Capítulo 19
El ambiente tétrico del pasillo le venía muy bien para su estado de ánimo. Lo único audible, aparte de sus pisadas sobre el polvoriento suelo grisáceo, era el zumbido lejano de una mosca, que volaba atontada rumbo al fogonazo de la luz del techo, a sabiendas de que aquello conllevaría su propia perdición. Así era precisamente como se sentía Fate en esos momentos, como un insecto perdido que deambulaba de un lugar a otro, bordeando los límites de una atracción que con toda seguridad le llevaría a la destrucción. Por supuesto, todo aquello había sido solo culpa suya. Sabía muy bien dónde se metía y los riesgos que eso iba a conllevar. El hecho de haber aceptado trabajar como voluntaria en la enfermería para protegerla solo había sido una excusa, una forma de decirle a su subconsciente que si hacía aquello era por una buena razón. Pero en el fondo sabía que no era así. Desde luego, no habría querido por nada del mundo que algo malo le pasara a ella, pero habría habido otras formas de mantenerla a salvo, de asegurar su bienestar, incluso de sacarla de allí de forma inmediata, que es lo que se había propuesto al principio, hasta el momento en que empezó a conocerla. No obstante, le habían bastado solo unos días, unos instantes quizá, para darse cuenta de que lo único que ambicionaba era estar a su lado, por egoísta y absurdo que aquello fuera. Rememoró los últimos días, aquellos acontecimientos que en un principio creyó del todo imposibles. El haberle hecho el amor, poder sentirla desnuda, pegada a su cuerpo, beber el sudor de su piel con los labios, verla estremecida de deleite, arqueada, temblando debajo de ella, sumisa a sus caricias más insolentes… Se había perdido, había cometido el estúpido error de creer que habría alguna manera, algún modo de que ese descabellado giro de la realidad saliera bien. No había podido estar más equivocada. Todavía sentía el vello de la nuca erizado y la sensación de sudor frío que se había apoderado de su cuerpo y se negaba a abandonarla. Verla tocar la cicatriz, sentir sus manos en aquella marca de su cuerpo, en aquel recóndito lugar que tanto ocultaba, casi había podido con sus nervios. Lo único que se le había ocurrido para salir del paso había sido tomar una actitud grosera, brutal incluso, para evitar que todo lo que tan celosamente había estado escondiendo durante los últimos meses le estallara en la cara. No habría querido que las cosas fueran así, aun cuando solo ella tenía la culpa. Había esperado, sin saber por qué, poder hablar con ella, explicarle… pero, ¿qué esperanzas tenía de que quisiera escucharla? Ahora lo había jodido todo, sin duda. La forma en que le había hablado, la manera en que la había tratado, provocaría que ella la repudiara en cuanto volvieran a encontrarse. Y aunque pudiera hablar con ella llegado el momento, ¿qué iba a decirle? ¿Que le había mentido en todo desde su primer encuentro? ¿Que nada había sido real, que todo cuanto había dicho, hecho, sus formas de comportarse y actuar, obedecían a algo que estaba por encima de sí misma? Conocerla no estaba en sus planes, y dejarla formar parte de sí misma tampoco. Pero así estaban las cosas ahora. Navegaban a bordo de un iceberg que empezaba a hacer aguas por todos lados, únicamente era cuestión de tiempo para que las razones de su estancia en esa prisión salieran a la luz. No quería que se viera salpicada cuando esto ocurriera, que hicieran preguntas o dieran por hecho que ella sabía algo. Aquello trastocaría su vida, y eso era algo que no podía permitir. Sabía que el haber discutido de esa manera probablemente había sido lo mejor. Romper con aquella locura que nunca debió comenzar era lo más sensato, pues no quedaban esperanzas de construir nada real y sólido cuando todo lo existente se había sustentado sobre una mentira. Sonrió de medio lado para sí misma, con una mezcla de ironía y resignación. Le había valido la pena, aunque ahora sintiera que se estaba ahogando por dentro. El haber estado entre sus piernas, aunque solo hubiera sido una vez, el poseerla con todo su ser, bien valía el infierno en el que pronto se iba a hundir. Al menos caería con un recuerdo agradable en la mente. Sus pensamientos se vieron interrumpidos por el sonido de otro par de pasos que venía en su dirección. En aquella parte del pasillo la luz era aún más mortecina, por lo que poco o nada podía vislumbrar desde donde se encontraba. Una silueta oscura parecía atisbarse al otro lado, ocupando todo el arco de la curva que iba hacia la salida a los patios. Fate aguardó bajo la luz, inmóvil, notando cómo la oscura mancha se iba acercando a ella de forma gradual, conformándose en una forma humana cuanto más se aproximaba. Reconoció a una mujer cuya respiración jadeante y entrecortada era tan brusca que casi le salía vaho de la boca. Distinguió los grandes y pesados brazos que parecían troncos de árbol, caídos a los lados como pesos muertos, el inexistente cuello y la chata cabeza, que parecía haber sido golpeada hasta encajar en su lugar. La figura se detuvo a pocos pasos de ella, mostrándose tres veces más grande y al menos cien kilos más pesada que Fate. Intercambiaron una larga mirada silenciosa, unos momentos de reconocimiento en los cuáles parecieron estudiarse la una a la otra, o al menos, Fate lo hacía, porque la gigante que tenía frente parecía no estar muy segura de estar en el lugar adecuado en el momento preciso. Lucía grandes ojeras bajo sus ojos vacuos que no mostraban indicios de enfocar demasiado bien, y su orondo cuerpo se bamboleaba adelante y atrás. Resultaba evidente que no estaba en pleno uso de todas sus facultades. Sus brazos, vistos ahora bajo el foco, lucían marcas que sin duda habían sido provocadas por pinchazos de jeringuilla. Pareciendo notar que su interlocutora la miraba, la mujer sacudió apenas la cabeza y centró en Fate toda su atención. Testarossa dio un confiado paso atrás cuando la vio alzar una de aquellas manazas y trastear entre los pliegues de la camisa desabotonada que llevaba puesta sobre el uniforme reglamentario de la cárcel. Sus dedos como salchichas revolvieron hasta dar con algo pequeño y manejable que sostuvo en su palma. Alzó la cara y miró a Fate con una atroz expresión de triunfo en el semblante. Su sonrisa de dientes roídos causaba escalofríos, no obstante, Testarossa se limitó a tensar los músculos y encararla de frente.
- Muy bien… –masculló Fate, con la mandíbula tensa y sin casi separar los dientes– Veamos qué es lo que tienes.
El pasillo quedó totalmente a oscuras cuando la pesada presa emitió un gruñido y se abalanzó sobre ella.
…
Me encontraba atrincherada en mi enfermería, dándole vueltas a la cabeza sobre todo lo que había ocurrido mientras revisaba la cantidad de fármacos y frascos almacenados y los comparaba con la planilla que tenía en las manos. La verdad, poco me importaba si la cantidad de cajas de aspirinas etiquetadas coincidía con el historial de suministros, pues en aquel momento toda mi atención estaba puesta en la puerta entornada que tenía detrás de mí. Estaba tan furiosa con Fate, esa asno arrogante, que esperaba de todo corazón que apareciera lo más pronto posible, con esa sonrisa torcida suya, dispuesta a arreglar aquel malentendido. Desde el punto de vista profesional, casi podía entender que sintiera cierto reparo, e incluso temor a dejarme descubrir los motivos por los que tenía esa dichosa cicatriz que de repente se había interpuesto entre nosotras, como un muro invisible que no podíamos franquear. Pero visto desde la parte de la mujer que era… ¿Acaso tendría aquello algo que ver con las misteriosas causas de su encarcelamiento? ¿Se había hecho aquella marca al ser detenida, por ofrecer resistencia? ¿Quizá había atacado a alguien y había sido su víctima la que le había marcado para defenderse? Y en caso de que esta última hipótesis fuese la verdadera, ¿qué podría haberle hecho a una persona que ocasionara semejante ataque defensivo? Un escalofrío me recorrió la espalda y sacudí la cabeza. Una cosa era que su actitud no me hubiese gustado, incluso estaba en mi derecho de sentirme molesta por haberla oído decir que, si no íbamos a hacer nada, se pondría con el inventario. Como si la única razón que la moviera para verme, como si el único motivo por el cual deseaba mi compañía fuera el mero placer físico. Pero de ahí a pensar que escondía algo malo, que había algo oscuro y peligroso en ella, no. Conocía a Fate, a pesar de que ella se había esforzado en lo contrario, yo sabía cómo era, que no me haría ningún daño. Puede que mostrase esa faceta de jefa dura a todas las demás y que tuviera atados en corto incluso a los alguaciles. Pero a mí no me engañaba. Me sentí repentinamente más animada, e incluso me ruboricé un poco al pensar, soñadora, que aquella había sido nuestra primera pelea. Con una risita propia de una adolescente, bajé un escalón de la escalera portátil que usaba para revisar los estantes altos y entorné los ojos. Algo no me cuadraba en aquella parte del dispensario. Pasé las hojas de la planilla y revisé bien la caja que tenía delante. Faltaban al menos cuatro frascos de morfina. Si yo los hubiera usado, el hecho habría quedado reflejado. Me bajé del todo y corrí al ordenador, pulsando mi clave y entrando a la hoja de cálculo donde llevaba el registro pertinente de las medicinas y los recursos usados. Allí estaba el número total de ampolletas de morfina que debían permanecer en el estante, no obstante, faltaban algunas, sin razón lógica aparente. Saqué el busca y me dispuse a llamar a Yuuno, el cual llevaba todo el día ausente. Los únicos momentos en que le había visto, su nerviosismo era patente y apenas había cruzado unas secas palabras conmigo. No había marcado la extensión completa cuando un sonido procedente del exterior me distrajo. Acudí a la ventana desde la que se veía el patio y me quedé totalmente sin habla. Las rejas estaban abiertas de par en par y al menos una docena y media de policías las custodiaba a ambos lados, formando un pasillo a través del cual entraron dos coches oficiales con las sirenas puestas. Las luces rojas de emergencia que estaban situadas tanto en la enfermería, como en los pasillos y demás zonas comunes comenzaron a parpadear y emitir pitidos agudos. Confundida, me acerqué a la puerta y oí los cierres metálicos de las celdas caer todos a la vez. No entendía por qué se tomaba aquella medida, pensada para que en caso de fallo de la reja o alguna de las puertas colindantes, todas las presas quedaran de inmediato custodiadas, sin posibilidad de una fuga en masa. Vi pasar a los alguaciles a todo correr, sin que ni siquiera parecieran verme o reparar en mi presencia. La puerta que daba al corredor principal se abrió y los agentes que habían bajado de los coches entraron en tropel por ellas. Hubo varios momentos de confusión, gritos e insultos por parte de las reclusas, que golpeaban sus celdas y proferían en palabras malsonantes contra aquellos policías. Después, todo sucedió demasiado rápido como para que yo pudiera registrarlo en su totalidad. Inesperadamente los agentes se dividieron, tomando el control del penal por los cuatro costados. Comenzaron a intercambiar mensajes cifrados por sus walkies, aparentemente poniéndose de acuerdo en algo. Instantes después, cinco hombres que venían del módulo de máxima seguridad, entraron al pasillo central. Traían a alguien que no paraba de removerse y de gritar. Entre todos lo inmovilizaron, formando un corrillo a su alrededor hasta dejarle arrodillado entre ellos. Cuando uno de los agentes se movió a la derecha para hablar con el que a todas luces era su superior, pude por fin ver el rostro del retenido. Era Yuuno. Me sentí impulsada a dar un paso al frente, trasponiendo las jambas desconchadas de la puerta de la enfermería. Estaba de acuerdo en que Yuuno no era para nada santo de mi devoción, ¿pero de qué trataba toda aquella charada? ¿Por qué motivo estaban deteniendo al médico de prisión como si fuera un vulgar criminal? La alguacil que se empeñaba en llamarme doctora fue la primero en notar mi presencia, e intentó empujarme nuevamente dentro de la enfermería, no sé si para protegerme de un posible ataque o para que me quitara de en medio. El caso es que la ignoré por completo y di un paso más, dispuesta a pedirle cuentas a la agente de policía que parecía estar al mando de toda aquella alocada situación. Abrí la boca justo al mismo tiempo que ella, que habló para alguien que, al parecer, se encontraba a mi espalda.
- Situación bajo control, subinspectora. –dijo– La infiltración queda oficialmente concluida. Buen trabajo.
La vi sacarse una placa brillante del bolsillo y lanzarla hábilmente por el aire, al mismo tiempo que otro de los agentes desenfundaba una llamativa pistola plateada que brilló bajo la luz del pasillo. Desconcertada, me di la vuelta justo a tiempo para ver como la Jefa, Fate Testarossa, tomaba ambos objetos y se hacía poseedora de los mismos. Abrí los ojos como platos, mientras ella, con la mirada parcialmente cubierta por su rebelde flequillo rubio, bajaba la vista al suelo, incapaz de mirarme a la cara.
