Notas: ¡Feliz domingo! Estamos a puntito de terminar ya, os presento el penúltimo capítulo… Voy a echar mucho de menos escribir esta historia, pero estoy bastante satisfecha con el resultado final, aunque seguramente comentaré cosillas. Pero bueno, que me enredo, de momento os dejo disfrutar la lectura!
Me levanté con los primeros rayos de sol para afrontar un nuevo día en la aldea. Me arreglé el cabello con un hermoso peine que me había regalado Sesshomaru frente a un pequeño espejo que tenía sobre el tocador, viejo y con alguna fisura. Recogí algunos mechones del lateral derecho en una coleta, peinado que había llevado con más frecuencia cuando era niña, pero que aún se sentía parte de mi identidad...
Una vez hube terminado de acicalarme, tomé el bote de perfume que contenía la receta que había ideado años atrás para ocultar la esencia de Sesshomaru. Justo antes de rociarme unas gotas, me detuve a mí misma, observando la piel inmaculada de mi cuello.
Pensé que en realidad no debía de hacer falta, puesto que mi esposo no me había visitado en unas semanas, tiempo suficiente para que se curasen las marcas que había dejado la última vez… Desanimada por ese pensamiento, terminé echándome unas gotas de la fragancia, a la que había bautizado como "Kaori" en la solapa del kimono.
Habían transcurrido seis meses desde que habíamos viajado juntos a la playa, y yo no había vuelvo a tomar las hierbas anticonceptivas desde entonces. Sin embargo, y a pesar de los recurrentes encuentros entre mi esposo y yo, aún no había logrado quedarme embarazada.
Al menos, no quedaba claro. Mi período se estaba atrasando aquel mes, pero no era la primera vez que ocurría en aquel período de tiempo, por lo que temía que pudiera tratarse de una nueva decepción. La anciana Kaede me había explicado que los retrasos podían deberse al propio estrés de no conseguir mi objetivo, por lo que debía ser paciente conmigo misma. Además, me había recordado que era completamente normal que experimentase aquellas dificultades, puesto que después de un aborto espontáneo como el que había sufrido en el pasado, sumado a la acción de los anticonceptivos por tanto tiempo, entraba dentro de la normalidad.
Pero saberlo no lograba calmar de todos mis miedos. ¿Y si no podía dar a luz a los hijos de Sesshomaru nunca jamás?
Quizás no una cuestión de vida o muerte, pero me angustiaba de sobremanera pensar que no podría ver cumplido mi más anhelado deseo.
Tratando de sacudir aquellos oscuros pensamientos de mi mente, me obligué a mí misma a tomar un ligero desayuno antes de salir de la cabaña. Mi casa. La que yo había construido, no sin ayuda de mis seres queridos, pero se trataba de mi propio lugar, a fin de cuentas. Casi todos los muebles del interior habían sido donados por amables aldeanos, como el espejo roto; otros habían sido fabricados a mano por Inuyasha, Kagome o por mí; y los objetos de acabado más pulcros o nuevos se trataban de regalos de la anciana Kaede o de Sesshomaru.
Al poner un pie en el exterior, me encontré con un enorme bulto de pie junto a la entrada, de poco grosor y más alto que yo. Sujeté con ambas manos el paquete, tratando de arrastrarlo, pero resultaba demasiado pesado para mí sola.
Pensé que, como en otras ocasiones, debía de tratarse de un nuevo regalo de mi esposo. No era la primera vez que me hacía llegar algún obsequio en su ausencia, como el peine lacado de mi tocador o telas para bordado, pero nunca antes había recibido algo tan voluminoso y pesado como aquello. Tendría que pedirle ayuda a mi cuñado luego para poder moverlo hasta el interior.
Curiosa por el contenido de aquella caja misteriosa, me encaminé hacia la aldea para acabar con mis labores allí lo antes posible. Tarareé una canción mientras admiraba la belleza de los árboles, rocas y plantas a mi paso. Resultaba un trayecto de lo más apacible, y yo no me cansaba de recorrerlo cada día antes de echar una mano a la anciana sacerdotisa, ahora que por fin había finalizado el proceso de construcción de mi hogar.
Al divisar los campos de cultivo cercanos a la población, me obligué a acallar mi distraído cántico para saludar a los amables vecinos. Ellos siempre me recibían con una amable sonrisa, a pesar de que no debía de causarles muy buena impresión que viviera sola en mitad del bosque, y supieran que mi pareja era una criatura sobrenatural. Me sorprendía que pudieran aceptarme a pesar de que todo aquello fuera de conocimiento público, aunque lo agradecía enormemente. Supuse que el hecho de tener a la sacerdotisa Kaede, la única curandera y guía espiritual del pueblo, avalando mi fiabilidad también jugaba en mi favor.
Aunque últimamente la anciana había tomado a Kagome como aprendiz para suplir sus labores cuando ella ya no estuviera, dado el alto potencial de poder sagrado que poseía la muchacha del futuro. Me pregunté si me las encontraría en mitad de alguna lección aquel día.
- ¡Buenos días, abuela Kaede! – Saludé alegremente al cruzar el umbral de la puerta de la casa de la anciana. Me sorprendió encontrarla completamente sola, con las dos hijas de Miroku y Sango correteando por la habitación. - ¿Qué hacen aquí Gyokuto y Kin'u?
Definitivamente, tal y como había expresado la exterminadora de demonios, el monje tenía un gusto muy extravagante para los nombres de las niñas, aunque había prometido que Sango podría elegir uno más normal para su próximo hijo.
La anciana sacerdotisa exhaló un suspiro de alivio al verme entrar por la puerta.
- No sabes lo que me alegro de verte esta mañana, Rin. – Expresó la anciana con su único ojo lleno de pesar. – Resulta que Inuyasha, Kagome, Miroku y Sango han partido para cazar a un demonio de los alrededores, pero… - Ella lanzó una mirada de reojo a las niñas tras de sí. – Tengo muchos pacientes a los que visitar hoy… Odio tener que pedirte esto, ¿pero te importaría quedarte con ellas hasta que sus padres vuelvan? También necesito que entregues estas medicinas a los aldeanos que vengan a recogerlas, ¿está bien?
Sonreí, ocultando la incomodidad que me provocaba aquella petición concreta de ser la niñera de las gemelas. Aunque sabía que no podía negarme, había venido a ayudarla con lo que fuera que necesitase, después de todo.
- Por supuesto que sí, abuela, yo me ocupo. Puedes marcharte tranquila.
Entretuve a las niñas con una pelota de Temari en un inicio, y cuando conseguí que aceptaran sentarse un momento, comencé a narrarles cuentos que recordaba de mi infancia. Agradecía enormemente que el repertorio de historias con el que contaba distaba mucho del de su padre, plagado de leyendas extraídas de textos sagrados. Las mías eran mucho más sencillas e infantiles, pero parecían entretenerlas de igual modo, dado que no tenían punto de comparación con lo que estaban acostumbradas. Doblamos figuritas de origami para ilustrar los cuentos que narraba, e incluso las animé a interpretar alguna de las escenas, permitiéndoles sus licencias creativas en el proceso mientras yo atendía a los pacientes de la anciana Kaede.
Finalmente, después de un intenso día de juegos, Kin'u y Gyokuto cayeron rendidas de sueño. Mientras las observaba dormir profundamente, pensé que sería muy lindo tener dos niñas como ellas, llenas de energía y perfectamente sanas. Aunque sabía que no era buena idea obsesionarme con aquellos pensamientos, no podía evitarlo cuando pasaba tiempo con ellas… Sabía que los niños daban mucho trabajo, pero envidiaba mucho la suerte que tenía Sango de haber podido dar a luz a aquellas hermosas criaturas.
Poco antes del atardecer, todos los adultos que habían participado en la incursión del demonio regresaron a la cabaña de la anciana sacerdotisa. Miroku y Sango me agradecieron cálidamente haber pasado el día con sus hijas antes de marcharse, mientras que Inuyasha y Kagome devoraron ávidamente dos boles del guiso que había preparado mientras las gemelas dormían.
Para cuando la anciana Kaede regresó, la pareja ya había terminado de cenar y estaban ayudando con la limpieza. Entonces serví una ración para la mujer del parche y para mí. La había esperado para cenar juntas pues sabía que no le agradaba hacerlo sola. Una vez hubimos terminado, Kagome se ofreció a recoger lo que quedaba en la mesa junta a la anciana mientras Inuyasha me acompañaba de vuelta a mi cabaña para ayudarme a cargar el pesado regalo de Sesshomaru hasta el interior.
Una vez colocado dentro de la alcoba y habiendo despedido a mi cuñado, me quedé observando fijamente el obsequio de mi esposo. Se veía caro y lujoso, con un soporte de madera maciza, por lo cual había resultado tan pesado.
Se trataba de un hermoso espejo de cuerpo entero.
Era cierto que le había mencionado a mi esposo en su última visita que resultaba poco práctico que el único que yo disponía en casa tuviese una fina grieta, pero… Se había excedido en esta ocasión. Con uno pequeño para el tocador hubiera bastado. Aunque me hacía feliz que hubiera tenido aquel detalle, él siempre era atento conmigo, incluso cuando no estaba presente.
Me solté el cabello y me dirigí a mi cama, envuelta en una suave túnica de lino, ligero para dormir más cómodamente. Miré al techo, incapaz de cerrar los ojos.
Me giré hacia un lado, y luego hacia el otro.
No podía parar de pensar en mi esposo. Le extrañaba tanto después aquellas largas semanas de ausencia que todo mi cuerpo comenzaba a reclamarle. De hecho, normalmente no tenía que recurrir a "aquello", pero por una vez… No pasaría nada.
Introduje las manos entre los pliegues de mi falda para permitirme explorar la desnudez de mi piel. Esa que Sesshomaru atesoraba con tanto mimo. Cerré los ojos, tratando de evocar su tacto con todas mis fuerzas.
Dejé escapar un débil suspiro cuando alcancé el sensible botón sobre mis labios. Era más tenue que de costumbre, pero la sensación seguía allí, después de todo. Traté de imaginar con toda la nitidez que pude el rostro de mi esposo cuando comenzaba a oler mi excitación, sí, aquellas pupilas dilatadas mientras sus manos recorrían mi cuerpo…
Dejé escapar un débil gemido al tantear mi entrada. Despacio, y torpemente por la falta de costumbre, dejé que un dedo se deslizase en mi interior. Traté de simular los movimientos de mi esposo, pero él parecía conocer mis puntos más sensibles incluso mejor que yo.
Sin embargo, aquella actividad pronto se tornó frustrante. No estaban logrando suplir la necesidad que se me había presentado, por lo que me detuve abruptamente, con una exhalación de la más pura resignación. Seguía extrañando a mi esposo, y le necesitaba allí conmigo.
Desvelada, me puse en pie para admirar nuevamente el regalo de Sesshomaru, posicionándome frente a la superficie de cristal pulido. Entonces me rodeé el vientre con los brazos, acunándolo. Me pregunté si mirándome allí cada día podría comenzar a percibir cuando mi tripa comenzase a hincharse por la presencia de un esperado bebé….
Mientras observaba mi figura en el espejo, noté una gran sombra aparecer de la nada, alzándose imponente a mis espaldas. Sus ojos dorados sobresalían por encima de mi cabeza, clavados en la imagen frente a mí, encendidos como antorchas en mitad de la noche. Cualquiera se hubiera echado a temblar con una criatura diabólica tan cerca, acechando en entre las sombras de la habitación sin hacer el más mínimo ruido.
Sin embargo, yo sabía perfectamente que no tenía nada que temer a aquella oscura presencia. Antes de tener tiempo para reaccionar, la sombra se cernió sobre mí, susurrándome al oído con voz ronca:
- Siempre tienes la guardia tan baja, humana…
Sonreí, sintiendo un escalofrío de anticipación subir por mi columna. Así que… Mi esposo había llegado con ganas de jugar a eso. Le gustaba mucho ejecutar el papel de depredador, y eso estaba bien por mí. Lo hacíamos muy a menudo.
Después de todo, a mí me gustaba ser su presa. Y a él le encantaba cazar a una indefensa humana que no le temiera en absoluto, a pesar de la enorme diferencia de poder entre ambos.
- Resulta muy maleducado por tu parte haber entrado sin llamar, ¿no crees? – Traté de reprenderle, conteniendo mi tono de pura emoción por el reencuentro.
- Hm… - Gruñó, sujetando uno de mis largos mechones de cabello con sus garras, permitiendo que resbalasen entre sus dedos. Se veían más largas y afiladas que de costumbre, por lo que intuí que debía de estar hambriento. – Considero más descortés que no me hayas invitado a acompañarte antes. Parecías estar pasándolo bien.
A pesar de que me esforcé en disimular mi debilidad ante aquel comentario, el sonrojo de mis mejillas me delataba. No tenía ni idea de que él había estado presente cuando me había tocado… Pensando en él, por supuesto, pero aun así… Resultaba muy vergonzoso.
- ¿T-te parece correcto espiar a una mujer en la intimidad de sus aposentos? – Inquirí, tratando de controlar mi nerviosismo.
Los dedos de Sesshomaru sujetaron mi barbilla con delicadeza, obligándome a hacer contacto visual con él a través de la lámina de vidrio. Sentí su respiración sobre mi cabello, aspirando el aroma floral que aseguraba que yo desprendía.
- Querrás decir… A "mi" esposa en "nuestra" alcoba. – Ronroneó contra mi oído, haciendo especial hincapié en los posesivos. - ¿No es así?
Asentí, apretando los puños para contener el impulso de ocultar mi rostro.
- Aun así… No has negado el hecho de haberme estado observando sin mi permiso. ¿Por qué no me hiciste saber de tu presencia?
El demonio esbozó una sonrisa ladina que se reflejó claramente en el espejo.
- Oh… Jamás osaría interrumpirte en tus momentos de placer, esposa mía.
- Más bien… Podrías haberte unido a mí. – Mascullé en voz baja, en tono de reproche.
Las manos de Sesshomaru descendieron entonces por mi cuerpo, desde mis hombros hasta mi abdomen. Observé sus movimientos hipnotizada mientras lo hacía, los ojos fijos en la erótica imagen frente a mis ojos.
- ¿Aún estoy a tiempo, Rin? – Preguntó con su voz más dulce, poniendo un alto al juego.
Suspiré, dejando escapar todo el aire que había contenido sin darme cuenta.
- Claro que sí.
Entonces sentí sus manos atrapar las mías, llevándolas hacia mi espalda.
- Entonces… Sabrás que te espera un castigo por lo que has hecho. – Dijo con una mirada enigmática.
Me dejé hacer, llena de expectación mientras notaba cómo inmovilizaba mis muñecas con un grueso cordón, cuidando la presión para no restringir la circulación de mi sangre.
- No entiendo, mi Señor… ¿Por qué decís que merezco un castigo?
Entonces llevó sus garras a mi pecho, acariciando los rosados pezones por encima de la ropa tela con sus garras. Mi respiración comenzó a acelerarse al ser testigo de cómo aquellos sensibles centros nerviosos se endurecían, marcándose claramente a través la fina tela.
- Piénsalo bien, Rin. ¿Por qué te he atado? – Inquirió el demonio, ejerciendo su rol dominante.
Sus dedos capturaron mis sensibles puntas, frotándolas cuidadosamente, obligándome a morderme el labio.
- P-para que… - Un jadeo me forzó a pausar mi respuesta por un instante. - ¿No use las manos?
- Eso es. – Respondió, complacido, agachándose para morder el lóbulo de mi oreja con delicadeza, haciéndome estremecer. - ¿Y qué has hecho con esas preciosas manos tuyas?
Nuestras miradas se encontraron entonces en el espejo.
- Antes… - Reflexioné en voz alta, mi capacidad de concentración mermada por las caricias de Sesshomaru, quien comenzó a tirar de las solapas para descubrir mi pecho. – Me he tocado.
Se me escapó un gimoteo cuando capturó las dos suaves curvas que escapaban de mi kimono con sus cálidas palmas, finalmente sin nada que se interpusiera entre mi piel y la suya.
- Sí… - Susurró contra mi oído con su aterciopelada voz. – Has osado dar placer a este cuerpo, el cual he marcado como mi propiedad, sin mi permiso… - El demonio pellizcó mis pezones, provocándome un escalofrío. Me mordí el labio, sintiendo el insoportable deseo crecer entre mis piernas. – Es por eso que no podrás emplear tus manos, Rin.
Con ganas de presentarle batalla a mi esposo, respondí, alzando el mentón:
- Mi Señor, habéis descuidado tanto tiempo este cuerpo que toda marca ha desaparecido de él… Así que me atrevería a decir que no era su posesión en el momento en el cual he decidido ocuparme de él. – Añadí, provocativamente.
Los hambrientos ojos del demonio refulgieron de excitación con aquella acusación. Olvidándose de toda delicadeza, el Lord del Oeste rasgó la parte frontal de mi ropa, dejando mi desnudez completamente expuesta en un instante con su velocidad sobrenatural.
- Ya veo… Tienes razón, humana. – Me concedió, recorriendo con sus largas garras desde mis muslos hasta las caderas. – Pero eso tiene fácil solución. – Siseó, presionando la punta de sus afiladas uñas contra mi carne.
Gemí al sentir cómo arañaba mi piel, derramando un fino hilo de sangre. El color dorado de la mirada del demonio se oscureció con aquella tentadora visión.
Reprimiendo su salvaje naturaleza, mi esposo inclinó mi espalda hacia adelante, dejando mi trasero completamente expuesto en su dirección. Me mordí el labio al sentir mis húmedos pliegues en contacto con el aire debido a aquella posición.
- ¿Estás lista, Rin? – Inquirió mi esposo, deshaciendo el nudo de su obi, de camino a liberar su palpitante erección. - ¿O necesitas que te prepare?
Antes me había quedado a medias, por lo que sabía que estaba más que lista y anhelante.
- Cuando usted desee, mi Señor.
A pesar de la seguridad de mis palabras, Sesshomaru entró despacio, despertando a su paso cada una de mis sensibles terminaciones. Arqueé la espalda, temblando de puro goce mientras observaba cómo la expresión de mi rostro se iluminaba en el espejo. Era la cara de una mujer desvergonzada que adoraba ser devorada por su demoníaco esposo.
Él me agarró del pelo por debajo de la nuca, dando seguras y lentas estocadas, mis delicados gemidos y suspiros llenando el silencio de la sala.
- Me alegra ver que te complace el regalo que te he hecho… Esposa mía.
Podía ver mi rostro inundado por el placer mientras el me embestía desde atrás. Yo, desnuda, con jirones de tela colgando de mis extremidades; mientras que él seguía completamente vestido, su pecho asomando entre las solapas abiertas de su furisode. Me temblaban las piernas, cediendo bajo sus estocadas cargadas de pasión, pero yo misma no podía parar de mover las caderas, siguiendo su adictivo ritmo.
- Gracias. – Gimoteé, entre débiles jadeos. - E-es… Perfecto. – Fue lo único que alcancé a articular entre oleadas de placer.
Sintiendo la evidente debilidad de mi cuerpo bajo sus arremetidas, el demonio me cargó en sus brazos para arrodillarse sobre el suelo. Entonces tomó asiento sobre el tatami, y me colocó entre sus piernas con pasmosa facilidad, como si yo me tratase de una muñeca a la que pudiera controlar a voluntad. Cuando toda su longitud hubo invadido mi húmeda cavidad, sus rodillas separaron las mías, mostrando mi intimidad por completo al espejo.
De forma inconsciente, traté de cerrar mis piernas, pero el demonio me retuvo. Su fuerza superaba con creces mi patética resistencia. No podía dejar que el pudor irracional siguiera dominando mis acciones. Aunque me costaba no apartar la mirada del espejo por puro decoro, aquella visión era tan… Estimulante.
- Así… - Me alentó él, plantando un beso en mi coronilla mientras sus manos envolvían mi cintura. - ¿No te gusta ver cómo se hunde dentro de ti?
Sentí una poderosa corriente de adrenalina recorrer mi cuerpo, mis ojos completamente hipnotizados por la escena ocurriendo frente a mí. Mi esposo se movía despacio, permitiéndome vigilar atentamente el vaivén de su miembro de fuera hacia dentro de mi interior. Sentía mi deseo a punto de estallar al visualizar la imagen nítida de su sólida erección, llenándome centímetro a centímetro, mientras me provocaba escalofríos de placer en el proceso.
- S- sí… -Gimoteé, extasiada.
Los ojos de mi esposo comenzaron a cambiar, volviéndose más feroces y salvajes. Ladeé la cabeza, a sabiendas de lo que necesitaba. Sin mediar una sola palabra más, Sesshomaru se inclinó sobre mi cuello y clavó sus afilados colmillos para beber de él.
Seguramente, para muchos aquella erótica imagen podía ser la más clara definición de profanación e inmoralidad. Pero para mí, simplemente se trataba de mi esposo y yo haciendo el amor con completa devoción y confianza mutua.
Mi espalda reposaba contra su pecho mientras sus estocadas aumentaban de intensidad. Mi voz comenzó a volverse más aguda, mis gemidos tornándose en contenidos gritos de placer. Sentía que a aquel paso iba a llegar a un rincón tan profundo de mi ser que podría partirme en dos con su inhumana fuerza.
- Se-Sesshomaru… Gato blanco. - Le llamé, haciendo uso de la palabra de seguridad que habíamos acordado para bajar la intensidad de aquellos juegos. El demonio retiró de mi cuello, obedientemente, deteniendo en el acto su vaivén.
Los dedos de mi esposo acariciaron mi rostro.
- ¿Estás bien? – Preguntó, sorprendido por aquella inesperada interrupción.
- Sí. – Le respondí, con una serena sonrisa. – Sólo quería recordarte que debemos hacerlo más delicadeza, ya sabes, por si acaso…
Sesshomaru conocía de sobra mis preocupaciones respecto al embarazo que parecía no llegar nunca, por lo que me depositó a su lado, interrumpiendo nuestro íntimo contacto para deshacerse del cordón que mantenía mis manos atrapadas. Mientras lo hacía, pacientemente, preguntó:
- ¿Cómo quieres hacerlo entonces, Rin?
Sus ojos me contemplaban con una mezcla de ternura y preocupación. Medité en silencio mi respuesta, examinando mis recién liberadas muñecas. No habían dejado marca esta vez.
- Ponte encima, amor. – Le pedí, recostándome sobre mi espalda, separando los muslos para acogerle.
El demonio se colocó entre mis piernas, inclinándose para besarme contra el tatami. Sujeté su rostro con mis manos mientras comenzaba a hacerme el amor, más delicado y lento que antes.
- Te he extrañado mucho... – Musité contra su boca.
- Y yo a ti. – Murmuró el demonio con la voz ronca de deseo.
Rodeé su cuerpo con mis piernas para no separarme ni un solo centímetro de él mientras sus caderas iban a venían entre olas de placer que me hacían estremecer.
Mi esposo y yo no paramos de besarnos lentamente mientras hacíamos el amor, fundiéndonos en el uno al otro con la pasión y la dulzura de unos recién casados.
- Siento mucho mi larga ausencia. – Se disculpó Sesshomaru mientras enredaba sus dedos en mi cabello tras habernos trasladado a la cama, ambos completamente desnudos. - ¿Has estado muy preocupada por el asunto del bebé estos días?
Asentí, acurrucándome junto a su hombro.
- No dejo de pensar en la posibilidad de… ¿Y si no puedo volver a quedarme embarazada nunca más? Después de lo que pasó…
Mi esposo me estrechó entre sus brazos, en un reconfortante gesto.
- Aún es pronto para pensar que todo está perdido, Rin. Te lo ha dicho la anciana Kaede, ¿verdad? – Me recordó en un tierno susurro. – Además, no hay prisa alguna. Lo seguiremos intentando.
Me abracé a su pecho, sintiéndome mejor. A su lado, todos los problemas se sentían mucho más pequeños.
- Incluso si no puedo tener mi propio bebé… En el fondo, no pasaría nada, ¿verdad? – Inquirí en un trémulo hilo de voz. – Aún podría construir mi propia familia, ¿no es así?
Sesshomaru depositó un casto beso sobre mi frente, haciéndome sonrojar.
- Por supuesto. – Me aseguró. – Entiendo que sea lo que más deseas ahora mismo, Rin, pero intenta no presionarte demasiado.
Paseé los dedos distraídamente por los marcados contornos del abdomen de mi esposo, perdida en mis pensamientos.
- Sé que obsesionarme con ello no hace más que empeorar las cosas, pero hoy, al pasar tiempo hoy con las hijas de Sango, yo… - Suspiré. - No me podido evitar sentir un gran vacío en mi interior.
El demonio estudió mi expresión atentamente mientras me escuchaba, relatando todas las actividades que había compartido con las niñas y cómo mi malestar se había incrementado en el proceso.
- Quizás… sería más sano para ti ahora mismo no tener contacto con ningún infante. Creo que sólo genera más presión sobre ti misma. – Me aconsejó él tras mi larga retahíla.
- Pero no podía simplemente dejarlas solas… - Repliqué, aunque en el fondo sabía que Sesshomaru tenía razón. No me hacía bien entrar en contacto con nada que me hiciese recordar mis dificultades en ese momento.
- Eres demasiado considerada para no ayudar a los demás cuando te lo piden, por lo que entiendo que sientas que no puedes negarte. Pero me gustaría que recuerdes está bien negarte a algo cuando no te hace sentir bien. – Me recordó trazando relajantes círculos sobre mi espalda con sus largas uñas.
- Lo… Intentaré. – Prometí en un susurro, agradeciéndole con un beso en la mandíbula. - ¿Hasta cuándo te quedarás?
Sesshomaru rozó su nariz contra mi frente, haciéndome cosquillas en la piel.
- Sólo esta noche. – Respondió amargamente. – Hasta que te quedes dormida.
Protesté con un mohín.
- ¿No puedes quedarte ni un poco más…? – Repliqué, abrazándome a él con fuerza. - ¿Hasta el mediodía…?
- Imposible. – Sesshomaru se disculpó con una triste mirada, los hombros tensos por tener que dar aquella firme negativa.
Mi intención no había sido hacerle sentir mal con mi insistencia, sin embargo. No quería que nuestro encuentro acabase con mal sabor de boca, por lo que tendría que aprovechar el tiempo que nos quedase.
Me incliné sobre su pecho para depositar un tierno camino de besos hasta su clavícula. El demonio se dejó hacer dócilmente, vigilando mis acciones con sus apacibles ojos dorados.
- ¿Tratando de disuadirme, Rin? – Inquirió mi esposo con los párpados entrecerrados.
- Hm… - Me ayudé de las manos para incorporarme y dar un suave mordisco en la base de su esbelto cuello. – Es posible.
El demonio suspiró bajo aquel contacto. Entonces sentí como la tensión desaparecía de su cuerpo mientras echaba la cabeza hacia atrás, con los ojos completamente cerrados. Vulnerable, confiado y completamente a mi merced.
Había llegado mi turno de devorarle.
- No deberías trastornar tus horarios de sueño de esta manera, Rin, ni siquiera por Sesshomaru. – Me reprendió la abuela Kaede mientras caminábamos por el bosque.
Kagome, ella y yo habíamos salido en busca de hierbas medicinales. La joven sacerdotisa aún tenía dificultades reconociendo algunas variedades de plantas, por lo que normalmente yo la acompañaba de cerca mientras la mujer del parche recorría el lado opuesto del camino por su cuenta. Incluso con un ojo solo, su percepción era más aguda que la de nadie que hubiera conocido jamás.
- Pero Sesshomaru no me ha pedido que me vuelva nocturna por él, ni siquiera es su culpa que a veces solo pueda visitarme a esas horas. – Defendí a mi esposo. – Además, fui yo la que quería aprovechar todo el tiempo que pudiésemos pasar juntos. De hecho, fue él quien insistió en que debía dormir.
La chica del futuro se mostró enternecida por mis motivos.
- No creo que haga falta ser tan dura, venerable Kaede. No pasa nada porque Rin duerma por una vez hasta el mediodía.
- Pero si la cuestión es que algún día me vas a matar del susto si sigues haciendo esto… - Suspiró la mujer mayor. – Sabes que me aterroriza el pensamiento de que duermas sola en esa cabaña en mitad del bosque. Pensaba que podría haberte ocurrido algo, y que no por eso no habías venido por la mañana a la aldea.
Entendía perfectamente su preocupación, no podía culparla.
- Lo siento de verás, abuela. No era mi intención. No dormiré hasta tan tarde la próxima vez.
Una vez finalizada la regañina, nos separamos en nuestros habituales dos grupos. Kagome me preguntaba cómo distinguir los tallos sanos de los que ya no servían, y cómo evitar confundirlos con plantas venenosas. En el proceso, llenamos nuestras cestas de ingredientes para las recetas de Kaede.
En una de las ocasiones en la que me agaché para recoger un pequeño brote, mi visión se nubló por un instante, haciéndome perder el equilibrio. Apoyé las manos sobre el suelo para evitar darme de bruces en el rostro.
- Rin. – Me llamó Kagome. - ¿Estás bien?
- He perdido el equilibrio por un instante… - Musité, con la vista aún borrosa.
La chica me ofreció una mano para ayudarme a ponerme en pie. Al hacerlo, sin embargo, comenzaron a invadirme unas incontrolables náuseas, por lo que me obligué a apartarme de ella.
- Estás temblando. – Añadió la joven, sujetándome por el brazo, preocupada.
No tuve tiempo de responderle antes de que las arcadas ascendieran por mi garganta, doblándome hacia adelante para devolver lo poco que había comido aquel día.
Tras que las dos mujeres me ayudaran a regresar a la aldea, Kaede examinó mi condición física exhaustivamente. No cejó de fruncir el ceño en todo el proceso, presa de una sobreprotectora preocupación.
La observé con expectación, esperando su diagnóstico.
- Bueno, Rin, no he podido encontrar un motivo claro para tus náuseas, pero teniendo en cuenta que tu período lleva varias semanas de retraso, creo que podemos asumir con bastante seguridad que estás embarazada. – La expresión de la sacerdotisa se ablandó en una maternal sonrisa. – Aunque aún debemos esperar un poco más para poder estar seguras.
Me abalancé sobre la anciana, abrazándola con las lágrimas a punto de desbordarse de mis ojos.
- ¿Lo dices de verdad, abuela? ¿Voy a tener un bebé?
La mujer me devolvió el abrazo, enternecida.
- Eso parece, Rin. Si fuera así, vas a tener que cuidarte mucho a partir de ahora.
Una vez comencé a convencerme de que lo que estaba ocurriendo era real, y no se trataba de un cruel sueño, una sonrisa de oreja a oreja se dibujó de forma incontrolable en mi rostro.
- ¡Haré lo que haga falta! Quiero que este bebé nazca lo más sano y fuerte posible…
Me puse la mano sobre el vientre, emocionada.
No podía esperar para contárselo a Sesshomaru.
Notas: Después de este episodio solo tengo que decir que todas las piezas están ya en su sitio, el capítulo final será un poco más largo de lo habitual, pero no había por donde dividirlo, la verdad.
Tengo que confesar que lo más complicado para mí en este punto ha sido empatizar con el deseo de ser madre de Rin, puesto que a mí me genera un profundo rechazo, por lo que espero que me haya quedado creíble. Los únicos "hijos" que quiero en mi vida son animales, la verdad.
Con este episodio también se nos va la última escena lemon de la historia, aunque haya sido breve. La verdad es que me quedé con mas ideas en el tintero, pero me daba mucho miedo que este contenido fuera muy excesivo y pausara la historia por lo que lo he reducido bastante. En el futuro, si desarrollo estas escenas que dejé a medias puede las suba como especiales o algo así^^
Una vez más gracias, gracias y mil gracias a quienes habéis apoyado esta historia, creo que sois el mayor motivo por el cual he podido acabarla.
