Dedicado a Asondomar, el azúcar no fluyó por el prompt.


yo x ti tú x mí

por Syb

Día 3: Divorciada


Koushiro

Leyó el nombre de Michael en el mensaje y gruñó. El rubio le escribía para saber un poco más de su actual investigación y ofrecía proporcionarle financiación a cambio. Koushiro apoyó la espalda en el respaldo de su silla ergonómica y llevó su vista hacia el ventanal del edificio corporativo en el que trabajaba.

Era normal que escribieran correos extensos a la compañía, preguntándole un sinfín de cosas que ni siquiera él se había detenido a pensar alguna vez. Una pregunta usual era la del sufrimiento que podrían haber tenido sus compañeros antes de desaparecer. Sin embargo, todos esos correos pasaban por un filtro y sus asistentes describían con textos genéricos lo poco que habían avanzado, pero con un lenguaje bastante esperanzador. Él no tenía esa clase de palabras dentro de su repertorio, nunca las había tenido, y por eso agradecía que Miyako fuese la que estuviese a cargo ese departamento más sentimental.

Volvió a leer el correo de Michael y se preguntó si debía responder inmediatamente, esperar hasta mañana o simplemente reenviárselo a Miyako Ichijouji para que ella lidiase con las respuestas genéricas y lo derivara al departamento de aportes financieros. Luego, frunció la boca. Su problema no era el correo en sí, sino que el rubio estadounidense tuviese acceso a su bandeja de entrada personal. Koushiro se cruzó de brazos y suspiró, siempre intentaba engañarse a sí mismo, pero no lograba hacerlo por tanto tiempo. No era esa clase de persona delirante. Y sí, él tenía un problema con Michael, pero más bien radicaba en un plano más íntimo que en uno profesional. Sentimental, mejor dicho.

Koushiro se levantó de la silla y se fue a parar frente al ventanal. El tráfico se veía ínfimo desde ese lugar, Haruiko Takenouchi así lo había convencido de mudarse a ese edificio corporativo. La distancia hace que los problemas tengan perspectiva, había dicho el viejo mientras se frotaba las manos. Sin embargo, por mucho que mirara hacia el vacío todos días, no entendía por qué la gente se molestaba en escribir tantos correos y no aceptaba su destino; o por qué donaban tanto dinero a una causa perdida; o el por qué Mimi había decidido dejar de ir a la ciudad hace años y, sin decirle ninguna palabra, había hecho su vida en el extranjero. No la entendía, ella había llegado a la ciudad y elegido quedarse en su apartamento por más de un mes, alargando más de una vez su estadía con tal de pasar tiempo con él, solo para perderle el rastro completamente apenas se fue. Mimi había hecho que la fantasía que había empezado cuando cenaban juntos mientras él le diseñaba su compañía, fuese tan real que constantemente tenía que repetirse que sí, no estaba soñando. No sería sincero si dijera que no esperaba que ella se quedara luego de ese mes alargado, porque Koushiro sí pensó que ella elegiría quedarse junto a él eventualmente. Sin embargo, tan rápido como llegó a iluminar su rutina, desapareció.

Alguien tocó la puerta de su oficina y lo sacó de su ensimismamiento relativo al correo de Michael. Aclaró la garganta antes de permitir que abrieran la puerta de su oficina. Era su asistente.

—Creo que me iré, si no necesita nada más —explicó ella con una sonrisa tímida.

—Está bien, Mina —le respondió—, creo que también me iré.

En ese edificio corporativo, solo se contrataban individuos que tenían en su poder un digivice de piedra. No era un requisito, pero no había otros aplicantes. Nadie más que ellos estaban desesperados por buscar respuestas y la única forma de recibir algo más que un correo electrónico genético con respuestas vagas era trabajar ahí. Mina había viajado desde la India y había intentado encontrarlo por meses sin éxito, hasta que se topó a Hikari en un café en el centro de la ciudad y, a través de la maestra, pudo acceder a su bandeja de entrada personal. Koushiro la miró a los ojos y sonrió, al menos ella lo había intentado de verdad y no le había pagado a alguien para obtener su correo personal. Y lo seguía intentando, día a día, escalando de puesto en puesto, con el único objetivo de ver nuevamente a Meramon. Sin embargo, Koushiro notó que, apenas Mina sintió sus ojos oscuros acariciar su piel morena, esta se sonrojó y bajó la vista. Había algo más ahí, se dijo Koushiro, y ella no solo iba buscar respuestas.

—¿No hay ninguna idea nueva? —preguntó ella, intentando ignorar el rojo que teñía sus mejillas.

Koushiro se sintió extraño, pero no era un sentimiento del todo ajeno. Desde que tenía uso de razón, él entendía que era más invisible que la mayoría de las personas y, a pesar de todo, él gustaba de la persona que era completamente distinta a él. Mimi era la chica que bañaba todo su alrededor con su presencia magnética y no había persona en la tierra que no se sintiera un poco atraído a ella. Sin embargo, se había empezado a desprender de su invisibilidad hace unos años, había sido tan evidente que él mismo lo había empezado a notar. Mina no había sido la primera mujer que se había sonrojado con una sonrisa de sus labios, por eso ya no se le hacía del todo ajena esa respuesta emocional. Era normal, le decía Haruiko Takenouchi, llegaba un punto en la vida que lo intelectual pesaba más que la apariencia y, en su caso particular, ser el director ejecutivo de una compañía tan importante le daba un mejor estatus. A Koushiro no le gustaba admitir que Haruiko Takenouchi había sido una figura importante para él en la última década y, aunque no hubiese sido un buen padre para Sora, sí lo había sido para él. Ahora era Sora la que lo llamaba para preguntarle por su padre y era él el que no sabía qué decirle a la mujer.

—Nada —le contestó a Mina y miró al tráfico una vez más—, las ideas no fluyen como hace diez años.

—Quizás necesita un cambio de perspectiva —le dijo ella y él sonrió sin mirarla. Le hubiese gustado poder volver unos años atrás y tener las mismas ganas de solucionar un problema que actualmente no veía como uno. Mina era un poco más joven que él y debía recordar mejor a Meramon de lo que él recordaba a Tentomon.

—Quizás, sí —respondió luego de unos segundos de silencio—, quizás me faltan unas vacaciones —opinó al aire, esperando que Mina se riera un poco antes de despedirse definitivamente y cerrar la puerta, pero ella no se movió de su lugar. Koushiro pensó que quizás esperaba que le diera un destino y una fecha para ir a cotizar unos pasajes, pero cuando se volteó a verla, ella estaba ensimismada. Reconocía esa mirada, era la misma que él tenía cuando Mimi lo invitaba a cenar a su apartamento y él trataba de memorizar ese momento para la posteridad. Una posteridad que ya era su presente. Era extraño, pero no ajeno. Él aclaró la garganta para no alargar más su silencio—. Mina, solo si tienes tiempo: Michael Barton envió un correo a mi bandeja personal, ¿podrías en cargante tú?

—Enseguida —resolvió diplomática y se encaminó hacia el escritorio de su jefe para reenviarse el correo de Michael Barton a sí misma.

Koushiro la miró de reojo y frunció los labios cuando la vio ocupar su espacio. Era tan nostálgico como refrescante ver a una mujer sentirse tan cómoda con su lugar, tal cual Mimi lo había hecho desde la primera noche que había pasado con él, luego de superar la sorpresa de la cafetera electrónica. Koushiro no podía negar que hace un tiempo quería sentir pertenencia y tener a alguien a quien volver a casa cada noche. Ese pensamiento se volvía insoportable cuando pasaba trabajando tardes completas con Haruiko, y tanto él como el viejo no tenían apuro por terminar la jornada laboral, al no tener a nadie más que el uno al otro. No quería ser como Haruiko dentro de treinta años, ni tampoco tener tantos remordimientos.

Si Mina tenía sentimientos por él, podría ser bastante fácil para Koushiro invitarla a salir esa misma noche y volver a tener lo que tanto extrañaba. No importaba si el departamento de recursos humanos estuviese en contra, Miyako tenía demasiado poder en ese lado de la compañía como para que fuese un problema. La mujer llevaba años fantaseando con todas las citas dobles que tendrían ella y su marido, si tan solo Koushiro se abriese a tener citas como cuando Mimi vivió brevemente junto a él. Sin embargo, para cuando Mina se fue a su oficina contigua para terminar su trabajo, Koushiro había vuelto a ver el tráfico por el ventanal.

De la nada, una idea brotó de entre sus neuronas. En pocos segundos, una pequeña chispa explotó y se transformó en una llamarada. Cerró los ojos como si quisiera dejar pasar el momento, pero sabía que no podría dormir si no lo hacía.

—¡Mina! —la llamó y no se dio cuenta de la urgencia que tuvo hasta que su asistente se sobresaltó cuando lo vio entrar casi corriendo a su oficina. Intentó sonreírle mientras intentaba buscar las palabras correctas, pero su repertorio era más bien limitado—. Invítalo…, a Michael. Si hará un aporte financiero, quizás debamos invitarlo y mostrarle todo.

—¿Las instalaciones? —preguntó ella, aún no entendía a lo que se refería su jefe—. Estoy segura de que el señor Barton ya las vio hace unos años. Recuerdo que trajo a su esposa, su padre y a sus suegros.

Él asintió sin saber qué responder. Hace años Haruiko intentó hacer que Koushiro memorizara mil detalles de la compañía que había escrito en unas tarjetas de papel grueso, solo para que guiara a Michael y a su familia por las instalaciones del edificio corporativo. Él no estaba cómodo con hacer una parafernalia el trabajo de toda su vida. Además, el millonario de visita no era cualquiera, sino que Michael Barton y el rubio había tenido un Betamon como compañero. No era un extraño, pero cuando supo con quién se había casado Michael, la extraña era otra.

En ese entonces, Mina trabajaba hace unas pocas semanas con él, y cuando ella fue por su jefe para que fuese a recibir a uno de los mecenas de su investigación, Koushiro envió a Haruiko para que lo hiciera, alguien que nunca había tenido un compañero ni tenía una relación con su hija que sí tuvo uno.

—No soy bueno con las palabras —le había dicho a Mina cuando ella volvió de la visita guiada y le preguntó por milésima vez si estaba del todo bien.

—Debe serlo —resolvió Mina conciliadora—, o no existiría esta compañía.

Mina esperaba por su respuesta y él no la tenía. Sería todo tan fácil si él pudiese olvidar sus intereses antes de entrar en un espiral de obsesión, que no terminaba hasta que no quedaba nada de él. Era como si quisiera adquirir todo el conocimiento que hubiese disponible o morir en el intento. Ya había aceptado que Tentomon no volvería hace unos años, pero la compañía había crecido demasiado luego de nombrar a Haruiko Takenouchi como vicepresidente y Koushiro ya no veía posible poder saltar del barco. Quería decirles a todos que perder a su compañero era parte de la vida y de la adultez, que dejaran de enviar correos electrónicos porque perdían su tiempo y el suyo. Lo mismo había ocurrido con Mimi: él ya no se creía capaz de poder a abrirse otra vez a una chica, porque ya lo había hecho y había perdido años de su vida pensando en ella, lo único bueno de la situación era que ya no quedaba nada de él para que Mimi pudiese carroñar.

Todo sería más fácil si pudiese olvidar.

—¿Hay algún proyecto nuevo en el que el señor Barton podría aportar? —sugirió Mina.

—Envíaselo a Miyako —repuso él luego de varios segundos de nada. No había caso torturarse intentando ver a Mimi…, el resultado probablemente sería el mismo y él no sería capaz de enfrentarla junto a su esposo. Haruiko tendría que ir a recibirla y ella no podría ocultar con mucho éxito el disgusto que le causaba el padre de Sora. Por mucho que pensara en cómo separarla de Michael para tener un tiempo a solas para conversar, Koushiro tampoco sabría cómo preguntarle por el qué había hecho mal para que desapareciera así de su vida—. Ella sabrá qué hacer.

—Está bien —resolvió ella y reenvió el correo a su supervisora.

Koushiro la dejó trabajar y se fue en silencio, tan solo despidiéndose de su asistente con un gesto vago con la mano y volvió a sentarse frente a su escritorio. Ya era tarde y su oficina se estaba oscureciendo a la par con el atardecer. Era hora de irse, pero no sentía ganas de ir a su apartamento tecnológico, como alguna vez lo llamó Mimi; no si significaba estar solo con sus pensamientos melancólicos.

Koushiro suspiró, tomó su celular y marcó el primer número que salía en el tráfico de llamadas.

¿Diga? —se oyó la voz de Sora—. ¿Está todo bien, Koushiro?

—Sí —resolvió brevemente—. Tu padre está bien, se fue de la oficina hace horas.

Qué alivio —respondió la mujer con una risita—. También deberías irte a casa, ya es hora de cenar. ¿O quieres venir para acá? Hoy hice albóndigas.

—No, gracias —dijo Koushiro con el corazón en la garganta. A veces, la forma más sencilla de conseguir una respuesta era la correcta—. Sé que sonará raro, pero…, llamaba para pedirte el número de Mimi.

Sora pareció atragantarse por la pregunta, pero aclaró la garganta y luego soltó una risa. Koushiro sabía que podía con Sora y que no le diría nada desagradable como sí lo haría Taichi. Además, por la cercanía que tenía con Haruiko Takenouchi, a veces sentía que Sora podría ser su hermana. Eso y que ambos eran pelirrojos.

¿Quién te dijo que se divorció de Michael? —preguntó incrédula—. Debió ser Taichi..., en fin, solo lleva una semana en la ciudad. Quizás debas darle un poco de tiempo.


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