientos de sangre —contesté mirándola de reojo, al mismo tiempo que las voces y los alaridos se entonaban en un terrorífico eco que rebotaba por la tubería que hacía de acceso a la gran sala.
Volví a asomarme al precipicio a contemplar mis opciones. No había mucha altura, aunque si era la suficiente como para romperte cualquier extremidad en una mala caída.
—Vale, esta opción no me desagrada del todo —dije al aire, hacia nadie en particular.
Volví a mirar la caída, no era de los lugares más elevados de los cuales yo hubiera saltado en los últimos meses. El tiempo se ceñía sobre mí, provocando que las opciones de escapar de este lugar fueran escasas y se estuvieran reduciendo poco a poco. Oteé el lugar, de nuevo, vislumbrando una hilera de farolas, a una distancia de unos cinco o seis metros, quizá alguno más. Si quería sobrevivir tenía que emplear todas mis fuerzas, a pesar de la herida, para salir de este lugar.
Salí corriendo hacia el lado opuesto, hacia el tubo, desde el cual se parecían amplificar, como si de un megáfono se tratase, los gritos de la horda. Por el camino recogí las armas que habían dejado los dos enemigos y las enfundé en el cinturón. Proseguí a examinar el terreno, pero todo convergía a un pequeño punto de entrada, que serviría de paso para la horda que rugía a lo lejos.
—Mala idea, Elián, es una pésima idea ir por aquí —me dije, de nuevo, a mí mismo.
Entonces aparecieron, de golpe, primero un par y luego otro grupúsculo, para desembocar en una manada de zombis que rugían y emitían gritos inhumanos. Los pelos de los brazos se me pusieron de punta y, al verlos correr tanto, chocándose con las paredes, golpeándose entre ellos y rugirme con sus oscuros y negros ojos, salí corriendo, sacando energías de donde no las tenía. Correr no era mi fuerte, pero mi vida dependía de ello.
Resoplé. Volví a resoplar mientras pensaba en nada en particular. En mi cabeza sólo resonaban los gritos de los zombis, sus agonizantes alaridos, los cuales se clavaban en mi cabeza como si fueran agujas de cirujano. Me acerqué lo máximo que pude hacia la abertura del túnel, en dirección a la horda, para asegurarme que tenía suficiente espacio para poder correr con todas mis fuerzas y generar la máxima inercia posible.
Sentía la horda más y más cerca, así como un chute de adrenalina sin igual. Me preparé para salir corriendo nada más ver las sombras en la pared. Aceleré con todas mis fuerzas, ignorando tanto mi cansancio como el dolor de la herida de bala, pues toda mi concentración estaba en ganar la suficiente velocidad como para llegar a las farolas, a salvo, mínimamente.
Los treinta o cuarenta metros que estaba recorriendo se me hicieron eternos. La sangre me hervía mientras las imágenes, distorsionadas, de aquellos muros de piedra, paredes destrozadas y caos se sucedían ante mis ojos.
Seguí corriendo hasta la cornisa, sin mirar atrás. Jadeaba bastante, pero no tenía tiempo de parar. Llegué al borde. Era ahora o nunca. Me precipité y salté con el mayor impulso que pude conseguir. El tiempo pareció ralentizarse en el aire. Muchos de los zombis cayeron al vacío, no suficientemente alto como para matarlos, más bien para mutilarlos. La chica sucumbió ante ellos, en un grito que acabó por ahogarse entre aquellos monstruos.
Estiré mis brazos para agarrarme a la farola. Apenas pude agarrar la zona que sostenía las bombillas cuando me resbalé y caí de bruces al suelo. Me quedé aturdido por el golpe, jadeando y magullando algunos alaridos de dolor.
Tras varios minutos de aturdimiento pude incorporarme. Me quedé sentado en el suelo, notando como el dolor empezaba a punzarme de forma incesante en la zona del hombro. Sólo pude llevar mi mano izquierda a la zona herida. Eché un vistazo desde el suelo, hacia el edificio del cual había saltado y esbocé una sonrisa macabra, quizá por el hecho de que los empleados de Umbrella estuvieran muertos.
Me puse de pie y me toqué un poco el abdomen. Apenas me dolía, pero seguía notando la sensación de quemazón, menos intensa, pero tan punzante como si me estuvieran arañando. El dolor era una bofetada de realidad, la cual me recordaba que no era inmortal y de que tenía que tener más cuidado. Después de reflexionar, me dispuse a volver con mis compañeros, pues, tarde o temprano, volveríamos a estar en apuros.
Estuve callejeando durante más de veinte minutos hasta que volví a identificar los mismos rastros, edificios, señales y ruinas por los cuales había pasado, previamente, hasta perderme por los callejones de la ciudad. Escuchaba las voces de un par de personas las cuales asociaba a Newt y Minho.
—¡Newt! ¡Minho! —grité desde lejos.
Yo me apresuré a reunirme con ellos lo más rápido que pude, para acabar cayendo frente a ellos, jadeando y con elevados síntomas de fatiga y hambre.
—¡Elián! —dijo Minho mientras se agachaba a tratar de ayudar e interesarme por mí—, ¿qué demonios ha pasado?
—Estás hecho unos zorros —espetó Newt, con cara de preocupación.
—Es... una larga historia —dije mientras miraba hacia el suelo, con la voz cansada.
—Habíamos escuchado disparos y nos hemos aventurado a investigar también —expuso Minho en tono de preocupación—. Me alegra saber que estás vivo, pese a que la bala te haya alcanzado de lleno.
—Bueno, sé gastármelas sólo, aunque he de admitir que esa gente me ha sorprendido — respondí poniéndome de rodillas y quejándome un poco.
—Tenemos que curarte esa herida —dijo Newt con evidentes síntomas de preocupación.
—No te preocupes por mí, tenemos cosas más urgentes de las que prevenirnos en este momento —repliqué evitando el contacto visual.
—¡No! —gritó Minho de forma aireada—. Basta ya de ser un lobo solitario. Tienes que empezar a amoldar a las situaciones de la convivencia en grupo —proseguía el líder con un altivo e imponente tono de voz—. Has ido por tu cuenta y casi te matan, ¿es qué no lo entiendes? Maldito pingajo —finalizó el asiático mientras gesticulaba cruzando los brazos.
—Minho tiene toda la razón, Elián. Seguro que has conseguido información valiosa y que nos servirá de utilidad para vivir un día más, pero no podemos arriesgarnos a perder a más gente —inquirió Newt, preocupado pero convincente.
—Ya, si lo entiendo, pero yo… —no pude terminar pues Minho me interrumpió.
—No hay peros que valgan, Elián. Newt te lo ha dejado muy claro y, yo, también. La prioridad es curarte la herida y proseguir nuestra marcha pues el refugio seguro, en las montañas que asoman al noreste de la ciudad —replicó Minho.
Yo asentí, sin proferir palabra alguna. Me quedé callado como si fuera una tumba. Minho, Newt y yo nos dispusimos a volver al campamento, el cual no estaba a más de diez o quince minutos andando.
El viento soplaba y las hojas marchitas, caídas de los árboles, se arremolinaban en las zonas de las corrientes. Parecía que se estaba nublando, más si bien parecía una especie de tormenta de arena. Sólo se escuchaban nuestros pasos, los silbidos del viento y el roce de las hojas y otros papeles. La suciedad de la ciudad era latente, después de tantos años de descuido, pues los estragos de la guerra y aquel terrorífico virus hicieron que la imagen resultante fuera una escena de pesadilla.
Minho rompió aquel placentero silencio:
—Mirad, el titular dice que el mundo se acaba —indicó mientras señalaba la primera página de un viejo periódico.
—¿De qué año es? —pregunté, pues la curiosidad se había apoderado de mí. Sólo el hecho de poder averiguar que había pasado en el mundo me provocaba una sensación de curiosidad con mucho morbo.
—Pone que es de 2020, pero la fecha exacta se ha debido de perder por el paso del tiempo —contestó el líder mientras doblaba el recorte.
—No parece muy alentador —bromeó Newt.
—Y que lo digas —replicó Minho—, pues hasta tú te digas a hacer bromas —finalizó entre carcajadas burlonas.
Newt sólo apartó la mirada, quizá preso de la vergüenza. No le conocía mucho pero sí que había podido notar ciertos patrones en su personalidad, al igual que con el resto de los chicos del grupo.
Tras una amena caminata llegamos al campamento. Los chicos se habían instalado en las ruinas de una especie de supermercado, similar al que yo había visto hace unas horas. Newt hizo una seña a uno de los chicos para que me ayudase con la herida. El joven parecía conocer, demasiado bien, las técnicas para tratar ese tipo de heridas. Yo seguía aquejando el dolor, si bien pareciera que la zona se había vuelto mucho más sensible. Hacía muecas y gestos de dolor con los ojos.
—Anda, ponte esto —dijo Thomas lanzándome una camiseta azul, muy similar a la suya.
—Gracias, supongo —dije con una sonrisa.
—No hay de qué, más que nada es para que no distraigas a nadie con tus férreos abdominales —bromeó.
—Muy gracioso —repliqué mosqueado.
—No te pongas así, Elián, ya irás descubriendo las bromas y chistes malos, tanto de Thomas como los de Minho —espetó Fritanga dándome una palmada en el hombro izquierdo.
Me levanté y me puse la camiseta. Oteé el lugar y caminé un poco más, dentro del edificio, a explorar un poco más. Aris se acercó y me ofreció un poco de agua y un trozo de pan.
—Toma, te sentará bien —me dijo Aris acompañado de una amable sonrisa.
Tomé el trozo de pan y lo mordí. Lo mastiqué poco a poco y bebí un poco de agua para ayudar a tragar. La verdad es que era un simple trozo de pan, pero me sabía a gloria.
Comimos durante una media hora, mientras el día se seguía echando encima nuestro. Las nubes de polvo se hacían notar pues el ambiente estaba empezando a tornarse de colores rojizos y anaranjados, acompañados por un toque tórrido de un viento árido y cálido que acompaña al polvo. Minho volvió a hacer una señal para que nos acercásemos todos a una especie de círculo que lideraban él, Newt, Thomas y Fritanga.
—Bien, Elián, de nuevo, cuéntanos qué has visto, pues hace un rato parecías muy alterado —redundó el líder dirigiéndose hacia mí.
—Esta bien —empecé a hablar—. He visto un montón de hordas de zombis, gente con ojos negros, cuerpos venosos y putrefactos, carentes de sentido común y con una aparente locura que los volvía una especia de animales inhumanos —proferí, hacia nadie en particular, ante la atónita mirada del grupo.
—¿Te refieres a los raros? —espetó un chico del grupo, del cual no sabía ni su nombre.
—¿Raros? —reformulé la pregunta, intrigado.
—Sí, nosotros tuvimos un encontronazo con ellos en una especie de caseta, propiedad de CRUEL, antes de atravesar un Trans-Plano que nos derivó a este desierto —inquirió Thomas de forma asertiva—. Eran, exactamente, como tú los has descrito, así que debes de estar hablando de lo mismo.
—Bueno, pero estos zombis, raros, no muertos, o como queráis llamarles, no son el mayor de nuestros problemas —proseguí.
—¿Es una broma? —replicó Aris de brazos cruzados.
—Aris, déjale hablar —le reprendió Thomas mientras tomaba asiento en el suelo.
—Al menos para mí, el mayor problema han sido dos antiguos empleados de Umbrella. Me los he encontrado en uno de los edificios que he explorado —proseguí con un aparente estado de nervios—. Estaban infectados con el virus, en un aparente estado avanzado de la enfermedad, pero lo suficientemente cuerdos como para poder percibir la realidad y, en menor medida, la toma de decisiones que hacían —continuaba, dirigiéndome a nadie en particular—. Esa gente seguramente haya dado la alerta a la Corporación y, en este instante, estarán de camino hacia aquí —concluí mientras cerraba los puños por la rabia.
—¿Y qué crees que va a pasar ahora? —formuló Minho, en un aparente estado de preocupación.
—Vendrán a por mí, eso es evidente, pero no creo que tengamos muchas opciones ante ello. Sólo he podido recoger las dos pistolas que tenías esos renegados, más la que le quité a esa especie de simulador hace un par de días, previo a nuestro primer contacto —me dirigí a Minho efusivamente.
—Eso es positivo, ¿no? —me replicó.
—Sólo tengo tres cargadores de doce balas cada uno —dije cabizbajo.
—Eso no es muy alentador.
—Gracias por tus ánimos, Tommy —le increpó Newt con una mirada asesina—, pero tenemos que adaptarnos a lo que tenemos, eso es lo que siempre hemos hecho desde que llegamos al Claro. Ten presente que ese es nuestro modo de vida, darlo todo con lo poco que podamos conseguir, y eso será lo que nos saque a todos nosotros, pingajos, de este fuco antro chamuscado —finalizó Newt de forma altiva y motivadora.
—Vale, vale, Newt, pero el líder soy yo —gruñó Minho cruzando los brazos, haciendo una mueca de disconformidad.
Newt y Minho se enzarzaron unos minutos, de forma amistosa. Me divertía verlos discutir porque, al final siempre acaban reconciliándose y volviendo a las buenas formas. Los lazos de amistad que tenían todos los chicos del grupo conseguían despertar, en mi interior, una llama, tan ardiente como el Sol, que me incitaba a querer abrirme y a dejar que las nuevas emociones me inundaran.
La tormenta de arena se acentuaba a cada paso que dábamos. Si bien no era muy intensa, lo suficiente para nublarnos la vista y ralentizar la marcha del grupo. Minho y Newt lideraban el paso, mientras yo me encontraba con Thomas y Aris, enseñándoles los aspectos básicos del manejo de un arma:
—Vale, y justo cuando se os acaben las balas del cargador le dais a este botón —explicaba mientras accionaba un pequeño botón cerca del mango, en la parte izquierda, para sacar el cargador—, y os deshacéis de él, ¿lo habéis entendido? —finalicé.
Ambos asintieron e hicieron lo mismo que yo, además de colocar de nuevo el cargador y accionar el martillo para dar paso a las balas.
—Enhorabuena, habéis superado el curso básico de cómo usar un arma de fuego, ahora, no podéis fallar ni una de esas balas que hay en el cargador pues no disponemos de más munición —continuaba mientras enfundaba el arma en el cinturón que tenía aferrado a la cadera.
—¿Y qué haremos si una de esas hordas de raros nos ataca? —preguntó Thomas.
—La verdad es que preferiría evitarlos a toda costa, no tendremos muchas opciones de sobrevivir más que salir corriendo a buscar un lugar seguro —dijo Aris pensativo.
—Cierto, además la noche pronto caerá y estaremos aún más expuestos a todos los peligros de aquí fuera. Tendríamos que buscar una ruta alternativa o encontrar algún tipo de refugio, preferiblemente, alejado de las zonas más amplias de la ciudad —aporté mientras trataba de seguir el paso de ambos chicos.
Minho y Newt se frenaron en seco, se pusieron de cuclillas al lado de una de las esquinas de un edificio en ruinas y murmuraron un par de cosas que yo no pude alcanzar a escuchar.
—Escuchad, no podemos seguir mucho más por aquí, y temo que tampoco podamos tomando un camino alternativo —dijo al grupo mientras hacia una señal para que todos se detuvieran.
—Cierto, esa muralla nos corta el paso, y no tenemos tiempo para bordear toda la ciudad, además de que necesitamos encontrar comida y agua —apostilló el rubio, con un tono más preocupado aún que el de Minho.
Pareciera que esas palabras hubieran calado como un cubo de agua helada entre el grupo, pues todos se vinieron abajo. La sensación del fracaso les debió de abrumar, al verse tan cerca de su objetivo, pero al mismo tiempo tan lejos.
—Creo que tenemos que ir por las alcantarillas —propuse.
—¿Y por qué no entre los edificios? —propuso, también, Fritanga.
—También es una posibilidad —asentí convincentemente.
—Tú qué opinas, Minho? —espetó Newt para dirigirse al líder.
—Tenemos que atravesar esas murallas, así que deberíamos de ir por las alcantarillas, en línea recta, además de que estaremos menos expuestos a los raros —declaró Minho mientras empezaba a buscar por el lado contrario a la muralla.
Yo me asomé un poco, para observar el alcance del obstáculo. A simple vista la estructura de madera y trozos varios de metal se alzaba unos tres o cuatro metros de altura. No parecía algo muy elaborado, pero sí lo suficientemente resistente como para evitar que los 'raros' entrasen en ese perímetro. Probablemente, en ese perímetro, quedaran algunos grupúsculos de humanos sin infectar o, en menor medida, con una fase de la enfermedad muy temprana. Sea como fuere, teníamos que llegar al otro lado, para poder obtener provisiones y agua.
Volví sobre mis pasos, solo un par de ellos, hasta reunirme de nuevo con el grupo. Minho, Newt y Thomas estaban hablando entre ellos, Fritanga y Aris también escuchaban y valoraban las opciones. No obstante, notaba a Thomas y a Minho algo preocupados, así que me incorporé a la reunión.
—Os noto preocupados —anuncié mientras me incorporaba al círculo, entre Aris y Newt, que amablemente me habían reservado ese espacio.
—Algo me da muy mala espina —dijo Minho mientras se acariciaba la barbilla con la mano derecha y miraba, cabizbajo, hacia el suelo—. No me creo que no nos hayamos topado con nadie en toda nuestra estancia aquí, ya sea con los raros o con gente que esté sana —finalizó.
—Es una posibilidad —maticé tratando de restarle peso al asunto.
—Yo llevo varias horas con la extraña sensación de que alguien nos vigila, desde la distancia —soltó Thomas, el cual estaba de brazos cruzados.
—No lo sé, Thomas, pero el hecho de que no haya nadie, ni siquiera custodiando esta muralla, me pone muy mal cuerpo, como si me hubieran dado una descarga eléctrica —prosiguió el asiático.
—Pero, eso no tiene sentido —intervino Newt.
—¿Por qué? —respondió Minho, intrigado.
—Es decir, ¿no habrían hecho nada para intentar salvar a cuánta más gente mejor? ¿No creéis que quedarse a observarnos es un sinsentido? —volvió a formular Newt, respondiendo con entusiasmo a Minho, y gesticulando con las manos.
—Seguramente quieran entendernos, cómo actuamos y cuando somos vulnerables, eso les daría ventaja frente a lo desconocido —apostillé en un tono pensativo.
—Puede ser, pero me sigue chirriando mucho que no nos hayamos cruzado con nadie —volvió a redundar el líder.
—Sea como sea necesitamos un plan de acción —remató Thomas.
—Además, tenemos que encontrar provisiones lo antes posible, pues estamos bajo mínimos, pues no habíamos planificado una boca más que alimentar —mascullaba Fritanga, también preocupado—, sin ofender, Elián —se dirigió a mí en tono conciliador.
—No te preocupes, Fritanga, sé que actualmente estáis en peligro por mi culpa, y que Umbrella no tardará mucho en llegar hasta aquí. Os honra el haberme acogido como uno más, y os debo gratitud por ello —declaré pausadamente y con una leve sonrisa.
—Eso no implica que la confianza se pueda romper, y eso que aún no tienes ganada la mía —replicó Minho con un tono y una mirada desafiantes.
—Dejad vuestras batallitas, que tenemos mucho que hacer —propuso Aris, tratando de mediar en la nonata disputa.
Los ánimos se calmaron, aunque la tensión entre Minho y yo se podía, casi, cortar como un cuchillo caliente atravesando un bloque de mantequilla. Yo trataba de abstraerme de todas estas nuevas emociones y sentimientos que recorrían mis venas ardientemente.
Minho y Newt estaban elaborando un plan junto a Thomas cuando todo se empezó a torcer, de repente. Varios clarianos dieron la voz de alerta. Algo iba mal.
—¡Minho, creo que tenemos compañía! —exclamó y gritó uno de los chicos, señalando de frente.
Aris y yo nos dimos la vuelta, de cara a los asustados clarianos, mientras que Newt, Minho, Fritanga y Thomas salieron corriendo hacia la zona de aquellos gritos. El instinto, tan activo y dotado de mayor sensibilidad gracias a las inyecciones de adrenalina, provocadas por la tensión de lo desconocido de esta situación, provocó que desenfundase dos de las tres pistolas y las listas para disparar. El instinto, ese bendito instinto que me había hecho sobrevivir en tantas ocasiones, no me auguraba un buen presentimiento.
Cuando llegamos al lugar de los gritos, había varios clarianos con las manos levantadas, en señal de rendición. Los nuevos contactos estaban armados con pistolas, cogidas de una manera rudimentaria, y sus ropas estaban hechas jirones, así como presentaban unas pintas muy descuidadas, sucios, llenos de mugre y con el pelo grasiento pues, pareciera, que llevaban mucho tiempo sin poder ducharse ni adecentarse.
—¿Qué está pasando aquí? —dijo Minho de forma apresurada y al borde de un ataque de nervios.
—¿Quién va? —dijo una voz, bastante ronca y mayor, imponente; la cual sonaba algo lejana, si bien provenía desde detrás de aquellos hombres.
—Eso no responde a mi pregunta —contestó el líder.
—Aquí las preguntas las hago yo —replicó aquella voz, de forma más autoritaria mientras se iba abriendo paso entre aquellos maltrechos hombres—. Y como oséis hacer el más mínimo movimiento, será lo último que veréis en este mundo, ¿queda claro?
Minho solamente lanzó un gruñido a aquel hombre. Estaba claro que la situación era crítica, pues no teníamos muchas más opciones que escuchar lo que esa persona tenía que decirnos.
Yo me apresuré a apuntar con una de las pistolas, pero una mano me impidió hacerlo. Noté la calidez de Newt y le miré. El me hizo un gesto para que me mantuviera callado, al mismo tiempo que me negaba con la cabeza. Entendí que no era el momento de actuar, pues el factor sorpresa podría ser determinante.
—Bien, como iba diciendo, ¿qué os trae a la maravillosa ciudad de Phoenix, forasteros? —volvió a preguntar el extraño hombre mientras se acariciaba la barba.
—Eso es asunto nuestro —confrontó Minho entre gruñidos.
—Chaval, creo que no te has percatado de como están las cosas por aquí. En esta zona de la ciudad mandamos nosotros, y punto, todo lo que pase cerca de estos muros se considera parte de mi jurisdicción —espetó el hombre de forma agresiva—. Ahora, si no queréis más problemas de los que ya tenéis, empezad a hablar.
Minho estaba rabioso, sabía que la situación le superaba y que no podía hacer mucho más para proteger al grupo. Le invadían los nervios y no podía pensar con claridad.
—Sigo esperando a que contestes mi primera pregunta —volvió a advertir el líder enemigo.
—Estamos de paso —respondió Thomas con efusividad.
—¿De paso? Venga chaval, que yo no nací ayer —replicó apuntándole con una pistola.
Thomas advirtió lo delicada de la situación y tragó saliva. Sin embargo, no se amedrentó y trató de calmar sus nervios.
—Vamos a las montañas. Nada más que eso —respondió, de nuevo.
—Bien, así me gusta. Sin embargo, no puedo dejar que paséis estos muros —expuso el hombre con un tono de voz más afable, pero aún apuntando a Thomas con el arma.
—¿Por qué? —preguntó Thomas.
—Mis superiores no se tomarían muy qué dejásemos pasar a un traidor por esta zona de la ciudad —expuso el hombre con una sonrisa maliciosa—, pues sabemos que tenéis, entre vuestras filas a un renegado anti-corporativista. Os hemos estado observando desde que habéis llegado a esta ciudad y, evidentemente, ese rebelde tiene que ser entregado, de vuelta, a los corporativistas —expuso entre carcajadas macabras.
