Disclaimer: Sthephenie Meyer is the owner of Twilight and its characters, and this wonderful story was written by the talented fanficsR4nerds. Thank you so much, Ariel, for allowing me to translate this story into Spanish XOXO!
Descargo de responsabilidad: Sthephenie Meyer es la dueña de Crepúsculo y sus personajes, y esta maravillosa historia fue escrita por la talentosa fanficsR4nerds. Muchas gracias, Ariel, por permitirme traducir al español esta historia XOXO!
Gracias a mi querida Larosadelasrosas por sacar tiempo de donde no tiene para ayudarme a que esta traducción sea coherente y a Sullyfunes01 por ser mi prelectora. Todos los errores son míos.
Capítulo 3: Bella
Domingo, 5 de agosto
Los Ángeles, California
Me desperté sintiéndome de maravilla. Mi cuerpo estaba agotado, como si acabara de soportar muchas, muchas rondas de sexo increíble y alucinante, como así había sido. Edward seguía dormido y me rodeaba la cintura con su fuerte brazo, estrechándome contra su increíblemente sexy pecho. Me moví lentamente para poder apreciar sus rasgos. Una mandíbula fuerte y lamible, una nariz recta, unos labios carnosos que quería morder, unas cejas espesas sobre lo que yo sabía que eran los ojos más verdes del mundo. Tenía largas pestañas, de esas que sólo parecen tener los chicos, y su pelo cobrizo se alborotaba bajo el sol de la mañana. Volví a desearlo a pesar del agotamiento de mi cuerpo. Habíamos agotado su único preservativo, pero ambos habíamos decidido que mi método anticonceptivo bastaría para mantenernos a salvo. El sexo había sido aún mejor sin esa barrera entre nosotros.
Mis ojos bajaron por su cuello hasta aquel impresionante pecho y suspiré, disfrutando de la vista. Incapaz de resistirme, mi mano subió para trazar las líneas de su pecho, las que había lamido a conciencia la noche anterior. Al pensarlo, me lamí los labios y sonreí. Este hombre era absolutamente delicioso en todos los sentidos.
El pecho bajo mis dedos se movió y Edward dejó escapar un suave gemido. Mis ojos se clavaron en los suyos, ahora abiertos, y él sonrió satisfecho.
—Sé lo que estás pensando, Isabella—. Murmuró, y pude sentir cómo me mojaba.
—¿Qué sería eso?— susurré, subiendo mi pierna para engancharla alrededor de su cadera. Él gimió cuando nuestras partes inferiores entraron en contacto y no pude evitar frotar mi calor húmedo contra su increíble polla.
—¿Estás muy adolorida?— Preguntó con voz tensa. Negué con la cabeza y él me fulminó con la mirada. —Palabras, Isabella. Necesito palabras.
—No, Edward, no estoy demasiado adolorida para que me folles bien esta mañana. — Ronroneé. Entonces Edward gimió y me volteó para quedar encima de mí, provocando mi entrada. Mi cuerpo lo pedía a gritos, su contacto.
—Bien. —Gruñó. Su tono era puro sexo y jadeé cuando por fin se deslizó dentro de mí. Enganché mis piernas alrededor de sus caderas desesperadamente, necesitándolo más dentro de mí.
—Mierda— gemí, y Edward se rio entre dientes.
—Dime qué quieres, Isabella—. Me canturreó al oído mientras empezaba a moverse lentamente dentro de mí. Quería llorar por el ritmo que llevaba. —Dime qué quieres, nena.
Gemí y le cogí la cara con las manos para poder mirarle a los ojos.
—Quiero que me folles. — Gruñí. Gimió y me penetró de golpe, haciéndome gemir de placer agonizante. Su ritmo cambió entonces y se volvió rápido y asombroso, cada embestida me hacía subir más y más. Mi cuerpo se retorcía bajo él, y mis caderas chocaban con las suyas en perfecta sincronía. Era igual que la noche anterior. Perfecto.
Edward me murmuró unas palabras al oído, me mordió el hombro y exploté, gritando tan fuerte que creí que me quedaría sin voz. Con un fuerte gemido, Edward se corrió dentro de mí y me estremecí al sentirlo.
Finalmente conseguimos salir de la cama, tomamos una ducha en la que no había podido resistirme a ponerme de rodillas y reventarle los sesos. Me moría de hambre cuando nos estábamos secando, y fue entonces cuando me di cuenta de que no tenía ropa. Frunciendo el ceño, robé la camisa de Edward y me la puse por encima. Tendría que bastar hasta que pudiera sacar mi bolso del auto de Alice.
Edward se puso los vaqueros, sin camisa, y me siguió hasta la sala. No había rastro de Alice y me encogí de hombros mirando a Edward. Estaba hambrienta, así que me dirigí a la cocina, a la caza de comida. Primero lo primero, preparé una cafetera, mirando hacia atrás y captando la aprobación de Edward mientras la ponía en marcha.
—¿Tienes hambre? — Pregunté. Edward tarareó. Fruncí el ceño al ver el contenido de la cocina de Alice. Había aprendido a preparar algunas comidas en los distintos lugares a los que había viajado, pero no era una cocinera especialmente buena. Podía hacer comidas suficientes para sobrevivir, pero no era un genio de la cocina. Vi pan y lo saqué de la alacena.
—¿Qué te parece un desayuno noruego?
Edward me miró sin comprender. Sonreí burlonamente. —¿Comes pan?— le pregunté. Asintió. —¿Lácteos?— Volvió a asentir. —Bien, entonces siéntate y permíteme hacerte volar la cabeza.
Mi desayuno noruego era realmente sencillo. Era una tostada con mantequilla, una loncha de queso blanco y un par de rodajas de pimiento o pepino. Parecía un maridaje extraño, pero una vez me había quedado con una pareja noruega que lo preparaba para desayunar y me había enamorado de él. Preparé unas rodajas mientras Edward me observaba con curiosidad.
—¿Crees que Alice haya vuelto a casa?— pregunté. Edward se encogió de hombros, mirando hacia su puerta.
—No la he oído, pero estaba un poco ocupado—, dijo, volviendo a mirarme. Sonreí.
—¿Cuándo te vas a Londres?
Edward miró su reloj. —Más tarde, sobre las cinco.
Asentí y miré el reloj. Eran poco más de las diez.
Por regla general, no solía encariñarme demasiado con la gente. Sí, me gustaba viajar con un acompañante, y solía quedarme con esa persona hasta varios meses, pero nunca me permitía hacerme dependiente de su compañía. Era más seguro mantener a la gente a distancia que acostumbrarse a su presencia. Había pasado menos tiempo con chicos que con Edward, pero, por alguna razón, la idea de que se fuera me entristecía un poco. Podría haberme subido fácilmente a un avión con él a Londres, pero yo no sería esa chica. Me dedicaría a lo mío, y si estaba aquí cuando él volviera, entonces bien.
Sacudí la cabeza para aclarar mis pensamientos y me acerqué a la tostadora cuando sonó. Saqué el pan y lo coloqué en el plato. Cuando terminé, llevé los platos a donde Edward estaba sentado en el rincón de la cocina. Me levanté y nos serví una taza de café a cada uno antes de volver a sentarme a la mesa.
—Gracias—, dijo Edward con alegría. Resoplé.
—Disfrútalo. Yo nunca cocino.
Miró su plato con escepticismo y yo sonreí. —Cómetelo como una tostada normal—. Me llevé una rebanada a la boca y le di un gran mordisco. Casi gimo. Estaba muerta de hambre.
Edward me miraba hambriento y yo sonreí empujándole ligeramente. —Perverido, inténtalo.
Se rio entre dientes y le dio un bocado a su propia tostada. —La verdad es que está bastante buena.
—¿Verdad?— pregunté asintiendo. —A los noruegos les encanta el pan y sus cremas para untar. ¿Has ido alguna vez?— Edward negó con la cabeza mientras tomaba otro bocado. —Ugh, definitivamente iremos algún día. Es un país precioso y muy divertido.
Edward sonrió. —Suena divertido.
Sonreí y mordisqueé otro trozo.
Alice tenía un bol con productos en la mesa, y cuando vi un tomate, sonreí. Dejé la tostada y cogí la fruta tendiéndosela a Edward. —Pruébalo—. le dije. Anoche, cuando me dijo que comía tomates como si fueran manzanas, me había quedado aturdida. Era raro de una forma entrañable y me hizo soltar una risita. Era tierno, y probablemente era mejor que se marchara pronto del país, pero por el momento podía dar rienda suelta al enamoramiento adolescente que llevaba dentro. Edward sonrió ante mi desafío y cogió el tomate. Sin apartar los ojos de los míos, mordió el fruto rojo.
No tenía ni idea de que comerse un tomate pudiera ser tan erótico, y estaba a punto de abalanzarme sobre él allí mismo, en la puta cocina, cuando oí el cerrojo de la puerta principal. Mi atención se desvió de él hacia la puerta por la que entraba Alice, que parecía animada, a pesar de seguir llevando la misma ropa de anoche.
—Gracias a Dios que llegaste—, dijo Alice, sacudiendo la cabeza al vernos. Miró nuestra ropa y recorrió el pasillo con la mirada. —Sabes que la habitación más alejada es la de invitados, ¿verdad?
Resoplé. —No te preocupes. Ya nos lo imaginamos.
Alice sonrió. —Bien. Tengo que ducharme y cambiarme. Los veo luego.
Desapareció en su habitación y volví a mirar a Edward. Tenía zumo de tomate en la barbilla y no pude evitar inclinarme y lamérselo. Si no supiera que Alice estaba en el apartamento y que podría vernos, lo habría tirado sobre la mesa en ese mismo momento.
Era tan jodidamente irresistible.
De alguna manera nos las arreglamos para terminar nuestro desayuno, y limpiar el lugar antes de que Edward se diera cuenta de que tenía que irse. Miró la camisa que yo aún llevaba puesta y frunció los labios, pensativo.
—¿Qué? — Le pregunté.
—No quiero que me la devuelvas—, dijo al cabo de un momento. —Quiero la imagen de ti con esta camisa sin nada más puesto en mi mente para siempre.
Resoplé. —Pero no puedes salir de aquí sin camisa.— Señalé. Edward se encogió de hombros.
—Tengo una sudadera con capucha en el auto. Probablemente podré escabullirme sin que se den cuenta, sobre todo si llamo antes para que me esperen en el auto.
Le enarqué una ceja. —Vas a tener fotos sensacionalistas sin camisa por todas partes—. Bromeé. —Estoy deseando verlas. Compraré todos los ejemplares de la zona.
Edward se rio y me atrajo hacia él. —¿Lo prometes?— Preguntó, acariciándome la nariz con la suya.
—Lo prometo.
Su beso fue suave y tierno y tocó algo muy profundo en mí que me hizo querer llorar de forma inesperada. Cuando se separó, apoyó la frente en la mía. —Te veré cuando vuelva.— Susurró.
Sonreí con satisfacción, intentando ocultar las repentinas lágrimas de mis ojos. —Sólo si tienes suerte.
Sonrió y me besó una vez más antes de escabullirse por la puerta. No sabía por qué, pero al verlo marchar me sentí muy triste. Me quedé de pie en el salón un largo rato, frotándome el pecho antes de sacudirme y obligar a mi mente a ocuparse de otros asuntos. Tenía que terminar el esbozo y el capítulo de un libro en menos de un mes. No podía quedarme deprimida por un chico que había conocido hacía menos de doce horas.
Lo primero era lo primero, iba a tener que encontrar unos pantalones.
~Home~
Lunes 3 de septiembre
Seattle, Washington
Iba a vomitar. Me paseé por el despacho de Tanya, con los nervios a flor de piel, hasta el punto de que iba a vomitar sobre su brillante escritorio de diseño. Ella me mataría, pero al menos no tendría que enfrentarme a lo que vendría a continuación.
—Bella, relájate, por favor, me estás mareando.
Miré a Tanya. Estaba sentada en su escritorio, con su largo pelo rubio recogido en un elegante moño. Tenía un aspecto elegante y pulido, y yo me sentía como una vagabunda a su lado. Tiré del vestido que Alice había elegido para mi reunión. Me había encantado quedarme con Alice. Estaba trabajando en un proyecto, así que tenía días muy largos, pero los pocos días libres que tenía los pasábamos explorando el sur de California. Era la compañera perfecta, una que no exigía toda mi atención pero que estaba dispuesta a divertirse en cualquier momento. Me había quedado con ella todo el mes y sólo había volado a Seattle para reunirme con Tanya.
Había escrito un esbozo e incluso había disfrutado escribiendo el primer capítulo. Sentía que tenía más de lo que esperaba decir y, cuando me puse a escribir, se me salió de dentro. Alice lo había leído y me había asegurado que era increíble, pero yo seguía nerviosa. Si mi presentación no salía bien hoy, podía despedirme de mis sueños de ser autora.
—Estoy tan jodidamente nerviosa—. Dije, frotándome la cara. Hoy me había maquillado un poco y ahora me arrepentía. Con lo mucho que me frotaba la cara, seguro que parecía un desastre.
—Nena, para— dijo Tanya, poniéndose de pie y dando zancadas alrededor de su escritorio. Detuvo mi paso y me puso las manos en los hombros. —El esquema era increíble, y el capítulo perfecto. Les va a encantar, te lo prometo.
Asentí nerviosa.
—Me siento tan poco cualificada.
Tanya resopló. —Por favor, si hay alguien más cualificada que tú para escribir este libro, volvería a comer carbohidratos.
Solté una risita y Tanya sonrió. —Mira, nena, tienes experiencia en el mundo real y eres simpática y fácil de llevar en tu escritura. Podrás conectar con tu público y eso se notará desde la primera palabra.
Le sonreí agradecida.
Se oyó un pequeño pitido cuando se encendió su intercomunicador. —Señorita Hunter, están listos para usted.
Tanya asintió, echando los hombros hacia atrás. —¿Lista, nena?—, preguntó. Tragué grueso y asentí. —Vamos por ellos.
~Home~
Tanya tenía razón. Siempre tenía razón y, aunque había dudado de ella, ahora que había salido de la reunión, me daba cuenta de lo que había estado intentando decirme todo el tiempo. La presentación había sido un éxito, y a mis jefes no sólo les había encantado la idea de que escribiera un libro con su respaldo, sino que el editor había estado dispuesto a firmar un contrato de varios libros conmigo en ese mismo momento. Había sido la experiencia más abrumadora de mi vida, y estaba tan eufórica que apenas podía respirar.
Salí del despacho de Tanya con la promesa de reunirme con ella más tarde para celebrarlo. Mientras me dirigía a mi habitación de hotel, llamé a Alice.
—¿Cuánto les ha gustado?—, me preguntó, contestando al primer timbrazo.
Me eché a reír. —¡Muchísimo! —dije, todavía incrédula. —Estoy tan abrumada que ahora mismo estoy literalmente temblando. Tengo tanta adrenalina que siento que podría escalar una montaña.
Alice soltó una risita. —Hablando de eso, Edward me ha vuelto a mandar un mensaje.
Resoplé ante el cambio de Alice. No había conseguido el número de Edward antes de que se fuera, aunque confiaba en que Alice me lo daría si sentía que necesitaba localizarlo. Había querido hacerlo varias veces, e incluso Alice me había dado su número, pero nunca conseguí enviarle un mensaje. No sabía qué decirle, porque la verdad era que, aunque sólo había compartido con él diez horas lo echaba de menos. Mucho. Más de lo que había echado de menos a alguien en mucho tiempo.
Era una sensación aterradora en la que no me gustaba pensar demasiado.
—Mira, sé que dije que no presionaría—, empezó Alice, y yo sabía que esa era su frase inicial antes de empezar a empujar. La corté antes de que tuviera oportunidad.
—Le enviaré un mensaje—, le prometí.
Alice suspiró. —Te gusta—. No era una pregunta, y me sorprendió que Alice me conociera tan bien como para darse cuenta. Después de todo, no habíamos pasado mucho tiempo juntas, ni siquiera en el último mes.
Solté un largo suspiro. —Sí, bueno—, hice una pausa, dejando la frase colgando. —Deja de sonreír—. refunfuñé. Alice soltó una risita.
—Ni lo sueñes. Mira, nunca había visto a Edward tan interesado en una chica. Debes de haberle hecho mucha gracia, porque nos ha estado mandando mensajes constantemente para saber cómo estabas.
Me sentí en parte molesta y en parte halagada por eso. No estaba acostumbrada a que nadie más que mi familia y Tanya se fijaran en mí. Era una sensación nueva y extraña con la que no sabía muy bien qué hacer.
—Simplemente soy muy buena en la cama—, dije, tratando de ignorar los sentimientos que me invadían. Echaba de menos a Edward y quería hablar con él. Era una tontería que lo evitara sólo porque me gustaba.
Delante de mí, vi que el taxista me miraba por el retrovisor y lo fulminé con la mirada. Volví a centrar mi atención en Alice.
—Te llamo luego—, dije negando con la cabeza. —Esta noche me voy de fiesta con Tanya.
Alice se rió entre dientes. —No hagas nada que yo no haría.
Resoplé y negué con la cabeza. —Adiós, Ali.
Colgamos y golpeé mi teléfono pensativa. Decidí posponer el mensaje de texto a Edward un poco más, llamé a mi padre para darle la buena noticia.
~Home~
—Bella, este va a ser el comienzo de una carrera del carajo—. dijo Tanya, alargando su copa de vino. Sonreí y cogí la mía.
—Desde luego. Una escritora aventurera, una editora imparable barra agente, somos un equipo perfecto—. Chocamos nuestras copas y Tanya sonrió tras dar un sorbo a su vino.
—Deberíamos hablar de buscarte un agente. Sé que la empresa dijo que te ofrecería uno, pero…
Corté a Tanya. —Eres tú o nadie—. dije negando con la cabeza. Tanya parecía sorprendida.
—¿Me quieres a mí?
Resoplé. —Claro que te quiero. Siempre estás ahí para mí y nadie me cuida tan bien como tú. Sé que lo harías genial, igual que has sido una editora increíble para mí en los últimos cuatro años.
Los ojos de Tanya se suavizaron. —Te quiero, Bella. Eres como una hermana para mí. Si quieres que esté contigo hasta el final, entonces estoy ahí, considéralo hecho.
Asentí golpeando de nuevo mi vaso contra el suyo. —Más te vale que lo digas en serio, mierda.
Sonrió. —Desde luego que sí.
Bebimos un sorbo de vino mientras esperábamos a que llegaran los entrantes y Tanya se inclinó hacia mí. —Bien, cuéntame. ¿Qué ha pasado en Los Ángeles?
Aunque no solía escribir sobre mi vida amorosa, siempre me las arreglaba para poner al día a Tanya. Le encantaba oír historias sobre mis amantes extranjeros y, para ser sincera, era divertido hablar de ello con ella.
—¿Qué quieres decir? —pregunté, sintiendo que se me aceleraba el pulso en el cuello. Tanya puso los ojos en blanco.
—Bella. Literalmente siempre tienes historias de hombres sexys, y sé que te estás quedando con esa amiga tuya que tiene contactos en Hollywood, así que cuéntame. ¿Qué cotilleos calientes de famosos tienes para mí?
Me mordí el labio, insegura de si realmente quería compartirlo con ella. Sus ojos se entrecerraron y se inclinó hacia mí. —Dios mío, ¿quién es? ¿Brad? ¿George? ¿Chris?—, siseó.
Sacudí la cabeza, riéndome de ella. —Para, no—. Miré alrededor del restaurante para asegurarme de que no nos escuchaban. Cuando me aseguré de que no había moros en la costa, me incliné hacia ella. —Al principio no sabía quién era. Quiero decir, no veo películas ni nada, ¡hola!—, dije señalándome a mí mismo. Tanya asintió, comprendiendo. —Sólo sabía que estaba bueno. Quiero decir, fuera de serie.
Tanya se inclinó hacia mí, ansiosa por saber más. —¿Te acostaste con él? ¿Cómo fue? ¿Con quién?
Tragué con fuerza y solté un pequeño suspiro. —Esto queda entre nosotros—. Susurré. Ella asintió.
—Por supuesto.
—¿Has oído hablar del actor Edward Cullen?
El grito ahogado de Tanya fue tan agudo y fuerte que todo el restaurante nos miró. Alargué la mano para hacerla callar, pero no había forma de detenerla. —¿Edward?— Siseó, con los ojos desorbitados.
—¡Cállate!— Miré alrededor del restaurante, sonriendo a la gente para asegurarles que Tanya no estaba teniendo un ataque de algún tipo. Cuando por fin dejaron de mirarnos, me volví hacia ella.
—Dime que te has acostado con el hombre más sexy del mundo tres años seguidos.
—¿Eh?
Tanya parecía que iba a abofetearme. —¿Cómo puedes no saber quién es? Su cara está en todas partes.
Puse los ojos en blanco. —Sabes mejor que nadie dónde he pasado los últimos seis años de mi vida. ¿Cómo si me hubiera parado a ver qué era popular?
Tanya me miró boquiabierta.
—Cuéntamelo todo. Ahora mismo. ¿Cómo era su polla? Parece bien dotado. Dios, apuesto a que es tan perfecta como el resto de él.
Resoplé, riéndome de sus ridículas preguntas. Tanya me fulminó con la mirada. —Empieza a hablar, zorra, o te lo sacaré torturándote.
Dejé escapar un suspiro tenso. —Sí, su polla es probablemente como te la has imaginado—. Solté una risita. —Probablemente más de lo que has imaginado en realidad—. Tanya abrió mucho los ojos. —Nunca he tenido sexo así en mi vida. Fue una experiencia extracorpórea.
—Ese chico te montó hasta el cielo y de vuelta—, dijo Tanya sacudiendo la cabeza. —Oh, perra con suerte. ¿Cuántas veces quedaron?
—Sólo una vez. Fue literalmente la noche que aterricé en Los Ángeles. Nos conocimos y volvimos a mi casa como una hora o dos después. No lo he vuelto a ver.
—¿Por qué diablos no?— Tanya exigió.
—Está en Londres, filmando.
Tanya me miró fijamente. —Eh, ¡hola! Te encanta Londres. ¿Por qué no estás allá, follándotelo por toda esa puta isla?
Me reí y negué con la cabeza. —No sé. Yo,— hice una pausa y solté un profundo suspiro. —Este es diferente—. Daba miedo admitirlo. Era extremadamente feliz sin estar atada a nadie ni a nada y admitir que alguien parecía merecer la pena, aunque fuera por unos meses, me daba miedo.
—Carajo, tiene una polla mágica, ¿verdad?—. Me reí de Tanya y ella se rió conmigo. —Nena, sea lo que sea, está bien desearlo. Has pasado seis años sin ataduras, y sé que eso te ha funcionado, pero está totalmente bien probar algo nuevo.
—Es jodidamente aterrador—. Admití. Tanya asintió.
—Sí, nena, ¿pero no son las cosas que más temes las que suelen resultar más increíbles?
Me senté y reflexioné. Se lo había dicho a Tanya hacía años, después de volver de una aventura especialmente aterradora en el Congo. Había sido un viaje difícil, pero increíble, que me había cambiado por completo como ser humano.
¿Podría ser Edward otra de esas cosas que me cambiarían? La idea era demasiado grande, demasiado aterradora y demasiado prematura. Habíamos pasado una noche, y por muy divertida que hubiera sido, eso era todo lo que éramos. Estaba haciendo una montaña de un grano de arena.
Tanya percibió mi indecisión e incertidumbre, así que cambió de tema con elegancia, para mi alivio.
Aunque me di cuenta de que quería hacerlo, no volvió a hablar de Edward aquella noche.
~Home~
Jueves, 20 de septiembre
Los Ángeles, California
—¿Es un top nuevo?
Me detuve en el salón, mirándome la blusa. Alice la observaba críticamente desde el sofá, donde tenía el portátil apoyado sobre sus piernas y una copa de vino tinto en la mesita a sus pies.
—No, hace tiempo que la tengo.
Alice frunció el ceño.
—¿Sujetador nuevo?—, preguntó. Tiré del cuello de la blusa y miré el sujetador para comprobar lo que llevaba puesto.
—Sí, lo acabo de comprar. ¿Por qué, se ve raro?— pregunté frunciendo el ceño. Alice negó con la cabeza.
—No, tus tetas parecen rocambolescas. Casi parecen más grandes.
Me reí entre dientes.
—¿Ahora te fijas en el tamaño de mis tetas?
—Soy costurera, Isabella. Es mi trabajo darme cuenta—. Bufó. Me reí y me dejé caer en el sofá junto a ella. Después de mi reunión en Seattle, había vuelto a Los Ángeles para pasar más tiempo con Alice. Llevaba aquí casi dos meses y empezaba a impacientarme.
Puse el portátil sobre mis rodillas y puse los pies junto a los de Alice.
—¿Adónde piensas ir?—, me preguntó. Me encogí de hombros. No le había dicho explícitamente a Alice que había decidido marcharme, pero se daba cuenta de que estaba preparada. Me encantó que no intentara detenerme o hacerme sentir culpable para que me quedara. Realmente era una gran amiga.
—No sé, ¿alguna idea?
Alice tarareó.
—¿Te apetece calor o frío?—, preguntó.
Me encogí de hombros. —No lo sé. Quizá fresco. Hace tiempo que no estoy en ese tipo de clima.
Alice asintió y yo abrí mi navegador para empezar a buscar inspiración.
Nos sentamos en un silencio agradable durante unos minutos, antes de que yo gimiera y dejara el portátil sobre la mesita. Alice me miró sorprendida. —Tengo que ir a orinar.
—¿Otra vez?— Alice llamó mientras me dirigía al baño para invitados. Oriné rápidamente, sintiéndome aliviada al instante. Últimamente orinaba mucho. Me pregunté si tendría algún tipo de infección en la vejiga.
Cuando terminé, salí al salón y me detuve al ver los ojos de Alice clavados en mí. —¿Qué?
—No te asustes—, dijo, poniéndose de pie lentamente. —Pero, creo que tengo algo para ti.
Fruncí el ceño y la seguí hasta su habitación. Salió un minuto después y me puso un pequeño paquete en las manos.
Me dio un vuelco el corazón.
—¿Crees que estoy embarazada?— Literalmente, la sola idea hacía que mi corazón se estremeciera de miedo. Alice suspiró.
—No lo sé. No estoy segura. Pero sólo, bueno. Inténtalo, ¿bueno? Más vale prevenir que curar.
Me quedé mirando la prueba de embarazo en la palma de mi mano. Ya lo sentía. Había tenido algunos sustos de embarazo en mi vida, y todos habían sido, afortunadamente, falsas alarmas, pero este me daba una sensación inquietante.
Miré a Alice, con la boca seca. Parecía tan preocupada como yo.
—Mierda, de acuerdo, lo haré.
Me tomé dos vasos de agua y tuve que esperar sólo unos minutos antes de volver a necesitar desesperadamente orinar. Me encerré en el baño, desempaqué la prueba y suspiré. Por favor, Dios, que no esté embarazada.
Oriné en el test y leí las instrucciones. Cuando terminé, la dejé sobre la encimera y me lavé las manos. No pude evitar pasearme mientras esperaba el resultado.
Fuera del baño, Alice estaba en silencio.
Cuando sonó el temporizador de mi teléfono, respiré hondo, temblorosa, y cogí el test.
—Mierda—. Siseé, con la boca seca. —Carajo, mierda, carajo—. Di vueltas por el baño y tiré el test de embarazo a la papelera. —Mierda—. Gruñí, golpeando la encimera con las manos.
—¿Bella?— La voz de Alice se oyó claramente desde el otro lado de la puerta. La abrí, Alice me miraba con los ojos muy abiertos. Ella ya sabía lo que tenía que decir.
—¿Es de Edward?—, preguntó. Asentí insensiblemente. —¿Estás segura?
La miré, molesta. —No estaba embarazada antes de llegar a Los Ángeles, y no me he acostado con nadie más mientras he estado aquí.
Me senté en el inodoro cerrado, con las manos metiéndome en el pelo. —¡Maldición!
Alice se acurrucó en el suelo a mi lado, sus manos descansaban suavemente sobre las mías. —Oye, no te preocupes, ¿bueno? Ya lo solucionaremos—. Hizo una pausa y la miré. —Sé que no me corresponde ni nada por el estilo, y que tu cuerpo es tu elección, pero puedo pedirte, por el bien de Edward, que no interrumpas el embarazo. Quiero decir, al menos todavía no, si es lo que quieres hacer.
La miré fijamente, incapaz de respirar. Mi mente se había ido inmediatamente al aborto, y aunque era algo que apoyaba totalmente, la idea de pasar por uno me mareaba un poco.
—No puedo pensar en esto esta noche—. Dije sacudiendo la cabeza. Alice asintió.
—Por supuesto. Vete a la cama. Podemos hablar cuando estés lista.
Asentí agradecida y me levanté del retrete cerrado. Pasé junto a Alice y me dirigí directamente a mi dormitorio. Me metí en la cama y cerré los ojos, intentando detener los pensamientos que se agolpaban en mi cabeza.
No estaba preparada para ser madre. De hecho, no estaba segura de querer tener hijos. Era el compromiso definitivo. La única cosa de este mundo de la que no podía escapar. La sola idea me hacía sentir asfixiada y me quité las sábanas de encima, intentando recuperar el aliento. ¿Debía decirle a Edward que estaba embarazada, aunque pensara abortar? Me parecía correcto decírselo, aunque sólo fuera por cortesía.
Cogí el teléfono y marqué antes de que pudiera contenerme.
—¿Hola?
Hice una pausa, sin reconocer la voz en la línea. —Hola, ¿está Edward?— pregunté. El tipo tarareó.
—Lo siento, ahora mismo está en el plató. ¿Quiere dejarle un mensaje?
Sacudí la cabeza. —No, no importa. No pasa nada—. Colgué antes de que el tipo pudiera preguntarme nada más. Dejé el teléfono sobre la cama y exhalé un largo suspiro. ¿Qué coño iba a hacer?
