Los personajes de Saint Seiya no me pertenecen, son propiedad de Masami Kurumada y toda su banda.
Afrodita tocó la puerta repetidas veces, al ver que no le abrían procedió a golpear con un poco más de fuerza mientras gritaba que era el servicio a la habitación. Justo a los segundos de cambiar de táctica, la puerta fue abierta y frente a él apareció Shaka, quien lo miró con expresión huraña.
—Te odio —le dijo Afrodita después de mirar al rubio de arriba a abajo. Shaka podría volver a ser el aburrido de siempre y él tan radiante como el Sol, pero el rubio desgraciado todavía se vestía mejor que él.
—Yo también siento algo muy parecido a eso por tí en este momento —afirmó Shaka, haciéndose a un lado para dejarlo pasar, junto con sus acompañantes—. Lawless —saludó a Dysnomia—. Hola, Mū.
—Intenté controlarlo —antes de pasar, Mū se explicó por el comportamiento de su amigo—. Pero está molesto, y ya sabes cómo es enojado… sugeriría un golpe, pero dos en menos de una semana podría ser contraproducente.
—Shaka, ¿por qué no me dijiste que tenías una invitada? —Ya dentro de la suite, Afrodita señaló a la chica que estaba sentada en el sofá— ¿Es acaso tu… nueva novia? Dysnomia, no mires, no quiero que te pongas a llorar por esto —Afrodita se llevó una mano a la boca, intentando ocultar su fingida expresión de sorpresa, mientras con la otra abrazaba a Dysnomia.
—No creo que perdamos mucho si se queda contusionado el resto de su vida —observó Shaka, mirando a Mū con una ceja levantada.
—¡Afrodita! ¡Déjame o le voy a decir a Andreas todo lo bueno que piensas de él! —al separarse, Dysnomia miró a Afrodita con los ojos entrecerrados en son de advertencia, antes de acercarse a la desconocida invitada y sentarse a su lado— Hola, Lithos.
Lithos saludó con una sonrisa, soportando de inmediato el escrutinio de Afrodita sobre ella. Ahora que Celintha había logrado lo que quería, Lithos esperaba que Shaka le ayudara a hacerle ver a Aioria que su antigua personalidad no tenía nada de malo, o al menos ese era su plan, Afrodita también estaba ahí porque estaba reclutando gente que lo ayudara en sus macabros planes.
—Necesito que me ayudes a golpear a Camus —sentenció Afrodita, mientras se sentaba al lado de Lithos, recargando el codo contra el respaldo—. El idiota fue quien me golpeó; Mū lo distrae, tú y Dysnomia lo sostenienen, yo lo golpeo… Lithos lo graba todo.
—... No —negó Shaka después de asentir en comprensión. Sin decir nada se dió la vuelta e ingresó a la habitación donde estaba la cama, cerrando la puerta tras de sí.
Sorprendido por la reacción, Afrodita se levantó de su lugar y se acercó a la puerta para comenzar a golpearla. Detrás de él, Mū se sentó al lado de Dysnomia y junto con Lithos comenzaron a hablar sobre cómo Afrodita había ido a interrumpirlos en medio del trabajo para obligarlos a alimentar su sed de sangre francesa.
—Tal vez antes de venir a reclutar a alguien más para el plan debimos buscar a Camus, Seraphina dijo que no lo había visto en varios días.
Seraphina estaba preocupada. Usualmente si su copito no pasaba la noche en casa de los Galanis, se quedaba en el hotel con sus abuelos, y siempre avisaba dónde estaba. Ahora, habían pasado cuatro días desde la última vez que lo había visto, y para el colmo Milo había negado conocerlo.
Después de dos noches de vertiginosas fiestas, de alcohol y música ensordecedora, la puerta del auto de Camus se abrió, dejando salir un montón de latas de cerveza, bolsas de chucherías y empaques de comida rápida. El dueño del auto salió arrastrándose entre la basura; con los ojos cerrados, Camus se tiró al suelo y se cubrió el rostro con el brazo derecho. La cabeza le dolía horrores y no recordaba casi nada de la noche anterior, o de todo el fin de semana. Aún así podía calificar su velada como una de las mejores de su vida.
Después de largos minutos, y sintiendo que el mundo había dejado de moverse, se levantó con algo de trabajo y buscó entre toda la basura del interior del auto sus lentes oscuros. El mundo había dejado de girar, pero la cabeza comenzaba a palpitarle, como si dentro hubiera una bomba a punto de hacer explosión. Así que, con los lentes puestos, cerró su auto y miró a su alrededor, intentando ubicarse; al reconocer las calles, comenzó a caminar, entrando en la primera tienda que estaba frente a él.
En el lugar se sirvió un café negro y buscó entre los estantes de farmacia una caja de aspirinas. Al llegar a la caja, Camus se mantuvo con la mirada en las aspirinas, esperando a que se las cobrarán para utilizarlas.
—¿Camus? ¿Eres tú?
Frente a él, Katya lo miró con sorpresa. No lo había visto en meses, y sin duda la descolocaba verlo de esa forma, oliendo a alcohol, evidentemente crudo, usando ajustada ropa de mezclilla con estampados de distintas bandas anglosajonas.
—He intentado comunicarme con alguno de ustedes desde hace semanas, no, meses, ¿Qué ocurrió?
Camus la miró a través de sus lentes oscuros. Intentó recordarla, pero su mente estaba tan molida por la noche anterior que sólo pudo abrir su paquete de pastillas y sacar un par antes de contestarle.
—¿Contactarnos? Esta es la primera vez que te veo… creo. ¿Eres la rubia del concierto tributo Led Zeppelin de la semana pasada?... No, ella era más exuberante —negó de inmediato, recordando a la impactante mujer que había conocido.
Katya frunció el ceño al escucharlo; quiso replicar, pero Camus agarró sus cosas y se fue, después de pagar exacto, dejándola sin saber qué había sido todo eso.
Como todas las mañanas de lunes, después de un concierto, Camus estaba con dolor de cabeza todo el día, llegaba tarde al trabajo y le ordenaba a sus alumnos mantenerse el silencio toda la clase mientras él se recostaba en el escritor, o se reclinaba en su silla y subía los pies al escritorio. Ese día no fue la excepción; Camus dormitó mientras sus alumnos se quedaban en sus lugares, charlando en voz baja.
Después de fingir que trabajaba, salía de la escuela más recompuesto, y con un montón de hambre. Justo cuando estaba ingresando la llave en su auto, y pensando en ir a casa de los amigos de sus padres para comer y al fin dormir en una cama, su teléfono le recordó que tenía una reunión muy importante.
En los meses que llevaba yendo a conciertos, una gran idea se le había cruzado por la mente y él, como alguien que tomaba decisiones abruptamente, sin preguntarse o analizar cada una de las posibilidades, había decidido que era una idea por la que valía la pena dejar todo lo planeado antes para perseguir sus sueños. Sus sueños de los últimos meses.
A veces Camus se preguntaba cómo en el pasado no se atrevía a seguir sus metas. Aunque, claro, eso era antes de recordar que en el pasado no era una persona con muchos sueños y metas. Viniendo de una familia bastante moderada y falta de emoción, no se podía esperar mucho de él en ese sentido.
Las únicas muestras de arte que Camus había experimentado en toda su vida vinieron de su madre, una experimentada bailarina que no pudo transmitirle su pasión por la danza. Sin embargo, eso no lo detuvo a encontrar en el aumento de adrenalina en algún concierto, que se unía a cientos de personas que vivían el mismo amor y pasión por la misma música, algo que nunca antes había experimentado. Eso, si no contaba sus experiencias previas con aquellos a los que alguna vez llamó amigos.
Pero ellos ya no estaban y Camus estaba por formar una banda. La vida continuaba.
La idea le había surgido mientras estaba formado para entrar al nuevo bar de moda. En la fila había conocido a un chico, Tokisada, quien rápidamente se había unido a sus planes cómo el segundo al mando en ese proyecto de emprendimiento. A veces se centraban en discutir sobre sus planes de banda, a veces iniciaban con eso y terminaban en algún bar de mala muerte escuchando rock clásico hasta altas horas de la madrugada, en otras ocasiones ni siquiera hablaban de su banda, simplemente se dedicaban a escuchar música e intercambiar nuevas canciones recién descubiertas.
Esa tarde se reunieron a hablar de los miembros faltantes de su nueva y naciente banda de rock en una cafetería de la ciudad, de tonos pastel y música pop de fondo.
—¿No pudiste encontrar un lugar más infantil? —preguntó Camus tomando el menú— Esta música es detestable.
—Tienen la mejor tarta de queso de la ciudad, no seas tan quejumbroso —se defendió Tokisada—. Ignora la música, hablemos de negocios.
Camus pasó las siguientes dos horas hablando de tartas y cómo después de crear su banda de rock construirían una cafetería con temática de rock, dónde estaría prohibido el rosa pastel en las paredes, y la vestimenta de los meseros.
En realidad, su nuevo estilo de vida no era muy glamuroso o destacable. Hacía lo mismo casi todos los días: despertar en algún lugar poco o nada conocido, correr al trabajo, fingir que trabajaba, salir y reunirse con Tokisada, embriagarse, terminar en un lugar que desconocía, algunas veces acompañado, y repetía el ciclo, una y otra vez. Una y otra vez.
Una y otra vez.
¿Era una vida aburrida? Posiblemente, pero le gustaba, lo suficiente al menos para no extrañar la otra.
En realidad ya ni la recordaba.
Ya era de noche cuando finalmente apareció en la casa de los amigos de sus padres, agotado por el extenso y terrible día.
Antes de entrar se acercó a las ventanas, buscando señales. Debido a los cambios recientes, la gente que lo rodeaba parecía haberse unido para sermonearlo sobre cómo estaba llevando las cosas. Ya tenía suficiente con su abuelo echándole en cara su futuro perdido como un mejor escritor que su padre; por eso prefería pasar la noche en su pequeño auto antes que escuchar más sermones.
Al entrar, no había dado ni diez pasos cuando se encontró frente a frente con Milo, quién sostenía una galleta en cada mano y otra con la boca. Ambos se miraron fijamente; Camus vio que Milo usaba una vieja playera sin mangas de Metallica, mientras que Milo notó el estilo de cuero de Camus. Rápidamente creyeron que el otro se veía bien, pero debido a que se odiaban fingieron indiferencia y continuaron sus caminos, como si no se hubieran encontrado.
Fue una suerte para Camus que sólo Milo lo viera, puesto que en el momento en el que apareció frente al hogar de los Galanis su padre ya había convencido a Seraphina de irse a la cama. Desde que Camus había cambiado, la pareja había intentando comprender la nueva versión de su hijo, hasta que llegaron a la conclusión de que no les agradaba. Tal vez si Camus no fuera tan "fiestero", pensaba Dégel.
—... Tal vez si hablara conmigo…
Decía Seraphina.
Al día siguiente Seraphina se encontraba sentada en la sala, limpiando sus lágrimas con un pañuelo que le había dado Afrodita. Tan pronto como Albafica había anunciado que su hijo había regresado a la normalidad (o lo que se consideraba normal en Afrodita), todos habían estado felices por tenerlo de vuelta.
—... no me molesta el cuero o su música —continuó, un poco más calmada. A su lado, su esposo le sostenía la mano libre mientras miraba a Afrodita y Mū—. Sólo quiero estar segura de que está tomando las decisiones correctas.
—Estás siendo demasiado suave, Seraphina —comentó Dégel—. Sólo queremos decirle que no aprobamos su libertinaje y nos sentimos sumamente decepcionados de él.
—¿Monsieur Benoit ha dicho algo sobre eso? —preguntó Afrodita, tomando la otra mano de Seraphina para darle su apoyo. El joven sabía que la opinión del hombre era importante para Camus.
—No sobre Camus —respondió Dégel con un tono bajo. Sus padres no hablaban mal de Camus, al menos no tanto como de Seraphina y lo que al parecer era su "mala educación".
—Entiendo… — murmuró Mū, al igual que todos, sabía lo compleja que era la relación familiar de Camus— No se preocupen, intentaremos hacer que Camus recapacite. Pero si no está dispuesto a volver a ser él…
—No importa siempre y cuando sea lo que él quiere y sepa todas las consecuencias a las que podría enfrentarse.
Ante la determinación de Seraphina, los más jóvenes asintieron, aceptando su misión. Aunque Afrodita había creado un grupo para buscar y capturar a Camus, este rápidamente se había disuelto, ante las ocupaciones diarias de los jóvenes adultos y la poca relevancia que le daban a su proclamación de venganza. El único que se quedó fue Mū, quien alternaba su tiempo con Afrodita con su trabajo en el hospital y siempre le daba buenas sugerencias, como en esa ocasión, que sugirió buscar de nuevo a Dysnomia para que ella les contara de algunos lugares para buscar a su amigo.
—Este es un lugar relativamente nuevo, pero es el más popular si quieres emborracharte y disfrutar de buena música —Después de buscarla, Dysnomia les había mostrado el lugar en el que probablemente Camus pasaba todas las noches, Sapphire—. Hay bandas de covers, tipos peleando en medio del club, zonas cerradas en caso de que quieras un poco más de privacidad, en medio de todo el ruido…
—Dijiste que nunca habías estado aquí —observó Afrodita, mirando a la pelinegra.
—Yo no, pero Phonos sí. La semana pasada llegó con los brazos amoratados, al parecer el mosh se puso bastante agresivo, ya sabes, lo de siempre.
—Si se ponen así de nuevo podemos aprovechar y sacar a Camus a patadas —Emocionado por la idea, los ojos de Afrodita brillaron maliciosamente. Con una sonrisa que acompañaba su mirada, se frotó las manos ansioso, al menos hasta que miró hacia enfrente y reconoció a alguien que se acercaba de entre la multitud— ¡Shaka! ¡Si viniste!
Shaka detuvo su camino y volteó a ver a Afrodita, serio. No había esperado volver a verlo después de dejarlo afuera de su habitación por más de media hora, e ignorar sus mensajes sobre otro encuentro.
—¿Qué estás haciendo aquí? Creí que odiabas esta música —preguntó el rubio con genuina sorpresa.
—Y yo creí que odiabas a la gente.
—Touché —al estar desenmascarado, Shaka suspiró por lo bajo—. Estoy visitando mis propiedades más recientes. Al parecer soy dueño del cincuenta por ciento de este lugar.
—¡¿Eres el maravilloso dueño de este maravilloso y espléndido lugar?! —preguntó con asombro y emoción Dysnomia, ignorando que frente a ellos un sujeto que acababa de salir del club nocturno estaba vomitando a mitad de la calle.
—Sólo de la mitad.
—Al menos no tendremos que hacer fila —comentó Mū cuando Afrodita y Dysnomia empezaron a empujar a Shaka hacia la entrada principal, saliendo de la fila de metaleros que esperaban internarse al a veces lúgubre y a veces fiestero club.
El ambiente en Sapphire dependía de la música que se tocara. Algunas noches, el lugar era llenado por amantes del metal, quienes derramaban alcohol y saltaban al ritmo de pesadas guitarras eléctricas y estridentes gritos; en otras los clientes tenían menos energía, fans del post-punk que sólo iban a disfrutar del ambiente y de la música ofrecida por los altavoces.
Esa noche, el ambiente se prestaba vigoroso. Apenas entraron, Afrodita reconoció a Iron Maiden; casi se sintió impulsado a unirse a los tipos con chaquetas de mezclilla y tatuajes extravagantes en los rápidos movimientos de cabeza, pero tenía una misión. Después de mirar el panorama general, Afrodita se volteó a ver a sus amigos, encontrando con que Shaka y Dysnomia se alejaban de ellos, directo hacia la sección de empleados, mientras que Mū sólo le alzó los hombros y continuó mirando a su alrededor, buscando a Camus.
Pasó casi una hora y media hasta que Mū finalmente le dio un codazo, llamando su atención y señalando hacia la barra. Ahí, en medio de varias personas, estaba Camus, con esa expresión seria que hacía tanto no se le veía y una cerveza frente a él. Intercambiando un asentimiento, ambos se acercaron.
Camus ni siquiera notó sus presencias, al menos hasta que ambos se inclinaron hacia él, mirándolo fijamente.
—Señores, a mi solo me gustan las chicas.
—¡¿Cómo te atreves, rockerito de cuarta?!
A punto de lanzarse contra Camus, Afrodita tuvo que recordarse que le había prometido a Seraphina no lastimar, tanto, al grosero copito de nieve.
—Camus, sólo veníamos a saludarte —ignorando el comentario, Mū se acomodó en su silla y esperó a que alguien apareciera a preguntarle por su bebida. Hacía mucho calor en el lugar y sentía la garganta seca.
—No los conozco.
—Vamos, Camus, cuando acordamos dejar de ser amigos tú ya te comportabas así — continuó Afrodita—. O eso dijo Mū.
—Sí, yo lo recuerdo… creo… para ser honesto yo tampoco recuerdo mucho del último mes —al escucharse, Mū frunció el ceño, nunca había pensado en eso, pero al igual que a Afrodita y Shaka, tenía algunas lagunas mentales y dolores recurrentes, a pesar de que estaba seguro de que a él no lo habían atacado tan salvajemente como a los demás.
—Eso es suficiente para mí —comentó Afrodita, levantando la mano para llamar la atención del bartender—. El punto es que sabes quiénes somos, así que, ¿cómo estás?
—Estoy siendo molestado por dos tipos que claramente sólo quieren fastidiar —gruñó Camus antes de darle un gran trago a su cerveza.
—Bueno, así es la vida. A veces ganas, a veces pierdes.
Dicho eso, Afrodita procedió a dar todo un monólogo que duró el resto de la noche. De vez en cuando Mū aportaba uno que otro comentario, al menos hasta que le sirvieron su cerveza sin alcohol, que sí tenía alcohol. Camus, por su parte, intentó ignorarlos; se cambio de lugar en la barra varias veces, se acercó a otras personas para espantar a Afrodita, incluso se paró cerca de una de las bocinas, esperando que el ruido ensordecedor de Painkiller alejara al loco peliazul, pero nada funcionó. Al final, Camus terminó en una esquina de Sapphire, con Afrodita a un lado y un ebrio Mū durmiendo sobre la mesa.
Camus recordaba al grupo de personas que le habían dicho eran sus amigos. Todos eran tan extraños que no pensó que habría problema en disolver cualquier relación con ellos; a fin de cuentas, tampoco ninguno tenía buenos gustos, en su opinión. Aún así se quedó al lado de Afrodita, escuchando toda su palabrería sin sentido mientras le arruinaba la cerveza de trigo y la música de Judas Priest probablemente para siempre.
Al día siguiente, Camus despertó en una casa desconocida, usando una pijama de rombos y escuchando a lo lejos a Chopin, con la Polonesa Brillante en Mi Mayor op. 22, si no se equivocaba.
Estaba ahí por un momento de debilidad, no había otra forma de calificarlo. En algún momento de la noche Afrodita había terminado con su charada sin sentido para comenzar a hablar de su madre. Camus no sabía cómo ese sujeto conocía a su madre; aún peor, no sabía cómo se daba la libertad de hablar sobre ella sin ninguna pizca de cuidado; todavía más terrible, no sabía qué tanto de lo que le había dicho era cierto.
Antes de que esos sujetos llegaran a molestarlo Camus estaba teniendo una mala noche. Horas antes se había peleado con sus abuelos por su comportamiento en los últimos días. Los mayores no habían dudado en acusar a su madre de ser la mala influencia que lo estaba echando a perder; una postura ridícula que Camus no había tardado en señalar, ofendido.
Podría no saber mucho de su vida pasada, pero sabía que la relación entre su madre y abuelos paternos nunca había sido muy buena. Tal vez era debido a ellos que Camus siempre se había contenido, para impresionar a sus abuelos, para que dejaran de criticar a su madre, para que ella fuera feliz.
Cuántos sacrificios había hecho antes.
Aún en la cama, Camus se encogió, disfrutando de las sábanas limpias, el olor a flores en el ambiente y la agradable sensación de estar en una cama, solo. A pesar de que intentó mantener la mente en blanco, rápidamente lo asaltaron las palabras de Afrodita y los recuerdos de su madre en los últimos días; era verdad que la mujer sabía mantener una fachada de tranquilidad y alegría, pero era evidente que bajo todo eso existía una preocupación latente por él.
Incómodo, se removió en la cama, hasta acostarse sobre su lado derecho y cubrir su rostro con la almohada. Pensar le causó una extraña sensación que le recorría todo el cuerpo, además de un hambre feroz que se hizo evidente cuando su estómago comenzó a gruñir.
Decidido a ignorar ambas cosas, intentó concentrarse en cosas más importantes, como su banda de rock, la próxima lección para los niños a los que tenía que educar o en el número de teléfono de la chica que conoció poco antes de que Afrodita llegara a molestar. Perdido en la neblina de su mente, sólo regresó al presente cuando un par de golpes en la puerta resonaron por toda la habitación, logrando que se sentara en la cama con una expresión molesta.
—Hola, Camus. —Al abrir la puerta, Deathmask se mostró alegre por verlo. Su peinado de lado, camisa rosa claro fajada, pantalones caqui y la evidente muestra de una ducha contrastaba con Camus, quien, despeinado, con la ropa arrugada y maquillaje corrido, lo miraba con evidente fastidio— Estaba preocupado —continuó, adentrándose en la habitación—; ya son las cuatro de la tarde y temí que no...
—¡¿Qué?!
Ignorando a Deathmask, Camus se levantó de un salto; procedió a recoger sus botas y su chaqueta, para después empujar a Deathmask lejos y salir corriendo. Se le había hecho tarde para sus clases, tanto que no llegaría a ninguna, pero en medio de su desesperación, eso fue en lo que pensó. Estaba por salir de donde quiera que estuviera cuando el olor a comida lo detuvo en medio de las escaleras.
Era un aroma delicioso, algo que no había percibido en meses, casi desde que inició su gran odisea rockera: comida casera.
—Preparamos algo e imaginé que tendrías hambre, por eso fui a buscarte —comentó Deathmask detrás de él—. Me preocupa que no estés alimentándose bien. Incluso los rockeros más fieles necesitan una alimentación balanceada.
—Death, ¿el copito ya despertó? —Camus alcanzó a escuchar la voz de una chica salir de donde provenía ese delicioso aroma, la cocina, probablemente.
—¡Celintha! Ya te dije que detesto que me digas así, es escalofriante que te refieres a mi de esa forma.
En silencio, Camus siguió al quejumbroso Deathmask hasta, efectivamente, la cocina, donde vio a Afrodita y una chica algo parecida a él arreglando una mesa para cuatro.
—Ya era hora, come algo antes de irte, copito, no quiero decepcionar a Seraphina —dijo Afrodita después de mirarlo de reojo.
—Tía Seraphina tiene las esperanzas en nosotros —continuó la chica, poniendo varios platos en la mesa—. Así que no te vas a ir hasta que termines todos los platillos.
Camus entrecerró los ojos y comenzó a sopesar sus opciones. No quería estar ahí, pero tenía hambre y curiosidad por escuchar lo que tuvieran que decir sobre su madre. Él había supuesto que el espíritu libre de Seraphina lo comprendería, que entendería su necesidad de libertad, que aprobaría su nuevo estilo y música, a su madre le gustaba toda la música, después de todo. Al parecer se había equivocado.
Mirando por última vez la deliciosa comida sobre la mesa, Camus se puso su chamarra y se dio la vuelta, ignorando las llamadas de los dos pelicelestes y del preocupado Deathmask.
Había supuesto mal, reflexionó sobre el tema mientras salía de la casa, olvidando por completo su auto en la entrada de la casa. Cada paso que daba lo hundía en la sensación que tuvo al despertar, una opresión en el pecho, la terrible impresión de que estaba haciendo algo mal, a pesar de no querer aceptarlo.
¿Y sí en lugar de libertad estaba teniendo libertinaje?
La noche anterior, Afrodita le había dicho cómo era su vida antes de la buena música.
—Eres el tipo más aburrido que conozco —contó—. Pero eso no tiene nada que ver con tus gustos musicales. Escuchabas metal a cada rato cuando vivíamos juntos, Deathmask y Shaka siempre estaban haciendo ruido… no veo la diferencia.
—No recuerdo nada de eso.
—Eres un inútil.
En realidad lo había insultado más que informado, pero había entendido lo que quería decirle, a su desesperante forma. ¿Y si sólo estaba exagerando? ¿Y si estúpidamente estaba actuando como un niño? ¿Y si la vida aburrida de antes era la adecuada para él y su familia?
—Te dije que no cocinaras tanto —en casa, Celintha le arrojó su mandil a Afrodita, quien lo esquivó de milagro—. Papá nos va a reprender por cocinar tanto, te lo vas a comer tú solo.
—También podríamos empacar todo y llevarlo a algún comedor comunitario —sugirió Deathmask, caminando detrás de los hermanos, ignorado por ambos—. Puedo llamar a Mei para que nos acompañe.
—No es necesario, Camus está aquí —comentó Afrodita, yendo hacia la entrada principal.
—Sí, claro, ¿cómo lo sabes?
—Porque lo estudié y lo conozco —Afrodita se detuvo justo frente a la puerta, mirando a su hermana con una sonrisa de superioridad—. Viví con él, Celintha, y me tomé el tiempo de estudiar a este nuevo Camus. Sé cómo es y sé que justo en este momento está regresando.
Dicho eso, Afrodita abrió la puerta y dejó que un desconfiado Camus entrara de nuevo.
—¿Se te perdió algo, copito?
—Te escucharé sólo hasta que termine de comer, después me largo.
Camus sólo había regresado para escuchar lo que tuvieran que decirle, y probar todo el almuerzo. Tal y como lo prometió, escuchó hasta que terminó, y después tuvo que escuchar más porque se sintió demasiado lleno como para moverse.
—... Ni siquiera eres un buen fan del género…
—¡¿De qué carajo estás hablando?!
—He escuchado a Shaka y Dysnomia, tu nivel de conocimiento no es ni el dos por ciento del suyo, individual —comentó con indiferencia—. Esos dos podrían entrar a un concurso de trivias y arrasar con la competencia como los vikingos arrasaban con los monjes británicos.
—…¿De dónde sacaste eso? —confundida, Celintha miró a su hermano, ignorando que Camus estaba a punto de hablar.
—Al parecer durante mi estancia como un cobarde pasaba mi tiempo leyendo… —Afrodita alzó los hombros. Había mucho conocimiento nuevo en su mente, pero no sabía cómo había llegado hasta ahí. —En fin —continuó—. ¿Cuándo quieres que te golpee la cabeza? Prometo que no golpearé tu cara.
—Vete al infierno —sentenció Camus después de fruncir el ceño, levantándose de su lugar y tomando la chaqueta que había dejado en el respaldo.
—Dos semanas, hecho.
Después de que se fuera, Celintha cruzó los brazos y señaló lo grosero que se había vuelto Camus, mientras que Afrodita lo defendió. Usualmente Camus sólo miraba a los demás con odio, su mirada era suficiente para expresar sus emociones, pero era bueno escucharlo maldecir de vez en cuando.
Tal y como lo prometió, Afrodita apareció en la casa de los Galanis cargando el viejo bate de Deathmask. Cómo lo esperaba, Camus le abrió la puerta, luciendo una simple playera de manga larga y pantalones de mezclilla. Ambos se miraron en silencio, hasta que Camus suspiró por lo bajo y desvío la mirada.
—Hazlo cuando no lo vea venir.
—Lo haré justo ahora.
—¡No! ¡Carajo! Te estoy diciendo que cuando menos lo espere —se quejó Camus.
Molesto, se dio la vuelta para entrar a la casa y explicarle a Afrodita su intrincado plan para recibir el golpe en el momento menos esperado. Sin embargo, no contó con que apenas se diera la vuelta, Afrodita alzaría el bate y lo golpearía sin piedad, justo como Shijima le había enseñado, con el nivel de fuerza estudiado para no dejar a su amigo en coma.
Su trabajo estaba hecho.
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Dos notas de este capítulo:
*Sapphire. Es zafiro en inglés.
*Mosh. Según la definición del diccionario de Cambridge, es "el área frente al escenario de un concierto de rock dónde miembros de la audiencia bailan energética y violentamente".
