Naoko mejoró totalmente, y se dedicó a limpiar la casa. Porque bueno... por ahora era suya.
Akaza la visitó periódicamente, y la ayudó con cosas que quizá ella no podía hacer...cómo quitar el cuerpo podrido, o cambiar el tatami ensangrentado y agusanado. Para alguien con su fuerza (y estómago fuerte) fue pan comido. Naoko vomitó toda la noche y Akaza rió...la muerte y sus formas eran comunes para él. No había olores o panoramas que lo impresionen. Se burló de ella por días a causa de su 'sensibilidad'.
Luego de las tareas, algunas noches él de quedaba con ella, y se sentaban afuera.
Akaza había viajado por todo Japón y muchos otros lugares del mundo en busca del Lirio de Araña Azul. Naoko nunca había ido más allá del barrio rojo, pero le gustaba oír sobre sus viajes. Ella quería saber todo, en lujo de detalles, lo que el había visto en su larga vida. Akaza nunca había hablado tanto de esto...y se dio cuenta que tenía muchísimos recuerdos.
Noches estrelladas. Ciudades enormes. Luces cegadoras, olores únicos.
Y muerte. Y frustración.
Y humillación, sobre todo por parte de Muzan, a pesar de que parecía que era el único que buscaba lo que Muzan pedía. Pero eso no iba a decírselo. Nunca.
El verano transcurrió más rápido que otros que él tenga memoria.
Se encontró entonces disfrutando de pasar el tiempo con ella. De hablar. Naoko era agradable, para ser humana. Poco a poco conoció su historia. Y entendió muchas cosas.
Por ejemplo, por qué no lloró esa noche. O por qué le teme a la oscuridad, a la soledad, a los lugares pequeños.
Y las semanas se hicieron meses, el tiempo pasó casi que se dieran cuenta. Las visitas fueron cada vez más seguidas. Más extensas.
El otoño los encontró en un extraño vínculo impensado. Totalmente nuevo. Increíblemente desinteresado.
Peligroso.
Porque la calma no dura para siempre. Y últimamente alguien más también le estaba poniendo mucha atención a Akaza...
