。・。・我が魂は均衡を求める。・。・
Genji entró tambaleándose al laboratorio, su cuerpo chocó con el marco de metal y aquel molesto chirrido resonó por todo el pasillo, buscó con la mirada a la doctora, que estaba sentada dándole la espalda e ignorándolo por completo.
El ninja caminó hasta el escritorio más cercano y golpeó con el puño cerrado la superficie de madera, rompiéndola al acto. La mujer volteó la silla giratoria donde estaba sentada y lo miró con los brazos cruzados.
–Relaja esos humos, Shimada –ordenó con tono serio– Me desobedeciste, no tiene sentido enfadarse ahora.
–Has intentado que mate a Ángela, sabías que iría a buscarla… –negó el hombre, golpeando otra vez la mesa, las astillas saltaron hasta el suelo tras un sonoro crujido de la madera.
–Ambos sois tan predecibles, tan estúpidos –dijo la doctora, levantándose de su sitio, acortando la distancia entre ella y el ninja– Te avisé de que no quería sentimentalismos en Blackwatch.
–Mi vida privada no te incumbe –rechazó Genji, apretando la mandíbula por el enfado.
–Me incumbe cuando creas cabos sueltos de los que fácilmente se puede tirar –Moira lo volvía a mirar con aquella expresión que odiaba, una mezcla entre superioridad y pena.
–Deja de intentar tomar el control de mi cuerpo, o te prometo que te mataré sin dudar –el ninja había agachado la mirada, pero cuando volvió a mirar a la doctora un escalofrío recorrió la espalda de la susodicha, nunca lo vió con aquella expresión, tan amenazante y tan serio.
–Relájate un poco… -murmuró ella, tanteando con la mano el cajón que tenía a sus espaldas, disimulando, intentó abrirlo y coger el pequeño mando que tenía dentro.
Aquello había sido el culmen de su experimentación con Genji, además de añadirle un control remoto de sus emociones, ese aparatito tenía un botón que ordenaba a las células de su médula expulsar un líquido parecido al veneno que iría directamente a su corazón, digamos que para asegurar que todo salía como ella planeaba había instalado en el ninja un "programa de autodestrucción". Si ella no podía controlarlo, nadie más lo haría, y por supuesto que no iba a dejarlo en libre albedrío. Pero aquello era su última opción, también tenía otras, como inmovilizarlo con una descarga eléctrica o un sedante, no quería un final tan drástico, no aún…
Con sus dedos pudo tantear el borde del mando y con cuidado lo deslizó sobre su palma, cerrando el cajón con el respaldo de la silla, luego lo escondió en el bolsillo de su bata donde hábilmente metió la mano, simulando confianza. El Shimada volvía a tener la mirada fija en la mesa, la doctora quería suspirar aliviada porque su plan estaba siendo exitoso, pero su dicha no duró mucho, pues un brillante shuriken surcó el aire y atravesó la carne de su brazo, haciendo que sacase la mano de la bata blanca y con ello el mando fuera expuesto.
–¡Valiente hijo de p!–gritó la doctora agarrándose el brazo, pero mordiéndose la lengua, no quería empeorar la situación.
Genji ya había atravesado la habitación de un simple brinco y se encontraba sobre la mesa en la que había estado trabajado Moira, sujetando el apartado en la palma de su mano metálica. La doctora solo pudo girarse para maldecir al hombre, aguantando el dolor de su herido brazo, la sangre se deslizaba por su extremidad hasta llenar el suelo de gotas de aquel líquido rojo.
–Te lo he advertido –dijo con voz calmada, a la vez que cerraba la mano y el mando acababa hecho añicos en mil pedazos, convertido en un pequeño montón de polvo gris que tiró al suelo bajo la atenta mirada de ella.
–Esto no va a quedar así –lo amenazó, pero ahora su amenaza era vacía, pues no tenía manera de defenderse contra él, a menos que consiguiera escapar de allí.
–No, porque va a acabar ahora mismo…–respondió el ninja, llevando el brazo a su espalda, acariciando el mango de su katana, ladeando el cuello levemente, estaba preparando para matar una vez más.
Pero antes de que pudiera atacar siquiera, una luz roja se encendió en uno de los monitores del escritorio de la mujer, Genji desvió la mirada un segundo, eran las cámaras de seguridad. En la pantalla se mostraba dos siluetas oscuras en la puerta trasera, intentando forzar la cerradura de manera algo torpe. En ese momento supo que Mercy había movido cielo y tierra para buscarlo, en cierta manera le hacía feliz pero no quería volver a ponerla en peligro, pues Moira era enemiga de ambos.
Para cuando quiso girarse hacia la doctora de nuevo, ésta había emprendido la carrera, lanzando una pila de hojas sobre el hombre para quitarle visión, y aunque Genji cortó hábilmente el papel, ella ya había atravesado el marco de la puerta de salida, pulsando el botón rojo lateral que activaba un fuerte cierre de seguridad.
El hombre sólo pudo golpear con fuerza y rabia aquella dichosa puerta gruesa que lo separaba de su objetivo, tendría que buscar entre los ordenadores la manera de desactivarlo, y tendría que ser rápido pues sabía que Moira estaba tramando algo con todo aquello.
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Mercy se cruzó de brazos impaciente, su cara era una mezcla de desesperación y rabia. Hacía diez minutos que habían llegado al sitio que le marcaba el GPS del teléfono de Moira, pero la puerta tenía un cierre biométrico que no podía sortear a menos que tirasen la pared abajo, y ni con toda la fuerza del mundo podrían atravesar ese hormigón.
Lena se mordía el labio por la ansiedad, trasteaba con un mini ordenador que había traído para su pequeña aventura, no era un experta informática pero Winston le había enseñado lo suficiente, además había traído un virus especial que aprendió a usar en otras misiones.
–Ya queda poco, vamos… -murmuró más para ella que para su amiga, pero igualmente la escuchó– Queda un dos por ciento para que acabe de instalarse en la base de datos de este dichoso sitio, y después podremos entrar…
–No sé qué haría sin ti, Lena –dijo Ángela, sonriendo un poco pero igualmente estaba preocupada.
–Agradécemelo luego, cielo –respondió la piloto, guiñándole el ojo.
El programa llegó al tope que había marcado una barra y se escuchó un clic proveniente de la cerradura, que parpadeó en verde como si se hubiera introducido la huella correcta. Ambas mujeres se miraron un segundo y Angela corrió a empujar el pomo de la puerta.
–¡Eres un genio! -dijo la doctora, antes de adentrarse junto a su compañera en aquel recóndito edificio.
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Genji recorría ansioso el laboratorio una y otra vez, había revisado un par de monitores pero no encontraba nada útil, todo estaba cifrado con contraseñas que sólo conocía la doctora. El hombre golpeó la pared de nuevo, dejando una pequeña abolladura en el metal, odiaba verse acorralado, pues él nunca era la presa.
Casi como si le hubieran leído la mente, uno de los monitores cambió de pantalla y transmitió una llamada en vivo, proveniente del teléfono de la mujer que lo había encerrado en aquel sitio.
–Espero que estés orgulloso de tus actos, pues pronto podrás ver a tu querida Mercy, para decirle un último adiós -rió.
–¿Qué planeas? –preguntó el ninja, encarando la pantalla con rabia, aunque ella no podía verlo.
–La mosca ha ido directa hacia la luz -obvió su pregunta, ocupada en sus asuntos, pues iba conduciendo de camino a la ciudad mientras hablaba con el chico.
-Habla ahora o te juro que… -volvió a amenazar él, pero esta vez no pudo controlar su enfado y arrastró las manos sobre un mueble, lanzando al suelo todo lo que encontró a su paso.
–Diviértete destrozando mi trabajo todo lo que quieras, Shimada –Moira volvió a reír– Pero esta vez no tienes escapatoria. Me da pena tener que despedirme así pero bueno.
–¿Quién más lo sabe? –preguntó el ninja, quitándose el tosco casco que cubría su frente, necesitaba masajearse la sien con urgencia.
–Solo Reyes, pero claro, él está de mi parte –Moira rió al otro lado del teléfono, aunque apenas se escuchó por el ruido del tráfico– Digamos que ambos hemos tenido discrepancias con el comandante…
–No voy a dejar que hagas lo que te dé la gana –Genji estaba inquieto, ansioso, nervioso, se sentía impotente por no encontrar una solución.
–Obviamente, pero cuando llevemos a cabo la caída de Overwatch tú ya no estarás entre los vivos, querido –y colgó la llamada sin decir nada más, dejando al hombre en compañía de un silencio que duró poco.
Una voz robótica inundó la habitación, otra alerta, pero aquella era más problemática.
Se ha desactivado la producción de oxígeno, el laboratorio pasará a modo standby en cinco minutos.
El menor de los Shimada miró hacia el techo, como maldiciendo al altavoz que acababa de pronunciar aquellas palabras. Luego se giró sobre sus pasos hacia la puerta metálica, tenía que intentar con todas sus fuerzas salir de allí, pues aquel sitio se había convertido en una ratonera para encerrar a Mercy y a él.
Colocó ambas manos sobre la plancha de metal, introduciendo sus dedos sanos como de la prótesis en la pequeña abertura que formaba el cierre, cerró los ojos, se apoyó con el talón en el suelo de una manera más cómoda e intentó abrir la puerta usando todas sus fuerzas. Pronto su cara se tornó roja, apretó la mandíbula del dolor que estaba sintiendo en el brazo aún humano, pues estaba aguantando la fuerza que usaba en el protésico. No le importaba si acababa con las extremidades rotas, él solo quería saltar a Ángela.
Después de dos intentos más, cedió, era imposible. Su brazo estaba resentido y el metálico había crujido varias veces, anunciando que se habían dañado los circuítos internos. De manera desesperada sacó la katana y la metió también en la rendija de la puerta, pero ésta cedió hasta que la hoja cayó al suelo partida en dos.
Genji miró con rabia su arma ahora rota, sus brazos ahora dañados, su esperanza se iba desvaneciendo a medida que iban pasando los segundos.
Hubo otro clic en la habitación, pero proveniente de su traje, en concreto de su espalda. Y al segundo de escucharlo, su cuerpo convulsionó violentamente hasta tirarlo al suelo, sus piernas y brazos temblaban, todo se comenzó a escuchar de manera más confusa y tenía ganas de cerrar los ojos para un largo sueño.
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–¿Recuerdas aquella noche hace dos años? ¿Recuerdas cuándo entraste en pánico? ¡Yo confío en tí, Lena, sé que podrás desactivarlo! –gritó Ángela, agarrando por los hombros a su amiga, que miraba con miedo el cuerpo de Genji tirado en el suelo.
–¿Y si tardo más? ¡Ambos moriréis! –preguntó ella, agitada.
–No puedo sacarlo de aquí, necesito el material del laboratorio para intervenir –negó la doctora, pero luego le dedicó una mirada amable– Pero no dudo en que lo vas a conseguir.
Tracer se quedó en silencio, dudando, miró a su compañero herido y luego a su amiga. Asintió una vez y luego desapareció en un parpadeo por aquel angosto pasillo.
Ángela se giró hasta poder cargar a su paciente hacia la sala contigua, donde había descubierto la sala de operaciones que tenía montada Moira. Lo dejó con cuidado sobre la camilla blanca y se preparó para lavarse las manos y ponerse aquellos dichosos guantes de látex que odiaba. Con la mirada buscó una pequeña sierra, que seguramente la doctora habría usado para intervenir a Genji más de una vez. La problemática de operar a un cyborg era que no podía usar un simple bisturí.
–Bueno Genji, aguanta hasta que Lena consiga restablecer el oxígeno –murmuró Mercy, caminando de nuevo hacia el hombre tumbado.
Cuando iba a girarlo para tener acceso a su columna vertebral, éste levantó la mano metálica unos centímetros y tocó los dedos enguantados de su amada, ella sonrió ante el gesto, estaba consciente a pesar del ataque epiléptico que había sufrido minutos antes. Quiso acariciar su cabello una vez más como antaño, pero tenía cosas más urgentes por hacer.
Era fuerte, y lo admiraba tanto por ello.
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