Capitulo 19 El poder de un Vínculo.

Atem y Nahia se abrían paso con urgencia a través de los intrincados pasillos del rompecabezas, acosados por la ominosa marea que parecía anhelar engullirlos por completo. No había resquicio de liberación, únicamente el inexorable avance de esa oscuridad, densa y hambrienta, que se extendía sin piedad en todas las direcciones. Cada paso, una trampa más.

Cuando entraron en otra sala, se encontraron con un conjunto de puertas que se abrían ante ellos. Atem, con determinación, selló la entrada por la que habían venido, sabiendo que era una resistencia efímera contra la implacable sombra que los acechaba.

—Nos tiene atrapados — murmuró Nahia, sus ojos fijos en las puertas que se extendían más allá de su alcance —¡Tenemos que salir del rompecabezas ya!.

Atem rastreó la dirección de su mirada. La negrura se filtraba insidiosamente por debajo de cada puerta, serpenteando entre las rendijas del suelo, como una sombra hambrienta en busca de presas indefensas.

—No hay escape — admitió con un pesar abrumador, el eco de sus palabras reverberando en el aire opresivo.

En ese preciso instante, la cruel realidad de su situación lo envolvió como un abrazo gélido. ¿Estaban condenados a encontrar su fin en aquel lugar, entre pasillos sin esperanza y puertas selladas? Era una perspectiva que no podía ignorar. Al observar a Nahia, notó cómo su semblante palidecía aún más, reflejando el mismo miedo que también anidaba en su propio ser. Sus ojos, dilatados y colmados de temor, encontraron los suyos.

—Debe... debe de haber una solución — balbuceó, abrazándose a sí misma. Un gemido de terror se escapó de sus labios — No podemos permitirnos...

Atem se aborreció en ese preciso instante, un veneno de autodesprecio recorriendo sus venas. Odió a la criatura que los acechaba, que los había conducido a este punto sin un atisbo de esperanza. ¿Cómo no habían percibido la presencia de la oscuridad, siempre al acecho, esperando su momento para manifestarse? La sombra había estado arraigada desde siempre en el rompecabezas, a la espera de su turno para actuar. Intentó convocar su magia, anhelando liberarse, perforar el oscuro manto que los perseguía, pero se dio cuenta de que su poder también estaba aprisionado, como si una mano invisible hubiese sofocado su esencia con un simple gesto.

Una sensación de impotencia lo inundó, pero se contuvo. No permitiría que esa frustración lo detuviera. Defendería a Nahia con cada fibra de su ser, incluso si eso implicaba ofrendar su último aliento.

—Nahia, debemos afrontar esto — le ordenó con una firmeza que resonó en el aire cargado de incertidumbre, sus ojos penetrantes buscando los suyos —. Mírame, necesito que luches. Enfrentaremos esta oscuridad juntos.

—¿Luchar? — repitió, sus ojos se clavaron en la puerta que empezaba a vibrar con violencia — No sé si puedo...

—Sí puedes — insistió él, apretando su mano con determinación —, tu magia es fuerte, puedo sentirlo.

—Atem...

La puerta fue arrancada de sus goznes con un estruendo ensordecedor. Atem actuó con la agilidad de un felino, apartando a Nahia y cubriéndola con su cuerpo mientras las astillas llovían sobre ellos. Alzó la mirada cuando la lluvia cesó, tentáculos de oscuridad se extendían como los brazos de un pulpo gigante por el agujero que había dejado la explosión, serpenteando por las paredes y emitiendo un sonido de succión repugnante al adherirse a la piedra y cubrir la superficie. La oscuridad se acercaba con determinación implacable, como una bestia hambrienta acechando a su presa.

—Atem —chilló Nahia, cuando la oscuridad inundó gran parte de la habitación en segundos, su mano aún aferrada a la suya, sus ojos fijos en la criatura frente a ellos—, ¡debemos salir de aquí!

—¡Basta! —rugió él con una voz potente, una que no había usado en mucho tiempo, hacia la oscuridad que los rodeaba.

La criatura pareció estremecerse y detuvo su avance. Una risa siniestra y escalofriante resonó a través de la negrura, erizando la piel de Atem. Nahia se aferró a él con más fuerza.

—Vaya, parece que el Faraón aún conserva ese aire de ...autoridad suprema —murmuró la criatura con una voz que reverberó en la habitación, llena de burla y desprecio.

Frente a ellos, una parte de la oscuridad empezó a desprenderse y tomar una forma distinguible. Emergió una criatura envuelta en una túnica que parecía haber sido tejida por las mismas sombras que la rodeaban. La figura se materializó ante ellos, completamente envuelta de pies a cabeza, dejando solo entrever su boca bajo la capucha. Sus labios estaban bañados en un carmesí tan oscuro como la noche más profunda, esbozando una sonrisa que destilaba astucia y malicia. La túnica, de una longitud sobrecogedora, culminaba en tentáculos oscuros que se agitaban frenéticamente debajo de ella, como si tuviesen vida propia.

La habitación parecía encogerse, como si las mismas sombras retorcidas conspiraran para estrechar su espacio vital. Una malevolencia palpable saturaba el aire, envolviendo a la criatura que se cernía frente a él. Atem sintió la opresión en cada inhalación, como si el oxígeno mismo se hubiese vuelto denso y agobiante, cargado con la oscura presencia que lo rodeaba. Era un poder que conocía demasiado bien, uno que portaba la promesa inminente de dolor y destrucción.

El corazón de Atem latió con fuerza, mezclando la determinación arraigada en su linaje con el palpable temor que todos los seres compartían. El susurro del nombre "Zorc" escapó de sus labios, resonando como un eco de tiempos pasados.

La figura ante él emitió un sonido de desaprobación, su aura malévola creciendo en intensidad.

—No, mi faraón —respondió con una perversa alegría—. Soy alguien mucho, mucho peor.

La criatura criatura giró la cabeza hacia Nahia, quien permanecía inmóvil, su rostro una máscara de asombro y terror.

—Querida Nahiara —la saludó con una voz afilada como cuchillas—, por fin cara a cara, pequeña zorra. ¿Me reconoces ahora?

Atem miró a Nahia a su lado, sus ojos desmesuradamente abiertos reflejaban una mezcla de incredulidad y horror, como si estuviera presenciando una pesadilla que se había materializado en la realidad.

—Tú… tú eres la criatura de mis sueños… —murmuró, las palabras brotando de su boca como piedras cargadas de acusación y desesperación.

La mujer lo interrumpió con un gesto impaciente.

—Sí, sí, sí —asintió con sarcasmo—. Tu patética y pequeña vida… Fue un placer arrebatartla felicidad una y otra vez, tal y como tú lo hiciste conmigo. Pero dudo que sepas quién soy, ¿verdad? Estar aquí dentro de estas paredes, junto al faraón, a punto de morir y no recordar nada. Qué frustrante debe ser para ti.

Un gruñido emergió de los labios de Atem. Sus puños se cerraron con fuerza, la rabia y la impotencia ardiendo en su interior.

—Di quién eres de una vez.

La criatura soltó una risa sibilante y burlona.

—Descúbrelo por ti mismo, Faraón. Solo tienes que pronuniar las palabras mágicas.

Los tentáculos oscuros se abalanzaron hacia ellos, surcando el espacio con una rapidez y precisión escalofriante. Atem actuó por instinto, apartando a Nahia del camino de uno de los que se precipitaba hacia ella, a punto de atravesar su pecho. Ambos cayeron al suelo rodando, la urgencia por protegerla impulsándolo, su corazón latiendo desbocado. La ayudó hasta ponerse en pie, esquivando otra embestida de las sombras, sintiendo la presión de la magia restringida en su interior. Intentó erigir una barrera defensiva, pero un silencio abrumador llenó su mente. Su poder se resistía, como si estuviera prisionero tras una pared blindada. Una impotencia abrumadora se apoderó de él, una sensación de frustración y desesperación lo embargó mientras luchaba contra las ataduras invisibles que lo mantenían indefenso.

Un segundo tentáculo se deslizó por detrás de él, golpeando su hombro con fuerza, enviándolo al suelo. Atem gruñó por el dolor, pero se puso de pie con rapidez buscando a Nahia. Otro tentáculo se había enrollado con fuerza alrededor del tobillo de Nahia. Corrió hacia ella, pero el tentáculo la arrojó violentamente al suelo, lejos de él. El eco del impacto resonó en la sala, desencadenando una oleada de furia en el corazón de Atem.

Las paredes temblaron, el poder encerrado vibrando como una bestia enjaulada. La ira lo consumió, extendiéndose como una llama furiosa en su interior. Sin embargo, su impotencia ante la situación lo enfureció aún más. Observó a Nahia, vulnerable y herida en el suelo, y en ese instante, supo que no podía permitir que la criatura la lastimara más.

—¡Nahia, usa tu poder para protegerte! —gritó, su voz resonando con un tono desesperado.

La risa de la criatura llenó la habitación, mordaz y cruel.

—Tiene tanto miedo, que ni siquiera lo usará para protegerte, Faraón. Es inútil.

Atem decidió ignorarla. Su fe en Nahia era inquebrantable; había sentido el poder que yacía dentro de ella, una fuerza que trascendía la mera apariencia. Sabía que ella no era débil ni vulnerable; al contrario, era una mujer fuerte y valiente, con un poder que lo sobrepasaba. En ese momento, anhelaba con todo su ser recordar quiénes eran, no solo como compañeros, sino también el potencial que poseían juntos. Deseaba que Nahia también recuperara esos recuerdos, que se diera cuenta de la magnitud de su propio poder.

Atem se apresuró hacia Nahia, liberándola del tentáculo que la aprisionaba. La ayudó a ponerse de pie, su cuerpo tambaleándose por el impacto. Más de la mitad de la sala ya estaba consumida por la oscuridad, las puertas cerradas de múltiples corredores aún detrás de ellos.

—Atem... —murmuró ella, con los ojos llenos de lágrimas.

—Concéntrate en tu magia, dile qué hacer —urgió él.

La criatura se acercaba más, sus tentáculos oscuros serpenteando a su alrededor.

—Están locos si pensaban que pueden vencerme: un faraón sin su magia y una zorra asustada que no puede recordar quién es —rió de nuevo, su risa resonando en la oscura sala.

Atem dejó escapar una risa burlona, su eco resonando entre las paredes como un desafío al abismo que los rodeaba. Intentaba ganar tiempo, aguardando el momento en que Nahia hallara la forma de desencadenar su poder.

—Si no hubieras sellado mi magia, no estaríamos teniendo esta conversación ahora —pronunció con desprecio, su mano apretando con fuerza la de Nahia, inyectándole determinación—. Enfrentémonos en igualdad de condiciones o demuestra tu verdadera cobardía.

La criatura emitió un chasquido de lengua, su sonrisa extendiéndose como una amenaza. A su lado, percibió a Nahia temblar. Le respondió con un gesto tranquilizador, acariciando su mano con suavidad. En su mente resonaba un mantra que esperaba transmitirle: "Puedes hacerlo, tienes el poder". La apretó de nuevo y, esta vez, Nahia le devolvió el gesto con la misma firmeza.

—No me rige ningún código de honor, Faraón —su voz, cargada de acidez—. Lo único que me importa es tu sufrimiento y el de ella. Pero para eso, necesito que liberes esos recuerdos esplendorosos tuyos.

La criatura arremetió de nuevo.

—¡Nahia, ahora!

Ella, aferrada a él, permitió que su magia fluyera libremente. Atem observó maravillado cómo la energía de Nahia se desplegaba, brillante y radiante. Era como si una cascada de luz dorada brotara de su ser, envolviéndolos en una cálida cúpula protectora. Podía sentir la vibración de su poder, una fuerza que parecía resonar en armonía con el universo, mientras separaba la oscura malevolencia de la criatura de su propia luminosidad.

Atem la contempló con admiración. Aquella demostración de poder no solo les brindaba protección, sino también el atisbo de esperanza que necesitaban. Nahia le dedicó una leve sonrisa, sus ojos verdes brillando con determinación y fuerza. En ese momento, Atem tuvo la sensación de que no era la primera vez que la veía desplegar esa guardia protectora brillante y sólida. La seguridad que sintió tras esa barrera despertó en él una sensación antigua de resguardo, como si estuviera rodeado por la fortaleza de los mismos dioses. Escuchó un susurro en su mente, la palabra "guardiana" insinuándose en sus pensamientos.

La risa macabra atravesó el muro que Nahia habia erigido, arrancándolo bruscamente de su ensoñación. Atem miró a través del reluciente escudo, observando cómo la oscuridad se multiplicaba al otro lado. Los tentáculos golpearon suavemente contra la defensa, como si estuvieran llamando a una puerta, haciendo que esta se astillara en millones de fragmentos cristalinos que cayeron al suelo y se desvanecieron en el aire.

—Eso fue divertido — su voz casi una carcajada — Me alegro de que lo intentaras, Nahiara, y de que fracasaras tan estrepitosamente. Usar un poder que nunca fue tuyo — su lengua hizo un chasquido — ladrona. Eso que conservas dentro de ti, no es ni una gota del poder que solías tener... pero claro, sigues sin recordar ... ¿alguna idea, Faraón?

El corazón de Atem latía con fuerza, una sensación de derrota retorciéndose en su pecho. La última astilla luminosa del escudo se desvaneció, sumiendo la habitación en la penumbra.

En ese instante, Nahia esbozó una sonrisa sardónica, su mirada desafiante como un rayo de luz en medio de la penumbra.

—¿Fracasar? —preguntó con un toque de ironía en su voz—. A mi la arrogancia no me ciega, bruja.

Atem percibió un cambio sutil pero potente en la atmósfera. Era como si una corriente eléctrica recorriera el aire, erizando la piel de su nuca. Una sensación embriagadora de poder se apoderó de él, como el momento previo a una tormenta, cuando la energía estática carga el ambiente. El sello sobre su poder, antes inmutable, ahora temblaba bajo el embate de la magia de Nahia. Atem podía sentirlo cediendo, fragmentándose como cristales de hielo bajo una presión implacable. Cada fisura liberaba un torrente de energía, una avalancha de poder es que fluía de regreso hacia él. Era como si su esencia hubiera estado atrapada en un oscuro abismo y ahora emergiera, radiante y liberada.

Cuando la marea dorada de magia lo envolvió, Atem sintió cómo se transformaba. La blanca túnica egipcia se materializó sobre su piel, finamente bordada con símbolos ancestrales de poder y protección. Adornos de oro sólido resplandecían en su cuello y muñecas, brillando como estrellas en una noche sin luna. Y finalmente el el ojo de Horus, se manifestó en su frente, irradiando tanta luz que la oscuridad se escabullía de él.

Nahia había jugado sus cartas con maestría, tejiendo una ilusión de defensa mientras su auténtico poder se deslizaba con precisión hacia el núcleo del sello que aprisionaba la esencia de Atem. Esa astuta estrategia lo había colocado en un punto estratégico de la batalla, una oportunidad única de escapar de ese lugar.

La expresión de Atem se endureció mientras dirigía la mirada hacia la mujer. Sus rasgos apenas visibles bajo la capucha estaban distorsionados por la furia. La mandíbula tensa como el acero y sus labios, una línea fina y rígida.

—El juego ha concluido, Faraón —espetó ella con un tono afilado—. Ha llegado el momento de que recuerdes esas palabras mágicas.

—Estás perdiendo tu tiempo. No tengo la menor idea de lo que estás hablando —replicó él.

La mujer dejó escapar una risa cruel, elevándose en el aire entre los múltiples tentáculos de oscuridad que se agitaban listos para el ataque. Con un gesto casi despectivo de su mano, la criatura señaló a Atem. En un abrir y cerrar de ojos, los tentáculos se transformaron en afiladas lanzas de oscuridad, semejantes a estrellas moribundas, y se abalanzaron hacia ellos.

La propia ira de Atem ardió en su interior, y con un pensamiento convocó un muro de fuego espeso y mortífero que consumió las lanzas, reduciéndolas a cenizas al contacto con la barrera ardiente. Se giró hacia Nahia, desencadenando un torrente de su poder hacia la oscuridad que los rodeaba, forjando una vía de escape para ella.

—Cuando vuelva a atacar, corre —susurró, su voz grave y tensa, como el crepitar de las llamas—. La puerta a la derecha te llevará afuera.

Nahia parpadeó, contemplándolo en todo su esplendor. En sus ojos brillaba de admiración, pero también algo más. No era miedo, sino una evaluación cuidadosa. Negó con determinación.

—No te dejaré solo —declaró, su rostro serio y su mirada firme—. Salimos de aquí juntos.

La figura de la mujer emergió como humo a sus espaldas, obstruyendo el camino hacia las puertas traseras y hacia la salida que había creado para Nahia. Avanzó hacia ellos con la gracia de una sombra en movimiento.

—Qué romántico—murmuró con un tono que resonó entre la burla y la condescendencia—. Como si pudieran vencerme. Puedes ser el más grande Faraón que haya conocido Egipto, querido Atem, pero yo soy algo más que tu simple enemiga.

Atem actuó por instinto, colocando a Nahia detrás de él en un intento por protegerla. Sin embargo, la criatura fue más rápida. Una onda expansiva surgió de la mano de la mujer y chocó contra él con una fuerza devastadora. Sintió cómo su cuerpo era arrojado por los aires, su espalda golpeando contra la pared con tal intensidad que la piedra se resquebrajó bajo el impacto. Luego cayó al suelo, aturdido y dolorido, el eco de la explosión aún resonando en sus oídos.

Cuando Atem alzó la vista en busca de Nahia, la vio corriendo hacia él, pero fue empujada por otra onda expansiva, estrellándose contra la misma pared donde él había chocado. El sonido sordo del impacto resonó en la habitación. Nahia cayó inmóvil e inconsciente, a uno pasos de él. Un corte sangriento adornaba su frente, la sangre mezclándose con su cabello rojo, tiñendo su rostro y empapando sus ropas y el suelo bajo ella.

—¡Nahia! —gritó Atem desesperado, su voz un eco angustioso en la sala, pero la joven no mostró signos de movimiento.

—Ups, quizá me pasé un poquito —dijo con sorna, su tono cargado de burla—. No morirá, pero le causará una jaqueca bastante fuerte. Quizá se quede quieta un ratito.

Atem se incorporó, tambaleándose, sin apartar la mirada de la mujer. Su cabeza daba vueltas, pero logró mantenerse en pie. Empezó a reunir su poder nuevamente, preparado para defenderse y proteger a Nahia. Intentó traspasar la oscuridad a su alrededor, buscando otra salida, pero esta se había vuelto más extensa y penetrante, como una marea negra que amenazaba con engullirlo todo.

—¿Qué es lo que quieres? —inquirió, su voz tan dura como el mármol, aunque en su interior, la preocupación por Nahia bullía como una corriente subterránea.

La criatura se desplazó con una rapidez sobrenatural, su figura se tornó confusa antes de plantarse frente a él.

—¿No te lo dije ya? Necesito esas patéticas palabras con las que sellaste tus recuerdos de ella.

Una oleada de incredulidad lo embargó. ¿Había sellado sus memorias de ella de la misma manera que había confinado a Zorc con su propio nombre? Las piezas del oscuro rompecabezas empezaban a encajar, la razón de porqué no podía recordar nada sobre Nahia.

—Oh, sí lo hiciste —prosiguió ella, leyendo su rostro con deleite—, y ahora ecesito que lo recuerdes y que pronuncies esas palabras en voz alta, Faraón. Ya es hora de reescribir la historia y que recuerdes también quién soy.

La criatura chasqueó los dedos y un tentáculo se lanzó por Nahia. Atem se movió rápido, repeliendo a la oscuridad cortándola en dos y convirtiendo el tentáculo en polvo brillante que se esparció sobre el piso.

—Estas loca si piensas que voy darte nada, ni siquiera mis recuerdos de ella.

La criatura extendió su brazo de nuevo hacia Nahia, desafiante.

—Ella no es la única en peligro. Tus amigos... esos idiotas que te esperan allá afuera, están a mi entera disposición mientras tú estás aquí encerrado a mi voluntad.

Atem se congeló, una sensación de impotencia envolviéndolo. En medio de su ímpetu por escapar y proteger a Nahia, no había considerado a Yugi ni a ninguno de sus amigos. Había olvidado que estaban indefensos.

—No pensarías que tenías alguna oportunidad ¿cierto? —prosiguió la criatura con desprecio—. Por muy extraordinaria que haya sido la demostración de la zorra a tus pies; su magia rompiendo mis hechizos, y que tu poder sea tan increíble, siempre estoy un paso adelante. Me pregunto, ¿qué pasará con el pequeño Yugi cuando sus amigos sean enviados uno a uno al reino de las sombras y no esté su amigo el Faraón, ni ningún artículo del Milenio para ayudarlo? Así que ya ves, Faraón. No tienes muchas opciones ¿verdad?

Sus labios rojos se curvaron en una sonrisa afilada, y con un gesto, sus tentáculos se tensaron, preparados para el ataque.

—Está bien — murmuró Atem, levantando la maños mientras retiraba su magia —. Haré lo que me pidas, solo permite que Nahia salga de aquí. No la necesitas, puede esperar con el resto afuera.

—Por supuesto que la necesito, Faraón. Los necesito a ambos. Puedo motivarte haciéndola sufrir, para que me des finalmente lo que quiero.

Atem apartó la mirada hacia Nahia, un destello de sorpresa y alivio cruzando sus ojos cuando la vio. Sus verdes irises brillaban, fijos en él con consternación. A pesar de la palidez de su piel y las manchas de sangre en su rostro, era la chica más hermosa que había conocido.

Recordó la primera vez que la vio, en casa de Tea...pero su mente tropezó, saltando a otro pensamiento: esa no era la primera vez que la había visto. Ya sabía que habían compartido otro tiempo con ella, uno que había olvidado, y que, al parecer, él mismo había sellado. ¿Qué lo había llevado a tomar esa decisión? Sellar a Zorc había sido una forma de detener su inmenso poder destructivo, un sacrificio que hizo por su pueblo, para evitar que causara más daño. ¿Qué sucedió para que sellara también parte de su vida y olvidara algo tan importante para él? ¿Cuáles eran esas palabras que la criatura afirmaba liberarían sus recuerdos?.

Ahora sabía que había estado casado con ella, que la había coronado como su compañera y reina de Egipto. ¿Eso significaba que la había amado? No podía concebir ninguna otra razón que no fuera esa. Era Nahia; él sentía que ella era parte de él, que su alma ansiaba la suya, anhelaba tenerla cerca, percibir su esencia, cuidar de ella con un férreo anhelo de protegerla. Algo titiló en su mente, ¿y si en lugar de sellar sus recuerdos para olvidarlos, los había protegido con un escudo?

Mientras la observaba, la vio negar con la cabeza, suplicándole que no cediera a la criatura lo que quería. Pero si ese era el único modo de escapar… ¿Conocer la verdad? ¿Recuperar sus memorias de ella? De otro modo caminarían a tientas en la oscuridad, su única oportunidad era recordarla, recordar lo que había significado para él. Anhelaba saber por qué, en el instante en que había levantado ese escudo para protegerlos, había experimentado un reconocimiento tan profundo en su interior, como si esa fuese la mayor fortaleza, una heredad de los dioses.

En ese instante, una revelación se abrió paso en su mente. Atem volvió su mirada hacia la criatura

—Nahiara, guardiana de Egipto... y de mi alama.