CAPITULO 8
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Vladimir llegó unos minutos tarde a educación física esa mañana. Por suerte el profesor sólo le pidió dar un par de vueltas a la cancha antes de unirse al grupo en estiramientos.
Kenshi estaba bastante relajado en un banco cercano viendo a los demás cansarse y sudar. Él no hacía deportes, y si bien es cierto que ya llevó muchas amonestaciones en el pasado, nunca cambió. Odiaba terminar sudado como los demás. Por otro lado, le sorprendió ver llegar a Vladimir tarde. ¿Qué le habrá pasado? No era algo común. Más aún la forma tan rara de moverse.
Claro que no fue el único. Shin, cerca de él, también lo notó.
—Eh, Volsk, ¿qué tienes? Andas raro.
El ruso se puso un poco pálido por la pregunta tan directa e intentó disimularlo. —Debo haber dormido en una mala posición. No es nada —mintió.
—Eso sí que es molesto. Sobre todo cuando tienes una cama súper incómoda —comentó Shin.
—Sí, es muy molesto —respondió con una risita nerviosa cuando un balonazo golpeó con fuerza en su omoplato. La fuerza del impacto le hizo gritar de dolor, las rodillas le temblaron y cayó al suelo. El dolor de su espalda era suficiente para sacarle un par de lágrimas.
—¡Volsk! —gritó el profesor, preocupado al verlo caer. El golpe no fue tan fuerte para hacerlo gritar de esa manera.
Kenshi y Shin que eran los que estaban más cerca pudieron ver como un círculo rojizo manchaba la camisa blanca del uniforme de deporte.
De inmediato los demás rodearon a Vladimir, queriendo saber qué le ocurría, razón por la que Kenshi tuvo que empujar a algunos para llegar a él.
—¡Quítense del camino! —Cuando logró hacerse un camino, se inclinó hacia él—. Vladimir... Vamos al a enfermería, ahora. —Le tomó del brazo para servirle de apoyo—. Y por esto yo no le hago deporte —le reclamó sin vergüenza alguna al profesor.
—Un balonazo asesino.
—Cállate, Shin —le gruñó Kenshi.
Vladimir quiso alejarse de Kenshi para evitar que lo llevaran a la enfermería, pero incluso mantenerse derecho era doloroso. —No, la enfermería no. —Se negó con voz ahogada.
—Volsk, apenas puedes estar de pie, déjame revisar... —El profesor iba a subirle la camisa para revisar el golpe pero Vlad se negó.
—¡NO! —Con el brazo que no se apoyaba de Kenshi, aferró la camisa.—. Iré al baño y me limpiaré.
—Tienes sangre en la camisa. Hay que revisarte eso —protestó el profesor.
—Yo lo llevaré a la enfermería. Usted quédese tranquilo —avisó Kenshi, y se inclinó un poco más para murmurarle en voz baja a Volsk—. Iremos al baño, y te juro que te arrastraré si te niegas. Vamos.
Cuando llegaron al baño, se metieron en el cubículo especial para discapacitados que era amplio y los dos cabían perfectamente. Vlad bajó la tapa del excusado para sentarse. Después de la ligera caminata, el ruso se veía mucho más pálido que cuando llegó y por la forma en que respiraba es como si estuviera aguantando las ganas de vomitar.
—Respira profundo. Vamos a quitarte eso —dijo Kenshi, acercándose para ayudarle con la camisa.
—No. —Se negó en voz baja—. Sólo... pásame un poco de papel con agua. Yo me limpiaré y te alcanzaré en la cancha.
—Vladimir —gruñó Kenshi, con los ojos entrecerrados—, no me trates de idiota. Vamos a quitarte eso —repitió— y sea lo que sea, no usaremos 'un poco de papel con agua'. Es esto, o busco refuerzos y te arrastro a la enfermería. Tú decides.
Mordiéndose los labios, Vladimir terminó por aceptar. Era mejor que lo viera una sola persona y no un montón de curiosos. —No le digas a nadie. —Fue lo único que pidió. Con cuidado se quitó la camisa, Kenshi tuvo que ayudarlo cuando quiso sacar sus brazos, le dolía alzarlos.
La espalda de Vladimir estaba horrible: había largos moretones y cortes empezando prácticamente desde el cuello hasta el borde del pantalón. El lugar donde impactó la pelota era un feo moretón sangrante, varios cortes se abrieron por el impacto del balón.
Kenshi tuvo que coger aire, y morderse la lengua un instante.
—Definitivamente no vamos a usar agua y papel. Espera aquí. Y no te atrevas a hacer nada estúpido —le advirtió antes de salir.
Kenshi se demoró unos diez eternos minutos, volviendo con un kit de primeros auxilios y gasas.
—Ah, qué fácil es sacar esto. Luego se andan quejando de la delincuencia —masculló, abriendo la caja y dándosela a Vladimir—. Sostén esto. Y esto —dijo respecto a las gasas. Tomó aire—. Gírate un poco, voy a iniciar.
Encorvado, le dio la espalda a Kenshi. Descansó sus brazos contra las barras de metal incrustadas en la pared para ayuda de los discapacitados. La piel de su espalda se sentía caliente, sobre todo donde los golpes eran más profundos.
Kenshi comenzó limpiando la zona con cuidado de no incomodarle. Siempre avisaba antes de tocarle, y de vez en cuando le pedía alguna cosa del botiquín. Solo ahí hablaba. Pero eso no quitaba las emociones que bullían dentro de él. Pena, lástima, dolor, e ira. Una absoluta ira.
No fue sino hasta que tuvo toda la espalda de Vladimir limpia que habló.
—¿Quién fue?
Vladimir en verdad no quería decirlo pero Kenshi es quien lo estaba curando, lo mínimo que se merecía es que le dijeran la verdad. —Mi padre.
El toque de Kenshi se detuvo un instante, y regresó después, mientras aplicaba un medicamento para que no se infectaran los cortes y cicatrizasen rápido.
—¿Por qué le dejas?
—No... No lo hace por gusto. Fue un castigo —dijo con vergüenza.
—¿Castigo? —Su voz sonó incrédula, tomando luego las gasas—. Vladimir, nada merece que se te trate así. ¿Qué tienes, cinco años? E incluso así, ¿te has visto en el espejo cómo tienes la espalda? Esto no es un castigo. Es abuso doméstico.
—Sólo tuve que apretar los dientes por un rato. Sanará dentro de poco...
—¿Solo tuviste...? —Kenshi no completó su frase, continuando su trabajo hasta terminarlo. Cubrió la mayor parte de los cortes, al menos los más graves. Recogió los implementos que usó, y desechó los que ya no servían, guardando todo—. Listo. —Tomó el botiquín—. ¿Quieres que te ayude con la camisa? —preguntó fríamente.
—Por favor.
El ambiente entre ellos era tenso e incómodo. Vlad sabía que eso pasaría, estaba consciente de que era algo horrible de ver pero esa era su vida... Se consolaba al pensar que dentro de poco podría irse a la universidad. Una excelente oportunidad para alejarse de casa.
Kenshi dejó a un lado el botiquín, tomó luego la camisa que había usado Volsk luego de lavarla un poco y tratar de secarla con el secador de manos, ayudándole a colocársela, teniendo especial cuidado con las heridas y las vendas. Luego, a que se levantara con cuidado.
—Será mejor que no hagas esfuerzos —dijo, y volvió a coger el botiquín. Abrió la puerta del cubículo, dispuesto a salir—. Cuídate las heridas.
—Imagino que ya no querrás ser mi amigo... —le dijo antes de que saliera.
Kenshi se detuvo justo en el umbral del cubículo. Tomó una bocanada de aire, y le miró.
—Siempre podrás contar conmigo, y seguirás siendo recibido en mi casa. Pero me es imposible comprender cómo alguien de tu inteligencia se permita ser tratado como a un animal. No, ni un animal merece ser tratado así por nadie. —Se apoyó de la pared del cubículo—. Por una maldita vez, no seas débil ¡ni intentes justificar esos golpes como algo que no son! ¡No tienes idea de cuánto...! —Se calló bruscamente, gruñendo bajo. Separándose del umbral, caminó a la puerta del baño. Deseaba golpear algo, lo que sea.
Saliendo del cubículo, Vladimir se paró estratégicamente frente a la puerta para que Kenshi no pudiera salir. —¿Qué ibas a decir?
Hubo silencio, sin que Kenshi apartara su mirada de Vladimir.
—No tienes idea de cuánto es lo mucho que me importas. —Se calló—. Pero eso a ti debe valerte poco.
—¡Sí me importa! —gritó indignado—. ¿Crees que le hubiera dejado a otra persona verme en este estado? Incluso le grité al profesor. —En los estándares de Vladimir eso era bastante grave—. Eres mi primer amigo. ¿Cómo puedes decir que no me vale?
—Porque no te pondrías en riesgo —murmuró con una mueca triste. Y hasta que no parpadeó, sintiendo una lágrima traviesa resbalar por su mejilla, no se dio cuenta que sus ojos se aguaron. Desvió la vista.
—Hazte a un lado, ¿sí? Tengo que devolver el botiquín —murmuró en voz baja.
—Ciertamente. —Le dio la razón sin dudar—. Pero jamás habría permitido que me tocaran, mucho menos me habría dejado curar. —Bajó la mirada, un suave sonrojo coloreando las pálidas mejillas—. Gracias por curarme.
—De nada. —Mostrando una pequeña sonrisa, Kenshi le rodeó para abrir la puerta del baño. Estaba plenamente dispuesto a salir cuando algo le detuvo. Dándose la vuelta, su mano libre se apoyó en una de las mejillas de Vladimir para estabilizarse en tanto se estiraba para alcanzar la otra y dejarle un beso.
—En verdad, cuídate. Si algo llegara a pasarte...
No completó la frase, separándose antes de hacerlo. Ni volvió a mirarle, pero no se le veía avergonzado. Se marchó del baño sin espera.
Aturdido, Vladimir se quedó parado en la puerta del baño mirando a Kenshi alejarse por el pasillo. Su corazón latía desbocado y sus emociones amenazaban con desbordarse de un momento a otro. Si no fuera por su piel delicada, se habría deslizado por la pared hasta sentarse en el suelo.
Como no creyéndolo, se tocó la mejilla donde todavía podía sentir el beso de Kenshi. ¿Qué significaba ese revoloteo en su estómago? ¿Por qué se sentía tan feliz por el beso de un hombre? En primer lugar no debería sentirse feliz sino indignado, sin embargo en su pecho no había lugar para ese sentimiento.
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Los días para Michelle habían transcurrido más lento de lo usual desde el fin de semana con Zachary. A veces estando en su cama había anhelado su toque, sus besos, hasta darse de topes y recordarse lo que había ocurrido con él y –aunque no tuviera expresamente la culpa– recordarse lo que Zachary le había hecho en el pasado.
Se granjeó muchas miradas de cada alumno al que le pasaba por el lado, consciente de los rumores que se corrieron luego de que Narcisse le escuchara hablar de Zachary. Lograba no hacerles caso. Entonces apareció él.
Damian era de un curso superior, y Michelle había llamado su atención. A veces se lo topaba en la salida del colegio o cuando iba a almorzar. Pero recientemente se le había habituado encontrárselo en más ocasiones. No resultaba molesto, era agradable estar con él, sin embargo le inspiraba recelo debido a que justamente después de los rumores es que le conocía. Tenía mucho miedo de que le considerasen un segundo Narcisse.
A pesar de que le prometió a Yu no volver a acercarse al castaño, Zachary lo contemplaba de lejos, anhelando la única noche que pasaron juntos. No fue difícil para él darse cuenta del interés del otro estudiante para con Michelle, lo cual le hacía enervar pero no tenía voz ni voto para protestar, menos ahora que Narcisse prácticamente le puso collar a su cuello. Si antes era intenso ahora era insaciable, Zach temía que en algún terminaría en emergencias por baja de fluidos corporales.
—¿Qué estás viendo? —preguntó Narcisse un día que estaban en el comedor. Había estado hablando, su cháchara cortada al notar que la atención de Zach estaba en otro lado.
Siguiendo la línea de su visión, su ceño se frunció al ver que era a Michelle a quien veía. Solo por un instante, ya que luego notó que un atractivo muchacho se acercó a la mesa de Wolfhart y se sentó con él.
—Hm —bufó—. Qué rápido te suplantó. Yo jamás te haría eso —le dijo meloso, sonriéndole ladino.
—¿El encuentro rápido que tuviste con el profesor de educación física en el archivero no cuenta? —preguntó Zachary, volviendo su vista a su comida. En realidad no tenía hambre.
—Por supuesto que no, tontín. —Narcisse se acercó para darle un beso en la mejilla—. Siempre estoy aquí contigo, a tu lado.
Gruñendo, Zachary se apartó de Narcisse. —Quiero que seas exclusivo conmigo.
—Ay, por favor. No empecemos con eso, Zachary. —Yu devolvió su atención a la comida—. No seas egoísta con los demás.
—¡Estás siendo injusto! Tú sí puedes acostarte con quien te dé la gana pero haces tremenda escena si yo lo hago.
—Zachary, te acuestas con las personas que no me gustan para ti —dijo Yu con completa calma—. Si tanto quieres acostarte con otro, dímelo y te buscaré algún culo adecuado y disponible. Por cierto, ¿has probado la ensalada de papa? Está muy buena. —Y se llevó otro bocado a la boca.
—No soy tu muñeco para que me andes cambiando la ropa y emparejándome con quien a ti te parezca —gruñó harto de ese tonito condescendiente que estaba usando.
—Tienes razón. Eres mi amigo, y debemos estar juntos. —Narcisse pasó un brazo por los hombros de Zachary, acercándose a su cuerpo—. En las buenas y las malas. Trataré de hacer un esfuerzo, pero no prometo nada. —Sonrió.
Más allá de ellos, Michelle se levantaba de su puesto junto con Damian, riéndose a carcajadas por algo que él dijo. Dicha risa se apagó un poco al ver de pasada a Zachary y Narcisse muy juntos. Decidiendo que no valía la pena entristecerse por eso, Michelle recogió su basura, la botó y junto con Damian salió del comedor.
Para mala o buena suerte, dependiendo de quién lo viera, el día que tuvieron una verdadera interacción medianamente civilizada se repitió. La lluvia los atrapó a ambos en el techo de la entrada del colegio, esta vez Zachary no trajo el paraguas consigo así que estaba esperando que en cielo acampara un poco antes de irse a casa. Michelle, en cambio, sí había traído el suyo. Después del desastre que había tenido aquel día, no deseaba repetirlo. Antes de acercarse a la salida, notó a Zachary allí. Podría marcharse, podía irse y dejarlo allí, después de todo Zachary tomó la decisión de no dirigirse a él. Pero Zachary le había ayudado, para bien o para mal, aquel día. Y en el paraguas de su madre podría cubrirlos a ambos...
Respiró hondo, y avanzó.
—¿Te ayudo a llegar a casa? —preguntó luego de carraspear, haciendo un gesto al paraguas—. Te debo una por aquella vez.
Zachary se sobresaltó un poco por la repentina aparición del menor. Su primer pensamiento fue negarse pero se recordó a sí mismo que Narcisse no era su dueño ni nada parecido. —Te lo agradecería.
En vez de esperar el autobús, decidieron caminar el par de cuadras que los separaban de la casa del rubio. Quizás no lo dijeran en voz alta pero querían alargar ese paréntesis lo más que pudieran.
—¿Narcisse te ha molestado de alguna manera?
—No —negó Michelle—. No lo ha hecho.
Zach soltó un suspiro liberador. —Me alegra saber que ha cumplido su promesa. En realidad tenía mis dudas pero ahora que me dices que en verdad te ha dejado en paz, me siento un poco mejor...
—Sí, puedes seguir siendo un mártir idiota —dijo Michelle despreocupadamente, aunque con intención.
—¿Que yo qué? —Zachary se detuvo estupefacto—. ¡Estoy haciendo esto por ti, idiota!
Michelle también se detuvo a enfrentarlo.
—¿Te pedí que lo hicieras? ¿Te pedí que sacrificaras tu estúpido culo por mí? No, ¿verdad? —dijo ceñudo—. Solo con esto complaces a Narcisse.
—Por si no te acuerdas, pequeño mal agradecido, te prometí que te protegería de él y eso es exactamente lo que estoy haciendo. Hago que se concentre en mí para que no se le meta en la cabeza molestarte a ti —le espetó un poco herido porque Michelle lo despreciara de esa manera.
—Le estás dando justo lo que quiere. ¿Cómo pretendes que me sienta agradecido? Me dijiste que antes no era así, y en vez de buscar la manera de que él cambie, solo promueves su comportamiento —negó, y se dio la vuelta para seguir caminando.
Dado que no quería mojarse, Zachary tuvo que seguir el ritmo de Michelle. —¿Qué pretendes que haga? Tú no viste cómo se puso. Hizo todo un escándalo en medio del salón, y si no cumplo con el acuerdo, el que sufrirá serás tú.
—Ponle un paro, Zachary. —La voz de Michelle sonó cansada esta vez—. Tú eres su amigo, o eso dices que eres. A pesar de lo que ha hecho, ¿qué puede esperarle a Yu terminando la escuela? ¿Trabajar en un burdel? —ironizó—. Si en verdad eres su amigo, y si por milagro queda algo del viejo Yu que conoces... —Se detuvo otra vez, y le miró a los ojos, haciendo caso omiso a cómo sus propios latidos aumentaron de velocidad—, buscarías la manera en hacer que vuelva. —Calló por un instante—. ¿En verdad eres feliz estando con él ahora?
Zachary tuvo que bajar la mirada. Inconscientemente tocó uno de los moretones que estaba en su cintura. Desde que hicieron el acuerdo, Yu se puso más agresivo en el sexo y se empeñaba en dejarle marcas que no se quitarían en días. —No...
Suspirando, Michelle se acercó solo lo suficiente para colocar una mano en el hombro del rubio.
—Zachary..., en serio no estoy contento con que hayas hecho esto. Ni siquiera por mí... Menos por mí. —Por un brevísimo momento, se fijó en sus labios, sin embargo suspiró largamente—. Vamos, no nos quedemos en la lluvia. —Se alejó para seguir caminando.
En vez de disminuir, la lluvia aumentó y tuvieron que caminar aún más juntos. Zachary pasó un brazo por el hombro de Michelle. De esa manera llegaron a la casa del mayor. —Quédate hasta que la lluvia pare —le pidió al castaño.
—Mmh. No lo creo. —Michelle apartó la mirada—. Podría... traer problemas.
—No me importa —dijo al tomarle de la mano y entrelazar sus dedos.
Michelle cogió aire, observando sus manos.
—Zach... —Su perdición fue llevar sus ojos a él, las defensas que había levantado cayeron totalmente—. Solo... hasta que acabe de llover —accedió.
Feliz, Zachary asintió. —Ven. Prepararé algo caliente. —Como la otra vez, llevó a Michelle de la mano hasta la cocina. Después se puso a preparar un poco de café—. He notado que últimamente Damián parece rondarte.
El castaño se sentó en una silla libre, quitándose el bolso y dejándolo a un lado.
—Sí. Es agradable estar con él.
—No me gusta verte con él —le dijo sin volver a verlo—. Me hace sentir celoso.
Michelle jugueteó con sus dedos para tener algo que hacer.
—Zachary, tú y yo no somos nada para que te sientas así —murmuró—. No deberías.
El rubio se dio la vuelta. En un movimiento rápido, tomó el rostro de Michelle, plantándole un efusivo beso. —Quizás no seamos novios o amantes pero si hay algo entre nosotros.
Interponiendo sus manos entre ambos, Michelle le miró ceñudo.
—Eso no importa, Zachary. Puedo salir con quien quiera... —Su voz sonó más baja—. Me importes o no..., no te debo fidelidad. Ya tú escogiste.
—¡P-pero lo hice por ti! ¿No lo entiendes? Lo estoy haciendo por ti. —Dio gracias al cielo porque el pitido de la cafetera anunció que el café ya estaba listo, pudo voltearse y evitar colapsar patéticamente frente a Michelle.
Michelle se acercó a él, haciendo que dejara el café a un lado luego de que apagara la cocina.
—¿Y... porque lo hayas hecho por mi debo evitar estar con otras personas? Zachary..., tú estás ahora con Narcisse. Y ya te dije lo que pienso al respecto, pero no me pidas que... que... me mantenga solo para ti cuando tú estás con él. Yo no soy como Narcisse. —Respiró hondo—. Solo para aclarar... Damian y yo solo somos amigos. Nada más.
—Es una fachada. Conozco a Damián, estudiamos en el mismo año. Será cuestión de tiempo para que quiera llevarte a la cama.
—También has hecho lo mismo. —Michelle se volteó para regresar a su silla.
Esas palabras congelaron a Zach. —¿Me estás comparando con Damián?
—'Será cuestión de tiempo para que te lleve a la cama' —repitió las palabras que dijo Zach antes—. Y tú también lo hiciste... —Michelle se alzó de hombros.
—Creí que al menos entenderías por qué lo hice —dijo más para sí mismo que para Michelle. Se dio cuenta de que no se había movido en al menos dos minutos así que sirvió una taza para Michelle, él ya no tenía ganas. También le pasó el azúcar—. Si no logras entender el motivo por el que lo hice, tal vez sea mejor dejar las cosas como están.
—Zachary, comprendo lo que hiciste esa vez. No comprendo tus quejas y celos respecto a Damian. Eso es todo. —Tomó la taza, agradeciéndole mientras echaba una cucharada de azúcar—. Lo de Narcisse es otro tema y ya lo discutimos. Fin.
—Sigues sin entenderlo —murmuró Zach pero Mich logró oírlo. Mirando por la ventana se dio cuenta de que ya había parado de llover—. Ya acampó... Puedes volver a tu casa.
En tres sorbos, Michelle terminó su taza, suspirando de gusto al como calentó el interior de su esófago.
—No tengo nada que entender. Lo que pasó, ha pasado. —Michelle dejó la taza en frente, y se levantó tomando su mochila—. Gracias por el café. —Se encaminó a la puerta, donde dejó su paraguas.
Cuando escuchó la puerta cerrarse, Zach por fin se dejó caer en la depresión. —Idiota. No entiendes que todo lo que hago es porque te amo —dijo a su vacía cocina.
