Capítulo 18
Me temblaban las manos al fingir un desmesurado interés por ordenar los frascos de jarabe, todos con la etiqueta hacia delante, con las fechas de caducidad bien visibles, poniendo los más perecederos delante y los de duración más prolongada detrás. A ojos de cualquiera, aquella tarea estaba tomando todo mi interés y no había nada fuera de ella que pudiera importarme. No podía ser más falso. Era consciente del tintineo que hacían las llaves de la alguacil al girar dentro de la cerradura de las esposas. Podía sentir su respiración, así como la de la otra mujer que la acompañaba. Notaba el sonido inquieto de un pie que se removía en el suelo con nerviosismo. Y, sobre todo, sentía las airadas palpitaciones de mi corazón, que cabalgaba desesperado golpeándome las paredes del pecho hasta provocarme casi dolor.
- Aquí le dejo a la pajarita, doctora. –espetó la voz de la alguacil, como siempre quejumbrosa y desagradable– No sé qué le estará metiendo en sus horas de colaboración de enfermería, pero siga, porque últimamente está de lo más…
Las palabras murieron en su boca al ver la expresión de Fate que curvó las cejas de una forma que dejaba claro que aquella conversación no era para nada de su agrado. La alguacil tragó saliva ruidosamente y se puso tan tensa, que tiró las llaves al suelo cuando intentó engancharlas de la hebilla de su pantalón de uniforme. Musitó una despedida más para sí misma que para nadie más y emprendió la salida sin dilación. Nada más cerrarse la puerta y escucharse los pasos de la mujer en dirección contraria, sentí la fuerza de unos brazos potentes que me asían la cintura con determinación. Ahogué un grito y todo mi cuerpo se estremeció cuando tropecé contra el suave y cálido cuerpo de Fate, que apenas tuvo tiempo de sonreírme antes de estampar su boca contra la mía. Gemí, rendida, y le envolví el cuello con los brazos abriendo la boca y aceptando los embates de su lengua que me recorría entera, de esa forma sedosa y experimentada que me hacía arder entera de pasión. La miré a los ojos. Ella sonreía, provocándome unos escalofríos que me recorrieron de la cabeza a los pies. Le besé las comisuras de la boca, el puente de la nariz, la barbilla, las mejillas, e incluso, los parpados, obligándola a cerrar los ojos.
- Hola… hola… –balbuceé tontamente.
- Hola… –Fate se echó a reír y detuvo mi escrutinio, poniendo su suave mano en la nuca para hacerme parar. Me sujetó la cabeza y volvió a besarme, mientras su duro muslo derecho se abría paso entre mis piernas, haciéndome tambalear sobre los tacones que me había puesto.
Con una risita culpable, me sujeté de sus hombros, intentando encontrar aire para respirar. Ella se entretuvo lamiéndome la barbilla.
- Me he arreglado especialmente para ti hoy y ni siquiera te has fijado.
Me abrí despacio la bata, enseñándole el vestido veraniego que había escogido para la ocasión. Me había vestido y perfumado como si fuéramos a tener la tan esperada cita posterior a la gran noche. Poco importaba que aquello tuviera que quedar en secreto, y desde luego, no tenía el más mínimo inconveniente el hecho de que estuviéramos encerradas en la enfermería de una prisión. Todos esos eran detalles que Fate y yo habíamos decidido obviar de mutuo acuerdo. Eran pocos, muy pocos los momentos de extrema felicidad que podíamos permitirnos. La noche anterior habíamos hecho el amor por primera vez, y nos habían arrancado de nuestra ensoñación cuando aún estábamos cubiertos por el sudor de la otra. De nada valía sentarnos a lamentar las circunstancias de nuestra situación. Perder el tiempo era imperdonable y no íbamos a cometer ese error. Fate bajó la vista y me miró de arriba abajo despacio, haciéndome ruborizar por lo certero de su escrutinio. Asintió, en apariencia complacida, pero luego le quitó toda importancia al vestido y los tacones, negó con la cabeza y me sujetó la cara con sus dos manos, cálidas y suaves.
- Preciosa. –dijo, con la voz ronca– Pero te quiero desnuda. Ahora.
Me reí a carcajadas y tuve que hacer alarde de toda mi flexibilidad para poder sujetarme a ella cuando me alzó en sus brazos. Me subió al escritorio, apartando de un manotazo los papeles, el lapicero y una montañita de carpetas, al más puro estilo hollywoodiense. Corrió hacia la puerta y pasó la cadena por el gozne, cerrándola al paso. Después volvió hacia mí, me separó las piernas sin ningún pudor y me sujetó las nalgas, empujando por la superficie desgastada de la mesa hasta que mis piernas quedaron enredadas en su cadera.
- ¿Y si viene alguien? Alguna presa puede tener una urgencia, o…
Se apresuró a negar, tanteando en mi espalda en busca de la cremallera del vestido, palpando apresurada. Se apretó contra mí y tuve que morderme el labio para no jadear al sentir su centro, aun con la ropa puesta, contra mí.
- No se le ocurrirá aparecer a nadie. –gruñó, muy segura– Las he amenazado a todas para que no pongan un pie aquí.
Intentando que su tono de voz no cruzara la línea de lo sensual a lo peligroso, por mucho que aquello me excitara, decidí confiar en sus palabras y entregarme al frenesí que estaba despertándose en mi cuerpo. Fate dio por fin con la cremallera y se apresuró a bajarla, recorriendo mi espalda desnuda con las manos mientras me frotaba deliciosamente los pechos, empezando un martirio torturador que había estado preso en mi mente desde la noche anterior. Negándome a quedarme quieta, metí las manos por dentro de su camiseta y se la saqué por la cabeza. Le provoqué un gruñido de placer cuando empecé a besarle uno de sus pechos.
- No podía pensar en otra cosa… Ni dormir, ni comer… Nanoha, no sabes cuánto te deseo. No sabes cuánto…
Seguí besándola, animada ante sus palabras, hasta que me percaté de algo que hasta entonces no había visto. Debajo de su ombligo y un poco ladeada hacia la derecha, Fate tenía una marca. Una especie de cicatriz no del todo cicatrizada con una forma redondeada un tanto extraña. El tamaño y el grosor de la señal sobre la piel daban la sensación de estar recubriendo algo. Algo pequeño y en forma de esfera, como si alguien hubiese introducido bajo la capa de piel una pieza, como una pequeña pila de reloj. Extrañada, deslicé mi mano sobre la herida, presionando por inercia, y en efecto, noté algo sólido cerca de la epidermis. Fruncí el ceño, aún más confundida que antes. Era posible que la noche anterior, con el deseo y la oscuridad, se me hubiera pasado por alto.
- Fate, ¿qué es…?
Repentinamente su mano se convirtió en una tenaza, me sujetó la muñeca y apartó mis dedos de su piel, mirándome con seriedad, como si fuera otra persona. Apretó un poco mi mano, obligándome a emitir un quejido como protesta. La miré impactada y transcurrieron unos segundos que parecieron eternos antes de que me soltara.
- ¿Qué es eso? –le pregunté, con un hilo de voz.
- No es nada. –respondió de inmediato, seca– Solo una cicatriz. Si te disgusta no la mires, será lo mejor.
- No, ¿cómo puedes pensar eso? Soy enfermera, he visto muchas cosas, Fate. Además, no parece curada. Déjame que…
- ¡He dicho que no! –bramó, dejándome callada– No la toques, ¿estamos? Ni la toques, ni la mires.
Abrí la boca, sin comprender nada de lo que estaba pasando. La cariñosa y risueña amante había desaparecido y estaba claro que ya no íbamos a compartir un dulce interludio de amor. Fate recogió su camiseta del suelo y se la puso apresuradamente, metiéndosela por dentro de los pantalones sin devolverme la mirada que yo tenía posada en ella.
- ¿Se puede saber a qué viene eso? ¿Por qué me tratas así? –me bajé de la mesa y le tiré del brazo– Te estoy hablando. ¿Tiene esa marca algo que ver con el motivo de tu detención? ¿Es eso?
- ¿No puedes simplemente dejarlo estar? No quiero hablar de eso, Nanoha. No voy a hablar de eso. –me miró, hosca– Y si no vamos a follar, entonces será mejor que me ponga con el inventario de las medicinas, que es para lo que estoy aquí.
La miré atónita. Cogí mi bata lo más dignamente que pude y me la puse sobre el vestido. Todavía tenía la cremallera desabrochada, pero de ninguna manera iba a pedirle que me la subiera. Levanté la barbilla y la miré, altiva, aunque por dentro estaba hecha un lío y con ganas de darle una patada en las espinillas.
- Desde luego que no vamos a hacerlo, puedes estar segura.
Con un asentimiento de cabeza, Fate cargó con una de las cajas de suministros y pasó a la trastienda de la enfermería. Desde donde estaba podía oírle apretar los dientes, pero no pensaba ir a consolarle, ni interesarme en lo más mínimo por el tema. Le di la espalda y recogí la mesa, ordenando mis pertenencias con dedos temblorosos y la cabeza burbujeante de dudas y preguntas.
…
Mientras tanto, Yuuno Scrya cruzaba el pasillo de máxima seguridad a una velocidad casi alarmante. Su rostro serio quedaba surcado por claros y sombras a medida que pasaba por las enrejadas ventanas. Sostenía un pequeño paquete en la mano izquierda, el cuál aferraba como si en ello le fuese toda la vida. Miró las celdas con precisión clínica, hasta que finalmente se paró delante de una en concreto. Golpeó con los nudillos las rejas una serie de veces, creando una especie de sonido identificativo que fue recibido por la presa que albergaba en su interior. Los pesados pasos de la mujer se acercaron, y un brazo se dejó ver, saliendo del confinamiento en dirección a Yuuno que, instintivamente, dio un paso atrás. Levantó el paquete para que la luz pudiera incidir en él y lo abrió. Las botellitas de morfina destellaron con la claridad, confiriéndoles un brillo casi etéreo. La desazón de la presa se hizo patente en cuanto captó lo que se le mostraba.
- Este es solo el primer pago. –dijo Scrya, con voz baja y adusta– Tendrás toda la droga con la que puedas colocarte, y más, cuando acabes con el trabajo.
La mujer se apresuró a coger el paquete en cuanto Yuuno se lo tendió, aferrando las botellas y sonriendo con placer. Quiso perderse en la íntima oscuridad de su celda, pero Scrya la detuvo sujetándole del brazo e impidiéndole todo movimiento.
- Esa hija de puta se está metiendo en mis asuntos, no solo me ha ridiculizado, sino que además se pasea por ahí disfrutando del premio como si fuera más que yo. –escupió con rabia, más para sí mismo que para la mujer que escuchaba– Nadie se burla de mí, hace mucho tiempo que esa etapa quedó atrás. Es hora de que se le bajen los humos… y no le vuelvan a subir nunca más.
Yuuno soltó con desagrado el brazo tatuado de la presa y caminó de nuevo hacia atrás. Miró a un lado y a otro, asegurándose de que el pasillo estaba en silencio y nadie podía oírlos. Aquel había sido un buen momento para hacer el intercambio, cuando no había ninguna otra presa en el pasillo de castigo. No quería testigos de aquello, esa sería una imprudencia que podría costarle muy cara.
- Recuerda. –musitó, mirando hacia la celda con los ojos entornados y medio cerrados, inyectados en rabia y coraje– La tal «Jefa» tiene que desaparecer. Me da igual cómo lo hagas y el método que uses, pero tienes que acabar con Testarossa. No quiero que dentro de veinticuatro horas siga viva. Tendrás más recompensa por lo especial del encargo. Sin fallos.
Recibió un gruñido como respuesta y eso pareció bastarle. Dándose media vuelta, Yuuno se apresuró a abandonar el pasillo, con los labios curvados en una sonrisa satisfecha y vengativa.
