—¡Joder! —exclamó con dolor al sentir el escozor de la herida.

Regina sacó la daga del cuerpo del Rey haciéndolo gemir de dolor. Se bajó de la cama y se giró para encararlo, aferrando el arma, manteniéndola en alto.

—¡Te has vuelto loca! —la acusó, sosteniéndose el hombro que sangraba, aunque no lo suficiente para el gusto de Regina.

La adrenalina le recorría el cuerpo entero, estaba asustada porque acababa de apuñalar a su esposo, al Rey y era obvio que debía temer por las consecuencias. Sin embargo, no se arrepentía. De hecho, lamentaba no haber causado más daño, de no acertar en el corazón.

¡Majestad! —Se escucharon las voces preocupadas del consejero y la doncella al otro lado de la puerta.

—¡No pasa nada! —gritó Leopold para que dejaran de fastidiar. No quería que se metieran, eso era entre él y su esposa que lo miraba con odio mientras lo amenazaba silenciosamente con la daga. En realidad estaba sorprendido de la reacción de Regina. Jamás imaginó que la delicada joven que desposó hacía un par de años llegaría a tener semejante alcance.

—No voy a dejar que me vuelvas a tocar —dijo con la mirada muy fija en él. Se encontraba en estado de alerta, pendiente de lo que fuera que el Rey pudiera hacer.

—Es tu maldito deber. Te guste o no, me tienes qué cumplir —habló con dientes apretados por la rabia que sentía con la situación y el dolor de la herida. Le escocía—. Podría mandarte a la horca por negarte a cumplir con tu deber y por intento de asesinato al Rey.

—Pero no lo vas a hacer —aseguró, reuniendo el coraje suficiente para hacerle frente—, porque estoy embarazada y tu heredero es muy importante.

—Cuando des a luz vas a pagar por ésto —dijo con los dientes apretados por el dolor. Cerró los ojos mientras se encorvaba, tratando de aguantar el punzante dolor de la herida que seguía sangrando, aunque no lo hacía copiosamente.

—¿Me vas a matar? —preguntó, ganando más confianza al ver que el Rey no intentaba nada contra ella. Era lógico ya que no se arriesgaría a lastimarla.

—Por supuesto que no, Regina —rio con ganas a pesar del dolor. Volteó a verla—. Entiende de una vez, eres mía y no dejarás de serlo sólo porque te enamoraste del miserable pastor —se burló, seguro de que esa nueva valentía de su esposa se debía a los sentimientos que tenía por el difunto hombre. ¿Quién iba a pensar que en algún momento de la vida estarían en la misma posición? Amando a una persona que ya no estaba entre los vivos.

—No soy tuya, Leopold. No importa que me hayan obligado a casarme contigo. No soy tuya, nunca lo he sido y jamás lo seré —habló con seguridad, mostrándose orgullosa de sus palabras, reforzando su dignidad.

—Pero sí de él, ¿no? —preguntó, estrechando los ojos, arrastrándose sobre sus rodillas sobre la cama para acercarse a ella quien no se imuntó siquiera—. Dímelo en la cara, Regina. Dime que te enamoraste de él —la desafío.

—No sólo me enamoré de David. Lo amo y lo amaré por siempre. Y nada me hace más feliz en el mundo que saber que mi hijo es de él.

—El hijo que llevas en el vientre es mío. Mi heredero. Lo es porque tú me perteneces —la miró de pies a cabeza, indeciso de la amenaza que le haría, pues ahora no veía cómo doblegarla. Regina se estaba mostrando fuerte, valiente y resiliente, como nunca la había visto.

—Sigue repitiéndote eso mientras sabes que jamás será verdad. No puedo pertenecerte porque soy dueña de mi propia vida. Te odio, Leopold. Te repudio y me provoca asco tener relaciones contigo.

—Las tenemos porque ¡yo quiero! ¡Porque a mí sí me gusta! ¡Porque eres mía y es tu maldito deber! Porque adoro ver tu bello rostro lleno de sufrimiento y agonía cada vez que te hago mía —dijo para lastimarla de la misma forma en la que él sentía herido su orgullo de hombre y Rey.

—Si vuelves a traerme a tu cama, te juro que esta vez no fallaré —lo amenazó porque sus palabras la hicieron sentir humillada y se renovó su coraje. El muy desgraciado le decía en la cara que le gustaba verla sufrir. Le sostuvo la mirada desafiante, decidida a no doblegarse.

—No seas absurda. No vas a matarme. Si lo haces te llevarán a la horca —sonrió con aire despreocupado. Una sonrisa que se esfumó tan pronto como Regina sonrió de medio lado.

—No seas ridículo —le regresó la burla—. Hans nunca lo permitirá —habló confiada porque Leopold sabía que esa no era una mentira. Tan lo sabía que la mirada se le llenó de preocupación, como nunca lo había visto. Arrojó la daga al suelo y se dirigió a la salida de la habitación pues no deseaba permanecer ni un segundo más ahí dentro.

—¿A dónde vas? —preguntó exaltado, bajándose de la cama, yendo tras ella que abrió una de las puertas, saliendo del lugar.

—¡Majestad! —Rumpelstiltskin y Johanna exclamaron al unísono. La doncella por ver al Rey herido y el consejero por ese motivo y por ver a la Reina yéndose apresurada de la habitación vistiendo solo el camisón negro.

—Vayan tras ella. Llévenla a su habitación donde permanecerá encerrada —sentenció el Rey. El consejero asintió, buscando al caballero más cercano que fue tras Regina de inmediato.

—Mi señor… —Johanna entró a la habitación con el Rey y se dispuso a curarle la herida.

—Ni una palabra de esto, Johanna. A nadie —advirtió.

La doncella asintió sin detener su labor mientras moría de rabia por dentro y odiaba a la Reina con mayor intensidad.


Regina corrió por los pasillos del Castillo. No sabía con precisión a dónde se dirigía, solo sentía que no podía estar ahí. No soportaba ni un segundo más estar en ese lugar al que no pertenecía. Ese sitio nunca había sido su hogar y en su mente jamás dejó de estar la idea de huir, de volver a casa, a la hacienda real donde vivió con su padre.

Las lágrimas le nublaban la vista, pero no se detuvo. Aceleró el paso cuando escuchó a los caballeros. Iba descalza, en su camisón de dormir y eso no era propio de la Reina. Lo sabía porque cuando pasaba por el frente de alguien de la servidumbre agachaban la cabeza y volteaban hacia otro lado para no verla.

—Majestad.

Se vio sostenía por un guardia con el que colisionó en una esquina. El caballero la sostuvo a pesar de que ella forcejeó por liberarse.

—Suéltame. No deseo que me toquen —trató de liberarse, pero no le era posible competir con la fuerza del hombre, además, temía hacer un movimiento brusco que pusiera al bebé en peligro. Una capa fue puesta sobre sus hombros para cubrirla.

—El Rey ha ordenado que sea llevada a su habitación —informó la doncella que fue la encargada de colocarle la capa.

—Yo puedo sola —dijo, sacándose de encima las manos que intentaron sujetarla. Y es que, después de haber estado a punto de estar con el Rey, no deseaba ser tocada por nadie.

Fue escoltada hasta su habitación por un número considerable de caballeros, algo que era completamente ridículo pues no era como si Regina tuviera la oportunidad de escapar. Abrieron las puertas de su habitación para ella y no dudó en ingresar. Al hacerlo, cerraron tras ella y escuchó el cerrojo. No se sorprendió, estaba acostumbrada a ello.

Soltó la capa que aferró a su cuerpo durante el trayecto hasta ahí. La dejó caer al suelo y caminó con lentitud hasta la amplia ventana de su habitación que daba al inmenso lago que en ese momento se encontraba completamente iluminado por la luz de la luna que resplandecía en el cielo, dándole claridad a la noche, llevando un poco de calma a su alma. Cerró los ojos e inhaló profundamente teniendo a una sola persona en la mente.

—David —susurró al viento el nombre del hombre que amaba.


Un aire extraño se coló en una de las habitación del reino del Sol. Era la del príncipe David quien despertó al sentirlo sobre su piel en forma de escalofrío. Se puso de pie, caminando hacia una de las puertas del balcón que Belle dejó abierta para que entrara el aire fresco. Alargó la mano para alcanzar la puerta y fue cuando la vio: la luna que esa noche poseía un brillo especial, resplandecía con intensidad bañándolo todo y, en lo único que David pudo pensar al ver tan hermoso evento fue en Regina, tal como lo hacía cada minuto de los días que eran una completa agonía.

Sí, no cabía de la felicidad porque su madre se encontraba bien, porque había recuperado al amor de su vida del que injustamente fue separada y porque él pudo conocer su verdadera identidad y conocer la historia de su madre. No dedicaba mucho tiempo a pensar en lo que implicaba ser un príncipe, llevar sangre real, tener un padre distinto al que pensaba y que encima fuera un Rey. No lo hacía porque sus esfuerzos estaban enfocados en Regina, en recuperarse para volver por ella y su bebé.

—Ya casi voy por ti, Regina. Aguanta un poco más —pidió, enviando su mensaje al viento.


—¿Ya se durmió? —preguntó Granny a su nieta quien tenía al mortífero guardia roncando con ganas en una silla al fondo de la cocina donde el hombre insistió en permanecer mientras cenaban. La mujer mayor era astuta y sabía muy bien cómo lidiar con los caballeros de la guardia blanca.

—¿Qué le diste? —preguntó Ruby con interés. Miraba al caballero, asombrada de la rapidez y la profundidad con la que el caballero se quedó dormido. Podía empujarlo con un dedo y no tenía respuesta.

—Despertará como si nada en unas horas. No te apures. —respondió despreocupada. La noche estaba entrada, así que el caballero pensaría que simplemente durmió mientras ellas lo hacían—. Ahora, no tenemos tiempo qué perder. Cuéntame —urgió a su nieta quien asintió.

—Granny, todo está muy sospechoso en el castillo como podrás darte cuenta —dijo, obviando por la compañía con la que fue enviada. Eso jamás había sucedido y por ello resultaba muy extraño—. Tenías razón. Regina fue obligada a tener relaciones con otro hombre para engendrar al supuesto heredero —confesó, con la confianza de que su abuela no diría nada y porque se preocupaba por Regina como sólo ella lo hacía.

—Lo sabía —masculló la mujer mayor, evidenciando su molestia con la situación, algo que llamó la atención de la doncella.

—¿Tú sabías algo? —La pregunta de Ruby llevaba impresa algo de reclamo. Granny fue doncella como ella del castillo por muchos años, conocía a la mayoría de las personas que servían ahí y por ello aún recibía alguna que otra noticia de dentro del lugar.

—Por supuesto que no, hija. Pero era de esperarse. El Rey es bastante mayor y no tienes idea lo mucho que batallaron para engendrar a la princesa Snow —respondió, manteniendo un aire pensativo que a la joven le parecía de intriga en realidad.

—¿Estás ocultando algo? —preguntó con cautela esta vez, sentándose junto a su abuela en la mesa de la cocina.

—Aunque lo dudes, eso no es algo nuevo. Que miembros de la realeza recurran a esa medida tan desesperada para conseguir un heredero, es más común de lo que crees —argumentó para calmar la curiosidad de su nieta—. Lo mejor será que no vuelvas al castillo.

—¿Qué? ¡No! No puedo dejar a Regina sola. Además, ¿qué vamos a hacer con él? —Señaló al caballero que continuaba con su concierto de ronquidos—. En cuanto despierte querrá llevarme de vuelta —dijo, buscando hacerla entrar en razón.

—La situación es muy delicada y podrían ocurrir cosas graves si la Reina no aguanta y cuenta la verdad —explicó porque, cualquiera en el lugar de Regina sin duda cometería alguna locura. No quería pensar en lo horrible y humillante que debió ser para ella el verse forzada a tener relaciones con otro hombre cuando de seguro ya tenía suficiente con tenerlas obligada con el Rey al que claramente no amaba.

—Por eso mismo es que no voy a dejarla sola y no creo que Regina diga algo.

—¿Y si el muchacho lo hace?

—No —sonrió y cerró los ojos apenas un momento—. Su nombre es David y ellos se enamoraron —confesó para luego contarle todo lo que Regina le dijo.

Granny sintió que un gran peso se le levantaba de encima al saber que la Reina encontró el amor con un hombre que, en vez de mancillarla más como cualquier otro lo hubiera hecho, le entregó el corazón y le enseñó lo que era el amor. Pero, nada se comparó con la sorpresa de saber que era en realidad hijo de George.

—No puedo creer que los haya encontrado —dijo emocionada porque fue bien sabida la búsqueda exhaustiva que por años hizo el Rey. Volteó a ver a su nieta, la tomó de las manos y se las apretó con cariño—. Eres muy valiente en querer estar para Regina. Estoy orgullosa de ti.

Ruby se puso de pie y la abrazó con fuerza.


A primera hora del día Rumpelstiltskin fue llamado ante la presencia del Rey en el salón de asuntos reales. El consejero entró, hizo la debida reverencia al estar frente a él y aguardó por escuchar el motivo por el cuál fue solicitada su presencia.

—¿Qué debo pensar de esto? —señaló su hombro herido. Gracias al cuidado de Johanna fue posible cubrir cualquier rastro con sus ropas, de tal forma que nadie más que ellos cuatro sabían lo sucedido.

—La Reina nos ha dado una inesperada sorpresa —comentó sincero porque nunca esperó que la joven Reina llegaría a hacer algo así.

—Lo hizo porque no quiso cumplir con su deber —le contó mientras bebía vino.

Esa información le dio claridad al motivo de Regina. No era para menos. Estaba embarazada, mataron al hombre que amaba, seguía atrapada en un matrimonio sin amor, obligada a fingir obediencia y a mantener relaciones sexuales con su esposo cuando claramente no era lo que deseaba. Lo único que la Reina hacía era tratar de sobrevivir a la vida a la que fue condenada. No era difícil imaginar que se vio acorralada y orillada a defenderse.

—La Reina está embarazada, mi señor. Recuerde que la Reina Eva también cambió mucho durante el embarazo. Para las mujeres no es fácil encontrarse gestando. Por lo general, no piensan con claridad.

—¡Pero es su maldito deber! Nunca se había negado, siempre había cumplido y ahora de la nada me apuñala para evitar que me la folle. —Volvió a beber, esta vez de golpe el resto del contenido de su copa, haciéndole un ademán después a su consejero para que se la llenara de nuevo—. Es porque se enamoró del jodido pastor —masculló con coraje por los celos que le provocaba el saber que efectivamente Regina le entregó su corazón a alguien más—. Me lo dijo en la cara.

Rumpelstiltskin se limitó a asentir, pero lo cierto es que se encontraba asombrado y, lo más extraño, es que era en forma positiva. Le hacía feliz saber que la Reina se impuso, que buscó defenderse y que no permitió que el Rey hiciera con ella lo que quisiera. Sabía que era cuestión de tiempo para que sucediera. Regina tenía su carácter y solo faltaba que la provocaran para imponerse. Poco a poco iba mostrando más sus dotes como gobernante innata.

—¿Qué sucederá con la Reina? —preguntó con genuino interés.

—Por lo pronto no quiero verla. Que se quede encerrada para que piense mejor las cosas.

—No deberá ser por mucho tiempo, Majestad. La Reina está embarazada y le hace bien salir a tomar el sol, que le dé el aire, que se despeje —explicó, abogando por la joven.

—En eso debió pensar antes de apuñalarme —dijo con resentimiento. El consejero asintió dándole la razón—. Tienes permiso para verla. Encargate de hacerla entrar en razón —ordenó soltando el aire de golpe por la nariz con fastidio.

—Así se hará, Majestad.

—Anda a verla —le hizo un ademán con la mano de que se retirara de una vez.

—Algo más, Majestad.

—¿Qué? —preguntó sin cuidado, dejando ver su molestia.

—Le recuerdo que el cumpleaños de la Reina está próximo. Considero que es importante organizar un gran evento para conmemorarlo.

—¿Gran evento? ¡Por supuesto que no! —alegó y después se sintió muy enfadado porque no quería seguir hablando. Deseaba estar solo—. De momento no quiero pensar en ello. Ve a hacer lo que te ordené.

Rumpelstiltskin hizo una debida reverencia y salió del salón.

Leopold se quedó solo con sus pensamientos, reviviendo la noche anterior, en lo que sucedió y en la repentina valentía de Regina. Era como si algo hubiera renovado sus ganas de rebelarse a pesar de que por mucho tiempo renunció a ello y de que David estaba muerto, aunque claro, el bebé, que era del hombre que amaba, debía encender en ella la llama del coraje para ir en contra de todo.


El caballero despertó poco antes del amanecer. Lo primero que hizo fue sorprenderse de lo bien que durmió y se asomó a las habitaciones para asegurarse que la doncella y su abuela dormían. Hizo una pequeña inspección, para ver si encontraba algo extraño que le diera motivo para aniquilarlas, pero no tuvo éxito.

Así pues, poco después del desayuno, estuvieron listos para partir. Ruby abrazó a su abuela quien al oído le dijo:

—Te espero en dos semanas, Ruby. Si no vienes, iré a buscarte —prometió. Se quedó parada en el umbral de la puerta viendo a su nieta partir con rumbo al castillo Blanco.


Esa mañana David despertó con la decisión de comenzar su entrenamiento con la guardia del Sol. Necesitaba entrenar su cuerpo, asegurarse que le respondiera correctamente para luchar con espada. Se lo informó a sus padres mientras desayunaban y estos dijeron estar de acuerdo siempre y cuando el sanador lo autorizara. Así que no pasó mucho tiempo para que estuvieran reunidos con él.

—No lo veo pertinente. El príncipe está mucho mejor, pero el ponerse a entrenar me parece inadecuado. Sería esforzarse demasiado, Majestad —comentó.

George y Ruth se miraron preocupados porque ambos sabían que David no recibiría bien la noticia.

—Gracias. Puedes retirarte —indicó al sanador que hizo una reverencia saliendo del lugar para dejarlos solos.

—David se pondrá a entrenar aunque él diga que no es conveniente —aseguró Ruth. Conocía muy bien a su hijo y sabía que podía llegar a ser muy aferrado cuando en realidad quería algo. No iba a desistir tan fácilmente, mucho menos cuando la mujer que amaba y su hijo estaban de por medio.

—Hablaré con él —ofreció George acariciando una mano de su amada Ruth quien sonrió con timidez de la misma forma en que había conseguido cautivarlo años atrás por lo que no pudo evitar suspirar—. Sé que es muy pronto y que no es el momento por lo que sucede con nuestro hijo, pero quisiera saber si aun deseas ser mi esposa.

—¿Quieres… casarte? —preguntó Ruth, asombrada por la situación que le resultaba repentina, aunque lo cierto era que George simplemente estaba retomando su plan de unir sus vidas en matrimonio.

—Por supuesto. He estado esperando por ti para poder casarnos como debimos haberlo hecho años atrás —la vio a su parecer indecisa, así que agregó—: Solo si tú también lo deseas y si no es así, no voy a amarte menos por ello. Eres el amor de mi vida, Ruth y lo serás hasta el resto de mis días. Lo sé porque lo siento en el corazón —terminó con un hilo de voz porque la garganta se le apretó por la emoción y, por respuesta, recibió el más dulce de los besos en los labios.


Rumpelstiltskin inhaló profundamente antes de llamar a las puertas de la habitación de Regina. El día anterior no fue posible visitarla porque ella se reportó indispuesta a recibirlo por lo que esperaba que esta vez fuera diferente. Aguardó unos momentos, llamó de nuevo y, cómo no obtenía respuesta, decidió ingresar al lugar encontrando a la Reina sentada frente a la ventana, recostada en el marco con un pájaro parado en un dedo de la mano derecha que tenía alzada.

—Majestad —hizo la reverencia debida mirando curioso a la joven Reina que no volteó a verlo, simplemente siguió, admirando a la pequeña ave que cantaba de vez en cuando.

—¿Te mandó para que hablaras conmigo? —preguntó Regina después de unos minutos en los que el consejero permaneció ahí, negándose a retirarse a pesar de su falta de interés.

—Debo decir que lo que sucedió ayer…

—Es algo que debió suceder hace mucho tiempo —dijo Regina, inclinándose un poco hacia el frente para dejar volar al ave que se alejó libre y despreocupada.

Rumpelstiltskin se quedó con la boca abierta ante lo que la Reina dijo, pero decidió no darle la importancia a lo que eso implicaba. Así pues, prefirió continuar con la labor que le fue encomendada por el Rey.

—Sólo deseo saber, por qué lo hizo.

—Porque le dije que no quería y no le importó —reveló, girando hacia él, poniéndose de pie, acercándose hasta donde estaba—. Tu Rey amenazó con usar guardias para sujetarme y obligarme a cumplir con mi deber. Así que no tuve más opción que subir a la cama y aguantar, pero de último momento decidí que no iba a permitirlo. Tomé la daga con la que muchas veces imaginé amenazarlo con quitarme la vida para que no me obligara a estar con él. Forcejeamos un poco y simplemente sucedió —dijo sin más. No confesó que su deseo en realidad había sido clavarle la daga en el pene para que no pudiera volver a usarlo jamás. Quizá debió esperar a que sucediera y él se durmiera para hacerlo.

El consejero se aclaró la garganta, sorprendido por la crudeza de las palabras de la Reina.

—Majestad, usted sabe que compartir el lecho con el Rey es su deber real —le recordó, intentando limar las asperezas que pudiera tener Regina con el tema a fin de que no volviera a poner resistencia por el bien de todos.

—Dile a Leopold que lucharé con todas mis fuerzas si vuelve a intentarlo porque no voy a permitir que me toque de nuevo —vio a Rumpelstiltskin tensarse, pero aún así asintió y no la contradijo como esperó que lo hiciera.

—Pondré mi mayor esfuerzo en persuadir al Rey y que desista de tener relaciones. Al menos en lo que da a luz —ofreció de corazón a la joven Reina que lo miró fijamente.

—¿Por qué me brindas ayuda, Rumpelstiltskin? —preguntó con genuino interés y sospecha por la amabilidad con la que el consejero últimamente se dirigía a ella.

—Porque reconozco que las circunstancias han sido muy duras para usted, Majestad —respondió. Ella alzó una ceja con una impresionante elegancia.

—Sabes que no puedo confiar en ti, ¿cierto? —Se cruzó de brazos y apoyó su peso en la pierna derecha.

—Lo sé muy bien, pero sepa que mis intenciones son sinceras —aseguró y la joven Reina lo miró altiva.

—Gracias. —Hizo un respetuoso asentimiento al expresar su agradecimiento al consejero que sonrió contento, como si le diera gusto que ella aceptara la ayuda que insistía en brindarle.

—Le indicaré al sanador que ingrese. El Rey solicitó se le haga una revisión después de lo de ayer —informó.

Regina torció los ojos, resoplando por la nariz, evidenciando su fastidio. Él se dirigió a la puerta y ella a la cama para dejar que el sanador hiciera lo suyo lo más pronto posible para que la volvieran a dejar en paz.


David recibió muy mal la noticia de que no se le permitiría entrenar aún. Se enojó, no lo pudo evitar. Él era de carácter tranquilo, pero había situaciones que no podía tolerar y que lograban hacerlo enfadar en verdad y, el no poder ponerse a entrenar de una vez, era una de esas veces.

Solicitó que lo dejaran solo porque no deseaba que lo consolaran y Ruth se sintió un poco herida porque David nunca la hacía a un lado cuando se sentía mal. George se apresuró a asegurarle que era normal que quisiera su espacio, que era mejor dejarlo y que de seguro cuando se calmara correría a sus brazos porque era su madre.

El príncipe lloró de coraje e impotencia, descargó sus frustraciones y dolor a través de las lágrimas que no cesaron por un largo rato hasta que se quedó dormido, totalmente agotado.


Ruby arribó al castillo Blanco poco antes del anochecer. Lo hizo contenta porque, el caballero mortífero, que se llamaba Peter, conversó mucho con ella durante el regreso. Se portó amable, carismático, caballeroso e interesado en ella. Tanto que cortó una flor para regalarsela y que ahora la doncella llevaba en las manos.

Avanzó por los pasillos con prisa porque le urgía reunirse con Regina para asegurarse que se encontraba bien, pero al llegar a los aposentos reales de la Reina se llevó un gran susto al ver a los guardias que custodiaban cruzando sus largas lanzas frente a la puerta, impidiendo el paso.

—Necesito pasar —dijo porque los caballeros no se movieron al verla.

—No tenemos ordenes de permitirle entrar —indicaron.

La doncella bufó molesta e iba a decirles que más les valía abrirle si no querían ser reprendidos, pero Peter, el caballero que la acompañó en su corta travesía, se acercó para decirle que el consejero deseaba verla en el salón de la mesa redonda. Ruby asintió y se dirigió al lugar que le fue indicado.

—Adelante —solicitó Rumpelstiltskin cuando llamaron a la puerta que se abrió dando paso a la doncella que cerró tras ella.

—¿Qué se te ofrece? —preguntó porque en realidad ellos no tenían nada qué hablar. Él era un consejero y ella una doncella, no pertenecían al mismo grupo de servicio real por lo cual no tenía por qué mandarla llamar.

—El día de ayer sucedió un grave percance entre el Rey y la Reina. Y es por esa razón que la Reina se encuentra retenida en sus aposentos —le contó.

—¿Qué pasó? ¿Ella está bien? —La preocupación por su amiga no se hizo esperar. Incluso caminó hacia el hombre que asintió como respuesta.

—La Reina decidió apuñalar a su Majestad en el hombro. —La doncella emitió una exclamación de sorpresa—, mientras compartían el lecho —terminó su explicación. El contarle a la doncella fue una decisión que se tomó al notar la apatía de la Reina por parte del sanador. Ruby era la compañía de Regina y ya suficiente debía tener con no poder contar lo de David. Así que decidió que era mejor no obligarla a callar otro secreto.

Ruby no lo podía creer. Estaba realmente sorprendida por la noticia. Se llevó ambas manos a la frente por la impresión. ¿Cómo fue que se le ocurrió apuñalarlo? Pero de pronto recordó las veces que Regina le habló de su tentación con la daga cada que estaba en la cama con el Rey. Siempre pensó que la usaría para hacerse daño ella misma, jamás imaginó que terminaría apuñalando al Rey.

—¿Piensan hacerle algo? —preguntó asustada, porque obviamente eso contaba como intento de asesinato al Rey y temía por lo que eso pudiera significar para Regina.

—Nada le sucederá. El Rey está bien —dijo, haciendo énfasis en ello porque no le pasó desapercibido que la doncella no mostró ni la más mínima preocupación por Leopold—. Y ha decidido desistir de castigar la osadía de la Reina. —Vio a la doncella cerrar los ojos y llevarse ahora una mano al pecho mientras soltaba el aire por la boca, claramente aliviada—. Esto quedará en el olvido para todos, ¿estamos, Ruby? —preguntó poniéndose de pie, acercándose a la joven que asintió de inmediato.

—No diré nada —acordó, entendiendo la gravedad de la situación.

—Así debe ser —sonrió satisfecho y agradecido por la lealtad mostrada—. Te llevaré con ella.


Tal como George lo predijo, David terminó en los brazos de su madre que lo consoló como solo ella sabía hacerlo. Él decidió darles su espacio porque por más que se tratara de la mujer que amaba y de su hijo, sabía que no le correspondía estar ahí. Debía aguardar hasta que poco a poco ellos mismos lo fueran integrando. En realidad él no deseaba perder más tiempo para ello, pero por ellos estaba dispuesto a esperar la vida entera de ser necesario. Tal como lo estuvo haciendo por todos esos largos años.

Se llevó una gran sorpresa cuando la puerta de la habitación de David se abrió y Ruth lo invitó a pasar. Contuvo la respiración porque la emoción lo abordó de pronto y caminó hasta entrar. Se quedó parado en medio del lugar mirando a su hijo que tenía el semblante sombrío y derrotado. Se le apretó el corazón.

—Ya no aguanto más —murmuró David con aire cansado—. Sé… —cerró los ojos un momento antes de continuar—, que el sanador y ustedes piensan que no puedo hacerlo, pero sí puedo.

—David, ya lo hablamos y… —calló al ver que su hijo negaba con la cabeza.

—Es que no lo entienden. Sin Regina nada tiene sentido, cada día que pasa se me hace más difícil seguir adelante y me carcome el alma saber que la dejé allá, embarazada de mi hijo, con ese maldito monstruo que lo único que hace es maltratarla. Me da miedo que les haga daño.

—No pienses en eso, cariño —pidió Ruth porque no le gustaba que su hijo se atormentara con esos pensamientos.

—Me da miedo que cuando lleguemos sea demasiado tarde —terminó con la angustia palpable en todo su ser.

—David —llamó George a su hijo y aguardó hasta que éste lo miró—, ven conmigo. Hay algo que quiero mostrarte.


Regina corrió al encuentro de Ruby en cuanto la vio entrar a su habitación. Se abrazaron con fuerza y la doncella no la soltó hasta que fue la Reina quien decidió terminar el abrazo. Se miraron a los ojos unos instantes hasta que Ruby fue quien no aguantó más.

—Cuéntame qué pasó —pidió, mostrándose expectante. Quería escuchar de la boca de su amiga lo que sucedió porque la versión del consejero no le parecía suficiente.

Regina sonrió tenuemente al entender que Ruby lo sabía ya todo y, lo que más gusto le dio, fue que no había ningún tipo de reclamo o reproche por lo que hizo.

—Me negué a estar con él e intentó obligarme, amenazando con hacer que unos guardias me sostuvieran para que él pudiera… —cerró los ojos e inhaló entrecortado por la boca. Frunció levemente el ceño y apretó las manos en puños—. Lo intenté, subí a la cama, se acomodó entre mis piernas y, justo cuando iba a entrar en mí fue cuando no pude más, Ruby —abrió los ojos para mirar a su amiga—. ¿Sabes qué fue lo que me dijo David en una de las primeras veces que nos vimos? —la doncella negó con la cabeza—. Dijo que era importante que yo quisiera estar con mi marido en la intimidad. Tú sabes lo que eso significa para mí porque ese es mi deber y no me puedo negar, pero nunca, ni una sola vez que he tenido que estar con Leopold lo he querido en verdad —los ojos se le llenaron de lágrimas—, y a nadie, excepto a ti, eso les ha importado.

Ruby mordió su labio inferior no muy segura de lo que debía hacer. No sabía si era momento de opinar o simplemente dejarla seguir con su desahogo.

—Después de haber estado con David me es imposible dejar que… —relamió los labios y pasó saliva con dificultad—, que alguno otro me…, mucho menos Leopold. Al único que deseo es a David. Con él es que me dí cuenta que durante todo este tiempo he estado dejando que Leopold me ha dañado en todas las formas posibles y no más, ya no estoy dispuesta —terminó mostrándose altiva y muy decidida.

—Wow —exhaló Ruby con una sonrisa indecisa en los labios—. Estoy muy sorprendida, Regina. Nunca creí que… —iba a decirle que jamás pensó que llegaría a defenderse dadas las circunstancias, pero prefirió no hacerlo porque al final, Regina lo había hecho—. Estoy orgullosa de ti —dijo de corazón, tal cual su abuela se lo había dicho a ella.

El efecto de sus palabras fueron inmediatos en Regina quien pareció desarmada por esas palabras y se quebró. Simplemente agachó la cabeza y sollozó. Ruby volvió a abrazarla y a sostenerla. Era demasiado lo que la joven Reina cargaba en el alma y a veces se preguntaba cómo es que había sido capaz de soportar todas las injusticias vividas.

—El día de hoy vomité —confesó sorbiendo la nariz. Ruby la tomó de los hombros haciéndola hacia atrás para mirarla a los ojos.

—¿Por el embarazo? —preguntó y Regina alzó los hombros un poquito.

—Quizá, o tal fue por las emociones de anoche —alzó una ceja con elegancia y sonrió tenuemente haciendo reír a la doncella por la insinuación de que el malestar se debiera a lo vivido con Leopold.

—Ven para que te arregle ese cabello. Te lo dejaron muy mal —dijo Ruby, llevando a Regina hasta el tocador donde la sentó para deshacer el recogido mal hecho. Le empezó a cepillar el cabello y la Reina cerró los ojos, dejando escapar un largo suspiro, permitiendo relajarse.

—¿Cómo está tu abuela? —preguntó, recordando que su amiga había ido a visitar a Granny.

—Muy bien —respondió sin detener su labor—. Como siempre. Ya sabes. Me preguntó por ti y te manda muchas felicitaciones por el embarazo.

—Me gustaría tanto que ella también supiera la verdad, que supiera que en realidad mi bebé fue concebido por amor y que estoy muy feliz por ello —expresó pues le tenía un profundo afecto a la mujer mayor que nunca dejaba de preguntar por ella. Era como si se preocupara por su bienestar y era algo que Regina apreciaba con el alma.

Ruby asintió, pero prefirió callar. No quería preocupar a Regina diciéndole que Granny lo sabía todo porque, a decir verdad, ella también esperaba no haberlo arruinado al haberle contado a su abuela. Una parte de sí misma temía que el plan de David se viera estropeado si alguien más llegaba a enterarse de lo que sucedía.

—Quiere que vaya a verla en dos semanas —le contó y Regina le sonrió a través del espejo, pero después su semblante se tornó pensativo.

—Ruby, cuando vuelvas a verla, ¿crees que puedas darle un mensaje para que se lo haga llegar a David? —preguntó con un tono de voz ligeramente suplicante.

—Veré qué puedo hacer —respondió, aunque lo cierto es que planeaba mandar a Peter con un mensaje para Granny, para que no se preocupara y supiera que no iría a visitarla puesto que no quería volver a dejar sola a Regina—. Por cierto —hizo una pausa y la tomó por los hombros—. Ya viene tu cumpleaños.

—Te aseguro que lo pasaré encerrada en esta habitación —dijo muy convencida pues no veía cómo Leopold iba a acceder a autorizar un festejo para ella cuando ya no faltaba casi nada. Además, ella misma no quería porque lo último que deseaba era ver al Rey.

—Lo dudo. Aunque él esté enojado tiene que hacerlo. Regina, después del anuncio del embarazo te volviste la sensación del reino —aseguró la doncella—. El Rey no puede ignorar eso a menos que no desee tener a su gente contenta. Y tú y yo sabemos que eso le importa mucho.

Regina torció la boca en descontento y soltó un largo suspiro mientras pensaba en que sería maravilloso que cuando ese día llegará ya estuviera reunida con David.


Abrieron las puertas del despacho real del castillo del Sol para el Rey y el Príncipe heredero. Ambos entraron y se instalaron dentro a puerta cerrada. Una vez tras el escritorio George le mostró a David unos pergaminos.

—He estado planeando una estrategia para atacar a Leopold —confesó. El rubio lo miró con los ojos grandes, expectantes, llenos de tanta esperanza que logró transmitirla a George—. El reino del Sol nunca ha tenido una alianza formal con el reino Blanco. Se pensaba que serían aliados una vez que él y yo subiéramos al trono, pero cuando eso sucedió yo estaba enloquecido en la búsqueda por ustedes y lo último que necesitaba era hacer nuevas alianzas. Solo necesito saber quiénes son sus aliados, algo que está llevando un poco de tiempo porque el estar investigando levanta sospechas de ataques.

—Solo tiene al reino de la Luz, el de las Flores y el de Agrabah —comentó con aire pensativo al recordar. George lo miró extrañado.

—¿Cómo lo sabes? —preguntó interesado el Rey y entonces, fue testigo de la sonrisa más sincera y enamorada que le había conocido a su hijo.

—Regina me permitió leer libros de la biblioteca del palacio. Ahí había uno sobre la historia del reino Blanco y, sí recuerdo que en algún punto se buscó crear alianza con este reino y que fracasó —soltó un suspiro y cerró los ojos un momento, luchando contra las lágrimas que se agolparon en sus ojos al recordar a Regina—. La amo con todo mi ser y necesito tenerla conmigo. A ella y a mi hijo —miró suplicante al hombre que era su verdadero padre que alargó una mano para tomar una de él y darle un suave apretón.

—No tienes idea lo mucho que me lastima saber que estás sufriendo lo que yo sufrí. Sé que el dolor es muy grande y no voy a permitir que pases por lo mismo. No vas a repetir mi historia, David —el rubio asintió, limpiándose las lágrimas—. Bien —dijo George, irguiéndose, sorbió su nariz y continuó—: Ellos solo tienen tres reinos y nosotros tenemos alianzas con el reino de Oro, el Encantado, el Hechizado, el de Cristal, el del Mar…

—¿El Hechizado? —preguntó David.

—Una larga historia. Después te cuento —respondió el Rey, restándole importancia pues no era lo que apremiaba de momento.

—Espera —pidió mientras analizaba la situación con el poco conocimiento que el libro le dio—. Al estar Anna casada con Hans, ¿el reino de Arendelle es su aliado? —cuestionó con interés.

—Elsa no estuvo de acuerdo en el matrimonio de Anna con Hans. No les dio su aprobación, pero de igual forma ella se fue al reino de la Luz con él y allá se casaron. Así que lo dudo.

—Entonces no hay peligro por ese lado —concluyó el príncipe, sintiéndose más tranquilo y emocionado por el plan de su padre. Pensó que nada se estaba moviendo durante su convalecencia y ahora que veía que no fue así se sentía muy animado.

—Tampoco creo que el reino de las Flores se levante en armas. Leopold no va a poner en riesgo a Snow —sonrió confiado—. Tenemos todo a nuestro favor. Enviaré los comunicados para que los reinos aliados estén alerta por si les necesitamos —informó, volviendo a leer sus planes de ataque—. Hijo, dentro de poco estaremos allá y ambos tendremos nuestra venganza sobre Leopold.