Fic realizado para la MishiroWeek. Prompt 2: Nerd.
Es un fic ligero, muy centrado en Koushiro, diría que tiene algo de coming of age.
Si encontráis algún error, agradezco que me lo comentéis.
El retorno del Nerd™
.1.
Koushiro decidió alargar más de lo habitual su descanso de media mañana. Acababa de recibir malas noticias; peores que el epílogo para una Taiora. Tan terribles que ni en sus espirales obsesivas las hubiera imaginado. Y no tenía más opción que afrontarlas.
El mismo día por la tarde, fue a tomar algo con una de las pocas personas con las que disfrutaba socializar.
―¿En qué momento hemos permitido que la cultura empresa rial se volviese tan tóxica? Hace tan solo diez o quince años con que tomaras copas con el jefe hasta caer doblado era suficiente. Pero no, estos imbéciles pasan las horas pensando en cómo exprimirnos más y más. Nunca termina. Cada tontería es peor que la anterior. Escapadas de retiro espiritual, carreras solidarias, conciertos de percusión tradicional, y ahora esto. ESTO. ―enfatizó con las manos, como señalando el tamaño de un miembro enorme. Después hizo una pausa que se sintió solemne, un recuerdo de su libertad―. Si no fuera porque me quedan pocos meses para lanzar el prototipo, me iba ya mismo.
Taichi contuvo la risa, tratando de disimular lo cómica que encontraba su agonía, ya que no sería la primera vez que alguien se molestase con él por eso. Y aunque Koushiro no llegaba a estar agónico, rara vez se dejaba ver tan mal humorado.
―¿Pedimos otra? Te invito.
Taichi levantó las cejas al tiempo que bramó:
―Koushiro Izumi tomando dos cervezas. La cosa es grave.
―Claro. Es lo que he dicho ―dijo Koushiro, molesto.
Taichi aceptó con gusto otra cerveza.
―Esta consumición está patrocinada por explotadores S.L. ―brindó Koushiro.
―Por desgracia, parece que la única forma escapar eso es dejar de ser empleado.
―Y así será, en no mucho tiempo ―dijo Koushiro enigmáticamente―. Mientras tanto, debo tragar como todos. En serio, ojalá solo dejasen mandar a la gente con más de 150 de CI.
Taichi no se sorprendió por la vertiente eugenésica de su amigo, pues ya sospechaba que en secreto debía ser bastante vanidoso con lo de ser un genio por el que en su día se pelearon las Universidades, mas no las mujeres.
Además, solía pensar, Koushiro no es atlético como yo, ni se le da bien la gente como… como a mí también. En algo tiene que sustentar su autoestima, aunque yo no le ande muy atrás en intelecto. Eso es algo en lo que ambos ganamos a Yamato, que nos gana al Monopoly y en entradas.
―Aunque me parece abusivo por parte la empresa, y te lo digo como hijo de sindicalista ―Koushiro escuchó con atención―, mientras te paguen las horas, es totalmente legal. No hay mucho que hacer salvo que quieras tratar de negociar con ellos otros términos, cosa que podría funcionar. ―Paró para beber―. Lo que no entiendo es por qué te ofreciste voluntario.
Koushiro cambió de postura, inquieto, sin conseguir estar cómodo.
―Al principio pensé que me libraría de los retiros de chamanes y que tendría que dar clases de actualización a mis compañeros, que falta les hace a algunos, ¡no a sus hijos! No quiero volver al instituto. ―Hundió la cabeza en sus brazos como si fuera niño otra vez.
―Es cierto que los chavales de hoy son insoportables ―Taichi, dando ánimos.
Koushiro se frotó los ojos, exhausto.
―Pero, venga, lo harás genial, y solo son un par de horas a la semana, como apoyo. Eso no es nada.
―Menudo desperdicio de tiempo y esfuerzo. Cuando me contrataron, me dijeron que valoraban el talento. Y ahora me rebajan a profesor de secundaria…
―Dos horas solo. Es VO-LUN-TA-RIA-DO.
―Un voluntariado involuntario.
―Nada, no hay manera contigo. Siempre igual. Cuando se te mete una idea en la cabeza no escuchas a nadie.
Koushiro inclinó la cabeza y lo miró fijamente.
―¿Ajá? Tú no aguantaste ni tres sesiones como entrenador.
―Esos críos eran realmente estúpidos ―se defendió Taichi―. No exagero. Había más posibilidades de que se torcieran el tobillo que de que acertaran a dar una patada al balón. Y todo el rato peleando y pegándose. Sé que son niños, pero no nos recuerdo así. Mira, tú lo vas a tener más fácil. No es lo mismo una actividad física que una clase de ciencias, te respetarán más. Seguro, querrán aprobar. Y son más mayores.
Koushiro lo corrigió:
―Son adolescentes. Los peores. Los niños son criaturas sin moral, pero los adolescentes, además de eso, son fuertes.
―Y alguno más alto ―añadió Taichi, lo suficientemente borracho.
―Y muchos más altos ―afirmó Koushiro―. Son enormes. ¿Qué suerte de hormonas consumen que no había hace quince años?
―Y alguno hasta será más listo que tú.
―Ojalá. ―Koushiro apoyó el vaso en la mesa, haciendo ruido―. Me encantaría eso.
Habría que verlo, pensó Taichi, no lo suficientemente borracho.
―¿Ves? No todo es tan malo. ¿No es el propósito motivarles cara estudios científicos y descubrir talento? Un genio huele a otro genio, eso seguro.
Koushiro asintió, pensativo. Al poco, terminando la cerveza, concluyó:
―Mejor dejemos el tema. Solo tengo que aguantarlo y nada más.
Koushiro era consciente de que, objetivamente, no era nada extraordinario lo que tenía que hacer. Tenía bastante sentido tratar de hacer un puente entre la educación y el mundo laboral, y no tenía que ejercer de profesor como tal ―ni tenía la formación―, dado que habría un docente en el aula en todo momento. Tampoco tenía que gastar tiempo preparando las clases, pues sería el profesor el que le diría el tema a tratar y él haría una exposición sobre el mismo, enfocada a la práctica, y contestando las dudas que surgieran. La parte de actividades y evaluación correspondía enteramente al profesor. Koushiro era un recurso más, como lo podría ser un vídeo o un PowerPoint.
―…Entonces ―contaba Taichi―, le dije: todos estamos de acuerdo menos tú.
―Ojalá poder hacerlo por videollamada. La educación presencial es un atraso. Otro más. Y encima tenía que tocarme mi antiguo instituto.
―¿No era que querías dejar el tema?
Koushiro bajó la mirada.
―Lo siento. No puedo.
―Tan listo no serás ―dijo con sorna―. La última y nos vamos.
.2.
Apenas se había recuperado de la resaca, llegó la primera clase. Koushiro se presentó al instituto poco después del descanso para comer. Lo recibió su antiguo profesor de Educación Física, al que Koushiro no guardaba cariño ni tampoco rencor, pues ya bastante tenía el hombre con pasarse cuarenta años vestido con un chándal azul Doraemon, y por ello ganarse ese apodo.
A pesar de presentarse como el nuevo director, seguía con la misma ropa. Koushiro admiró su compromiso y se sorprendió de que recordase su nombre.
El director rio.
―¡Como para olvidarme de ti! ―le dio una palmada en el hombro―. Te pasaste dos años con excusas para librarte del ejercicio y tu escarabajo se coló en el gimnasio causando un alboroto justo cuando te tocaba saltar el potro.
―Admito que en esa época no fui el mayor fan de la actividad física, aunque de niño tuve mi momento con el fútbol. Y ahora me estoy reconciliando con el gimnasio. ―El antiguo profesor levantó una ceja y llevó la vista a los delgados brazos de Koushiro―. Pero con lo de Tentamon no tuve nada que ver. Es más, saltar el potro me resultaba bastante sencillo. Aquel día Tentomon se puso nervioso y, bueno...
Koushiro calló, con la impresión de que, en un intento por resultar sociable, había hablado de más. Se tranquilizó cuando el hombre Doraemon le sonrió.
―Sí, claro que me acuerdo de ti. ―Volvió a darle una palmada, esta vez en la espalda―. Pocas veces se ven chicos como tú. No dejes que esos genes se pierdan, ¿eh? Lo cierto es que hubieras encajado mucho mejor con estos grupos que con los que te tocaron. ―Koushiro se interesó por primera vez en toda la visita―. Estoy seguro de que te encantarán.
―Oh, qué bien.
―Son muy maduros y estudiosos; les encantan los ordenadores, muchos saben programar. Y no hacen deporte. A decir verdad, deberíamos promocionar más el deporte que la ciencia. El deporte es salud.
Nunca nadie había visto a Doraemon sudar el chándal, aunque él juraba hacer mil flexiones diarias. Koushiro en sus días de alumno decía que debían ser flexiones mentales.
―Sí ―dijo en respuesta, por no entrar en una discusión sobre cómo gracias a la ciencia un día podríamos mantenernos cual Hércules sin necesidad de mover un dedo―. Men sana in corpore sano, que decía Décimo Junio.
―¿Qué?
―Decías de que son grupos tranquilos, muy enfocados a lo académico e interesados en la informática.
―Sí, tranquilísimos. Tenemos un alumnado excepcional. Somos los mejores de la zona. Hemos ganado varios premios de matemáticas, escritura, lengua extranjera, ciencias… Ven conmigo, te los presentaré.
Koushiro siguió a su antiguo profesor de gimnasia, por lo que le pareció un interminable pasillo hasta llegar a una de las clases. El director abrió la puerta sin llamar y una profesora mayor se levantó de la silla al tiempo que se arreglaba el cabello con timidez. Ya trabajaba ahí cuando Koushiro estudiaba, pero nunca le había dado clase.
―Perdona, Masako, este es Izumi-san, el nuevo auxiliar de ciencias. Tan solo le quería presentar a estos chicos y chicas, que son extraordinarios.
―Ah, pues muy bien ―la profesora se tapó la boca para bostezar―, chicos, chicas, a ver, decidle hola al nuevo auxiliar.
Obedecieron. El director, satisfecho, se dirigió a una chica que parecía ser la delegada de clase y le pidió que enseñase los proyectos en los que estaban trabajando. La clase entera se entusiasmó con la idea. Koushiro empezaba a pensar que no sería tan malo dar clases allí, hasta se sentía enternecido con la ilusión de los estudiantes.
―Izumi-sensei, este lo tenemos casi acabado. Llevamos con ello desde septiembre.
Koushiro observó a la chica y al resto de la clase con asombro. Se sentaban con la espalda recta, con la silla bien recogida y las mesas limpias y alineadas. Iban perfectamente peinados y uniformados. El ambiente olía a perfume. Definitivamente, las cosas habían cambiado mucho.
―Está fantástico ―celebró Koushiro. Doraemon tenía razón, le hubiera encantado ser uno más en esa clase.
―Estupendo. Muy bien, perdón una vez más, Masoko, podéis continuar. Seguiré enseñándole el centro a Izumi-san.
Koushiro salió de la clase más relajado de lo que entró. Me preocupé sin motivo, pensó. Siguió caminando junto Doraemon, que le enseñó las reformas que habían hecho en la cafetería, la biblioteca y el salón de actos. El hombre realmente parecía sentir ese instituto como algo muy personal. Hablaba lleno de orgullo.
Entraron en una sala llena de cables y piezas de ordenadores sueltas de varias épocas distintas.
―Hicimos esta parte pensando en geeks de la informática como tú. ―Koushiro se inquietó, ¿Tan pronto habían pasado del Izumi-san? ―Y fue todo un éxito, quién diría que hay tantos.
Koushiro no estaba muy seguro de si en sus palabras había respeto o desprecio.
―Creo que les ha motivado y eso repercute en las notas en general.
―Oh, ya lo creo ―opinó Koushiro―. Se les veía muy involucrados.
―Sí que lo están, sí. ―Doraemon realizó una inspiración muy profunda y soltó el aire haciendo ruido―. Por desgracia, el alumnado con el que trabajarás no tiene tanto interés en la informática, ni en nada científico, ni artístico. Ni… la verdad, no sé qué les puede interesar. Están en una edad difícil.
Koushiro palideció y los músculos de su espalda se volvieron a agarrotar.
―Ah, perdona, ¿pensaste que eran los otros? No, no, esos no necesitan más recursos. El voluntariado es un programa para los casos perdidos. Vamos para allá y ya te quedas con ellos.
Bajaron tres plantas, como descendiendo a los infiernos, y caminaron por otros interminables pasillos. Koushiro recordó el laberinto.
―Una cosa más antes de entrar. Hay un alumno que es mejor no mirarle a los ojos. El grandote; ese no lo mires. También tenemos a dos chicas en protocolo por riesgo de fuga, así que es mejor no estresarlas. Y uno que lo expulsaron de otro instituto por prender fuego a la biblioteca; una travesura que se salió de su control, pero es muy simpático, no te dará problemas. Por lo demás, las típicas dificultades, ya sabes.
Koushiro asintió, mudo, en shock. Volvía a tener quince años y estar rodeado de primates. Volvía a ser el rarito listillo que no necesitaba esforzarse mucho en estudiar, pero que se pasaba el día pegado a la computadora o libros, alimentando su curiosidad, ampliando las preguntas y sintiéndose un poco más ignorante cada vez, más pequeño en el Universo, mientras que se iba separando más y más del resto. El que permanecía callado en todas partes, aunque sus ansias de compartir eran inmensas, tan solo porque nadie entendía, solo se reían de lo preciso de su vocabulario, de sus reacciones, de lo alienígena que era. El que tenía fama de serio, porque nadie lo veía reírse con los memes de su grupo de nerds, con los que solo hablaba a distancia.
Entró en la clase, detrás del hombre en chándal, disimulando su temblor. En el aula había un profesor de mediana edad, altura media y calvicie severa. Koushiro no lo había visto antes.
―Perdona la interrupción, Haruki. Este es Izumi-san, tu nuevo auxiliar de ciencias. Fue antiguo alumno y es un genio como pocos. Chicas, chicos, no sabéis qué suerte tenéis de tenerlo aquí.
Koushiro observó de forma general al alumnado. Medio desplomados en la silla, con la cabeza en la mesa o sobre el brazo. Algunos masticando chicle o papel. Papeles por el suelo, mesas pintarrajeadas. Despeinados, con la ropa arrugada y la cara apagada. Del olor, mejor no hablar.
Koushiro, plantado frente a los estudiantes, comenzó a contarles sobre sus estudios y la importancia de la investigación para nuestra sociedad. Hablaba sin tener muy claro si estaba diciendo algo.
―Y, si todo va bien, para el año que viene podremos comenzar con...
El timbre interrumpió su discurso. Amaestrados cual campana de Pavlov se levantaron a la vez y comenzaron a hablar entre ellos. Koushiro miró a Doraemon y a Haruki, hablando entre ellos también. Estaban más que acostumbrados a esa escena.
Dos chicas mal maquilladas se acercaron a Koushiro y se quedaron mirándolo. Una le dijo a la otra, sin preocuparse del tono de voz:
―Está más bueno el de inglés.
La otra asintió y se fueron del aula cogidas del brazo.
―Esa es mi sobrina ―dijo Doraemon―. No tiene mala cabeza, pero no se esfuerza.
Koushiro pensó que se esforzaba demasiado.
.3.
Koushiro leyó la respuesta de Taichi:
«Seguro que fue mejor de lo que piensas».
Tras salir del instituto y pasarse diez minutos andando, se sentó en un banco para escribir respuestas que nunca llegó a enviar porque se acababa de dar cuenta de que Taichi jamás podría llegar a entenderle. Taichi no era, ni había sido, un nerd. Taichi había sido de los chicos más populares de la escuela. Buen cuerpo, bueno con los deportes, actitud desenfadada pero educada y la bastante cabeza como para sacar notables sin preocuparse demasiado, sin tampoco caer en el error de obsesionarse con saberlo todo o, peor, de demostrar que lo sabía. Las chicas se arreglaban el cabello y metían barriga cuando pasaba y los chicos lo imitaban. Taichi era el típico chico guay. Y Koushiro era un nerd. Y ni ser amigo del chico guay le pudo salvar del ostracismo social.
Aunque eso no les hiciera menos amigos, había una barrera ente ellos totalmente insalvable, incluso años después del instituto.
―Koushiro. ―Levantó la vista del móvil en dirección hacia la voz, que conocía perfectamente.
Koushiro recolocó su espalda. Mimi, la ninfa, la musa. La mujer. La Mimi brillante. La única Mimi posible se sentó a su lado de la forma más femenina que pudo, riendo un poco antes de hablar.
―¿Qué haces?
―No estoy muy seguro. ¿Qué haces tú?
Mimi se acarició las piernas.
―Espero por Michael, mi amigo, ¿te acuerdas de él? Para entrenar juntos, vamos a un gimnasio que hay en esta calle ―dijo señalando hacia la izquierda―. Por eso me pillas un poco desarreglada.
Koushiro pensó que se veía igual que siempre.
―¿Michael? No sabía que vivía aquí.
―Sí, es auxiliar en nuestro antiguo instituto. Es su primer año aquí.
Koushiro miró su reflejo en el cristal del edificio que tenían enfrente. Mimi miró el perfil de Koushiro.
―El de inglés, ¿conversación, no?, ya entiendo ―dijo Koushiro, recordando a las dos niñas mal maquilladas. Años después y Michael seguía siendo el preferido.
―Sí, eso mismo, ¿cómo lo sabes?
Koushiro se encogió de hombros.
―Intuición.
―Vaya, realmente no te cansas de ser un sabelotodo.
Koushiro sintió una punzada en el pecho. Odiaba escuchar eso, especialmente si lo decía ella, aunque supiera que no lo hacía con mala intención, pero, como siempre hacía, lo ocultó.
―Ojalá lo supiera todo, Mimi. Ojalá. ―Suspiró―. Así que empezaste a ir al gimnasio ―dijo, por no saber de qué hablar.
―Bueno, para ser honesta, no hago gran cosa. Paso por tres máquinas, luego la bici y después veinte minutos de sauna. Eso sí que es genial. Deberías probar, te noto algo estresado.
Koushiro resopló.
―Ni te imaginas.
Mimi le acarició la espalda como cuidándolo.
―Cuéntame, vamos a tomar algo.
―Pero habías quedado con Michael.
―No es problema, le escribiré. Para ser sincera, no me apetecía ir. Ya iré mañana. Además, hace muchísimo que no te veo.
Koushiro asintió y se incorporó. Mimi comenzó a caminar, buscando una cafetería. Koushiro se detuvo. Quería estar con ella, pero más quería estar solo. Dudó. Pensó que no tenía nada que ofrecer.
―Mimi, mejor… ve al gimnasio, no mantendrás el hábito si te lo empiezas a saltar. Te lo digo por experiencia. Te llamaré y nos veremos otro día mejor. Con más tiempo. Piensa en un sitio al que te gustaría ir y que no te dé vergüenza que te vean conmigo.
Mimi se echó a reír. Koushiro no trataba de bromear.
―Como prefieras ―dijo encogiéndose de hombros.
.4.
Koushiro había sobrevivido a las dos primeras semanas de involuntariado. Si trataba de ignorar la existencia de los alumnos y estos estaban callados, no era más que hablar de temas científicos muy básicos. No creía que la clase estuviera siendo aprovechada, pero él no estaba ahí para hacer milagros, se dijo. Si a esa edad aún no sabían ni qué era un átomo, ¿se podía esperar realmente algo de ellos en ese campo? Y, ¿era importante siquiera? Conocía mucha gente que no sabían ni leer una tabla periódica, pero perfectamente funcionales en sus respectivos quehaceres. Pero él tampoco estaba ahí para cuestionar el sistema educativo.
El profesor Haruki le había pedido que se quedase un poco más de tiempo ese día, para poder programar las siguientes clases con más calma. Koushiro esperaba a que terminase las clases en la sala de profesores, tomando un café de máquina, preguntándose si los docentes todavía no habían descubierto que existían los emails.
―Hi.
Respondió también en inglés, sabiendo al instante de quién se trataba. Luego oyó cómo las pisadas, antes energéticas, se paraban en seco.
―¿Yo conozco a ti? ―preguntó, con un pie en la afirmación.
Koushiro suspiró. Sí, me conoces, idiota ―quiso decirle.
―Sí ―dijo Koushiro, paciente―. Nos presentó hace años Mimi.
Michael asintió mostrando unos dientes perfectos, como el resto de su cuerpo.
―Es cierto. Man, tú no has cambiado nada desde antes.
Koushiro entendió por qué otros japoneses no querían relacionarse con extranjeros.
―Tú también estás igual ―dijo con una ambigüedad que no fue percibida por el estadounidense, al no entender los códigos no verbales locales.
Koushiro y Michael comenzaron un duelo de sonrisas. Michael dejó caer, como si nada, que había aceptado el trabajo como forma de poder residir en el país, porque al parecer adoraba la cultura japonesa, lo que Koushiro tradujo acertadamente como el anime, y también quería tener la "experiencia". Al parecer, eso para él eran unas vacaciones pagadas, pero no descartaba terminar residiendo permanentemente en Japón.
Koushiro no quiso interesarse por sus planes laborales, intuía que debía ser algo de niño rico. Además, aunque, en lo objetivo, no tenía nada en contra de Michael, prefería conocerlo lo menos posible y seguir odiándolo.
―Entonces, ¿eres tú profesor?
―Sí. Eso parece. Pero poco.
Koushiro esperó que eso terminase la conversación.
―That's cool. ¿En qué grupos?
―Doy un par de horas en el grupo adaptado.
Michael rio y alzó las manos.
―Esa clase es crazy. Muy divertida. Ellos no saben nada, pero todo está bien. Muy bueno.
―Buenísimo. Tan bueno como el café.
Esa tarde, al volver a casa, Koushiro retomó los entrenamientos y los batidos proteicos con más rabia que nunca. No quería volver a perder cuando lo comparasen con Michael. No quería que hubiera espacio a tal comparación siquiera. Lamentaba no haber tenido más disciplina en el pasado y "no haber cambiado nada". Se juró a sí mismo que no quedaría con Mimi hasta que su cuerpo se asemejase a lo que ella merecía. Seguiría siendo un nerd, pero al menos sería un nerd sexy.
.5.
―Realmente lo odio. Lo odio, Michael. Estoy harta de tener que ir detrás e insistir para que simplemente me actualice dos líneas de su vida, porque solo usa sus redes sociales para lo laboral, el maldito.
Mimi apenas sudaba cuando hacía ejercicio y se pasaba el rato hablando y arreglándose la coleta. Michael lo encontraba irritante, pero no tenía otra persona con la que ir al gimnasio y para él ir acompañado era el único modo de motivarse. Además, su amistad era lo bastante sólida como para poder decírselo sin que se viera afectada.
―Cuando vivía en EEUU era lo mismo. Yo le mandaba un párrafo contándole mil problemas con mis amigas. Y él me contestaba "qué mal, lo lamento". Es que es tremendo imbécil. ¿Por qué no me puede gustar alguien normal? No pido tanto. Pido alguien normal.
―Pero, Mimi, tú no eres normal ―dijo Michael, al terminar su primera serie.
Mimi rio.
―De acuerdo, pero yo por lo menos me intento acercar. Todos dicen que le gusto, pero no veo que haga nada por demostrarlo.
―Quizá él está respetuoso. Demasiado.
―No ―dijo Mimi, cada vez parecía más enfada―. Es pura indiferencia. Hace dos meses me dijo que me escribiría para quedar en condiciones, que iríamos adonde yo quisiera. Y solo me ha hablado para posponerlo.
Michael asintió.
―¿Por qué tú no escribes a él? ―dijo algo cansado de dar consejos.
―Porque estoy harta, Michael. Harta. ¿Y qué le escribo? Si no me escribe, es que no le importo. Pero si no le importo, ¿por qué me dijo que me escribiría?
―Koushiro parece muy tímido. Y tú puedes dar poco de miedo. Muchos hombres tienen miedo al rechazo. O a fracasar. Sobre todo, si tienen interés en la mujer.
―¿Miedo? ¿A mí? Michael, eso no tienen ningún sentido.
―Créeme que sí. ―Michael cambió al inglés para poder explicarse mejor―. He conocido algunos que se han pasado años enamorados de alguien que nunca se atrevieron a hacer nada, porque pensaban que no serían correspondidos, no querían fastidiar la amistad o su enamoramiento les hacía ver a esa persona inalcanzable y demasiado especial para ellos. Aunque a veces sí estaban en lo cierto, otras no. Cuánto más investidos en la persona, más cuesta ver la realidad.
―¿Tú crees?
Mimi se recostó en un banco con una pesa sobre la cintura y se quedó así, descansando. Si Michael estaba en lo cierto, valía la pena escribir a Koushiro. Y si no lo estaba, pensó, creía poder soportarlo.
Cogió el teléfono y le mandó la localización de un restaurante un poco más caro de lo que solían ir, pensando que sería un modo de probar su interés.
«Igual es un poco caro, pero me han hablado bien de este».
Koushiro no tardó en responder.
.6.
Koushiro intentó retrasar la cita todo lo que pudo, para que a su cuerpo le diera tiempo a cambiar lo más posible. Todavía estaba muy lejos del resultado de sus sueños, pero iba por buen camino. Gracias a herramientas de inteligencia artificial, Koushiro había conseguido establecer un plan de entrenamiento, alimentación y suplementación óptimo y compatible con su estilo de vida por poca inversión. Hubiera preferido esperar un poco más para estar menos "igual", pero valoró que quizá Mimi no fuera tan paciente.
Se había vestido con la ropa que creía que más le favorecía, iba afeitado a la perfección y llevaba perfume, pero la armadura de su confianza no aguantó cuando vio a Mimi. Sin mucho esfuerzo, y vestida de pies a cabeza de un rosa suave, Mimi hacía girar cabezas.
Los sentaron junto a una ventana, que pronto se llenó de gotas de lluvia. Sin tan siquiera llegar a pedir, Mimi le comentó muy por encima las últimas novedades de su vida. Se había metido en dos cursos que había dejado a medias, acababa de mudarse a un apartamento más moderno, tenía en verano una boda en Korea, y le habían encontrado un déficit de una vitamina, pero nada que no arreglase un suplemento.
Koushiro la escuchaba con placer. Pensó que Mimi sí sería alguien a quien los alumnos escuchasen, aunque no dijera nada.
―Qué tonta, tengo tanta curiosidad por saber cómo te va, y aún así me he puesto a hablar de mí. ―Le sostuvo las manos unos segundos, y se las soltó cuando llegó el camarero con la carta.
Koushiro hizo como que pensaba en qué pedir, pero solo trataba de ganar tiempo. Sabía que solo pediría lo que la ia le permitía cenar. Mimi ya había decidido y lo miraba con expectación y una sonrisa.
Koushiro le devolvió la sonrisa, solo un segundo.
―¿Cómo te va con lo del instituto?
Koushiro volvió a mirar la carta. Si Taichi no podía entenderle, nada hacía suponer que Mimi pudiera. Suspiró y se lo contó restándole importancia.
―Me ha tocado en la peor clase del centro. Pero no es más que un par de horas por semana, así que no es para tanto.
Mimi sonrió incluso más que antes.
―En cualquier caso, estoy segura de que das unas clases fantásticas.
Koushiro inclinó la cabeza, poniéndolo en duda. Llegó el camarero, les sirvió vino y pidieron.
―Lo decía en serio.
―Déjalo, Mimi. No valgo para la enseñanza.
―No digas eso. Cuando estábamos en secundaria siempre acudíamos a ti para preguntar las dudas antes de un examen. Y en cinco minutos conseguías que entendiéramos lo que no habíamos entendido en dos semanas.
Koushiro lo recordó, mientras bebía un poco.
―Eso os pasaba porque estabais más atentos por la presión del examen, no porque yo explicara bien.
―Te lo digo en serio. Lo hacías ver tan fácil e incluso, a veces, interesante. Acepto que no te guste dar clase, yo tampoco entiendo cómo alguien querría ser profesor. Pero no digas que lo haces mal. Estoy segura de que no es así.
―Mimi, es que… Da igual, no lo vas a entender.
―¿Por qué?
―Es… olvídalo. Hablemos de otra cosa.
Mimi cogió la copa e intercambiaron miradas. Sonrió entrecerrando los ojos y sin mostrar los dientes. Sabía que acababa de tocar oro, pero que sería más fácil de insistir cuando le hiciera algo de efecto el alcohol.
Tras el postre, Mimi pidió estratégicamente un par de chupitos. Koushiro dudó. No debía tomar más alcohol si no quería echar por tierra sus esfuerzos fitness, pero, por otro lado, en el pasado el alcohol le había demostrado ser un buen catalizador social.
Mimi había sembrado y estaba a punto de recoger. Al salir, se cogió de su brazo con la excusa de que el paraguas no era lo suficientemente grande y sacó el tema prohibido.
―En el instituto tú eras normal ―explicó Koushiro―. Y yo un bicho raro. Hasta mi digimon es un bicho.
―¿Gracias?
―Ni siquiera eras normal. Eras una belleza.
Mimi alzó las cejas, sorprendida del arrebato.
―Gracias, definitivamente.
―Y, por eso, no me puedes entender. Yo era un nerd. Y, qué puedo decir, jamás intenté ser otra cosa. No busqué serlo, pero es lo que resulté ser.
―No eras un nerd. Eras el el rey de los nerd.
Koushiro rio.
―Eso mismo. Ahora he mejorado, o eso creo. Me cuesta menos relacionarme con todo tipo de gente. Me he forzado a ello. También cuido más mi apariencia. Hasta sé qué colores me quedan.
―Lo he notado.
―Pero el colegio y el instituto me dejaron una herida profunda que no puedes entender.
―¿En serio? No entiendo por qué. Pero si se te daba genial. Sacabas todo diez.
―Me aburrían las clases. Me aburrían los niños. Necesitaba amigos pero casi siempre estaba solo porque me aburría a lo que jugaban los demás y ellos se aburrían de mí. Lo peor era cuando se reían. Nunca me acosaron ni nada parecido. Pero las risas, las miradas, no se me han olvidado. Se reían cuando no pretendía ser gracioso. ¿Sabes lo peor? Eso me sigue pasando. Aunque ya no me molesta, hasta me alegra que alguien me encuentre cómico. Y lo peor era la clase de educación física… me escogían siempre de último, incluso después de las chicas. Y encima no me subieron de curso porque tardé en crecer físicamente. Y mis padres temían que cambiarme de curso me volviera más raro aún. A los diez años mi capacidad era la de alguien de veinte y a los quince empecé a entender que, socialmente, estaba haciéndolo todo mal. Y ya no me importa, porque eso está lejano, pero fueron muchos años desagradables en esos aspectos. Pensé que jamás ningún otro humano me entendería. También hubo muchas cosas buenas. Tuve suerte, buenos amigos, no todos pueden dar las gracias por eso. Y tengo una buena mente, que a menudo he maltratado, y un cuerpo sano que debería cuidar mejor. Y mis padres, aunque a veces piensen que soy raro, no pudieron quererme más. Tengo muchas fortunas en mi vida.
Mimi trató de asimilar la confesión. Koushiro no parecía dolido, no como para consolarlo. Koushiro no parecía lamentarse, solo explicaba.
―Yo intentaba ser tu amiga, desde el primer año.
―Lo sé, y lo fuiste. Y doy gracias también.
―A menudo también tuve problemas para hacer amigos. Se metieron conmigo por llorar demasiado y me costó un poco sentirme integrada cuando volví de EEUU.
―Lo sé, Mimi, sé que no todo fue fácil para ti. Pero eso no cambia mi punto. Tú eras una flor y yo un insecto que prefería estar delante de un ordenador para evadirse.
―Pensaba que tú preferías estar solo.
―A menudo lo prefería. ―Koushiro notó que Mimi no se sentía bien con las revelaciones―. Olvídalo, no tiene ninguna importancia, solo te lo conté porque insistías. Fui y soy feliz.
―Qué tonta soy ―dijo Mimi, haciendo caso omiso.
―No digas eso. Eres la persona más espectacular que he conocido.
Mimi sonrió. Koushiro se acercó despacio a ella, intentando besarla. Ella cambió de postura para facilitarlo. Al separarse, sonreían ambos.
Se dieron más de un beso de camino a casa, y varios en el portal de Mimi, al despedirse.
Ya en cama, Mimi le mandó un mensaje a Koushiro:
―Sabes, no puedo hablar por todos tus alumnos. Pero en algunas cosas quizá os parecéis más de lo que creéis. Aunque no sean nerds. Ellos también se deben sentir fuera de lugar, como que no podrán nunca ponerse a la altura del resto. Seguro que también odian ir a clase. Y que tienen miedo de nunca encontrar su sitio. Tu adolescente tiene más en común con ellos que con los nerds de ahora.
Koushiro no vio el móvil hasta el día siguiente. Estaba tan feliz que tras despedirse se fue dando brincos.
.7.
―Y, desde entonces, hemos hablado casi a diario por mensajes, pero son cero románticos. No ha mencionado nada de besos, nada de quedar de nuevo, nada sexual ni nada. Solo me pregunta qué tal estoy y comentamos cosas del día a día ―dijo Mimi, que ya había dejado de pedalear. Michael seguía a buen ritmo.
―Raro, bastante raro. Yo noto a él más contento últimamente. Y más grande, más fuerte.
Mimi se bajó de la bici.
―Quizá encontró novia y no me lo quiere decir.
―Tú pregúntale a él.
Apreció el consejo y cogió el móvil.
.8.
Mientras tomaba un café en la sala de profesores, esperando la hora de la muerte, Koushiro recibió un mensaje que lo puso nervioso.
«He estado pensando y quería decirte que me acuerdo de los besos que nos dimos y que no sé si podías darme».
Koushiro comenzó a escribir una respuesta que borró antes de enviar. Durante todo ese tiempo se había quedado con el recuerdo de aquellos besos, como algo que sucedió esa noche y que nada indicaba que pudiera suceder otra. No al menos hasta que se volviera tan atractivo como para estar a la altura de Mimi.
Guardó el móvil y entró en clase con el café en la mano. Los alumnos tardaron en callarse. Ya se habían dado cuenta de que Koushiro tenía tan pocas ganas como ellos de estar allí, aunque llevaba un tiempo que parecía de mejor humor y hasta se animaba a enseñarles memes de ciencia. Había mejorado dando las clases, las hacía más dinámicas y adaptaba mejor el lenguaje a lo que podían entender. De hecho, les caía bastante mejor que otros profesores, aunque seguía sin superar a Michael en popularidad. Koushiro se los había ganado hablándoles de cómo la tecnología podría mejorar nuestras vidas, pero también destruirlas, a la vez que comentaban cine de ciencia ficción, y con las posibles soluciones a la paradoja de Fermi. Los extraterrestres nunca le fallaban.
Aunque los veía algo más interesados en la asignatura desde que Koushiro venía, algo de lo que se quejaba bastante el profesor titular es que a la hora de resolver problemas no querían ni intentarlo. Por ello, habían acordado que les hablaría de lo importantes que eran los errores, aunque como sociedad lo habíamos olvidado.
―Uno de los grandes problemas que tenemos ahora mismo es que somos muy reacios a publicar un resultado negativo. No queremos reconocer los errores porque eso no vende bien. Dependemos mucho de la financiación y los inversores no quieren oír nada salvo que los resultados cumplen lo esperado. Cualquier otra cosa y se asustan como conejos al ver un coche. Pero nosotros no debemos tener miedo al error. Estar equivocados en algo no es un fracaso, solo nos revela la verdad o parte de ella. ¿Cómo va a ser eso un fracaso? El camino al aprendizaje está lleno de cometer errores; es la única forma de aprender algo y aumentar el conocimiento.
Koushiro recibió otro mensaje, que leyó con disimulo mientras los alumnos debatían sobre el tema.
«No dices nada, supongo que prefieres seguir evitándolo».
Koushiro pensó que no era eso, pero no sabía qué explicación dar. Siguió meditándolo mientras terminaba de dar la clase. Era su última semana.
Al tocar el timbre, un alumno se acercó a Koushiro y le entregó un dibujo que había realizado. Era un retrato, en el que lo dibujaba flotando en el espacio con un cuerpo hercúleo. Koushiro se quedó impactado. Era la primera vez que alguien lo dibujaba hermoso.
―No es muy bueno ―le dijo el alumno―. Pero es lo mejor que pude hacer. No sabía si dártelo por si pensabas que era un poco raro y no te gustaba.
―Está increíble. Lo enmarcaré.
―Gracias ―respondió con timidez―, me gusta mucho dibujar. ¿Nos darás el curso que viene?
―No lo sé ―dijo Koushiro―. Pero me gustaría.
―Ojalá que sí.
Koushiro le dio las gracias de nuevo y guardó el dibujo. Al menos, él también tenía su público, pensó, no todos prefieren a Michael.
.9.
Mimi llegó antes de tiempo a la casa de Koushiro, por lo que se lo encontró preparando la cena. La receta también la había decidido la ia, pero los parámetros habían sido modificados. La nutrición había pasado a segundo plano por un día; lo importante era disfrutar y hacer sentir a Mimi especial. Él se disculpó por estar sin arreglar. Ella le dijo que se fuera a cambiar si quería, que se quedaba vigilando en la cocina.
Antes de salir de la cocina, con la camiseta manchada de grasa, Koushiro besó a Mimi y siguieron besándose durante varios minutos.
