。・。・。・我が魂は均衡を求める。・。・。・
La doctora Ziegler tachó con una equis otro día más en el calendario de diciembre, suspiró al contar mentalmente las semanas que habían pasado desde que su nuevo paciente llegó a su consulta, pues ese mismo sábado ya se cumplían dos meses.
Ocho largas semanas de tratamiento intensivo para salvar la vida del joven Shimada. Casi sesenta días llevaba ya Ángela sin poder pegar ojo adecuadamente por las noches, como médico sabía los problemas de salud que le podría traer el no descansar bien, pero no le preocupaba mucho en esos momentos.
Siempre había sido tan dedicada a su trabajo, aquella no era la excepción. Además, posiblemente el caso de Genji había sido el más ambicioso de toda su carrera como investigadora médica.
No hay tiempo para dormir si hay vidas que salvar, se repetía mentalmente cada vez que sus párpados se cerraban y un largo bostezo aparecía repetidamente cuando intentaba centrarse en sus papeles.
Aquella vez era otra más trasnochando, no quería irse a dormir hasta acabar de hacer unos cálculos. Ángela mordía el bolígrafo que sujetaba entre sus ansiosos dedos, había repasado una y otra vez aquel procedimiento, pero sentía que algo no cuadraba con los nanobots que había diseñado para la operación.
La finalidad de todo aquello no era otra cosa que demostrarse a sí misma por qué era la jefa médica de Overwatch y, sobre todo, una de las mejores investigadoras de todo el mundo en ciencia médica. Había esperado un mes para recibir los implantes metálicos que pidió a su viejo amigo Torbjörn, ahora descansaban en una mesa de la habitación que usaba de laboratorio improvisado.
Un brazo y dos piernas protésicas completamente articuladas, una armadura flexible hecha parcialmente de policarbonato adaptada a cada recoveco del cuerpo de Genji, Ángela había estudiado sus medidas a la perfección.
Todo aquel esfuerzo iba a dar sus frutos para devolverle al Shimada en cierta manera lo que había perdido, físicamente hablando, porque el chico seguía ingresado en la clínica de Ángela, su estado comatoso lo obligaba a estar conectado veinticuatro siete a una máquina que respiraba por él y un gotero con suero que le proporcionaba parcialmente los nutrientes que necesitaba un ser humano para no morir de inanición.
Aunque la doctora estaba segura de poder operarle casi al cien por cien con éxito, esperaba a que despertase de su sueño para preguntarle si aquello era lo que reamente deseaba. Como médico, había vivido tantas veces esas situaciones, sabía lo importante que era respetar la decisión del paciente por encima de salvarle la vida, la obligaba su sentido de la ética.
Y sin darse cuenta, divagando entre sus pensamientos, había cerrado los ojos y sus manos descansaban sobre un montón de papeleo en el escritorio. Ángela acomodó inconscientemente su cabeza entre los brazos, cayendo en un profundo y ansiado sueño.
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No supo cuántas horas había dormido de aquella manera, tampoco supo qué hora era cuando un pitido la sacó de su descanso, el busca que tenía en la bata estaba reclamando su atención. Había puesto una alerta al monitor cardíaco que estaba conectado a Genji, si su pulso subía lo más mínimo, la alarma sonaba. Aquello era indicativo de actividad cerebral, con ciertos estímulos era posible despertar al paciente del coma.
En ese momento hasta el pulso de Ángela se aceleró, llevaba dos meses esperando aquel momento, por fin podría confirmar que había salvado a aquel hombre. Rápidamente se incorporó de la silla de su despacho y con paso firme atravesó el pasillo que la separaba de la improvisada clínica que tenía montada en su casa. Con un simple manotazo apartó la cortina de plástico de la entrada y se paró en el marco metálico cuando su mirada se cruzó con una confundida y llena de temor.
-Has despertado… -murmuró la doctora al ver a un asustado Genji recorrer la habitación con los ojos, dudoso.
La mujer se reprendió mentalmente por haber dicho eso, era más que obvio que había despertado. Se puso firme y empezó con su labor como médico preparado a atender a su paciente. Ángela se acercó a la camilla, el hombre la siguió con la mirada, pero sin decir nada.
-Siento ser yo la primera persona a la que veas después de despertar de un coma -se disculpó mientras revisaba si las constantes del monitor eran correctas.
-¿Un … coma? -la voz temblorosa de él fue apenas un susurro casi inaudible.
-Lo lamento por esto, pero uno de mis compañeros de Overwatch te encontró en un contenedor de basura muy malherido… -respondió ella, mirándolo de reojo.
-En Hanamura… -continuó él con la historia, que ahora sentía tan lejana.
-Exacto, ¿recuerdas algo? -preguntó la doctora con cierta curiosidad, tal vez estaba presionando mucho al chico pero era importante saber que su cerebro no tenía daños permanentes por haber pasado tanto tiempo en coma.
-Veo todo tan confuso, me duele la cabeza al intentar pensar en ello -se quejó el chico de pelo verde.
Ángel asintió guardando silencio mientras terminaba de ajustar el gotero del brazo de su ahora despierto paciente.
-Entiendo que despertar y encontrarte con esto… no es para nada agradable -señaló ella con el mentón al entresijo de cables conectados a su cuerpo.
Genji observó en silencio las vendas que cubrían sus extremidades perdidas, para él lo sorprendente de todo era haber despertado, pensó que había muerto aquel fatídico día en el que se enfrentó a su hermano Hanzo. La vida le presentaba una segunda oportunidad, seguir respirar en esos momentos era un hermoso regalo.
Todo el tiempo que cayó en coma pasó como un lejano sueño para él, recuerda escuchar la voz de una mujer hablarle cada noche. Le preguntaba cómo estaba, si al menos estaba teniendo un buen descanso, si al despertar se enfadaria al ver su estado… También le contaba las pocas horas que había conseguido dormir, lo mucho que le gustaba tomar una taza de té antes de irse a dormir o los avances de los cálculos en sus últimas investigaciones. Y ahora al ver a aquella mujer rubia frente a él, entendía que había estado cuidándolo todo ese tiempo, era algo que obviamente no iba a confesarle.
-Gracias doctora -dijo con voz solemne al volver a cruzar la mirada con su médico.
Sintió una punzada en el corazón cuando escuchó sus agradecimientos, no pensaba que mereciese aún aquello, le había salvado la vida pero tenía mucho más que hacer por él, no se iba a conformar con que su corazón latiera.
-Puedes llamarme Ángela -indicó ella con una leve sonrisa- Y descuida, sé tu nombre, creo que me sé tu historial médico de memoria.
-Antes mencionaste a Overwatch, ¿Podrías decirme toda la historia? -pidió él sintiendo la boca algo seca, había olvidado que aún le costaba hablar un poco.
-Por supuesto -afirmó Ángela sentándose en la silla que había apartado al lado de la camilla del hombre.
Había pasado tantas noches en vela admirando al chico dormir, velando por su salud y monitorizando prácticamente cada centímetro de su cuerpo, y ahora por fin tenía algo de compañía, cosa que agradeció en silencio.
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Aquella noche fue larga y agradable para ambos. Al principio ella le contó los planes de reclutamiento que tenía Overwatch con él, llevaban meses siguiendo su pista y por fin pudieron acercarse, para su suerte le salvaron la vida además. Pero Ángela le propuso un experimento para poder recuperar su antigua movilidad. Entendía que era difícil para una persona que se había entrenado en las artes ninjas, el quedarse en silla de ruedas el resto de su vida. Overwatch estaba dispuesto a gastar recursos en él para recuperar su yo antiguo si Genji aceptaba formar parte del equipo.
Después de aquella proposición, estuvieron unos minutos en silencio ya que Ángela debía revisar la medicación. Genji no confirmó aún que pasaría a formar parte de aquella organización, pero en su interior sentía que me debía algo a la doctora por salvar su vida.
Nunca se vio a sí mismo como un héroe ni mucho menos. Su familia era una importante organización yakuza de Japón, se pasó la vida derrochando dinero en casinos, apuestas clandestinas e incluso las recreativas de su barrio. Hanzo, su hermano mayor, siempre le pidió seriedad, sobre todo cuando su padre falleció. Pero él era solo un crío que quería divertirse saliendo con alguna chica y llegar borracho a casa cada maldita noche. Lo que ocurría en el mundo le daba tanto igual, preocuparse por los demás nunca fue su prioridad.
Y de comportarse así a la actualidad apenas habían pasado meses, pero sabía que era otra persona, física y psicológicamente hablando.
-Bueno Genji, creo que es mejor que ambos descansemos -indicó su compañera al momento de levantarse de la silla de nuevo.
-Realmente estoy harto de dormir -se quejó él, la doctora le devolvió una sonrisa en respuesta.
-Debes descansar si mañana quieres empezar con la rehabilitación -lo reprendió.
-Lo intentaré entonces -murmuró a la vez que la mujer lo ayudaba a acomodarse en la cama, le subió las sábanas lo suficiente como para que no pasase frío, aunque la casa entera estaba bien climatizada.
-Que descanses Genji, lo necesitarás para mañana -se despidió ella desde el marco de la puerta, desapareciendo de camino a su habitación.
El ninja no dijo nada, se quedó mirando en silencio la puerta desde donde ella se había desvanecido. Luego cambió de posición hacia el otro lado, ya no tenía heridas dolorosas pero no le gustaba la sensación de apoyarse en una extremidad que ya no tenía. Finalmente se quedó dormido a la vez que divagaba en mil cosas a la vez.
Se preguntó qué pasaría con su familia, si su hermano Hanzo tomaría el mando ahora que él estaba fuera del mapa, o eso pensaría él. Incluso entendía las razones de lo que había hecho, pero eso no quería decir que lo fuera a perdonar, Genji sabía que se había desviado del camino que había marcado su padre años atrás, pero al menos conservaba el honor y jamás pelearía con su hermano, además los negocios de la familia no le interesaban en absoluto. Pero Hanzo y él eran tan diferentes.
Recordó cuando era apenas un niño, entrenando junto a su hermano y Kiriko, a pronta edad había dominado la espada y su hermano el arco, contínuamente habían peleado delante de sus maestros para mostrar quién era el más fuerte, siempre ganaba Hanzo. Genji se sentía la oveja negra de la familia, su sueño era estudiar alguna carrera en la universidad, no quería entrar en la Yakuza como habían hecho todos. Todos estos pensamientos de que sobraba en Hanamura, lo llevaron a alejarse de los negocios familiares y buscar otras compañías más agradables.
Se pasaba las noches borracho en las recreativas con un séquito de mujeres con él, todas ellas atraídas por su perfecta labia a la hora de hablar, el éxito que tenía Hanzo para el dinero él lo tenía para llevar a alguien a la cama.
Su fama como playboy no era bien recibida por la Yakuza, Genji llamaba mucho la atención y atraía demasiado a las autoridades. Hanzo había intentado enderezar a su hermano más de una vez, pero sin éxito alguno. Así que cuando tuvieron el último enfrentamiento y este de nuevo se negó a formar parte de la familia, el arquero sintió que había terminado de deshonrar a la familia y que no merecía pertenecer a ella, poniendo fin a su corta vida. No le importaba arrastrar el remordimiento el resto de días que le quedaban de existencia.
Genji suspiró volviendo a abrir los ojos, cada vez que los cerraba recordaba a Hanzo furioso, golpeándole, haciéndole sangrar, de su boca brotaban las peores palabras que un hermano podría decir a otro. Realmente las heridas de su cuerpo ya estaban curadas, había perdido sus piernas y un brazo, su piel estaba llena de profundas cicatrices, pero aunque ahora todos esos cortes eran simples líneas rosadas sobre su carne, el dolor que sentía en el pecho jamás desaparecería.
Se preguntó en silencio si alguna vez podría encarar a su hermano, pedirle explicaciones, o tal vez perdonarlo. Una de las cosas que más había aprendido en su camino estudiando ninjutsu era que la venganza no llevaba a ningún lado, tener esa furia guardada tanto tiempo lo único que hace es que acabes desperdiciando tu vida de una forma tonta. Así que si alguna vez se volvían a encontrar, debía perdonarlo por todo lo que le hizo.
El hombre cerró los ojos pero sin sueño, unas horas más de meditación en silencio le vendrían genial para serenar sus emociones.
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