Ranma 1/2 no me pertenece. Este fanfic está escrito por mero entretenimiento.

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—Cero—

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Capítulo 13: La celebración

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Parecía que nunca había suficientes flores. A su llegada al hotel les recibió una multitud de empleados que aplaudían y sacaban ramos de girasoles y de lirios, cestas de frutas y elaborados paquetes envueltos. Todos enviados por fans y patrocinadores, así como por empresas implicadas en el torneo. Era una locura. Akane se esforzó en sonreír mientras argumentaba que Ranma estaba muy cansado, y que obviamente necesitaba descansar en la suite.

Después de otros cinco minutos de agradecimientos e inclinaciones educadas de cabeza, varios mozos les acompañaron a la suite cargados de obsequios. Revolotearon por la habitación repartiendo las cestas de frutas, las flores en jarrones y adecuando los regalos en una pila ornamental. Ranma terminó por gruñirles que se largaran de una vez y Akane se mordió el labio inferior conteniendo una carcajada.

Cuando la puerta se cerró y al fin se quedaron solos, ambos se mostraron momentáneamente tímidos, como si no acabaran de protagonizar una sesión de intensos besuqueos en el asiento trasero de un coche.

El guerrero había terminado por anudarse el cabello en una coleta baja a causa de las prisas y aún estaba húmedo. Akane empezó por quitarse los zapatos mientras examinaba apreciativamente todos los regalos.

—Hay demasiada comida —dijo fijándose en una de las cestas, en la cual había fresas del tamaño de un puño y manzanas redondas de un color verde brillante.

—Ummh —gruñó él pensativo—. Creo que…

Ella alzó la vista y tragó saliva.

— …creo que necesito un analgésico —concluyó mientras se dejaba caer en uno de los amplios sofás y resoplaba agarrándose el costado. Akane se volvió hacia él de forma urgente.

—¡Debería haberte examinado un médico después del combate! —exclamó corriendo a su lado, Ranma apretó los dientes cuando ella levantó su camiseta y comenzó a palpar con cuidado los múltiples golpes que antes había pasado por alto. La adrenalina les había consumido a ambos en una vorágine de necio descontrol. Akane examinó su rostro, como si ahora se diera cuenta por primera vez de las contusiones, del labio hinchado y la mandíbula con un color morado pálido, tornándose en negro por momentos.

Se levantó y corrió hacia una de las pequeñas neveras, con licores y refrigerios, regresó al rato, con una lata de refresco bien fría, un par de pastillas y otra botella de agua.

Ranma fue buen paciente y procedió a meterse los medicamentos en la boca, los tragó y después se apoyó la lata de refresco sobre la cara, intentando así paliar la futura inflamación de todos los golpes recibidos. Dejó caer la cabeza contra el respaldo del sofá.

—Esto es patético —dijo más para sí mismo que para ella, Akane alzó una ceja con cierta sorna.

—Acabas de ganar la final del campeonato de artes marciales más importante del mundo. Creo que te mereces un pequeño descanso.

—No quiero descansar —rezongó con voz penosa.

—¿Hace falta que te meta en la cama?

—Sí —contestó rotundo, con los ojos cerrados y bailando el refresco sobre su mejilla.

Ella volvió a reír, le dio la mano y tiró de él para ayudarle a ponerse en pie. Una vez enfriados los músculos, el fiero guerrero apenas y se sostenía, Ranma se apoyó en ella mientras le conducía a la habitación principal. Se detuvieron frente a la cama, y el chico apenas pudo quitarse la sudadera y la camiseta de una antes de dejarse caer en el blando colchón, con un sonido a medio camino entre la satisfacción y el dolor.

—¿Necesitas ayuda… con los pantalones?

Ranma luchó por alzar la cabeza para mirarla.

—Aún me queda mi orgullo. Si me quitas los pantalones atente a las consecuencias.

—No pareces tener fuerzas para eso —respondió ella con una mano bajo la barbilla, muy seria. Él comenzó a mover las piernas como si fuera una lombriz fuera de la tierra, hasta que se quitó los pantalones, y procedió a taparse con el grueso cobertor mientras la miraba lleno de una especie de sopor iracundo.

—No irás a dejarme dormir solo… —aventuró entrecerrando los ojos. Akane pestañeó y pareció pensárselo.

—Bien, puedo ir a por mi pijama.

—De eso nada —gruñó cortante—. Te recuerdo que tienes la fea costumbre de dormir desnuda.

La chica sonrió divertida al acordarse de esa pequeña y estúpida broma.

—Como quieras —dijo provocadora, desprendiéndose de la chaqueta allí mismo, aquello no hizo más que despertar el interés del luchador, quien con gran esfuerzo pareció trepar sobre los grandes cojines que coronaban el cabecero de la cama para tener mejores vistas del acontecimiento.

Akane le observó a los ojos, con el sonrojo extendiéndose de forma adorable por su rostro, y aún así llena de decisión. Se desabrochó el pantalón despacio y lo dejó caer hasta sus pies. Sus piernas blancas y delgadas emergieron como hermosas columnas de alabastro. Ranma contuvo la respiración sintiendo cómo le picaban los dedos, mientras ella se empeñaba con los pequeños botones de la camisa. Sus pechos se mostraron dentro de un fino sostén de encaje gris y rosa, a juego con sus bragas. La camisa quedó igualmente abandonada en el suelo de la habitación, y sin que él se atreviera a mover una ceja ni ella pidiera más permiso, Akane se deslizó dentro de la cama, avanzando como una criatura acuática en una laguna desconocida, de la que no llegaba a adivinar el fondo.

Y el guerrero sentía que le dolía hasta pasar saliva, le dolían las manos, la cabeza y los labios. Le dolía la espalda y los muslos, todo él ardía en dolor. Pero el placer no era tan diferente del dolor. En el dolor había un diminuto placer, en el placer había un inexplicable dolor.

Ella era ambas cosas, su peor mal, su mejor remedio.

Se acercó a él sabiendo que su mirada hambrienta sólo podía ser saciada por su carne. Ranma se humedeció los labios, salivando.

—Voy a hacerte el amor —susurró atrayéndola hacia sí, apoyando una mano en su muslo desnudo, subiendo hasta tocar la fina lencería que esperaba que hubiera escogido pensando en él.

Akane suspiró, se permitió cerrar los ojos en abandono y dicha, sus manos se enredaron tras su espalda, con fuerza.

—Te quiero —confesó contra su pecho, sintiéndose arder mientras sus piernas se rozaban desnudas—. Yo… te quiero, Ranma —dijo enfretándolo, y lo que se encontró fue un hombre a punto de romper en lágrimas, su luchador estaba absolutamente sobrepasado.

Ranma la abrazó, aunque ella sospechaba que lo estaba haciendo para que no le viera llorar, pero sentía sus jadeos histéricos, su respiración rápida mientras estrechaba sus hombros como si no quisiera volver a soltarla jamás. Se obligó a respirar de forma normal, se obligó a permanecer allí y no perder la cabeza. Estaba mareado, estaba agotado, era más feliz que nunca.

—Quería ser yo quien lo dijera primero —respondió con la voz tomada—. Tonta, me has quitado mi oportunidad.

Ella rio fundiéndose en el abrazo, en el calor y en el olor de su cuerpo golpeado y musculoso. Le escuchó quejarse débilmente cuando pasó las manos por sus costados.

—Podríamos solo dormir así —dijo después de un rato, sintiendo la languidez de los músculos del agotado guerrero, él tomó aire.

—Llevo esperándote media vida, unas horas más no son nada —respondió con sosegada calma, lleno de ronroneante dicha.

—¿Tu? Soy yo la que ha esperado años a que regresaras por mí —confesó con una sinceridad cruda, mostrando sus heridas aún calientes, abiertas por él.

Ranma se separó de ella para poder mirar sus ojos, consternado. Los restos de lágrimas en sus mejillas eran frescas y brutalmente sinceras.

—He sido un idiota, patético y cobarde —escupió con rabia pensando en el tiempo perdido, en los años de sufrimiento innecesarios a cambio de un orgullo impostado. A cambio de cenizas y deseos incumplidos.

—Eres mi idiota —dijo Akane pasando las manos por su suave pelo, quitándole juguetona la cinta elástica que sujetaba su coleta.

—Soy tuyo, te pertenezco por nacimiento y hasta el día en que muera —comenzó más serio de lo que le había visto nunca, los golpes y morados de su cara no hacían más que conferir brutalidad a su declaración—. Haz conmigo lo que quieras, ámame o destrózame. Mientras sea de tus manos aceptaré cualquier cosa que quieras darme.

Los labios de Akane temblaron llenos de perplejidad, pues jamás creyó que Ranma Saotome fuera un romántico ni un poeta, ni que sus sentimientos alcanzaran en ella la densidad de la lava, todo el peso de un corazón. Ahora las lágrimas surcaban sus propias mejillas, sonrió llena de una felicidad que nunca pensó que podría experimentar.

Se abalanzó sobre él, agarró su duro rostro y lo acercó al suyo, besándolo sin contenciones. Él intentó tomar el mando, intentó domar aquel ansia que explotaba en ella con labios cálidos y manos calmadas, pero Akane gritaba con todo el cuerpo, chillaba por él. Parecía haber tomado al pie de la letra sus palabras.

Y a él le pareció bien, más que bien: Le pareció perfecto.

Sus labios hablaban lenguas diferentes, una de delicada degustación, la otra de inexplicable necesidad. Rodaron sobre el costado hasta que Akane se sentó a horcajadas sobre el guerrero, quien apoyó sus firmes manos tras su cuello y sobre su cintura. Se fundieron con sus pieles calientes y anhelantes de contacto, sus lenguas parecieron comenzar a entenderse y se buscaron famélicas de aventura, de calor y respiraciones.

Ranma sintió como los analgésicos cumplían su función, como sus golpes se hacían leves como el pensamiento, ligeros sobre su piel. Sintió que estaba bien, que estaba permitido, así que se concedió tocar a placer. Las manos se deslizaron desde su estrecha cintura hasta sus muslos, se entretuvo en examinar esas piernas, en sentir su tacto como había fantaseado cada vez que la veía con aquellos condenados pantaloncitos cortos. Ascendieron fuertes y presionando hasta agarrar su trasero con una devoción que rozaba lo pagano.

Ella gimió sobre su boca, un quejido. Placer y dolor. Ranma volvió a hundir los dedos en la dulce piel sobre el encaje mientras empujaba su pelvis hacia arriba, y ella pegaba un respingo agitado. Sus labios se separaron y ella le dirigió una mirada ebria.

—¡Ah! —exclamó cuando él repitió el balanceo, presionándose contra su centro—. ¡Aah!

El guerrero apretó los dientes y resopló, sintiéndose embrutecer más y más con cada uno de sus gemidos. Tomó aire y giró sobre su espalda, arrastrándola con él y cambiando las tornas, quedando encima, entre sus piernas. Akane pareció sorprendida al verse contra el colchón, pero para nada molesta. Aprovechó el impás para alzar las manos hasta sus hombros desnudos y dejarlas caer lentamente, acariciando los músculos de su torso con asombro, presionó con la punta de los dedos mientras un escalofrío la recorría entera al comprobar lo rígidos que eran. Ranma sonrió, bien pagado de sí mismo.

—Si tanto te gusta, puedes tocar más —dijo con una sonrisa peligrosa, y ella no lo negó, sus manos suaves y pequeñas se apretaron sobre sus fuertes hombros y le miró con ojos vidriosos y anhelantes. Ranma jadeó contenido y comenzó a besar su cuello con reverencia, con labios amplios y acariciando la piel con la lengua. Succionando, besando, bajando poco a poco por cada centímetro de tersa y blanca piel. Pasó la lengua lentamente desde el hueco entre sus clavículas hasta su barbilla. Akane chilló excitada, moviéndose bajo él.

—¡Ran… nnn… aah!

Pero el chico parecía estar disfrutando demasiado, embebido, perdido en un recorrido mil y una veces compuesto en su cabeza.

—No sabes la de veces que he fantaseado con esto —confesó sin vergüenza en su ronca voz, deslizó la mano hasta uno de sus pechos y bajó la copa del sostén con un suspiro de emoción. Vio el pezón asomar, rosado y erguido coronando su pecho. Lo acarició con una mano temblorosa mientras sus labios volvían a perderse en su níveo cuello, lo estrechó firme a la vez que se restregaba contra su cuerpo, sintiendo la tirantez en su ropa interior.

Las manos, fuertes y magulladas buscaron su espalda y comenzaron a pelear con el cierre del sujetador. Lo desabrocharon después de varios torpes intentos, y la prenda se deslizó ligera por sus brazos. Akane intentó superar el arrebato de vergüenza al verse prácticamente desnuda frente a él, pero no pudo evitar soltar al muchacho y taparse los pechos de forma pudorosa con los brazos.

Ranma frunció el ceño.

—No son muy grandes —Se excusó pobremente, y parecía preocupada.

—Te recuerdo que no es la primera vez que los veo… O los toco.

—No es lo mismo.

—Akane, quiero ver tus pechos —dijo tan serio como quien pide un formulario en la ventanilla del banco, después intentó deshacer el nudo de sus brazos, pero ella se resistió.

—He adelgazado —insistió frunciendo el ceño.

—Deja de torturarme —gruñó él, haciendo un segundo intento ante el que ella cedió débilmente. Ranma se vio obligado a agarrar sus muñecas para apartarle las manos del cuerpo, suspiró de placer al ver su piel blanca expuesta, su caja torácica subiendo y bajando rápida y sus pechos moviéndose al compás. Ronroneó extasiado mientras sus labios apresaban un pezón erecto, succionando mientras sus manos se empeñaban en no dejar ni un centímetro de aquellas glorias sin ser tocadas.

Akane gritó en una mezcla de placer e impresión. Las manos grandes del guerrero parecían abarcarla entera, moldearla como arcilla húmeda. Continuó con su festín mientras deslizaba una mano por su estómago y la introducía entre sus piernas.

Y ella volvió a gritar cuando sintió aquellos dedos acariciarla en su punto más íntimo, apartando su ropa interior. Se sintió vulnerable y acalorada. Echó las manos que se encontraban arrugando las sábanas de nuevo sobre él, y Ranma dejó sus enrojecidos pechos antes de volver a devorar su boca, mientras introducía un dedo en su interior de forma tentadora.

Las mejillas de la muchacha se tornaron en puro fuego, tembló mientras él continuaba con sus depravados actos, masajeando y penetrándola suavemente con la mano. Lo sintió deslizarse cada vez más fuerte, estimulando su centro con el pulgar a la vez que ahora dos de sus dedos entraban y salían entre espasmos y sollozos ahogados.

—Ranma… ¡Oh, por favor… ! Para, no, no pares, ¡ah!

—Quiero verlo —dijo él sacando los dedos de su interior, acto seguido se los llevó a la boca, probándola en sus labios —. Quiero ver el momento exacto en el que te vienes.

Akane no sabía si era la adrenalina posterior al triunfo, si Ranma siempre había sido un deslenguado o realmente había tenido más experiencia de la que le había confesado. Lo que estaba claro es que estaba desatado y en absoluto avergonzado, mucho menos que ella, desde luego.

Si pensaba que habían llegado hasta allí en igualdad de condiciones, ahora veía cuán equivocada estaba. Él tenía los ojos de un cazador que ha esperado demasiado tiempo por una presa, siguiendo sus huellas, agazapado entre las hierbas altas, pasando penurias, hambre y frío. Y ahora se alzaba eufórico, dispuesto a llevárselo todo. Se arrodilló entre sus piernas y de un tirón le quitó las bragas, a esas alturas Akane entendió que ya poco le quedaba por ocultar en aquella cama.

El hombre estaba concentrado, cubierto de sudor y de un nervioso temblor. Él mismo retiró sus boxers con un gesto de dolor contenido, liberándose de aquella cárcel de lycra. Ahora Ranma también se vio desposeído de secretos.

Hacía tanto tiempo desde aquella torpe y tierna primera vez que ambos intentaron obviarla.

En la oscuridad de la habitación de Akane, con sus manos temblorosas y entre cuchicheos azorados se habían amado a la luz de la luna y las estrellas, tapándose mutuamente las bocas para no hacer ruido, entre besos cálidos y pijamas arrugados.

Y ella se había despertado horas después, rozando el amanecer. Fría, medio desnuda y pegajosa. E infinitamente sola.

Ahora todas las luces estaban prendidas, se miraban a los ojos y no les importaba que se enterara medio mundo, que temblara entero. No eran un arrebato adolescente, era una decisión consciente, una promesa largo tiempo olvidada dentro de sus corazones.

Ranma se inclinó sobre ella y volvieron a besarse, esta vez más lento y pausado. Sus sexos se encontraron desnudos, se rozaron no sin suspiros ni exclamaciones. La suave piel tiraba estimulada, él apenas rozó su entrada y tuvo que dejar de besarla para apretar los dientes y tomar aliento.

—Por favor, lento —dijo Akane sintiéndole apretarse más y más, ganando centímetro a centímetro espacio en su interior.

—Joder Akane —maldijo mientras su miembro duro e inhiesto se perdía entre sus labios menores, hasta enterrarse en lo más profundo con un dulce murmullo de gloriosa satisfacción. Ranma se balanceó con los ojos abiertos, sin perderse un solo pestañeo en la expresión de la chica. Parecía querer beberla en todos los sentidos—. Joder —volvió a blasfemar saliendo de ella y volviendo a entrar suavemente, tomando aire en un ejercicio de contención imposible.

Y ella gimió sintiéndose plena y amada. De alguna forma, divina. El placer era tan elevado que ni el pequeño dolor de su plenitud atravesándola podía opacarlo. Clavó las uñas en aquella fuerte espalda, que había recorrido con ojos hambrientos más veces de las que podía recordar. Elevó la cadera facilitando sus embestidas, y Ranma le agarró el trasero hundiéndose aún más profundo en su carne. Aún así no dejó de hacerlo tal y como ella había pedido, tortuosamente lento.

La cadencia era asíntota, como el repiqueteo de las primeras gotas de lluvia sobre el pavimento. Saltaba latidos, las respiraciones se entrecortaban en jadeos largos y tortuosos. Gemidos guturales de dos fuerzas que colisionan y se alejan en desmadejado gozo.

Akane se mordió los labios embebida en placer, se sintió eufórica, enloquecida en espasmos mientras su guerrero le ofrecía la mejor visión de su vida. Ranma, agotado y con la piel bronceada perlada de diminutos diamantes de sudor la miraba obsesivo, con sus ojos hipnóticos desbordantes de deseo, la poseía en un embrujo, en un baile de cuerpos que encajaban a la perfección.

Ella se retorció alcanzando el clímax, jadeó ante la explosión de júbilo que le provocaron sus cada vez más fuertes embates.

—Mírame —exigió Ranma agarrando su cara, sintiendo su miembro exprimirse entre sus pliegues, rindiéndose a su propio placer incapaz de aguantar un momento más.

Apretó la boca, la estrechó contra la suya y en tres embestidas más dejó de moverse.

De pronto se encontraron en un silencio roto por sus respiraciones, recuperando el resuello entre los estallidos de sus mutuas explosiones. Entrelazados entre sábanas desperdigadas, ropa interior y cojines descolocados. Ranma se dejó caer sobre ella, aunque intentó echarse a un lado para no aplastarla, aún disfrutando del calor de su interior. Se observaron, exhultantes y victoriosos. Ella le pasó las manos por el pelo y él le dedicó una sonrisa imborrable.

—Ha sido… demasiado bueno —dijo con voz ronca, la garganta áspera del aire inspirado en jadeos. Akane asintió sin sentirse para nada locuaz, se acurrucó en su pecho sintiendo el aire frío en contacto con su piel.

—No me puedo creer que haya ocurrido —dijo para sí misma, a lo que Ranma respondió con un bostezo lánguido, echando mano a los cobertores que volcó sobre sus cuerpos.

—Si te cuesta creerlo podemos repetirlo, pero antes necesito dormir —dijo besando su frente en un tono exhausto, parecía haber estado manteniéndose en pie solo por aquello, tirando de ansias y cabezonería.

No la soltó, apretó sus brazos alrededor de sus hombros como si la idea de separarse le resultara dolorosa. Fue Akane la que se movió bajo su cárcel de músculos, le obligó a salir con un gemido estrangulado, y se ajustó la sábana por encima de los pechos.

Se apretó contra su cuerpo caliente, mientras Ranma gorgojeaba de somnoliento placer. No tardaron en quedarse dormidos.

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El guerrero despertó muchas horas después. Por un instante se sintió mareado, incapaz de distinguir dónde se encontraba o separar el sueño de la realidad.

Se incorporó en la cama, le dolían todos los músculos. Echó una mano a su mejilla y la encontró hinchada, le escocían los ojos y los labios. Se examinó descubriéndose desnudo, también estaba muerto de hambre. Miró a su alrededor y alzó una ceja al ver la ropa interior de Akane aún tirada por el suelo. La sonrisa no tardó en acudir a su rostro.

Por supuesto que no lo había soñado, aquello había pasado de verdad. Las cortinas de la habitación estaban corridas, no tenía ni idea de qué hora era.

Se levantó entre quejidos, estirándose. Rebuscó en su armario unos pantalones deportivos cortos, y nada más. Descorrió las cortinas, abrió las ventanas. El sol brillaba en lo alto, en un día de invierno sin nubes, frío y radiante.

Salió de la habitación con pasos tentativos, encontró que el hall de la suite estaba aún más lleno de regalos que la noche anterior. En la mesa que solían usar para desayunar había varias bandejas tapadas, le rugieron las tripas pero apartó la mirada, impaciente por encontrar a la escurridiza chica que había tenido el descaro de abandonar su cama.

Paseó silente hacia la zona de sofás, donde de una de las paredes colgaba la gigantesca pantalla de plasma. La encontró allí, leyendo mensajes en su teléfono móvil, hecha un ovillo en uno de los sillones. Tenía una bandeja de fresas a medio comer y vestía solo el albornoz del baño, su pelo aún estaba húmedo y su piel se encontraba encantadoramente enrojecida.

Akane se percató de su presencia, alzó la mirada un tanto sobrecogida, mucho más al encontrarle a torso descubierto y con una sonrisita fácil en los labios.

—Buenos días —dijo él, casi como un tarareo, ella dejó lo que estaba haciendo y sus mejillas se tornaron coloradas.

—Buenos días —contestó en un tono bajo, y por tener algo que hacer se metió media fresa en la boca.

—¿Pediste desayuno? —preguntó Ranma dedicándole una mirada fugaz a la mesa, ella se encogió de hombros.

—No dejan de traer cosas desde esta mañana, he tenido que abrirles porque tú duermes como si estuvieras muerto —contestó masticando.

—Ey, soy el campeón mundial de la MMA, estoy cansado —dijo divertido, examinando una de las muchas bolsas que había por todas partes, dentro de aquella había una cara botella de coñac.

—Todo el mundo está mandando flores y regalos. Tenemos más de cincuenta nuevas propuestas de patrocinio. En serio, es demasiado.

—Pasó parecido la primera vez, luego se aburren y dejan de insistir —dijo Ranma caminando hacia la mesa y abriendo una de las bandejas. Descubrió un lujoso desayuno compuesto por arroz, huevos, lascas de pescado marinado en soja, ensalada y sopa de miso llena de tofu blando. Se le hizo la boca agua, ni siquiera había cenado.

Ella se levantó, se ajustó la cinturilla del albornoz y caminó hacia el otro lado de la mesa, tentativa. Allí había otra bandeja de comida casi igual que la que estaba devorando Ranma, solo que entre ambas había una pequeña bolsita blanca con una nota pegada. Akane la examinó mientras alzaba una ceja.

"¿Todo bien en el paraíso?" Leyó, la nota estaba firmada por N.T.

Con el ceño fruncido sacó de la bolsita algo que no se atrevía a calificar como ropa interior, más bien un burruño de lazos y encajes de color negro, acompañados de lo que estaba segura, era un bote de lubricante.

Gritó y lo devolvió todo a la bolsa, aunque Ranma ya lo había visto y sostenía los palillos con una porción de arroz delante de su boca, que estaba abierta en clara señal de sorpresa.

—¡Voy a matar a Nabiki! —chilló avergonzada, lanzando la bolsita hacia un sillón y comenzando a devorar su desayuno con gestos hoscos, enervados.

El guerrero miró con pena el aterrizaje del regalo, varios metros fuera de su alcance. Se metió el arroz en la boca y masticó lento, seguramente buscando algo que decir sin que resultara en el descontento de la muchacha.

—Lo mismo te queda bien —dijo sin embargo.

Ella le miró ceñuda, pero no era una verdadera cara de enfado, más bien de indignación silenciosa.

—¿No te molesta que siempre esté con las narices metidas en nuestra vida?

A Ranma casi le da un vuelco el corazón cuenta ella pronunció "nuestra", intentó disimular su estúpida alegría.

—Solo digo que tu hermana tiene buen gusto —contestó encogiéndose de hombros y comiendo todo lo que tenía delante.

—Más le vale, porque ya ha elegido el salón de bodas.

—¿Eh?

—No, nada —dijo ella comenzando a picotear con los palillos su plato de arroz.

Ranma se estiró perezoso cuando terminó su desayuno.

—Necesito una ducha —dijo alzándose de su silla—. ¿Y tú?

—Yo ya me duché —contestó Akane, lo cual era más que evidente.

El chico se acercó a ella, acechante, tomó una de sus manos y la alzó, obligándola a ponerse en pie, olvidando el desayuno.

—Ayer gané el campeonato, apenas y puedo mover los brazos. Necesito que alguien me frote la espalda —dijo muy serio, ella sonrió de soslayo.

—Ah, ¿si?

—Sí, y merezco también un masaje, quizás algo de cariño… —aventuró agarrando de forma nada disimulada el nudo de su bata—, mi bañera es bastante cómoda.

—Eso es… eso…

Pero él ya estaba caminando, decidido hacia el baño. Akane se hizo un lío con los pies e intentó seguirle a zancadas, alcanzando sus pasos. El baño de la suite era más que grande, era otra habitación entera. El suelo y el techo estaban forrados de listones de madera, mientras que las paredes se encontraban recubiertas de azulejos claros.

El ofuro era rectangular y gigantesco, lleno de agua cálida que se mantenía corriendo con una pequeña bomba de agua que derramaba en uno de los laterales en forma de pequeña cascada. También había taburetes de madera y terminales de ducha, así como una repisa para jabones, toallas y esponjas.

Akane miró el espacio bastante impresionada, pues el baño de su habitación también era lujoso, pero al estilo occidental. El olor a madera inundó sus sentidos mientras Ranma cerraba la puerta a su espalda y acto seguido atraía el cuerpo de la muchacha contra el suyo, besándola sin contemplaciones.

Agarró rudo el nudo de la bata y lo deshizo en un ademán, haciendo que la prenda cayera al suelo sin compasión. Ronroneó satisfecho al contemplar a Akane desnuda, sonrojada y temblorosa, no quiso quedarse atrás.

Se bajó los pantalones y ella no pudo más que verlo hacer, inquieta, con la respiración entrecortada, no queriendo mirar y a la vez, queriendo mirarlo todo. Ranma encendió un grifo, llenó un buen balde y la combinó a sentarse en un taburete, él se sentó en otro, justo detrás.

Akane comenzó a respirar más agitada, mientras el chico comenzaba a pasar sus manos adustas por su suave cuerpo, sus labios estaban sobre su nuca, besando despacio por toda aquella expuesta piel. Acarició sus muslos, estrechó su cintura, subió hasta sus pechos. Ella echó la cabeza hacia atrás mientras un gemido ahogado ascendía por su garganta. Una de las manos de la muchacha se posó en el muslo de Ranma y la otra se echó hacia atrás, agarrando su cabeza, hundiéndose en sus cabellos.

El guerrero gruñó de placer, y entonces derramó lentamente el balde de agua caliente sobre ella, Akane gimió al sentirse empapada y después… Después Ranma agarró una pastilla de jabón y comenzó a deslizarla por su piel. Era suave y aromático, demasiado sensual, la espuma a su paso la hacía sentir resbaladiza, y sus manos masajeaban la piel caliente, haciéndola sentir en el paraíso. Contra su trasero y baja espalda sentía otra cosa muy diferente, algo rígido.

—Pensaba… pensaba que eras tú el que necesitaba un baño —dijo entre exhalaciones calientes, Ranma dejó de besar su cuello.

—Sí —gruñó sin poder detener sus manos.

Akane hizo un esfuerzo descomunal por girarse en su taburete y mirarlo sin descomponerse de vergüenza. Las manos del chico se separaron de sus pechos, dejó de venerarla un instante mientras ella agarraba otro balde de agua caliente y lo llenaba. Se volvió hacia él e intentó no mirar el miembro que se alzaba entre sus piernas, desafiante e hinchado. No supo por dónde empezar a frotar aquel escultural y poderoso cuerpo.

—Te frotaré la espalda —dijo en un acceso de profunda cobardía, dando la vuelta hacia su espalda y derramando el balde sobre él, acto seguido comenzó su tarea con el jabón. Él no se quejó, es más, se dejó hacer de buen grado mientras la chica frotaba aquel grueso de músculos, prestando especial atención a las heridas. Sus manos se deslizaron por su piel, por sus hombros y brazos, y cuando hubo terminado entendió que no podía dejar su pecho desatendido. Se alzó, pues de rodillas como estaba no podía alcanzar a más, y cuando se asomó sobre su hombro se llenó de rubor al volver a contemplarlo erecto y contenido, con las manos apoyadas en las rodillas, como un ronin esperando las instrucciones de su amo. Unió su pecho a su espalda, en un abrazo resbaladizo, él gruñó contenido al sentir sus duros pezones contra su piel. Las manos de Akane bajaron todo lo que dieron de sí por su pecho y su bajo vientre, Ranma cerró los ojos, disfrutando lo indecible de aquella agonía.

Hasta que tuvo suficiente. Se volteó y la capturó por la cintura, la montó a horcajadas sobre sus rodillas y ella pegó un gritito ahogado, sorprendido y divertido.

Los ojos del chico de la trenza relampaguearon febriles y Akane jadeó mientras le sentía hundirse exigente dentro de ella. Se besaron histéricos mientras el movimiento poseía sus cuerpos, impulsados en aquel vaivén húmedo. Akane cerró los ojos y se agarró fuerte a su cuello, alzada por sus embestidas mientras él se asía a su cuerpo de forma frenética. Dejaron los besos por falta de aire, sus respiraciones inundaron el escaso espacio entre sus bocas. Ella cabalgaba intentando sujetar las riendas, él era un ejemplar indomable.

Akane se estremeció perdida en un largo orgasmo y en su agonía se encontró con sus ojos azules, de nuevo clavados en sus gestos, sin titubeos.

—Si, eso es —siseó Ranma, ronco y ahogado, temblando a su vez, terminando en ella con gruñidos ásperos de satisfacción.

Se retorcieron jadeantes. Volvieron a besarse, esta vez dulces y sin prisa, en el rostro del hombre asomó la más brillante de las sonrisas.

—¿Bien? —preguntó mirándola, intentando recuperar el aliento. Akane asintió con los ojos embrujados.

—Si —dijo sobreponiéndose, sonriéndole como solo ella sabía hacer—, tanto que parece un sueño.

Ranma la abrazó y se separaron con quejidos contenidos, terminaron de lavarse en las zonas donde habían ido a parar diferentes tipos de fluidos y después se metieron en la bañera.

El chico emitió un siseo de dolor a causa de sus heridas en contacto con el agua caliente. Ella le miró con el ceño fruncido.

—No has tomado tus analgésicos —dijo acercándose a él, pero el guerrero negó con la cabeza, apoyando la espalda en un cómodo respaldo de la bañera.

—Tenía la cabeza en otra parte —contestó mirándola sin vergüenza. Akane se aproximó a él y se sentó en sus rodillas, apoyándose en su pecho en un acto lleno de confianza, Ranma la rodeó con su brazo emitiendo un ronroneo.

—¿Pensabas en mí? —preguntó la chica.

—Llevo pensando en ti… demasiado tiempo. ¿Tú pensabas en mi? —Se atrevió a preguntar a su vez, y para ambos quedó claro que iban a hablar del pasado, sacando del armario todos sus esqueletos.

—Evitaba hacerlo, pero era imposible, ¿sabes? En unos años tu cara estuvo en todas las revistas. Tu madre estaba tan orgullosa… No paraba de hablar de tus éxitos en el extranjero y de lo ocupado que estabas. De lo maravillosa y perfecta que sería nuestra vida cuando regresaras. Yo procuraba no escucharla, y después comencé a evitarla. Me dolía demasiado, pensaba que eran excusas, que de haber querido podrías haberte colado por mi ventana en cualquier momento.

Ranma apenas se movió, pero ella captó la rigidez de sus músculos al escucharla.

—Aún no puedo explicar muy bien lo que me ocurrió, pero necesito que al menos tú lo entiendas. En aquel entonces, cuando mi maldición simplemente desapareció, me puse enfermo. No de cuerpo, aunque así lo creí, mi propia mente enfermó. Me sentía… amputado, sangrante. No sé expresarlo mejor. Tú no tuviste culpa alguna de mis arrebatos de tristeza o de furia… Me avergüenza mucho recordar esa época. Tú te mostrabas comprensiva e intentabas tranquilizarme, y yo no respondí como te merecías. Era un inmaduro, Akane. Sé que esa noche me llevaste a tu cama intentando lo imposible, intentabas "arreglarme" a cambio de tu sacrificio, siempre has sido así de tonta.

Ranma tomó aire mientras acariciaba su piel, ella contenía el aliento, le miró compungida.

—No fue un "sacrificio", lo hice porque quería hacerlo. Quería que fuese contigo, estupido.

—Sabías que me iba a ir, ¿verdad? No eras tan ingenua como para no adivinarlo —susurró quedo.

—Todos los demás ya se habían ido —contestó Akane—. Estaba aterrorizada.

—No te imaginas todas las veces que me arrepentí, de todas las ocasiones que me detuve y regresé en mi camino. Dejarte fue lo más duro que tuve que hacer en toda mi vida.

Akane le miró iracunda.

—Deberías haberme llevado contigo —Le dijo tozuda.

—Ya te dije que no podía, y menos allí. ¡Estuviste a punto de morir en aquel lugar!, tenía bastante con no destruirme a mí mismo, no podía hacerte eso, no podía condenarte a soportarme. Pensaba que te cansarías de mí, y eso ya no tendría solución, el momento en el que me dejaras sería mi fin, y créeme, al final lo habrías hecho.

—¡Yo no…!

—Era menos que un animal. Caminaba días enteros y después dormía en las cunetas de los caminos. Apenas comía, no sabes el estado tan lamentable que yo… Cuando me embarqué en un pesquero chino aquellos hombres me obligaron a darme una ducha, y se negaron a dormir en el mismo lugar que yo. Me pasé dos semanas trabajando de sol a sol y durmiendo entre las cajas húmedas de una bodega. No, no te habría llevado conmigo ni muerto, por favor deja de decirlo.

Ella se pegó a él, rodeó su cintura con sus manos mientras intentaba no sollozar ante lo que le estaba contando.

—¿Y después?

—Llegué a China, y allí no me fue mucho mejor que en Japón. El viaje de regreso a Jusenkyo fue más largo y difícil que nunca. No tenía dinero ni lugar en el que caerme muerto, y había perdido mi mejor capacidad —dijo llevándose un dedo a la sien—. No me funcionaba bien la cabeza, me costaba encontrar oportunidades o hacer tratos. Apenas podía recordar el camino, sólo pensaba en el dolor espantoso, en que necesitaba que acabara. Y entre toda aquella mierda también pensaba en ti. Me preguntaba si me habrías perdonado, si serías feliz… O si ya me habrías olvidado. No sé ni cuantas semanas pasaron hasta que llegué a mi destino.

—Oh, Ranma —dijo ella con un suspiro, él continuó.

—Jusenkyo había sido destruido. El guardia se había marchado a buscar trabajo a otro lugar y allí sólo encontré a su hija, que estaba a cargo de una vecina de la aldea cercana. Ella me explicó que las maldiciones habían desaparecido, que el agua ahora era normal… Que las almas de todos aquellos pobres malditos habían ascendido a los cielos, ¿te lo puedes creer? El lugar más maldito de toda Asia, purificado. Si te soy sincero no supe si alegrarme. Las charcas se habían secado, otras estaban llenas de fango y las que aún quedaban tenían un agua insípida que los vecinos habían comenzado a usar para lavar ropa… absurdo. El mundo me dio la vuelta, pensé que iba a morir allí mismo si no la recuperaba. Me costó mucho tiempo comprender lo que me ocurría.

Akane contuvo el aliento, mirándole tiesa, soltando su cintura con una ansiedad contrita.

—Era el alma. El alma de esa chica ahogada se había adherido a la mía durante tanto tiempo que su falta se me hizo imposible. No lo soportaba, necesitaba volver a estar maldito, tener otra alma. Menos mal que me detuvieron, te juro que en aquel entonces habría sido capaz de cualquier cosa con tal de volver a sentirme completo. Era peligroso. La hija del guardia convenció a las personas de la aldea para que me encerraran. Creo que pasé semanas recluido en el calabozo. No te imaginas lo bajo que puede caer un hombre cuando no le queda nada… Pero a mí aún me quedabas tú.

Las mejillas sonrojadas de Akane se tornaron pálidas y su respiración superficial, Ranma continuó con su relato mientras acariciaba las puntas de sus cortos cabellos.

—Nunca me había detenido a pensarlo, pero cada vez que me volvía ella era un poco menos yo. Es decir, seguía siendo yo, pero un poco diferente. Creo que nuestros propios espíritus se acoplaron y se convirtieron en uno, hasta que parte de sus recuerdos acabaron en mi cabeza y los confundía con los míos. El camino a Jusenkyo, las aldeas cercanas, incluso eventos que yo juraría que me habían ocurrido a mi… todo desapareció con ella. Con los días comencé a aceptar la idea, muy poco a poco. No puedo explicarte todo lo que se llevó con su ausencia, ni todo el tiempo que me costó volver a ser yo mismo. Cuando me hube calmado lo bastante comencé a entrenar como un psicópata. No hacía más que luchar, dormir, y pensar en ti. No fue hasta dos años después cuando salí de la China rural, y comencé a competir en torneos. El resto ya lo sabes.

—Pero… pero eso es imposible —dijo Akane al fin, mirándolo a los ojos con gesto confuso—. Eso no explica ni la mitad de las cosas. Un alma no es algo que pueda fraccionarse de forma infinita, o repartirse en todas las personas que caigan en una poza. No debería clonarse en los cuerpos ni… ni…

—¿Akane?

Ella se llevó las manos al rostro, se sentía mareada.

—Hace demasiado calor aquí dentro —susurró separándose de él, saliendo de la bañera. Él la miró inquieto, levantándose a su vez.

—Espera, te acompaño a la cama —Se ofreció mientras tomaba un par de toallas, ella se envolvió con la suya y los dos salieron del baño. Akane no le miró.

—Voy a mi aseo —declaró, abandonándolo con paso firme. Ranma suspiró con estoicismo, entendiendo que quizás necesitaba espacio para asimilar tanta información.

...

..

.

La chica se encerró en el aseo de su habitación. Había evitado ponerse a chillar, había evitado entrar en pánico delante de él por muy poco.

¿Jusenkyo destruido? ¿No quedaba nada? ¿Entonces qué era ella? ¿Quién era ella?

Akane buscó el espejo con avidez. Era su rostro y no otro el que le devolvía la mirada, el rostro de Akane Tendô. No, un momento. Esa era la otra, la joven.

Sus ojos se coparon en gruesas lágrimas cuando le asaltó la revelación. Ella era otra cosa, ella era…

—¿Va todo bien? —dijo la preocupada voz masculina, al otro lado de la puerta.

—¡Si! ¡Solo dame un momento! —dijo enjugándose las lágrimas con los dedos, intentando respirar.

Le escuchó alejarse e intentó serenarse mientras los latidos de su corazón resonaban en sus tímpanos. Ranma podía estar equivocado, quizás no todo se había perdido… Quizás su poza siguiese allí, escondida e inalterable. La resolución brilló en sus ojos. Ella también debía encontrar respuestas, en algún momento tendría que regresar a Jusenkyo.

Salió del aseo, Ranma saltó a su encuentro nada más escuchar la puerta, aún luciendo solo una toalla anudada a la cintura. Estaba preocupado de una manera tan tierna que era imposible que no se le encogiera el corazón.

—Lo siento —dijo él, aunque en realidad no tenía nada que sentir—. No sabía que te afectaría tanto, si te soy sincero hay cosas que no llego a entender del todo… Pero quería que lo supieras.

—No Ranma, soy yo quien lo siente. Lamento mucho que tuvieras que pasar por todo aquello tú solo.

—No estaba solo, siempre estabas presente —dijo sincero, haciendo que ella arrugase el ceño con algo parecido a la culpabilidad—. Siquiera me enteré de lo de tu padre hasta años después de que ocurriera, y para aquel entonces estaba tan arrepentido y avergonzado que no fui capaz de regresar a Japón si no mucho tiempo después.

—Eso fue…

—Debió de ser duro.

—Si, mucho —confesó reticente—, todas tuvimos que empezar a trabajar para mantener la casa, fue una suerte que Tofu le pidiera matrimonio a Kasumi. Nos ayudó con las deudas.

—Lo lamento —insistió—, no sabes hasta qué punto. Mi padre me sigue culpando, ¿sabes? Dice que si tú y yo… Si nos hubiésemos casado tal y como ellos querían, quizás nada de eso hubiera pasado. Te habrás dado cuenta de que ahora no nos llevamos demasiado bien.

—¡Eso es absurdo! —protestó Akane—. Papá tuvo ese ataque pero no por nuestra culpa, nadie puede predecir esas cosas.

—Supongo que no… Aún así me alivia saber que tú no me culpas —dijo con ojitos de cordero, ella no pudo más que suspirar sintiéndose cansada del peso de los años, de todos sus secretos.

—Yo también tengo cosas que confesar —dijo Akane con voz estrangulada—, oh, son tantas… tantas…

—No —La detuvo él con urgencia—. No hace falta, no me lo digas.

—Pero…

—No —insistió acortando el espacio entre sus cuerpos—, estoy cansado de hablar.

Puso las manos sobre sus mejillas ardientes y la besó despacio, asumiendo sus silencios, en un pacto de labios y espíritus exhaustos. Se arrebataron las toallas y deshicieron la cama de Akane en un arrebato dulce y salvaje, con sus penas bailando en sus ojos y corazones. Con lo inconfesable y lo místico quedando enterrado bajo lo terrenal, lo exquisito del abandono de sus cuerpos jadeantes uniéndose de nuevo con urgencia, desesperados, queriendo que sus almas alcanzaran la misma plenitud que poseían sus cuerpos.

Después se durmieron uno en brazos del otro, y cuando despertaron lo hicieron hambrientos, llenos de sed. Devoraron una cesta de frutas y él volvió a tomarla, incontenible y ufano. Terminaron revolcándose en el suelo, entre las sábanas que les envolvían y gemidos a ras de garganta. Se levantaron para echarse de nuevo en la gigantesca cama de Ranma, donde continuaron con la tarea de explorarse a fondo, de recuperar los besos perdidos, de susurrarse promesas de amor con manos entrelazadas y pupilas dilatadas. Lloraron, rieron… Volvieron a dormir.

.

..

Ranma estaba dolorido de forma deliciosa. Pidió comida al servicio de habitaciones y por primera vez en más de un día se puso algo de ropa.

Apenas amanecía y ella dormía agotada, absolutamente preciosa con sus cabellos cortos hechos un lío y el sudor seco sobre su blanca piel. Si era un sueño, no quería despertar.

¿Cuántas veces había ocurrido? Sonrió como un estupido al saber que habían sido más de media docena. Al recordar como ella gritaba su nombre entre espasmos, y él susurraba el suyo entre besos.

Se examinó en el espejo del aseo para descubrir que las contusiones de la pelea comenzaban a menguar, sin embargo unas pequeñas marcas moradas se extendían por su cuello revelando la pasión enfermiza en la que había caído su fiera compañera. Esas señales de victoria eran mucho mejores que el cinturón del campeonato. Ranma suspiró y encendió la tv, llevaban desde la noche del día anterior sin saber nada del mundo, con sus teléfonos apagados y mudos, y tampoco lo echaba de menos.

En el canal de noticias deportivas no tardaron en salir imágenes de su combate contra Ichirakawa, lo miró con interés, no reconociéndose en los golpes brutales y desbaratados, en la flagrante furia que había poseído sus sentidos. Después las imágenes le mostraban serio y triunfal, ya con el cinturón sobre uno de sus hombros pero expresión sombría.

Ese era un asunto del que iba a encargarse personalmente. El luchador japonés iba a rogar por su perdón mientras le rompía los dedos de las manos y le arrancaba los dientes. La furia se encendió en su pecho hasta que la pequeña figura de su ¿novia? se interpuso en su visión. Akane había despertado y llevaba una de sus camisas chinas, la azul. Le quedaba enorme y caía sobre sus muslos.

Jugueteó con el primer botón y se aclaró la garganta. El chico alzó una ceja, expectante, aún con el mando de la tv en la mano.

—Prométeme que no te reirás —dijo haciendo un mohín, él parpadeó, muy atento.

El cuello de Akane también estaba lleno de marcas en diferentes colores, desde el rojo hasta el morado, y él bien sabía que esas señales de profundos besos se extendían hasta mucho más abajo.

Ranma no dijo nada, y ella se desabrochó muy despacio la camisa, la dejó abierta, mostrando con timidez lo que había debajo. Al muchacho se le cayó el mando de la mano.

Akane vestía con un sostén transparente de encaje negro, anudado delante con lazos de satén. Sus diminutas bragas también eran de una transparencia obscena, anudadas a los lados con esos hermosos lazos tan fáciles de desatar. Ranma se acordó de respirar cuando comenzaba a ponerse azul. Iba a tener que darle las gracias a Nabiki, esa chica se había ganado todos y cada uno de los yenes que le había ido pagando religiosamente.

—¿Y bien? —preguntó mordiéndose el labio inferior.

—Aquí. Ahora —exigió él, apuntando con un dedo a su regazo, ella se aproximó zigzagueante y se sentó en sus rodillas con una diminuta sonrisa de triunfo, pasándole las manos tras el cuello.

—¿Comiste algo? —preguntó ella mirándolo embelesada.

—Acabo de hacer un pedido al servicio de habitaciones, me tiene usted agotado, señorita Tendô —dijo sugerente mientras deslizaba una mano por su hombro, haciendo caer la camisa y besando la piel expuesta.

—¿Yo? —preguntó inocente—. No me has dejado dormir en toda la noche.

—¿Es una queja? Porque todo lo que oído salir de tu boca en las últimas horas eran afirmaciones —alegó con voz ronca, a ella no le quedó más remedio que sonreír y besarlo suave, haciendo que sus alientos se encontraran en aquel baile que apenas comenzaban a dominar.

Las manos del guerrero se aventuraron a tocar la lencería, arrugándola bajo sus dedos. Gruñó rudo tumbándola bajo él en el sofá, ella jadeó de sorpresa y anticipación.

—Eres tan hermosa… —dijo deslizando la mano por su abdomen blanco, hasta agarrar uno de los extremos del lazo que mantenía el sostén en su sitio y tirando de él como quien descubre un ansiado regalo de cumpleaños.

Los pechos de Akane surgieron rígidos mientras la vaporosa tela los abandonaba, y Ranma suspiró sin terminar de creerse su maldita suerte. Los besó con fervor y su boca continuó besando la piel, más y más al sur, hasta que sus manos se enredaron en sus blancos muslos y su lengua pasó rígida sobre su sexo, lenta y tentativa.

—¡Aaaah! ¡Ranma! —chilló al sentirlo, y él sonrió con malicia.

—No te hagas la remilgada, tengo marcas de tus uñas en el trasero —comentó en tono jocoso, volviendo a pasar la lengua mientras sus manos acariciaban sus caderas con fervor.

—¡Pero…! ¡Ahh! Oh Dios… —Se tapó la boca con el envés de la mano.

—Si te pidiera una confesión —jadeó pegando un pequeño bocado sobre el encaje—. ¿Dirías la verdad?

—¿Pretendes torturarme? —inquirió antes de volver a pegar un grito de delator placer.

—Sí —dijo sin tapujos, sintiéndose poderoso e increíblemente travieso. Justo en ese momento llamaron a la puerta.

Ambos se detuvieron en su muy ocupada tarea.

—Debe ser la comida —dijo Akane, Ranma ladeó la cabeza y la miró con fastidio.

—Estoy servido —dijo apretando las manos en su trasero, ella emitió un murmullo, intentando aplacar un grito.

Volvieron a llamar.

—Necesitas proteínas —razonó intentando liberarse ante la muy evidente reticencia del guerrero.

—Solo intentas escabullirte de tus confesiones —masculló con el ceño fruncido, Akane estuvo a punto de estallar en carcajadas.

—Me quedaré aquí esperando como una buena chica —dijo, y en señal de rendición tiró las manos sobre su cabeza y las dejó ahí, completamente expuesta a sus ojos. Ranma masculló una maldición de absoluto fastidio y se levantó del sofá.

Los golpes en la puerta volvieron a sonar, impacientes.

—¡Policía! ¡Abra de una vez! —Escuchó restallar una potente voz masculina, el guerrero se apresuró con urgencia y abrió la puerta. Para su absoluto asombro encontró cinco hombres uniformados en el pasillo, dos de ellos le apuntaron con sus armas reglamentarias.

El chico de la trenza dio un paso hacia atrás, sin entender la escena que estaba presenciando.

—¿¡Pero qué…!?

—¿Está aquí? —preguntó el primero de ellos, un oficial de corte de pelo rígido y ojos negros rodeados de densas arrugas. No llevaba arma y era obvio que era el de mayor rango.

—¿Quién? —dijo confuso, sin poder evitar dirigir una mirada febril a las armas, y de regreso al oficial, al cual le sacaba más de una cabeza de altura.

—¿Qué ocurre? —preguntó la asustada voz de Akane, la muchacha apenas había atinado a volver a abotonarse la camisa azul y miraba con asombro a los policías invadir la suite.

—Señorita Tendô —señaló la voz gruesa del que estaba al mando con un deje de triunfo—. Debe acompañarnos.

—¿Qué? ¿Por qué? —cuestionó con asombro, mientras otros dos uniformados se acercaban a ella y para su absoluto desconcierto sacaban unas esposas y se las colocaban alrededor de las muñecas.

Ranma pasó del estupor a la rabia en décimas de segundo, intentó precipitarse contra los oficiales, pero los dos que portaban armas estaban celosamente entrenados para ese tipo de situaciones. Amartillaron las pistolas, pero ni el amenazante sonido logró detener al guerrero, agarró al jefe con la pechera y le enseñó los dientes.

—¡Ella no va a ninguna parte! ¿¡Qué demonios significa esto!? ¿¡Sabe con quién están hablando!? —estalló mientras los cañones le miraban a los ojos.

—¡Ranma! —chilló Akane mientras la sacaban al pasillo, con los pies y las piernas desnudas, casi a rastras.

—Usted también nos acompañará a la comisaría —dijo el jefe sin perder los estribos—. Controle sus nervios señor Saotome, no me obligue a esposarle por resistencia a la autoridad.

Concluyó mientras otros diez efectivos salían de los ascensores, todos portando armas. Ranma no pudo más que apretar los puños mientras veía a Akane desaparecer de su vista.

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¡Hola de nuevo!

Ya parece que nuestra pareja les hacía falta un pequeño respiro, aunque creo que les duró muy poco (por favor, no arrojen objetos contundentes a la escritora). Este capítulo a parte de muchísimo lemon (jijiji) creo que es muy revelador. Ambos se sinceran y entendemos un poco mejor lo que le ocurrió a Ranma, y porqué se fue. Al menos espero haber logrado transmitirlo correctamente.

Muchas más revelaciones y drama en el siguiente , ¡nos estamos acercando peligrosamente al final!

Gracias a todas por vuestros maravillosos comentarios, los cuales disfruto mucho leyendo y releyendo. Me encantan vuestras teorías y espero estar a la altura. Gracias también a mis betas Sakura Saotome y Lucita-chan por sus comentarios y correcciones, y desde aquí desearles muchos ánimos con la escritura, que a veces tanto se resiste.

Próxima actualización en breve, ¡prometido!

Muchos besos.

LUM