。・。・我が魂は均衡を求める。・。・
La criogenización, aquella extraña tecnología que le había salvado la vida a la doctora Ziegler. Se veía tan perfecta, con su piel de porcelana congelada, su rostro tranquilo, sin aquella expresión de dolor que tanto le horrorizó ver a Genji.
Pero las noticias buenas no llegaron, Mei la mantuvo en éxtasis hasta desplazarse a la casa de la doctora en los Alpes suizos, allí nadie los molestaría.
Ángela había entrado en coma a largo plazo, y así llevaba meses, y podrían transcurrir años hasta que despertase. Tan pronto como lo supo, el Shimada huyó de la casa de su amada sin saber si iba a regresar.
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Nada tiene sentido.
–Entiendo lo que te aflige, Genji –le respondió aquel misterioso ómnico– Pero tal vez esta no sea la solución.
El ninja estaba parado delante del borde de aquel rascacielos, dudaba si aquello acabaría con su insignificante existencia, pero sentía que no podía seguir adelante sin Ángela a su lado.
–No sabes nada de mí –respondió él, asomándose un poco más al vacío, notaba el frío aire acariciar la piel de su rostro.
–Oh, te equivocas, el Iris me ha contado absolutamente todo sobre tí –rió con su particular voz robótica.
El hombre se giró sobre su figura y encaró a aquella figura que lo había seguido hasta el tejado. Ni él mismo sabía por qué se había marchado a Nepal, siempre escuchó que era el mejor sitio para meditar por la cantidad de templos budistas repartidos por el país, pero ahora no estaba tan seguro.
–Y ese Iris, ¿puede curar a alguien en coma? –le preguntó apretando la mandíbula.
–El Iris te puede enseñar la armonía –le indicó, extendiendo una mano en su dirección, una especie de bola metálica cruzó el aire con un silbido, el ninja la atrapó al vuelo.
La esfera desprendía una leve luz amarilla, y era agradable al tacto, cálida. Cuando Genji la envolvió entre sus manos sintió un poco de calma, luego volvió a mirar al ómnico con mil preguntas en sus ojos.
–El dolor es un excelente maestro, pero ningún copo de nieve cae en el lugar equivocado –el robot alzó su mano e hizo regresar a la esfera a su cuello, donde tenía varias iguales unidas.
–Enséñeme, por favor –le imploró un abatido Genji arrodillándose en el suelo.
–Nuestro destino no está predeterminado, no lo olvides –respondió él, ignorando su súplica.
El ómnico siguió sus pasos de vuelta hasta la puerta de la terraza pero el ninja lo detuvo antes de marcharse.
–Ella lo era todo para mí, no sé cómo controlar esto –se señaló el cuerpo– No soy humano, no soy una máquina, soy un monstruo.
Era difícil descifrar las expresiones de aquel ser, pero era obvio que lo miraba con cierta pena.
–Si estás perdido, en la cima de las montañas hallarás tu camino –negó, esquivando al ninja hábilmente y desapareciendo por las escaleras.
Genji se quedó en silencio un largo rato, mirando un punto fijo en el cielo. No había aceptado directamente su petición pero le había dado una pista de donde encontrarlo.
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El caos, la armonía, todo junto en un único ser.
Los días pasaban rápido en compañía de Zennyatta, su ahora maestro. Genji había superado las pruebas para entrar como discípulo en aquel templo nepalí, y ahora sus mañanas transcurrían entre meditaciones.
–Deberías comer algo –le aconsejó el monje, interrumpiendo su tercer rezo del día.
El sol se hallaba parado en lo alto del cielo, todo despejado, todo azul y blanco. La nieve reflejaba la luz y fácilmente podría dejar a un humano promedio casi ciego.
–¿Me has traído comida o tendré que ir otra vez al pueblo de abajo? –preguntó el hombre, mirándolo de reojo.
Hacía referencia a que todos los seres que allí vivían eran robots y ninguno necesitaba alimento para subsistir, el sitio más cercano era a 50 kilómetros bajando la ladera de la montaña. Además los aldeanos no aceptaban dinero, tendría que hacerles algún favor por otra ración.
–Hasta el desayuno es una aventura –el ómnico se encogió de hombros, aguantando una pequeña risa.
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–A veces te envidio, maestro. Ojalá ser todo de un bando –admitió el joven ninja, sentado sobre una pequeña roca en aquel patio.
El frío invernal acompañaba su meditación nocturna, la paz y la tranquilidad hacían eco en aquel hermoso paisaje. Apenas se escuchaban los pasos de Zennyatta sobre la blanca nieve.
–Creo que ser humano es maravilloso –negó él– Esa es la fortuna que te envuelve.
El monje se sentó al lado de su discípulo y admiraron las estrellas juntos durante un largo rato de silencio.
–No creo tener suerte en esta vida –respondió de forma escueta– Mi hermano me deja moribundo, mi vida se va a la mierda, la persona a la que amo está en coma…
El ninja suspiró una vez, luego mantuvo los ojos cerrados sintiendo el aire helado acariciar sus facciones.
–Es difícil ver la luz entre tanta desgracia, y sin embargo, la flor que florece en la adversidad es la más rara y hermosa de todas –le dijo el monje con tono amable.
Genji asintió, devolviendo la mirada a su extraño amigo. Zennyatta era tan misterioso pero a la vez sus conversaciones eran tan apasionantes. En el último mes había sentido una paz interior que jamás llegó a tener.
Tal vez aquel era el inicio de un nuevo Genji, el momento de aceptarse tal y como era, medio humano y medio máquina. Aquella semilla de la discordia que había plantado Moira en su interior poco a poco iba pereciendo, hasta dejar ver un ser totalmente diferente. El ninja impaciente, irascible y problemático había desaparecido, ahora se consideraba más compasivo, solemne e imponente.
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Un año después.
En ocasiones nos debemos enfrentar a problemas que cambian nuestra percepción de la realidad, dando un giro de 180 grados. A veces uno se puede apoyar en sus seres queridos, en otras, estamos completamente solos. Aunque él estaba tranquilo, aunque ella no estuviera físicamente con él, al menos su alma no estaría sufriendo, la esperaría sin dudar, todo lo que hiciera falta para que su cuerpo terminase de sanar.
Después de tanto tiempo meditando, llegó a la conclusión de que enfrentarse a los fantasmas del pasado era lo mejor. Su vaga idea de venganza pronto fue reemplazada por otra más adecuada, perdonar y seguir.
Todos cometemos errores, algunos más que otros, pero lo que hizo su hermano Hanzo aquella noche era tan solo una equivocada decisión de orientar el clan a un futuro mejor. Tras aquello, todo se había truncado. Ahora su familia había desaparecido para siempre, en su lugar otro clan sustituyó el antiguo poder.
Y Genji se sorprendió a sí mismo por estar escalando los escarpados tejados de Hanamura para reencontrarse una vez más con su pasado.
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