Salto de fe

Capítulo: Dos latidos.

Tomioka los había abandonado casi de inmediato una vez que Nezuko depositó su bolso de viaje en el hogar de Shinazugawa. De modo que poco después del mediodía, ambos se quedaron solos.

Sanemi tomó el morral de Nezuko y lo acomodó en una de las dos habitaciones de la casa, con ella pisándoles los talones. Kamado observó con detenimiento el lugar, sintiéndose un poco curiosa y - al mismo tiempo- casi como una niña cometiendo una travesura al mirar con tanto detalle un hogar ajeno. La casa parecía bien construída y de material simple. No tenía adornos, pero el techo era alto y las ventanas eran amplias. Todo muy limpio y agradable, bien ventilado pese a tener sólo el mobiliario justo. El lugar tenía una sala conectada a un pasillo que daba a dos habitaciones y a un pequeño baño. La cocina estaba anexada a la casa pero tenía una salida propia al exterior que, pensó, era quizá a fines de la ventilación. Era un lugar ameno y sobrio.

Sanemi le explicó la disposición de la casa con cierta incomodidad y le indicó dónde podría encontrar cualquier cosa que necesitara en un pequeño tour desde el umbral del pasillo.

Terminado el recorrido, le preguntó si quería algo de té. Ella asintió con la sensación de estar allí sin realmente estarlo.

Nezuko se perdió en sus pensamientos rápidamente, sorprendida como estaba aún por cómo habían terminado las cosas. Esa misma mañana nunca habría imaginado que terminaría dando un recorrido por la casa del antiguo pilar del viento, dándose cuenta de cómo su olor se había impregnado a las paredes: habría adivinado que él era el dueño del sitio sin siquiera tener que verlo allí. Todo en ese sitio gritaba Shinezugawa Sanemi.

Diciéndose a sí misma que no podía quedarse allí de pie como una tonta, tomó asiento en la mesa de la sala.

El agua para el té hirvió ruidosamente sobre la hornalla, por lo que Sanemi se apresuró a tomar la tetera de cerámica y llevarla a la mesa. No era el mayor de los expertos en la preparación de la infusión y su falta de gusto refinado le permitía admitir casi cualquier bebida, pero pensó que su invitada tendría mayores expectativas que su agua de hojas secas.

La morena le sonrió desde su lugar y antes de que él pudiera poner la tetera sobre su respectiva almohadilla de mimbre tejido, ella ya había tomado las hebras de la única variedad de té que poseía. Sanemi era un hombre de naturaleza práctica y nunca le halló sentido a tener "variedades de té", aunque no le faltaba dinero para tal lujos: años de servicio como pilar le habían sumado grandes aportes a su modesta riqueza.

Sin embargo, pese a ser un ferviente defensor de no caer en suntuosidades, Sanemi de repente se sintió avergonzado por no tener aunque fuera una pequeña cantidad del té de jazmín que sabía que Nezuko disfrutaba.

La sanadora dispuso todo en la mesa con su usual elegancia y Sanemi se permitió disfrutar de la visión que constituía para él la pálida piel de los antebrazos femeninos mientras arremangaba recatadamente sus mangas para servirlo.

Nezuko jamás pensó que agradecería tanto las pocas y bien aprendidas lecciones de ceremonía del té. Ella siempre había considerado muy grácil el suave movimiento de las manos al servir el té, tomando la tetera con absoluta delicadeza y cubriendo pudorosamente la cara interna de sus muñecas.

No lo dominaba por completo, pero Sanemi desconocía los detalles de un ritual tan refinado y tan lejano para él, un guerrero.

—Muchas gracias por permitir que me quedara, Shinazugawa. — Ella comentó sin mirarlo, abocada a su servicio de té. — Intentaré no incomodarte estos días, agradezco tu hospitalidad.

Un último ademán para levantar la tetera y ella volvió sus amplios y brillantes ojos hacia él. Sanemi recibió esa mirada con un aire solemne, la taza que ella le obsequió un instante luego pesó como hierro en sus manos y procuró evitar tocarla en todo momento.

—No me incomodas, Nezuko. Puedes quedarte tanto como quieras.

Ella lo miró con suspicacia y una sonrisa casi burlona, con el corazón tembloroso por su próximo atrevimiento, la médico respondió:

—¿Cuánto quiera?

Fue el tono casi insinuante lo que hizo que Sanemi se sorprendiera. Sobresaltado porque la dulce Nezuko respondiera con tal osadía no pudo evitar darle otro vistazo: la desconoció. De repente no era la suave e ingenua adolescente que había abandonado bajo las glicinas, sino que era una mujer que le sostenía la mirada y le sonreía con medido descaro. Le gustaba, lo que era peligroso.

Aunque una parte suya lo instaba a cambiar el tema y dejarlo pasar, un lado suyo más inmaduro le recordaba que debía ponerla en su lugar y no ceder terreno. Igualmente, siguió el consejo de su parte más belicosa.

—¿Por qué preguntas? ¿Tienes intenciones de quedarte? — Consultó, bañado en su bravuconería y con toda seguridad de que ante su avance Nezuko se inhibiría y echaría para atrás en su actitud desafiante.

Nezuko no sabía cómo era él cuando se le confesó, sé dijo, ella se había enamorado de lo que creía que él era.

—Shinazugawa, no estaba usted ebrio cuando le dije que estaba enamorada de usted: por supuesto que tenía intenciones de quedarme a su lado.

Si bien hizo su afirmación con toda serenidad, por dentro la joven era un lío nervioso. Ya no tenía nada que perder, Aoi le había sugerido ocuparse de sí misma antes de centrarse en su quiebre amoroso, y eso hizo. Sin perjuicio de ello, Nezuko se sintió envalentonada y pensó que probablemente no lograría reunir suficiente arrojo para avanzar de esa manera de nuevo: que se la llevara Dios, se dijo Nezuko. No tenía nada sobre lo que avergonzarse: había sido sincera y transparente en el casamiento de sus amigos. No iba a echarse para atrás, no después de lo mucho que había trabajado en sí misma y en sus sentimientos. El tiempo sólo le había hecho darse cuenta de lo mucho que lo quería.

Nezuko conocía su sonrisa suave y su enojo abrumador. Sabía de las cicatrices en su piel y de la melancolía de perder a todos a quienes una vez amó. La sanadora entendía la enorme distancia que había entre ambos y lo imposible que resultaba cerrar ese abismo entre ambos. Pero también recordaba su voz grave al bromear con ella y el calor que emanaba su piel en los días fríos.

Nezuko sabía, con cada fibra de su cuerpo, lo mucho que ese hombre la deseaba ahora que lo veía a los ojos de nuevo. Era una mirada con la que se había familiarizado una vez que comenzó a poner atención en esas cosas: su inocencia se había esfumado con su madurez.

Había visto la devoción de Inosuke por Aoi, el afecto dulce de ella por su esposo. Había notado la coquetería de Uzui y la sensualidad de sus esposas. Como espectadora pronto había reconocido con su enorme inteligencia emocional lo que los otros sentían. La manera en la que Yue volvía siempre sus ojos hacia Tomioka, por ejemplo, le hablaban de lo insegura que se encontraba sobre los sentimientos de él hacia ella.

Nezuko había crecido mucho en ese tiempo, y podía ver con mayor claridad de lo que antes había hecho. Podía ver, por ejemplo, el modo en que Sanemi la observaba.

—Y yo no creo que no me vea como la mujer que soy. — Afirmó, bebiendo lentamente su té, en un claro reto hacia Sanemi.

Lo había dicho, finalmente. Ahora sólo necesitaba que su torpe corazón dejara de ir a todo galope. A su lado, el albino estaba completamente estupefacto. La única mujer que le había hablado con ese descaro y soltura había sido la menor de las Kochou cuando era apenas una cría y su hermana la censuraba constantemente por ello. Pero la menor de las Kochou siempre había sido de naturaleza indómita, Nezuko no ¿Qué le habían hecho esos años con las muchachas mariposas?

La forma en la que ella le sostuvo la mirada le respondió: convertirla en una mujer.

—Tú no eres quién decide eso. — Retrucó, sin dejar que ella fuera quien lo amedrentara. — Y una cosa no tiene que ver con la otra.

—Pero si usted me preguntó si tenía pensado quedarme. — Argumentó, rompiendo un panecillo que amablemente Yue les había empacado. —Y yo le contesté.

Sanemi suspiró, a sabiendas de que no había forma de que saliera bien parado de esa conversación y decidió seguir el consejo de su lado más lógico: cambiar el tema. Se levantó, acomodó la madera que había dejado dentro de la casa cerca de la estufa de la cocina y tras sacudirse, volvió a la mesa.

—No creo que necesitemos más leña, hay suficiente para cocinar y por si quieres darte un baño.

—Ah, tenía razón: sería un esposo fantástico.

Sanemi tosió. Fuerte.

—¿No vas a dejar ir el tema, Nezuko? — Enojado, soltó. — Pensé que eras más digna que esto.

Kamado se giró en su asiento hacia él, con los ojos llenos de una sorprendente furia que bullía en sus irises. Ella apretó los dientes, tomó aire y lentamente suspiró.

—Soy muy digna, hice un comentario halagador y apropiado: ¿qué tema quiere que dejé, específicamente?

La reina del pasivo-agrasivo había sido la señorita Shinobu Kochou, pero Nezuko estaba muy cerca de equipararse a ella. Nezuko bajó la taza de té a su regazo y ofreció a su interlocutor sus famosos ojos de ciervo. Esos mismos que empleaba para salirse con la suya con casi cualquier persona, incluso Aoi tenía la tendencia a ceder antes esos grandes y cristalinos orbes. Shinazugawa tragó trabajosamente.

El aire se volvió tenso y a pesar del aire fresco, Sanemi casi podía sentir su espalda perlarse de sudor.

—¿Qué quieres que te diga, Nezuko?

Ella lo pensó un instante, y luego respondió:

—La verdad. Todo este año yo pensé que había sido una tonta y había malinterpretado todo. Ahora me doy cuenta de que no lo hice, o al menos eso creo: de verdad lo creo. Quiero la verdad.

Sanemi pensó que se la merecía, y que así al menos podría morirse del todo en paz.

—Tengo los días contados: la marca del cazador limita el tiempo vital de quienes la usan a los veinticinco años. Yo tengo veinticinco años, por lo que podría caer muerto hoy, o mañana, o en dos meses: quién sabe. — Explicó, con un fuerte dolor en estómago: era angustia. — ¿Por qué yo, que estoy jodido y moribundo, me casaría contigo? Estás sana, eres inteligente, guapa y sensata: eres el mejor material de esposa.

Sanemi dejó la taza sobre la mesa y, en un arrebato que le quitaría la respiración a Nezuko, llevó un mechón de su cabello detrás de la oreja femenina.

—Si supiera que viviría diez años más, me casaría contigo hoy mismo. No lo haré, no te haré eso.— Afirmó, volviendo a su lugar. — Porque te respeto, no puedo hacerte eso.

Nezuko lo vio levantarse y salir por la puerta de la sala hacia el patio exterior mientras ella liberaba el aliento que había contenido mientras él hablaba. El peso de sus palabras la golpeó sin advertencias y se manifestó en sendas lágrimas. Se tapó la boca para ahogar el sollozo. Se permitió un instante para calmarse a sí misma, repitiéndose un mantra de entereza que el señor Rengoku le había enseñado en alguna oportunidad. Luego, recompuesta a medias, salió por la misma puerta que Sanemi.

Lo encontró sentado en el tronco que esa misma mañana había talado, bajo la suave luz del día. Con pasos suaves, cual furtivo cazador acercándose a su presa, lo igualó. Se sintió tímida de súbito, sin saber qué orden dar a sus palabras.

—Si nos casamos hoy, y durase dos días, yo los recordaría con mucha felicidad. Si fueran dos semanas, sería lo mismo. Y si fueran dos meses, estaría muy agradecida con Dios por ello. — Pausadamente Nezuko apoyó su mano en el hombro masculino. — No sabemos cuándo nos vamos a morir, Sanemi.

Él soltó una pequeña risa amarga.

—Yo sé más o menos cuándo. — Rebatió. — Tengo varios años más que tú, Nezuko. Busca un hombre sano del que te puedas enamorar, tienes toda la vida por delante.

La muchacha se sentó en el mismo tronco, espalda contra espalda, percibiendo el calor masculino a través de la tela de su yukata. Sanemi ardía.

—Por muy mayor que seas, no puedes decidir por mí: yo te quiero.— Echó su cabeza hacia atrás, posando su coronilla en el cuerpo masculino. Con toda seriedad, continuó: — Me has arruinado, quiero que lo sepas: los otros muchachos son poco más que ramitas secas para mí ahora que sé lo mucho que te quiero. Has arruinado cualquier posibilidad de amor para mi para cuando te vayas, así que hazte cargo de mí el tiempo que te quede. Acepto voluntariamente lo que venga después de tí.

El tiempo es relativo, eso lo saben todos. Los minutos que pasaron tras la declaración de Nezuko, su segundo salto de fe, fue muy distinto para ellos dos. Para la muchacha fue un momento de paz luego de dejar salir de su interior aquellos pensamientos. Calmada, ella dejó su peso caer sobre la espalda que le servía de respaldo. A su vez, suspiró en silencio: se posó sobre ella una gran paz y serenidad.

Había echado las cartas sobre la mesa y fuera cual fuera el resultado, había dado todo de sí.

Por otro lado, Sanemi recibió el peso femenino con mortificación. Apretó los ojos mientras la culpa y la angustia se peleaban por abarcar terreno en el fondo de su estómago. El silenció le pareció atronador, y sus turbulentos pensamientos casi no le permitían oír el exterior. Intentó respirar profundo, pero no pudo: sus respiraciones se tornaron cortas y abruptas. Sentía que no podía oxigenarse. Fueron segundos, pero le pareció una eternidad lo que le tomó poder obligarse a respirar con profundidad.

En su mente evocó la primera forma de su respiración personal.

—Yo no te he arruinado. Eso piensas ahora, en dos años estarás pariendo tu primer crío con un tipo entero.

—Puedo estar pariendo uno tuyo para el próximo verano. — Observó, con todo pudor ruborizando sus mejillas. — Puede que tengas razón, o puede que me muera de tristeza cuando te entierre y jure amarte en nuestra próxima reencarnación.

—Joder contigo, Nezuko. — Insultó.

Ella se acurrucó contra su espalda, mirando la entrada de la casa con seriedad.

—Tomioka me dijo que tu levantaste esta casa ¿Es eso cierto?

Sanemi no entendió por qué finalmente ella había decidido cambiar de tema cuando él desistió de hacerlo, pero respondió.

—Sí, es cierto.

—Es un hermoso lugar para criar a tus niños. — Concluyó con una risita, sintiéndose liviana luego de soltar todo lo que pensaba: era liberador.

Esa era una bella fantasía que Sanemi había tenido en alguna oportunidad de insomnio. Pero en su mayoría, habían sido los niños que Genya no había tenido con alguna muchacha agradable que lo visitaban de vez en cuando. Pero ahora que la idea de hijos propios volvía a su cabeza, tomó todo de sí mismo para no coquetear con ella.

—Los niños me tienen pavor. — Arguyó en contrario.

—Tonterías, las niñas de Uzui Tengen no te temen.

—Son demasiado pequeñas para eso.

—Qué va, tú les tienes más miedo a ellas que ellas a tí. —Se burló. —No te van a morder, orinar sí, vomitar seguramente, pero morder no: todavía no tienen dientes.

Nezuko se rió a viva voz, recordándole la única vez que tomó a Akane en brazos y ella le había orinado completamente sin tapujos. Había terminado con un conjunto arremangado que el burlón padre le había cedido por la ocasión. La risa femenina se diluyó y quedaron de nuevo en silencio. Espalda con espalda, se sentían cómodos en aquel nuevo momento de introspección tan íntimo que compartían. Sanemi se levantó con aire triste y se sacudió, estirándose.

— Entrá, te prepararé un baño y haré algo de cenar.

—Déjame cocinarte algo. — Se ofreció ella.

—No, eres mi invitada ¿Ya no me tratarás de usted? —Preguntó, retornando a la casa.

—¿Quieres que te trate de usted?

Él pareció pensarlo.

—No me molesta, háblame como gustes.

Nezuko no supo exactamente por qué, pero supo que una nueva muralla se había levantado entre ellos. Pero era una Kamado, después de todo: era una cabeza dura por definición.

Sanemi pronto preparó el baño para Nezuko y la abandonó en el interior del cuarto sin mayores explicaciones. Ella dejó su cambio de ropa a un costado y se dispuso a quitarse la yukata veraniega que había usado los últimos dos días. Había algo extrañamente íntimo en desnudarse allí, se sentía tremendamente cohibida pese a su comportamiento resuelto un momento antes.

Se quitó la vestimenta, doblando la misma y depositándola a un lado, y se quedó completamente expuesta ante el vapor del baño.

Por algún motivo en el que no quería ahondar, el calor de su bajo vientre se afianzó. Muy consciente de su desnudez y del lugar en el que estaba, se metió en la bañera. Tapada de agua y enjabonada hasta el último rincón, Nezuko se dio cuenta de porqué se sentía tan inquieta: estar desnuda tan cerca de la presencia de Sanemi le daba todas las ideas equivocadas.

Del otro lado de la casa, Sanemi procuraba ocuparse de la cena para no escuchar el ruido del agua chapotear en el baño.

Nezuko Kamado estaba desnuda en su baño, con su pálida piel empapada y el cabello mojado pegado a su cuerpo turgente. No, se amonestó, esos no eran pensamientos que debiese dar curso en su mente en esos momentos. Eran la definición de lo inapropiado, y se sentía como un depravado por ello.

Echó las papas para el estofado dentro de la olla y la tapó de nuevo.

Eran dos adultos, y como bien le había dicho ella: él no mandaba sobre sus decisiones. Pero sí sobre las suyas propias. Por ello, aunque le tentara la idea de enredar sus dedos en el cabello femenino y asaltar su boca hasta que perdiera la noción de su propio cuerpo, no debía dejarse llevar por ella.

¿En qué carajo había pensado Tomioka al dejar a Nezuko con él?

Ah, claro: que era un sujeto honorable.

Si él había pensado que la mera idea de la joven Kamado desnuda en su bañera era terriblemente seductora, era porque nunca esperó que la imagen de ella recién bañada, casi cubierta por el vapor, le impactara de la manera en que lo hizo. Esa imagen quedaría pegada en su inconsciente hasta el día de su muerte. La manera en que la yukata veraniega se pegaba a su figura femenina, con su cabello húmedo suelto delineando su silueta y las mejillas arreboladas por el agua caliente. Shinazugawa se obligó a fingir que no le había causado impresión alguna y la invitó a tomar asiento para la cena.

El antiguo pilar del viento se obligó a sí mismo a recordarse que no era un muchacho virginal y que se había derramado sobre varias mujeres ¿Cómo podía la simple imagen de una muchacha recién bañada ponerle tan duro como le ponía?

Nezuko aceptó el plato de estofado que él le ofrecía y agradeció en voz alta por los alimentos que recibían.

—De nuevo, Sanemi — Nezuko interrumpió — Gracias por tu inmensa hospitalidad.

Iban a ser unos días muy largos, pensó él.

:-:

Esto es bastante más corto de lo que suelo publicar, pero pensé en ir compartiendo tanto como pueda escribir: el posgrado y el trabajo me tienen los días ocupados. Gracias por los comentarios, me levantan muchísimo el ánimo 3