。・。・。・我が魂は均衡を求める。・。・。・

Como cada noche invernal en los Alpes suizos, había caído una nevada histórica. El suelo estaba cubierto por metros y metros de la nieve más blanca y pura existente, los abetos que cubrían la ladera de la montaña estaban igual. Allí no había nadie, era vivir en medio de la nada, el pueblo más cercano estaba bajando la cumbre de la montaña, a kilómetros. Un lugar perfecto para perderse o encontrarse con uno mismo.

-Ummm -meditaba en silencio un ninja, subido a la rama gruesa de uno de los árboles que había cerca de su base de operaciones.

Todo estaba en silencio, de fondo no se escuchaba el típico ruido de la civilización, solo el eco de su propia respiración, y el vaho, que generaba cada vez que inhalaba y exhalaba, llenaba el aire. Pero su momento de meditación fue interrumpido por el sonido de una puerta abrirse a sus espaldas.

-¡Genji! -llamó la doctora, caminando con dificultad sobre la nieve hasta debajo del árbol donde se encontraba su aún paciente- ¡No quiero tener que atenderte después una hipotermia!

-Doctora, pero este paisaje es perfecto para mi meditación -respondió él, abriendo los ojos de nuevo y desviando su mirada del cielo hacia ella.

-¿Y no puedes meditar en el salón con la chimenea? -preguntó ella, su voz mostraba preocupación y molestia.

-Si, pero no me siento conectado con la naturaleza y no consigo relajarme del todo…

-Bueno, hoy debo hacerte una revisión general, ¿Podrías bajarte? -reclamó la rubia, visiblemente impaciente.

-Por supuesto -respondió Genji dando una voltereta sobre su propio cuerpo y sujetándose sobre la rama con un solo dedo, de la mano protésica que llevaba desde hacía meses.

-No tienes remedio…

El ninja solo pudo reír al acabar de hacer otra pirueta y aterrizar en el suelo junto a la doctora, sin apenas realizar ruido aunque sus pies se clavasen en la nieve por el peso.

-Si fuese más tranquilo, no tendría trabajo y eso seguro que la aburre, doctora -bromeó de nuevo.

Ángela se mordió la lengua, tenía razón. Aunque se preocupaba por su estado de salud, no iba a negar que su presencia allí era un alivio para el estrés que solía mantener.

Habían transcurrido ya seis meses desde que Genji despertó, si lo pensaba ahora era mucho tiempo pero tras todas las horas de operaciones y rehabilitación, incluso se había pasado lento. En apenas dos semanas dominó las primeras prótesis de piernas, ya podría correr y saltar sin problemas. Tras esto, intervino por primera vez su cuerpo, colocándole un brazo donde había perdido el suyo. Rápidamente se adaptó a su nueva fuerza, muy diferente al de un brazo humano.

Y tras ver que su cuerpo curaba perfectamente la unión de nervios entre su organismo y el policarbonato, realizó la segunda intervención, llegó el momento de lo que había tardado meses en diseñar.

Conectar ambas piernas fue más difícil, la operación duró 12 horas hasta que la realizó con éxito. Genji necesitó meses para curarse y para acostumbrarse a ellas. Al principio volvió a caerse una y otra vez, no era lo mismo llevar una prótesis simplemente agarrada a tu articulación que una fijada a tu propio cuerpo. Fue un verdadero reto que consiguió superar hasta donde había llegado, actualmente dominaba brazos y piernas. Había vuelto a realizar su entrenamiento físico.

Ahora todos los días salía a correr por la montaña, hacía flexiones y abdominales, escalaba árboles o entrenaba velocidad persiguiendo a alguna ardilla perdida por el bosque, pero nunca se había alejado mucho de la casa de la doctora.

Ella fue su única compañía todo ese tiempo. A menudo la veía por las noches encerrada en su despacho estudiando de una montaña enorme de libros, y entonces la acompañaba hablando sobre medicina hasta que ambos se iban a dormir. Otras veces, ella se quedaba dormida sobre su escritorio después de tanto cansancio y trabajo, entonces la cargaba con cuidado hasta su cuarto para que pudiera descansar. Y ella al día siguiente se sorprendía por despertarse en su cama y bien tapada con las mantas de esta.

Pero sus noches favoritas eran aquellas donde ambos se sentaban en la sala de estar, tomando un chocolate caliente, admirando la chimenea del fondo de la habitación. Genji después de tanto tiempo estaba seguro de algo, ya no era la misma persona, y en gran parte era gracias a la doctora. Ella le había enseñado lo agradable que podía ser estar con la compañía correcta, si bien en el sentido médico era bastante estricta, igualmente lo trataba con una amabilidad que jamás había visto en nadie. Poco a poco iba recuperando su antigua actitud risueña y bromista, cosa que le gustaba porque la veía reír frecuentemente.

Siempre la veía tan estresada y agobiada con las cosas de Overwatch trabajando desde su despacho, que cuando conseguía que se olvidase por un momento de aquello, sentía una sensación dentro muy agradable. Estaba encantado de sentarse tantas horas como hiciera falta a su lado para escucharla una y otra vez.

Tras esos meses y todo el tiempo juntos, ambos se habían abierto con sus propios sentimientos internos, aquellos que hasta uno duda en contar a su mejor amigo. Aunque Ángela sabía lo ocurro con Genji por los informes de Tracer, igualmente él contó todo lo que recordaba de esa noche, el dolor que sufrió física y mentalmente.

Creyó que después de todo, era su máximo confidente. Y no había confiado en vano, pues cuando acabó de narrar todo, ella lo abrazó con todo el cariño del mundo, y Genji rompió a llorar entre sus brazos. Toda la vida haciéndose el fuerte, pero realmente era tan frágil por dentro, y con ella supo que podía abrirse.

Ángela también sentía lo mismo con él, nunca se había sincerado tanto con alguien sobre su vida. También lloró por el estrés y la frustración de sus investigaciones, y él también le ofreció un hombro donde llorar, que aceptó encantada. Ambos vivían de forma tranquila en la casa de la doctora, hasta que una reunión con el resto de integrantes de Overwatch lo perturbó todo.

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-He mandado a la doctora a su casa para que revise los estudios realizados sobre su último proyecto -informó Winston a través de una de las pantallas.

-¿Revisar? -preguntó Ángela enfadada- ¿estás cuestionando mi trabajo?

-Yo no Mercy, pero no tenemos más opción de ceder. Si quieres que sea aceptado dentro, debe revisar si se encuentra en condiciones óptimas para las misiones que vamos a realizar próximamente… -indicó el científico con tono neutro, pero ella ya había colgado la llamada visiblemente molesta.

La mujer suspiró y se sentó de nuevo en la silla, hundió sus manos entre las hebras de su rubio cabello, intentando rebajar la ansiedad que sentía en esos momentos. De todos los casos posibles, tenía que venir justamente ella.

Moira O'Deorain, una infame doctora especializada en genética. Sus avances científicos eran admirables pero de la misma manera cuestionables éticamente. Por ello, fue expulsada de numerosas instituciones médicas, y ahora dedicaba su trabajo en la división secreta de Overwatch, encargada de los trabajos sucios de la organización: Blackwatch. No era precisamente amiga de la doctora Ziegler, eran más bien rivales. Ángela siempre puso por delante el bienestar de las personas y la ética médica antes que los avances, Moira era su contraparte.

Veía a todo el mundo por encima del hombro, seres inferiores inútiles que debían servirla para sus investigaciones. Así que cuando Winston le informó del trabajo de "Mercy", así llamaban a Ángela en Overwatch, no dudó en meter las narices para saber en qué estaba trabajando su querida "amiga". Muy a su pesar tuvo que tomar un avión hasta Suiza para visitar sus instalaciones. Su presencia en la casa de la rubia no fue bien recibida.

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-Querida, basta de cháchara, enséñame tu experimento -pidió ella apenas se habían saludado en la puerta de la entrada.

-No es un experimento, es mi paciente, doctora -corrigió Ángela.

-Es lo mismo -repitió encogiéndose de hombros.

-Genji se encuentra en otra sala -indicó ella, mordiéndose la lengua.

-Pues vamos, no quiero perder más el tiempo aquí -exigió Moira con todo autoritario.

-Por supuesto -la condujo hasta la sala contigua.

Cuando Moira pasó el marco de la puerta, un escalofrío recorrió la espalda del joven ninja, que descansaba sentado en el borde de su cama. Miró una vez a Ángela, después a la intrusa. Era más que obvio que aquella mujer había llegado para destrozar su tranquilidad.

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