Extra My Cool Girlfriend; Insomnia.
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Antes de empezar, perdón por la ausencia, no tengo excusa válida salvo que he estado atrapado entre proyectos sin saber cómo acabar las cosas, pero espero haberlo solucionado. Sobre la pieza en cuestión, es un ntr con el mismo título que en realidad es bastante simple como casi todo ntr, pero como dolió leerlo y yo soy una persona rencorosa y pendenciera fue que me puse a escribir.
Como notaran el título incluye la palabra "Extra", esto se debe a que la pieza original era de "Why are you getting out from here?", del mismo artista (posiblemente masacré la traducción, en fin), ratatata y algunos números (es de madrugada y no voy a corregirlo ahora, bros, pero con el título deberían hallar la salsa y sentirse tan mal como yo).
publicaré la primera parte, que puede ser leída como segunda, en cuanto pueda mejorar algunos detalles.
Gracias y nos vemos
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De forma apresurada se limpió la comisura de los labios, ofreciendo una excusa tonta que estaba segura mitigaría la preocupación de su novio mientras que ella atendía un asunto privado.
–¿Te veré más tarde?–
Contestó el teléfono sin pensarlo mucho, enviando un mensaje para avisar que estaba ocupada y que tardaría un poco en llegar. Hizo esto con cierto grado de indiferencia, absorta en las sensaciones calamitosas que provenían de su entrepierna y enmudecían su cordura.
De haber estado más pendiente de lo que sucedía a su alrededor, hubiese notado los cambios, mas, ni su mente ni su corazón se hallaban en sincronía y por lo tanto su ya escasa empatía permaneció inactiva. El que su novio estuviese prácticamente al lado suyo mientras que ella hablaba con su amante ni siquiera le perturbaba. La fase en la cual sufría de vergüenza debido a la traición había sido superada.
Ella existía para otro, solo que sin dar el último paso.
–Te pregunté que si te podría ver más tarde–
–Claro, si tú quieres–
Tal indiferencia en su trato probaría ser una más de una seguidilla de malas decisiones que eventualmente resultarían nefastas.
–Sabes que siempre quiero verte–
Los delgados brazos de su novio la envolvieron apenas un instante, y luego, ya no lo sintió más.
–Es una pena que eso ya no vaya a suceder–
Ella apenas asintió, mortificada de que él se atreviese a mostrar tanto afecto. Generalmente, pedía permiso antes de tocarla, como si temiese cometer una ofensa por hacer algo que era natural en toda pareja.
Francamente le parecía extraño, solo que no se atrevía a decirlo por miedo a herirlo. Por ello mismo le permitía el hacer una que otra cena romántica, o llevarla a ver una película o simplemente a pasear, aunque últimamente, ni eso hacían.
–Por cierto, antes de que lo olvide no salgas sin estas–
Las atajó entre sus manos, las veintidós pastillas en su envase rosa pálido metalizado, livianas al tacto, frías entre sus dedos. Tan solo el día anterior se había decidido a arrojar las que ya tenía en su departamento a la basura, animada a arriesgarse de verdad gracias a los incentivos de su amante.
Nada de eso la hubiese delatado de no ser por el hecho de que su novio sabía lo importante que era para ella terminar sus estudios y que no se arriesgaría con un embarazo no planeado.
Fue un simple caso de mala comunicación que ella jamás pudo prever.
–Mis anticonceptivos–, susurró sin atreverse a alzar el rostro.
–Me causó curiosidad el que te deshicieras de ellos y bueno, una cosa llevó a la otra. Digamos que encontré mucho más que unas cuantas píldoras y que descubrí que ya no estoy tan interesado en ti, después de todo, ¿qué podría querer yo con una mentirosa que pone en riesgo mi salud y mi futuro?–
Abrió la boca pensando en la excusa que le daría y para su sorpresa, no tenía nada.
Nada justificaba sus acciones, nada la absolvía de lo que había hecho.
Nada podía decir para aminorar el daño.
–Perdón…–, se atrevió a murmurar al cabo de un rato.
Él por su parte no mostró ni tristeza ni enojo y ni siquiera decepción, su duelo ya lo había vivido, ahora solo ataba cabos sueltos.
–No hay nada que perdonar, lo amas, ¿no es verdad?, pues ahora podrán estar juntos–
Recobrando la compostura, actuó como la persona refinada y algo distante que le mostraba al exterior, y por un asunto de orgullo no reaccionó mal al recibir en una bolsa plástica el disfraz de conejita junto con la caja de condones.
Fue humillante, fue indigno, y fue por sobre todas las cosas, merecido.
Un gesto de desprecio de ese calibre le evitó corregir aquello último sobre estar enamorada de aquel otro, pues en realidad no amaba a ese sujeto, solo amaba lo que él podía hacerle a su cuerpo. Un detalle superfluo en realidad, dado que en los hechos ella acabaría viviendo con el tipo, independiente de si sintiese afecto o solo lujuria por él.
Sin lagrimas de por medio, se atrevió a hacer la única pregunta importante que quedaba.
–¿Qué harás conmigo?–
–Nada, ya no eres mi problema–
Y así acabó para los dos.
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–Debes ser la más tonta de las putas tontas que han existido–
No registró sus movimientos porque pensó que estaba ebrio, de hecho, no sintió nada hasta que la botella rota penetró su barriga y se incrustó en sus entrañas.
Apenas fue consciente del sonido de lucha, de su novio peleando en el piso con uno de los amigos de su amante, del golpe seco al estrellarse la cabeza de alguien contra el piso y su propio amante retrocediendo, dejándola atrás como una mala parodia de un sacrificio.
En los bordes de su visión logró ver sus puños ensangrentados, no tenía idea de cómo lo había hecho, ni siquiera sabía que planeaba conseguir.
Su novio no era fuerte, no era valiente, no tenía nada a su favor salvo su cerebro y eso en nada le había ayudado en sus veintitantos años de vida.
De no estar a punto de paralizarse hubiese encontrado todo el asunto extremadamente cómico, ¿quién pensaría que el chico tímido con el que salía fuese capaz de asesinar?.
Quizás tenía razón, pensó al caer de la silla después de que su amante la usase como una barrera, pateándola hacía adelante.
Quizás de verdad no era otra cosa que una puta tonta.
–De todas las putas tontas, tenías que ser la más hermosa–
Sintió un vacío en el estómago que luego se transformó en grito, sus entrañas estaban perforadas por el cristal.
–Por favor…–
La dejó en el suelo luchando por respirar, por vivir, mientras que de fondo, un grito agudo reverberó en sus oídos y luego, el silencio.
El cuerpo de su amante cayó frente a ella, su garganta perforada por una herida profunda e imperfecta, rasgando hasta la base de la quijada como si se tratase de una sonrisa vertical.
–Y ahora puta tonta vas a morir, te vas a desangrar en el asqueroso piso del asqueroso puerco con el que te acostabas–
Sus sollozos se convirtieron en gemidos, sus gemidos se hicieron sollozos y así una y otra vez. Con la sangre agolpándose en su boca y sus labios azules, dejó de luchar en cuanto el frío se hizo más fuerte que el miedo.
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Llegada la noche entró al cuarto esperando que aquel detalle fuese lo suficiente como para apaciguar sus dudas, después de todo, a él le gustaban esas nimiedades románticas, la cursilería y esas cosas que ella francamente detestaba.
Al encender la luz, tenía la idea de que bastaría con una excusa como las miles de otras que había dado y todo se solucionaría, y es que con su doble estilo de vida había creado en su vida regular un cambio nada bienvenido. Simplemente le faltaba el tiempo para hacer todo lo que deseaba hacer y como su amante era exigente era su novio el que debía soportar las pérdidas. Afortunadamente, era un joven comprensivo o mejor dicho, demasiado sumiso, por lo que no se molestaba con mucha frecuencia.
Le pediría perdón y él se derretiría en disculpas, le ofrecería cielo y tierra con tal de hacerla sonreír como el bobo iluso que era, porque esa era la clase de cosas en las que él creía. El amor imperecedero, el afecto honesto, la fidelidad.
–Claro que es fiel, ¿quién aparte de mi persona se fijaría en alguien así?–, musitó para si misma con una sonrisa.
Al encender la luz tuvo la noción de que quizás se había equivocado con esto último, pues en lugar de encontrarlo trabajando en uno de sus proyectos o jugando o leyendo, halló el departamento vacío y en completo orden.
No le prestó mayor importancia la primera noche, de hecho ni siquiera espero a que volviese.
A la segunda dejó un par de mensajes, pidiendo que por favor hiciese acto de presencia.
A la tercera se puso a discutir sin siquiera tener una respuesta.
A la cuarta llamó a los padres del ingrato para exigirles que le dijeran a ese malagradecido que no la volviese a contactar y que ella ya había conocido a alguien mejor, y como estaba ofuscada, no pensó en escuchar la respuesta y les colgó.
Recién la quinta noche descubrió la corta misiva dejada en la puerta, una pequeña nota adherida con cinta que ella pasó por alto durante todo ese tiempo.
–Espero seas feliz con él–, leyó en voz alta sin poder salir de su estupor.
Tardó un buen rato en llamar a su amante y darle las noticias.
Su nuevo noviazgo que jamás pasó más allá de lo físico duró alrededor de seis meses, momento para el cual la novedad se había acabado.
Al poco tiempo conoció a otro chico, y su amante, que para entonces se había convertido en un ex/amigo volvió a la palestra.
Una segunda relación arruinada, al igual que sucedería con la tercera.
A la cuarta intentó cortar comunicación con su amante/novio/amigo/ex, y tuvo poco y nulo resultado.
A la quinta estuvo a punto de casarse cuando volvió a cometer un error, o al menos lo que ella entendía como error.
No hubo una sexta porque para la sexta llegó recién a notar el patrón que seguían todas sus relaciones solo para darse cuenta de que estaba en la misma relación con el tipo que jamás le daría algo serio, que nunca intentaría ser su marido, ni su amigo ni nada.
Fue para entonces que se dio cuenta de que el tiempo había pasado y que las cinco relaciones que contaba como serias eran mucho menos que todos los romances cortos que había vivido, y que irremediablemente, había acabado por minar su propia capacidad para conectarse.
Su mayor y más larga relación, la única que importaba, era con un hombre que la veía como un polvo fácil y que esperaba lo mismo de ella.
Recordó entonces aquella nota que años atrás le habían dejado y recién se dio cuenta de que esas palabras no eran en remembranza de los buenos momentos entre los dos, sino, una muy oculta y eficaz advertencia de lo que acaecería en su futuro.
Contemplando un futuro cada vez más incierto fue que volvió a dirigirse al encuentro de su amante. Sus opciones se cerraban, pues las ocasiones en las que podían reunirse eran cada vez más escasas desde que este hubiese conocido a su actual mujer y tuviese a sus propios hijos.
Podría haber reído de la situación de esa pobre ilusa por creer en alguien que en todo su cuerpo no poseía una fibra moral, podría haberse burlado de no ser porque ella también era una ilusa y ni siquiera podía escudarse en la ignorancia.
En el camino pensó en probar su viejo número y preguntar si es que acaso le gustaría salir a beber algo, tal vez cambiar de ruta y tener una charla normal. Era una idea descabellada, completamente irrisoria pues de ningún modo esperaba que su ex conservase el mismo número y mucho menos fuese a contestar una llamada suya.
Era tan ridículo como creer que ese "Espero que seas feliz con él" hubiese sido escrito con los remanentes del amor que ella arruinó, y no con la desolación que sus acciones crearon, o tal vez, solo le estaba dando vueltas a ese asunto al darse cuenta de que desde hacía ya un buen tiempo no estaba contenta con el rumbo de su vida.
La soledad la estaba volviendo loca, lo suficiente como para añorar los días sencillos de su juventud, aquella misma que ahora veía marchitarse mientras que otra ilusa tenía los hijos que ella nunca podría tener, y vivía la mentira en la que ella ya no podía sumergirse.
El golpeteo de sus tacones contra el piso se detuvo, y conteniendo el aliento, se arriesgó a llamar.
–… Lo siento, número equivocado–
Con la garganta seca y las mejillas rojas, sus ojos súbitamente invadidos por las lagrimas fue que resumió su trayecto.
–Que sea feliz… Ojala te alegre saber lo feliz que soy, estés dónde estés…–, le dijo a su recuerdo una última vez.
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En esa ocasión ni siquiera alcanzó a levantarse, pues su novio la atrapó en cama y la asfixió un par de veces mientras le recriminaba por haberlo traicionado.
No pudo decirle que lo sentía y que por favor se detuviera, no con su traquea destrozada, no con el oxigeno faltante en su cerebro para articular las palabras necesarias para salir con vida. Fue consciente apenas por unos minutos de que la emboscada fue deliberada en el sentido de que él ya no necesitaba explicaciones. Lo sabía todo, o al menos lo suficiente como para perder la razón.
Eventualmente el miedo y el cansancio se volvieron uno solo, y murió orinándose en su propia cama mientras que intentaba con las uñas arrancar los ojos de su novio.
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Lo encontraron al día siguiente ahogado en su propio vomito, y como no eran excepcionalmente brillantes decidieron cortarlo en pedazos y enterrarlo en varias bolsas de basura. El plan en si no era el peor de todos, y hubiese funcionado de no ser por el aroma.
El olor de un cuerpo en descomposición fue lo que no pudieron ocultar, eventualmente su cuerpo fue descubierto por un par de pensionados que hallaron extraño el que la huerta del pequeño parque comunal que solían frecuentar fuese vandalizada. Desde ese punto en adelante y teniendo en consideración otros desastres policiales similares se llevó a cabo una intensa búsqueda por los responsables.
Ironía de las ironías, en cuanto al plan, su única participación fue administrar el primer trago y luego quedarse callada, y su silencio le costó caro.
La defensa aquella de que había sido obligada a participar se fue abajo en cuanto su propio amante testificó en su contra, e hizo aparecer lo que era un accidente como un homicidio.
–Ya debería irme a dormir–
En fin, su nada inesperada traición la obligó a actuar, y al final todos se culparon entre todos, lo que le dio a los abogados mucho material con el que trabajar para que así compartiesen la culpa.
Le quedaban unos años adentro, más que nada debido a su indiferencia. La idea aquella de que tuvo la oportunidad de intervenir, de por ejemplo, no forzarlo a seguir bebiendo incluso cuando ya no podía más fue lo que cementó su futuro.
El que se comportase de manera fría durante todo el proceso no hizo más que reforzar el disgusto del público hacía su persona.
–Buenas noches–
Le quedaban algunos años adentro pero en realidad no pensaba completarlos. Había estado pensando mucho en sus acciones, en lo cruel que fue con su novio y bueno, ya no quería pensar, ya estaba cansada de sentirse culpable.
El problema era que no podía disculparse así nada más, debía verlo primero para así explicarlo todo.
Tenía que salir de la cárcel y conocía de un solo método para hacerlo.
La cucharilla del postre había sido pulida a más no poder, afilada con ahínco sobrehumano. Nunca podría limar los barrotes de las ventanas ni penetrar el cerrojo de su puerta, no serviría como un arma contra los guardias y definitivamente no le permitiría cavar los muros y mucho menos el piso de su celda. Sin embargo, su poder era incomparable frente a la endeble piel y carne de sus brazos, y aunque dolió al principio, ella estaba convencida al ver el caudal rojizo oscuro manando a su alrededor de que todo habría valido la pena porque se iría, y ya no tendría que pensar más en lo mucho que había sacrificado por alguien que a la menor presión se derrumbó, ni en la familia que poco y nada la visitaba ni en los amigos que ahora la rechazaban ni en la madre de su novio, que pequeña y frágil como era la condenaba una y otra vez.
Todo esto se desvanecería en cuanto pudiese pedir perdón.
–Que descanses–
Luego se fue a dormir.
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Contempló los muros celeste pastel con abyecto disgusto, sintiéndose enferma frente a la infantilización de sus problemas y es que no era para menos, en especial considerándose a si misma como alguien bastante independiente, el haber pedido ayuda a una desconocida. Mas, el dolor palpitante en sus brazos y su vientre probaban lo contrario, hablaban de una existencia bastante dura y marcada por la desconsideración y desprecio de alguien que se suponía debía velar por ella. Tal vez el trago más amargo, fue darse cuenta de lo mucho que le había permitido a un hombre de esa categoría controlar su vida, y de lo mucho que arriesgaba quedándose con él.
Al principio ni siquiera lo sospechó, y no fue sino hasta que vio a la niña que pudo comprender en lo que se había metido, solo que para entonces ya era demasiado tarde.
–¿Y desde cuándo sucede esto?–
Se relamió los labios, sin saber muy bien qué decir.
La asistente social aguardó paciente, barajando en su mente los múltiples motivos con los que solía encontrarse a diario. Tristemente, aquella no era la única mujer que teniendo todo a su favor, acababa en una mala relación, presa de sus miedos.
En su expediente había leído que parte del motivo para el que buscase ayuda era una menor de edad de apenas siete años, la cual en ese momento estaba esperando afuera con una colega.
–¿Podría acaso ser desde que tuvieron a su primera hija?–
Tembló al escuchar a la trabajadora, en efecto, se había puesto cada vez peor desde que nació su hija, y ella sospechaba del motivo, solo que no se atrevía a decirlo.
–Señora, si necesita que tomemos un descanso tan solo tiene que pedirlo. Queremos ayudarla–
–No es su hija–, confesó al vencer al nudo en su garganta, –No es su hija, es de mi ex y mi actual pareja…–
¿Qué más podría decir?, ya era suficientemente malo que su niña hubiese sido también una víctima como para agregarle ese elemento de incertidumbre, otro padre, un completo desconocido, de seguro no solucionaría las cosas.
–¿Su ex no es parte de la vida de su hija?–
–Ni siquiera sabe que existe–
Escuchó a la trabajadora social hacer ese sonido de desaprobación tan propio de las mujeres mayores, la acusación clásica en la que ella misma a veces solía caer cuando algo le desagradaba.
Supuso que no era para menos, la pobre mujer de seguro imaginó lo peor frente a las circunstancias que tenía en frente.
–Si lo desea, podemos poner a su disposición una abogada para que inicie acciones legales en contra de su ex. Usted sabe que no toleramos a los padres irresponsables–
Respiró profundo para calmarse, y luego, exhaló.
No se había dado cuenta de lo tensa que estaba, ni de lo cansada que se sentía. Llevaba varias horas sin dormir.
–No es irresponsable, si no sabe sobre su hija es porque yo no se lo dije–, le contó a la trabajadora, –Preferiría no involucrarlo–
–¿Acaso era violento con usted?–
–Jamás me puso una mano encima, él no era así–, contestó indignada.
La mujer tras el escritorio se censuró a si misma por haber cometido tal garrafal error. El acusar a alguien así por así, sin tener a al vista todos los antecedentes, era algo que no podía permitirse sin el temor a que eso arruinase su evaluación.
–Deduzco que no se separaron en los mejores términos–
–Yo… Conocí a mi actual pareja, y mi ex me dejó ir–
La trabajadora no pasó por alto ese detalle, el defender a un ex novio con el que no se veía hacía más de siete años le pareció inusual, incluso si eso de "me dejó ir", sonaba algo posesivo.
–Mire, incluso sin el informe de la policía podemos ofrecerle alojamiento en una de nuestras residencias seguras mientras que hacemos los arreglos legales para que pueda retomar su vida. No le mentiré, no es un proceso sencillo pero usted ya está dando los primeros pasos, es usted muy valiente al pedir ayuda–
Lo que pedían de ella no era menor, implicaba después de todo el despedirse de su vieja vida y comenzar desde cero, ya sin la influencia del hombre al que le dedicó buena parte de su vida y con el cual seguiría viviendo de no ser por la niña.
Claro, habían cosas que todavía no comprendía, como el hecho de que la violencia en contra de su hija no había comenzado con un tirón de pelo ni con los insultos, sino que en realidad, desde el primer día, la había estado sufriendo. Existía mucho abandono en su contra, mucha indiferencia de parte de alguien que no deseaba ser padre y que descargaba su frustración en la familia con la que le tocó cargar.
Era injusto para los tres el seguir así, al menos no mientras que él se negase a cambiar, como había prometido hacer en ya tantas otras ocasiones.
–Yo… Necesito que me ayuden, necesito aprender a estar por mi cuenta–
La trabajadora sonrió complacida, sabiendo que tales palabras no le resultaron nada fácil a esa pobre mujer.
–Podemos ayudar con eso y con muchas otras cosas, si usted nos deja–
Aquel podría haber sido el final, un nuevo comienzo, pero la vida es a menudo decepcionante. Como cualquier otra adicta no tardó en recaer en los malos hábitos que la llevaron a pedir ayuda en primer lugar, solo que en esa ocasión en particular, no habría de volver con vida a casa.
Su último regalo a la hija a la que cuidó a medias durante siete años fue un examen de sangre y el nombre de alguien que se haría cargo de todo si lo peor sucedía.
La niña, de cabello tan oscuro como su madre y de temperamento similar a su padre encajó de inmediato con su nueva familia, tal y como si siempre hubiese pertenecido con ellos.
En algún punto de aquel futuro, estando aquel hombre ya muy mayor, su hija le sostendría la mano y le leería una carta que su madre habría dejado para los dos, pidiendo perdón y rogando que por favor protegiese a la niña.
El anciano nunca entendería lo que motivó a aquella persona a volverse tan cruel con los años, ni lo que la impulsó a quedarse con quien sería su asesino. Mirando hacía atrás, todo parecía tan lejano e insignificante frente a la apacible vida que encontró luego de perder a esa mujer, todo se veía insignificante frente a la sonrisa de su hija.
–Papá, ¿crees que podrías perdonarla?–
–Lo hice hace años, en cuanto descubrí que existías. Desde ese entonces he sido un hombre feliz–
Cerrando los ojos, se permitió dormir. Un día de aquellos ya no despertaría y quizás, tal vez, la volvería a ver, con ojos inocentes como los de su niña.
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Ya no hablaban como antes, ahora, no eran otra cosa que dos desconocidos representando un papel.
En medio de la noche despertó al escuchar el teléfono, a su lado, roncaba el amante que la había liberado de la monotonía de la vida diaria.
Intercambiaron cordialidades entre bostezos y comentarios superfluos, de aquellos que eran adecuados para un par de desconocidos que debían fingir que allí existía algo sustancia en lugar de un acto sin sentido.
–Te siento algo distante, ¿todo bien?–
–He estado ocupada–
–Siempre estás ocupada estos días–
Quiso escupir en su rostro, llamarlo imbécil y recriminarle por ser tan confiado. Le daba vergüenza y asco el estar emocionalmente atada a alguien tan débil.
–Tengo mucho que hacer–
–Lo entiendo cariño, pero al menos, tienes a tu amante para que te haga compañía–
Guardó silencio, ocultando el miedo, evitando la sospecha.
–¿Y ahora lo vas a negar?–, añadió el chico en tono burlón, –¿Vas a pretender que no estás en su cama?, ¿que no me has mentido durante meses?–
–¡No tengo ningún amante!–, negó vehemente, –Y honestamente me insulta que lo creas, ¿qué acaso te he dado motivos para desconfiar?–
Sintió un extraño calor recorrer su espalda conforme sus ojos se humedecían, la voz del teléfono sonaba lejana, como si estuviese ahogándose.
Motes, palabras cariñosas y esas cosas tiernas que suponía las otras parejas usaban eran extrañas para ella, el que la llamase "cariño" se sintió sucio e incómodo.
–Cariño, ¿sabes lo que sucede con alguien que se incendia?–
Quería gritarle y maldecir, decirle que no era su dueño, que ella podía hacer cuanto quisiera sin el permiso de nadie, mucho menos un patético "novio" que para nada servía.
Tal vez fue demasiado cortante, pero en su defensa, él no debería de llamar tan tarde y mucho menos para hablar estupideces.
–Te dije que no tengo ningún amante–
Lo escuchó exhalar con lentitud, dejando que los segundos se perdiesen en el vacío.
–En un punto, cuando la piel desaparece, cuando los nervios se calcinan y mueren, sienten frío, mucho frío–
Algo de su otro yo despertó a la posibilidad de que en realidad, ya hubiese sido descubierta y que su novio estuviese sufriendo de una crisis, pues no era una persona fuerte y definitivamente no manejaría bien el saberse traicionado.
–Si te pasa algo dímelo ahora. Esto no es normal, tú no eres así–
Lo escuchó quebrarse apenas por un instante, su voz triste y apagada, fluyendo en medio de las sombras.
–Siempre pensé que eras demasiado buena para mi, me consideré afortunado porque alguien tan maravillosa, tan perfecta como tú me eligiese–
Lo escuchó desfallecer, tan solo por un momento, conforme su voz se endurecía.
–Orgullo, sentí tanto orgullo de que me hubieses elegido, y ahora, no puedo sino preguntarme qué ganas con todo esto, porqué dejaste que me enamorase de ti, porqué fingiste por tanto tiempo y a pesar de todo esto, a pesar de lo mucho que me has lastimado, una parte de mi se niega a renunciar–
¿Qué podía decir?, el pobre se estaba cayendo a pedazos y ella era tan débil, tan cobarde que ni siquiera podía pensar en una excusa para proteger su corazón y proteger sus secretos.
–Es tarde, ¿y si charlamos mañana?–
–¿¡Por qué fingiste amarme!?–
Se sintió patética y miserable al saber que nada podía ofrecer. Ya no se trataban de simples sospechas, ya sus mentiras no surtirían efecto.
El momento que ansiaba y temía al fin había llegado, ella solo lo estaba postergando.
–No llores, te juro que no tengo ningún amante–
Lo escuchó controlarse, y luego, su voz regresó a la normalidad.
–Está respirando sobre tu cuello, te está viendo conversar conmigo y sonríe–
Vio de un lado al otro esperando encontrarse con su novio o algún detalle que evidenciara más conocimiento del que ella dejaba entrever, mas en la oscuridad, le sería imposible el hallar cualquier pista.
–Lo siento–
–Creí que solo yo podía ver esas expresiones, que a pesar de lo reservada que eres, para mi, podías ser cálida. El que me hubieses elegido de entre todos me hacía sentir tan orgulloso de ser hombre, tan cálido, tan vivo…–
Abrió la boca en otro intento por salvar aquello que ella misma había condenado,
–Supongo que eso demuestra lo tonto que soy, debo haber parecido un idiota, creyendo que alguien como tú pudiese amarme–
Fue demasiado para ella, no estaba lista para confrontarlo, jamás lo estaría.
–Lo lamento, olvidate de mi y no vuelvas a llamar–
Con la leve presión de su dedo hizo desaparecer la voz, detrás de ella, apoyado sobre su codo, su amante la observaba con una sonrisa.
–¿No estás feliz?, así ya no tendrás que esconderte–
No hablaron de nada porque no necesitaban hacerlo, su relación era puramente física. Él satisfacía una necesidad base de ella con inusual talento, al punto en que cuestionarse sus decisiones se volvió algo superfluo.
En otras palabras, la tenía danzando en la palma de su mano, justo donde ella quería estar.
Cogieron como de costumbre, y ella sintió, como esperaba, aquel temblor delicioso del post-coito recorrer su espalda.
Luego se volvió a quedar dormida y despertó en la oscuridad.
–Todavía no amanece–, susurró al abrir los ojos, algo confundida al perder la noción del tiempo.
El teléfono volvió a sonar un par de veces antes de que la culpa la impulsase a atender la llamada.
–Deberías irte a dormir–, susurró apenada, –Te lo estoy pidiendo, no compliques más las cosas–
–¿Sabes lo que sucede con alguien que se incendia?–
¿Hu?, no esperaba que siguiese con ese tema. Tendría que pedirle a alguien que lo fuese a ver dado que ella no estaba en condiciones para hacerlo, eso y que temía causar una escena.
–Voy a colgar y por favor, deja de hacer esto–
–En un punto, cuando la piel desaparece, cuando los nervios se calcinan y mueren…–
Presionó la pantalla y nada sucedió.
–Te lo pedí amablemente. Ya deja de llamar–, demandó algo más nerviosa, preguntándose si acaso su teléfono estaba arruinado.
–…Sienten frío, mucho frío–
No podía dejar de pensar en el pobre chico, de seguro estaba solo en su habitación, repitiendo cualquier cosa con tal de seguir hablando, incluso si se trataba de hablar con la misma persona que de manera indiferente le había roto el corazón.
–¿Por qué sigues haciéndote esto?, ¿por qué insistes?. Yo no valgo la pena, no soy buena, no puedo ser buena después de lo que te hice–
Desde el otro lado de la linea escuchó sus dientes castañear.
–¿Sabes lo que sucede con alguien que se incendia?–
Con la respiración entrecortada vio su aliento materializarse frente a ella, una nube semitrasparente que rozó sus dedos al intentar nuevamente terminar con la llamada.
–¿Qué es lo que quieres?–
–¿No sientes frío?–
Abrió la boca para gritarle, y su aliento se congeló.
–Cuando una persona se quema por completo la piel sufre un daño terrible y por consiguiente los nervios mueren, cuando eso sucede, se siente frío–
Saltó de la cama en estado de frenesí, golpeando el teléfono, conminándolo a apagarse.
–Podrías estar envuelta en llamas y solo sentirías frío. Ni dolor ni calor ni nada de lo que ahora imaginas. Solo frío–
Perdiendo los estribos lo arrojó contra el piso, con la suficiente fuerza como para partir la pantalla y aún con todo, desde las bocinas dañadas resonaba su voz.
–¿Sabes lo que sucede cuando una persona se incendia? –
Gritó una y otra vez, pateando el aparato, cubriéndose los oídos para no escuchar, todo en un torpe intento por mantener la cordura.
–Los nervios quedan expuestos, mueren. Cuando eso pasa, la persona siente frío–
Las plantas de sus pies comenzaron a arder, sus tobillos se entumecían.
–¿Tienes frío?–
Con mucha dificultad logró volver a la cama para envolverse con las cobijas, sin importarle que a su lado su amante ya no estuviese.
¿En qué momento se había ido?.
–Tengo que salir de aquí–, se dijo a si misma, –No entiendo lo que pasa, ¿por qué no puede solo olvidarse de mi y ya?, es la misma noche todas las noches, ya no lo soporto, ¡ya no aguanto más el estar aquí!–
Temblando, cerró los ojos y rogó porque el día llegase pronto, esperando que de milagro la pesadilla se desvaneciese, porque de ningún modo aceptaría que lo que le sucedía era real, simplemente no podía serlo.
–¿Sabes qué sucede con los traidores en el octavo círculo del infierno?–
Gritó con desesperación, pidió ayuda conforme el calor abandonaba su cuerpo y el hielo reemplazaba la sangre de sus venas. En un punto, la piel de sus dedos comenzó a resquebrajarse y su piel se tornó de un aterrador tono azul, luego, empezó a toser, a marearse y a escuchar voces.
Y eventualmente, todo se detuvo. Sin tiempo, sin brisa, sin luz ni miedo ni frío o calor. Todo se congeló, incluso el aire de sus pulmones.
¿Hubiese sido diferente de haber pedido perdón?, quizás la peor parte de sus transgresiones no fueron las mentiras, ni el hecho de que se traicionase a si misma al convertirse en la clase de persona que ella en principio no aprobaba, sino, la falta de arrepentimiento, la indiferencia que demostró al desmoronarse su vida y por consiguiente la de su novio.
Quizás lo que más le dolió fue eso, y por ello hizo lo que hizo.
–Pensé que te lo merecías, pero al final, te seguía amando–, escuchó decir desde el teléfono, –Así que un día te fuiste a dormir y ya no despertaste, y a él… A él lo hice pagar en tu lugar–
Finalmente las tinieblas se despejaron, el sol penetró por las cortinas reflejándose en los restos ennegrecidos del cristal. El departamento dilapidado, el edificio completo ya abandonado era el escenario de su eterna tragedia.
Recordó el día en que la confrontó por haberlo estado engañando desde el inicio de su relación, por teléfono, porque mientras ella se encontraba ocupada con su amante el pobre de su novio se mataba estudiando para construir un futuro para los dos.
Le rogó que se detuviera, le pidió que si al menos algo de cariño le quedaba, que por favor, por último discutieran antes de terminar, y ella… Ella prefirió quedarse con su amante.
No fue sino hasta la madrugada de ese día que despertó tosiendo, sola, envuelta en las flamas que devoraban el colchón.
Conforme sus pulmones se llenaban de veneno, trató de escapar, solo para descubrir que la puerta estaba cerrada. De ese modo, al menguar sus fuerzas, acabó por asfixiarse rogando que alguien la salvase.
La encontraron al extinguirse el fuego, la causa del mismo permanecía siendo un misterio. Tal vez una falla eléctrica, tal vez intencional o simplemente, un acto de un dios rencoroso. Poco importaba para ella, que en breves episodios de dolor recordaba más y más detalles, que en su eterno delirio producto de las emanaciones funestas de plástico y madera contemplaba su propia mortalidad ausente desvanecerse con la luz.
Abrazándose a si misma, pensó en aquel instante final, cuando escuchó la voz de su novio desde el otro lado de la puerta rogando que resistiera, que ya pronto la sacaría y que lo sentía, ¿por qué?, eso era algo de lo que podía especular.
Le hubiese pedido perdón de no ser porque para entonces su garganta ya no funcionaba.
Eventualmente, el dolor desapareció, la pesadez, el miedo, todo se desvaneció salvo por una cosa.
El frío.
–¿De verdad dolió tanto?, desearía… Quisiera saber, si en verdad sigues allí–
Aquello del incendio fue un accidente, debió de serlo incluso si su novio de algún modo eligió esa noche para confrontarla.
O tal vez, quizás…
–¿Me odiaste por lo que hice?, desearía… Quisiera saber si todavía me quieres perdonar–
Quería imaginar que su novio la había llamado para darle una última oportunidad, que quizás deseaba enfrentarse siquiera una vez al hombre que se la arrebató, lo que hubiese sido inútil. Ella fue presa de su propio orgullo, accidente o no, era consciente de que no podría seguir por siempre con el modo de vida en el que se hallaba atrapada.
Sonrió con amargura al observar sus alrededores.
–Y pensar que te despreciaba–
Tampoco imaginó, entre muchas otras cosas, que ese chico tímido que fuese a salvarla porque no era valiente, no era arriesgado ni impulsivo, así que eso demostraba otra de las muchas cosas que ella ignoraba. Más conocimiento útil sobre una vida que ya no viviría.
Conforme se acercó a la ventana, sus manos cubiertas de hollín y cenizas sujetaron el marco calcinado de la misma, allí afuera había una hermosa mañana, una de las muchas cosas de las que ya no sería parte.
–¿Sigues allí?–
Quiso imaginar que su espectro también se hallaba cerca, que por egoísta que pudiese parecer, al menos le quedase el consuelo de alguien que la escuchase.
–¿De verdad me odiabas tanto?–
Sin más que decir, olvidó el nombre y deambuló entre los muros decrépitos de su amarga prisión, temiendo que otra noche llegase con un nuevo nombre y una nueva pesadilla. Aquel hombre al que amaba, aquel hombre al que odiaba, aquel hombre al cual jamás lograba alcanzar seguiría estando detrás de ella preguntando si acaso tenía frío.
Hasta el siguiente ocaso, ella esperaría.
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–¿Sigues escribiendo?–
Saliendo de su estupor, ignoró el chasquido frente a su rostro y ocultó el documento con un click, luego, aprovechando la distancia que ofrecía su escritorio, hizo crujir las torturadas vertebras de su espalda antes de reconocer a la persona que había llegado a interrumpir su trabajo.
–Todavía no sale bien, todavía no es lo que quiero–, contestó frustrada.
Ante la mirada llena de curiosidad de su audiencia se propuso a explicar sus preocupaciones.
–Es sobre la banalidad del mal–, explicó, –O algo así, no quiero tocar temas densos, a nadie le gusta eso–
Una mano invasiva logró colarse entre las defensas y abrir la ventana del procesador de texto. Al parecer, para algunos, la distancia ofrecida por el escritorio era meramente una molestia, y aquello del espacio personal poco menos que una sugerencia.
Desde la eterna oscuridad, leía con total normalidad otra serie de cuentos que no se publicarían.
–Más bien me parece que te estuvieses disculpando–, comentó, –Honestamente me sorprende tu capacidad para la negación. Planteas todo el escenario haciéndote responsable de lo sucedido, pero solo en parte, porque ese hijo de perra con el que te acuestas suena como a un villano de caricaturas, y tu "novio" o es un violento asesino o el tipo más sensible y amable del mundo–
Ocultando el rostro tras sus manos permitió que su pena se diluyese en un quieto llanto. En la oscuridad, no se notaría la ligera hinchazón alrededor de sus ojos ni la depresión salada de las lagrimas.
–Conocí a su madre, una señora pequeña y frágil. Las pocas veces que nos vimos antes de ese día me trató muy bien, siempre fue amable–
Respiró de forma pausada, recobró fuerzas y abrió los ojos.
–La última vez que me vio me escupió en el rostro–
Frente a ella, alrededor de ella y en ella, su compañía nocturna escuchaba recelosa de cualquier detalle, cualquier minúsculo trozo de información que pudiese ser utilizado en la elaboración del escrito final.
–¿Y qué otra cosa podría hacer?, imagina tener a la asesina de tu hijo en frente sin poder hacerle nada–, dijo la intrusa en tono de mofa, –Debió haberse sentido tan impotente, tan débil al no ser capaz de proteger a su único hijo… Dime de nuevo, ¿qué sucedió con ella?–
Imágenes de horror y pesar, se levantó para recoger de un estante un par de vasos que llenó con hielo y brandy. El vino que acostumbraba a beber ya no le hacía efecto, ya no enmudecía a las voces.
–Duró un par de meses a lo mucho, la encontraron en el mismo lugar que a él, colgando de la misma viga–
Dentro de ella, alrededor de ella y frente a ella se hallaba su gran decepción, logró verla sonreír con desdén, con aquel rostro familiar que amaba y aborrecía en igual medida.
–Todavía me impresiona que puedas decirlo así como si nada. Si cualquier otra persona pudiese verte de seguro te consideraría un monstruo–
Bebió del primer vaso hasta dejarlo seco, y luego, recogió el segundo, haciendo sonar los cubos de hielo de forma frenética conforme se desplazaba por su oficina.
–¿Sigues acostándote con él?–
Sobre sus hombros y en su pecho, culpa y más culpa.
Jamás se libraría de su mirada acusadora, jamás podría escapar de las palabras que condenaron todo lo que amaba, y más que nada, nunca sería capaz de erradicar aquella falla primordial de su carácter, aquella misma por la cual pasaba noche tras noche escribiendo una nueva historia en la cual el desenlace le permitiese salir victoriosa.
En su muy inflado orgullo no era nada, y sus muertes, cual corona fúnebre celebraban tal fatídico logro.
–Ya no tanto–, murmuró, –Él me llama, pero ya estoy aprendiendo a decirle que no–
Desde las sombras la vio crecer y contorsionarse, ocupando los espacios oscuros, asemejándose a la criatura que contempló pálida y destrozada sobre una camilla metálica.
El miedo y el frío la invadieron, como cada noche.
–Le escribes cuentos y poemas a un novio muerto mientras que te acuestas con el tipo con el que lo engañabas, y no ves conflicto en eso–, siseó la intrusa, –Le escribes… Le escribes de arrepentimiento a un montón de estúpidos que creen que eres una especie de genio, ¡una gran personalidad!, pero ante mis ojos y ante los ojos de papá y mi abuela, no eres otra cosa que una asquerosa ramera–
Sosteniendo una mano contra el pecho, logró vaciar el segundo vaso en su boca y así controlar los temblores tardíos que amenazaban con destruirla.
–Mi conflicto se manifestó por si mismo–, confesó aterrada, –Sé que no eres real, sé que no existes y que no puedes lastimarme–
–Cierto, pero aún así es divertido el torturarte con ello–, contestó la intrusa de forma burlona, –Madre, ¿todavía no aprendes?, sigo esperando a que lo hagas, porque lo harás, ¿no es así?–
–No me quedan muchas opciones–, le dijo, –Es decir, ya le entregué todo a ese hombre y a cambio no he recibido más que frustraciones y pérdidas. Incluso tú me abandonaste–, acusó a la imagen gris de su hija, –Tu padre y tú me dejaron, y ahora no tengo a nadie de mi parte–
Sabía que sonaba como una hipócrita, lo sabía porque las dos eran demasiado parecidas y ninguna aceptaría una excusa tan barata.
La intrusa, aquello que quedó de su hija, no le mostraría piedad.
–En mi defensa, eso fue por culpa tuya. Dejaste que durmiera con el mismo tipo que luego me dijiste era mi padre–, entonó dulcemente, –Así que al descubrir lo que habías hecho y lo que yo había hecho, su pobre corazón no soportó más. Imagina que ese hombre bueno y orgulloso de su familia tuviese que vivir sabiendo que la mujer con la que se casó le fue infiel durante años, que la mujer que pensaba era su hija en realidad era producto de esa infidelidad, y que la madre, en su eterno orgullo, no pensase en decir nada, incluso cuando la hija terminase seducida por ese asqueroso degenerado, el mismo que la dejó en cinta–
Tan solo requería una historia más, solo una y entonces desaparecería. En algún punto, debía de haber algo que ella pudiese hacer, una forma de resolver el conflicto antes de que sucediese.
–La parte más triste es que ni siquiera te importa–, farfulló el espectro, –Papá murió, mi abuela murió y yo morí, tú vives y sigues haciendo lo mismo. Tus excusas ya no sirven madre,
Débil, débil, tan débil. Aquello de lo que por años acusó a su marido resultó ser en realidad una falla propia de si misma. No solo se trató de que descubriese el engaño, que despertase a los años de mentiras apiladas a los que ella lo sometió, sino, la falta de compromiso a la que se vio enfrentado.
En cuanto le exigió que se detuviese, ella no tuvo mejor respuesta que decir que durante años había sucedido bajo sus narices sin que el sufriese, y que nada tenía que cambiar. Lo de su hija era lamentable, mas, nada podía hacerse al respecto que no fuese un aborto o dar al bebé en adopción.
Su debilidad se tradujo en frialdad, y aquella aparente indiferencia fue lo que quebró a su marido.
Lo que luego destruyó a la hija que quedó atrás fue no ver lagrimas en los ojos de su madre, ni la intención de cambiar.
Ya para entonces el shock de ambas perdidas, primero por el suicidio de su marido y luego por el distanciamiento y posterior muerte de su hija, había logrado que ella disociara sus acciones y las pusiese en contexto de una historia de ficción, pues si era ficción, entonces era algo que ella podía arreglar.
Tan solo necesitaba un buen final, algo que lo justificase todo y entonces acabaría.
–Lo lamento hija, ¿podrías perdonarme?–
La intrusa, la hija desaparecida, ladeó la cabeza hacía la izquierda y luego, hizo la única pregunta que tenía sentido.
–¿Vas a hacerlo?–
Antes de que la madre pudiese contestar, se lanzó en picada. Consciencia culpable o no, recuerdos reprimidos o no, tendría que escuchar.
–Le ocultaste la verdad a papá y a mi durante años, y ni siquiera tienes las agallas de reconocernos como tu familia, "esa mujer", como si acaso mi abuela fuese una desconocida de la que sentiste lastima–
Oleada tras oleada de desprecio, con las manos temblando sobre el teclado, trató de pensar en otro final.
–¿Vas a hacerlo?–
Descansando los dígitos sobre las teclas controló la respiración, enfocó la vista y se puso a escribir.
–Esta noche, prometo que será la última noche–, dijo, al mismo tiempo que la última de sus visiones se desvanecía.
Al abandonar más tarde sus oscuros aposentos reunió sus cosas en su bolso, llamó un taxi y pidió ser dejada en la dirección de su amante. Últimamente habían vuelto a la rutina, y muy a su pesar, podía ver mucho de humanidad en su ser. Realmente parecía arrepentido de lo que había hecho y eso la había detenido en cumplir su promesa.
–Incluso si no me crees, siempre amé a tu padre–, le dijo a la nada al bajar del vehículo, pagando la tarifa e internándose en la propiedad.
Divorciado de mediana edad, todavía un conquistador, todavía un ganador, todo lo que alguien como ella pudiese soñar en un hombre.
–Todavía lo amo–, le dijo al verlo, ignorando sus brazos extendidos y la sonrisa fácil que siempre se le venía al rostro, –Todavía lo amo, mi hija, ella esta mirando y ahora tengo que probar que todavía lo amo–
En aquel momento final de horror, la compostura celosamente protegida, primero por decisión personal, luego por negación a sus acciones, finalmente se quebró. Una mujer de mediana edad, viuda y solitaria, se deshizo en llanto al dejar caer su bolso y cargar contra el pecho del hombre al que todo le dio.
–¿Lo ves?, te dije que lo haría, te dije que encontraría un final apropiado para nuestra familia, y ahora, papá tendrá que perdonarme y amarme otra vez–
Y al congelarse la sonrisa de aquel hombre en una mueca de dolor, fue que ella se permitió llorar.
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