Disclaimer: Los personajes no son míos, la historia sí.

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Hans.

¿No podías venir con Dimitri?

Clase de francés —dijo Anya como respuesta.

Ni siquiera dejaste que me cambiara el uniforme.

Se te ve bien, deja de quejarte.

¿Y no podías esperar hasta el viernes? Tengo las últimas dos horas de la tarde libres ese día.

Hans, la fiesta de cumpleaños de tu sobrina es el viernes a las cinco.

El colorado parpadeó, sorprendido.

¿Ah sí?

Adella te dio la invitación hace dos semanas, ahí ponía la fecha y la hora.

Bueno… igual no voy a ir, habrá mocosos llorones, una mujer pintándoles la cara con pintura artesanal agradable para sus rostros sucios, muchas golosinas que te pueden tirar encima y…

Elsa sí va a ir.

… y por eso es que no puedo dejarte ahí sola, no sería muy justo de mi parte porque sé que solo asistirás para acompañarme.

Anastasia se plantó frente a él con los brazos en las caderas y una mirada de ironía en el rostro.

No sé cómo agradecer lo atento que eres.

Viendo la manera en la que Elsa y yo pasemos juntos el mayor tiempo posible —respondió el colorado descaradamente.

La señora Ira estará ahí, por si ya lo olvidaste, y yo no voy a enviarla a la sala de emergencias como hizo tú Copito con su abuela.

Debo reconocer que a veces Elsa me da un poco de miedo.

Anya sonrió antes de seleccionar un juguete al azar y ponerlo dentro del carrito, Hans levantó la caja que contenía un kit para hacer figuras con arena cinética y frunció el ceño.

¿Para qué quiere Lara esta cosa?

¿Lara?

Sí, no creo que le guste esta especie de masa.

Ay, por Dios, Lara es la hija de tu hermano Exton, la hija de Adella se llama Gala.

Hans pensó en los nombres un segundo, tratando de asociar los rostros de ambas niñas con ellos y desistió al siguiente. Ni siquiera sabía cuál era una y cuál era otra.

Es lo mismo.

Solo asegúrate de escribir el nombre correcto en la tarjeta, Adella es la que daba las palizas.

Un escalofrío recorriendo su espalda acompañó al recuerdo de su prima peleando con Lars cuando ambos tenían quince años; si bien su hermano era por mucho más grande y más fuerte, de alguna manera, la chica castaña había encontrado la forma de derribarlo, golpeándolo con lo que fuera que tenía al alcance durante toda la pelea.

Aún así, esa niña es como Adella hasta donde sé, demasiado presumida y quisquillosa.

Como su tío Vanya.

Anastasia.

Bueno, llevaremos algunos y después seleccionaremos los que estén bien.

¿Y qué harás con el resto?

Pues los devolvemos.

El bermejo arrugó el entrecejo.

Ahora que me detengo un poco ¿no había otra maldita juguetería a la que se te ocurriera ir? Estamos en Moscú, por el amor de Dios.

¿Qué tiene de malo esta? —preguntó, mirando alrededor.

A modo de respuesta, Hans casi le estampó la caja donde relucía el logotipo y el nombre de la tienda.

«DreamWorks» —leyó Anya— ¿Y qué?

No estarás pensando de verdad en llenarle los bolsillos a Frostorik ¿Me equivoco?

Primero que nada, la tienda es del padre de Jack, así que no le estoy dando mi dinero, y segundo, qué inmaduro estás siendo. A las chicas no nos gustan los hombres inseguros.

Pero Frost sigue siendo un mantenido…

¿En qué crees que te convierte recibir tu asignación semanal si no tienes trabajo?

… y no soy inseguro, simplemente no me agrada y ya está.

Pero ¿de qué estás hablando? Si Jack y tú iban juntos a todas partes antes de que te casaras eternamente con Roland.

Las mejillas del bermejo se encendieron.

¡Eso no es cierto!

¡Sí lo es!

Frostorik se mudó a Londres cuando teníamos once años, no lo volví a ver hasta que por casualidad fuimos al mismo instituto en Noruega.

Hans, Gene literalmente abrió un grupo en Snapchat con todos nuestros amigos más cercanos de la infancia y puso que ustedes dos se iban a Oslo, Jack dijo que también iría.

¿Cuál es el punto, Anastasia Nikoláyevna?

El punto es que solo te desagrada porque estuvo con Elsa primero que tú.

La mujer que pasaba por un lado de ellos les lanzó una mirada crítica mientras le cubría los oídos a su pequeña hija.

Ay, por favor, señora, ahora está aquí comprando juguetes con usted, pero mañana estará en la farmacia más cercana pidiendo una píldora del día siguiente a sus espaldas ¡Yo sé lo que le digo! —espetó Anya, mirando a la criticona mujer con desidia—. Maldita vieja.

No me interesa si Elsa se acostó con mil hombres antes de mí, sería muy hipócrita de mi parte si lo hiciera y por eso es que no le tomo importancia a algo así —dijo, sin importunarse por la mujer y su mejor amiga—. Frost dejó de agradarme cuando…

Cuando tuvo los pantalones que tú no tuviste para ir a por el premio más grande, no hace falta que lo digas.

Devolvió la arena al estante y suspiró, esperando a que respondiera, pero Hans no se encontró capaz de poder; aún no estaba seguro desde cuando se sentía así con Elsa, siempre había sabido qué le atraía, pero ¿lo más profundo? Simplemente no tenía una respuesta. Anastasia le dio una mirada comprensiva, asintió y le quitó el carrito para empujarlo ella sola.

¿Crees que un set de Lego esté bien? —preguntó la pelirroja, avanzando por el pasillo y cambiando de tema—… qué idiota soy.

¿Por qué? Yo creo que es un buen regalo —respondió, aceptando el cambio—. Ayuda a ejercitar el cerebro de los niños de seis años o una mierda como esa.

Johannes, Gala tiene tres años.

No me mires así, Anya, no puedes esperar que recuerde los nombres, rostros y edades de todos mis sobrinos, como si fueran pocos niños. De todas formas, no pasa de que casi se ahogue con una pieza.

El día que Elsa y tú tengan un bebé juntos, ese día te darás cuenta de lo horrible que eres con los niños.

El muchacho, que miraba atentamente entre las estanterías, se volvió hacia ella con los ojos verdes muy abiertos.

Dije lo que dije, Hans, y creo que es una gran posibilidad. Van a terminar juntos.

Me da miedo la seguridad con la que hablas.

¿Recuerdas a Mamá Odie?

¿La vidente ciega de Nueva Orleans que visitamos en América?

La misma —asintió—; mira, nos dijo a Dima y a mí que hay gente que está destinada a ser, y por alguna razón sé que también Elsa y tú son ese tipo de gente.

Pero…

Quizá se divorcien unas tres veces, pero siempre volverán a estar juntos… y no te emociones mucho, pero los he visto en los establos, le gusta estar con ese Hans.

¿De verdad? —preguntó, sin poder evitar sentirse esperanzado.

No me sorprende que no te hayas dado cuenta, pero es así… vas por buen camino, no desistas. Ahora acompáñame a buscar una muñeca.

Lo dejó solo, sin detenerse a comprobar si es que la seguía, pero él se quedó ahí de pie, con las palabras de Anastasia sintiéndose cálidas en su pecho.

¡Johannes Aleksándrovich! Este carrito no se empujará solo —lo llamó por fin, sacándolo de su ensoñación.

Ya voy, carajo —respondió, poniéndose en marcha, pero volvió a detenerse cuando una de las cajas llamó su atención, la tomó y corrió para alcanzar a Anya.


Elsa.

—… el mechero está en el cajón de tu tocador, amo y detesto en partes iguales las zapatillas nuevas porque es un dolor de cabeza arreglarlas… ¿Elsa? ¡Elsa!

La blonda, que se encargaba vagamente de las puntas de las zapatillas, pegó un saltito que trató de disimular.

—¿Eh?

—Las zapatillas.

—Ah sí, ya casi termino, Madame K. y Petrov no van a enojarse.

Gabriel la miró por varios segundos antes de suspirar, levantarse para ocupar la silla junto a la suya, le quitó la zapatilla de las manos y elevó las cejas varias veces.

—¿Por qué me miras así?

—Porque parece que acabas de salir de una institución mental, toda pálida y seria.

—Siempre he sido pálida y seria.

—Ay, Elsa, por favor.

—¿A ti qué te importa? No somos amigos ni nada por el estilo —espetó, exaltada.

Gabriel apretó los labios, asintió y retrocedió un poco.

—Como gustes, Solberg.

La albina se alisó el cabello, ya peinado en un moño, y suspiró.

—Perdona, no quise ser tan grosera.

—No pasa nada, está bien.

—Gabriel, me estoy disculpando contigo, así que deja que lo haga —el aludido se cruzó de brazos y esperó—: realmente lamento haberme portado como una imbécil todo este tiempo… aunque tú tampoco has cooperado.

—Bueno, eso es parte de una amistad: uno hace las bromas idiotas y el otro nunca se ríe.

Elsa extendió la mano.

—Yo soy la que nunca se ríe.

Gabriel miró su mano un momento antes de sonreír un poco y estrecharla.

—Supongo que me toca ser el que hace las bromas idiotas.

—Te aviso que somos un paquete…

—Pido nunca sentarme junto a Westergaard en las salidas… —la voz se fue apagando en cuanto sus ojos se forraron de hielo—. Bien, no más pullas sobre el camarada Hans.

—Como te decía, somos un pequeño paquete —continuó, dejando pasar su último comentario—: Kristoff es otro que nunca se ríe y después está Ryder —Gabriel abrió la boca y Elsa lo apuntó con un dedo—, nada de bromas sobre él y yo durmiendo juntos, no duró nada y nunca fue más allá.

—Vale.

—Ajá, después está Ryder, y él te ayudará con las bromas idiotas.

Gabriel asintió, entonces carraspeó y se puso serio.

—Tampoco espero que te confieses conmigo de la noche a la mañana, pero si puedo ayudar…

—No es nada que necesite ayuda, para ser honesta —reveló—. Es solo que me enteré de una cosa que no me esperaba y no puedo dejar de pensar en eso.

El castaño frunció las cejas.

—¿Es algo grande?

—Muy grande y lo cambia todo.

—¿Para bien o para mal?

Elsa arrugó la nariz, se encontraba incapaz de inclinar la balanza entre esas dos posibilidades.

—Yo no… yo no lo sé.

—Pues no es necesario que lo sepas ya, tomate el tiempo que necesites —dijo, dándole un golpecito en la frente—. Ahora date prisa con esas zapatillas, te juro que Madame K. está a punto de entrar por la puerta y obligarnos a bailar descalzos si no estamos listos.

La blonda lo vio regresar a su lugar, enfocándose en solo prepararse para salir a dar el show y por un segundo se sintió celosa de Gabriel, no conocía muy bien al muchacho, pero de alguna manera siempre se las arreglaba para reírse de todo y de todos; también si sus suposiciones eran ciertas, debía estar en una buena relación con una chica porque nunca lo había visto llegar de mal humor al teatro. Por otro segundo, deseó que fuese igual de sencillo para ella.

Madame K. entró abruptamente, y tal y como prefijo su compañero, no paró de gritarles hasta que estuvieron en el escenario, listos para salir; pudo ver a Alistair en cuanto terminó la función, el hombre estaba sentado en el palco de siempre con Judi, una muy animada Giselle los acompañaba también.

—Sí seguimos así, quizá… pero no me hagas mucho caso… quizá podamos abrir el show de invierno de nuevo.

—Es demasiada presión, Gabriel, no sé si quiera seguir con el ballet —confió la muchacha mientras caminaban de regreso a su vestidor.

—No digas eso, no quiero tener por pareja a alguna de esas arpías. Tú eres soportable.

—Gracias.

Gabriel abrió la puerta y se hizo a un lado para que pasara, Elsa le sonrió, aceptando el gesto, no se sentía con ánimos de tener esa conversación con su compañero, pero sabía que tenía que hablar con él si realmente dejaría el teatro.

—Quizá lo deje cuando termine mi primer año en la universidad —dijo ni bien estuvieron dentro, la cortina que dividía el vestuario no le permitía verlo, sin embargo, pudo escuchar el suspiro que dejó salir.

—¿Y qué harás después? Escuché que solo viniste a Moscú por esto.

—Solo vine por el ballet, sí —confirmó mientras comenzaba a quitarse el vestuario—… continuaré con la universidad, que deje de bailar no significa que tenga que dejar la escuela también.

Gabriel rio un poco.

—También escuché que entraste a la Estatal porque te invitaron al Bolshoi… ¿Y si dejar el Bolshoi significa perder tu lugar en la universidad? Como en América: entrás a la universidad con una beca por deporte, dejas el deporte y pierdes la beca.

Elsa, que se dirigía a su bolsa para tomar los pantalones deportivos con los que se marcharía, se quedó estática en donde estaba parada. No había pensado en eso.

—Yo no… creo que no…

—Deberías preguntar por ahí, solo para estar seguro —dijo Gabriel ante su falta de palabras—. Si no quieres seguir bailando está bien, digo, no tienes que sentirte obligada o algo así…

—Es solo que a veces es demasiado, la universidad, las malditas clases de ruso que quizá necesitaré siempre, ayudar a mi abuelo con cosas en su oficina, el Bolshoi y…

Elsa se sorprendió de lo fácil que salían las palabras de su boca, había aceptado la amistad de Gabriel un par de horas atrás y ahora estaba ahí, contándole su vida tras una cortina como si fuese Kristoff o Ryder.

—¿Estás decente? —preguntó el moreno tras la pausa que hizo la blonda.

Elsa se embutió en su bata antes de confirmar, Gabriel hizo a un lado la cortina para que quedaran frente a frente, el traje del show había sido reemplazado por sus propios pantalones deportivos y un jersey sencillo.

—¿Te gusta la universidad?

Elsa asintió.

—¿Las clases de ruso?

—El idioma no es tan difícil como dice todo el mundo, y la satisfacción de saber que aprendí más rápido que la mayoría lo vuelve más interesante.

Gabriel sonrió.

—¿Qué me dices de ayudar a tu abuelo?

—Es a lo que voy a dedicarme cuando acabe la universidad.

—Faltan casi cuatro años para eso.

—¿Tienes hermanos, Bora?

—No.

—Pues yo sí. Mi hermano comenzó a aprender de mi padre al comenzar la carrera y yo…

—¿Y tú tienes que hacer lo mismo?

—Tengo que probar que soy igual de capaz que él, algún día compartiré la presidencia con Roland y mi padre tiene que ver que lo merezco, tiene que ver que no soy un fracaso.

—¿Y el ballet? ¿Te gusta bailar?

—Me gustaba más cuando lo hacía sobre el hielo… y cuando mi cara no estaba impresa sobre una cartelera.

—Mi cara estaba impresa también, nos veíamos increíbles.

Elsa no pudo reprimir la carcajada.

—No sé qué es lo otro, pero hasta el momento, suena como que eso último es lo que tiene que irse. Ese tiempo es necesario para ti y no deberías desperdiciarlo.

La blonda se quedó un momento mirándolo, procesando las palabras del moreno, el silencio que reinaba en el vestuario fue interrumpido por un toque en la puerta, Gabriel desapareció tras la cortina un segundo y al siguiente volvió con un ramo de flores en las manos tras murmurar lo que Elsa entendió como un agradecimiento. La muchacha suspiró y extendió los brazos para recibir el arreglo, un bufido burlón fue todo lo que recibió de parte de su compañero.

—Estas son mías, vikinga.

Elsa arqueó una ceja.

—¿De verdad? ¿De quién?

—De mi novia, obviamente.

—Me estás jodiendo.

La rubia se acercó al instante para tomar la tarjeta que venía en el arreglo y leer la dedicatoria; el papel costoso de un blanco perla relucía entre los tonos rojos de las rosas, la perfecta caligrafía y la gramática formal del mensaje formó un puchero en su boca. La novia de Gabriel debía ser una mujer muy elegante.

—Está en inglés.

—Es estadounidense.

—¿Cuántos años tiene, cuarenta?

Las mejillas de Gabriel se encendieron.

—¡Todavía está en sus veintes!

—En sus veintinueve.

—Estás celosa porque hoy no te dejaron nada.

—¡¿Y a ti quién te dijo que no recibí un regalo?!

—Bueno, no te veo riéndote, sonrojada y dando saltitos con flores en las manos.

Elsa enrojeció de molestia y vergüenza, devolvió la tarjeta al ramo y lo empujó tras la cortina.

—Vamos, vete ya, tengo que vestirme.

Hizo oídos sordos a las quejas de su compañero y fue a por su ropa, se vistió rápido en silencio y justo cuando tomó el jersey perfectamente doblado de su bolsa, frente a sus ojos quedó una caja.

»She dances ballet in a crowded theater, but she [will] fall in love with a Russian man. My pretty little Norway girl —leyó la tarjeta escrita a mano.

—¿Sigues enojada? —preguntó Gabriel desde el otro lado de la cortina—. Oye, no me vuelvo a reír de que no te dejaran nada…

Elsa recorrió la cortina bruscamente y casi le estampó la caja en la cara.

—¡Sí me dejaron algo!

Gabriel tomó la caja.

—¿Un set de flores de Lego?

—¿No sabes leer?

—Son flores de plástico, Els, y tienes que armarlas.

—Cuando tus rosas comiencen a secarse y las mías no, tú y yo hablaremos.

—¿Tu admirador secreto?

Elsa no respondió, se apresuró a guardar sus cosas y a calarse la chaqueta, aunque la primavera había llegado, el frío eslavo persistía aunque con menos brutalidad.

—¿Y qué carajos significa la tarjeta? ¿También es estadounidense?

—Qué lento e ignorante eres, Bora, es de una canción de Ed Sheeran, pero modificada para que vaya a juego conmigo —explicó sin molestarse en ocultar la emoción en su voz—. Quien sea que me dejó esto, sabe que me gustan sus canciones.

—Eso es…

—Increíble.

—… perturbador.

Elsa le arrancó la caja de las manos y se despidió de Gabriel, invitándolo a pasarse por el loft en los siguientes días para presentarle a Kristoff y Ryder, pasó por alto el hecho de invitarlo sin haber hablado antes con sus abuelos, pero si algo había aprendido de Runeard era que a veces era mejor pedir perdón que pedir permiso. Salió del área de los vestidores para reunirse con el hombre en cuestión y con Madeline, quienes la esperaban en el recibidor cerca de la entrada, la señora Irina les hacía compañía junto a Lars, Ariel, Eric y, desde luego, Hans.

Los ojos esmeraldas del pelirrojo se posaron en la caja en sus manos, forrados de una emoción para la que Elsa no encontró nombre en ninguno de los idiomas que sabía.

—¿Lista, preciosa? —le pregunto Runeard ni bien saludó a todos.

Agradeció los halagos de Irina, aceptó el corto abrazo de Madeline y se apartó junto a los más jóvenes para permitir que los adultos terminaran de hablar. Ariel y Eric comentaron lo mucho que les gustaron los vestuarios, la decoración y la música antes de disculparse y salir del teatro, seguidos por Lars tras recibir una mirada de su abuela.

—Estuviste… bailaste muy bien —le dijo el colorado más joven cuando estuvieron solos.

Ya no le importaba quedarse sola con Hans, el muchacho no se acercaba demasiado a ella para invadir su espacio personal y siempre se mostraba respetuoso en cuanto a los límites que había establecido en silencio para ambos.

—¿Tú crees?

—Sí, aunque a Núñez se le dan mejor las vueltas seguidas.

Elsa chasqueó la lengua y le propinó un pellizco, Hans le sonrió antes de apartar su mano con un delicado y pequeño empujón. Otra cosa que había cambiado entre ellos era que ya no se crispaba ante el toque del muchacho.

No sabía si aquello era bueno o malo.

—Oye, el veterinario llamó a mi abuelo hace dos noches, le dijo que esperara que los partos comenzaran el domingo.

—¿Tan pronto?

—Ya es tiempo, Els… me preguntaba si querías pasar y darte una vuelta, para que echemos un vistazo.

—Seguro… ¿A la hora de siempre?

—A la hora de siempre —confirmó.

Los orbes del cobrizo oscilaban entre su rostro y la caja en sus manos, Elsa fingió que no lo notó.

—El admirador secreto parece no darse por vencido —comentó después de unos segundos de indecisión.

—Eso parece… ¿Cómo sabes que es secreto?

—Anya nos lo dijo cuando salimos los cuatro, hace como un mes. Al Poultry Palace.

Cierto.

—La gente suele ser… persistente.

—Tal vez solo tiene esperanza.

—¿Esperanza de qué?

Hans la miró por unos cortos segundos antes de apartar los ojos de ella y permitir que una pequeña risa abandonara su garganta. Elsa fue a preguntarle qué era tan gracioso, entonces Runeard posó una mano sobre sus hombros y anunció que ya se retiraban; la blonda se despidió del pelirrojo y su abuela, y siguió a sus abuelos fuera del teatro.

Se volvió un poco en cuanto salía por las puertas, Hans le sonreía desde donde estaba parado.


Hans.

Tú y Elsa…

¿Elsa y yo…?

Parece que su relación ha mejorado bastante y en poco tiempo. Se llevan mejor.

Hans no se atrevió a mirar a su abuela. La mujer le había pedido que no se acercara a la blonda y él la desobedeció deliberadamente; el tono de Ira no sonaba molesto ni mucho menos, no obstante, Hans sabía a la perfección que la mujer que lo crio nunca se caracterizó por dejar que nadie supiera lo que pasaba por su cabeza.

El elemento sorpresa siempre fue su mejor carta.

Eso creo.

Viene a casa tres veces por semana y pasan mucho tiempo en los establos, te advierto que no me gustaría saber que ustedes dos han vuelto a sus «asuntos»… no de esa manera.

Hans la observó con una expresión horrorizada, la taza en sus manos tembló ante la incredulidad que lo embargaba de pies a cabeza.

¡Babushka!

Irina arqueó una ceja.

Nosotros no… yo nunca… —se aclaró la garganta—. Nunca volvería a hacer algo así. Con nadie. Mucho menos con Elsa.

¿Nunca?

Hans negó con la cabeza.

Ya no soy ese muchacho… ya sé que fue hace dos años, pero muchas cosas han cambiado, sobre todo en este tiempo desde que acepté que… —tragó duro—... desde que acepté que Elsa me gusta mucho.

»Además, nunca ha pasado nada entre nosotros en los establos, le gustan mucho los caballos y vamos a ver a las yeguas, la invité a venir el domingo, por si es que nace uno de los potrillos… ella nunca ha visto nacer a ninguno y yo…

Johannes Aleksandrovich —lo hizo callar con gesto de la mano.

Hans enderezó los hombros, listo para negociar si debía hacerlo. Aceptaría todo menos dejar de ver a la blonda.

¿No estás enojada?

Debería estarlo, te dije claramente que la dejaras en paz —Ira bajó su propia taza y suspiró—. Pero parece ser que le agradas, te dejó entrar de nuevo, después de todo.

No del todo, quiero ser su amigo primero, lo demás vendrá después.

Le gusta tu compañía, la veo más relajada contigo y es muy bonita… admito que la idea de que hagas las cosas bien y ella te dé una segunda oportunidad no me molesta. De hecho, me gustaría mucho que Elsa se convirtiera en mi nieta en el futuro.

Una sonrisa pequeña afloró en la boca del colorado.

Creo que tú y otras abuelas rusas han dejado eso muy en claro.

Lo que intento decir, Johannes Aleksandrovich, es que tienes mi permiso para salir por ahí a divertirte con ella… siempre y cuando sea de la forma más apropiada del mundo.

Hans sintió que las comisuras de su boca se ensanchaban.

Pero si vuelves a comportarte de tan deplorable manera, juro por Dios que haré que tu abuelo se encargue de que se te asigne al lugar más recóndito de Siberia para el servicio militar —Hans asintió, le creía—. Avergüénzame de nuevo haciéndole daño a esa niña y te condenaré a dos años de solo ver nieve, un mar lleno de hielo, hombres horribles y osos polares.

No lo haré. Yo voy a esforzarme para que Elsa me acepte, lo prometo.

Los ojos verdes de su abuela brillaron con complacencia en su dirección por primera vez en un tiempo.


Elsa.

Sentada en la mesa donde estaba, Elsa se preguntó si de verdad era prudente de su parte seguir ahí o si lo mejor sería marcharse; aunque era un poco tarde a esas alturas y su abuela no estaría muy feliz ante su falta de modales si se enterara.

Había aceptado volver a reunirse para comer por quién sabe qué ocasión– perdió la cuenta– con Alistair y su hija. Polina Amélie Krei no resultó ser cómo esperaba. La niña tenía ocho años y no se parecía en nada a su padre, no físicamente al menos, pero había algo intrínsecamente Alistair en ella.

Donde Alistair era deslumbrante cabello rubio y ojos tan azules como el cielo, su hija era cabello oscuro como el alquitrán y ojos de un profundo marrón chocolate, los rasgos afilados del padre no se veían por ningún lado, por lo que Elsa concluyó que las facciones suaves debían venir de la madre y la falta de expresividad que demostraba con solo ocho años lo atribuyó a su sangre eslava.

Además, gustaba de pasar el tiempo estudiando unos pesados tomos que solo contenían números y complicadas palabras en francés que Elsa no entendía ni aunque lo intentara, hablaba con propiedad, pero su fuerte acento francés era una gran barrera que suponía un problema para la blonda, quien debía tomarse un momento para analizar las cortas oraciones con las que respondía hasta dar con el significado.

Polina, la comida está lista, solo estábamos esperando por ti —dijo Alistair mientras la niña tomaba asiento a su izquierda, quedando frente a Elsa.

Es Poline, père —corrigió.

Aquella tarde iba ataviada en una falda a cuadros en color azul y un suéter de punto a juego, los relucientes zapatos de charol apenas se escuchaban contra el suelo y se había peinado el corto cabello con una diadema discreta en color blanco. Elsa no recordaba vestirse tan formal de niña al estar en casa.

Ya hablamos de eso, muñeca —respondió su padre, la rubia escuchaba el mismo intercambio siempre—: en París es Poline, en Moscú es Polina.

La niña, tal y como sabía que haría, frunció los labios y no dijo nada más. Polina vivía con su madre, directora general del área de ventas de una de las tiendas parisinas más exclusivas, y su abuelo, piloto retirado, en un departamento en el centro de París, y sólo viajaba a Moscú para visitar a su padre una vez al año, durante el verano.

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—Fuimos a la universidad juntos en París, Amélie y yo —le había contado un par de días después de confesárselo y tres antes de conocer a su hija—. Tuvimos a Polina el mismo año en que nos graduamos.

—Fue un accidente —murmuró sin poder evitarlo, las mejillas le ardieron de vergüenza al darse cuenta, pero Alistair sonrió un poco y asintió.

—Así es, Amélie no quería que la tuviéramos, pero supe que cambió de opinión cuando se encargó la toga de la graduación en una talla más grande… las traje a Moscú conmigo cuando Polina tenía seis meses y volvieron a París otros seis meses después, dos semanas antes de que la niña cumpliera un año —continuó—. Aparentemente, Rusia no fue suficiente para ellas.

—Ella habla ruso ¿no es cierto?

—Sí, pero ya la conocerás. Polina es como su madre: piensa que no hay nada como París. Tengo que ir a Francia para visitarla porque ella solo viene a Moscú durante el verano y casi siempre insiste en marcharse antes.

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Mientras hablaban, Elsa recordó cuando, al regresar de Oslo después de su cumpleaños, él la esperaba en el aeropuerto tras su propio regreso de Francia. Lo recordó diciendo que había disfrutado del viaje junto a «buena compañía». A Elsa no le gustaban los niños como a la mayoría de la gente, pero no era cruel ni decía cosas desagradables sobre ellos, sin embargo, con el tiempo que tenía de conocer a Polina, no podía evitar pensar que la hija de Alistair era… aburrida.

Pero quizá lo era porque había crecido sola, con padres como Alistair y Amélie, dos personas enamoradas del trabajo que tuvieron un bebé porque… porque ya estaba ahí. A mitad de la comida, entre comentarios intercambiados y una que otra intervención de la niña, Elsa decidió que ese verano sería diferente para Polina… ella lo haría diferente para la pequeña Colette*. Además, si era del todo sincera y lo era, admitía que también quería hacerlo para demostrarle a Alistair que a Elsa no le importaba que hubiera resultado tener una hija, porque no le molestaba, en definitiva; también sabía que la relación entre ellos no llegaría muy lejos, no llegaría al terminar el año, pero no por enterarse que era padre.

Le había dado una oportunidad a Alistair, la puso en sus manos y el hombre parecía no saber qué hacer con ella.

Elsa era la más joven de los dos y ya preveía el resultado.

¿Volverá a estudiar? —preguntó al hombre después que la niña se retirara tras terminar de comer.

Alistair asintió.

Eso es lo que hace todo el tiempo ¿no? Es culpa de su madre y mía también, asiste a la Werth Academy, una academia muy exclusiva y muy exigente en París —explicó—; es bastante difícil que te acepten ahí, no es como si pudiera comprarle un lugar y ya está. Polina se esforzó mucho para entrar y piensa que si baja la guardia, perderá ese lugar.

"Solo tiene ocho años".

Se parece un poco a ti en ese aspecto.

Elsa parpadeó, sorprendida.

¿A mí?

Sí, con el ballet y el Bolshoi.

Elsa se ahorró contarle la historia completa, una que no necesitaba de mucho esfuerzo, al menos no al principio. La verdad era que los reclutadores la habían visto en la pista de hielo, les gustó lo que vieron y le ofrecieron un puesto en el teatro tras decidir que sería magnífica en el ballet clásico; ahora sí que tenía que esforzarse, pero no al punto en el que estaba Polina.

¿No le gusta hacer nada más?

Leer.

"Vaya, más despacio, no me dés todos los detalles de golpe".

Tal vez necesite distraerse un poco, no le hará daño tomar un pequeño descanso —sugirió—. Mañana es la fiesta de cumpleaños de la hija de Adella Westergaardovna ¿invitaron a Polina?

La han invitado desde el cumpleaños número uno, pero ella nunca quiere ir…

Quizá si hablo con ella…

No tienes que hacer eso, Elsa.

No, pero quiero… mira, trataré de convencerla y si dice que sí, yo estaré con ella durante la fiesta.

De verdad no es necesario…

Voy a ir a la fiesta de todos modos, los Westergaard saben de fiestas, estoy segura que se divertirá si se da la oportunidad.

Alistair consideró sus palabras un momento, bebió lo que quedaba en su vaso y asintió.

De acuerdo, si logras hacer que vaya a la fiesta, me encargaré de compensarte.

Alistair, no haré que vaya solo porque hay un premio para mí, quiero que vaya para que se divierta —lo corrigió, la sonrisa que estaba por regalarle murió en su boca—. Yo no quiero ni necesito más regalos.

¿Más regalos?

La blonda se levantó de la mesa y se dirigió a la habitación de la niña, no deseaba hablar sobre los detalles que tenía para con ella, y si él quería hacer el tonto fingiendo que no sabía a qué se refería, pues bien. Elsa solo estaba enfocada en una cosa: Polina.

El largo pasillo que la separaba de las habitaciones le pareció inconvenientemente corto, aguardó un momento frente a la puerta antes de tocar un par de veces, la voz de la niña se escuchó a través de la madera segundos después, dándole permiso de entrar. Elsa frunció los labios al cruzar el umbral y recompuso su expresión al instante, agradecida de que Polina no hubiese levantado la vista de su escritorio.

La habitación era demasiado simple para pertenecer a una niña de ocho años: las paredes estaban pintadas de un triste color beige al igual que el resto de las habitaciones, había un librero enorme repleto de libros gruesos, trofeos y varios globos de nieve con pequeñas ciudades dentro, la cama individual estaba pegada a una esquina, perfectamente hecha con sábanas blancas, junto a una mesita de noche con un despertador y una lámpara de noche encima. El escritorio era lo único que daba a la ventana.

Elsa decidió que deberían hacer algo al respecto, pero eso sería una conversación para otro día.

Hola, Poline.

La mano de la niña dejó de escribir en cuanto la escuchó, levantó la vista lentamente y se volvió hacia ella.

Polina —la corrigió—, en París es Poline y en Moscú es Polina…

Lo sé, lo sé, tu papá dice eso muy seguido ¿no? Pero creo que a ti te gusta más Poline.

La niña se encogió de hombros.

Cualquiera está bien.

Elsa se acercó más a ella.

¿Te parece bien si te llamo Poline?

Sí.

"Tú puedes con esto, Elsa" se dijo mientras un par de ojos color chocolate le aguantaban la mirada "pudiste con los gemelos rusos, con los niños Davies, con Mary, Bonnie y Mason, Polina Krei es otra niña más".

¿Necesitas algo?

Me gustaría preguntarte algo.

Polina arqueó una ceja y su boquita se abrió, dejando salir un sonido de confusión y exponiendo la dentadura no tan perfecta de un niño que muda los dientes.

¿A mí?

Elsa asintió.

¿Está bien para ti si me quedo unos minutos? Sé que estás muy ocupada.

Polina bajó el lápiz y Elsa se abstuvo de sonreír de forma triunfante. Ella podía.


Ryder.

Judi dejó su bolso en la silla junto a la suya mientras se sentaba con él en la mesa que reservó para ambos.

El Bardak ¿eh?

El café turco es el mejor del mundo, ningún lugar en todo Moscú lo vende tan bueno como aquí —se inclinó para besarla en la mejilla—. Privyét, Ryder, kak dilá, Ryder?

La mujer puso los ojos en blanco, aunque sonreía.

Iba a decirlo, pero primero debía hacer notar que elegiste una cafetería turca para el almuerzo… estaba esperando que me vendieras a Noruega.

Algún día, mi querida Judi, te llevaré a Noruega conmigo y verás la belleza nórdica en persona, no a través de un restaurante ruso.

Fueron atendidos rápidamente por el servicio, hablaron de todo y nada mientras la comida se les servía y si Ryder mintió sobre cómo logró que le permitieran salir a almorzar un viernes, eso era algo para que él lo supiera y Judi lo imaginara. El sentimiento de normalidad que lo embargaba al estar con ella le hacía saber que valdría la pena cubrir a Magomedov durante el fin de semana… Elsa y Kristoff deberían esperar a la siguiente reunión para saber los detalles de ese almuerzo.

¿Estás bien? Parece que algo te molesta.

La morena tomó un sorbo de café antes de contestar.

Nada, es solo que… las cosas con Giselle no están muy bien.

Ryder arrugó la nariz, lo sabía. La mujer pelirroja se había comportado de forma grosera la primera vez que él visitó a Judi en el departamento que compartían, pensó inocentemente que era cuestión de tiempo para que se acostumbrara a la amistad que tenía con su novia, sin embargo, la actitud de Giselle empeoró durante las siguientes visitas hasta orillarlo a declinar las últimas dos.

¿Es porque… por las visitas?

Judi frunció los labios.

Escucha, Juds, podemos… yo puedo dejar de ir a tu casa, quizá si dejamos de salir un tiempo, ella…

No, no, Dios… Giselle dice muchas tonterías sobre ti, ella… si dejaras de ir a casa sería darle la razón.

El castaño se mordiqueó el labio, no era ningún tonto, sabía perfectamente el tipo de cosas que Giselle podría insinuar sobre él y aunque las propababilidades de que algunas de ellas no se alejaran de la verdad eran grandes, Ryder jamás se atrevería a llevar a Judi a cometer adulterio. Su lealtad fue una de las cualidades de la pelinegra que lograron cautivarlo.

A pesar de tener una idea, se obligó a preguntar. Casi tenía veintiuno, había llegado el momento de poner en claro algunas cosas con la mujer; si ella lo rechazaba, pues no le quedaría de otra más que aceptarlo… y si decidía que lo mejor era poner distancia entre ellos, también.

¿Qué cosas?

Los oscuros ojos de Judi se pegaron al cuchillo de mantequilla.

No para de decir que tú… Por Dios Bendito, solo dejemoslo así.

Ryder negó con la cabeza.

Sea lo que sea, está bien.

Giselle insiste en que estás interesado en mí…

Ahí estaba.

Lo estoy.

... de una forma muy alejada de lo platónico.

"Bien, Ryder, tú puedes".

Lo estoy y al mismo tiempo no.

Judi finalmente lo miró.

Yo, huh, no lo entiendo.

Es muy sencillo, la verdad —dijo con falsa seguridad—: ¿Me gustas? Claro, digo, eres Judi Alekseeva… pero ¿lejos de lo platónico? Eso es… es basura, digo, eres divertida, muy lista y me la paso muy bien cuando estoy contigo.

Ryder…

Me gustas mucho, eso es cierto, pero no quiero que pienses ni por un momento que es la única razón por la que quiero que pasemos tiempo juntos —explicó—. Yo… lo admito, al principio le pedí ayuda a Elsa para acercarme a ti… pero lo hice porque quería conocerte y quiero que sepas que yo nunca me atrevería a hacer nada para que tú y Giselle… ya no ¿entiendes lo que digo? Voy a seguir siendo tu amigo el tiempo que quieras, y si después de esto no quieres…

Ryder.

El castaño guardó silencio, se obligó a sostenerle la mirada; los ojos negros de Judi fueron los primeros en soldarse a cualquier cosa que no fueran los suyos mientras suspiraba. Tenía los hombros tensos y de un momento a otro parecía muy cansada.

Yo… yo no esperaba que nuestro almuerzo diera un giro como este… no esperaba que dijeras nada de lo que dijiste, definitivamente no.

Ryder asintió, pero no dijo nada.

Es… creo que es demasiado y no sé qué decir —continuó—; tampoco quiero decir nada solo por hacerlo, no quiero que tú…

Hey, está bien —la interrumpió, se veía muy nerviosa, él no dejaría que continuara balbuceando—. Mira, vamos a hacer esto: pagaré por el almuerzo, te acompaño a tu coche para que vuelvas a la oficina y yo a la Academia, después podrás tomar los días que quieras para pensar sobre lo que te dije ¿de acuerdo?

Judi logró asentir a la cabeza. Ryder no necesitó otro tipo de confirmación, sacó la billetera para dejar algunos billetes sobre la mesa y esperó a que la mujer se levantara. Caminó junto a ella hasta el lugar donde dejó aparcado su coche, en aquella ocasión mantuvo cierta distancia entre ambos; Judi musitó una despedida mientras intercambiaban torpes besos en la mejilla.

Esperó pacientemente en la acera hasta que el coche de Judi desapareció.

"Bueno, aún tienes que cubrir a Magomedov" pensó en tanto caminaba a la parada de autobús. En ese momento, nada le apetecía más que volver a la Academia.


Elsa.

Su teléfono parpadeó con la llegada de un mensaje de texto.

Alistair Krei: Están llegando.

Alistair Krei: Gracias por hacer esto con Polya.

Elsa tecleó una respuesta mientras salía del jardín para recibir a la niña en la entrada de la casa de la abuela de Hans.

Elsa: Nada que agradecer. Polina y yo la pasaremos muy bien.

Reconoció el coche de Alistair cuando llegaba, el chofer aparcó justo frente a ella y Polina salió del vehículo tan solo segundos después; llevaba una elegante faldita a cuadros con un suéter de cachemira, calzaba sus usuales zapatos de charol y la diadema en el pelo, sus pequeñas manos cargaban una caja de regalo perfectamente envuelta.

Hola, Poline —la saludó con una sonrisa, la niña devolvió el gesto con un asentimiento.

La blonda intercambió unas cuantas palabras con el chofer, quien le hizo saber que recogería a Polina en unas horas, pero que siempre podía llamar si es que la niña deseaba retirarse antes, y ambas se encaminaron de vuelta hasta donde se celebraba la fiesta.

Elsa: Polina está conmigo.

Alistair Krei: Llámame si sucede algo.

Elsa: Seguro.

Adella se acercó a ellas junto a la pequeña cumpleañera para recibir a Polina, le agradecieron por asistir y por el obsequio mientras la niña sólo musitaba respuestas educadas.

¿Y bien? ¿A dónde quieres ir primero?

Polina miró con nerviosismo hacia los numerosos puestos de actividades donde muchos niños, la mayoría descendientes de los hermanos de Hans, participaban en las actividades.

Yo… no sé, nunca he ido a una fiesta de cumpleaños como esta.

¿Nunca?

Polina negó con la cabeza.

La única fiesta a la que he ido no era así —informó—. La amiga de mi madre solo me hizo sentarme junto a otros tres niños y su hijo, comimos pasta, abrimos los regalos y eso fue todo.

Pues… esta es la oportunidad perfecta para que veas cómo es una fiesta apropiada ¿no lo crees? —Polina se encogió de hombros—. A ver, vamos a dar un paseo por los puestos y si ves alguno que te guste, podemos pasarnos un rato… solo si quieres.

De acuerdo.

Elsa la guio entre los puestos, observando el rostro impávido de la pelinegra en busca de cualquier emoción que le diera una idea de lo que quería hacer. Todo estaba resultando más complicado de lo que pensó y Polina llevaba menos de veinte minutos en la fiesta.

Elsa…

La blonda se detuvo de inmediato.

¿Sí?

Quisiera probar el ajedrez.

La blonda, a pesar de considerar que era muy obvio, se limitó a asentir, contenta de que la niña se hubiera decidido por fin. La acompañó hasta una de las mesitas donde se sentó, esperando a que otro niño decidiera jugar para poder comenzar, solo otros cuatro niños ocupaban las mesitas restantes del puesto.

¿Por qué tienes a la hija de Krei? —preguntó una voz en su oído provocando que Elsa diera un salto.

Anya arqueó una ceja pelirroja en su dirección.

¡Anastasia Nikolayévna!

¿Por qué tienes a…?

Me ofrecí a hacerle compañía si asistía a la fiesta.

Eso no explica nada… ¿Quieres impresionar a su padre o…?

Escucha, no es nada de eso ¿bien? —dijo al instante, agradecida de estar a buena distancia de Polina para que no las escuchara—. Solo pienso que necesita divertirse, estudia todo el día y es un poco…

¿Aburrida? Sí, lo sabemos. Nunca asiste a fiestas de cumpleaños, a citas de juego ni a nada que se le invite durante el verano.

Pues este verano va a ser distinto porque, resulta, que soy amiga de su padre y…

Considerando que estás muy lejos de ser amiga de ese hombre, creo que es… bastante decente lo que tratas de hacer aquí —añadió la pelirroja—. Digo, no cualquier chica bonita haría algo así a menos que tratara de conseguir cierto favor, un favor que, por lo que veo, no te interesa mucho que digamos…

¿Alguna razón por la que Polya Krei saliera de su cueva y decidiera que los rusos valemos la pena? —Hans, salido de la nada, se unió a ellas; sus ojos color esmeralda se enfocaron en la blonda—. Hola, Els.

Hans.

El muchacho todavía iba vestido con el uniforme de la academia, Elsa se obligó a apartar la mirada.

¿Alguna razón por la que tú no te hayas cambiado la ropa? —inquirió Anya mientras el bermejo plantaba un beso en su pómulo, Elsa permitió que hiciera lo mismo con ella.

Hans saludaba así a todas sus conocidas, era por educación, nada más. Nada más.

Lars y yo salimos temprano, pero no nos dio tiempo y no queríamos llegar tarde —explicó—. Babushka no estaba muy contenta.

¿Y así te vas a quedar? —preguntó Elsa.

Prefería que, en su presencia, se paseara vestido con su ropa de civil. Hans Westergaard en uniforme provocaba… cosas en ella y en las que Elsa no quería ahondar.

Babushka dice que está bien, además, a mis sobrinos les gusta.

"No solo a ellos" pensó la albina al notar las miradas para nada discretas que algunas de las madres que acompañaron a los niños lanzaban en dirección de los colorados, especialmente a Hans. Claro que eso a ella no podía importarle menos.

Entonces, sobre la pequeña que se llevará Krei Tech a Francia…

¿Por qué eres tan chismoso? Elsa logró convencerla de venir a la fiesta y, como la persona decente que es, también se ofreció a hacerle compañía. Nosotras sólo estábamos platicando mientras alguien se sienta a jugar con Polya.

Hans arqueó una ceja ante la respuesta de Anya. Elsa podía imaginar todas las preguntas que derivaban de ella, pero solo asintió y se acercó a la mesita.

Hola, Polina, me llamó Johannes Aleksándrovich y soy amigo de Elsa —se presentó, Polya sacudió la mano que el muchacho le extendió—. ¿Te importaría si me siento a jugar contigo?

Polina giró la cabeza para mirar a Elsa, la blonda se encogió de hombros.

No te preocupes, hace mucho que no juego y nunca fui muy bueno —la tranquilizó el cobrizo al ver su hesitación—. Eso es algo que a mi Babushka no le gustaría escuchar ¿sabes? A las abuelas rusas no les gusta que sus nietos no aprendan lo que les enseñan.

Mi abuela no me ha enseñado nada —dijo de vuelta en tanto Hans se acomodaba en la sillita—. Aunque el abuelo Pierre sí.

Pues veamos.

Elsa los vio sumirse en tres juegos, de los que Polina ganó dos, hasta que Hans convenció a la pequeña Krei de visitar más puestos; la blonda los siguió por todos lados: del puesto de tiro al blanco al de crear figuras con arcilla natural y se unió a ellos cuando llegaron al quiosco donde se podían pintar algunas figuras de caricaturas hechas con cerámica.

Una sonrisa se apoderó de la boca de la blonda cuando la figura en sus manos tomó forma gracias a los acrílicos señalados para la pieza. Hans lo notó y también sonrió.

¿Ese es un…?

Cheburashka —asintió Elsa.

Polina ni siquiera levantó la cabeza de su propia pieza cuando comenzaron a hablar.

Pensé que lo habías olvidado.

¿Y por qué?

Pues si mal no lo recuerdo, trataste de correrme antes de que les diera a los niños los muñecos que llevé a Oslo desde esta bella ciudad, dicho sea de paso.

—Eso también fue antes de que te besara a manera de agradecimiento —agregó en noruego, aquel cambio sí que llamó la atención de Polya, quien la miró con las cejas fruncidas—. Fue un gesto lindo, lo admito.

¿Qué gesto lindo?

Antes que Elsa pudiera formular una mentira blanca para responder, otra niña apareció y comenzó a hablar con ella, Polya pareció olvidarse de su pregunta y pronto se enzarzó en una plática animada.

¿Puedo sentarme con Marina en su mesa? —preguntó a ambos.

Seguro, Poline.

Hans las observó marcharse, volvió su atención a la rubia cuando ambas niñas estaban sentadas en otra mesa.

—¿Poline?

—Le gusta más que Polina.

—Pero ese es su nombre real.

—Pero le gusta más, Johannes.

Hans bufó por lo bajo.

—Yo… yo no sabía que eras muy cercana a Krei.

La mano que sostenía el pincel se detuvo un momento al escucharlo.

—No lo soy. No tanto —«ya no»—. Lo conocí por los negocios de mi abuelo y logré venderle un poco de mercancía de mi padre.

—Alguien quiere seguir los pasos de su hermano mayor, por lo que veo —comentó el muchacho con una sonrisa.

—Alguien quiere demostrar que es igual de buena que él —replicó.

—No necesitas demostrar nada, todos sabemos que eres increíble en cualquier cosa que decides hacer.

Elsa optó por no decir nada. No tuvo intención de revelarle sobre el negocio que hizo con Alistair, pero tampoco quería que Hans pensara que había algo más entre ellos dos. No sabía la razón, solo no quería que malinterpretara sus intenciones con el hombre.

Después de todo, ya no estaba tan segura de sentirse atraída por Alistair de esa manera.

—La llamaste por su nombre desde que llegaste —dijo para cambiar de tema—. Te referías a Polina cuando me dijiste que no conocía a Alistair. Sabías sobre ella. Todos sabían sobre ella.

Hans asintió sin dejar de pintar.

—Y no me lo dijiste porque es algo que se hace aquí…

—Te lo habría dicho —la miró, sus ojos atraparon lo suyos—. Si te hubiera importado lo suficiente, si de verdad hubieras querido saber sobre Krei, me habrías preguntado y yo te lo habría dicho. Pero no te preocupaste en lo más mínimo, Copito.

No se equivocaba.

—¿De verdad me lo hubieras dicho?

—Todas las familias tienen manchas oscuras que tratan de limpiar para después fingir que no se ven tanto, mi familia tiene manchas, Elsa, igual que la tuya —continuó trabajando en su obra y la albina lo imitó mientras seguían conversando—. Piensa en «nuestro círculo social» como unas cuantas familias con las que nos hemos relacionado desde mucho antes que mis abuelos nacieran, es obvio que después de muchos años conocerían de nosotros tanto como nosotros de ellos… la cosa es que vemos esas manchas, las frotamos, volteamos la cara porque así no las vemos de frente y no decimos nada.

—Ibas a decírmelo si te lo hubiese preguntado… pero no habrías querido hacerlo.

—Sí, creo que sí, la cosa es que…

—Lo sé, Hans, eres un chismoso… pero no un soplón.

«Los soplones terminan en zanjas».

Elsa rio, de un tiempo para acá Hans le resultaba más gracioso de lo que debería, y más de lo que probablemente era.

—¿Eso quiere decir que Poline es una mancha?

—Para mí no, y lo digo porque es lo que pienso y no solo para impresionarte, pero para algunas personas sí —arrugó la nariz—. Krei y la madre no estaban casados cuando nació, es extranjera como esa mujer, no tiene un nombre eslavo y tu ruso es más entendible que el suyo.

—Creí que el padre de Alistair es japonés.

—Los Krei nacen en Tokio, pero regresan a Rusia y crecen aquí.

—Polina tiene un nombre ruso.

—No uno apropiado, se llama Polina, sí, pero después hay un nombre común francés en lugar de un patronímico.

Elsa bufó con incredulidad.

—A ustedes los rusos sí que les preocupa esas cosas ¿eh?

—No es por eso, pero al mismo tiempo sí… a ver, no todos los Westergaard tenemos nombres eslavos y el padre de Ariel y mi madre pueden considerarse extranjeros por el lugar en el que nacieron, pero ellos solo se "escandalizan" porque Krei no quiso casarse, y él empeora las cosas al tratar de esconderla.

—¿A qué te refieres?

—Ningún niño estudia tanto por decisión propia, Copito, él y la madre debieron habituarla a la escuela al punto de no querer relacionarse tanto con nadie, además, solo viene a Moscú en el verano y nunca sale a ningún lado; si Krei quiere mantenerla lejos de Rusia, lo está logrando.

Elsa miró en dirección de la niña, Polina sonreía tímidamente a Marina, se dedicaba a terminar su propia figura y se la veía como una parte activa de la conversación; el sentimiento de empatía que la blonda le profesaba no hizo más que intensificarse.

—¿Cuál es la mancha de tu familia, Hans?

—¿Cuál es la mancha de la tuya?

—Mi abuela es supremacista blanca.

—Eso todo el mundo lo sabe, Elsa.

Nuevamente, tenía razón. Por primera vez cayó en cuenta que no sabía nada de su familia, nada más allá de lo que flotaba en la superficie.

—¿Tú… tú sabes cuál es?

Hans negó con la cabeza.

—Nope. Tu abuelo sabe lo que hace.

"Desde luego," pensó "Runeard habría querido llegar a este país como una página en blanco, listo para escribir una historia nueva. No permitiría que nada ni nadie fuera un obstáculo para obtener lo que quería".

—Oye, Hans.

—Dime.

—Imagina que yo… es una situación hipotética.

—De acuerdo.

—Bueno, imagina que, hipotéticamente, yo me casara contigo… es hipotético ¿eh? Hi-po-té-ti-co.

—¡Qué sí!

—Si tú y yo nos casáramos, tampoco me aceptarían como a la madre de Poline ¿cierto? —preguntó por fin, sentía las mejillas calientes por la pena—. Digo, también soy extranjera, no tengo un nombre ruso y hablo el idioma lo bastante decente, pero no soy rusa.

—Tu situación es distinta, no preguntes por qué, simplemente lo es y ya… además, le caes bien a todos los amigos de tu abuelo. Claro que lo del nombre se puede arreglar, podrías ser Elsa Westergaardovna.

—Elsa Westergaardovna —musitó en voz baja, como si lo considerara, aquel gesto arrancó una carcajada de Hans—. ¡Ay, ya cállate!

—Se escucha muy bien, admítelo.

"Jamás".

—Deja de decir estupideces y termina de pintar tu pieza —cambió de tema una vez más—. ¿Qué carajos es, por cierto? No le encuentro forma.

—¿Cómo que qué es? ¡Pues Winnie the Pooh! ¿No estás viendo? —espetó y le mostró la figura.

Elsa frunció el entrecejo, la pieza de Hans era un pequeño oso cuadrado pintado en dos tonos de café, muy distinto al de la caricatura que ella conocía.

—Pero qué dices, eso no se parece en nada a Winnie the Pooh.

—¡Es el sovietico!

—¡No sabía que tuvieran sus propias versiones!

—Pues sí… ¿sabes una cosa? Si algún día te vas a convertir en Elsa Westergaardovna, lo mejor será que comiences a educarte culturalmente.

La blonda le propinó un pellizco y Hans pegó un salto.

—¡Ay, Elsa!

—Tú viviste más tiempo en Oslo de lo que yo llevo viendo en Moscú, y apuesto a que tampoco sabes nada sobre la cultura escandinava.

—Sólo sé que sus cortos animados son bastante polémicos.

—¡Pues hay algunos muy buenos…! No ¿sabes qué? Si vas a convertirte en mi marido, debes ser un hombre culto y conocer a fondo la historia del país de donde viene tu mujer.

«Tu marido», «mi mujer» yen la misma oración me gusta mucho, por favor continúa.

Continuaron riendo hasta que terminaron sus piezas, esperaron a por Polina y su nueva amiga para entregarlas al encargado del puesto para que terminara de prepararlas para ellos, y continuaron disfrutando de la fiesta, charlando, molestándose y comiendo tantos dulces como pudieron.

Y si Elsa sintió al monstruo verde, ese que creyó que no vería de nuevo desde su última relación de verdad, cuando la despampanante rubia, Rystia, apareció para atrapar a Hans en abrazos, un beso en cada mejilla y acaparar su tiempo, bueno, eso era entre ella y Dios en el cielo.


Hans.

Elsa arribó el domingo por la tarde para ver a las yeguas, iba ataviada en ropa veraniega con un gabardina en un brazo para cuando el aire se tornara más frío, Polina la acompañaba caminando a su lado.

A Hans no le molestaba la niña, no estaba loco como para odiar a un niño; pero sí que no le hacía nada de gracia lo que implicaba su presencia junto a la de la blonda: Elsa y Alistair Krei. Elsa hablando con Alistair Krei. Alistair Krei confiando en Elsa lo suficiente como para permitir que saliera sola con su hija.

Alistair Krei confiando en Elsa significaba que tenían una relación más íntima de lo que a él le gustaría.

Invité a Poline de último minuto, espero que no haya problema —dijo al llegar hasta él, intercambiaron un beso en la mejilla y el muchacho sonrió a la pequeña.

¿Problema? No habría nada que le hiciera tener un problema con ella, no cuando volvía a comportarse tan normal como siempre a su alrededor después de que se tornara fría con él en la segunda mitad del cumpleaños de su sobrina. Un momento era Copito, riendo y bromeando con él, y al siguiente era Siberia, fría y cortante, dándole respuestas dey no, asentimientos de cabeza o encogía los hombros.

No estaba seguro de la razón de su cambio de actitud y trataría de hablar con ella al respecto, pero no en ese momento.

Pues claro que no, si tenemos suerte, Polina… Poline, podrá presenciar el nacimiento de un potrillo —se agachó en cuclillas para estar a la altura de la pequeña pelinegra—. ¿Has visto nacer a uno antes, camarada Polya?

Polina negó con la cabeza.

No, pero me emociona la posibilidad.

Pues vamos a echar un vistazo, el veterinario dijo que una de ellas podría ponerse de parto hoy.

Las chicas lo siguieron dentro del establo, un brillo de asombro se apoderó de los ojos marrones de Polina, quien miraba en todas direcciones con atención.

¿Cómo están ellas? —preguntó la blonda.

Bastante tranquilas.

¿Seguro?

Copito, he visto los nacimientos suficientes para saber las señales, crecí en estos establos ¿recuerdas?

No sabía que dejar a los potrillos sueltos porque tú y tu prima eran unos diablillos calificaba como «crecer en los establos».

Hans levantó las manos en señal de rendición.

Bueno, me atrapaste ahí.

¿Dónde están las yeguas? —Polina se detuvo frente a ellos.

Hans le pidió permiso con una mirada para tomarla de la mano, la niña aceptó su oferta y el bermejo la guio entre las distintas caballerizas, mostrándole a las ejemplares, le dio a Polina los nombres e historias de cada una, la pequeña morena hizo un mohín cuando se enteró que solo uno de los potrillos sería una potranca.

¿Por qué no pudieron ser más niñas?

Porque son caballos Westergaard, Poline —respondió Elsa con un tono burlón.

Qué graciosa, Copito.

Polina se mostró bastante entusiasmada ante la idea de poder montarse en un caballo, aunque al principio no parecía muy segura, pero Hans le recordó que tenían que pedir permiso al padre de la niña antes de hacer nada.

¿Puedo acercarme al corral? —apuntó en su dirección, Murphy y otro mozo estaban dentro junto a un precioso semental al que deberían estar entrenando—. Quiero ver al caballo.

Hans miró a Elsa, quien se encogió de hombros.

Seguro, Poline, solo no tan cerca ¿sí? El caballo es joven y están enseñándole modales.

Polina asintió mientras se alejaba, dejándolos solos a unos pasos más atrás.

—¿Sabes? No creo que vaya a nacer uno hoy —comentó la blonda—. Ella de verdad quería ver…

—No sé si sea un espectáculo para una niña, Copito, es un cuadro lleno de fluidos en los que predomina la sangre y… y no sabemos cómo pueden terminar las cosas.

La blonda tensó los hombros, Hans había notado lo mucho que le asustaba la posibilidad de que uno de los potrillos pudiera morir.

—Si nace uno ¿podrías enviarme un mensaje para decírmelo? Así traigo a Poline y le ahorramos el show del horror.

—Claro.

Elsa le sonrió, sus ojos azules viajaron hacia Polina un momento y ni bien comprobó que guardaba las distancias correctamente, volvió a mirarlo a él.

—¿Krei te pidió que cuidaras de ella? —le preguntó antes de poder contenerse. Elsa frunció las cejas.

—No, durante la fiesta le conté a Poline que vendría aquí hoy y su padre me preguntó esta tarde si podría acompañarme. Dije que sí porque, aparentemente, nunca antes había pedido salir a ningún lado, así que… ¿De verdad está bien que la haya traído? Porque puedo llevármela…

—¡No, no! Dios, Elsa, no es nada de eso —le aseguró.

—¿Entonces qué?

—Él deja que salgas sola con su hija, debe confiar mucho en ti.

—No tengo ningún tipo de relación íntima con Alistair, Hans —se paró frente a él, tenía los brazos cruzados sobre el pecho y una expresión seria—. No sé por qué te interesa tanto saber.

—Ya te lo dije, Copito, quiero que seamos amigos…

Elsa acortó la poca distancia que los separaba en un par de pasos, Hans asintió para sí mismo: sería esa clase de conversación. No habían tenido una así en semanas.

—Y yo ya te dije que no creo que podamos ser amigos.

—Nunca me has dado una buena razón por la que no.

—¿Una razón…? Hans, no podemos ser amigos, los dos sabemos cómo se ve el otro sin ropa, sabemos los ruidos que hacemos cuando… la cosa es que los amigos no saben nada de eso.

—¿Es por el sexo? Elsa, no tengo ninguna intención de que volvamos a ser esa clase de amigos…

—No voy a ser tu amiga con beneficios.

—A ver, aclarando las cosas, cuando todo esto empezó —los señaló a ambos—, no éramos amigos, nos caíamos terrible y definitivamente no hay forma de que repitamos la misma historia.

—Porque ahora quieres más —repitió lo que alguna vez le dijo—; pero también quieres que tengamos sexo.

—¿Y tú no?

La vio tragar duro, sin embargo, no apartó la mirada; Hans se pasó una mano por el cabello, ese tipo de conversaciones los estresaban mucho, pero eran necesarias. No dejaría que a Elsa le quedara la más mínima duda de sus intenciones con ella.

—Mira, Elsa, no te estoy pidiendo que dejemos a Polya aquí para perdernos en las caballerizas y quitarnos la ropa entre pacas de avena, de verdad me gustaría que pudieras confiar en mí y que…

—Esa es la cosa, Johannes, sé que puedes ser un tipo decente, aunque si estamos siendo sinceros aquí, admito que todavía desconfío, no sé si esto sea sólo una pose para lograr lo que quieres —lanzó otra mirada a la niña, quien seguía ajena a la conversación a sus espaldas, tampoco era que de repente pudiera entender noruego, pero aún así—. Y no puedes culparme —continuó—, las únicas personas con las que te vi siendo decente fueron mi hermano, GoGo cuando era tu novia y Ariel, y les has mentido a los tres, por mucho tiempo… los dos lo hemos hecho.

—Yo confío en ti, Elsa.

La blonda se mordió el labio, nerviosa.

—Te dije que iba a ganarme esa confianza, me seguiré esforzando para que así sea.

—No dudo que te la ganes —confesó en un murmuro—, dudo que sea cómodo para los dos que hablemos de las cosas de las que hablo con mis amigos.

Hans se cruzó de brazos también.

—¿Qué clase de cosas?

—Ay, por favor, no tenemos doce años —rodó los ojos—. No creo que quieras escucharme hablar de sexo con otros hombres cuando quieres ser uno de esos hombres.

—¿Estás teniendo sexo con otros hombres?

—¡No! Ahora no, pero…

—Pues haz una prueba. Anda —la instó mientras instalaba una sonrisa preventiva en su boca, por si acaso.

Elsa analizó su rostro con ojos entrecerrados, Hans podía ver los engranajes trabajando dentro de su cabecita y por un momento se preguntó si había sido un movimiento inteligente. Decidió que el asunto no tenía vuelta atrás, y tampoco era como si tuviera algún derecho.

Dijera lo que dijera, Hans se sentía con la madurez suficiente para poder afrontarlo…

—Me acosté con Ryder unas cuantas veces.

Sintió que la sonrisa se le escurría del rostro poco a poco, involuntariamente elevó las cejas y tensó la mandíbula. El maldito pulso ardiente de los celos le corría por las venas. Elsa bufó una pequeña risa, sus ojos azules se posaron un momento en sus zapatos deportivos y pateó con desgana una brizna de césped.

—Cuando me encontraste saliendo de su cuarto, cuando estábamos solos en su casa y Honeymaren se portó como una terrible anfitriona —continuó—. Fue… empezó como nosotros: estábamos ebrios, me fui a su casa con él y después lo hicimos otras veces.

Quería que dejara de hablar, pero no podía decirle nada cuando fue él quien insistió.

—A Ryder le gustaba y le sigue gustando otra mujer, y a mi nunca me gustó de esa manera, así que decidimos dejarlo en diciembre, el día de mi cumpleaños. No duró más de un mes, creo.

—¿Fueron al Sleep Well?

Elsa asintió, Hans chasqueó la lengua.

—Ese era nuestro motel, Copito.

—Es que no conocía otro, fue al único al que fuimos.

—Dime que no pidieron nuestra habitación.

—No. Le dieron la número diez.

"Al menos tuvo esa decencia" pensó.

—¿Qué no es tu amigo?

—Ajá.

—Pues ahí está: tuviste sexo con los dos, pero solo aceptaste la amistad de Ryder, eso me hiere, Copo de nieve.

Elsa arrugó la nariz.

—Ryder no se portó como un imbécil conmigo y nunca nos dijimos cosas hirientes ni nada de eso.

Hans también arrugó la nariz, era un buen punto.

—Nunca me he arrepentido de nada en mi vida como de lo estúpido que me porté contigo.

—Lo dejaré ir del todo en algún momento, ahora somos mayores y sabemos cosas mejor… y también me gustaba Alistair Krei.

Bien, ahora estaba seguro que la quijada se le rompería si seguía tensándola tan fuerte por la sorpresa. Una cosa era un mocoso como Ryder Nattur y otra muy distinta era Alistair Krei.

—¿No vas a decir nada? —Elsa arqueó una ceja, Hans negó con la cabeza.

—No voy a hacer ningún comentario del que pueda arrepentirme después.

—Eso es muy inteligente de tu parte.

Guardaron silencio un momento, ambos miraron a Polina; Hans fue el primero en hablar.

—¿Qué le viste?

—Por Dios, Hans.

—¿Qué? No puede ser tan difícil…

—Es muy listo, es guapo, y siempre ha sido muy atento conmigo…

—Entonces sí que son íntimos —no pudo evitar que un tono de acusación se colara en su voz debido a los celos, Elsa jadeó.

—¡No así! Alistair y yo jamás… nosotros nunca… solo digo que siempre está teniendo atenciones conmigo ¿sí? Apuesto a que es él quien me envía todos esos regalos en mis presentaciones.

Hans no fue capaz de retener la carcajada que brotó de su garganta.

—No pensé que fueras tan inocente, Copo de nieve, ahora resulta que Alistair Krei es tu admirador secreto.

—Pues…

—Vamos, al tipo le falta imaginación, no podría idear nada solo… ni siquiera conoce a su hija.

Las mejillas de Elsa se encendieron de pena y molestia.

—Es mejor que dejemos de hablar de esto ¿de acuerdo? Vamos a ver a las yeguas de nuevo.

Elsa llamó a Polina, la niña dio un último vistazo al caballo y comenzó a adentrarse al establo de nuevo, Hans tomó con gentileza a la blonda del brazo, reteniéndola disimuladamente.

—Alistair Krei no es tu admirador secreto.

—Yo creo que sí lo es.

Otra cosa que no pudo contenerse a sí mismo de hacer fue volver a reír e inclinarse para besarla en la sien, Elsa hipó, y sus mejillas brillaron de rojo.

—Pues ya lo vamos a ver.


Honeymaren.

Te cortaste el cabello…

No tienes que hacer conversación, Johannes, no hace falta.

Quería ser amable.

Honeymaren negó con la cabeza mientras sonreía un poco.

No hemos sido amables con el otro en un tiempo.

No, creo que no.

El mesero puso una taza de té frente a cada uno y se retiró después de que le hicieran saber que no necesitaban nada más; Honeymaren no tenía intención alguna de tomar el líquido en la taza y parecía que Hans mucho menos. Lo citó en esa cafetería para que pudieran conversar, en público sí que no podían perder los papeles con el otro, aunque el pelirrojo, de cierta manera, se parecía al mismo muchacho que había visto por última vez meses atrás tanto como ella se parecía a… a cierta chica.

Entonces…

¿Qué?

Pues no dices nada y no quieres que diga nada, y de verdad dudo mucho que me hayas citado aquí solo para volver a verme la cara —revolvió el líquido con la cucharita—; ya lo dijiste: no hemos sido amables el uno con el otro.

Pues no se necesita mucha imaginación para saber por qué te pedí que vinieras.

Hans suspiró, por un momento volvía a ser ese muchacho al que de una manera u otra orilló a convertirla en su novia, pero solo fue una fracción de segundo, se alisó la chaqueta del uniforme y esperó. Honeymaren no soportó más la situación, pasados unos momentos se aclaró la garganta y fue a por ello, decidida a terminar con todo de una vez, así podría continuar. Ambos podrían hacerlo.

Bueno, yo lo sé y tú lo sabes, hace meses que terminamos.

Ya casi medio año, sí.

Cierto, igual quería que lo hiciéramos oficial —rodeó la taza con las manos, el calor del brebaje le resultó reconfortante—; nosotros… solo dejamos de hablarnos y era obvio ¿no? pero creo que necesitamos esto… yo lo necesito, al menos.

Lo necesitamos —convino—. No fue muy inteligente ni responsable de mi parte solo ghostearte y yo de verdad…

No te disculpes, yo no lo voy a hacer.

Honeymaren, no hay que pelear ¿sí? A estas alturas no sirve de nada.

Tampoco sirve de nada pedir perdón, la cosa es que sé que hice mal y desearía haber hecho lo que hice de forma distinta… de una forma en la que solo fueran tú y «ella» los afectados.

Los ojos verdes de Hans se volvieron inexpresivos.

Me da gusto saber que ambos reconocemos nuestras culpas.

No somos niños, sabemos muy bien lo que hicimos.

Desde luego.

Mira, ya no estoy enojada contigo porque no me quisiste —declaró—. Estoy enojada porque en ciertos momentos te portaste como si lo hubieras hecho y eso me hizo quererte más… y después me dejaste como si mis sentimientos no fueran nada…

... No mentí en esos momentos —trató de corregirla—, sigo pensando que lo que tu madre les hizo fue horrible, que no se lo merecían y espero que puedan superarlo…

... de cierta manera es culpa mía porque sabía que la querías a ella, pero también tuya porque en un afán de hacerle daño nos hiciste daño a los tres, sobre todo a nosotros dos.

Lo sé y yo sí lo lamento… intenté quererte, pero no pude.

No debí inventar calumnias sobre su familia, tan sencillo que era ir con su hermano y decírselo… claro que arruiné esa oportunidad y él no va a creerme ahora.

Todavía quieres decirle.

Zarubi sibié na nasú* —se golpeó la frente con dos dedos—: Quiero decirle todo, la cosa es que ya no puedo.

El rostro del colorado era un lienzo en blanco, no estalló ni le gritó como esperaba que hiciera, solo se quedó ahí, mirándola como si no la conociera en lo más mínimo. Honeymaren esperaba que entendiera que sus disculpas no significaban nada para ella, lo único que tenía significado eran sus propios sentimientos.

"No debí llevarte a casa conmigo ese primer sábado." pensó, resignada "No debí hacer muchas cosas respecto a ti. Amarte fue agotador, Hans."

Honeymaren se levantó de la mesa, tomó su bolsa de mano y miró al colorado. Algún día dejaría de sentir que le sangraba el corazón al pensar en él.

Me gustaría pretender que tú y yo nunca pasamos.

No tenemos que hablar de nuevo —miró el reloj en su muñeca y también se puso de pie—. Jamás.

Me parece muy bien, eso no será problema.

No le diría que estaba a nada de irse de Rusia, a él no le interesaba y Honeymaren no necesitaba lastimarse al comprobarlo. Casi podía saborear la libertad.

Que te vaya bien, Honeymaren Fyodorova, espero que tengas una buena vida.

Yo espero que Elsa nunca aprenda a quererte… y si lo hace, ojalá que le tome mucho tiempo. Ojalá que sepas lo que se siente esperar a que alguien te ame y esa persona nunca lo haga.

Hans no se inmutó por sus palabras, sacó algunos rublos del bolsillo de su pantalón para dejarlos sobre la mesa junto a las tazas de té llenas y olvidadas; la castaña le daba cortas miradas, mientras más rápido se olvidara de cómo se veía, mejor.

Da svidániya, Johannes Aleksandrovich.

La calle estaba llena de gente, típico de un medio día de verano ruso, cuando salieron, el cobrizo ni dijo nada ni le dedicó otra mirada, se perdió entre el gentío, sin voltear atrás. Lo último que vio fue la parte trasera de su cabeza cubierta con la gorra en color verde del uniforme.

No es como si alguna vez hubiera tenido otra cosa de él.


Elsa.

Pulsó el botón de «apagar» de su Mac y la blonda se estiró, soltando un suspiro de satisfacción cuando su espalda cedió e hizo un pequeño «crack», después de trabajar por dos semanas completas, finalmente tenía todos los reportes que le pidió su abuelo. Si no lo conociera mejor, diría que le estaba dando un poco más de trabajo del usual.

—No me voy a quejar, no lo haré —murmuró para sí misma mientras ordenaba su escritorio—. No importa que me haya pasado mis últimos días libres avanzando con los reportes, no me voy a quejar porque solo las perras débiles se quejan…

Su teléfono parpadeó y vibró con un nuevo mensaje.

W: Hay dos de ellos. Nacieron en la madrugada.

Elsa: ¿Y hasta ahora me lo dices?

W: Acabo de llegar a casa.

W: Fui a los establos y Murphy me lo dijo.

W: Puedes venir, si quieres.

W: Polya también… aunque es un poco tarde para que te acompañe.

Elsa se mordisqueó el labio, sintiéndose dubitativa de pronto: quería ver a los potrillos, pero no quería hacerlo sin la niña… no cuando sabía lo mucho que le ilusionaba la idea. Miró la hora en su reloj: las seis en punto… era tarde, pero no así de tarde.

Elsa: Puedo preguntarle a su padre.

W: Si quieres.

Elsa: Johannes.

W: No estoy celoso.

Elsa: Johannes Aleksandrovich.

W: Qué no.

Elsa: Johannes Aleksandrovich Westergaard.

W: Bien, solo un poquito.

La blonda sonrió al leer el último mensaje, decidiendo no pensar demasiado en que sonreía más a menudo con las confesiones del colorado, rápidamente llamó a Alistair y después de un par de minutos ajustando detalles, el hombre aceptó.

Elsa: Polya y yo estaremos ahí en media hora.

W: Las espero.

Elsa se apresuró a cambiarse la ropa y los zapatos por unos más apropiados para salir, tomó su chaqueta, su teléfono, las llaves y se apresuró a marcharse no sin antes hacerle saber a Nani que volvería antes de las diez; el chofer de Krei llegó justo cuando ella salía del edificio, Polina murmuró todo el camino, emocionada, hasta que el coche volvió a detenerse, Hans las esperaba en la entrada y los tres se hicieron camino hasta los establos, deteniéndose en las últimas dos más espaciosas.

Qué bonito —musitó Polina, dando vistazos al pequeño potrillo.

Elsa misma dejó salir un sonido de deleite ante el animalito, tenía el pelaje amarillo y una crin que seguramente sería muy rubia, Polina fue a ver al otro, que a diferencia del primero, portaba un pelaje gris con las largas patas blancas y una crin oscura.

¿Ya tienen nombre? —Hans negó con la cabeza.

Mis hermanos y mis primas se encargaban de eso, después fuimos Ariel y yo, pero hasta ahora no tienen ninguno —le informó—. Cuando mi abuelo los nombre, te lo diré.

Polina asintió, encantada.

—¿Y bien? —preguntó en su dirección—. ¿Qué piensas?

—Son tan pequeños, pero también son grandes ¿entiendes? Digo, no tiene ningún sentido y al mismo tiempo lo tiene…

—Lo sé.

—Dios, casi quiero uno para mí, pero no serán pequeños para siempre y tener un caballo es una responsabilidad enorme.

—Tal vez aún no conoces a tu caballo.

—Tal vez —aceptó y siguió admirando a los animales, totalmente inconsciente de estar recargándose en el colorado.


Hans.

Miró su reloj de nuevo, solo habían pasado cinco minutos. Después de hablar durante horas por mensaje de texto, logró convencer a Elsa de ser él quien pasaría a recogerla del teatro aquella tarde para ir directamente a casa del bermejo, dos potrillos más habían nacido y si el pronóstico del veterinario era acertado, otro estaba por arribar también y la blonda estaba decidida a no perdérselo. Tenía que ver por lo menos uno.

El verano estaba por comenzar y aunque ambos debían seguir acudiendo al teatro y a la academia respectivamente por unas cuantas horas, tenían suficiente tiempo libre, Hans no lo desaprovecharía en lo más mínimo, ya le preguntaría a la albina si iría a Noruega, así podría planear actividades en las que ambos participaran.

Dejó de pensar en todo eso en cuanto varias chicas emergieron de entre las puertas de madera, muchas le lanzaron miradas coquetas que Hans prefirió fingir que no notó y se preparó para acercarse a Elsa en cuanto apareciera; la rubia salió pasados un par de minutos junto a Gabriel Nuñez, el moreno se despidió de la muchacha y bajó los tres escalones con bastante prisa, desde su posición lo vio subir en una camioneta estacionada al final de la calle. Tan inmerso estaba pensando en lo familiar que se le hacía el vehículo que cuando volvió su atención a Elsa, otro tipo, seguramente alguno de los bailarines, estaba parado junto a ella, demasiado cerca; Hans frunció el ceño e hizo su camino hacia ellos.

… no, mañana no vengo, no tengo práctica los domingos —la escuchó decir.

¿Y el lunes?

Sí.

¿Por la mañana?

Sí.

¿Harás… harás algo en el almuerzo? —le preguntó el extraño, Hans puso los ojos en blanco.

Ella va a estar ocupada —respondió por Elsa sin poder contenerse, el colorado se paró muy derecho en toda su altura y le dedicó al muchacho, una cabeza más bajo que él, la severa mirada fría de un soldado.

El tipo tragó saliva, pero pareció no amedrentarse, al menos no del todo.

De acuerdo ¿quizá el martes…?

El martes también va a estar ocupada —volvió a responder—, y el miércoles y el jueves, y todos los días de las semanas siguientes.

El muchacho osciló sus ojos azules entre ambos, Elsa tenía los labios fruncidos, y Hans comprobó con alivio que lo hacía para contener una sonrisa y no por enfado.

Lo siento, Elsa, no sabía que tenías novio y que era un soldado —se volvió hacia Hans y asintió en un gesto de respeto antes de marcharse.

Esperó a que el chico estuviera lejos para poder hablar.

—No puedo creer que ese idiota de verdad quisiera llevarte a almorzar —comentó—, voy a darle unos puntos, tiene agallas.

—¿Leonid? Sí, es tierno —Hans puso los ojos en blanco—, no es mi tipo de todos modos.

—Gracias a Dios.

—¿Y en qué se supone que voy a estar ocupada el lunes y el martes, y todos los días de las siguientes semanas?

—Pues conmigo, anda, vámonos.

Elsa permitió que cargara la bolsa de lona donde guardaba su ropa, Hans los guio al coche, abrió la puerta del copiloto para ella y guardó la bolsa en el asiento trasero antes de rodear el vehículo para subir.

—¿Quieres que pasemos por algo para comer?

—¿Vamos a comer en el establo?

—Por Dios, Elsa, ya hemos bebido café ahí —la rubia tensó los labios—; pero podemos comer aquí si no quieres.

—Esto me recuerda a cuando me sacabas de casa en la madrugada y me comprabas nuggets de pollo antes de follarme duro en los fiordos.

Hans se atragantó con su saliva al escucharla y la miró con los ojos muy abiertos, sin poderse creer que de verdad le había dicho aquello.

—¿Qué? Dijiste que querías que fuéramos amigos, pues eso fue un chiste.

—No fue un chiste, Copito.

—¿Por qué no?

—¡Porque los amigos no hacen chistes sobre sexo entre ellos!

—Los amigos que no lo han hecho entre ellos no pueden, pero tú y yo sí.

—¿Nattur y tú hacen chistes sobre ustedes dos follando?

Elsa arrugó la nariz.

—Nos gusta pretender que no sucedió, te voy a agradecer mucho que no lo menciones.

Hans no protestó, para él mucho mejor.


Elsa.

—¿Quieres dar un paseo?

—¿Un paseo?

Hans asintió mientras acariciaba la cara de un caballo.

—¿Un paseo a caballo?

—¿Por qué no?

—Hans, no he montado a caballo desde que tenía como doce años —dijo, indecisa—; ¿y si me caigo? Puede que ya no monte bien.

—Créeme, Copito, tú sabes cómo montar y lo haces de maravilla.

Elsa sintió que las mejillas le ardieron de repente.

—¡Hans!

—Juré que no haría ninguna broma de esas, pero admítelo, era demasiado bueno para dejarlo pasar.

La blonda resistió la urgencia de propinarle un golpe, y aceptó el paseo después que el colorado prometiera que subiría con ella, que no caería ni nada por el estilo; lo vio sacar a uno de los animales y lo ayudó a prepararlo, escuchó atentamente qué era cada cosa, dónde iba y para qué servía, el olor del cuero, el shampoo dulzón que usaban para bañar al caballo y el pelaje rozándole los dedos le recordaba una vez más a sus veranos en el rancho de su abuelo en Berlín. Cuando terminaron, Elsa se afianzó de la perilla de la silla y metió el pie izquierdo en el estribo, lista para subir, Hans la tomó de la cintura, ayudándola con el impulso, y ni bien estuvo sentada, subió ágilmente, posicionándose detrás de ella. La blonda no terminaba de procesar el fantasma de las manos grandes del muchacho en su cintura cuando un par de brazos fuertes la rodearon, tomando las riendas.

Recorrieron el terreno, Elsa observó con ojos maravillados como las tierras se extendían frente a ella, aparentemente, la casa de los abuelos de Hans y el establo era solo una parte de toda la propiedad. No se sorprendió del todo cuando Hans le explicó que su familia, además de dedicarse a la construcción de navíos e importación, también tenía una mano dentro de la compraventa y cría de sementales de distintas razas.

—… y aquí es donde puedes entrar con ellos.

Elsa tragó duro al observar el cuerpo de agua.

—¿Cómo?

—No es gran ciencia, Copito, solo tienes que guiarlos.

—¿Y ya está?

Hans asintió.

—Es preferible hacerlo sin la silla… pero no te preocupes, saben nadar naturalmente, tienen enormes pulmones que los ayudan a mantenerse a flote.

—Ya.

—¿Quieres…?

—¡No! —Hans sofocó una risa detrás de ella, Elsa carraspeó—. Digo, no creo que sea necesario, vamos los dos encima de él y la silla…

—Está bien, Els, la corriente es perfecta y no es tan profundo —dijo mientras hacía que el animal avanzara.

—¿Qué haces?

—Vamos a darnos un baño, Copo de nieve, hace mucho que no nos bañamos juntos.

—Yo recuerdo nuestras duchas muy distintas.

—Te juro que ésta no será menos divertida.

Elsa se tensó en cuanto el agua comenzó a cubrir las patas del caballo, no obstante, evitó emitir cualquier sonido que pusiera en evidencia su temor, en su lugar se acurrucó contra el pecho del bermejo, quien la sostuvo con una de sus manos en un gesto que pretendía ser tranquilizante. El agua fría del arroyo cubrió las piernas de ambos y Elsa reprimió una queja sobre sus zapatos, no quería parecer una miedosa egocéntrica.

Su tranquilidad comenzó a agrietarse cuando el agua los alcanzó en la cintura.

—Hans, Hans…

—Tranquila, no… no aprietes las piernas, eso no lo ayuda a nadar… a ver, ponlas sobre las mías… sí, así.

—Creo que ya fue suficiente. Ya estamos limpios los tres.

El animal cruzó lo que faltaba del cuerpo de agua y Elsa suspiró de alivio cuando salieron.

—¿Lo ves? No pasó nada.

—Deja que me baje y veremos —replicó, aunque en el fondo admitía que no estuvo tan mal.

—Yo también me sentí raro la primera vez, a la próxima lo vas a disfrutar más.

Elsa quería que hubiera una próxima vez, pero no lo dijo en voz alta. Emprendieron el camino de vuelta, un manto nuboso cubría el cielo, augurando horas de lluvia torrencial. Típico de Moscú.

—Deberíamos dar más paseos juntos, es agradable —comentó el cobrizo—. ¿Sabes qué es lo que falta aquí?

—¿Qué?

—Algo de música country.

Elsa rio mientras negaba con la cabeza.

—¿Por qué te ríes?

—No pensé que te gustara la música country… no pareces un tío al que le guste la música country.

—¿Qué te parece que me gusta?

—No lo sé —se encogió de hombros—, t.A.T.u., IC3PEAK o Konfuz… lo que sea que los gópniks escuchen.

—Primero que nada, no soy un gópnik, segundo, sí me gustan las canciones de todos ellos ¿qué pasa con eso? —Elsa sonrió al escuchar el tono quejumbroso en la voz de Hans—, y tercero… la música country es muy buena.

—Yo no digo que no.

—Alan Jackson, Dixon Dallas, Johnny Lee… ¡Brooks and Dunn! —enumeró—. Algún día te llevaré a un Honky Tonk en América.

—¿No hay alguno aquí cerca?

—Seguro qué hay, pero Murphy dice que los Honky Tonks americanos son los mejores, y yo no sé, pero el tipo es de Wyoming y yo le creo.

—Murphy, claro, porque quién más te pudo mostrar todo eso.

—Un poco de respeto por la música con la que crecí en los establos.

—Si dices una vez más esa basura de «crecer en los establos», me voy a descontrolar.

Para cuando entraron a los establos, la lluvia había terminado de empapar lo que el arroyo no, Hans la ayudó a bajar de la silla y entre risas prepararon al caballo para devolverlo a su caballeriza; el colorado logró convencerla de quedarse hasta que las aguas bajaran, la blonda se veía sentada en la sala de estar junto al muchacho frente a la chimenea con una toalla sobre los hombros, caminaba tras de él cuando Hans se detuvo abruptamente y Elsa chocó contra su espalda.

—¿Hans?

No recibió respuesta.

—¿Pasa algo?

Hans levantó la mano en un gesto que pedía que guardara silencio, Elsa se quedó donde estaba mientras él atravesaba la distancia hasta una de las caballerizas del fondo, lo vio asomarse por la puerta y un jadeo abandonó su garganta, la urgencia en sus ojos verdes cuando se volvió para mirarla logró ponerla en alerta.

—¿Qué?

—Está… está…

—¡Hans!

El bermejo salió de su estupor, abrió la puerta de la caballeriza y entró, Elsa lo siguió al instante, pero retrocedió frente al cuadro que encontró: la yegua blanca, Kjekk, estaba tirada sobre su costado izquierdo, y lo que parecía ser la primera parte de su potrillo, por lo menos hasta donde terminaban las patas delanteras, salía de ella.

Blyat' —musitó.

Da, blyat' —dijo mientras se quitaba la empapada chaqueta del uniforme y la botaba a un lado—. Se puso de parto, quién sabe desde cuando está así, maldita sea.

—Voy a buscar a alguien…

—No creo que haya nadie, los mozos… ya debieron de haberse ido a casa… carajo…

—A ver, tranquilo ¿sí? —Elsa tomó una bocana de aire, tratando de calmarse también, estaba pasando—. La lluvia comenzó no hace mucho, fueron como veinte minutos del arroyo hasta aquí, otros diez en lo que tardamos devolviendo al caballo… seguro que no estaba así cuando los mozos vinieron a verla ¿cierto? Porque tienen que revisarlos a todos antes de irse ¿no?

Hans pareció considerar sus palabras un momento y asintió.

—Sí, tienes razón, Murphy… él no se iría si uno de ellos… si Kjekk… sabe lo mucho que Babushka la quiere…

—Iré a buscarlo, tú quédate aquí…

—No sabes dónde está su casa, pero… hay un teléfono, en la entrada, marca dos ceros y dos cincos, es la línea a la casa de Murphy.

Elsa giró sobre sus talones y corrió en la dirección a la que fue enviada, encontró el aparato incrustado en la pared, lo descolgó y con dedos temblorosos logró marcar a la línea que necesitaba, no obtuvo respuesta y fue en la tercera ocasión que descolgaron el teléfono al otro lado.

Murphy —sintió que el aire volvía a sus pulmones al escuchar la voz del hombre.

Hola, soy Elsa, la… la amiga de Hans —musitó tan rápido como pudo—, estamos en los establos, acabamos de volver cuando… Kjekk, ella se puso de parto y el potrillo está casi fuera, pero Hans…

Más despacio, niña, no puedo entenderte.

Elsa deseó gritarle que ella era quien no lo entendía a él, no solo por su acento sureño, si no por la pobre señal debido a la tormenta y el ruido que hacía el agua al golpear el techo.

Kjekk, la yegua de la señora Irina —repitió, pronunciando las palabras cuidadosamente—, se ha puesto de parto y Hans no sabe desde cuando, está muy preocupado.

¿Kjekk tendrá al potrillo?

¡Solo venga al establo, maldita sea! —gritó antes de colgar, estampando el teléfono.

Volvió junto al colorado, quien observaba al animal con preocupación.

—¿Pudiste…?

—Murphy contestó, pero el ruido de la tormenta no lo dejaba escucharme, le grité que viniera —se acercó al muchacho dando pasos lentos para no asustar a Kjekk—. Va a estar bien, los dos, solo tenemos que esperar un poco.

Hans negó con la cabeza.

—No hay tiempo, Els, no sabemos cuánto ha pasado —frunció las cejas—. Escucha, cuando se rompe la bolsa, tienes menos de cuarenta minutos para sacarlo, ellas lo hacen solas, pero siempre hay alguien por si la cosa se complica ¿entiendes? —la blonda asintió, la preocupación comenzaba a anudarle el estómago—. Este es el primero de Kjekk, claro que no sabe qué hacer y si no hacemos algo rápido, tal vez su bebé no camine y ellos van a tener que…

—¿Qué podemos hacer nosotros? —pregunto para evitar que siguiera hablando, sabía lo que diría y no quería escucharlo.

Un brillo determinado se apoderó de la mirada esmeralda de Hans.

—Tenemos que sacarlo.

—¿Y cómo…?

—Lo voy a jalar, tú ayúdame.

La blonda se deshizo del hoodie igual de mojado que la chaqueta de Hans, se anudó los húmedos cabellos rubios en un moño y se unió al muchacho; hizo todo lo que le pidió, tiró tan fuerte y al mismo tiempo fue tan cuidadosa como le fue posible, aun con la ayuda del bermejo sentía que el pequeño potrillo pesaba demasiado, finalmente cedió y el animalito fue expulsado del cuerpo de su madre, ella y Hans cayeron sentados y justo entonces Murphy apareció por la puerta de la caballeriza, cubierto con un impermeable y chorreando agua.

Maldita sea, Murph —jadeó el muchacho—. Te tomaste tu dulce tiempo ¿eh? He visto cómo recorres esos diez minutos en cinco, camarada.

Intenta llegar aquí cuando la lluvia no te deja ver hacia dónde vas, muchacho.

Murphy les dedicó una sonrisa pequeña.

Bueno, lo último que pensé que los encontraría haciendo a ustedes dos aquí fue esto —el hombre se adentró—. Lo admito, Johannes, no eres tan sinvergüenza como el resto de tus hermanos.

Se pusieron de pie junto a Kjekk, la yegua se mostró rápidamente interesada en el bulto lleno de fluidos que salió de ella, Elsa sintió que las lágrimas le distorsionaban la vista, impidiendo que siguiera apreciando al pequeño bebé a sus pies: el potro tenía el pelaje totalmente blanco, como su madre, el hocico y los cascos sonrosados, y unos preciosos ojos azul cielo.

—Qué bonito es —murmuró.

Hans le rodeó los hombros con un brazo y Elsa se acurrucó contra su costado, las emociones corrían dentro de su pecho como un torbellino, habían ayudado a que una nueva vida llegara al mundo. Los dos. Ella y Hans.

—Ven, hay que darle espacio.

Ni bien se unieron a Murphy en la entrada de la caballeriza, el recién nacido se levantó, las delgadas patitas temblaban mientras trataba de estabilizarse. Elsa estuvo a punto de preguntar cuál era el siguiente paso, qué se hacía en esos casos, pero la respuesta llegó antes; Murphy le tendió un móvil a Hans, el colorado se limpió la mano contra el costado de su pantalón, sucio y arruinado, antes de recibirlo y contestó a la llamada que ya se efectuaba.

Es Tumeriev.

Elsa lo observó obedecer a todo lo que el veterinario le ordenaba a través del teléfono, el muchacho pareció estimularlo, le corrigió la postura y limpió el cordón umbilical, la albina se había hecho de la caja con lo necesario para ayudarlo, quitándosela de las manos a Murphy, quien asintió, dejándole saber que estaba bien por él.

Vayan a ponerse presentables —les dijo al terminar—, yo me quedo aquí, Tumeriev dijo que vendría en cuanto pudiera. Alguien tiene que decirle a la señora Ira.

Hans la tomó de la mano, sacándola del establo, pero Elsa no despegó la mirada del animalito que mamaba de su madre. Había deseado ver nacer a uno, ayudar a que lo hiciera fue una experiencia completamente distinta.

Apenas sintió las gruesas gotas que los cubrieron en su camino a la casa.


Hans.

Dejó que Elsa tomara la primer ducha, de primera mano sabía que su ropa le quedaba demasiado holgada, por lo que se hizo camino a la habitación de Ariel, fue cuidadoso de no ensuciar nada al tomar algo para la muchacha y volvió a su cuarto. Consideró que dejar que se duchara en el baño de su habitación y no directamente en el de su prima era una mala idea en el instante en que salió, envuelta en la toalla que le había prestado. Hans carraspeó.

—Te traje algo de Ariel, lo que traíamos puesto ya no sirve, así que…

—Gracias, se lo devolveré mañana.

—Claro, yo… me voy a bañar, puedes vestirte aquí o… o en el closet…

—Sí.

Hans asintió, escogió una toalla nueva y la ropa con la que se vestiría, y se apresuró a entrar en el baño; se lavó la suciedad rápido, el menor tiempo que estuviera en la ducha con Elsa desnuda al otro lado de la puerta, mucho mejor para su salud mental. Confirmó que todo aquello había sido una mala idea cuando, al salir, encontró a la blonda de pie a mitad de su habitación, sus ojos verdes se toparon con los azules de ella, y después de un momento, Hans fue a colgar la toalla con la que se secaba el corto cabello pelirrojo y Elsa trató de devolver el cepillo a su tocador, chocaron entre ellos, efectuaron esa pequeña danza tratando de rodearse hasta que pararon para mirarse a los ojos y después de unos segundo, después de rendirse a los inevitable, fueron al encuentro del otro.

Sus manos se afianzaron de la espalda y cabello mojado de la albina mientras su boca encontraba con la de la muchacha, los labios de Elsa respondieron con fuerza a los suyos, sus pequeñas manos le recorrieron los hombros hasta llegar a la parte trasera de su cuello, apretándolo contra ella para profundizar el beso; Hans supo que estaba perdiendo la batalla contra la voluntad ante el primer gemido que la rubia emitió contra sus labios, danzaron torpemente hasta la cama donde se dejó caer con ella encima de él, Elsa se acomodó sobre su regazo, sobre él, y otro gemido escapó de esos pecaminosos labios color fresa, Hans mismo no fue capaz de engullir uno propio en el momento en que se meció encima del bulto que seguramente sus shorts no ocultaban.

Estaba duro como una roca, la visión de Elsa montando su polla cubierta, vestida y empapada por el baño, y esos sonidos, Dios, cómo extrañó esos sonidos… pero maldijo y agradeció el momento de lucidez que lo alcanzó ni bien los labios de la blonda abandonaron los suyos para ir a por su mandíbula. Se sentían emotivos, la adrenalina que se apoderó de ellos ante la situación que vivieron los impulsaba a reaccionar de esa manera. Las emociones querían salir y los dos siempre fueron buenos lidiando con ellas con el sexo. Debía parar todo eso. No era el momento y tampoco quería que su última primera vez ocurriera de esa manera.

Maldita fuera su conciencia.

—Copito —logró mascullar—. Copito…

La blonda ronroneó y se apretó más contra él. Que alguien le diera un premio por mantenerse cuerdo ante los turgentes pechos de la muchacha balanceándose frente a sus ojos.

—Elsa… Elsa…

La blonda lo besó arrebatadoramente una vez más antes de detenerse.

—Todavía no… —jadeó contra sus labios—. Así no…

Elsa le tenía cogida la cara con las manos, su mejilla izquierda reposaba contra la mejilla derecha del muchacho, el aliento que salía estrepitosamente de la boca de la blonda le hacía cosquillas ahí donde lo golpeaba; ella terminó por asentir.

—Todavía no —convino y se quitó de encima, sentándose a su lado en la cama.

Pasaron varios minutos tratando de recuperar el aliento y la compostura, Hans no se molestó en ocultar su erección, no cuando Elsa estuvo restregándose contra ella; recordaba vívidamente que eso, el tema sexual, entre ellos era apasionado e intenso, pero obtener una probada en mucho tiempo fue más una tortura que un premio.

—¿Ya llamaste a tus abuelos? —preguntó la albina tras aclararse la garganta.

—No.

—Llámalos.

—Voy.


Ryder.

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—Estuve pensando mucho en lo que hablamos… en lo que dijiste ese día, y creo que necesito… creo que lo mejor será alejarnos el uno del otro por un tiempo —los ojos oscuros de Judi se mantenían pegados a los suyos—. No me incomodan tus sentimientos, en realidad me siento… halagada, cualquier persona que reciba tus afectos debe ser lo suficientemente digna para atraer a un muchacho como tú.

Ryder asintió, instándole a continuar.

—Pero esos sentimientos causan inseguridad en Giselle, quien, como ya sabes, es mi pareja desde hace un tiempo considerable y yo no… yo no voy a sacrificar mi relación, la respeto demasiado. Lo mejor para todos es que dejemos de frecuentarnos hasta que todo esto haya pasado… porque va a pasar, y no estoy minimizando lo que sientes por mí, nadie puede hacer eso. Es tan real como quieres que sea.

Ryder volvió a asentir, no hubo palabras de su parte. Judi le regaló una sonrisa, se puso de pie y se marchó tras besarlo en las mejillas. El muchacho agradeció que no intentara decir alguna basura como «llegará alguien mejor para ti». Era la manera de Judi.

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Las maletas en la puerta de la habitación de su hermana le causaban una sensación de incomodidad, tanta que logró arrancarlo del amargo recuerdo de la reunión con Judi. Miraba a su alrededor y todo le resultaba un desconocido, pasaba tiempo en casa, sí, pero parecía ser que la atención que prestaba era más bien nula: no tenía idea de lo que estaba sucediendo.

¿Vas a algún lado? —le preguntó a su hermana mientras le recibía una caja.

¿A ti qué te parece?

¿A dónde?

Honeymaren no le contestó, siguió paseándose por su habitación, mirando alrededor, moviendo cosas de lugar y metiendo otras tantas en una caja con la palabra «donar» escrita en rotulador negro.

Podemos pasar a dejar esto al centro… ¿sabes qué? Babushka puede ir a dejarla cuando lleve sus cosas.

Maren…

Dios santo, Ryder, es obvio que voy de salida.

Por eso, pero a dónde.

La castaña se volvió para mirarlo, el cansancio abundaba en su rostro.

Dinamarca.

¿Dinamarca? ¿Dinamarca dónde…? Esa no es ni siquiera mi primera pregunta, no tiene sentido ¿por qué Dinamarca? ¿es por el ballet? Seguro qué hay excelentes campamentos de ballet en Moscú… en Rusia, no en otro país y mucho menos en un continente distinto.

Son como cinco horas en avión, Ryder, no es que me esté mudando a América.

¿Mudar? ¿Qué quieres decir con mudar? —dejó la caja en el piso y acortó la distancia entre ellos.

Honeymaren no hizo más que mirarlo. Ryder abrió mucho los ojos.

Te mudas a Dinamarca ¿verdad?

Sí.

Y no ibas a decir nada ¿o sí?

Te lo diría mañana, en el aeropuerto… la abuela dijo que hablara contigo, pero yo no quise.

Claro, porque tú ya no hablas de nada ni conmigo ni con nadie —se llevó las manos a la cadera en una pose tensa—. Te voy a decir una cosa: lo de la ruptura con Hans ya no te justifica, entiendo que lo pasaras mal y esa mierda, pero no te excusa de todas las estupideces que hiciste en su nombre, lo de la familia de Elsa y…

Elsa, todo tiene que ver con ella siempre ¿no es así? —la morena tensó los labios—. No conoces a tu amiguita, Ryder, no la defenderías tanto si lo hicieras.

No paras de decir eso todo el tiempo, pero nunca…

Se acostaba con Hans —lo interrumpió.

Ryder abrió y cerró la boca varias veces debido a la impresión, ningún sonido salió de él y finalmente optó por apretar los labios en una línea tensa.

¿Qué? No me digas que tu gran amiga Elsa no te contó nada.

Yo… qué jodido.

Eso pienso yo, Hans se la folló mientras estábamos juntos. ¿Cuando fue a Noruega ese primer diciembre desde su regreso a Moscú? Desde luego ¿en la boda de Roland? Claro que sí y algo más pasó entre ellos, algo muy duro porque desde ese momento tu amiguita lo detestó con el alma.

Ryder se dedicó a mirarla completamente pasmado.

¿No vas a decir nada?

Quiero decir muchas cosas… quiero preguntarte por qué no dejaste a Hans si sabías que te engañó, ahora entiendo ese rencor que le tienes a Elsa y me siento estúpido por pensar que se trataba del ballet; pero tengo la sospecha de que no te va a gustar mucho…

¿Crees que no sé que debí dejarlo? No sabes lo mucho que me arrepiento, hermano, aunque arrepentirse no sirve de nada.

¿Qué tiene que ver la aventura de Elsa y Hans con que te vayas de Rusia? A ver, entiendo… entiendo, de verdad, que te enojaras y quisieras que el día del juicio los juzgara primero, que tú trataste de aplastarlos y no salió, pero ya está ¿sí? Lo van a dejar ir, todo el mundo, y si ellos pueden, entonces tú también.

Por primera vez desde que aquella conversación comenzó, Honeymaren pareció un poco perdida, se encogió de hombros después de unos segundos.

Me arruiné, Ryder, yo solita, y quiero empezar de nuevo ¿qué hay de malo en eso o en desear hacerlo en otra parte? No quiero que toda mi vida pase en Rusia.

No hay nada de malo —aceptó.

Honeymaren metió los brazos bajo los suyos y lo atrajo hacia ella para abrazarlo, Ryder correspondió al gesto, plantó una serie de besos en la coronilla de su hermana y no la dejó ir, Maren podría soltarse cuando quisiera, pero él no.

Visítame en Dinamarca —murmuró ahí donde su nombre estaba bordado en la camiseta.

Lo haré.

¿Ry?

¿Mmm?

Supongo que Elsa y yo nos hicimos daño la una a la otra de forma distinta… lo que digo es que aunque preferiría que no, está bien para mí si quieres seguir siendo su amigo.

Ryder no tuvo oportunidad de contestar nada, una de las chicas del servicio se apareció por el pasillo para entregarle un recado de parte de Yelena: quería verlo en su habitación. Honeymaren lo dejó ir con una palmada en el hombro y volvió a ocuparse de sus cosas, el castaño fue a atender el llamado, hablaría con ella y después iría a tomar una ducha para poder perderse en el sueño. Había sido un día largo.

¿Necesitas algo, abuela?

Yelena estaba sentada junto a la ventana, la luz blanca de la luna y la amarilla de la lámpara acentuaron la mirada oscura que le dirigió.

¿Babushka?

Tu amiga Elsa, la nieta de Runeard, ella sabía sobre la cosa con tu madre ¿cierto? Se lo contaste.

Pues…

¿Se lo contaste? —presionó.

¿Qué con eso? Elsa es una persona discreta, no va por ahí contando chismes…

Me da… gusto que tengas tanta estima y confianza en esa niña, aunque no puedo evitar cuestionarla.

Mira, no sé de qué…

Tenía una cita para desayunar con algunas de mis amistades esta mañana, solo una se presentó en el restaurante y ¿sabes qué me dijo? —Ryder esperó a que ella respondiera—. No se aguantó las ganas de preguntar cómo estaban tu hermana y tú, pasó media hora quejándose de las malas madres hasta que salió a relucir el nombre de la tuya y muchos detalles de la asamblea contra ella para que les devolviera el dinero de la pensión que pagaba tu padre.

Ryder tragó seco. ¿Cómo podría saber esa mujer algo que… algo que se suponía nadie tenía forma de saber?

Acordamos que todo sería lo más discreto posible y hoy la mujer más chismosa de Moscú me ha dicho cuánto lamenta que la mujer con la que se casó mi único hijo terminara robando a sus propios hijos. Son las nueve de la noche, Ryder, seguro que ya lo saben hasta en Rostov del Don.

Eso no significa que Elsa haya dicho nada, abuela —replicó—. Solo estás enojada con ella porque Maren va a irse y crees que es su culpa… además, Hans también sabe sobre nuestra madre, él pudo…

Por favor, Ryder, a ese muchacho no puede importarle menos lo que pase con tu hermana, no se molestaría en ir divulgando por ahí lo que sabe, sobre todo con lo exigente que es Irina.

Ryder la miró con ojos muy abiertos, sorprendido por la dureza de sus palabras.

Esa mujer, Karina Alekseyeva, comentó la aflicción que le causaba el tema a los integrantes de nuestro círculo, Runeard Solberg entre ellos.

El castaño enderezó los hombros ante la mención del abuelo de Elsa. El hombre le daba un poco de miedo.

—Runeard Solberg no tenía ni idea, nadie sabía nada sobre esto y ahora va por ahí regando su veneno —Yelena suspiró—. Yo no digo que Elsa se lo dijera, pero piénsalo, no hay otra explicación.

—Babushka…

—A tu hermana tal vez no le importe que seas amigo de esa niña, a pesar de todo lo qué pasó entre ellas…

—No es culpa de Elsa que Hans no haya querido a Honeymaren.

—… quizá Maren no te pida que dejes de hablar con ella y yo tampoco te lo voy a pedir —continuó como si no lo hubiera escuchado—; pero no quiero que la traigas aquí. Ya no.

Yelena apartó los ojos de él, dando la plática por terminada y dejando muy en claro que no escucharía una palabra en contra de esa nueva regla, Ryder asintió antes de girar pesadamente sobre sus talones y marcharse. Qué día tan largo, necesitaba ese baño para ayer.


Hans.

¿Qué tal se ve?

Hans levantó la cabeza para poder mirar a la niña, Polya le mostraba el dibujo que acaba de hacer: un hada con vestido verde que sin duda podría verse mejor. Pero el colorado no era un desalmado, al menos no cuando se trataba de niños… de niños que no fueran sus sobrinos.

Vaya, quién diría que eres muy buena dibujando.

Polina le sonrió antes de comenzar con otro dibujo, Hans volvió a lo que hacía: entrenar. Debía terminar ese circuito de push-ups, hacer otro en la barra y terminaría con las pesas. Siempre le gustó hacer ejercicio, pero jamás había estado tan comprometido con ello como lo estaba ahora, la Academia sin duda tuvo un gran impacto en él.

Elsa, sentada con Polina y Anya en la mesa con un paraguas para protegerse del imprevisto sol que calentaba el día, también halagó a la pequeña, la alentó a continuar y ella se enfocó en su libro… o eso intentaba; desde su lugar en la parte adoquinada de ese espacio en el patio de su casa, Hans notó que la blonda no pasaba de la misma página hacía un buen rato, también era consciente del par de zafiros que miraban en su dirección por varios segundos antes de apartarse y seguir la misma rutina una y otra vez.

¿Cómo está ese libro? —le preguntó mientras se ponía de pie y se hacía camino a la barra que tomó del cuarto de Lars, el sol acariciaba la piel desnuda de su torso como pocas veces al año.

Ella no levantó los ojos al responder.

Fascinante.

Eso parece… —se aseguró que la barra estuviera bien puesta antes de colgarse—… Copito, por cierto, tienes el libro al revés.

Anastasia y Poline se volvieron hacia Elsa para comprobar si lo que decía el bermejo era verdad, la blonda enrojeció hasta la punta de sus cabellos incoloros al verse atrapada en tanto trataba de arreglar el libro, sin embargo, no fue lo suficientemente rápida y su mejor amiga y la pequeña no pudieron evitar reírse de su infortunio. Elsa fingió que no le importaban las miradas que le enviaban las otras dos y Hans sonrió para sí mismo, la muchacha no se atrevió a seguir mirándolo hasta que hubo terminado; Anya y Polya los siguieron al establo para conocer a los nuevos potrillos.

Ojalá los bebés humanos fueran así —comentó la pelirroja—: aprendiendo a caminar desde que nacen.

De esa manera solo tendrías que tenerlos, pero tú no quieres tener hijos.

Anastasia arrugó la nariz, encogiéndose de hombros.

Sí que quiero, desde mi susto de embarazo Dima y yo estuvimos hablando y decidimos que siempre sí tendremos hijos —respondió—. Bueno, yo lo decidí, él iba a hacer lo que yo quisiera.

Apuesto a que tendrán hijos hermosos —Elsa le rodeó los hombros con los brazos por unos segundos.

Pues claro, genética como la de los Romanoff y los Ivanov no tiene comparación.

De ser cierto, uno de mis hermanos se habría casado con una de tus hermanas.

Anastasia se volvió para mirarlo, los ojos abiertos en un gesto de incredulidad.

Tu hermano Lev está casado con mi hermana Olga, tienen dos hijos —dijo lentamente, como si eso lograra que la información se retuviera en la cabeza del colorado.

Entonces Hans se soltó a reír y Anastasia puso los ojos en blanco, claro que le estaba tomando el pelo.

Dios, Anya, claro que sé que están casados. Se casaron antes de que yo me fuera a Oslo y tú a París —dijo—. Lars se embriagó con ron y se cayó en la piscina del salón, los gemelos tuvieron que lanzarse a sacarlo.

Elsa oscilaba la mirada entre ambos, sus ojos azules divertidos y tan incrédulos como los de Anastasia.

Como si arruinarle la boda no fuera poco, la pobre Olga tuvo que decirle adiós a su sueño de tener una hija.

Se casó con un Westergaard.

Anya negó con la cabeza, se unió a Polya, quien observaba al resto de los potrillos, y Hans dejó de escucharla en cuanto las palabras en francés comenzaron a salir de las bocas de las chicas.

—Eres terrible —lo acusó Elsa—, no me creo le hicieras creer que no te acordabas que su hermana se casó con el tuyo.

—Tenía quince años, Lev es mi hermano número-quién-sabe-qué y he asistido a tantas bodas y fiestas de bienvenida a sobrinos recién nacidos, sí me creyó es porque no puede culparme por olvidar a uno o dos.

—Aún así.

Atrapó la mirada cerúlea de Elsa, manteniendo el peso de los orbes de la muchacha con el de los suyos, por varios segundos. Apenas y podía creer la gran evolución que los había llevado hasta ahí: meses atrás, la albina era incapaz de estar junto a él por más de lo estrictamente necesario, y ahora estaba ahí, pasando tiempo a su lado, cada vez más cómoda con los sentimientos que tenían por el otro, que existían bajo la superficie y de los que no hablaban. Todavía.

—Yo…

—¿Tú…?

—Honeymaren y yo terminamos.

El brillo en los ojos de Elsa se opacó un momento.

—Ah.

—Es decir, ya habíamos terminado, desde Diciembre —explicó tan pronto como pudo—; no nos hablábamos ni nada, solo que no lo habíamos hecho oficial y esa basura.

—Pues… qué bien, supongo.

Elsa pretendió que centraba su atención en Polya y Anya, a buena distancia de ellos, pero Hans pudo ver sus palabras corriendo dentro de la cabecita rubia de su copo de nieve, una sonrisa pequeña comenzó a aflorar en los labios de la muchacha y el alivio lo recorrió como una ola santa.

—¿Copito?

—¿Mmm?

—¿Qué harás este verano?


Elsa.

Las arrugas en el rostro de Nanny se acentuaron apenas Elsa estuvo en su campo de visión, la blonda se preguntó si había hecho algo para enfadar a la mujer e iba a preguntárselo, sin embargo, el gesto del ama de llaves fue rápidamente justificado cuando se topó con su abuelo, sentado en la sala de estar como pocas veces lo hacía. Runeard portaba una expresión apaciguada, bebía de su taza de té mientras leía el periódico en el iPad que cargaba consigo siempre, no había rastro de Madeline además de los tres dálmatas echados sobre unas mullidas almohadas que Elsa bien podría usar para dormir.

—Miren si esto no es una sorpresa —dijo el pelirrojo sin levantar la mirada—, mi nieta recordó donde vive.

Elsa miró el exquisito reloj en su muñeca.

—Apenas son las seis.

—Sí, eso dice mi iPad —siguió sin mirarla—. ¿Con los Westergaard de nuevo?

—Estábamos viendo a los potros.

—Claro, Alistair Krei no deja de hablar de lo buena que eres con esa niña suya —hizo una pausa para terminar de leer, apagó el aparato y lo dejó de lado junto a sus gafas—. Nunca habla de su hija, y de repente no se calla.

Elsa se dedicó a tirar de un hilo de su bolsa de lona, ojalá que su abuelo no se tardara en regañarla. Pasaba mucho tiempo fuera del loft, eso lo aceptaba, pero no iba a disculparse; ¿qué esperaba? No iba a quedarse toda la vida ahí. Le esperaba una vida en Moscú y ella aprendería cuanto pudiera.

—¿Has cenado? —preguntó para hacer conversación—, yo ya, pero puedo acompañarte.

Era mentira, se moría de hambre, pero rogó al cielo que su abuelo no lo notara. Lo menos que quería era compartir la mesa con él.

—Nanny dijo que no tarda.

Elsa asintió.

—¿El ama de llaves de Krei cocina bien?

—Eso creo —se encogió de hombros—, Hans, Anya, Polina y yo comimos algo en el parque.

—Hans —repitió Runeard.

—Ajá, es un… amigo.

—Un amigo. Creí que no lo tragabas.

—No lo conocía tan bien como ahora, ya entiendo porqué a Roy le cae tan bien —explicó usando el mejor tono inocente que tenía en su repertorio.

Runeard estudió su rostro por un momento.

—Cuidado, Elsa, no creo que a Alistair Krei le haga mucha gracia saber que Johannes Aleksandrovich te cae tan… bien.

—No es asunto suyo.

—¿Ah no?

Algo se traía entre manos, Elsa podría apostarlo.

—No.

—Es bueno saberlo, Alistair es de esos hombres que les gusta lastimar cuando los lastiman… otros hombres golpean indirectamente ¿sabes? Yo creo que esos son los peores, nunca sabes cuando o de dónde vendrá el golpe.

Elsa dejó que las palabras de su abuelo se colaran dentro de su cabeza, asintió, como si la lección que acaba de recibir fuera de gran ayuda… aunque más que lección, le había sonado a amenaza. Los tres perros gruñeron tenuemente en su dirección, enseñándole los dientes.

—La verdad es que no sé de qué hablas, Alistair no tiene ningún motivo para salir "lastimado". Hans y yo somos… amigos, nada más.

—No puedo ni imaginarme el… gusto que le dará a tu hermano saber que su hermana y su amigo por fin se han entendido.

Elsa pretendió que no lo escuchó.

—¿Quieres que te acompañe a cenar?

—En un rato, cuando tu abuela vuelva de su boutique —Runeard la miró de arriba a abajo, una ceja roja se arqueó de forma criticona—. Cenarás con nosotros, otros pocos kilos menos y no aparecerás en ningún mapa de Rusia.

Elsa frunció los labios con el último comentario para evitar decir nada que alargara aquella conversación, Runeard ladeó la cabeza en un gesto que la albina ya conocía, se acercó a su abuelo y plantó un beso corto en ella antes de marcharse a su habitación, subiendo los escalones de dos en dos; arrojó sus cosas sobre la cama ni bien cerró la puerta a su espalda. Que alguien arrojara a Runeard Solberg por un acantilado, ella con gusto pagaba.

"Que no te afecte, no dejes que se meta en tu cabeza" se dijo a sí misma, convencida de evitar que su abuelo la hiciera parte de sus juegos mentales como lo hizo con Agnarr toda su vida. Su padre. Cierto. Quería hablar con él sobre algo importante desde hacía unas semanas.

Elsa sacó su teléfono de la bolsa de lona y marcó el número de su padre, Agnarr descolgó al otro lado de la línea pasados un par de tonos.

—Hola, papá.

Mi reina, no sabes lo feliz que me hace escucharte cuando llamas.

—También me alegro de oírte —se mordisqueó el labio—. Oye, yo… quisiera pedirte algo.

Agnarr guardó silencio un momento.

Lo que quieras, cariño.


Hans.

El bermejo se acomodó la laptop en el regazo mientras tomaba su bol con cereales de la mesita de noche junto a la cama, hizo malabares para no derramar nada en la colcha recién lavada. Su sargento le gritaría horrible de encontrar una mancha durante la inspección matutina.

¿No estás de vacaciones ya? —preguntó Eugene desde la laptop.

Ah. La videollamada semanal por fin se efectuaba después de un tiempo de no hacerla. Roland, David, Naamari y Asha* se mostraron de acuerdo con el moreno.

—No hay vacaciones cuando estás en el ejército —respondió, sus amigos emitieron sonidos de burla y Hans sonrió socarronamente en tanto masticaba sus cereales—. Seré libre este viernes. Hasta septiembre.

Qué felicidad, Hansy, qué felicidad me da escucharte decir eso —aplaudió su primo—, porque, justamente, quisiera darle una visita a la familia en unas semanitas.

Hans se enderezó.

—¿Vendrás a Moscú?

¿Para qué? —preguntó Roland.

¿Rapunzel en Rusia? Pagaría por ver eso —rio Naamari—, seguro que se congela los pies si se pasea descalza por ahí.

Para tu información, Naamari, Rusia es cálida en el verano, así que Punzie y sus adorables piecitos no corren peligro alguno si es que ella fuera a acompañarme, cosa que no hará.

Los otros cinco pusieron los ojos en blancos.

Y respondiendo a sus preguntas, Hansy y Roy —los dos muchachos escucharon, atentos—: así es, estaré unos días en Moscú… porque es justo y necesario.

—Hace más de dos años que no te paras por aquí, no entiendo a qué quieres venir…

Bueno, ya sabes lo que dicen: los rusos siempre vuelven a la madre patria.

Ni siquiera eres ruso —señaló David.

¡Mi residencia dice otra cosa!

Deja de dar tantas vueltas y escúpelo —apuró Asha, notablemente irritada.

Estoy notando un aura muy negativa en este grupo de amigos, y si siguen de la misma manera, entonces creo que tendré que conseguirme a otros… padrinos de boda.

Hans se atragantó con la cuchara llena de cereales que se había llevado a la boca, unas gotas de leche fueron a parar a la pantalla de la laptop, vio a Roland abrir los ojos tanto como era capaz, David y Naamari se cubrieron la boca en un gesto de incredulidad, Asha, quien tenía la cabeza recargada en una de sus manos, se puso derecha tan abruptamente que el chirrido que emitió su silla pudo oírse fuerte y claro.

No.

Sí.

—No.

Sí.

No.

¡Qué sí, carajo!

Hans decidió que dejar el bol de cereal en la mesita de noche era lo más acertado, de seguir recibiendo más sorpresas, terminaría por ensuciar la cama.

Dios, eso… es fantástico, Gene —dijo Asha, convirtiéndose en la primera en salir del estupor provocado por la noticia.

Sí, hermano —carraspeó David—. Disculpa nuestras reacciones, es que todavía yo no me la creo.

No te disculpes —Naamari tomó la palabra—, es culpa suya que nos cause tanta sorpresa.

¡¿Culpa mía?!

Bueno, mira la situación desde nuestro punto de vista —continuó la muchacha—: tú y Rapunzel son un par de hippies que no creen en nada que no sean ustedes dos… digo, no puedes esperar que nos creamos que decidieron pisar por voluntad propia un lugar donde tienen que asistir decentes.

Eugene jadeó, ofendido, y batió un dedo amenazante en dirección de todos.

Como sea, iré a Moscú para hablar con los abuelos sobre la boda, jamás ofendería a mi Babushka, la mujer que acogió y crio como a su nieto, dejándola en ridículo al no seguir las tradiciones rusas.

¿Tradiciones rusas?

—No preguntes —saltó Hans.

Hizo contacto visual con Eugene, estaba claro que su primo había notado la falta de cometarios por parte suya y del primo de la futura novia.

—Estoy de acuerdo con David, no me lo esperaba, pero creo que no había otra forma ¿cierto? —Hans se encogió de hombros, su tono mostraba la aprobación que sentía ante la noticia—, a ver, no es que pudiera imaginarte con nadie más. Se complementan el uno al otro, y eso es genial.

Eugene asintió.

Gracias, hermano.

Los cinco esperaron en silencio a que Roland se decidiera a hablar, el rubio carraspeó.

No puedo decir más que espero que los dos sean muy felices juntos… sé que se quieren mucho. Punzie no encontraría a nadie mejor para ella aunque lo intentara.

El suspiro que dejó salir Eugene estaba tan lleno de alivio que fue muy evidente.

Dios, Roy, pudiste decir algo antes, me estabas matando aquí.

Perdóname, no quise dar la impresión de que estaba en contra de la boda… en realidad, me emociona que hayan decidido dar un paso tan grande como este, sobre todo porque te veo muy seguro.

Hans frunció el ceño. Roland parecía un poco distante desde el comienzo de la llamada, apenas y miraba en dirección de nadie o le hablaba a ninguno directamente. Algo le estaba sucediendo y Hans iba a averiguarlo.

Hans: ¿Podemos hablar cuando terminemos aquí?

Roy: ???

Hans: Unos minutos.

Roy: Claro.

Hablaron un poco más de la futura boda, comenzaron a proponer lugares para una escapada de fin de semana que remplazara la noche de despedida de soltero, rieron y se molestaron entre sí hasta que no quedó más que decir, terminando por despedirse no sin antes acordar una fecha para otra videollamada grupal. Hans estaba por llamar a Roland nuevamente cuando su teléfono vibró con una llamada entrante.

—Pensé que haríamos FaceTime —dijo al contestar.

Dijiste que unos minutos, además, estoy un poco ocupado aquí.

—Qué borde.

Mi padre me está matando con el trabajo, solo quiero irme a la cama temprano.

—Ya.

La estática de la línea reinó por un momento.

Entonces… dímelo.

—¿Yo? Dímelo tú, amigo, luces como si alguien se hubiera comido tus malditos chips de ajo.

Con mis chips de ajo no se juega, Westergaard, jamás me he metido con esa gelatina de carne que te comes.

—¡Jolodets! ¡Se llama Jolodets!

Pues eso.

Hans bufó, incrédulo y ofendido, y no dijo nada más; era cuestión de segundos para que Roland cediera. Contó hasta diez, un suspiro se escuchó tras la línea, seguido del sonido de unos papeles que se movían y finalmente la voz de su mejor amigo.

Estoy bajo mucho estrés en este momento, me voy a graduar el siguiente año y parece que a mi padre se le ha metido en la cabeza que haga el servicio militar al terminar en Cambridge.

—Cierto, en Noruega también es obligatorio.

Él lo hizo el último año que tenía para hacerlo, pero quiere que yo lo haga desde ya.

—El lado bueno es que tu servicio es más corto que el mío.

Y las cosas con Gen están un poco… un poco frías.

—Lamento escuchar eso, amigo.

Es preocupante, pero no tanto porque sé que encontraremos la forma de salir adelante —Hans deseó que así fuera—. Vamos a ver ¿no dicen que el primer año de matrimonio es el más difícil?

—Supuestamente.

Ahí está. Todo estará bien siempre y cuando ninguno de los dos mencione la palabra «divorcio».

El colorado se mostró de acuerdo. Roland volvió a suspirar al otro lado de la línea, en esa ocasión sonaba más relajado, como si hablar con él sobre sus problemas lo ayudara a aligerar la carga sobre sus hombros de cierta manera; Hans se sintió enfermo cuando la culpa trepó sobre su cuerpo, afianzándose al pecho del pelirrojo. También quería hablar con Roland sobre sus cosas, decirle los avances que tenía con Elsa, la esperanza que vivía dentro de él y que su mejor amigo se sintiera feliz al escucharlo… se preguntó si algún día sería eso posible.

Por cierto, Hans —Roland lo trajo de vuelta a la realidad—, aprovechando los últimos minutos que nos quedan de esta llamada, quiero preguntarte si irás an Oslo este verano.

Hans se mordisqueó el labio, nervioso, sabía muy bien la respuesta.

—No lo creo, amigo.

¿No?

—Uh-hu… mi abuela está enojada conmigo, no puedo ir an Oslo en un tiempo.

¿Acaso te busca la policía o algo? —trató de bromear el rubio.

—Nah… ella solo… hice algo que la disgustó y parte de mi castigo es no poder ir de vacaciones a ningún lado en un tiempo.

Qué pena, esperaba que vinieras. Hay… algo de lo que quiero que hablemos.

Hans sintió un hueco en el estómago. Algo le dijo que sabía a lo que se refería Roland.

—Ya hablamos mucho, Roy, te dije… te dije que estaba bien ¿de acuerdo? No tenemos que…

Sí tenemos, pero no quiero hacer esto por teléfono, Hans.

—Cerramos el tema, Roland, hay que dejarlo por la paz.

Roland no dijo nada por un rato.

No podemos esperar hasta que tu abuela decida que te perdona, quizá vaya por allá pronto.

—Bien. Claro. Cuando quieras.

Quería decírselo, quería que lo supiera todo, pero el miedo le frenaba los pies; no sabía cómo reaccionaría y eso lo asustaba, perder a su amigo lo devastaría.

Elsa le pidió a papá que le comprara a tus abuelos ese caballo con el que está obsesionada —el susurro se coló por la línea, poniéndole fría la espalda—. Pasa mucho tiempo en tu casa ¿eh?

Hans tragó seco.

—Le gusta ir a ver a los caballos.

Casi podía ver a Roland apretando los párpados.

Los caballos, claro.

—Roy…

Escucha, tengo que irme, hablamos después.

La llamada fue cortada antes que pudiera decir nada. El bermejo se quedó un momento ahí, sentado en la cama con el teléfono pegado al oído.

—Cobarde, eres un maldito cobarde —se dijo a sí mismo.

Saltó de la cama, dio vueltas por la habitación que tenía para él solo por esa noche. Roland lo sabía, de alguna manera lo sabía y le dejaba saber que lo sabía. Maldición.

—Al carajo —masculló, no esperaría más.

Buscó el nombre del rubio en los contactos de FaceTime en su laptop y pulsó el botón para llamar; Roland rechazó la llamada un par de veces hasta que respondió a la tercera vez. Lucía receloso, alerta y asustado de cualquier cosa que fuera a suceder.

De verdad, tengo que trabajar, hermano…

—Mentí ¿bien? Mentí todas esas veces que preguntaste… yo te mentí —las palabras brotaron de su garganta, apresuradas, temerosas de quedarse estancadas si no hablaba.

Roland no trató de preguntar a qué se refería, confirmando el mayor temor de Hans, aquel que lo había perseguido desde esa primera vez: lo sabía, sin lugar a dudas, inequívocamente, Roland lo sabía. No había razón para seguir ocultándolo y Hans no podía esperar más.

—Me gustaba Elsa… me gusta, creo que siempre fue así aunque no fuera del todo consciente ¿de acuerdo? Pero pensé que podría suprimirlo, traté de convencerme de que la detestaba y que sólo así pararía —siguió—. No paró.

Los ojos azules de Roland estaban pegados a los suyos.

—Nosotros… no quise, ninguno de los dos quiso, es solo que muchas cosas nos estaban aplastando —gesticuló con las manos en un intento de probar su punto, la adrenalina lo ayudaba a continuar—: ella había terminado con Frost, yo peleaba con GoGo todo el tiempo e iba a volver a Moscú, entraría a la academia que es un sinónimo de no salir del ejército en años y ahí estábamos, muy ebrios…

Roland apartó la mirada y tensó los labios en una línea muy fina, no obstante se mantuvo en silencio.

—Fue una vez, se quedaría en una vez, fingiríamos que no pasó… pero yo le sugerí otra cosa y nosotros… después lo arruiné, claro que sí, ya me conoces.

Más silencio. Roland bien parecía no haber oído una sola palabra.

—Ahora las cosas están mejor, Roy, me… me estoy esforzando para ser lo que ella se merece, te prometo que haré todo lo que sea necesario para que esté bien.

La expresión vacía en el rostro de amigo se endureció.

—He querido contártelo, tienes que creerme, pero el solo prospecto me aterraba al mismo tiempo… carajo, me estoy cagando de miedo aquí, tío —no podía creer que finalmente estaba sucediendo—. No espero que me des una palmada en el hombro y me digas que todo está bien, ojalá que algún día puedas perdonarme y… bueno, pase lo que pase con ella, sí que espero que sepamos salir adelante los dos, no soportaría que tú y yo… que tú y yo…

Ni siquiera podía decirlo en voz alta. Aquello sacó al muchacho rubio de su eterno silencio.

No me sorprende, lo admito —su voz grave apenas fue más alta que un susurro.

—Roy…

Buenas noches, Hans.


N/A.

Polina y Amélie: Son «la niña» y «la madre» de Le Petit Prince. La elegí porque, no sé, me dio muchas vibes de hija de un magnate como Alistair y escogí esos nombres en vista de que no tienen en la película.

Werth Academy: La prestigiosa academia a la que asistirá «la niña» en Le Petit Prince.

Colette: Referencia a Colette de Ratatouille, por su actitud distante al principio de la película. We love Colette, btw.

Zarubi sibié na nasú: la traducción literal es «Hazte una muesca en la nariz» y significa: Toma nota de lo que estoy diciendo y grábatelo en la memoria.

Da svidániya: adiós en ruso.

Asha: va a salir en la próxima película del estudio. Can't wait.

Hola. Se suponía que actualizaría desde antes. La cosa es esta: tenía una Mac (RIP) y pasó a mejor vida, la cosa con los apple products es que debes hacer back up. I didn't. So I lost a lot of things. Algunas eran historias. Afortunadamente no perdí todas, pero perdí muchas, eso me desanimó un montón y, if I'm being honest, I really didn't want to keep going with this HH project… but here I am.

¿Suena a excusa? Sí, pero es lo que pasó, entonces… agradezco su paciencia y su apoyo. Entiendo perfectamente si algunos ya dejaron ir esta historia. Bienvenidos los que decidan quedarse y llegar.


ACLARACIONES:

No soy comunista ni mucho menos apoyo la invasión de Russia a Ukrania. Desafortunadamente mi historia se desarrolla en ese país (un país que elegí hace casi cuatro años, cuando comencé con esta historia) en el que está sucediendo.

Los que llevan leyendo esta historia desde el principio (si es que siguen interesados) saben muy bien que no intento romantizar a la milicia ni nada por el estilo al hacer que Hans y Ryder asistan a una universidad militar, de hecho no juega un papel muy importante, es más bien un fact de los personajes. Quiero que esto quede muy claro para que las nuevas personas que puedan entrar a leer sepan que de ninguna manera apoyo cualquier tipo de invasión o algo por el estilo. No deseo que se cree un malentendido.

Hacía un tiempo en el que escribir Helsa no me atraía mucho, como ya se han podido dar cuenta por mi falta de actividad en la plataforma, e incluso quiero también que sepan que habrá un par de actualizaciones más antes de que se acabe el verano. Quizá muy cerca del final. Sé cómo termina todo, lo repito de nuevo, y terminaré la historia, gracias a todos los que me han envíado PM preguntando por LS (The messages I have in my inbox! I'm really sorry, Harry is just an old lady who doesn't know how the site works).

Nuevamente, me gustaría dejar muy en claro que no estoy a favor de nada de lo que está sucediendo, entonces, sí desean dejar un review, just remember to be kind and respectful. This is just a fanfic, no cambia nada si yo dejo de escribirlo o no.

Quick storytime: Not long ago I updated the last part of this marvel story of mine and there were a couple of jerks that called me names just because I'm a Romanogers stan and I sent Steve to Russia after Natasha's death, don't do that. I really don't care because I don't know who they are and they don't know who I am, but it's disgusting to be that kind of person and annoying for me to don't approve those reviews… the funny part is that I wrote that story in December 2021, but I didn't uploaded it because I wasn't convinced if I should do a third part or if it was good enough.

Si no les gusta la historia, si deciden que ya no quieren seguir leyendo porque se ubica en Moscú y el main character is russian, that's ok, just leave and don't be weird or nasty about it. Thank you in advance for all your support.

Prometo responder a sus reviews, a todos, si es que gustan dejar alguno. Pinky promise!

Harry Hale.