Harry Potter pertenece a J.K. Rowling.
Solo nos pertenecen los OC.
La Pirata de los Cielos
40: Hogsmeade y enterándose de algunas cosas.
El profesor Lupin comunicó a Dumbledore y al profesor Snape, sobre el Boggart de Céline. Creyó que ellos deberían de saberlo. No tanto saber la identidad del enmascarado, sino conocer los temores de la chica.
Especialmente, porque hablábamos sobre Albus Dumbledore y él debía de conocer cada.
—Armadura de bronce y mascara negra... no parece tratarse de un Mortífago —gruñó Dumbledore. Era obvio que aquel personaje, pertenecía al universo del cual venía Céline. Un mundo lleno de piratas, Vikingos y quien sabe cuánto más. Claramente, ella deseaba volver a su universo y él lo sabía, pero necesitaba encontrar alguna forma de mantenerla aquí y no solo por el hecho de que fuera absolutamente necesaria, para derrotar a Voldemort, sino por su propio error de cálculo: Al traerla de vuelta, ciertos documentos dentro de Gringotts y del Departamento de Herencias del Ministerio de Magia, fueron modificados y ahora estos documentos decían, que Céline era la heredera Potter con todas las obligaciones y derechos que conllevaba, así que era necesario tener a la chica de su parte, para seguir teniendo la asiento más importante de su parte dentro del Wizengamot. — ¿Y ella te dijo quién era?
—No lo hizo, director —dijo el siempre confiable Remus. Si ella se lo hubiera dicho a él, entonces Dumbledore ya lo sabría, debido a la ciega confianza de Remus Lupin en el director.
Si había algo que Albus Dumbledore odiaba, era un misterio. Él deseaba en todo momento, saberlo todo sobre aquello que lo rodeaba. Él siempre deseaba tener toda la información y luego soltarla a cuenta gotas, hacía aquellos que confiaban en él. No le gustaba que otros supieran cosas y él no.
Por esto mismo, odiaba con toda su alma a Céline Potter.
Desconocía completamente en dónde estaba la confianza de Céline Potter y sabía que ella solo asistía a Hogwarts, por...
¿Por qué una princesa pirata asistía a Hogwarts?
¿Por la emoción, el deseo de aventuras? No. Eso era imposible o sería una Gryffindor.
¿Por el conocimiento? De ser así, entonces sería una Ravenclaw.
Si fuera por compañerismo, estaría en Hufflepuff...
Frunció el ceño. Pensar en Slytherin, lo llevaba a pensar en Tom y eso solo lo llevaba a pensar en terrorismo. Pero tenía que ver, más allá.
Y, sin embargo, por su cabeza no pasaba realmente, aquello que llevó a Céline Potter, a quedar en la casa de las serpientes.
Slytherin era la casa de la Ambición, la astucia, la determinación, el ingenio y la auto-preservación.
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En muy poco tiempo, la clase de Defensa Contra las Artes Oscuras se convirtió en la favorita de la mayoría.
Sólo Draco Malfoy y su banda de Slytherin criticaban al profesor Lupin: —Mira cómo lleva la túnica —solía decir Malfoy murmurando alto cuando pasaba el profesor—. Viste como nuestro antiguo elfo doméstico.
Pero a nadie más le interesaba que la túnica del profesor Lupin estuviera remendada y raída. Sus siguientes clases fueron tan interesantes como la primera. Después de los Bogart estudiaron a los gorros rojos, unas criaturas pequeñas y desagradables, parecidas a los duendes, que se escondían en cualquier sitio en el que hubiera habido derramamiento de sangre, en las mazmorras de los castillos, en los agujeros de las bombas de los campos de batalla, para dar una paliza a los que se extraviaban. De los gorros rojos pasaron a las kappas, unos repugnantes moradores del agua que parecían monos con escamas y con dedos palmeados, y que disfrutaban estrangulando a los que ignorantes que cruzaban sus estanques.
Las otras clases, ya no parecían tan animadas y parecía que aquella clase, que iba a llevarse el premio a la peor, era sin lugar a dudas Pociones. Snape estaba aquellos días especialmente propenso a la revancha y todos sabían por qué. La historia del Bogart que había adoptado la forma de Snape y el modo en que lo había dejado Neville, con el atuendo de su abuela, se había extendido por todo el colegio. Snape no lo encontraba divertido. A la primera mención del profesor Lupin, aparecía en sus ojos una expresión amenazadora.
A Neville lo acosaba más que nunca.
Alex también aborrecía las horas que pasaba en la agobiante sala de la torre norte de la profesora Trelawney, descifrando símbolos y formas confusas, procurando olvidar que los ojos de la profesora Trelawney se llenaban de lágrimas cada vez que lo miraba.
Al pelirrojo heredero Potter, no le podía gustar la profesora Trelawney, por más que unos cuantos de la clase la trataran con un respeto que rayaba en la reverencia. Parvati Patil y Lavender Brown habían adoptado la costumbre de rondar la sala de la torre de la profesora Trelawney a la hora de la comida, y siempre regresaban con un aire de superioridad que resultaba enojoso, como si supieran cosas que los demás ignoraban.
A nadie le gustaba realmente la asignatura sobre Cuidado de Criaturas Mágicas, que después de la primera clase tan movida se había convertido en algo extremadamente aburrido. Hagrid había perdido la confianza. Ahora pasaban lección tras lección aprendiendo a cuidar a los gusarajos, que tenían que contarse entre las más aburridas criaturas del universo.
— ¿Por qué alguien se preocuparía de cuidarlos? —preguntó Ron tras pasar otra hora embutiendo las viscosas gargantas de los gusarajos con lechuga cortada en tiras.
—Si Malfoy no fuera una mocosa buena para nada, estaríamos viendo quien sabe qué criatura interesante y útil para los TIMOS, Weasley. Puedes agradecerle a Malfoy por las clases más seguras e instructivas, sobre Gusarajos —dijo Céline.
Draco enfureció ante el insulto de Céline a su persona y por poner en duda su género; solo para encogerse de miedo, ante las miradas de los demás.
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Con la llegada del primer fin de semana de octubre, llegó también, la primera excursión a Hogsmeade y para furia de Draco Malfoy, así como alegría de Tracy Davies y Alex Potter... Céline Volkova y Daphne Greengrass, iban agarradas del brazo y hablando animadamente.
Vieron McBloom y McMuck, Daphne se cruzó de brazos, ante cuan infantiles eran su novia y su mejor amiga, cuando entraron a la Tienda de Plumas Scrivenshaft y salieron, la una (Céline) con una pluma de tinta arcoíris y la otra (Tracy) con una pluma de chicle de mora. Vieron desde fuera la tienda de Calderos de Potage, muchos estudiantes, sin importar su edad, entraban en la tienda de caramelos Honeydukes; nadie en sus más locos sueños, se acercaría a Suministros de fontanería Vladimir Plot y especialmente, nadie se acercaría a la Casa de los Gritos.
Bebieron y comieron algo, en las Tres Escobas, por ser más higiénico que Cabeza de Cerdo. Vieron desde lejos la tienda de Té de Madame Pudipié, que era demasiado rosa, para cualquiera de las tres Slytherin.
Las Tres Escobas estaba calentito y lleno de gente, de bullicio y de humo. Una mujer guapa y de buena figura servía a un grupo de pendencieros en la barra. Céline y Daphne se dirigieron a la parte trasera del bar; donde quedaba libre una mesa pequeña, entre la ventana y un bonito árbol navideño, al lado de la chimenea. Tracy regresó cinco minutos más tarde con tres jarras de caliente y espumosa cerveza de mantequilla. — ¡Felices Pascuas! —dijo levantando la jarra, muy contento.
Céline bebió hasta el fondo. Era lo más delicioso que había probado en la vida, y reconfortaba cada célula del cuerpo.
Una repentina corriente de aire lo despeinó. Se había vuelto a abrir la puerta de Las Tres Escobas. El profesor Flitwick y la profesora McGonagall acababan de entrar en el bar con una ráfaga de copos de nieve. Los seguía Hagrid muy de cerca, inmerso en una conversación con un hombre corpulento que llevaba un sombrero hongo de color verde lima y una capa de rayas finas: era Cornelius Fudge, el ministro de Magia.
Vieron las patas de cuatro sillas que se separaban de la mesa de al lado, y oyó a los profesores y al ministro resoplar y suspirar mientras se sentaban. Luego vio otro par de pies con zapatos de tacón alto y de color turquesa brillante, y oyó una voz femenina: —Una tacita de alhelí...
—Para mí —indicó la voz de la profesora McGonagall.
—Dos litros de hidromiel caliente con especias...
—Gracias, Rosmerta —dijo Hagrid.
—Un jarabe de cereza y gaseosa con hielo y sombrilla.
—¡Mmm! —dijo el profesor Flitwick, relamiéndose.
—El ron de grosella tiene que ser para usted, señor ministro.
—Gracias, Rosmerta, querida —dijo la voz de Fudge—. Estoy encantado de volver a verte. Tómate tú otro, ¿quieres? Ven y únete a nosotros...
—Muchas gracias, señor ministro.
— ¿Qué le trae por estos lugares, señor ministro? —dijo la voz de la señora Rosmerta.
Alex vio girarse la parte inferior del grueso cuerpo de Fudge, como si estuviera comprobando que no había nadie cerca. Luego dijo en voz baja: — "¿Qué va a ser; querida? Peter Pettigrew".
— ¿Cree que Black sigue por la zona, señor ministro? —susurró la señora Rosmerta.
—Estoy seguro —dijo Fudge escuetamente.
— ¿Sabe que los Dementores han registrado ya dos veces este local? —dijo la señora Rosmerta—. Me espantaron a toda la clientela. Es fatal para el negocio, señor ministro.
—Rosmerta querida, a mí no me gustan más que a ti —dijo Fudge con incomodidad—. Pero son precauciones ne cesarias... Son un mal necesario. Acabo de tropezarme con algunos: están furiosos con Dumbledore porque no los deja entrar en los terrenos del castillo.
—Menos mal —dijo la profesora McGonagall tajantemente. —¿Cómo íbamos a dar clase con esos monstruos rondando por allí?
—Bien dicho, bien dicho —dijo el pequeño profesor Flitwick, cuyos pies colgaban a treinta centímetros del suelo.
—De todas formas —objetó Fudge—, están aquí para defendernos de algo mucho peor. Todos sabemos de lo que Pettigrew es capaz... Casi nos engañó a todos, luego de matar a esa docena de Muggles, casi enviamos a uno de nuestros mejores Aurores a prisión. Black se salvó solo gracias al Veritaserum. Logramos encontrar a Pettigrew, solo cuando pedimos refuerzos a Potter y Black. Y ahora, ese bastardo está rondando esto, buscando a los hermanos Potter.
Minerva suspiró. —. Los Potter no ignoraban que Ryddle iba tras ellos. Dumbledore, que luchaba incansablemente contra Ryddle, tenía cierto número de espías. Uno le dio el soplo y Dumbledore alertó inmediatamente a James y a Lily. Les aconsejó ocultarse. Bien, por supuesto que Ryddle no era alguien de quien uno se pudiera ocultar fácilmente. Dumbledore les dijo que su mejor defensa era el encantamiento Fidelio.
— ¿Cómo funciona eso? —preguntó la señora Rosmerta, muerta de curiosidad.
El profesor Flitwick carraspeó. —Es un encantamiento tremendamente complicado —dijo con voz de pito —que supone el ocultamiento mágico de algo dentro de una sola mente. La información se oculta dentro de la persona elegida, que es el guardián secreto. Y en lo sucesivo es imposible encontrar lo que guarda, a menos que el guardián secreto opte por divulgarlo. Mientras el guardián secreto se negara a hablar, Ryddle podía registrar el pueblo en que estaban James y Lily sin encontrarlos nunca, aunque tuviera la nariz pegada a la ventana de la salita de estar de la pareja.
— ¿Así que Pettrigrew era el guardián secreto de los Potter? —susurró la señora Rosmerta.
—James Potter le dijo a Dumbledore que Black daría su vida antes de revelar dónde se ocultaban, y que Black estaba pensando en ocultarse él también... Entonces, James y Sirius hicieron su típico jueguecito: Harían una pantomima, para hacer creer a todos, que Sirius era el Guardián Secreto, aun así, Dumbledore seguía preocupado. Él mismo se ofreció como guardián secreto de los Potter. Pasó el tiempo, el Fidelio cayó, los Potter sobrevivieron de milagro y se fueron a vivir a Paris. —McGonagall apretó los labios —Confiaron en Dumbledore y él condenó a la primogénita de James y Lily, casi convirtiéndola en una Obscurial, se fue a vivir a una dimensión no muy distinta a la nuestra, hasta que logramos traerla de vuelta y comenzó a asistir a Hogwarts, junto a su hermano menor: Alexander Potter.
Los hermanos y sus amigos, salieron de las Tres Escobas, cuando y como pudieron, con muchas cosas en la cabeza.
Pero Céline había decidido, entrenar a su novia y su amiga, en magia de combate.
