Encuentro surreal

La noche había caído, y con ella, se daba por terminada la jornada de aquel día lleno de revelaciones. Muchas personas se retiraban a sus hogares a descansar, y otras, ya en las mismas, ultimaban actividades para poder finalmente dejarse vencer por el sueño.

Aquel manto oscuro cubrió silenciosamente a aquella parte del globo, inundándola de paz y tranquilidad, pero lastimosamente no representó un momento ameno para nuestra querida protagonista.

Acostada en la cama, Mikasa permanecía mirando el techo, envuelta entre las sábanas, sin poder dormir. Se dio una y mil vueltas tratando de conciliar el sueño, pero al momento de cerrar los ojos sus pensamientos comenzaban a hacer un lío en su cabeza, concentrándose inevitablemente en una sola cosa.

Sí, había seguido el consejo de Armin y logró, gracias a un milagro, dejar de lado el tema de la AFP. Sin embargo, la otra cuestión seguía bailando incesante en su mente, perturbando su calma y aumentado la incertidumbre de su ya atribulado corazón.

—Maldita sea —repitió por quinta vez, luego de verificar en el reloj de su celular que eran las dos y cuarenta de la madrugada—. ¡Maldita sea! —se removió exasperada y se cubrió el rostro con la sábana. Ya había probado de todo, pero nada parecía funcionar—. ¿Es acaso este el costo de enamorarse? —lanzó a la penumbra, esperando, de alguna forma, obtener una respuesta, pero todo continuó en silencio.

"Trata de no pensar en ello".

—Es más fácil decirlo que hacerlo —recordó las palabras de Armin y liberó su rostro—. Muy bien, Mikasa. Tranquilízate —aspiró profundamente y luego exhaló con los ojos cerrados—. Ten fe en que nada va a suceder entre Levi y esa chica. Son solo conocidos, así que no hay de qué preocuparse.

En algo esas palabras ayudaron y, tras repetirlas varias veces pudo, finalmente, dejarse llevar a eso de las tres de la madrugada.

Aunque se despertó repentinamente un par de veces antes de que su alarma comenzara a zumbar en sus oídos a las 7:30.

Haciendo un enorme esfuerzo, se levantó y se dirigió al baño para lavarse la cara y mejorar un poco el aspecto que tenía. Con el fin de despejar la mente, salió a trotar en los alrededores del barrio (dio una vuelta más de lo normal), y al regresar realizó la otra parte de su rutina, sintiéndose un tanto más serena, aunque sin dejar de pensar en ello del todo.

—Espero que mi mala noche no afecte mi rendimiento de hoy —susurró una vez dejó atrás su departamento, más temprano de lo usual.

Observando distraídamente las tiendas, llegó a la academia, pero por alguna extraña razón no fue directamente a los camerinos, sino que sus pies la llevaron a la pista. Cuando se dio cuenta ya se encontraba ahí, siendo sorprendida por su entrenador quien miraba a algún punto del hielo con los brazos apoyados en el marco de la pista.

Lo notó particularmente pensativo, pero cuando quiso dar media vuelta e ir a alistarse…

—Hoy llegaste temprano —mencionó de repente. Se había percatado de su presencia hace mucho.

—Uhm… sí. Buenos días —él le devolvió el saludo—. Espero no haber interrumpido nada.

—En lo absoluto. Solo estaba divagando en algunas cosas —se giró para mirarla—. ¿Y tú? ¿Estás bien?

—¿Eh?

—Pregunto por la forma en que saliste corriendo ayer.

—Ah… —recordó ese hecho, pero prefirió contar una verdad a medias—. Sí. Solo recordé que tenía que encontrarme con un amigo y ya iba tarde. Es todo.

—Mmm… —sintió la necesidad de preguntar quién era ese amigo, pero de inmediato se retractó ya que no era un asunto de su incumbencia—. Espero que se hayan divertido.

—Gracias… supongo.

Se quedaron en silencio, sin atinar a mencionar algo más, aunque cierta cuestión seguía dando vueltas en la mente de la azabache, la misma que requería una respuesta urgente.

—Entrenador, ¿puedo hacerle una pregunta?

—Adelante.

—¿Cómo le fue en su cita de ayer?

Trató de sonar lo más desinteresada posible, esperando no sacar a relucir la incertidumbre que la carcomía por saber y ateniéndose a lo que fuera que estuviera por decir (si es que lo hacía).

Por su parte, Levi la miró con una ceja alzada, obviamente sorprendido por aquello que no vio venir, pero que optó por responder de todos modos.

—Bien. No fue nada del otro mundo —mencionó estoico, encogiéndose de hombros—. Además, no era una cita. Solo nos reunimos a conversar y ponernos al día luego de mucho tiempo.

—Oh —la ojigris escuchó con atención—. ¿O sea que no sucedió nada?

—¿Qué se supone que tenía que suceder? —le lanzó una mirada cargada de confusión.

—No… Olvide lo que dije —soltó una risita nerviosa, sintiéndose mucho más ligera, como si le hubieran quitado un gran peso de encima (aunque técnicamente así fue) y liberando poco después un suspiro de alivio.

—¿Por qué lo preguntaste? ¿Acaso estabas preocupada por algo? —inquirió inesperadamente.

—¿Yo? —"Así es, y no sabes cuánto", habló su subconsciente—. No. Solo sentí un poco de curiosidad —habló segura.

—Hum… —frunció el ceño, no del todo convencido, pero cuando estuvo a punto de dejarlo pasar se detuvo un rato a pensar en lo ocurrido el día anterior y la extraña conversación que estaban teniendo.

Pronto, una hipótesis no tan descabellada surgió en su mente.

—¿Qué pasa? —preguntó Mikasa al notar el cambio en su expresión.

—Nada. Es solo que… —empezó a acercarse a ella hasta detenerse a un metro de distancia— por alguna razón, sospecho que lo de tu amigo es una mentira.

—¿Ah? —ladeó la cabeza en un gesto cauteloso para no hacer notar lo sorprendida que estaba con esas palabras—. No es una mentira. De verdad estuve con él.

"Aunque por razones muy especiales e imprevistas".

—Ajá —dio un paso hacia adelante y ella, por instinto, dio uno hacia atrás—. ¿Por qué presiento que tienes algo que decirme?

La azabache enmudeció y tragó saliva. Quiso reprochar, pero el tenerlo tan cerca hizo que los nervios se hicieran presentes.

"¿Debería seguir el consejo de Armin y hablar sobre ello de una vez?", se preguntó, y aunque estaba dudando de si era el momento oportuno, aquellos profundos e hipnotizantes orbes azules la instaban a ser honesta.

—Sí —susurró y desvió un poco la vista para acumular valor—. Sé que va a sonar repentino, pero la verdad es que yo…

—¿Señorita Mikasa? —de la nada apareció uno de los encargados del mantenimiento de las pistas, interrumpiéndolos.

—¿Sí? —la aludida volteó a verlo, al igual que el azabache.

—Hay una señora que quiere verla.

—¿Señora? —frunció el ceño—. ¿Te dijo quién era?

—No. Solo mencionó que quería hablar con usted, aunque… traía una vestimenta muy elegante.

Aquella última descripción le dio una pista, pero para comprobarlo siguió al muchacho a través de uno de los pasillos, con Levi también intrigado y siguiéndola de cerca.

Una vez llegaron a la sala que conectaba la entrada con las pistas y camerinos, el chico los dejó y la ojigris reconoció de inmediato a la persona, confirmando sus suposiciones.

—¿Tía Kiyomi? —dejó su maleta deportiva a un costado.

—Ay, Mikasa —se le acercó rápidamente y la envolvió en un abrazo que fue correspondido casi de inmediato—. Qué bueno que te encontré. Fui a tu edificio, pero la recepcionista me dijo que ya te habías ido.

—¿Qué sucede? Es raro que aparezcas sin avisar —se separó.

—Lo sé, pero es algo realmente importante y no me dio tiempo de llamarte.

—¿Es mi idea o estás emocionada?

—Sí. No puedo negarlo, pero estoy segura de que tú también lo estarás pronto —volteó a ver—. Pueden venir.

—Tía, no sé a quién estás llamando, pero déjame decirte que no entiendo absolutamente na…

Por instinto alzó a ver detrás de ella y divisó a dos personas que salían del pasillo de la derecha y se detenían justo al frente de la puerta.

Fue entonces que el tiempo a su alrededor se detuvo.

Abriendo los ojos desmesuradamente, observó a los recién llegados, sin atreverse a mover ni un solo músculo y con su corazón comenzando a latir frenéticamente. Ellos también la observaban en un escaneo minucioso, como no creyendo que realmente estuvieran en ese instante.

Parpadeó varias veces y se frotó los ojos, pero al volver a enfocarlos seguían ahí. No eran un producto de su imaginación como supuso.

—Hija…

Y aquella voz inconfundible fue la mejor manera de corroborarlo.

Estos, visiblemente emocionados y con lágrimas en los ojos, intentaron acortar la distancia que los separaban, pero ni bien se movieron Mikasa se tensó y, sin previo aviso y con una expresión consternada, retrocedió y salió corriendo en dirección opuesta.

—¡Mikasa! —gritó Kiyomi, pero esta simplemente se había ido.

Se frotó las sienes, confundida. Esa no era la reacción que esperaba.

—No se preocupe —intervino finalmente Levi—. Iré a hablar con ella.

Dicho esto, se apresuró a alcanzarla, aunque era evidente la sorpresa en su rostro al ser testigo de un reencuentro completamente inesperado.

Porque sí. Él pudo reconocer el parecido innegable entre aquellas personas y su alumna, y si bien no comprendía cómo iba ese rollo cuando ella le dijo claramente que estaban muertos, por un momento creyó que se alegraría de verlos y correría a abrazarlos, por más sorpresiva que haya sido su aparición.

Sin embargo, ya vio que no fue así, por lo que, preocupado, siguió el sonido que dejaban sus pasos hasta encontrarla en los camerinos, sentada en el piso con su espalda apoyada en la pared del fondo y sus piernas recogidas, escondiendo su rostro.

—¿Mikasa?

Esta alzó la vista lentamente, pero no dijo nada, por lo que él se le acercó y se hincó al frente suyo, quedando a la misma altura.

—¿Qué pasó? ¿Por qué reaccionaste de esa forma?

—¿Cómo más se supone que iba a hacerlo?

—No te entiendo. Mira, sé que es algo muy repentino, pero ¿no debería ser motivo de alegría? Después de todo son tus padres, aquellos que en un momento pensaste que estaban muertos.

—¡Ese es precisamente el problema! —exclamó, con sus ojos cristalizándose—. Los lloré, lloré como no tiene idea cuando supe de su desaparición y me rendí al hecho de que murieron en aquel accidente. ¿Y ahora aparecen luego de dos años como si no hubiera pasado nada? ¿Acaso yo no les importé durante ese tiempo que tanto los necesité? ¡Incluso tuve pesadillas en las que veía sus cadáveres en medio del fuego!

—Tranquilízate, por favor...

—No puedo, y menos con este nudo que oprime mi pecho. ¿Por qué tenían que aparecer? Hubiera preferido que no lo hicieran.

—No seas injusta con ellos.

—¿Y ellos están siendo justos conmigo? —un par de lágrimas rodaron por sus mejillas—. No quiero verlos.

—Mikasa...

—¡No! ¡No pueden venir y jugar con mis sentimientos! ¿Acaso creen que soy de piedra? —negó repetidas veces—. Si se hubieran preocupado por mí habrían aparecido mucho antes y...

—Basta, Mikasa. Escúchame, por favor —la tomó del rostro, haciendo que lo mirara fijamente y dejara de hablar—. Entiendo que estés confundida y dolida, pero ellos deben tener una buena explicación al respecto. No los juzgues sin haberlos escuchado.

La azabache dejó de resistirse y, luego de repasar sus palabras y dejándose llevar por un arranque abrupto, cerró la distancia entre ambos y los abrazó con fuerza, ocultando su rostro en su hombro y liberando algunos sollozos.

Aquella acción tomó totalmente desprevenido al ojiazul, por lo que no correspondió enseguida, pero cuando finalmente lo hizo la estrechó delicadamente, acariciando su cabello con suavidad y susurrándole palabras cálidas al oído.

Ella lo necesitaba, así que no había motivo para negarle su apoyo.

—¿Mejor? —le preguntó cuando se separaron luego de un tiempo que pareció eterno.

—Un poco...

—Todo va a estar bien —limpió con sus pulgares los restos de lágrimas que quedaron en su hermoso rostro—. Solo debes ir a hablar con ellos, ¿sí?

La ojigris asintió, él se levantó para ayudarla a hacer lo propio y, sin soltarla, la llevó de la mano de regreso a la sala donde los demás la esperaban. Al ver nuevamente a sus padres, se aferró al agarre de Levi, pero este la reconfortó con un leve apretón para luego liberarla.

—Pueden ir a la sala de reuniones a conversar —mencionó él y, tras ver la maleta que seguía en el suelo, la tomó—. Llevaré esto a los camerinos por ti —le dijo a Mikasa—. Nos vemos en la pista.

—Ok.

Regresó por donde vino mientras ella, manteniendo la distancia, los guio por otro pasillo hacia la sala antes mencionada. Una vez que ingresaron, cerró la puerta y les pidió que se sentaran en un lado de la mesa central al tiempo que ella lo hacía al otro lado. Kiyomi declinó la oferta y prefirió quedarse de pie, aunque un tanto alejada.

—Entonces… —finalmente rompió el silencio y los miró—. ¿Qué clase de sorpresa es esta?

—Yo puedo responder esa pregunta —intervino su tía—. La verdad es que, cuando el gobierno se dio por vencido con la búsqueda del avión desaparecido, yo no me conformé y continué con las investigaciones por mi cuenta. Fue un largo camino y parecía no haber una luz al final del túnel, pero los dioses tuvieron clemencia y los hombres a mi cargo lograron encontrarlos.

—Ah —se cruzó de brazos—. ¿Y por qué no me dijiste nada antes?

—Preferí no hacerlo para no sembrar falsas esperanzas en el caso de que los resultados no fueran los mejores. Además… quería sorprenderte de alguna forma.

—¿Y ustedes? —se dirigió a sus padres—. ¿Qué forma es esa de desaparecer y aparecer hasta ahora? Tal parece que se olvidaron de que tenían una hija.

—Entendemos que estés molesta —dijo su padre—, pero sucedieron muchas cosas que nos impidieron volver y nos mantuvieron alejados por más tiempo de lo que imaginamos.

—Fue así, hija —habló su madre, dolida al ver la incredulidad en sus ojos—. Sé que todo esto representa un enorme shock para ti, pero ¿nos permitirías contarte la verdad de nuestra prolongada ausencia?

Mikasa los miró dudosa. La verdad, no se sentía con ánimos de escuchar nada, pero pronto recordó el consejo de Levi y, accediendo con algo de reticencia, les cedió la palabra.

La travesía de los señores Ackerman se resume de la siguiente manera: cuando estaban cruzando el cielo indio-nepalí, una alerta sonó en la cabina, anunciando una falla en uno de los motores. Todo sucedió tan rápido que el piloto no alcanzó a informar al aeropuerto, maniobrando un aterrizaje de emergencia en una zona boscosa que no fue limpio y provocó un severo impacto y un posterior incendio. La mayor parte de los pasajeros perecieron, pero por obra de un milagro Elías y Azumi lograron sobrevivir, aunque no en las mejores condiciones. Él tuvo que cargarla inconsciente para alejarla del fuego, pero con sus fuerzas agotándose por la pérdida de sangre y las contusiones en su cabeza, se desplomó.

Pensó que hasta allí llegó su camino y pidió perdón a Mikasa mientras perdía la consciencia, pero afortunadamente fueron encontrados por miembros de una comunidad nativa nepalí que no dudaron en ayudarlos. Azumi despertó luego de unas cuántas horas, pero Elías no lo hizo a pesar de los cuidados, por lo que el jefe de la comunidad se contactó con un representante de la medicina occidental y se lo llevaron de emergencia al hospital más cercano. Sufrió complicaciones durante la intervención debido a las hemorragias internas y a dos paros cardíacos, por lo que los cirujanos no tuvieron más remedio que inducirlo al coma.

Durante ese largo período, Azumi permaneció con la comunidad, aprendiendo sus costumbres, tradiciones e idioma una vez estuvo recuperada y visitando periódicamente a su esposo. Pero había algo diferente en ella, un aura distinta, y de eso se dio cuenta Elías cuando despertó después de año y medio y le preguntó por Mikasa, obteniendo una mirada confusa como respuesta.

Después de pedir que le hicieran un examen, confirmó que, lamentablemente, su esposa tenía amnesia retrógrada y que solo lo recordaba a él. Quiso hacer algo de inmediato, pero el no tener documentos, estar en un pueblo alejado de las ciudades principales y despertar luego de un largo coma le bloquearon cualquier intento.

Resignado, pero no del todo vencido, se dedicó a hacer rehabilitación por los siguientes tres meses en un proceso que resultó más complicado de lo que creyó. Logró recuperar la movilidad de sus piernas, pero cuando finalmente se sintió listo para actuar y hallar la forma de volver a Japón, Azumi se negó rotundamente, alegando que se sentía bien en ese lugar y no veía razón para irse.

Comprendiendo que se debía a su pérdida de memoria, hizo hasta lo imposible para que recordara, pero cada esfuerzo fue en vano. Estuvo a punto de perder las esperanzas, pero luego de un mes un par de foráneos llegó al pueblo y, tras hacer una corta investigación, dieron con él, avisándole que iban de parte de Kiyomi Azumabito.

Sintió que finalmente sus súplicas fueron escuchadas, y aunque todavía existía la incertidumbre por el estado de Azumi, esta desapareció cuando aquellos enviados por los dioses le mostraron una foto de Mikasa, la misma que tuvo un efecto inmediato en ella e hizo que todas sus memorias volvieran en medio de un llanto descontrolado.

Sin tener más motivos para quedarse, agradecieron a la comunidad que los acogió y se despidieron, retornando a Japón luego de cinco semanas por cuestiones legales que tuvieron que resolver para poder salir de Nepal.

Fue un largo camino que tuvieron que recorrer, pero ahora estaban ahí y eso era lo importante.

Luego de terminar su relato, Mikasa entró en un estado de asimilación ante aquella avalancha de información que sinceramente no vio venir. Permaneció en silencio un largo rato, y aunque intentó decir algo, las palabras se quedaron atascadas y no lograron ser pronunciadas.

Por un fugaz instante llegó a creer que todo era una mentira, pero los conocía y sabía que no eran capaces de bromear con algo tan serio, además de que le mostraron pruebas contundentes de que todo lo dicho era la absoluta.

—Sé que piensas que te abandonamos, pero nuestra intención nunca fue esa —habló Azumi al notar su rostro conmocionado—. Eres nuestra pequeña, y jamás haríamos algo así.

—Las circunstancias nos alejaron injustamente de ti, pero ahora estamos aquí y nunca más nos vamos a alejar —dijo Elías con seguridad—. ¿Qué dices? ¿Nos permitirías darte un abrazo y empezar de nuevo, princesa?

Aquel calificativo la transportó por un momento al pasado, a aquellos días felices, por lo que asintió levemente y ellos se levantaron de sus asientos para acercarse y envolverla en un fuerte y añorado abrazo. Todavía estaba aturdida por tantas revelaciones en tan poco tiempo, pero ello no fue impedimento para que percibiera el calor de ese gesto, calor que creyó haber perdido para siempre pero que ahora volvía a sentirlo con mucha nostalgia.

Tardó un poco en corresponder y dejarse llevar junto a la marejada de emociones, entrelazados por un largo rato bajo la conmovida mirada de Kiyomi. Luego ella también fue partícipe del abrazo por invitación de Azumi, y cuando finalmente decidieron romperlo, Mikasa se recompuso lo suficiente y anunció que debía volver a los entrenamientos. Kiyomi asintió y le dijo que ella se encargaría de llevar a los señores Ackerman hasta mientras a su casa, despidiéndose después de eso y abandonando la sala de reuniones.

La azabache caminó hacia la pista con las manos en los bolsillos de su sudadera. Llegó al lugar de manera silenciosa, pero Levi, quien no se encontraba lejos, se percató de su presencia y se le acercó.

—¿Cómo te fue?

—Es una larga, muy larga historia, pero… usted tenía razón. Todo fue cuestión de escucharlos.

—Es bueno saber que lo hiciste. ¿Y cómo te sientes?

—Honestamente, no sé —suspiró con cansancio—. Es una mezcla de todo, creo.

—Entiendo.

—Pero se me pasará si patino un poco. Quizá así pueda descargar toda esta sensación extraña que me inunda el corazón.

—¿Y aumentar el riesgo de un accidente por dejarte llevar demasiado? No puedo permitir eso. Suspenderemos los entrenamientos por hoy.

—¿Eh? Pero…

—Mikasa, estás atravesando un momento complejo, así que no es bueno que te fuerces a algo que pueda traer graves consecuencias si no lo manejas adecuadamente.

—Entonces ¿qué se supone que voy a hacer? Yo… no quiero volver a casa todavía —musitó.

—No te preocupes. Lo sé, y por eso te voy a llevar a un lugar.

—¿A dónde?

—Ya lo verás. Solo sígueme.

Antes de que pudiera reprochar, el azabache ya había empezado a caminar en dirección a la salida. Hizo caso y lo siguió hasta llegar al estacionamiento, deteniéndose al frente de una moto.

—¿Esto es suyo? —preguntó la ojigris sorprendida.

—Sí.

—No me imaginé que tendría una.

—Me gusta variar entre usar eso y el auto, aunque debo decir que la saco más en ocasiones especiales —le tendió un casco que sacó de la cajuela y él se subió luego de ponerse el suyo—. Ven.

—Eh… nunca antes me he subido a una moto —dijo con algo de recelo.

—Pues ahora tienes la oportunidad. Solo ponte el casco y ven.

Mikasa miró dudosa el objeto entre sus manos por unos segundos, pero decidió confiar en él e hizo caso.

—Ahora, sujétate fuerte —sintió las manos de ella en los costados, agarrándose de la chaqueta—. ¿Lista?

—Supongo que sí.

—Entonces vamos.

Encendió la moto, hizo rugir el motor y emprendió el trayecto. La ojigris se aferró más a él, rodeando enteramente su cintura por el temor a esa nueva experiencia, pero luego este fue sustituido por nervios al reparar en lo cerca que estaban, logrando aspirar su aroma que hizo que su corazón comenzara a latir a mil por hora.

Agradeció internamente tener el casco ya que cubría muy bien el sonrojo marcado que sabía adornaba sus mejillas.

El viaje fue relativamente largo, siguiendo la ruta que los llevó a las afueras de Tokio en poco más de una hora. Levi estacionó en una calle, ambos se bajaron, se quitaron los cascos y los dejaron en la cajuela para luego caminar una cuadra más adelante e ingresar a un lugar donde poco a poco se empezaron a levantar monumentos con inscripciones y memoriales por todas partes.

—¿Qué hacemos en el cementerio? —preguntó Mikasa.

—Una visita —se detuvo al frente de una lápida. Ella hizo lo propio y lo vio hincarse y sacar una varita de incienso para luego prenderla—. Hola, mamá, papá. Seguro estará sorprendidos de verme tan pronto luego de la visita de Año Nuevo, pero el día de hoy traje a una invitada. Su nombre es Mikasa.