¡Alocito de nuevo! Uf, llevo muchas horas en esta historia, jaja. Mi cerebro ya estaba dando las últimas para el final. Quería subir un one shot el 20 de este mes, pero andaba fuera y no quería escribir en el celular, así que regresé el fin de semana y el lunes para escribirlo como loca hasta que me dolió la retaguardia.

Parece que ha transcurrido una eternidad desde la última vez que me decía: "Ya, sólo unos minutos más y lo dejo". Extraño eso más veces de las que no, jaja, aunque termine bien molida.

Disclaimer: Nada reconocible es mío.

Advertencias: Yaoi, bastante OoC, Sci-Fi AU, referencias a abuso y Orochimaru siendo el degenerado que siempre pareció, lagunas mentales.

A quien corresponda, ¡gracias por entrar y leerme un poco más!


There was a time when I was alone

LIAR

℘ { } ℘

He is sensible and so incredible

And all my single friends are jealous

He says everything I need to hear, and it's like

I couldn't ask for anything better

—Taylor Swift, The way I love you

℘ { } ℘

Las cosas eran, normalmente, al revés. Después de todo, Itachi era el tipo de hombre dispuesto a sacrificarse por los demás. Gracias a su naturaleza bienhechora, la mayoría de los Akatsuki juraban que el prodigio Uchiha terminaría muriendo joven y, además de algunos comentarios burlones de Hidan, las heridas del pelinegro se observaban en silenciosa desaprobación.

—Qué mal gastado está su talento. ¿verdad? —Insistía Orochimaru, cuando esa serpiente aún formaba parte de la organización y sentía ganas de tentar su suerte dirigiéndole la palabra a su entonces compañero. El Akasuna ni siquiera volvía el rostro o daba muestras de oírlo—. Kakuzu ya le dijo que no pagarán servicios médicos por sus "hobbies" y creo que alguno de nosotros dos terminará enmendándolo —dejó escapar un ruidito agudo mientras aplaudía—. ¡Ay, ojalá sea yo! Lo que daría por ponerle las manos encima a ese cuerpo suyo.

"Tsk, bien por mí. No pienso andar tratando la salud de un mocoso que juega al héroe en su tiempo libre," pensó el oji-café, haciendo caso omiso de la —degenerada— perorata del Sannin. Akasuna continuó trabajando en su brazo, ajustando varias terminaciones que no acababan de responder bien.

Detuvo su labor unos segundos y contempló la extremidad que él había moldeado con una aleación polimimética, envuelta por tejido orgánico (el cual daba un realismo humano pese a la ausencia de terminaciones nerviosas). En esos momentos, la palma del Akasuna carecía de su blanca envoltura y el interior de la prótesis era claramente visible, con la maquinaria ronroneando silenciosamente. La luz verde que salía de su mano se reflejaba sobre la dura superficie de los ojos color avellana, fríos e impasibles como los de un androide.

No hace mucho, él había sido un joven a merced de un hombre que violó su confianza y aprovechó tanto su inteligencia como su cuerpo. El espíritu de Sasori, apático hasta de él mismo, lo dejó ocurrir muchas veces antes de ponerle fin. Quien hubiera oído respecto a Sandaime, tal vez se preguntaría si el taheño actuó en defensa propia o estaba cansado de los abusos. La realidad, no obstante, era mucho más simple y desapasionada: necesitaba aplicar sus estudios en un ser vivo pensante.

Miró el pasillo largo hacia donde Itachi se marchó, cojeando profundamente y reprimiendo los gruñidos de dolor. Unió las cejas, preguntándose qué tipo de organización imaginaba el Uchiha que era Akatsuki. ¿Pacifistas? ¿Héroes? ¿Terroristas? ¿Villanos?

Itachi no era estúpido, más bien todo lo contrario; era un niño que había visto… e, incluso, había participado en los horrores de la guerra; tenía la mirada de un anciano sabio en lugar de un muchacho que venía de una de las familias más ricas y renombradas de todo el sector galáctico. El Uchiha era uno de miles de millones de huérfanos de una época sombría, pero igual que el resto de los Akatsuki, tenía algo especial.

Se trataba, quizá, de la manera que les preparaba refugios y alimento a los animales callejeros, la abnegada dedicación para llevarles comida a los niños sin hogar, las frazadas y medicinas para los ancianos. Y luego, ¡váyase a saber en qué disputas se metía para defender a otros de los violentos soldados!

A veces, Sasori se preguntaba si era la bondad o la culpa lo que inspiraban a Itachi, si era eso lo que Pain había visto en el prodigio cuando lo invitó.

—¿No te gustaría? —Una vez más, Orochimaru frenó el tren de sus pensamientos de golpe. Parecía llevar un rato aguardando su respuesta.

—¿Qué cosa? —Ladró el Akasuna, malhumorado.

—Volverlo parte de tu colección, obviamente —dijo el Sannin, esbozando una sonrisa taimada. El oji-café hizo un mohín de asco y se limitó a marcharse de ahí, aliviado de que (por una vez) el de ojos amarillos decidiera no seguirlo.

Una hora después, su líder los llamó a su amplia oficina. Ahí se encontraba Pain, Itachi y Konan también (cuyo angelical rostro se tornó severo cuando notó la sonrisilla de tinte perverso de Orochimaru al prácticamente desvestir al Uchiha con la mirada).

"Este imbécil hará que me deleguen la tarea de niñera a mí porque no es capaz de gobernarse ni tres segundos," se quejó Sasori internamente, tratando (y fracasando) de lucir como una opción menos razonable para cuidar de un mocoso.

—Kakuzu ha insistido en diezmar los gastos de emergencias si no son misiones —prorrumpió el de ojos grises con voz insondable—. No desapruebo las actividades extracurriculares de Itachi, aunque me gustaría ofrecerle cuidados a nuestro nuevo y prometedor miembro.

»Él insistió que no era necesario, yo ordené que se hiciera como digo. Están aquí debido a obvias razones. Se les retribuirá un 20% de las ganancias de Itachi por sus servicios médicos. ¿Están interesados?

—Absolutamente no —contestó Sasori, tajante.

—Sí, ¡lo haré gratis! —Replicó Orochimaru a su vez.

Pain levantó una ceja y clavó su mirada en el de piel albina.

—¿Simplemente "sí" por el bien del compañerismo? Qué generoso —masculló el de cabello naranja. Orochimaru hizo una reverencia exagerada (si aún tuviera posibilidad, vomitaría por la sonrisa melosa de su compañero)—. ¿Y tú, Sasori? Creí que al menos lo considerarías.

El Akasuna observó al joven de sedosos cabellos negros y ojos rubí. El muchacho no lucía asustado por la inquietante sonrisa de Orochimaru ni frágil cual endeble hoja de los árboles en otoño. Desde una perspectiva artística, Sasori hubiera querido que la belleza de Itachi fuera tan perenne como resultaba asombrosa en esos momentos.

Guardó silencio y volvió su mirada hacia la ventana, donde los anuncios de neón brillaban con intensidad. El gran letrero del Tsukuyomi Infinito parpadeaba fuera, iluminando la estrambótica terraza de Pain: «La felicidad al alcance de una cápsula».

A lo mejor no había sido demasiado honesto acerca de Sandaime. Recordaba al mayor intercambiarle la pastilla por ser obediente, un buen muñeco. Al principio, Sasori se ponía al servicio del otro con una diligencia tal que cualquiera lo hubiera confundido con entusiasmo, no le importaba si las embestidas le dolían o se sentían bien. Quería la maldita píldora para soñar con sus padres todavía vivos. Añoraba la ilusión de sus abrazos, el calor de sus cuerpos, la dulzura de sus voces.

Pensaba que, sólo mientras Sandaime le surtiera de Tsukuyomi, lo dejaría usarlo. Estaba convencido de poder defenderse.

Hasta que su tutor cortó el suministro y, de todas formas, Sasori no podía rechazar sus avances.

—¡Una droga demasiado costosa para el insípido placer que me das! —Le ladraba al oído, ciñendo las manos en su garganta.

Orochimaru hizo ademán de tomar el brazo del joven. Akasuna recordó la noche que había asistido a una misión con Itachi, la lluvia resbalando por las facciones del moreno y el ligerísimo temblor de sus labios, evidenciando que eran lágrimas también resbalando por el rostro del Uchiha.

Konan avanzó un paso hacia Itachi, dando la impresión de una hermana sobreprotectora. Pain se inclinó hacia delante sobre el escritorio. Itachi se llevó la mano al cinto, donde guardaba un cuchillo. Sasori abrió la boca.

—Ven, Uchiha —ordenó, firme. Los demás se volvieron a mirarlo—. Ahora mismo. No me hagas esperar.

—¿Eh? —Orochimaru escupió, aturdido. El joven aludido caminó hacia el pelirrojo, quien se giró y fue hacia el umbral de la oficina—. Pero, Sasori-kun, dijiste que no te interesaba.

—Mentí —replicó, sintiendo una absurda satisfacción al abandonar el lugar.

Ignoraba si el muchacho estaba consciente de que el pelirrojo, de alguna forma, lo había adoptado bajo su ala.

Enmendar al chico se había vuelto uno más de sus deberes. Conforme los años pasaban y las habilidades de Itachi se agudizaban, era cada vez menos necesaria su intervención. Al final, el moreno ni siquiera pisaba su taller luego de aventurarse solo lejos de la base.

Sasori estaba bien con ello, incluso hasta aliviado ahora que debía ocuparse del otro mocoso que Pain había puesto en lugar de Orochimaru. Si bien Deidara era una molestia insufrible, era mucho mejor que la serpiente, aunque no sería su primera opción.

Gracias a Jashin (si a algún dios imaginario debía atribuirle aquello sólo conocía a esa falsa divinidad de Hidan), a veces cambiaban parejas.

Así era como operaba Akatsuki: la organización era reconocida como una suerte de agencia de detectives e investigaban casos donde los ANBU no podían. Ellos también eliminaban grupos de terroristas que afectaban la utopía y, por ello, cobraban exorbitantes sumas de dinero. Pain evaluaba la petición a fondo antes de aceptar y únicamente tomaba esas que juzgaba buenas para la sociedad.

Todos obtenían cierto porcentaje equitativo por sus servicios. El resto de los fondos, eran administrados para el objetivo particular de Akatsuki: terminar con la tiranía y la opresión de los Países. En sus inicios, Sasori había oído, los tres fundadores querían utilizar medios pacíficos en su búsqueda de la armonía; tras la caída de uno de sus miembros (y el Akasuna, a quien le encantaba saber secretos, hallaba fascinante recibir órdenes de un cadáver), cambiaron sus métodos.

En la actualidad, los Akatsuki eran solicitados y temidos debido al sobrecogedor poder de sus miembros, así como el alcance de su influencia.

Fue durante una de ellas que eso ocurrió.

EL AMANTE SOLITARIO ATACA DE NUEVO

VÍCTIMA FUE HALLADA EN LA BAHÍA

—Qué nombre tan ridículo, hum —sentenció Deidara con una mueca de desagrado, observando la pantalla del salón de juntas. El rubio se entretenía con una bola de arcilla, moldeando la escultura de un búho (Pain ya no discutía porque el mocoso parecía concentrarse mejor si tenía algo que hacer con las manos)—. ¿No estará asesinando para que le cambien ese apodo?

—Yo no lo culparía —coincidió Hidan, recargando su frente contra el escritorio. Un fuerte ¡Tunk! hizo acto de presencia—. Ugh, a veces eliges casos taaaaaan aburridos.

—Pasa los informes —ordenó Pain a un peliverde, ignorando olímpicamente la opinión del albino y la intervención del ojiazul.

—Las víctimas de este asesino son hombres que suelen rondar los 18 a 24 años, jóvenes de diferente estatus social, rasgos delicados, pelirrojos, "compañía" de miembros de alta alcurnia. Acecha en galas —notificó Zetsu, el extraño ser que informaba sobre las nuevas misiones.

—¿Compañías pagadas? —Musitó Sasori, observando las fotos de los sospechosos con desinterés. Después, miró las fotos de las víctimas, el fuego de sus cabellos, las pecas (más o menos visibles en algunos), rostros contorsionados por dolor y miedo, los ojos sin luz.

—Llámalos por lo que son: putas —señaló Hidan, ganándose miradas desaprobatorias de los otros. Hojeaba los informes como haría un niño que odiaba la escuela—. ¿Qué? Ya tendrá experiencia.

El pasado de los miembros era conocimiento interno, mas no solía tratarse en las charlas. Sasori, nunca dispuesto a meterse en una discusión que no incluyera arte, ignoró el comentario del ojivioleta.

—Ya que Hidan ha demostrado tener nula capacidad de comportarse para una gala, irás con Itachi —ordenó Pain—. Kisame los acompañará en calidad de guardaespaldas de la familia.

Los tres ya poseían cierta experiencia viajando y trabajando juntos, pues fueron quienes reclutaron a Deidara en su momento.

Ya que sus nombres eran un alias y usaban máscaras, como vigilantes de cómics, no se les reconocería en las fiestas. A pesar de ello y siendo honesto, el Akasuna se sentía algo nervioso por su personaje, considerando que los muchachos asesinados parecían haberse enamorado de sus "benefactores" y sus tiernos juramentos sobre una vida maravillosa, se entregaban a la fantasía igual que colegialas durante su primer amor para luego sufrir de un corazón roto, vulnerándose suficiente para tornarse la presa.

"Hubiera sido más fácil teñir el pelo de rojo a Itachi y dejar que Hidan jugara al Romeo," observó Sasori con el ceño fruncido, "¿Cómo finge uno quedar prendado de otro?"

—Calma —instruyó el Uchiha, ofreciéndole el brazo incluso antes de salir de la limusina que Kisame conducía—. A este grado, pareceré más el asesino que tu pareja.

Sasori levantó una ceja, tratando de sonar despreocupado cuando, finalmente, habló:

—Mi cuerpo no puede "relajarse" —objetó con el tono de alguien que habla con un niño—. Verás, podría romperte los dedos de la mano sin darme cuenta, nada más apretando un poco fuerte.

Itachi le devolvió una mirada graciosa y el taheño advirtió que Kisame los observaba por el retrovisor, curioso.

—A mí me parece que eres perfectamente capaz de medir tu fuerza —dijo el Uchiha, tomándole la mano y entrelazando sus dedos. El pelirrojo no supo rechazar el gesto, absorto en la imagen que conferían las manos de los dos. La voz del moreno bajó unos cuantos decibeles—. Estoy seguro que no me vas a lastimar. Siempre has tenido mucho cuidado conmigo.

Akasuna resopló.

—Me importas un comino —bufó, aunque no había ponzoña real en su tono casi amelado—. ¿Qué te ha hecho creer que no te haría algo? Si esto fuera real, no tendrías oportunidad.

—Pero esta misión se trata de dármela —argumentó el Uchiha con (irritante) lógica—, ¿no es así? Necesitamos que yo pinte castillos en las nubes y tú creas que puedes vivir en ellos.

Sasori lanzó una risa musical.

—Estamos condenados a fallar —prorrumpió, rodando los ojos y quitándole la mano para observar la ventana.

—Itachi sólo tiene que esforzarse más —se burló Kisame—. Nunca has tenido una pareja, ¿o sí?

Itachi hizo un excelente trabajo ocultando su rubor.

—Estuve comprometido —reconoció, apoyándose contra el asiento. Hundió sus ojos granate en su regazo, viajando por el tiempo hasta una vida que yacía a años luz de distancia—. Ella me amaba mucho; no obstante, nunca estuve seguro de por qué.

El oji-café se volvió para mirarlo con ligero asombro.

—¿De verdad? —Al darse cuenta de la sorpresa huyendo a través de la punta de su lengua, carraspeó la garganta—. ¿Y qué harás para explotar tus atributos si ni sabes cuáles son?

Sasori, hablando desde la perspectiva de un artista y sólo eso, había visto mucho del prodigio que otros sin duda podrían listar durante un interrogatorio acerca de las razones para enamorarse del moreno con irises tan apetitosos como manzanas.

Itachi reflexionó lo que acababa de plantear.

—Tal vez podrías decirle algo que te gusta de él —sugirió Hoshigaki, girando en una esquina. Akasuna cerró los ojos, molesto por la recomendación del hombre tiburón—. Algo que pueda aprovechar para hacer esta farsa más convincente, un gesto que encuentres agradable, cosas así.

—¿No? —Protestó—. Mi cuerpo no siente nada, mi personalidad es escéptica del amor.

Hubo un silencio incómodo hasta que el chico de los ojos rubí decidió romperlo con cuidado:

—Soy bueno escuchando —comentó—. No me aburriría jamás de oírte hablar del arte.

Él quizá podría haberse atragantado si estuviera a mitad de una oración. Parpadeó, ligeramente azorado. De hecho, era una de las cosas que le gustaban del pelinegro, quien estimulaba la confianza de otros para hablar o debatir sin aburrirse.

—Suena a una estrategia razonable —admitió—. Nuestro objetivo dirá que tengo merecido que rompieras conmigo si parloteo igual que una mocosa.

Itachi asintió una vez, tornando sus ojos al exterior con una mueca atribulada que descolocó al pelirrojo. Adelante, Kisame lanzó una sonora carcajada, exageradamente ruidosa, lo cual hizo que el joven Uchiha se tensara y ocultara su rostro de manera afanosa.

Sasori arrugó el ceño. No le veía la gracia. Sin embargo, decidió hacer caso omiso.

—¿Y yo? —Preguntó al fin—. ¿Hay algo que no debería hacer?

—No romperle la mano a Itachi ayudaría a ser convincente —alegó Kisame, medio en broma—. Dejar que él se haga cargo y lucir muy feliz con ello, aceptar sus besos, sonreírle… ya sabes, ¡cosas de enamorados!

—¿Has tenido alguna relación? —Se animó a preguntar Itachi, la curiosidad quitándole los modales. Sasori se cruzó de brazos y respondió sin darle mucha importancia.

—Si el sexo no cuenta, no.

—¿Muchas veces? —Indagó Kisame.

Akasuna se encogió de hombros.

—No —mintió—. Era un acto repugnante —eso era verdad—. Y odiaba que me tocaran. Así que no lo hacía demasiado.

—¿Y tú, Itachi?

—Creo que jamás he tenido la oportunidad de pensarlo —dijo—. Ni siquiera sé si soy bueno besando.

Sasori pensó, nuevamente, que debieron haberle teñido el cabello a Itachi y mandarlo con Hidan.

Itachi ya estaba grandecito. No era ningún menor de edad, mas la guerra le había arrebatado la oportunidad de vivir y experimentar con normalidad. Así, el jashinista seguramente conocía algunos trucos que harían de esa primera experiencia algo que valiera la pena (Sasori sabía que había peores cosas).

Una vocecita en su interior, sin embargo, lo mandó callar. El albino no sería de los que se preocupaban por su pareja y quizá se aprovecharía del Uchiha. Akasuna, por el contrario, respetaría los límites. "Sobre todo, porque no me importa ir más allá," se dijo y tras un segundo, un pensamiento invasivo reclamó su lugar como un fuego forestal: "Claro, sigue repitiéndote eso." Sacudió la cabeza. "O tal vez, Hidan es más virgen que cualquiera de nosotros, con todo aquello de su ridículo dios."

—Tendrás que esforzarte el doble para lucir como un rompecorazones —gruñó el pelirrojo—. Ahora sí estoy seguro que fracasaremos.

Sasori nunca había estado tan equivocado en toda su vida.

Itachi aprendía rápido y leía al Akasuna fácilmente.

La segunda noche en el departamento donde se quedaban, por ejemplo, lo llevó aparte para entregarle un obsequio. El taheño levantó ambas cejas, girando entre sus hábiles dedos el paquete. Itachi lo había envuelto con un hermoso papel verde como las uñas de Sasori y decorado con un moño púrpura.

—¿Y esto? —Las palabras habían sonado más agresivas de lo que él pretendía.

—He pensado que sería útil ofrecerle algo de verdad a nuestra historia —respondió el moreno—. Que no debas mentir sobre todo.

Sasori le extendió de regreso el paquete.

—¿Insinúas que no seré convincente? —Rebatió, ofendido. Uchiha ni siquiera perdió un ápice de su bien trabajado aplomo.

—Estoy seguro de que lo serás —contestó—. Pero igual quiero dártelo, porque te gustará.

El Akasuna entrecerró los ojos, ahora sintiéndose genuinamente curioso. Echó un vistazo hacia el interior del apartamento, donde Kisame dormitaba sobre el escritorio lleno de papeles sobre la misión y empezó a abrir el regalo del moreno.

Dentro se hallaba una caja que contenía un muñeco de apariencia tétrica: rostro semioculto por un paliacate, piel morena, jorobado debido a una máscara de tono naranja de la cual salía una especie de cola de escorpión.

—Es un… tanto feo —declaró honestamente, levantando el rostro hacia Itachi, quien le sacaba media cabeza de altura y lucía muy satisfecho consigo mismo a pesar del comentario. El pelirrojo tuvo que reprimir una sonrisa—. Me gusta. Diste en el clavo.

Las mejillas de Itachi se encendieron y, cogiendo valor de una fuente ignota, extendió la mano hacia el rostro de Sasori. Éste se abstuvo de apartarse y, en lugar de ello, recargó el peso de su cabeza contra la mano del Uchiha.

—Nunca te agradecí por lo que hiciste al aceptar curarme —musitó Itachi, apartando la mano como si temiera estar invadiendo demasiado el espacio.

Sasori frunció el ceño.

—Y realmente no tendrías por qué —arguyó—. Me pagaron mis servicios por ello.

Itachi suspiró.

—Pero no te interesaba eso —confirmó—. Sólo aceptaste cuando Orochimaru iba a llevarme. Gracias por no dejar que pasara.

—Vamos —bufó el taheño—. Estoy seguro de que te hubieras arreglado sin ninguna intervención.

—No tuve que poner a prueba esa teoría —dijo el menor, retrocediendo un paso—. Me alegra que te gustara el regalo.

Sasori torció la boca ligeramente, pero no desmintió al Uchiha y se limitó a observar al muñeco con admiración. Las figuras de madera resultaban extremadamente raras en aquella época, de forma que se preguntaba dónde la habría conseguido el joven. A decir verdad, ¡le parecía todo un detalle! El artista acentuó bien los rasgos de la figura y el taheño se sentía… ¿feliz?

Aunque Itachi por lo general le era una compañía tolerable dentro de la organización, mentiría si dijera que no estaba inclinado a reconocer lo encantador que se había portado. De todas formas, el pelirrojo dominó sus gestos y volvió al interior del departamento.

Los días al principio transcurrieron sin muchas eventualidades, la próxima velada aún estaba a seis noches de distancia. Por ello, Kisame sugirió ejercicios para facilitar la confianza y química entre ellos.

—Ambos saben bailar, ¿cierto? —Preguntó el Hoshigaki.

—Sí —respondieron al unísono.

—Deberían practicar —replicó el peliazul, colocando los brazos en jarra. Ante la mirada sorprendida de Itachi y la objeción que estaba por saltar de la lengua de Sasori, el más alto continuó—. Quizá no lo sepan, pero al ojo experto, una pareja bailando es todo un lenguaje íntimo. Haganlo mal y, les aseguro, un observador casual se dará cuenta que no son nada especiales el uno para el otro.

—Bueno, tiene lógica —aceptó Itachi entretanto Kisame comenzaba a despejar la sala.

—Supongo que sí —dijo el Akasuna, casi a regañadientes. Luego de ello, el moreno y él se unieron en la tarea de acomodar los muebles hasta liberar suficiente espacio—. De acuerdo, ¿y ahora?

—¿Les gusta Morricone? —Inquirió Hoshigaki, acercándose al reproductor de música y, sin aguardar palabra de su lado, eligió la música—. Personalmente, creo que Las Cataratas es una pieza magnífica de su composición —dio un fuerte aplauso—. ¡En sus posiciones!

Sasori tuvo que darle crédito a Kisame por su idea, ya que ambos se acercaron con visible incomodidad y les llevó unos segundos decidir que Itachi, más alto, guiaría el waltz. El Hoshigaki reinició la canción y los dos empezaron a girar con fría elegancia: dos de sus manos unidas a la altura del hombro, una de las de Itachi sosteniendo su cintura, la quel Akasuna tenía libre sobre su brazo.

Los pasos de ambos eran coordinados, ligeramente veloces.

—No, no, ¡no! —Exclamó Kisame, agitando los brazos por delante de sí mismo—. Paren. ¡Qué desastre!

El pelirrojo decidió que Hoshigaki era una patada en el trasero.

—¿De qué hablas? —Siseó, cruzándose de brazos—. Yo creo que lo estábamos haciendo bien.

—No se trata únicamente de moverse en sincronización —argumentó el hombre musculoso—. Debes mirarlo como si no existiera nada más en la galaxia, ¿entiendes? Él te baja las estrellas del cielo, sus ojos son la luz de tu vida, tu corazón se estremece al oír su voz y tomar su mano.

Akasuna rodeó los ojos.

—Yo ni siquiera tengo corazón —mintió Sasori, esbozando una sonrisa ladina.

—Intentémoslo de nuevo —propuso Itachi, acercándose al taheño y extendiendo la mano hacia él. A regañadientes, Akasuna la tomó. Kisame reinició la música—. ¿Alguna vez has oído El miserere, una de las leyendas de Bécquer?

Sasori se preguntó si Kisame sabía qué intentaba el moreno, pues simplemente se quedó observándolos.

—Creo que no he tenido el placer de leerlos —reconoció—. ¿De qué va?

Itachi sonrió y recitó de memoria la historia, capturando la atención del pelirrojo. La grave voz del moreno envolvía la mente del Akasuna.

Éstas eran las palabras de la página que tenía ante mi vista y que parecía mofarse de mí con sus notas, sus llaves y sus garabatos ininteligibles para los legos en la música —hizo una pausa, preparando el final de la leyenda—. Por haberlas podido leer, hubiera dado un mundo. ¿Quién sabe si no serán una locura?

Sasori tenía ahora una mirada embelesada y no lograba apartarla del Uchiha, cuya voz sonaba la música del miserere que acababa de contarle el pelinegro. Si tuviera pulmones, habría exhalado un suspiro de fascinación, igual que si Itachi le hubiera lanzado un hechizo con la arrebatadora belleza del relato.

El taheño parpadeó, espabilándose.

Ambos seguían deslizándose en la sala con paso más lento, ajenos a la atención que Kisame vertía en ellos. Realmente parecían haberse trasladado a un universo diferente.

—Eso fue hermoso —convino el pelirrojo y, desmentiría a cualquiera que tratara de echárselo en cara, su voz se oía estrangulada debido a la emoción—. De verdad. ¿Te…sabes otras?

Uchiha dibujó una media sonrisa, bastante atractiva si lo obligaran a admitirlo.

—Sí, me gustan —respondió Itachi y, luego de pensarlo varios segundos, añadió—. Cuando era niño, mi madre solía leerme estas leyendas para dormir y las memoricé tan pronto pude hacerme con un ejemplar.

Sasori ignoraba qué podía decir ante esa confesión, la cual (si bien debería ser poca cosa) daba la sensación de tener un gran peso emocional para el Uchiha.

—Mi abuela también me leía —declaró y fue incapaz de añadir ninguna otra cosa. Por alguna razón, le hizo sentirse un poco idiota. A su pareja, no obstante, lucía medianamente satisfecho, como si el hecho de haber dicho cualquier cosa lo hubiera aliviado—. Ella… no era muy buena cuentista. Eso era más cosa de mis padres.

Los —traicioneros— recuerdos del Akasuna tomaron su alma y lo arrastraron al fondo de su memoria igual que una sirena llevándose a los marinos hasta el abismo del océano. Sasori casi pudo saborear la dulce píldora roja del Tsukuyomi, sumergiéndose en el grato delirio de sus padres echados a su lado sobre la cama, leyéndole una historia infantil con voces tontas y malos efectos especiales.

El pelinegro se tensó un poco, seguramente advirtiendo que el tema era delicado. Entonces, Itachi formuló otra pregunta:

—¿Sí te dormías cuando te leían historias? Yo, la verdad, acababa más emocionado y quería seguir oyendo el resto de la noche.

El oji-café abrió y cerró la boca sin mediar palabra. No le gustaba rebuscar en su pasado.

—Yo igual —confirmó, siendo ésta sólo una verdad a medias—. Uh, bueno, la mayoría de las veces, no servía para conciliar el sueño.

—Todavía te gusta leer, ¿cierto? —En esta ocasión, la voz del Uchiha sonaron atropelladas, consciente de la dificultad que se le presentaba al taheño y tuviera prisa por mudar de tema hacia alguna vertiente.

—Algunas novelas aquí y allá —respondió, agradecido—. De terror. Son… interesantes y divertidas.

Itachi levantó las cejas, riendo suavemente. Estaban tan cerca uno del otro que su aliento revolvió el flequillo del más bajo y Akasuna se preguntó si olería a los dangos a los cuales parecía ser adicto el moreno.

—¡Qué descripción tan peculiar! —Exclamó y no volvieron a hablar mientras giraban juntos, en una coordinación más natural que tenía a Kisame satisfecho, si su silencio era alguna señal.

Al final, el pelinegro era una compañía tolerable. Fiel a su palabra, el Uchiha tenía la actitud ideal para hablar de arte sin detenerse y, de vez en cuando, realizaba unos comentarios de lo más interesantes.

Caminaban en las veladas hasta altas horas de la noche, procurando irse a un rincón visible para todos los invitados donde Itachi a veces rodeaba la cintura de Sasori, atrayéndolo hacia sí y ambos compartían una que otra observación de los invitados.

Nunca se besaban en público. Por entonces, se limitaban a abrazarse, tomar sus manos o danzar.

Y hablaban, sólo eso.

Dentro del departamento, los dos Akatsuki se contaban acerca de su vida antes, durante y después de la guerra; se sentaban a la mesa juntos, rozándose las rodillas por debajo del mantel, Itachi bebiendo té y el taheño ajustando detalles mínimos de su cuerpo (algo que otrora haría en su recámara, pero ahora le complacía llevarlo a cabo junto al moreno); visitaban museos y esplendorosos jardínes, olvidándose de Kisame en su papel de enamorados y su guardaespaldas.

Luego, tuvieron esa tarde con la luz del ocaso besando sus cuerpos.

—Mis piernas no son muy cómodas —argumentó una noche, poniendo un cojín en su regazo—, pero esto ayudará, supongo. Necesitas dormir, Itachi.

El aludido obedeció, recostándose y dejando que Sasori le pasara los dedos entre el cabello mientras tarareaba una canción que su madre, con la voz de una sirena, usaba para arrullar a su padre.

Akasuna lo veía esforzarse de más todos los días y, siendo el bastardo sin corazón que creía ser, muchas ocasiones se le hacía imposible seguir el ritmo de las —falsas— atenciones de Itachi.

Y la ilusión de ser correspondido por el Uchiha era magnífica, derretiría el corazón de cualquiera igual que fuego con chocolate.

¿Era suficiente? ¿A ojos de los demás? ¿Se veía que lo amaba?

Carajo, se estaba volviendo muy difícil fingir que no lo hacía, meditó Sasori. ¡Aquello lo asustaba! Porque, honestamente, ¿a dónde iría a parar sintiéndose así?

¿Itachi mintió y sabía exactamente cómo enamorar el frío e inmóvil corazón del pelirrojo? ¿Quién se creía que era?

Por ejemplo, otros habrían llevado flores para "conquistar". Eso sería lo lógico y más sencillo, ¡maldita sea! Sin embargo, Itachi aprendió a tallar rosas en madera (¿a eso se debían las pronunciadas ojeras?) y se la ofreció con una reverencia que habría puesto celosa a cualquiera por no hallarse en su lugar.

—Una rosa perenne para acompañar tu belleza —le dijo. Sasori tensó la mandíbula, consciente de la mirada de un hombre de cuarenta y tantos que los veía desde la distancia.

—Las rosas son las flores más comunes —rebatió, tomando la flor y examinándola de cerca.

—Es diferente —contestó sin dejar caer su papel—: la mía está bañada con mi sangre.

Akasuna le sostuvo una muñeca y le obligó a levantar la palma. Los guantes blancos tenían delgadísimas líneas rojas a causa de las heridas.

Fue como si el aguijón de un alacrán le picara en el centro del pecho, donde tenía el kanji de "Escorpión" escrito con hermosa caligrafía.

—Te lastimaste en serio —siseó.

—Eso no es nada si te hace feliz.

El pelirrojo levantó una mano, ocultando sus rostros de uno de los sospechosos. Acercó su boca a la del Uchiha, el aliento del moreno acariciando sus labios mientras los dos cerraban los ojos.

Itachi aguardó unos instantes por un beso que quedó a mundos de distancia de suceder. Abrió los ojos y Sasori, quien se había detenido en realidad a milímetros de ellos, lo observó con tristeza.

No iba a robarle un beso al Uchiha por una mentira.

—Deberíamos "romperme el corazón" ya —anunció Sasori unas semanas después de iniciar aquella farsa. Itachi no dijo nada y Kisame, fingiendo que no se había dado cuenta que los roces duraban más y fuera de escena, concordó—. Si demoramos tanto, buscará otra víctima. Estoy seguro de que es ese maldito Ayatsuji.

El Akasuna necesitaba terminar ese juego para volver a la normalidad. O eso se repetía una y otra vez.

Por lo menos en esta ocasión, el pelirrojo no se había equivocado.

Una noche más tarde, durante una de las galas, el Uchiha deshizo su agarre de la cintura del pelirrojo.

—Iré con uno de los chicos —susurró Itachi, frunciendo la nariz como si hubiera percibido un aroma desagradable—. Ten cuidado.

El pelinegro apartó al taheño de un empujón y se alejó a paso rápido, arrancándole la mano con violencia cuando Akasuna intentó tomársela. Sasori compuso una mueca, como si le hubieran dicho alguna estupidez (sólo tenía que evocar a Deidara diciendo que el arte verdadero era efímero).

Finalmente, se abrazó a sí mismo, siguiendo las recomendaciones de Kisame.

Observó a Itachi, quien invitaba a un joven hasta el centro del salón, donde comenzaron a bailar. Él frunció su ceño y mordió su labio, notando la soltura del castaño que el Uchiha rodeaba casi de forma tierna.

Por un segundo, sus miradas se encontraron. Akasuna trató de verse dolorido, no del todo convencido de si había hecho un buen trabajo hasta que un hombre de cuarenta y tantos se aproximó a él.

—Luces atribulado, Sasori-kun —obvió Ayatsuji y luego añadió cual pedófilo queriendo persuadir a un niño con dulces—: ¿Puedo invitarte un trago?

Akasuna se giró hacia él, tratando de no fulminarlo al sentir que lo ojeaba de arriba abajo con sus pequeños ojos de color azulado.

El oji-café volvió su mirada hacia Itachi, quien bailaba observándolo atentamente desde su lugar. Se dio unos breves instantes para dar la impresión de que su corazón roto no podía decidirse a abandonar al amor de su vida.

Ayatsuji sí había cometido los asesinatos por los cuales Akatsuki fue contratado. No obstante, aquel bastardo era un auténtico pusilánime y nunca se ensució las manos. Debido a ello, cuando el enorme robot se presentó en el callejón, tirándole un puñetazo con una fuerte descarga que aturdió los circuitos de Sasori, los escasos dos minutos que les tomó a Itachi y Kisame dar con ellos, tuvieron grandes consecuencias en el pelirrojo.

Luego del encuentro, las comisuras del pelirrojo sufrían espasmos donde recibiera el primer golpe; arrastraba con dificultad su pierna izquierda, que yacía tiesa de la rodilla para abajo; había perdido un brazo y tenía inutilizada su otra mano, cuyos dedos se sacudían como las patas de una araña moribunda.

Al verlo en tales condiciones, la expresión de Itachi olvidó su aplomo y livideció igual que si le hubieran tirado una cubeta de hielo encima. El Uchiha contuvo su necesidad de correr a su lado para revisar los daños más de cerca, ya que tenían otras prioridades en esos momentos.

El robot era una verdadera monstruosidad. Itachi y el Hoshigaki también habrían quedado en terribles condiciones de no ser porque Sasori hackeo la tarjeta madre a través de la red, dándoles el tiempo suficiente para hacerlo volar por los aires junto a su creador.

Los tres regresaron con urgencia a la base de Akatsuki.

Sasori lo había agradecido mentalmente, aunque no era tan malo como se veía en primera instancia. Un cyborg (sobre todo de su calibre) nunca sufría dolor físico y su estado tan lamentable resultaba apenas un inconveniente.

De cualquier forma, por mucho que le gustaría desestimar las burlas de Hidan y el resto de los comentarios de Akatsuki mientras se refugiaba en su taller para arreglarse en privado igual que un gato lamiendo sus heridas, necesitaba ayuda.

—Uchiha —llamó y el moreno lo siguió con elegancia calculada a través del pasillo sin discutir. Los otros miembros de la organización los acecharon con la mirada antes de regresar cada quien a lo suyo. Por fin dentro de la lóbrega estancia, el taheño dejó al moreno cargarlo hasta una silla (ahorraron tiempo de esta forma, Sasori definitivamente no requería asistencia para llegar)—. Abre el tubo cuatro. La clave es 4827276.

Itachi obedeció y presionó los números en una rápida sucesión. El aparato suspiró al abrirse y poner al descubierto un cuerpo que tenía guardado como repuesto para situaciones de ese tipo.

Akasuna volvió su mirada al pelinegro.

—Hace años que uso este cuerpo —admitió el de ojos cafés, señalando su pecho. Lucía pensativo, ligeramente molesto—. El cable púrpura va en la entrada dos, el verde en la uno. Conecta primero el verde. Quizá tarde en reaccionar. Si pasa un minuto y no hay rastros de vida, presionas el botón azul que está ahí. —Maldijo al extender el brazo y ser incapaz de apuntar con el índice. Gruñó, frustrado—. ¿Entendiste?

—Claro.

Akasuna no dijo ninguna estupidez como "Ten cuidado" al apoyarse contra el respaldo. Disimuló cuán vulnerable se sentía mientras Itachi le descubría el pecho y acercaba la mano al único remanente de humanidad que yacía en su cuerpo.

Jamás había salido tan dañado de una lucha. Sasori nunca había sido un mal perdedor; a diferencia de otros, él reconocía a un buen oponente por lo que era y se aseguraba de trabajar sus puntos débiles. Sin embargo, aquella resultó ser una derrota realmente estúpida.

Todo porque… había sucumbido frente a Itachi y las palabras de Ayatsuji lo afectaron. Imbécil, qué idiota fue Akasuna al tomarlas en serio. Lo desbalancearon totalmente, sacándolo del juego.

—Eres la criatura más triste que nunca he visto —le dijo el ojiazul—. De todos ellos, eres el más patético. Un mentiroso hábil que se creyó la historia de amor de ese niño rico. Apuesto que juraste no caer rendido a sus pies y te lo repetías noche tras noche. ¡Igual que mi Neil!

¿Cómo fue sido tan tonto? Claramente, el asesino había proyectado al tal Neil, pues no existía forma de que él estuviera enamorado de Itachi. Y, aun reiterándoselo otra vez, acababa de darle permiso al Uchiha de tomar su corazón entre sus —seguramente cálidas— manos.

El de iris granate veía el artefacto que yacía dentro de su pecho con vacilación, rozando el nombre del Akasuna como si fuera la pieza de arte más hermosa sobre la cual hubiera puesto los ojos. De pronto, a Sasori le pareció lo más natural del universo que el moreno sostuviera la fuente de su vida; si después mirara la grabación de su taller, tendría la imagen de un Itachi que cuidaría no lastimar o romper su corazón.

—Itachi —dijo, antes de que el moreno siguiera. Observó el rostro magullado del Uchiha y la costra de sangre que había pegado sus brillantes hebras a la frente sucia—. Atenderte será lo primero que haga a continuación.

El aludido sonrió. Las cosas, normalmente, eran al revés.

—No hay problema. Me ocuparé de ti.

—A mí no me duele nada de esto, ¿sabes?

—De todas formas, quiero verte bien.

Entonces, la oscuridad lo engulló por completo durante un tiempo indeterminado.

Al recobrar su conocimiento y funciones motoras normales, Sasori se sentó y clavó su mirada en Itachi.

—Tu turno —dijo sin preámbulos, abocándose a su tarea.

Uchiha, dominado seguro por alguna conmoción, le acarició el rostro.

—Me alegro que estés bien. Realmente me asusté —confesó y Sasori, quien estaría sonrojado si fuera humano, le tomó de la mano.

—Yo no me iré a ningún lado —declaró y no le pasó desapercibido que el Uchiha jamás respondió con una promesa similar—. Acuéstate, yo te curo.

Itachi era todo un misterio que el pelirrojo tardaría una vida en resolver y no estaba seguro de tener el tiempo que necesitaba.

—¿Quieres salir? —Sugirió entonces el pelinegro cuando el taheño acabó de remendarlo. Sasori, lanzándole una mirada desaprobatoria, asintió.

Ahora, en el esplendoroso jardín donde se hallaban, el oji-café admiraba sus reflejos desde el puentecillo donde la música bajo sus pies arrullaba sus nervios. La luz de las farolas arrojaba piedras preciosas sobre la superficie cristalina.

—¿Alguna vez te has preguntado qué sería de ti sin Akatsuki? —Preguntó Itachi de pronto con tono sombrío.

Sasori enumeró mentalmente todas las cosas que habían estado mal en su vida y descubrió que, unirse a la organización del amanecer, no figuraba como una de ellas.

—No, no realmente —mintió.

Itachi se acarició la herida en la cabeza distraídamente.

—Yo si. Quizá algún día, lo intente —musitó el Uchiha—. Si lo hiciera, ¿vendrías conmigo?

Sasori se irguió, volviéndose al moreno.

En lugar de responderle, le cogió el rostro con las manos y unió sus labios en un beso cándido. Al separarse, Akasuna eligió decir una verdad:

—Mientras te tenga cerca de mí, estaré feliz.

THE END


De acuerdo a google docs, esta historia tuvo cerca de 21 páginas y es, oficialmente, el one shot más largo de los que he escrito en mi compendio.

Ojalá les haya gustado. Si quieren la verdad, esto surgió nada más por un hermosísimo fanart que encontré en mi celular de Akatsuki en un AU intergaláctico y porque deseaba tanto hacerlos bailar juntos, pararse en un puente y, más que nada, dejar a Itachi sostener el corazón de Sasori. Además, extraño al Kisame de Quierosertunovio, donde los shippeaba.

Esto es probablemente una nota sin sentido, pero la contraseña de Sasori es ItaSaso en el teclado del celular ( 7 w 7 ), no me pude resistir.