05 - Provocación
La oscura noche había cubierto el Santuario, permitiendo que la tenue luz de la luna alumbrara el camino del segundo juez y el peliazul, quienes habían dejado de discutir tras la resolución del mayor de los gemelos, quien había hecho que su hermano regresara a las criaturas de la otra dimensión, el cual a regañadientes aceptó.
— Tu hermano es más sensato que tú — acotó el Wyvern observándolo con severidad.
— No recuerdo que eso fuera lo que te atrajera del tercer templo exactamente — rebatió con cinismo, lo cual exasperó más al rubio. — Por experiencia puedo asegurar que te excitaba lo irreverente.
— Eres desesperante.
El Wyvern no pudo evitar sonreír con sorna, estaba enojado con el peliazul. Sin embargo, debía admitir que el menor de los gemelos sabía cómo quitarle tensión a la atmósfera.
Por otra parte, Kanon permaneció inexpresivo el resto del camino, debía escoltar al Wyvern hasta la cámara donde se quedarían ambos jueces, pues mañana tendrían otra cacería. A medida que el silencio continuaba, el peliazul observaba de soslayo al segundo juez, quien lo seguía a una prudente distancia, quizás no era el momento de tocar el tema del colgante. Sin embargo, dudaba que pudieran estar a solas en otra ocasión, en espacial con la llegada de las tropas del Wyvern, ignoraba en qué momento arribarían al Santuario, pero tratándose de la arpía, debía ser pronto.
— Asi qué piensan quedarse? — indagó tratando de hacer conversación, recibiendo un leve asentimiento por parte del rubio — No le molestará eso a tu arpía?
— No tiene motivo. — acotó observándolo con dureza — Mis tropas estarán aquí en una semana.
El menor de los gemelos guardó silencio, saber que la arpía no sentía inseguridad de su presencia, sólo confirmaba que ya no significaba nada para el Wyvern, esto le provocó mayor dolor del que creyó. Uno que no pasó desapercibido para el segundo juez, quien procedió a relajar sus facciones, ignoraba qué sentía realmente por el heleno, pero de algo podía estar seguro.
El dolor de Kanon lo afectaba.
— Sobre esa noche... — comentó rememorando lo ocurrido en Caina, si bien no tenía nada con el menor de los gemelos, no deseaba que se marchara como lo hizo.
«Pude advertirle.» Meditó recordando su último encuentro, quizás esa era la única consideración que le tendría por aquel afecto que alguna vez le tuvo y que quizás aún le tenía pero en menor medida. Su orgullo estaba herido pero no quería lastimar más a Kanon. Después de su encuentro en el bosque no esperaba volver a verlo. Sin embargo, se habían vuelto a reencontrar, quizás las palabras del peliazul llegaron tarde pero aún podía tenerle consideración.
— No te debo explicaciones — aclaró, retomando aquel porte serio que tanto lo caracterizaba — Sin embargo, no quería que lo supieras de esa forma.
— Viven juntos... — acusó con recelo — Debe ser importante para ti.
El Wyvern guardó silencio, sin duda la arpía era importante para él, aunque no en la misma medida que lo era para su amante. Aquello era algo que aún lo inquietaba, no podía tener algo completo con Valentine mientras aún tuviera presente a Kanon.
— Por qué?... — preguntó atrayendo la atención del juez, quien lo observaba interrogante. — Por qué es tan importante? — aclaró — Por qué si durante siglos nunca le correspondiste, ahora lo haces?
Aquel reproche hizo enfadar al segundo juez, quien procedió a encararlo.
— Porque puedo confiar en él, en que sin importar la situación, Valentine nunca me traicionará — espetó iracundo — algo que no puedo decir de ti, Kanon.
El peliazul apretó con fuerza los puños, para posteriormente señalar una de las tantas puertas que conformaban aquella cámara.
— Llegamos a tus aposentos — dijo retirándose, dejando atrás a un desconcertado rubio, quien por una fracción de segundo pudo divisar su colgante en el cuello del peliazul.
« Kanon...»
Aquellos colgantes eran importantes para los espectros, entregarlo era su forma de decir que le daba su eternidad, ese era el secreto juramento del Wyvern. Uno que el menor de los gemelos nunca supo entender.
« — No te vayas — susurró el peliazul cubriendo parte de su cuerpo con las sábanas, no lo decía abiertamente pero en verdad se sentía seguro al lado del juez, pero aquello era un sentimientos que todavía no sabía identificar.
— No voy a irme, Kanon — juró tomando entre sus manos el rostro del peliazul quien lo observaba expectante — Jamás.
Dicho esto, el juez procedió a colocar sobre su cuello aquel colgante que representaba su estrella, el cual comenzó a emitir un oscuro resplandor.»
Aquel recuerdo venía con fuerza a su mente. Nunca le dijo a Kanon lo que significaba, esperaba que pudiera deducirlo pero al parecer nunca lo haría, y él tampoco lo confesaría.
DÍAS DESPUÉS
En la biblioteca del templo de la urna, Aiacos y el guardián de la onceava casa se encontraban revisando cuatro atlas del bosque que rodeaba el Santuario. Al parecer trataban de encontrar la abertura entre el inframundo y el mundo terrenal, debían identificar el lugar exacto de donde salían.
— Los Kerkorian que atacaron provenían de mis dominios — hace una marca en el Atlas — la abertura debe estar en este sector.
— Nada mal, Aiacos. — esbozó con respeto, sin duda el análisis del de Garuda era de admirar.
— Parecen que vienen a buscarte — señaló hacía la entrada de la biblioteca, a juzgar por su sonrisa burlesca debía tratarse del escorpión.
— Milo. — susurró confirmando la presencia del guardián del octavo templo, quien tenía la mirada fija en el tercer juez, en especial en el plato de tostadas que yacía a su lado, entre otros rastros de lo que parecía ser el desayuno de ambos.
— Camus...
El juez no pudo evitar observar divertido su reacción, acto que causó una furibunda mirada por parte del escorpión.
— Cada vez estás más temprano. — acotó con severidad el aludido
— Acuario me dejó pasar la noche aquí. — informó sin preocupación el juez, provocando que el griego apretara los puños en aparente enfado
"Si el orgullo de ambos no fuera tan grande." Pensó el espectro
— Parece que nuestra "intensa" noche dio frutos. — acotó pasando su brazo por los hombros del peliaqua quien se sonrojo al sentir su cuerpo chocar contra el pecho del espectro — Cierto?
Antes que el octavo guardián pudiera lanzarse sobre el tercer juez, Camus respondió.
— Encontramos tres aberturas. — aclaró separándose de un burlesco Aiacos quien tentaba a su suerte.
— Debemos informarle al patriarca — espetó el escorpión, retirándose iracundo.
El Santo de Escorpio no podía ocultar su enfado, era claro que sentía celos de su cercanía, púes desde que el de Garuda había llegado al Santuario no dejaba de visitar el templo de Acuario, sin bien sólo se dedicaban a observar pergaminos, no le gustaba esa cercanía. Y menos aquella confianza, Camus odiaba el contacto físico pero parecía que el de Aiacos no lo molestaba, púes no era la primera vez que observaba al espectro rodearlo de esa manera.
Un vez lejos lejos del templo de la urna, el Santo se hielo no pudo evitar observar con dureza al de Garuda, quien se limitó a elevar los hombros despreocupado.
— Uno de los dos tiene que dar el primer paso. — aclaró
— Tienes suerte que el pacto de paz nos impida atacarnos. — sentenció retirándose de aquella habitación. Por momentos no podía evitar pensar que Aiacos parecía más la estrella celeste de la insensatez, que la del valor.
Entre los riscos que rodeaban las 12 casas, el peliazul se encontraba observando a lo lejos el entrenamiento de los aspirantes en el coliseo, pero un extraño ruido logra llamar su atención, al parecer se trataba del Santo de Escorpio, quien descendía furibundo de los templos superiores, lanzando maldiciones e improperios, principalmente hacia el tercer juez.
— Milo? — preguntó acercándose a su compañero, quien no pudo evitar mostrarse furibundo por lo ocurrido en el templo de la urna. — Qué ocurrió?
— Aiacos... — murmuró ácido
Con esa única palabra, el peliazul comprendió la situación, por lo que no pudo evitar esbozar una sonrisa burlesca, se suponía que tanto el escorpión como el acuariano habían culminado su historia. Sin embargo, era todo lo contrario.
— Qué pasó con "Deberás aceptarlo y dejarlo ir"?
El guardián de la octava casa dejó escapar un pesado suspiro, si bien deseaban cerrar aquel ciclo con sus respectivos tormentos, por una u otra cosa no podían hacerlo, su accionar en el onceavo templo y el colgante que aún portaba el peliazul eran prueba de ello.
— Aún lo tienes? — arqueó una ceja
Ante lo dicho, el mayor se limitó a bajar los hombros con desgano, aduciendo que no era necesario devolverlo. Qué tal si el Wyvern ya no lo quería? Después de todo nunca se lo pidió, quizás aquel collar no era tan importante como pensó. Tal vez sólo debía deshacerse de el.
« — No te vayas — susurró cubriendo parte de su desnudes con las sábanas, no lo decía abiertamente pero en verdad se sentía seguro al lado del Wyvern. Sin embargo, aquello era un sentimientos que todavía no sabía identificar.
— No voy a irme, Kanon — juró tomando su rostro entre sus manos provocando que ambas miradas choquen entre sí — Jamás.
Dicho esto, el juez procedió a colocar sobre su cuello aquel colgante que representaba su estrella, el cual comenzó a emitir un oscuro resplandor.»
Aún recordaba como se encaprichó con aquel colgante. El Wyvern lo custodiaba celosamente, por eso lo quería. Tardó mucho en que se lo diera.
— Vamos al bar — ofreció dirigiéndose al menor, era evidente que necesitaban un trago.
— No estoy de humor...
— Prometo portarme bien — Sonrió ladino, provocando una risotada del escorpión, quien termina aceptando aquella irreverente invitación.
— Nunca te interesé de esa manera. — aclaró, rememorando aquellos encuentros nocturnos que mantuvieron en el octavo templo, donde pese a entregarse con desenfreno, la mente de ambos se encontraba con otra persona.
— Fuimos un buen escape para el otro.— reconoció el peliazul — Tu aprovechaste mi capricho por ti y yo aproveché que estabas mal por la partida de Camus.
— Ambos nos aprovechamos. — aceptó el escorpión recostándose sobre una de las columnas
— No fue tan malo. — Sonrió ladino, acorralando al menor contra el muro, pasando sus manos al lado de la cadera del Escorpión, formando una escena muy comprometedora — De no amar a Radamanthys, aún andaría tras de ti.
Aquello sorprendió al Escorpión, era la primera vez que el peliazul afirmaba abiertamente su amor por el juez. Quizás poco a poco estaba asimilando la ruptura.
— Cuando tenga oportunidad me desharé del collar. — esbozó sin romper aquella cercanía, el Escorpión sabía que aquel contacto era carente de deseo, esa era la forma que tenía el peliazul de escapar de todo aquello que lo aquejaba.
— Ya no piensas regresarlo?
El peliazul negó, era claro que al igual que ese collar, él ya no significaba nada para el Wyvern. Lo que ignoraba es que unos templos más arriba, unos profundos orbes ámbar observaban con notorio enfado la escena, se trataba del segundo juez, quien no podía evitar apretar los puños al ver a ambos demasiado cerca, el peliazul se acercaba provocativo recargando su cabeza en el cuello del Escorpio.
"En verdad te amé, Radamanthys"
Quizás nunca dejó de buscar a Milo y sólo le había mentido.
— Mentir siempre se te dio bien.
Continuará...
