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Rin estaba en el baño terminando con su aseo matutino; había lavado su rostro y tallado sus dientes. Se miró al espejo y se percató que no había rastro de ojeras. Sorprendentemente había dormido mejor de lo que había esperado. Incluso había despertado un poco más tarde de lo usual.
Los grandes ojos cafés bajaron, para darse cuenta que ahí se encontraba el cepillo de dientes y el frasco de pasta de Sesshōmaru. Era extraño para Rin el ver que de alguna manera sus cosas personales se mezclaban con las de él. Pero suponía que era cuestión de tiempo para terminar acostumbrándose a ese tipo de detalles.
—¿Señora, ya ha despertado? —preguntó Kanna con voz calmada y prudente.
—Sí. —Salió del baño—. Pasa, por favor.
La albina no tardó en abrir la puerta e introducirse en la recámara, para recibir las órdenes del día.
—¿Ha descansado bien, señora?
—Sí. —Le sonrió a la muchacha de ojos negros—. ¿Y tú, Kanna?
La nombrada abrió sus ojos de par en par, pero esa linda expresión de asombro duró muy poco volviendo a lo que parecía ser su estado natural.
—Bien. Gracias por preguntar, señora.
Rin alzó la ceja bastante confusa, ya que lo poco que había visto ayer parecía que existía ciertas libertades. A menos que solo fuera entre los hombres, algo que tampoco le extrañaría.
—¿Qué vestido desea ponerse hoy, señora? —cuestionó la joven albina al momento que se dirigió hacia el ropero.
—El que sea, no hay mucha diferencia entre uno y otro.
Kanna cogió el que pareció agradarle más, aunque los atuendos no eran atractivos a la vista. La mayoría eran negros, mientras los demás eran de tonalidades oscuras y opacas. Sin olvidar que eran bastante sencillos. Después de todo, su economía no dio para darse ningún tipo de lujo y tampoco lo buscó.
Rin se quitó el camisón para dormir, para empezar a colocarse la camisa y los calzones. Kanna no tardó en llegar a su lado y le entregó las medias negras. Enseguida la chica cogió el corsé, lista para ponérselo tan rápido terminara con su tarea.
—Veo que tienes práctica con esto —trató de sacarle plática a la muchacha albina.
—Suelo ayudar a mi hermana a vestirse —le hizo saber sin problema alguno.
—Ya veo. —Rin respiró profundo, preparándose para colocarse la prenda más molesta de todas—. Adelante, Kanna.
La chica obedeció y se dispuso a ponerle el corsé con total maestría, reafirmando una vez más que la experiencia estaba ahí. Incluso lo hacía muchísimo mejor que Victoria.
—¿El señor ya se levantó? —indagó con intención de quitarse la curiosidad.
—Sí —respondió la albina mientras ajustaba un poco más las cintas del corsé, provocando que las ballenas rechinaran—. El señor siempre madruga, para empezar su labor en el campo.
—¿Qué tan temprano?
—Entre las cuatro y media o cinco de la mañana —le hizo saber, al momento en que empezó a colocarle las enaguas.
—¿Y desayuna antes de irse? —siguió con el interrogatorio.
—Sí.
Rin se quedó callada al haber obtenido información que consideraba importante. Al menos para saber cómo se manejaban las cosas en la residencia. Y no había duda que todo giraba alrededor de las acciones de Sesshōmaru.
—No se preocupe, señora.
Rin viró su atención a la chica que ya tenía la falda negra entre sus manos.
—Dudo mucho que el señor quiera imponerle su rutina.
La castaña recogió sus enaguas para ponerse la falda del vestido, y con ello facilitarle el trabajo a la joven sirvienta.
—¿Y qué te hace creer que me preocupa? —inquirió curiosa.
—Bueno… —Kanna parpadeó un par de veces, al verse atrapada en una conversación que podría tornarse incómoda—. Es que…
—Supongo que es porque soy de ciudad —rio divertida.
—Lo lamento —se disculpó con la cabeza baja—. Hablé de más, señora.
—No hay nada que disculpar, es una plática normal entre dos mujeres —le sonrió con calidez a la chica—. Lo que hablemos en esta habitación aquí se queda. Así que puedes ser todo lo sincera que quieras en estas cuatro paredes.
Rin se percató de que las pálidas mejillas de la muchacha ahora estaban teñidas de carmín, algo que le hizo enternecer. E internamente creyó que podría tener una relación saludable y estrecha con la chica de los profundos ojos negros.
—Mejor terminemos de arreglarme, no quiero retrasarme más —le sonrió a la sirvienta.
Al terminar de colocarse la última prenda y su calzado, Rin se dirigió hacia el tocador, para hacerse su acostumbrado chongo en su cabeza. Asimismo, Kanna se encargó de guardar el camisón y tender la cama.
—¿Planea desayunar aquí o bajará al comedor, señora? —preguntó la joven criada sin dejar de hacer su trabajo.
—Si el señor ya desayunó, no tiene caso de que se use el comedor —le hizo saber a la criada—. Pero tampoco planeo seguir aquí encerrada. Así que podría hacerlo en la cocina. Claro, si es que se puede.
Kanna se detuvo y dirigió su oscura mirada hacia el espejo, viéndola por ese medio. Aunque su expresión era igual de tranquila, había un pequeño rastro de perplejidad.
—¿En la cocina? —indagó, como si lo que hubiera escuchado no fuera real.
—¿No se puede? —Giró y apoyó su mano sobre el respaldo de la elegante silla con hermosos decorados dorados.
—Claro que puede, señora… —Kanna desvió la mirada—. Si eso es lo que quiere.
—No te ves muy segura de tu respuesta, Kanna. —La observó con mucha más intriga—. Si pasa algo al respecto, me gustaría saber. No quiero incomodar a nadie que trabaje en esta casa.
—No incomodará a nadie, señora. —aseguró—. Pero no sé si eso le agrade al señor.
«Así que se trataba de eso», pensó Rin.
—Si hay algún problema con el señor me haré cargo. Al final, es mi decisión —dijo con total tranquilidad.
—Está bien, señora.
—Y Kanna, te quiero pedir dos favores.
—Dígame.
—Me gustaría que me dieras acceso a una pluma y un tintero —asintió Kanna a sus palabras—. Y que, por favor, deja de decirme señora con cada oración que pronuncias —le pidió amablemente.
—No puedo hacer eso, señora —respondió al instante.
—Entiendo que debes de «tenerme» respeto por ser la esposa de. Pero, al menos, cuando estemos a solas podrías evitarlo —suspiró fastidiada—. O al menos que después de ese «señora» venga mi nombre.
—Ah…
La joven criada no se veía muy convencida de sus palabras, pero esperaba que cediera un poco. Si bien, Victoria también le llamó con mucho respeto, había momentos en que se tuteaban sin problema alguno. Eso hacía sentir a Rin que había confianza y que el trato iba más allá de un contrato de empleador y empleado.
—Al menos inténtalo. Y, si aun así no te sientes a gusto, puedes seguir llamándome señora.
—Está bien.
—Gracias.
Rin volvió a su posición original, para terminar de colocar los broches para sujetar su rebelde cabello en el compacto chongo.
Luego de terminar ambas salieron de la recámara y se encaminaron al primer piso, siendo Kanna la que llevaba unos pasos por delante, al fungir como su guía en lo que era su nuevo hogar. Mientras ella se limitaba a observar con mucha más atención cada rincón de la mansión. Al empezar a descender por las escaleras se percató de un enorme cuadro que tenía el retrato de la condesa y madre de su esposo.
Rin nunca había tratado a la condesa, hasta que se oficializó su relación con Sesshōmaru. Ya que ella solo la había llegado a ver a lo lejos a la refinada dama cuando hacía acto de presencia por las calles de Londres.
Asimismo, cuando la conoció por fin frente a frente, tampoco es que hubiera tenido mucho contacto con Rin. Era una mujer intimidante y no mostró mucho interés en ella, a pesar que sería la esposa de su único hijo. Sólo recordaba lo que le dijo a su vástago cuando las presentaron.
«Da gracias a Dios que se parece a la madre.»
Algo que le había causado algo de gracia. Porque si bien, su padre no era un hombre feo, tampoco destacaba en nada físicamente. Y, al mismo tiempo, le pareció curioso, porque eso daba a entender que la noble dama había conocido a su madre. Tal vez de vista o quizás habían cruzado un saludo alguna vez. Pero si había dicho con tanta certeza aquellas palabras, es que el encuentro fue algo sustancial como para que la condesa recordara la apariencia de su mamá.
—¿Señora? —la llamó Kanna, al ver que se quedó quieta a mitad de las escaleras—. ¿Pasa algo?
—¡Ah! —sonrió apenada—. No, nada.
Rin aceleró su andar y alcanzó a la chica de ojos profundos, y dieron entrada a lo que era el comedor. Y no pudo evitar el sorprenderse, ya que era más grande de lo que pudo imaginarse. Aparte que la mesa parecía estar hecha de la más fina madera. Si bien, ella no sabía mucho de ese tipo de cosas, podía asegurar que el trabajo era exquisito y que ese pedazo de tabla debería pesar demasiado.
Pero no se entretuvieron ahí, porque cruzaron las dos grandes puertas que daban a la cocina. En dónde se encontraron con las dos mujeres que había conocido ayer.
«Kaede y Kagura», recordó los nombres.
Sin embargo, no eran las únicas, ahí también se encontraba una hermosa pelirroja que poseía dos brillantes esmeraldas como ojos, y la cual cargaba a un niño de quebradizos cabellos negros y ojos azules.
—Buenos días —saludó a las mujeres con amabilidad.
—¡Buenos días! —corearon Kaede, la pelirroja y el pequeño niño.
—¿Ha descansado bien, señora? —preguntó la anciana.
—Sí, gracias —le sonrió a la mujer.
—Con permiso —dijo la pelinegra que salió del lugar ignorándolas.
Rin vio de reojo a Kagura, la cual parecía bastante apática. No podía decir que era igual a Kanna, porque si bien ésta era bastante seria, trasmitía tranquilidad y ser una chica bastante educada. Por lo tanto, poseían caracteres muy diferentes o tal vez la hermana mayor había amanecido de mal humor.
—No le preste atención, señora. —La pelirroja se acercó a Rin con una flamante sonrisa en su rostro—. Tenía tantas ganas de conocerla. No podía creer cuando mi esposo me dijo que el señor Sesshōmaru volvió casado.
—¡Ayame, no sea tan empalagosa con la señora! —la regañó Kaede.
—¿Su esposo? —cuestionó al no saber a quién se refería.
O quizás sí, porque el niño que estaba en los brazos de la mujer, se parecía demasiado al pelinegro de ojos azules que estaba al lado del hermano de Kanna el día de ayer.
—¡Ay, que maleducada soy! —Dio dos pasos hacia atrás, se irguió por completo y carraspeó la garganta levemente—. Mi nombre es Ayame Peige, soy la esposa de Kōga Peige el capataz de este lugar. Es placer conocerla señora Devington.
«Señora Devington», pronunció Rin internamente.
Rin sonrió algo forzada al recordar que ese era su nuevo apellido. Era bastante extraño de escuchar. Después de años de haber vivido bajo el nombre de su padre, y del cual Rin aseguró que poseería hasta su último día de su vida.
«La vida era bastante irónica», pensó ella.
—Un placer conocerla, señora Peige —respondió el saludo con sinceridad.
—Sólo Ayame, señora —le pidió con una sonrisa de oreja a oreja.
—¡Io toy Kai! —se presentó el pequeño crio con emoción.
Rin miró al niño con infinita ternura al notar que él quería ser parte de la plática. A lo que ella no se podía negar.
—Un gusto en conocerlo, señorito Kai. Yo soy Rin. —Le extendió su mano para saludarlo. A lo que pequeño asintió al cogerla con sus dos pequeñas manitas.
—¡Lin! —pronunció contento.
—Se dice Rin, cariño —le corrigió su madre con una sonrisa.
—Lin. —Infló los mofletes al ver que lo había pronunciado mal de nuevo.
Rin rio al ver al niño con esa tierna actitud, y se limitó en acariciar la melena rebelde del niño.
—Su hijo es muy adorable —expresó Rin.
—Muchas gracias, señora —sonrió la orgullosa madre—. Me gustaría que fueran siempre así. Pero los niños crecen y se vuelven insoportables —resopló con cansancio.
—¿Tiene más hijos?
—Sí, dos más —rio—. Pero en este momento están estudiando, o eso quiero creer…
—Ayame, cállate —le dijo Kanna, quien intervino a la charla—. Y deja que la señora tome su desayuno.
—¡Ay, lo siento! No sabía… —se disculpó al instante.
—No, no hay problema. —Alzó sus dos manos en señal de calma—. Me alegro de conocerla a usted y a su hijo.
—Señora, enseguida llevamos sus alimentos al comedor —le informó Kaede.
—No hay necesidad, desayunaré aquí.
Al igual que pasó con Kanna en su habitación, las mujeres presentes la miraron extrañadas ante sus palabras. Pero para ella era algo normal, ya que por lo general sus comidas siempre eran en compañía de Victoria, y las dos disfrutaron de hacerlo en la acogedora cocina.
—A menos que les incomode mi presencia…
—No, para nada señora. Aquí estamos para cumplir sus mandatos —dijo sin dudar la anciana.
—Entonces le dejamos desayunar, señora —dijo Ayame, que cogió una gran bolsa.
—No hay necesidad que se vayan —le aclaró Rin a la joven madre.
—Tengo algunas cosas que hacer, señora —le notificó—. Realmente ni debería estar aquí. Pero las ganas de verla fueron más —rio—. Me dio gusto conocerla. Y quizás la vea por la tarde.
—El placer fue mío, Ayame y Kai.
Ayame con el niño en un brazo y la bolsa en su mano libre se despidió de ella con una amable sonrisa y una reverencia.
—Tome asiento, señora —le pidió Kanna, que había liberado y limpiado el lugar donde desayunaría.
—Gracias, Kanna —tomó asiento.
Kanna no tardó en colocar el plato que le había entregado Kaede, junto con una bandeja de pan tostado.
—¿Desea jugo o café, señora? —la cuestionó Kaede.
—Jugo está bien, gracias.
La mujer no tardó en servirle un vaso de jugo de naranja recién exprimida. Para entregárselo directamente a Rin.
—¡Gracias! —sonrió amable.
—Para servirle, señora.
Rin se centró en el rebosante plato que estaba compuesto de un par de huevos fritos, bacon, salchichas, champiñones, tomates, judías y un poco de puré. Y lo único que se le cruzó por la cabeza fue si sería capaz de terminarse todo eso. Desde hace un par de años, su alimentación había sido limitada. Por lo tanto, su cuerpo se acostumbró a comer poco. Y su físico podía dar constancia de ello al tener una clavícula y costillas bastante pronunciadas.
—¿Le sucede algo, señora? ¿Algo no le ha agradado? —Kaede fue la que se dio cuenta de cómo observaba su plato sin tocarlo.
—No —sonrió a la mujer de cabellos canosos.
Así fue el desayuno de Rin, en total tranquilidad, solo escuchando los movimientos de Kaede, ya que Kanna se había retirado a hacer los deberes del día. Había querido sacarle plática la cocinera, para conocer un poco más del lugar. Pero prefirió callarse, no quería distraerla y retrasar su labor. No pretendía que por su culpa la regañaran.
Después de un rato, Rin terminó de dar el último trago a su jugo, para ver si con eso podía bajar un poco la comida que aun sentía en la garganta. Se había esforzado en no dejar nada, y no desperdiciar los alimentos que le habían brindado. Lo que menos buscaba era hacer sentir mal a Kaede.
—¿Le ha gustado, señora? —le preguntó la anciana.
—Sí, estuvo delicioso, señora Kaede.
—Me alegra escuchar eso —asintió orgullosa la mujer—. A partir de ahora puede pedirnos el menú que usted desee. Para mí será un placer el complacerla.
—Hmm… —No estaba muy segura de esas palabras.
—¿Qué le acongoja, señora?
—Es que no sé si eso pueda molestar a…
—Al señor Sesshōmaru no le importará —lo interrumpió—. A él le da igual, mientras lo llene.
—¿No es exigente con la comida? —preguntó intrigada.
—No —reafirmó—. Nunca lo ha sido, mientras el plato compense las energías que gastó trabajando lo demás no le importa.
—¡Oh!
—Así que no se preocupe por eso. Ahora que está aquí, quizás podamos probar una variedad más amplia de platillos.
—Bueno, yo tampoco sé mucho de comidas más que lo básico —confesó apenada.
—No importa, podemos investigar juntas, señora.
—¡Sería un placer! —exclamó entusiasmada—. Podría ayudarle, si me lo permite. No soy una experta, pero nunca está de más el aprender algo nuevo.
—Para mí sería un honor, señora —asintió la anciana con una amable sonrisa—. Quizás y su sazón despierte algo en el señor.
Rin prefirió no responder nada a esa última frase. Ya que, su emoción se había esfumado al instante. En ningún momento se le ocurrió sorprender al susodicho con sus «dotes» culinarios.
Finalizado su desayuno y la charla con Kaede, se dirigió hacia la sala principal en donde Kanna le dijo que estaría. Quería que la chica le siguiera mostrando el lugar que parecía ser infinito. Porque cada vez que volteaba hacia una parte algo nuevo aparecía a su vista. Pero al llegar, la joven sirvienta no estaba, pero sí el hermano de esta, que estaba sentado en el amplio sofá mientras leía el periódico.
—¡Buenos días, mi señora! —Hakudōshi dejó lo que estaba haciendo para levantarse y dirigirse a ella—. Es un placer el poder conocerla formalmente. Soy Hakudōshi Colin. —La cogió de la mano y depositó un pequeño beso en sus nudillos.
—El placer es mío, señor Colin.
—No, no, no —pronunció rápidamente—. Sólo Hakudōshi, esas formalidades no van conmigo.
—Bien, Hakudōshi.
—Así está mejor, mi señora —le sonrió galantemente—. Pero por favor, tome asiento —le ofreció caballerosamente.
—Gracias. —Se sentó, y el hombre no dilató en imitarla.
—Ayer hablé con Sesshōmaru, y me ha encomendado una agradable tarea.
—¿Qué clase de tarea? —cuestionó ella con curiosidad.
—Me pidió que le enseñara el manejo de este recinto. Es decir, demostrarle sus deberes como la señora de esta casa.
—Tengo entendido que la señorita Kagura es la que se encarga de eso. ¿Por qué no es ella la que me ilustra sobre mis responsabilidades?
—Mi hermana no es una persona apta para enseñar a nadie —escupió aquello con malicia—. Aparte, ella no tiene los conocimientos que yo sí.
—¿Es decir?
—Mi señora, la guiaré en su camino para administrar el dinero de este hogar.
—¿Administrar? —preguntó confusa.
—Sesshōmaru me comentó que usted administraba el consultorio de su padre, ¿no es así?
—Sí, pero…eran cantidades muy modestas.
—No importa. Ya tiene gran parte del trabajo resuelto —sonó bastante confiado en sus palabras—. Yo sólo estoy para que perfeccione sus habilidades y desarrolle el manejo del dinero como una profesional.
Rin no entendía a qué venía todo esto. No es que no quisiera hacerse cargo de sus deberes como señora de la casa. Al contrario, estaba más que dispuesta, ya que le gustaba ser alguien activo y apoyar al lugar en donde vivía. Pero el que quisieran darle esa clase de poder era un tanto extraño.
«¿Qué hombre querría que su esposa fuera autosuficiente?», esa pregunta se formuló en su cabeza.
Ella sabía en la sociedad en la que vivía, y que el lugar de las mujeres no era el más privilegiado. El rol de una esposa era atender a su marido y darle hijos.
No todos los hombres eran así, su padre era un ejemplo de ello. La había educado desde niña al enseñarle el mundo de los números y de la medicina. Lo que nunca pensó es que terminaría utilizando sus conocimientos cuándo su padre cayó en desgracia.
«Pero, ¿qué buscaba con esto Sesshōmaru? ¿La estaba probando? ¿O en verdad quería darle más valor a su rol como esposa?», se preguntó Rin agresivamente.
—¿Y él le comentó la razón de tal decisión? —Ella miró directamente a los ojos violetas, esperando que la respuesta que le diera no fuera mentira.
—La verdad es que no lo sé —fue franco—. Simplemente me dijo que lo hiciera y que usted tenía los conocimientos para afrontar tal tarea.
—Hmm…
—Veo que Sesshōmaru sigue siendo un enigma incluso para su esposa —expresó intencionalmente.
Rin prefirió ignorar las palabras del albino y no caer ante cualquier tipo de tentativa. No tenía ninguna intención de que su «relación» con su marido fuera un tema a discusión.
—Me disculpo por mi falta —dijo Hakudōshi—. No era mi intención incomodarla, ni mucho menos inmiscuirme en su matrimonio. Pero… —Desvió pensativo la mirada—. Ya que él la aceptó como su esposa, quiero creer que hay una razón muy fuerte de por medio.
—Volvamos al tema principal, por favor. —Rin prefirió dar esquinazo a ese tema tan personal.
—Claro, claro —sonrió el hombre con galantería—. Pero le recomiendo que tome esto como una señal de confianza por parte de Sesshōmaru. Si le ha asignado tal tarea es porque él cree en sus capacidades.
—Bien —respondió ella escuetamente—. ¿Y cuándo empezaríamos?
—Kanna me dijo que le está enseñando el lugar. Así que, podríamos empezar mañana si así gusta. ¿Qué le parece?
—Estoy de acuerdo.
—¡Excelente! —expresó alegremente—. Será un placer tenerla de mi alumna, mi señora.
—¡Gracias! —Rin no pudo evitar sonreír y sonrojarse por las agradables palabras del albino.
—En ese caso —Hakudōshi se levantó—, me retiro. Fue un placer el hablar con usted, mi señora.
—¿Ya se va?
—Por desgracia tengo algunas cosas que hacer —informó con pesar—. Si por mi fuera, sería yo mismo quien le mostraría este inmenso lugar.
—No se preocupe por mí, su labor es primero. Aparte, Kanna es una excelente guía —no dudó en adular a la joven albina.
—Me alegra que mi hermana sea de su agrado —sonrió complacido.
—Espero ser lo mismo para ella.
—No lo dude, mi señora. —No dudó en afirmarlo—. Ahora si me lo permite, me retiro.
—Que todo salga bien para usted. —Rin le deseó sincera suerte.
—Muchas gracias. —Hizo una reverencia—. La veo después.
Rin sólo pudo ver cómo el hombre partió hacia la entrada, y de esa manera quedándose sola en esa inmensa sala de estar.
—Será mejor que busque a Kanna. —Con esa idea se alzó y fue en busca de la criada.
• ────── ✾ ────── •
Sesshōmaru regresó al recinto junto con Kōga, ya que ambos habían recorrido los terrenos de palmo a palmo en busca de cualquier anomalía. Si bien, el capataz le había dicho que todo estaba en perfecto estado, él prefirió cerciorarse por sí mismo.
Los dos bajaron de los caballos y les entregaron las riendas a uno de los trabajadores que ya estaban esperando su llegada.
—¿Y al final sí iremos con Kirinmaru? —le preguntó el capataz.
—Sí.
—¿Realmente crees que es algo importante?
Sesshōmaru no respondió nada al llegar a la entrada en donde dos mujeres los esperaban. Una de ellas se trataba de la esposa de Kōga, Ayame. La otra era Kagura. Ambas mujeres les esperaban con un vaso de agua y una pequeña toalla. Esa era una visión cotidiana.
—¡Bienvenidos! —Ayame fue la primera en saludarlos, pero centrando toda su atención en su marido.
—¡Gracias, Ayame! —pronunció Kōga al coger la toalla y empezar a secarse el sudor—. ¿Y los niños?
Sesshōmaru ignoró la charla de la pareja y se limitó a seguir su recorrido siendo seguido por Kagura.
—¿Te fue bien? —le preguntó Kagura mientras le entregaba la toalla.
—¿La señora? —indagó mientras se limpiaba el sudor.
—Supongo que sigue recorriendo la casa junto a Kanna.
—Búscala —ordenó—. Estaré en el despacho.
Sesshōmaru le dio la toalla y cogió el vaso de agua de las manos de la pelinegra y se dirigió hacia su despacho.
En un par de zancadas ya se encontraba en el lugar y fue directamente hacia el escritorio. Cogió el llavero que llevaba consigo y abrió una de los cajones con cerrojo y sacó de allí otro juego de llaves. Las dejó sobre el escritorio y cerró de nuevo el cajón. Para terminar, se sentó en su amplia silla y bebió un par de tragos más de agua.
No pasaron más de un par de minutos hasta que se hizo presente un leve toque a las puertas.
—Pasa.
Una de las puertas se abrió y así se hizo presente la imagen de Rin, que no tardó nada en ingresar y acercarse hasta quedar enfrente del escritorio, mirándolo fijamente con esos grandes y expresivos ojos marrones.
—Bienvenido —lo saludó escuetamente.
Sesshōmaru la observó algo intrigado al ver que poseía una mirada resplandeciente, pero el semblante en general era escueto. No había ningún tipo de rastro de vida, era como si tuviera a una esfinge frente a él.
«Dos contrastes en un solo cuerpo», pensó Sesshōmaru.
—Siéntate —indicó. Y ella obedeció—. ¿Hablaste con Hakudōshi?
—Sí.
—¿Alguna duda?
—No.
—¿No?
—¿Tendría que tener alguna duda al respecto? —preguntó ella más por obligación que por inquietud.
Sesshōmaru se recargó en su asiento y se limitó a guardar silencio, fijando toda su atención en la mujer que tenía frente a él. Por alguna razón pensó que Rin lo cuestionaría sobre sus motivos. Pero ahí estaba aceptando sus mandatos sin rechistar.
—¿Qué le preocupa, mi señor? —Ahora fue ella quien cuestionó—. Parece que está insatisfecho con mis respuestas.
«¿Lo estaba?», se preguntó a él mismo.
—Así que cumplirás con tu papel sin más.
—Sí. —respondió ella sin saber muy bien que es lo que él buscaba. Su mirada daba señales de estar confundida—. Es lo que ha ordenado.
—Así que, si te digo que te desnudes ahora mismo, ¿lo harás?
Sesshōmaru por fin había obtenido una reacción vívida por parte de su esposa. Las largas pestañas aletearon un par de veces, los labios rosados y algo resecos se apretaron entre si hasta formar una línea recta y el esbelto cuerpo se estremeció ante sus palabras.
—Yo… —Nada más escapó de los labios de Rin.
—Si te estoy ordenando, tienes que cumplir. ¿No es esa tu lógica? —le riñó.
—Es mi esposo, mi deber es obedecerlo —titubeó un poco al hablar.
—¿Entonces lo harás? —Volvió a cuestionarla.
—Si es lo que quiere…
—Desnúdate —le ordenó.
Rin se levantó con rigidez demostrando que era algo que no deseaba hacer. Pero aun así lo haría porque así lo dictaminó su marido o mejor dicho su «dueño». Porque era así como ella veía a Sesshōmaru.
«Cualquier cosa», recordó Sesshōmaru.
Esas palabras estaban resonando en la cabeza de Sesshōmaru, tan real que pareciera que era la primera vez que las escuchaba. Y en eso entendió que Rin seguía con esa mentalidad. Ella no se veía como una esposa, sino como una cosa. Porque se había ofrecido como pago con tal de saldar las deudas del padre.
Rin llevó sus manos hacia su espalda y empezó a desabrochar los botones de la parte superior del vestido. Mientras tanto, Sesshōmaru seguía impertérrito en su lugar, observando de nuevo una gama de emociones en la mujer, pero el miedo no era uno de ellos.
Resignado ante el estúpido valor de su mujercita, Sesshōmaru se levantó y se dirigió hacia donde estaba la castaña. Se detuvo exactamente detrás de ella y cogió las pequeñas manos con las suyas, percatándose de la diferencia abismal de tamaños.
Sesshōmaru terminó de romper el espació entre sus cuerpos y agachó su cabeza al nivel de la ella. Sus labios rozaron la oreja de la joven mujer y exhaló suavemente sobre esta.
El cuerpo de Rin reaccionó con un pequeño espasmo que recorrió todo su cuerpo, tragó saliva y las pequeñas manos sujetaron las suyas por inercia.
—¿Por qué no te niegas? —le susurró Sesshōmaru al oído, mientras dejaba las pequeñas y trabajadoras manos a los costados de la mujer.
—Yo… —Rin no supo qué responder.
—No quiero una a mártir, Rin. —Sesshōmaru empezó a abrochar los botones que ella había liberado—. No quiero tu sacrificio. No me interesa.
—¿Entonces qué quiere de mí? —El sosiego había vuelto a gobernar en Rin.
—Tu dignidad. —Había terminado su labor con los botones, pero sus manos no se apartaron, rodearon sin problema la estrecha cintura—. Tu orgullo.
Sesshōmaru la hizo girar para que quedará frente a él, y su mirada se encontró con la de Rin. Ese par de ojos marrones se mostraban confusos, estaba perdida ante sus palabras.
—Si hubiera querido que fueras una esclava sin voluntad, jamás te hubiera convertido en mi esposa.
El toque de la puerta llamó la atención de Sesshōmaru, de esa manera rompió todo contacto con el menudo cuerpo de su mujer.
—¿Qué?
—La comida ya está lista, señor —anunció Kanna.
Sesshōmaru no tuvo que responder nada, porque sabía que la albina tan rápido había dado dicha información, se había retirado de ahí.
Caminó hasta el escritorio y tomó las llaves que había dejado allí, para enseguida volver a poner su atención en Rin.
—Te explicaré sus usos después de comer —dijo al momento en que le entregó las llaves—. Vamos.
Rin asintió sin mediar palabra alguna, aun parecía bastante perdida en sus propios pensamientos.
• ────── ✾ ────── •
Sesshōmaru había llegado a la residencia del duque Foster, tan rápido como los caballos galoparon.
—¡Bienvenido, señor Devington! —los recibió uno de los criados del lugar—. Ya fueron a avisarle al señor sobre su llegada.
Tanto Kōga como Sesshōmaru se bajaron de sus respectivos caballos y le entregaron las riendas al hombre.
—Te apuesto a que está dormido —dijo divertido el morocho.
—Más vale que no sea así —espetó con fastidio.
—Mis señores, por favor pasen —les pidió el mayordomo que ya había hecho acto de presencia—. El duque los espera en su despacho.
Ambos hombres siguieron los pasos del mayordomo que los guiaba hacia su destino. Y el trayecto no había tardado ni un minuto, al terminar frente a las puertas de caoba que daban hacia el despacho del dueño de las extensas tierras del este de Devon.
El viejo mayordomo abrió una de las puertas y les dio la entrada sin siquiera anunciarlos a su señor.
—Pasen y tomen asiento —retumbó por las cuatro paredes la voz de Kirinmaru.
Sesshōmaru se encontró con la imagen del susodicho sentado en un amplio sillón de tapiz color vino y con bordados dorados.
A pesar de que tiempo pasaba el hombre no había cambiado mucho. Seguía con aquel aspecto desenfadado pero orgulloso. A pesar de que parte de su rostro era cubierto por la rojiza melena ondulada, la cual ayudaba a cubrir la cicatriz de una vieja quemadura.
—¿Desean algo de beber? —les preguntó el duque al momento que tomaron asiento.
—No me vendría mal un poco de coñac —habló Kōga.
—¿Y tú, Sesshōmaru?
—Lo mismo.
—Leonardo —nombró Kirinmaru al mayordomo.
El hombre les sirvió rápidamente el licor y colocó las bebidas en la elegante mesa central.
—¿Algo más señor? —cuestionó el anciano.
—No. Ya te puedes retirar.
El mayordomo asintió y se fue del lugar, dejando a los tres hombres en el despacho.
—Como en todo pueblo los chismes vuelan, y me han comentado que regresaste casado —Lo miró directamente a los ojos—. ¿Quién es la desdichada alma?
—No vine hablar sobre mi vida, Kirinmaru —cortó el tema de golpe—. Quiero saber sobre la información que tienes para mí.
—Muy bien. —Se rindió y fue directamente al tema—. Mis hombres han visto a la gente de Magatsuhi rondando las fronteras de nuestros territorios. Específicamente en el manantial.
—¡¿Qué?! —expresó un confundido Kōga—. Es imposible, patrullamos constantemente las tierras.
—No lo dudo, Kōga —embozó una socarrona sonrisa—. Pero dichos avistamientos se han dado en horas muertas. Es decir, cuando nos concentramos en nuestras propias tareas.
—¿Y cómo es que se dieron cuenta tus empleados? —interrogó Sesshōmaru.
—Hace un mes nacieron unos cuantos potros, y los llevaban hacia el manantial para empezar a adiestrarlos —informó—. Lo bueno es que mis hombres fueron precavidos y no se rebelaron ante los sujetos, de esa manera pudieron dar con esto.
Kirinmaru agarró una pequeña bolsa de tela y se lo lanzó sin pensárselo. Sesshōmaru reaccionó sin problema y cachó el objeto. Abrió la bolsa y se encontró con una regordeta envoltura de papel y con un hedor desagradable.
«Veneno».
—Lo habían enterrado en uno de los árboles cercanos al manantial —les hizo saber, luego bebió un poco de su té—. El problema es que nos dimos cuanta un poco tarde. Un par de yeguas y un semental enfermaron repentinamente. Pudimos atenderlos rápidamente, porque intuimos que se habían envenenado con algo. Asimismo, no tenía sentido, porque tenemos total control sobre cualquier tipo de plaga ya sea de insectos o maleza.
—Hasta que aparecieron esos sujetos con esto —atinó Sesshōmaru con sus palabras.
—Así es —asintió el pelirrojo.
—¡Mierda! —exclamó Kōga.
—¿Qué? —Sesshōmaru observó a su capataz.
—Los becerros y ovejas que te conté que habían enfermado hace una semana…
—¿El manantial está contaminado? —cuestionó el peli-plata inmediatamente a Kirinmaru.
—No —contestó—. Hemos realizado un par de pruebas, pero en todas salieron negativas. Dudo mucho que quieran arruinar el manantial.
—¿La comida? —indagó Kōga.
—Lo más probable. Y obviamente con ayuda de terceros.
—Hay traidores entre nosotros —habló Sesshōmaru con notable descontento.
—Eso parece —asintió el duque—. Tengo señas sobre los hombres de Magatsuhi, pero no he podido descubrir a los traidores.
Sesshōmaru entrecerró los ojos ante la justificación tan pobre que le acababa de dar Kirinmaru.
—¿Y qué sugieres, Kirinmaru? —preguntó Kōga.
—Tengo entendido que Magatsuhi ha realizado un viaje y no regresará hasta dentro de tres semanas. Podemos partir de ahí.
—¿Por qué no te movilizaste antes? —Sesshōmaru no pudo evitar mostrar su descontento ante ese sin sentido—. Pudiste haberlo hablado con Kōga desde un principio, y haber tomado control sobre mis hombres para que actuaran de inmediato.
—Lo contemplé —respondió con total tranquilidad—, pero no creí correcto involucrarlos sin saber a lo que realmente nos enfrentamos.
»No quiero inmiscuir a gente inocente en algo que puede ir más a allá de una broma de mal gusto. Aparte, no contamos con el apoyo de la policía, ya que no dudo que también tengan que ver. Con eso que el jefe de la policía es amigo de esas ratas —torció la boca con disgusto—. Si vamos actuar hay que saber a quienes vamos a involucrar y a quienes no —terminó esa última frase contemplando a específicamente a Kōga.
Sesshōmaru no era ningún estúpido, tenía bastante claro que dicho altercado se pudo arreglar rápidamente si así lo hubiera querido Kirinmaru. Pero dicha situación le había abierto las puertas al pelirrojo, para llevar a cabo ese ferviente anhelo que lo había estado consumiendo durante años.
«Kirinmaru no pedía su apoyo, le estaba advirtiendo sobre lo que estaba por venir».
Sesshōmaru ahora podía entender la razón por la cual Kirinmaru no quería meter a personas que pudieran salir perjudicadas en una guerra que no era suya.
—No te abrumes, Sesshōmaru —sonrió ampliamente el duque, mostrando en el proceso sus pronunciados colmillos—.Entiendo si no deseas colaborar a mi lado y hacer las cosas a tu manera. Y más ahora que ya eres un hombre casado y tienes a una esposa por la cual velar.
—¿Cuál es el plan? —ignoró las palabras de Kirinmaru.
Kōga posaba su mirada de un hombre al otro al no entender que estaba ocurriendo entre los dos terratenientes.
—No esperaba menos de ti —sonrió complacido el hombre de los ojos verdosos—. Necesito que me prestes sólo a uno de tus hombres.
—¿Hakudōshi? —se aventuró a nombrarlo.
—El mismo.
—Bien —accedió sin titubear—. ¿Y luego?
—Tengo entendido que los hombres de Magatsuhi se juntan los fines de semana en el burdel del pueblo —informó—. El dueño es amigo mío, él nos ayudará a capturar a uno de esos rufianes con el encanto de una de sus trabajadoras.
—¿Este fin de semana? —Kōga se animó a preguntar a pesar de que ya se había perdido el hilo de la conversación.
—No, es demasiado pronto —negó Kirinmaru—. Sería hasta la otra semana, necesitamos pensar cómo ejecutaremos esto sin dejar cabos sueltos.
—Te mandaré esta noche a Hakudōshi —decidió Sesshōmaru al final—, para que empiecen a trazar un plan efectivo.
—Dejaré paso libre por el lado oeste, es la zona más discreta para que pase desapercibido —le informó—. De esa manera evitaremos que los traidores que tenga en mi hogar sepan de su visita.
—Bien —asintió el peli-plata.
Sesshōmaru había decidido cooperar con Kirinmaru no solo porque fuera su vecino, su socio y un viejo amigo de su madre. Sino porque sabía que de alguna manera u otra saldría involucrado al tratarse de Magatsuhi.
Sin embargo, lo mejor que podía hacer por el momento sería mantener el perfil bajo por su actual situación. No podía involucrar a Rin en algo tan desagradable como una disputa de viejas rencillas.
Así que optó en dejar que Kirinmaru empuñara a su mejor y más letal arma, Hakudōshi.
Continuará…
...
HOLA.
De antemano quiero pedir una disculpa por el paro que hubo al subir la historia. Por cuestiones de salud y técnicas tuve que estar ausente. Espero que puedan comprender.
Espero que este capítulo lo disfruten y espero no haberles hecho esperar demasiado.
A toda la gente que ha comenzado a seguir la historia, a una servidora y la gente que ha comentado, a todos mil gracias.
Atte: La autora y la beta.
