KAWAAKARI
"El río que resplandece en la oscuridad"
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Parte I
Capítulo VIII
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¿Kagome?
InuYasha había notado la presencia de alguien, aunque no prestó mayor atención, estaba rodeado de humanos que no le importaban. Kagome observó en la dirección desde la que provenía su nombre. Las manos que se habían rozado comenzaron a alejarse e InuYasha empezó a fraguar una intensa molestia al perder su atención.
—Hojō —ella respondió, con cierta sorpresa que InuYasha notó de inmediato. Mantuvo un silencio hermético, en tanto su instinto comenzaba a brotar con fuerza.
—No sabía dónde estabas —se acercó el chico y dio una primera mirada fugaz a InuYasha que no dejaba de observarlo.
El humano era normal, ni débil, ni fuerte en realidad. Le bastaría con una mano alrededor del cuello para asfixiarlo hasta la muerte.
—Ya ves, estoy tomando el aire —Kagome pareció querer minimizar el momento, las facciones en su rostro se endurecieron de forma tan sutil que un humano no podría notarlo. InuYasha, sin embargo, podía advertir hasta el cambio en el ritmo de su respiración.
—Y estás acompañada —Hojō, nuevamente miró a InuYasha, aunque en esta oportunidad mantuvo su atención.
Sí, con una sola mano le bastaría.
—Sí, él es el señor Taisho —Kagome procuró toda la naturalidad que podía encontrar en sus palabras, dado que no había mencionado a InuYasha con sus amigos.
—El señor Taisho —repitió Hojō, haciendo una corta reverencia como parte de la presentación.
InuYasha se tardó un poco más de lo necesario en responder y lo hizo con apenas una inclinación de cabeza. Kagome no pudo evitar reparar en aquello, dado que la profundidad de la reverencia hablaba del respeto que le tenía una persona a la otra. No obstante, dejó que ese pensamiento pasara y quedase almacenado en algún lugar de su mente. Podía ser una acción normal, puesto que los dos hombres no se conocían con anterioridad.
—Él es Seijitsu Hojō —Kagome procedió a terminar la presentación.
—No lo había visto en la ciudad ¿Es usted pariente de los Taisho del palacio Agatsu? —la pregunta fue hecha con total cortesía, aunque ésta no podía ocultar el desdén escondido bajo la capa de formalidad.
InuYasha no era dado a dar respuestas, menos a un humano que, además de simple, le resultaba particularmente desagradable. No le molestaría salir a cazar por la noche y ayudarlo a desaparecer. No obstante, mantuvo la impostura, quería la confianza de Kagome y ella no se mostraría receptiva si él no se entendía con sus conocidos aunque fuese en apariencia.
—Sí, tengo familia ahí —la respuesta resultó escueta, lo justo para no ser descortés del todo.
Hojō asintió despacio y se dirigió nuevamente a Kagome.
—Eri y Ayumi estaban preguntando por ti. Querían saber si habías usado toda tu tarjeta de baile —comenzó a decir con libertad, saltándose cualquier formalidad en el trato.
Kagome pareció prestar toda su atención al hombre e InuYasha tuvo la necesidad de atraer su pensamiento con el propio. Habitualmente los humanos se dejaban influenciar con facilidad. No obstante, no conseguía atravesar las barreras de la mente de la chica ¿Era ella consciente de tenerlas?
Aquella duda capturó su pensamiento durante un instante.
—Sí, lo hice —acotó Kagome—. Entraré en un momento y se los comentaré.
—No te vi durante el último baile —insistió Hojō, con cierta majadería y autoridad que parecía incluir un derecho sobre Kagome que a InuYasha le resultó intolerable. La idea de salir a cazar de noche comenzó a tomar mayor fuerza en su mente, un gruñido apagado resonó en su pecho ante la frustración y sólo en ese momento Kagome lo observó por un instante.
—El señor Taisho y yo acordamos pasear durante ese último baile —ella respondió con claridad y firmeza, incluso parecía que buscaba poner en su sitio al hombre.
Hojō volvió a escrutar con la mirada a InuYasha, que no movió ni un músculo de su rostro. Luego de aquello asintió en comprensión.
—Bien, entonces los dejo —aceptó la derrota momentánea. InuYasha tuvo la sensación de que quería agregar algo más que finalmente se calló.
Hojō hizo una reverencia, antes de dar la vuelta y volver al interior de la residencia. Kagome lo siguió con la mirada un poco más de lo necesario.
—Él es un amigo de la infancia —Kagome pareció querer aclarar. InuYasha no fue capaz de mostrar una expresión, todo lo que sentía era una furia oscura que amenazaba con hundir sus garras en aquel hombre.
—Por la forma en que se dirige a usted parece que la considera de su propiedad —InuYasha no se molestó en esconder ese pensamiento.
Kagome lo observó por un instante que a él le pareció largo e intenso. Los tonos de sus mejillas se encendieron un poco más de lo que él le había visto hasta ahora y eso lo sorprendió. Había fuerza en su mirada, a pesar del arrebol que invitaba a pensar en la timidez.
—Usted y yo sólo nos hemos visto dos veces y no me parece propio comentar estos asuntos —ella habló con decisión e InuYasha percibió el modo en que la emoción de sus palabras y su voz lo llevaron a desear ver doblegado su espíritu, cedido, completamente entregado a él.
Había fuego en esta mujer, un fuego oculto que quizás ni ella misma sabía que existía bajo las capas de su cordialidad. InuYasha se sintió más motivado que al inicio de todo esto.
—Tiene razón y me encantaría invitarla a dar un paseo más largo para solucionarlo —propuso, con la idea clara de acortar la distancia entre ellos lo más rápido posible.
—Quiere decir ¿Ahora? —preguntó Kagome, con confusión y un cierto aire de inocencia.
—Oh, no. No me atrevería a alejarla por más tiempo de su grupo de amigos —InuYasha le mostró una sincera sonrisa que lo sorprendió incluso a él.
—Oh, claro, entiendo —la vio hacer un gesto con el labio, oprimiéndolo con los dientes durante un corto instante, aunque lo suficiente como para cautivar su atención. El labio se le sonrojó un poco más, bajo el carmín claro que llevaba, e InuYasha deseó dejar de lado todo este juego y llevársela lejos sin cuestionamientos— ¿Le parecería bien alguna tarde?
InuYasha no estaba de acuerdo. A él le gustaba el amanecer, ese momento en que la luz buscaba vencer a la oscuridad aun sabiendo que en unas cuantas horas volvería a perder. No obstante, aceptó con un gesto suave de asentimiento.
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La jinrikisha en la que subiría Kagome estaba preparada. El hombre que tiraba del carro la trataba con especial deferencia, mostrando respeto a ella y al molesto humano que la acompañaba, el mismo que había interrumpido su conversación rato atrás. InuYasha observaba la escena desde la altura, los tejados eran un buen lugar para ocultarse debido a las sombras y la escasa luz de la noche. Se había separado de Kagome y luego de aquello se mantuvo atento a los movimientos que sucedían en el lugar, tanto de ella, como de la youkai que había descubierto entre los humanos. Pudo ver que Kagura se paseaba por la residencia del modo que haría la señora de aquella casa, aunque con la suficiente cautela como para que no se le atribuyese dicho papel. Eso lo llevó a cuestionar quién era el líder de esta familia.
Taijiya Tsuyoi era un guardián del orden, uno de los antiguos samuráis que había ocupado un cargo en la nueva estructura occidental que fue instalada por el emperador y el gobierno. A InuYasha le causaba dolor de cabeza el pensar en todos los movimientos que se habían hecho para quitar el poder a los señores feudales bajo la premisa de buscar una mejor vida para lo que ellos llamaban el pueblo, para luego entregarlo a unos cuántos nuevos caudillos que finalmente crearon una oligarquía en reemplazo. Todo esto bajo una fingida cordialidad que esgrimían los humanos mejor que una katana. InuYasha prefería las peleas a muerte, le resultaban mucho más honestas; después de todo, el desangramiento era más rápido que la defenestración a la que se obligaba a los líderes que ya no eran útiles para quienes ejercían el poder a cada momento.
Regresó su atención a Kagome y al modo en que se ceñía el abrigo que se acababa de poner. Pensó en seguirla de camino al templo en que vivía. Notaba el modo en que el ansia por ella se mantenía en su interior del mismo modo que haría un dolor persistente aunque soportable. Arrugó el ceño ante esa comparación. Lo mejor sería extirpar de él esa ansia lo antes posible y en contraposición a su propio deseo, había otro que lo llevaba a querer explorar más de ella y de ese fuego inconsciente que parecía tener. Ante ese pensamiento supo que algo se estaba fraguando dentro de él, sin embargo, no podía darle un nombre y por esa misma razón, no quería pensarlo demasiado.
Su atención cambió al ver el modo en que el humano detestable dejar un beso en la mano enguantada de Kagome y eso lo llevó a experimentar, una vez más, esa furia oscura que lo llevaba a desear la muerte de aquel hombre. Su atención se vio atraída por un carruaje que se detuvo tras el carro en que estaba Kagome y al que se acercó Kagura, acompañada por dos seres más que InuYasha llegó a percibir en el salón de baile y a los que no pudo identificar debido a la extraña mezcla de su sangre. Parecían youkais, no obstante, no lo eran del todo. Pensó en que podría tratarse de un par de hanyous como él, sin embargo no estaba seguro. InuYasha sabía de extrañas creaciones que aparecían en los libros que le obligaron a leer durante su adaptación al mundo youkai, aunque recordaba que aquellas prácticas fueron prohibidas.
Finalmente se encontró con tres direcciones posibles que podía seguir. Una de ellas obedecía a un deseo tan agudo que punzaba y estaba ocupando más lugar en su interior del que debía permitir; Kagome. Luego estaba Kagura, que probablemente se convertiría en un problema a corto plazo, se lo decía el instinto salvaje que poseía y que pocas veces se equivocaba Ese mismo instinto lo llevó a gruñir en dirección al humano que parecía querer apoderarse de lo que InuYasha ya consideraba propio.
Respiró hondamente. La decisión ya estaba tomada.
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La residencia Higurashi permanecía en silencio cuando Kagome llegó esa noche. El frío era tolerable, aunque inclemente. Extendió la mano para encontrar la que le era ofrecida por Haruka, quien había ido por ella a la hora acordada.
—Gracias, Haruka san —mencionó, con una sonrisa delicada y una reverencia en consonancia.
A continuación comenzó a hacer el camino que fue iluminando con una farola que llevaba sostenida en la mano. Antiguamente el sendero hacia la casa principal permanecía iluminado toda la noche por los farolillos de piedra que se encendían con aceite. No obstante, aquello cambió hace un par de años cuando la familia decidió evitar gastos innecesarios. Por entonces, también, se disminuyó el número de personas que servían en la casa. Kagome había escuchado a su abuelo decir que la restauración les había quitado demasiados privilegios para que fuese buena. Ella no sabía si eso era cierto, después de todo, Kagome era muy pequeña cuando aquello comenzó y no conocía otro sistema de vida. Se conformó con la idea de que su familia había podido conservar el templo y que las tradiciones y rituales que se efectuaban en él seguirían existiendo mientras su abuelo y su madre viviesen. Kagome lo comprobó al pasar por delante del templo dedicado a Hachiman, deidad protectora de la vida humana, y ver la luz del fuego que encendían cada día para él.
No tardó en dejar atrás la zona dedicada a la oración y en estar a puertas de la casa que compartía con su familia. Su madre la esperaba junto al shōji que daba paso al edificio, vestida con su yukata de descanso y una manta sobre los hombros.
—No había necesidad de que me esperases okāsan —dijo, luego de saludar con una reverencia amable, señal de respeto y amor a su madre.
—Probablemente no —contestó la mujer, haciendo una suave reverencia en respuesta, antes de ceder el paso a su hija.
De camino a la habitación y mientras la ayudaba a quitarse el vestido, la señora Higurashi hizo preguntas concernientes a la reunión y al baile ¿Quiénes asistieron? ¿Cuántas personas había? ¿Se había divertido?
Kagome las respondió todas, sin cavilar, hasta que su madre hizo una pregunta que la dejó en silencio un instante.
—¿Conociste a alguien nuevo?
La primera imagen que se instaló en la mente de Kagome fueron los ojos dorados de InuYasha Taisho. No quería mencionarlo a su madre, ella no entendería que se relacionara con alguien desconocido para la familia y eso le traería problemas y prohibiciones. Sin embargo, pensó que en estricto rigor a él no lo había conocido esta noche. Más allá de ello recordó a alguien que sí conoció esta noche.
—Al prometido de Sango —respondió, comprendiendo que más allá de cómo avanzara el compromiso de su amiga, la noticia le llegaría a su madre más pronto que tarde.
—¿Está comprometida? —preguntó con sorpresa, mientras ayudaba a Kagome a ponerse la yukata de dormir.
—Eso parece —estuvo por mencionar que su amiga no estaba contenta. No obstante, aunque le contaba muchas cosas a su madre, había otras que se reservaba. Ella siempre decía que había amado a su padre, sin embargo, también decía que el amor era un lujo que en ocasiones no se podía tener. Kagome temía a aquel pensamiento, porque aunque no se lo dijesen, se esperaba de ella algo que asegurase el futuro de su familia.
—Y ¿Cómo es? —insistió su madre, mientras la invitaba a sentarse frente al tocador que tenía en su habitación, para comenzar a deshacer el peinado y cepillarle el pelo.
—¿Físicamente? ¿De trato? —pudo ver la forma leve en que su madre se encogía de hombros.
—Ambas —resumió, tomando un mechón de pelo oscuro para comenzar su labor.
Kagome tomó aire, buscando una forma de empezar a describir al hombre.
—Joven —empezó, sonando casi escueta. Su madre expresó su petición de más detalles, a través de la mirada que le dio por el espejo. Kagome volvió a suspirar—. Alto, aunque no demasiado, su pelo es de color violáceo, al igual que sus ojos. Educado, aunque muy arrogante y con un trato frío, diría que casi indiferente.
—No parece de tu agrado —acotó su madre. Kagome buscó sus ojos, tan parecidos a los propios.
—No lo es —aceptó.
—Y a Sango ¿Le gusta? —la voz de la mujer era suave y comprensiva. Kagome negó con un gesto de su cabeza— Ya veo —asintió su madre.
El silencio posterior fue un aviso para Kagome, ella sabía que la pregunta aparecería en algún momento
—¿Qué tal estaba Hojō? —quiso saber su madre. Kagome disimuló lo poco que deseaba hablar del tema y sostuvo por un momento la mirada que le devolvía el espejo para luego desviarla a uno de los mechones de su propio pelo.
—Atento, como siempre —reconoció. Kagome era consciente de lo que se esperaba de ella, sin embargo, deseaba un poco más de tiempo para cumplir y esperaba conseguir ser feliz en el proceso.
—Me alegro por eso —aceptó la mujer, probablemente comprendiendo que no obtendría mucha más información al respecto.
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—Gracias Kousei san —expresó Hojō al bajar del carruaje que lo había traído de regreso a casa.
La residencia de la familia Seijitsu estaba asentada en una colina desde la que se llegaba a ver el frondoso jardín que lo circundaba el palacio del emperador. Hojō y su familia llevaban en este mismo lugar al menos cinco generaciones, siendo la de su abuelo la que consiguió dar mayor honor al apellido gracias a su trabajo con el sashimono, arte de la madera, el que había sido valorado por la grandes familias, incluida la corte imperial. Las puertas que daban la entrada a la residencia eran una muestra fiel de aquel arte, delicado y distinguido, que destacaban mayormente la belleza de la madera por encima del ornamento. Hojō practicaba el estilo de trabajo, adaptándose a los cambios que la restauración había hecho con el comercio de todo tipo.
Al entrar en el jardín interior de la residencia la luz de las farolas lo recibió, iluminaban de forma selecta el camino, destacando al paso las formas cuidadas de los árboles, arbustos y plantas. Uno de los sirvientes lo había recibido en la puerta y lo acompañaba al interior, mientras que Kousei se encargaba del carruaje y lo llevaba a la siguiente entrada.
Cuando Hojō se encontraba a pocos pasos de la entrada al edificio principal, uno de los caballos se encabritó, consiguiendo que sus relinchos se deslizaran por el silencio de la noche. Hojō se mostró inquieto.
—Ve a ayudar a Kousei san —le pidió al sirviente que lo acompañaba.
El joven, con un par de años menos que Hojō, asintió y comenzó una rápida caminata por el sendero que acababan de recorrer y se perdió de vista en cuánto cruzó la puerta principal. Hojō pensó en entrar al edificio y olvidarse del asunto, estaba cansado de la noche, además de molesto por la poca atención que Kagome le había prestado. Chasqueó la lengua cuando reparó en lo agotador que le resultaba dar tantas vueltas a su atracción por ella y no avanzar en la dirección que esperaba. Mientras cavilaba sobre aquello, pudo escuchar los pasos apresurados del sirviente que acababa de salir a ayudar con los caballos y se giró para mirarlo.
—¿Qué pasa? —preguntó Hojō, ante la clara desconcierto en el gesto del joven.
—No lo sé, señor. El carruaje está en mitad de la calle y Kousei no está.
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Continuará.
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N/A
¡Buah! Quiero más!
Me encanta escribir sobre estos personajes. La oscuridad que oculta KAWAAKARI es parte de mi lado más gótico y lo amo. Espero que ustedes también estén disfrutando con esta historia y que me sigan acompañando en lo que aún tiene para contar.
Besos
Anyara
