Disclaimer: Los personajes y la historia no me pertenecen. La historia es de TouchofPixieDust y los personajes son de Rumiko Takahashi, yo únicamente traduzco.
Capítulo doce: Un deseo roto
—Cielos —trinó una voz baja en el borde del claro—. Esto no salió en absoluto como lo había planeado.
—¡Dioses! —gritó Inuyasha con angustia—. ¡La he matado!
Al joven no le importaba que alguien viera sus lágrimas u oyera sus sollozos combinados con hipo que no podía controlar. Qué importaba nada ahora que acababa de matar a la mujer que amaba. La desesperación lo puso físicamente enfermo y amenazaba con vencerlo cuando oyó una voz incrédula interviniendo a varios metros de distancia.
—¡No me puedo creer que no esté muerta!
—Claro que no, estúpida. ¿Pensabas que iba a dejar que un humano debilucho te matase?
—¡Pero la espada me atravesó por completo!
Una exterminadora de demonios, un monje, un zorrito y una gata de fuego estupefactos observaban con interés cuando el sonido de la voz de Kagome al fin le llegó al Inuyasha humano. Se secó los ojos con la punta de su camiseta y se atragantó un poco, después susurró el nombre de ella con voz ronca.
—Kagome…
Sango fue a ponerle la mano en el brazo para ayudarlo a levantarse, pero su mano lo atravesó. Era una sensación extraña. O una falta de sensación. En realidad, era muy espeluznante. Y es bastante difícil intimidar a una exterminadora de demonios. Retrocedió un par de pasos.
—Pero… yo… yo la maté…
—No, no lo hiciste —le aseguró.
—Pero la espada…
A Sango le hubiera gustado sacudirlo hasta que parase de sonar tan perplejo. Pero no era capaz de agarrarlo, así que en su lugar simplemente tendría que ser paciente. Lo único que podía hacer era intentar explicarle lo que había visto.
—La espada SÍ que los atravesó. —La exterminadora entrecerró los ojos mientras lo miraba con furia y apretaba los puños con fuerza en un esfuerzo por controlar su carácter. Después de todo, acababa de ver a este hombre ensartando a su mejor amiga—. Y sí, la espada parecía sólida. Pero cuando viste a Kagome, ocurrió algo y la espada se volvió también intangible. Tal vez perdiste la concentración. Tal vez el instinto evitó que le hicieras daño. No lo sé con seguridad. Entonces, Inuyasha… nuestro Inuyasha… agarró a Kagome y la puso a salvo.
—¡LO VOY A MATAR!
—Solo es un rasguño, Inuyasha.
—¡ESTÁS SANGRANDO!
—¡Cálmate! Solo es un rasguño diminuto.
—¡SHIPPO, TRAE EL BOTIQUÍN DE KAGOME! ¡YA!
—¡Para de gritar! ¡Y aparta las manos de mi falda!
Eso llamó la atención de todos. Ante el silencio que cayó sobre el campamento, Inuyasha y Kagome se dieron cuenta de que todos los estaban mirando con las cejas levantadas. En lugar de soltar el dobladillo de la falda de Kagome (sinceramente… él SOLO estaba intentando mirar la herida), el sonrojado hanyou se puso delante de ella para tapar la vista de todos mientras inspeccionaba el tajo en la parte superior de su muslo.
Se habría movido más rápido si las acciones de Kagome no lo hubieran sobresaltado. ¿Cuándo aprendería la chica que una espada a través de su vientre no iba a matarlo A ÉL? Era impensable que ella pusiera su vida en riesgo solo por la suya. Que fuera a derramar… sangre… por él. Negó salvajemente con la cabeza. Cuando el humano soltó la espada, se volvió sólida una vez más. Y aunque el hanyou era rápido, no fue lo suficientemente rápido como para evitar que le hiciera sangrar.
La sangre de ella.
En SU espada.
Inuyasha se encogió al pensarlo. Lo ponía enfermo. Se preguntó si iba a volver a ser capaz de mirar la espada sin ver su sangre manchando el filo. ¿Volvería a ser capaz alguna vez de cerrar los ojos y no ver su espada hundida a través de su vientre? Si hubiera sido solo un momento más lento… Aplanó las orejas contra su cráneo, casi desapareciendo entre su pelo plateado mientras intentaba dispersar ese pensamiento. Habría pasado más tiempo regodeándose en la autocompasión si no se hubiera dado cuenta de que todos estaban intentando ver lo que estaba haciendo con la falda de Kagome.
—¡SOIS TODOS UNA PANDA DE PERVERTIDOS!
—Oye, Inuyasha… —Shippo volvió saltando con el botiquín.
El demonio perro agarró apresuradamente el botiquín y lo abrió de golpe en una búsqueda desesperada de gasas, esparadrapo y toda clase de ungüento que ella llevaba allí.
—¿Qué quieres, mocoso? Estoy ocupado.
—¿Quién es esa anciana que nos está mirando?
Todos los ojos se giraron lentamente de Kagome e Inuyasha a la anciana señora que estaba al borde del claro, pareciendo terriblemente inquieta.
—No —murmuró la mujer para sí—. Esto no era en absoluto lo que tenía que pasar.
Ambos Inuyashas se pusieron en pie de un salto y se colocaron entre Kagome y la anciana. Puede que pareciera inofensiva, pero nunca se podía saber con seguridad.
—¿Quién eres? —exigieron al unísono (aunque el hanyou añadió un improperio grosero y un gesto amenazante). Ninguno de ellos tocó la espada que seguía clavada en el árbol.
—Soy Kuusouka.
Todos esperaron por más explicaciones.
Y esperaron.
Y esperaron un poco más.
—Quién…
—Hola, Kuusouka —interrumpió Kagome al hanyou antes de que pudiera volver a insultar a la anciana. Le dirigió una brillante sonrisa a pesar del ligero dolor de su pierna—. Es un placer conocerla. Nos preguntábamos quién es usted y si sabe algo sobre lo que está pasando.
—Soy la tejedora de sueños. —Le sonrió a Kagome con calidez—. Y estaba devolviendo la bondad que una vez me mostraste.
—Eh… —La joven miko no pudo ubicar dónde había visto a la mujer con anterioridad sin importar cuánto lo intentase—. ¿En serio?
—Recompensé tu bondad concediendo el deseo que pediste hace mucho tiempo. —La mujer miró al Inuyasha humano y al hanyou y frunció el ceño—. Pero esto no resultó de la forma en que debía hacerlo. Algo ha salido terriblemente mal.
—¿Mi deseo? —Kagome miró a ambos Inuyashas, confundida. El humano parecía avergonzado y el hanyou la estaba fulminando con la mirada—. ¿Qué deseo?
—¿Puede una anciana sentarse junto al fuego?
Nerviosa ante su falta de modales, Kagome despejó rápidamente un sitio para que se sentase la tejedora de sueños. Se sentó enfrente de ella del otro lado del fuego. Sango fue la que se sentó más cerca de la tejedora de sueños, con Kirara en su regazo por si era una trampa. Su arma estaba a mano por si la necesitaba. Miroku se sentó al lado de Sango porque… bueno, porque era su sitio favorito para ponerse. Shippo se sentó en el regazo de Kagome, mientras que el Inuyasha humano tomó asiento al lado de ella. El hanyou se colocó protectoramente de brazos cruzados detrás de su miko.
—¿Y bien? —provocó Inuyasha bruscamente—. Ve al grano.
La mujer arrugó la nariz ante el grosero demonio perro y le dirigió a Kagome una mirada de curiosidad.
—¿Es este al que elegiste? —Volvió a mirar—. ¿Estás segura?
Kagome se sonrojó mientras todos esperaban su respuesta.
—Mm…
Kuusouka cerró los ojos y se frotó las sienes como si estuviera sacándose un dolor de cabeza.
—Tu deseo era quedarte con el hanyou, ¿no?
El sonrojo se intensificó.
—Mm… bueno… sí…
—¿Lo amas?
—¡AH! —Kagome huyó de su asiento, enviando a volar al pobre Shippo hacia Miroku, y retrocedió rápidamente unos pasos. Irónicamente, chocó contra las piernas cubiertas de rojo del hanyou—. ¿Qué tiene ESO que ver con nada?
—Si vamos a averiguar qué ha salido mal con el deseo, necesitamos respuestas sinceras. —La voz de la tejedora era de ligera irritación—. ¿Lo amas?
De entre todas las muchas formas en que Kagome había pensado declararle su amor al hombre que tenía detrás, esta no era una de ellas. Cada par de ojos la estaba mirando fijamente. Incluido el Inuyasha humano. Su mirada era la que más dolía. Sus ojos le suplicaban. Kagome cerró los ojos y aferró una mano contra su pecho. Esta no era la forma en que tenía que pasar. Pero no podía mentir, no cuando necesitaban tanto la verdad. Además, él probablemente ya lo sabía. Todos los demás lo sabían, ¿no?
—Sí.
Hubo un sonoro silbido de aire detrás de ella. Se le movió la comisura de la boca cuando captó un olor a ramen de ternera. Cuando sintió una mano ligeramente temblorosa en su hombro, abrió los ojos. Sin embargo, no fue lo suficientemente valiente como para darse la vuelta y mirarlo.
—¿Y no deseaste que él se convirtiera en humano para ti?
—¿Qué? —exclamó la miko.
La mano de su hombro se apretó por acto reflejo, luego se apartó.
—Kagome… —Su voz sonó quebrada.
Kagome se puso rápidamente en pie de un salto y se dio la vuelta para mirarlo.
—¡No! ¡Nunca! Nunca deseé eso, Inuyasha. ¡NUNCA!
¿Lo había hecho? Seguro que no. Lo amaba tal como era. No sería Inuyasha si fuera otra cosa. ¿O podría haberlo deseado un pequeño lugar secreto de su corazón? Sí, era agradable ir a clase con Inuyasha y tenerlo como parte de su vida en todo momento, pero era imposible que pudiera desearle algo así. Estaría destrozado. Además, sus orejas peludas eran demasiado lindas como para querer librarse de ellas.
La mujer se equivocaba.
El hanyou giró la cabeza para apartarla de ella, dejando que su flequillo le cubriera los ojos para que no pudiera ver cuánto daño le había hecho. Aunque el agarre de ella en su manga evitaba que se marchase de un salto, se negaba a mirarla. Podía sentir su corazón rompiéndose de verdad. Y dolía. Dolía más que la flecha que una vez lo había clavado al árbol.
—¿Cómo pudiste, Kagome? —Soltó la manga de un tirón—. Creí… Kagome… creí que tú… —Incapaz de acabar la frase, se dispuso a marcharse. Solo se detuvo cuando oyó que la anciana hablaba otra vez.
—¿Kagome? —dijo la tejedora de sueños con curiosidad.
—¡Se equivoca! Nunca deseé que Inuyasha fuese humano, Kuusouka —negó con vehemencia, sabiendo en su corazón que era verdaderamente cierto—. Es perfecto tal como es. No lo cambiaría por nada. —Se lanzó hacia delante para volver a agarrarle la manga, poniéndose de un salto delante de él para detener su avance—. ¡Nunca deseé eso, idiota!
—Qué declaración de amor más conmovedora —le murmuró Miroku a Sango, quien asintió con una suave risita. Kirara maulló en respuesta—. Tiene un don con tan dulces palabras. No me extraña que haya ganado tantos corazones.
—¿Kagome? —dijo de nuevo Kuusouka.
—¿Qué? —espetó la miko mientras se preparaba para asegurarse de que Inuyasha no se movía ni un centímetro hasta que le entrara en su dura cabeza que la mujer estaba mintiendo.
—Pero… no entiendo. Eres Kikyo, ¿no?
—¿Kikyo? —repitieron Inuyasha y Kagome al unísono.
Shippo se subió de un salto al hombro de Sango y masticó un palito de Pocky de fresa que encontró en la mochila de Kagome mientras la gente estaba discutiendo. Lo genial de toda esta pelea era que dejaba el alijo de aperitivos completamente desprotegido.
—Esto —se rio con la boca llena— va a ser interesante.
