Disclaimer: Nada de esto me pertenece, la saga crepúsculo es propiedad de Stephenie Meyer y la trama es del libro "Venganza para Victimas" de Holly Jackson, yo solo busco entretener y que más personas conozcan este libro.


Capítulo 20

Bella lo encontró, el picor en la nuca, el que la arañaba de delante hacia atrás y que parecía que le susurraba dos letras. CH.

Se quedó mirando el documento abierto delante de ella. «Foto de la agenda de Sid; 12-18 de marzo de 2012». Una imagen que había copiado y pegado en «Registro de producción n.o 1: entrada 25» de su proyecto del año pasado. Una de las fotos que tomó de la agenda de Sid cuando ella y Edward se colaron en casa de los Prescott, hacía menos de un año, en busca de un teléfono de prepago que nunca encontraron.

En la fotografía entera, la original, antes de que Bella la cortara, salía también el escritorio desordenado de Sid. Un estuche de maquillaje con una goma del pelo encima con pelos castaños enredados. Y, además, la agenda del instituto Kilton del año 2011/2012, abierta por esa semana de mediados de marzo, un poco más de un mes antes de que Sid muriera.

Y ahí estaban. «CH» escritas en el sábado, y en las otras fotos que había sacado: la semana antes y la de después. Bella pensaba que ya había resuelto el código de Sid. Que CH significaba «Casa de Howie», igual que por AC se refería al aparcamiento de coches de la estación de tren, donde Sid quedaba con Howie Bowers para recoger mercancía o entregarle el dinero.

Pero se equivocó. CH no tenía nada que ver con Howie Bowers. CH era Caroline Hunter. Si se refería a una llamada telefónica o a que habían quedado, era más difícil de saber. Pero había sido ella todo el tiempo, y aquí tenía la prueba. Sid había contactado con la hermana de la cuarta víctima del Asesino de la Cinta.

El picor en la nuca de Bella se convirtió en dolor de cabeza, cada vez más fuerte en la sien, mientras ella intentaba comprender qué significaba todo eso. La idea la golpeaba mientras trataba de darle sentido. ¿Qué tenía que ver Sid Prescott con el Asesino de la Cinta?

Solo había un lugar en el que quizá encontraría respuestas: la otra dirección de correo de Sid, la que Bella sospechaba que era secreta. Esa chica había tenido muchos secretos durante su corta vida.

Bella por fin dejó de mirar la página de la agenda y abrió el navegador.

Cerró sesión de su cuenta de Gmail e hizo clic otra vez en «Iniciar sesión».

Escribió la dirección de correo de Sid, S2P3LK94, y luego hizo una pausa moviendo el ratón por la caja de la contraseña. Era imposible que pudiera averiguarla. Llevó el cursor hacia la pregunta de «¿Has olvidado la contraseña?».

Apareció una nueva pantalla que le pedía a Bella que introdujera la «última contraseña que recuerdes». El cursor parpadeaba sobre la caja vacía, riéndose de ella. Lo movió de nuevo por encima de la caja vacía y bajó hasta «Intentar una pregunta diferente».

Otra opción le ofrecía enviar un código al email de recuperación SidPrescott94. Se le retorció el estómago: sí que tenía otra dirección de email, la principal, seguramente. La que la gente conocía. Pero Bella tampoco tenía acceso a esa, así que no podía recuperar el código de verificación. Quizá la dirección secreta de Sid permanecía así para siempre.

Pero aún no había perdido toda la esperanza. Había otra opción, otro «Intentar una pregunta diferente» al final de la página. Hizo clic con los ojos cerrados durante medio segundo, rogándole a la máquina que por favor por favor por favor funcionase.

Cuando los volvió a abrir, la página había vuelto a cambiar. «Responde a la pregunta de seguridad que añadiste a tu cuenta: ¿Cómo se llamaba tu primer hámster?».

Debajo había otra caja vacía pidiéndole a Bella «Introduce tu respuesta».

Ya está. No había más opciones, ni un botón de «inténtalo de nuevo».

Había llegado al final. Un callejón sin salida.

¿Cómo demonios iba a averiguar el nombre del primer hámster de los Prescott? Un hámster que, seguramente, existiera antes de las redes sociales.

Tampoco podía llamar a la puerta de nuevo para preguntarle a Neil; ya le había dicho que los dejara en paz para siempre.

Un momento.

A Bella se le aceleró el corazón. Cogió el teléfono para comprobar la fecha. Era miércoles. Al día siguiente, a las cuatro de la tarde, Tatum Prescott la llamaría desde la cárcel, como cada jueves.

Sí. Tatum era la solución. Seguro que sabía cómo se llamaba el hámster al que Sid se refería. Y Bella podría preguntarle si sabía algo sobre la dirección de correo secundaria de su hermana, y por qué la podía haber necesitado.

Pero para las cuatro de la tarde del jueves quedaban veinticinco horas, que le parecían toda una vida, y no estaba muy desencaminada. Su vida. Bella no sabía cuánto tiempo le quedaba, eso solo lo decidía el Asesino de la Cinta o la persona que se estuviera haciendo pasar por él. Una carrera contra un temporizador que ella no podía ver. Y no había nada que hacer aparte de esperar.

Tatum lo sabría.

Y, mientras tanto, podría seguir investigando las otras pistas abiertas.

Enviar otro mensaje a los extrabajadores de Green Scene para que le dijeran lo que supieran de la alarma. Concertar una entrevista con el ya jubilado inspector Dumbledore. Le había contestado aquella mañana diciéndole que estaría encantado de hablar del caso del Asesino de la Cinta para su podcast.

Todavía había cosas que Bella podía hacer, varias jugadas contra él en las próximas veinticinco horas.

Ahora le temblaban las manos. Mierda. Lo siguiente era la sangre saliéndole de las líneas de la mano. Ahora no, por favor, ahora no. Tenía que relajarse, tranquilizarse, tomarse un descanso del interior de su cabeza.

¿Y si se iba a correr? O… Miró al escritorio, al segundo cajón empezando por abajo. ¿Y las dos cosas?

Sintió el amargor de la media pastilla en la lengua cuando se la tragó sin agua e intentó bajarla con una bocanada de aire. «Respira». Pero no podía respirar porque solo quedaban dos pastillas y media en la bolsita transparente y necesitaba más. Sin ellas no podría pensar, y en ese caso, no iba a ganar.

No quería. La última vez iba a ser la última de verdad, lo había prometido. Pero las necesitaba para salvarse. Y luego ya no las volvería a necesitar más. Ese era el trato que hizo mientras cogía el primer teléfono de prepago de la fila y lo encendía. El símbolo de Nokia iluminó la pantalla.

Fue a los mensajes e introdujo el único número que tenía guardado en cualquiera de esos teléfonos. Le envió a Luke Eaton solo dos palabras:

«Necesito más».

Bella se rio de sí misma, con una risa oscura, al darse cuenta de que la cosa negra que tenía en las manos era otra conexión más con Sid Prescott.

Estaba siguiendo sus pasos, seis años más tarde. Y puede que unos teléfonos secretos escondidos no fuera lo único que ella y Sid compartían.

Luke respondió en cuestión de segundos.

«¿Otra vez la última vez? Te aviso cuando las tenga».

Bella sintió la rabia en la piel de la nuca. Se mordió el labio hasta que le dolió, mientras mantenía pulsado el botón de apagado y volvía a meter el teléfono y a Luke en el compartimento secreto del fondo del cajón. Estaba equivocado. Esta vez era diferente. Esta sí sería la última vez.

Pero el Xanax aún no le había hecho efecto; el corazón todavía le latía con fuerza dentro del pecho, por mucho que intentara negociar con él.

Podría salir a correr. Debería hacerlo. Puede que la ayudase a pensar y a averiguar cuál era la conexión entre Caroline Hunter y el Asesino de la Cinta.

Se acercó hasta la cama y a la ventana detrás de ella, y se quedó mirando a través del cristal el cielo de la tarde. Era de un gris revuelto, y había manchas en la entrada porque había vuelto a llover. Qué más daba, le gustaba correr bajo la lluvia. Además, cosas peores podía encontrarse en la entrada, como cinco figuras de tiza sin cabeza yendo a por ella. No habían vuelto a aparecer, Bella lo comprobaba cada vez que salía de casa.

Pero ahora había otra cosa ahí fuera, un movimiento que tiraba de su mirada. Una persona, corriendo por la acera, pasando por delante su casa, de su entrada. Solo tardó tres segundos en desaparecer, pero fueron suficientes para que Bella supiera exactamente quién era. Llevaba una botella de agua en una mano. El pelo rubio peinado hacia atrás, apartado del rostro anguloso. Echó un vistazo rápido hacia su casa. Lo sabía. Sabía que ella vivía ahí.

Bella volvió a ver rojo, como si hubiera una erupción de violencia tras sus pupilas mientras su mente le mostraba todas las formas posibles en las que podía matar a Mike Newton. Ninguna de ellas era lo bastante mala; se merecía algo mucho peor. Las repasó todas, sus pensamientos lo perseguían por la calle, hasta que algo la devolvió a la habitación.

Su teléfono, que vibraba sobre el escritorio.

Se quedó mirándolo.

Mierda.

¿Era el número desconocido? ¿Era el Asesino de la Cinta? ¿Estaba a punto de descubrir quién la estaba acosando? La aplicación CallTrapper estaba lista para convertir esa respiración sin cuerpo en una persona real, en un nombre. No tenía por qué saber la conexión de Sid Prescott con todo esto;

la respuesta definitiva estaría delante de sus narices.

Rápido. Ya había dudado demasiado. Se apresuró al otro lado de la habitación para coger el teléfono.

No, no era un número desconocido. Había una secuencia de dígitos en lo alto de la pantalla: un móvil que no reconocía.

—¿Sí? —contestó, apretándose demasiado el teléfono a la oreja.

—Hola —la saludó una voz profunda y estática al otro lado de la línea —. Bella, soy yo. El inspector Remus Hawkins.

El pecho se le desinfló alrededor del corazón acelerado. No era el Asesino de la Cinta.

—Ah —dijo, recuperándose—. Inspector Hawkins.

—Esperabas a otra persona —intuyó él, sorbiendo por la nariz.

—Sí.

—Bueno, siento molestarte. —Ahora una tos. Volvió a sorber por la nariz—. Es que tengo noticias y he pensado que lo mejor era llamarte enseguida. Sé que te gustaría saberlo.

¿Noticias? ¿Del acosador que él no creía que existiera? ¿También lo habían relacionado con el Asesino de la Cinta? Sintió una nueva ligereza en ese momento, que empezaba en el estómago y subía por el resto del cuerpo, hasta notó cómo se le levantaban los talones desnudos de la moqueta. Le creía, le creía, le creía…

—Se trata de James Green —continuó, llenando el silencio.

Ah. Se hundió de nuevo.

—Qu-qu… —intentó decir Bella.

—Lo hemos atrapado —la informó Hawkins—. Lo acaban de arrestar. Consiguió llegar a Francia. Lo tienen los de la Interpol. Ya está. Mañana lo extraditarán y podremos condenarlo oficialmente.

Bella seguía hundiéndose. ¿Cómo podía seguir hundiéndose? Había un límite de profundidad. En cualquier momento atravesaría el suelo y se encontraría en la nada.

—A-ah… —tartamudeó.

Se hundía. Temblaba. Se miraba los pies para comprobar que no desaparecían bajo la moqueta.

—Ya no tienes de qué preocuparte. Lo tenemos —repitió Hawkins, con la voz más suave—. ¿Estás bien?

No, no lo estaba. No entendía qué quería de ella. ¿Pretendía que le diera las gracias? No, eso no era lo que tenía que pasar. James no debía estar encerrado; ¿cómo la iba a ayudar desde una celda, decirle lo que estaba bien y lo que estaba mal, ¿qué hacer para solucionarlo todo? ¿Por qué iba ella a querer eso? ¿Debería quererlo? ¿Era eso lo que sentiría una persona normal en lugar de ese agujero negro dentro de ella que se iba tragando todos sus huesos?

—¿Bella? Ya no tienes que tener miedo. No puede hacerte daño.

Quería gritarle, decirle que James Green nunca había supuesto un peligro para ella, pero Hawkins no le creería. Nunca le creía. Tal vez diera igual, quizá todavía quedara una forma de arreglarse, de salir de esa espiral antes de que llegara a su fin. Porque era allí donde se dirigía todo esto, lo sentía, y aun así no podía evitarlo. Pero igual James sí.

—¿P-puedo…? —empezó a decir, pero dudaba—. ¿Puedo hablar con él, por favor?

—¿Cómo dices?

—Con James—aclaró, esta vez más bajo—. ¿Puedo hablar con James? Me gustaría hablar con él. Necesito verlo.

Se escuchó un ruido al otro lado de la línea, un gruñido de incredulidad que salía de la garganta de Hawkins.

—Pues… —titubeó—. Me temo que no va a ser posible, Bella. Eres la única que presenció el asesinato del que se lo acusa. Y, si hay un juicio, te llamarán como testigo principal de la acusación. Así que me temo que no vas a poder hablar con él.

Bella se hundió aún más, sentía como los huesos se fusionaban con la estructura de la casa. La respuesta de Hawkins era física, afilada, y se le había clavado en el pecho. Debería haberlo sabido.

—Bueno, no pasa nada —dijo en voz baja. Sí que pasaba, pasaba de todo.

—¿Cómo… cómo va lo otro? —preguntó Hawkins con inseguridad—. Lo del acosador, por lo que viniste el otro día. ¿Ha habido más incidentes?

—Ah, no —respondió Bella inexpresiva—. Nada más. Ya está solucionado. Todo bien, gracias.

—De acuerdo. Bueno, solo quería avisarte de lo de James Green antes de que lo vieras en la prensa mañana. —Hawkins carraspeó—. Y espero que estés mejor.

—Estoy bien —mintió Bella, pero apenas tenía energía ni para fingir—. Gracias por llamarme, inspector Hawkins. —Bajó el teléfono y pulsó el botón rojo.

Habían atrapado a James. Se había acabado. La única salvación posible que le quedaba, además de este peligroso juego contra el Asesino de la Cinta. Al menos podía tachar oficialmente el nombre de James de la lista de personas que pudieran odiarla lo suficiente como para querer que desapareciera. Siempre había tenido claro que no era él, y ahora era evidente que no podía serlo: había estado en Francia todo este tiempo.

Bella volvió a mirar la pantalla de su ordenador, la página que le preguntaba cómo se llamaba el primer hámster de Sid Prescott, y le pareció casi gracioso lo ridículo que era todo. Igual de gracioso y de ridículo que la noción de un cuerpo en descomposición y de cómo todos nos convertimos en uno. Desaparecer no era un misterio, era emocionante; eran cuerpos fríos con extremidades rígidas y parches morados a medida que la sangre del interior se acumulaba. Lo que Stu Macher debió de ver cuando encontró a Laura Crane. El aspecto de Stanley Forbes en la morgue, aunque ¿cómo le iba a quedar a él algo de sangre si estaba toda en sus manos? Billy Cullen también, muerto en el bosque junto a su casa. Pero Sid Prescott no. A ella la encontraron demasiado tarde, cuando ya casi se había descompuesto por completo, desintegrada. «Eso era lo más parecido a desaparecer», pensó Bella.

Y, aun así, Sid no había desaparecido. En absoluto. Ahí estaba otra vez, seis años y medio después, y era la única pista que le quedaba a Bella.

No, no era una pista, era un salvavidas. Había una fuerza extraña y desconocida que las conectaba a través del tiempo, aunque nunca se hubiesen llegado a conocer. Bella no había podido salvar a Sid, pero tal vez Sid la salvara a ella.

Podía ser.

Aun así, Bella tenía que esperar. Y Sid Prescott seguiría siendo un misterio, al menos durante las próximas veinticuatro horas y media.