La inspiración es de la canción, la historia es del corazón.
Los vientos del norte soplaban cada día más fuertes lo que provocaba una danza etérea a las hojas. Aquellas que una vez fueron verdes ahora reflejaban el mismo color del atardecer. El otoño estaba a la vuelta de la esquina y Rhin solo podía sonreír y tararear canciones. Ahora leía sin tartamudear pero aún tenía problemas con ciertas palabras largas. De su escritura, ella ya podía escribir más palabras que su nombre o palabras sueltas. Estaba en la etapa de las oraciones cortas.
—¡Buenos días, Rhin! —la saludó Émile cuando la vio volver de sus compras. El muchacho cargaba en su carretilla la leña para vender.
—Buenos días también, Émile.
—¿Mañana ya vuelve Aurélie?
—Espero que si, hace casi un mes que se marchó ¿Por qué quieres saberlo?
Las mejillas de Émile se tiñeron de bermejo. Pudo haber sido por el esfuerzo físico que empleaba.
—Es que Lottie no ha dejado de preguntarme y no le puedo decir que volverá el próximo sábado, ya no me cree.
La caperucita se rio.
—Me parece que ella no es la única impaciente por la vuelta de Aurélie —murmuró.
—¿Qué dijiste?
—Nada ¿Crees que Lottie quiera ver a Benoit?
—Lo más seguro, tal vez lo invite a su fiesta de té y le pide que le enseñe a leer.
—¿Cómo ha estado ella?
—Bien, al menos ya no insiste más con ese disparate sobre que vio a un chico lobo.
Para Rhin eso era un alivio, esperaba que Lottie olvidara pronto ese asunto y nadie más comentara eso en la comarca.
—Oye, tengo una duda, es con respecto a monsieur Deneuve y la hebilla que encontramos en el bosque ¿Él no te dijo nada, aún?
—De eso quería hablarte. Fui a verle ayer por la tarde y me dijo lo siguiente: la hebilla está hecha de metal, un material no muy especial puesto que en todas las aldeas a nuestro alrededor lo usan. Sin embargo, cree que el hombre quien hizo el trabajo de ornamentar el marco era alguien con experiencia de ciudad.
La caperucita se sintió un poco decepcionada.
—Entonces… no tenemos más pistas.
—Lo más seguro es que lo hizo alguien con contactos de ciudad o con mucho dinero.
—O alguien que lo robó.
—Eso también es posible.
Ella se quedó pensando en silencio, se preguntó si no sería de Rhein aquella hebilla. Primero debería mostrársela para comprobar su hipótesis. Una luz alumbró su cabeza ¿Cómo no se le había ocurrido? Hacer que Rhein oliera la hebilla para así encontrar a su verdadero dueño.
—¿Rhin, te sientes bien? —preguntó Émile preocupado de su mutismo prolongado.
La chica despertó de sus pensamientos y asintió.
—Si, por supuesto. Estaba pensando en escribirle una carta a Aurélie.
—¿Ya sabes escribir?
—Así es. Puedo hacer oraciones cortas pero aún mi ortografía es mala o al menos eso dice… Benoit —quiso morder su lengua, estuvo a punto de nombrar a Rhein.
—¿Cómo hiciste para seguir practicando sin Benoit y Aurélie aquí?
La curiosidad invadió a Émile y Rhin deseó que él fuera menos curioso o que hiciera sus preguntas con más cuidado.
—Bueno, es que ya tengo una buena base y con lo que aprendí lo empleo todos los días leyendo lo que veo a mi alrededor y en el libro que me prestó Aurélie.
—Debe ser muy difícil saber lo que dice una cartelera y fingir que aquellos símbolos son un enigma.
—¡Hola, Rhin! —Marcel interrumpió la conversación. A lo lejos él venía con una cabra, Paul lo seguía detrás de su espalda. Parecía que quería ocultarse.
La chica hizo un ligero ceño fruncido que Émile no notó.
—¡Hola, Marcel y Paul! —saludó el chico leñador.
—Buenos días, Émile ¿No es eso pesado? —preguntó Paul señalando el transporte lleno de leña.
—Un poco pero estoy acostumbrado a llevar cosas pesadas ¿Qué hacen ustedes?
—Fuimos a pasar a Bertha —dijo Paul señalando la cabra que empezó a molestarse y quería salir de allí—. Pero es muy difícil a veces.
—¿Y ustedes? —preguntó Marcel.
—Vendía mi leña.
—Solo fui hacer algunas compras —dijo la caperucita con un rostro muy serio
—¿Y de qué hablaban? —siguió interrogando el hermano mayor de los Avenant.
—Nada importante —respondió Rhin en un tono cortante.
—Le decía a Rhin lo que monsieur Deneuve me dijo de la hebilla.
Paul hizo un gesto de alivio que pasó desapercibido.
—En serio, Émile. No entiendo cómo puedes hablar con ese tipo así como si nada. Escuché que su hijo lo abandonó porque no podía soportarlo —comentó Marcel
—Yo escuché que dejó morir a su esposa y por eso su hijo lo abandonó para probar suerte en la ciudad —siguió su hermano menor.
—Si no hubiese sido tan testarudo ahora tendríamos un herrero más joven haciendo su trabajo ¿Por qué creen que se hizo esa cojera?
—Nunca me lo pregunté —dijo Émile—. Mi padre una vez me dijo que se lo hizo una vez que visitó la ciudad y se peleó en un bar con un hombre quien lo apuñaló en la pierna.
Rhin ya se empezaba a sentir fuera de lugar, no le gustaba las murmuraciones a los vecinos, ni siquiera a los que ella no le caía bien.
—Debo seguir haciendo mis compras, con permiso.
—¡Espera, Rhin! Mi hermano quería decirte algo.
Marcel empujó a Paul, quien no dejaba ir a la cabra y la sujetaba de su collar.
—Ahora no puedo, Bertha está siendo muy necia, más de lo normal. Vamos, Bertha.
—Déjame a mi someterla.
El hermano mayor agarró al animal y lo llevó aparte. Paul se sintió un poco más aliviado de no tener a la cabra cerca, pero también inseguro porque su hermano estaba lejos.
—¿De qué me querías hablar, Paul?
Émile presintió que iban a tener una conversación privada, así que también se dirigió a donde estaba Marcel.
—Bueno, yo… este, quería, quería —el chico tosió un poco—. ¿Te acuerdas del festival de Todos los Santos?
—Si, será dentro de dos meses.
—¿Tu familia va a participar en el concurso de calabazas?
—Si, por supuesto. Papá ya empezó desde la primavera a plantar su calabaza ¿Por qué lo preguntas?
—Bueno, si recuerdas bien, pues, hacen una, un… esta cosa que las pare-, digo, un chico y una chica, pues…
Pero Rhin ya no prestaba atención a las palabras de Paul, le llamó la atención como Marcel sacó una fusta que tenía guardada en el cinturón y empezó a azotar a Bertha. La chica quedó espantada, presenció como Émile intentó tranquilizar al otro chico, pero él fustigaba con fuerzas al animal.
—¡Alto! ¡Espera, Marcel! —interrumpió al susodicho y dejó a Paul con las palabras en la boca.
—¿Qué pasa, Rhin? —el chico dejó de azotarla pero la cabra lloraba.
—¿No ves que le haces daño?
—Estoy disciplinándola. Los animales entienden con golpes.
—Ya la golpeaste demasiado ¡Mírala! Está llorando la pobrecita.
—Es que ella no entiende, siempre se aleja demasiado del río para beber, se pone a gimotear cuando nos detenemos a descansar y a veces se dirige a comer en zonas donde hay hierbas que podrían enfermarla ¿No lo entiendes, Rhin? Ya ser tierno no sirve.
—Pero esto es muy cruel ¿No lo crees, Émile?
—Si, lo es.
Marcel chasqueó la lengua y soltó a Bertha.
—Ustedes nunca cuidaron de animales en su vida, así que no saben cómo disciplinar a uno. Es como ser soltero y decirle a una señora como criar a su hijo. De todas formas, Bertha ya entendió, miren como de quieta se quedó.
La cabrita bajó su cabeza y se balanceaba de un lado a otro. Rhin se molestó y recordó un cuento que su amigo lobuno le narró hace tiempo.
—Ten cuidado que Bertha no hable, Marcel.
—¿Qué dices, Rhin?
—¿No sabes? Si Bertha aprende a hablar te acusará con tus padres de lo mal que la tratas.
El muchacho chasqueó la lengua y rodó los ojos.
—Esas estupideces solo pasan en los cuentos. Juntarte con tu abuela cada fin de semana no te está haciendo bien ¡Paul, vámonos!
—Pero todavía…
—¡Vámonos!
Marcel estaba de tan mal humor que le importó un bledo las súplicas de su hermano menor. Los dos se fueron de allí con el animal detrás. Rhin se cruzó de brazos y negó, a la vez que Émile se encogía de hombros.
—Eres valiente, Rhin, mucho más que yo. Traté de detenerlo pero fue a ti quien escuchó.
—De todas formas, no evité que le hiciera daño.
Ambos se despidieron y volvieron a sus respectivas tareas.
El resto de la tarde, Rhin fue a lavar la ropa al río con su madre y otras señoras más. Todavía seguían comentando sobre el asunto del robo y el accidente con la menor de los Belmont.
—Mi hija estuvo muy rara durante esa semana, dijo cosas ridículas; como que le pareció ver un muchacho y un lobo al mismo tiempo —comentó Céline Belmont.
—Lottie es muy imaginativa. Sin embargo, debemos cuidarnos si hay un lobo cerca —comentó otra.
—Es cierto, hace algunos meses, un lobo casi ataca a Rhin ¿Verdad?
—Si, pero ella escapó a tiempo —dijo la madre de la susodicha. Rhin esperaba que evocar aquel suceso no hiciera que su madre se arrepintiera de dejarla ir sola a ver a su abuela de nuevo.
—¡Mi marido irá a otro pueblo a vender algunos de los vestidos y cofias que hice este mes! ¿Alguna no quiere luego echar un vistazo? Rhin te verías muy linda con una cofia roja —comentó la señora Jacquard y con eso cambió de tema la conversación.
—Me gustaría, madame Jaquard —respondió la muchacha, siguiendo el hilo de esa conversación para desviar el tema del lobo.
—¿Vas a vender también para la feria, Helene? —preguntó la madre de caperucita a la señora Jaquard.
—Por supuesto, por eso empecé antes. Ojalá pudiéramos transportarnos más rápido a la ciudad para empezar a vender cuanto antes. Cuanta suerte tiene madame Moreau que puede transportarse tan rápido.
—Hablando de ella, envió a mi casa una carta —dijo la señora Belmont—. Mi marido me la leyó, dijo que volverían entre hoy o mañana.
Rhin se sorprendió por esto y estaba un poco decepcionada de no haberse enterado de la noticia antes.
—Madame Belmont, siendo amiga de la hija de madame Moreau me hubiese gustado que me informase y mostrase la carta.
—¿Por qué, Rhin? No sabes leer —la chica infló sus mejillas y recordó que debía fingir que no sabía leer—. De todas formas, tienes razón, querida. Debí informarte al menos de la noticia, puesto que eres muy buena amiga de Aurélie.
Los días eran más agitados por lo que se guardaba de la cosecha para el invierno y se conservaba para vender en otras aldeas y en la ciudad. Al siguiente día Rhin iría a ver a su abuela y estaba impaciente por prepararle un pastel para ella… y para Rhein.
—Te estás esforzando más que nunca en la cocina, Rhin —notó su madre cuando cocinaban para la cena.
—Si, es que quiero aprender la mayor cantidad de recetas posible.
—Cuando era solo unos años más joven que tú también me esforzaba así para impresionar a tu padre. No lo harás para impresionar a alguien ¿Verdad?
La chica detuvo el palo de amasar y se quedó muda ¿Cómo era posible que su madre la leyera tan bien? Bueno, era su madre, eso lo explicaba todo.
—¿Es eso? —preguntó su progenitora con entusiasmo al ver que ella no respondía—. ¡Lo sabía! —festejó aplaudiendo—. Dime ¿Quién es? ¿Quién es mi futuro yerno?
—No es para impresionar a alguien —se ruborizó de solo pensar a Rhein como el futuro yerno.
Un momento… ¿Yerno? ¿Rhein yerno de su madre? De solo pensarlo la idea le resultaba estúpida porque para que fuera yerno de su madre, Rhein debería casarse con…
—¿Es Émile? Hoy estuviste mucho tiempo hablando con él.
—No, no es… ¿Cómo sabes eso?
—Rhin, tengo ojos y oídos por doquier en esta aldea. Las madres nos contamos todo.
Después de una larga discusión en que una intentaba averiguar el chico de los sueños de su hija y la otra negaba todo, Rhin pudo terminar su pastel y callar a su madre.
—Se ve delicioso, linda. Las cerezas que escogiste fueron perfectas ¿Lo llevaras mañana a mamá?
—Por supuesto y le dejaré un poco, luego traeré lo que sobre aquí. Qué pena que no esté Aurélie para probarlo, seguro a ella le hubiese gustado.
—Podemos vender pasteles como estos en la feria. Nos haremos una pequeña fama a los alrededores.
La muchacha recordó que gente de distintas aldeas vendrían a su comarca a comercializar, tal vez podría seguir la investigación del ladrón entre las personas que llegasen.
A la noche, la niña solía repasar su lectura con alguno de los cuentos de "Mamá Oca" y escribía a la luz de su vela en su cuaderno. Con Rhein terminaron de leer las historias pero siempre repasaba las palabas más difíciles. Se iba a dormir un poco más tarde pero despertaba renovada. Aquel día, después de su desayuno, le sorprendió escuchar un carruaje que venía a la comarca y entonces supo de inmediato quien era.
—¡Aurélie! —la chica salió disparada sin terminar sus manzanas hacia el transporte de su amiga.
Tan pronto salió del carro, ambas amigas se abrazaron y la chica citadina pidió a sus padres hablar con la caperucita un rato a solas. Mientras caminaban cerca del lago donde pescaban los Martin, intercambiaron distintas historias sobre los acontecimientos vividos en las últimas semanas, como lo que Aurélie vio en la ciudad, lo que averiguó Émile del herrero y el tratamiento de Benoit. Rhin se percató de cómo iba vestida su amiga.
—Te ves linda con ese vestido, Aurélie.
—Gracias, Rhin. Tiene un diseño simple, pero a mi me encanta y mira el sombrero, es muy elegante —comentó la joven acomodándose su tocado.
—Es tan elegante y parisino. No adivinarás quien preguntó por ti.
—¿Quién?
—¡Émile!
Aurélie sonrió pero luego sus comisuras bajaron.
—¿En serio? —preguntó en un tono que sonaba decepcionante.
—¿Qué pasa? Creí que estarías encantada que él preguntara por ti.
—Si, lo estaría pero… —atisbaron un tronco y las dos fueron a sentarse allí, mientras observaban algunos gansos nadando—. Rhin, luego de ver la ciudad me di cuenta de algo.
Ante el silencio de su amiga ella decidió proseguir su relato.
—Si me caso con Émile me quedaré aquí de por vida, tal como mi mamá hizo con mi padre. Siendo una mujer de ciudad a ella no le importó vivir en el campo, pero yo no soy así. Quiero vivir en un área urbana, donde las cosas sean más fáciles de conseguir, como atuendos como este, comida, medicina y libros.
La caperucita se sintió un poco triste de oír esa noticia, pero ahora que lo pensaba, tenía sentido. Ella y su amiga se volverían pronto adultas y debían empezar a pensar como adultas, como es el caso de tomar una decisión tan difícil como donde vivir.
—Además, se que tú también querías escaparte por el río Rin y conocer el mundo ¿Recuerdas? Era por eso que te prendabas de la moder.
Era cierto, ella solía tener esos sueños. Pero desde que conoció a Rhein ya no pensaba así, al menos no tan seguido.
—Perdón por traerte una noticia tan pesimista, querida amiga —se disculpó Aurélie al ver la expresión melancólica y taciturna de ella.
—No, está bien. Lo siento por Émile, en algún momento deberás decírselo.
—Tal vez pueda convencerlo para que él se mude a la ciudad conmigo.
—Recuerda que él tiene a Lottie, su madre y padre aquí y ellos no tienen otro hijo varón a quien heredar el puesto de leñador. Él no los dejaría.
Aurélie suspiró mientras balanceaba sus piernas, era un tema difícil, pero debía algún día ser tratado.
—¿Qué vas hacer, Aurélie?
—Por ahora, lo pensaré de a poco. Así cuando llegue el momento sabré que decir. Cambiando de tema, tengo una sorpresa para ti.
Rhin se entusiasmó, pensó que si tuviera cola como Rhein podría estar moviéndose de un lado a otro.
—¿En serio? ¿Qué es?
Su amiga se rio y le mostró una sonrisa sincera.
—Tienes que venir a mi casa, lo tengo allí, en mi maleta.
Le tomó la mano a la caperucita y corrieron hasta la casa, donde aún estaban desempacando. Aurélie saludó a sus padres y su hermanito, luego agarró su maleta y otras cajas que la rubia ayudó a llevar a su habitación.
Cuando llegaron al cuarto de la joven, desmantelaron las cosas.
—Te traje dos regalos —le dijo la muchacha y agarró una caja grande que puso sobre su cama—. Ábrelo —le dijo sin ocultar su entusiasmo.
Rhin hizo caso y dentro había un vestido naranja hermoso, con volantes y listones pálidos. La rubia quedó sin habla. Su silencio hizo que Aurélie se pusiera nerviosa.
—¿No te gusta?
—¡N-no! Digo, si. Me encanta Aurélie.
—¡Pruébatelo! No se si es de tu talla, pero se puede arreglar el tamaño. Madame Jaquard podría hacerlo.
Rhin se desvistió con ayuda de su amiga y se puso sus atavíos. Además del vestido, Aurélie le consiguió unos zapatos de baile y un sombrero rojillo para combinar. Después que se vistiera la caperucita, su amiga la llevó hasta su espejo de cuerpo entero para que se viera y Rhin quedó más impresionada que cuando vio al vestido en su caja.
—Rhin ¡Te ves hermosa! Ese color te queda bien ¿Te queda cómodo? ¿Y los zapatos?
La chica asintió en silencio, era la primera vez que alguien le daba un regalo tan costoso.
—Si, Aurélie. No me incomoda, aunque tal vez el dobladillo me queda un poco largo.
—Ya lo presentía, pero es para que te dure más tiempo. Estoy tan contenta que te quede bien, esperaba que lo estrenaras en el festival del día de todos los Santos.
Rhin dio una vuelta sobre si misma, contemplándose.
—¿En el festival? Bueno, es muy bonito. Pero no sé para qué otra cosa lo usaré. Tal vez solo lo use para festivales. Mi madre tendrá un ataque cuando lo vea usarlo.
Las dos se rieron y siguieron desempacando los otros vestidos que Aurélie se había comprado en la ciudad, al mismo tiempo que ella relataba donde los compró y como eran las tiendas.
—Ten, por aquí te tengo tu otro regalo —recordó la amiga revisando sus maletas. Rhin estaba esperaba por su segundo regalo, pero no quería tocar el tema para no sonar materialista.
Esta vez, la muchacha de cabellos oscuros le acercó una pequeña caja envuelta, como si fuera un regalo de navidad. Ella la abrió y descubrió un libro, algo que entusiasmó a la rubia.
—¡Un libro!
—Si, como ambas estamos aprendiendo a leer compré dos copias de este libro de cuentos, así no me lo robas, todavía tienes que devolverme el otro —bromeó la chica.
La caperucita leyó el título "Cuentos de niños y del hogar", por alguna razón, ese título le producía mucha candidez en su corazón.
—Es una traducción de un libro alemán, al parecer es su tercera edición.
—¿Edición?
—Una edición es cuando un libro es reimpreso de nuevo. Normalmente se hace cuando los autores quieren agregar algo, corregir otra cosa o cambiar algo.
—¿Y es de Alemania?
—Así es.
Rhin lo abrió y vio en el frontispicio una ilustración de dos hombres, de quienes leyó que eran los autores.
—A él le gustará esto.
—¿Él?
—E-ella, a mi abuela le gustará, siempre le gusta contarme historias.
—¿Hoy vas a ir a verla?
—Si, estoy impaciente por verla.
Estaba más impaciente por ver a Rhein.
Hablando del muchacho lobo, él paseaba tranquilo por el bosque en ese momento. Pisó las hojas caídas y esquivó las ramas desnudas que estaban más cerca de su mira. Un ruido llamó su atención, era el llanto de un ave. Se acercó hacia el origen del sonido y vio a un pájaro piando en el suelo. El pobrecito movía las alas, pero apenas podía flotar.
—¿Qué pasa, pequeño? —preguntó interesado.
Entendía un poco del idioma de los animales, podía suponer por algunos ruidos y comportamientos lo que querían decir. El ave no paraba de piar y agitar sus alas. Apuntaba a una rama alta. Rhein miró y se dio cuenta de un nido en una de las ramas más altas.
—¿Te caíste de allí? ¿Cómo lograste sobrevivir?
Se fijó en las ramas más pequeñas que sobresalían debajo y supo que el pequeño fue aterrizando de ellas una por una hasta llegar al suelo.
—¿Extrañas a tu familia?
El pájaro solo respondió con píos mientras apuntaba su pico al nido.
—Bueno, como me considero un buen compadre, te ayudaré.
Rhein estiró su mano al ave, sus garras estaban a la vista pero el pequeño no se intimidó y saltó a su palma.
—Tendremos que hacer esto rápido, mi amiga Rhin está por venir. Tal vez la hayas visto, una chica rubia, ojos amables y con una caperuza roja —murmuró mientras se sacaba sus zapatos gastados. Toda su ropa estaba vieja, gastada y con manchas de tierra imborrables. No faltó momentos en que deseaba nuevos atavíos.
Tan pronto estaba descalzo, con su mano libre clavó sus garras en el tronco y mientras subía, las garras de sus pies hicieron lo mismo. Fue trepando con cuidado de no caerse y no dejar que el pájaro tampoco cayera. Al final, pudo llegar al nido y lo depositó con sus hermanos que piaban molestos con el recién llegado.
—No estén enojados, él solo quería volar, pero se adelantó —lo defendió Rhein. Luego se rio consigo mismo—. Que tonto, como si pudieran entenderme —. Sin embargo, se sintió conmovido por la imagen, era adorable como las aves estaban todas juntas esperando por la vuelta de su madre—. Te envidio, no me molestaría recibir un fuerte regaño de mi familia si eso bastara para volver a verlos.
Todavía tenía noches en que soñaba con ellos. Parecía que ahora solo podía verlos en sus sueños. Rhein agitó su cabeza para olvidar esos sentimientos nostálgicos, lo mejor era concentrarse ahora en bajar y tener cuidado de no romperse un brazo o una pierna en el proceso. Un fuerte viento lo distrajo e hizo un mal movimiento, cerca de una rama. Pudo sentir la tela de su pantalón atorada.
—Con un demonio —maldijo e intentó desprenderse lo más despacio que pudo.
Estaba a punto de lograrlo, cuando la mamá pájaro pasó cerca de él y empezó a picotearlo.
—Señora, acabo de ayudar a su hijo. Váyase, por favor.
Agitó su mano hacia ella que no dejaba de volar a su alrededor, otra fuerte ráfaga de viento bastó para que el chico perdiera el equilibrio.
Mientras traducía "Sechs auf einen streich" me di cuenta que el alemán es un idioma descendiente del germánico como el danes, ingles y otras lenguas escandinavas, mientras que el francés desciende del latín como las lenguas romances. Es curioso como dos países tan cercanos y divididos por un río tienen unas lenguas con orígenes tan diferentes.
