Siete
Hay personas que no creen en las coincidencias.
Harry es una de las que sí.
Hace unos días, su escuadrón fue convocado para comunicarles que tendrían que viajar a Francia para fungir como guardaespaldas del jefe del Departamento de Cooperación Mágica Internacional.
Todos se turnaron para cuidarlo.
Al mismo tiempo, Draco le contó que estaría en París visitando el hospital de enfermedades mágicas. Lo que fue una gran coincidencia, pues el último día de la estancia del jefe, Harry tenía el día libre.
«Quieres venir?», pregunta Draco en un mensaje y Harry no duda en decir que sí.
No han tenido tiempo para verse desde el partido de Quidditch. Así que va a tomar la menor de las oportunidades para estar cerca del rubio.
Y así es como se quedan de ver en el París muggle.
Cuando se encuentran, Draco está vistiendo unos pantalones de chándal color beige junto con un blazer azul marino. Su rostro figura una sonrisa maliciosa.
—Hola —dice con un tono de complicidad.
Harry quiere ir corriendo a él y besarlo, pero en su lugar simplemente corresponde al saludo.
Se dirigen a un pequeño café de nombre Bonne Franquette.
Toman una botella de vino mientras conversan sobre cosas que Harry quiere saber del otro y solo obtendrá preguntando directamente.
—¿Cuál es tu nombre completo?
—¿Qué?
Harry no esperaba otra respuesta, Draco se caracteriza por responder a sus preguntas con monosílabos, en un tono siseante y alargado.
—Que cuál es tu nombre completo—repite Harry—. En Hogwarts escuché que tienes varios nombres.
Draco permanece pensativo un momento.
—Sí, de hecho, sí, tengo tres nombres.
—Bueno, yo tengo dos —Draco se ríe—. ¿Me vas a decir cuál es?
Draco asiente.
—Draco, Draco Lucius Abraxas Malfoy Black.
— ¡Oh! —exclama Harry impresionado—. Y yo creía que Harry James Potter Evans es largo.
—Lo es —responde Draco con una sonrisa pícara, la cual contagia a Harry quien siente que su corazón se va a salir de su pecho por lo fuerte que palpita.
Llegan al hotel donde se está hospedando Harry.
Ambos se sienten ligeramente mareados por el alcohol.
Draco se recarga sobre una de las mesitas decorativas y mira a Harry con unos ojos grandes, grises e inmensamente profundos. Harry está seguro de que no existe ninguna palabra en ningún idioma que funcione para describir esa mirada.
Se besan y acarician, y entre aquellas acciones comienzan a despojarse de la ropa.
Está tan borracho de la esencia y la boca de Draco es tan suave, y todo a su alrededor es tan exageradamente francés, que se le olvida recordar dónde están y, principalmente, decirle a Draco que se vaya a la casita de los Malfoy. Y también se le olvida que no deben pasar la noche juntos. Así que eso es lo que hacen.
Lo besa con tanta pasión que le arden los labios, pero aun así no deja de hacerlo hasta que Draco lo interrumpe.
—Espera —pide Draco sin aliento—. Espera. —Harry abre los ojos, y cuando baja la vista descubre que en el semblante de Draco hay una expresión que le resulta más familiar: inseguridad y nerviosismo—. Verás, es que... he estado pensando en algo.
Mientras escucha, sube una mano por el pecho de Draco hasta llegar a un lado de la cara, y allí empieza a acariciarle la mejilla con el dedo pulgar.
—Dime —le dice, ya en tono serio—, te escucho.
Draco se muerde el labio. Es evidente que está buscando la manera apropiada de decir algo.
—De acuerdo —dice después de dos minutos de indecisión, nuevamente atrapa a Harry en un beso, esta vez poniendo todo el cuerpo en ello, bajando las manos hasta el trasero de Harry, quien siente un gemido que se le atora en la garganta y se deja arrastrar a ciegas por el rubio, caen sobre la cama.
Draco está debajo de él ─sus pieles se sienten sudorosas y calientes─ por lo que puede sentir su cuerpo entero en sincronía con el otro, principalmente sus muslos, esos malditos muslos con los que monta una escoba y juega al Quidditch, suaves y calientes, los cuales se rozan entre sus piernas por el movimiento hasta que se le enroscan a la cintura y le clava los talones en la espalda.
Harry interrumpe un momento el beso para mirarlo, la intención es bastante evidente, tan clara que por un momento cree que su corazón se ha detenido.
—¿Estás seguro? —pregunta.
Draco asiente.
—Sería bueno, ya sabes... —dice inseguro—. Hacer el amor.
Harry sonríe porque no se imaginó jamás a Draco Malfoy diciendo algo como «hacer el amor».
—¿Te estás burlando de mí? —cuestiona Draco con el ceño fruncido.
Harry besa esas arruguitas que se forman entre los ojos y dice:
—No, por supuesto que no, es solo que me pareció muy dulce. —Luego, entra un poco en pánico—. Pero... ¿Cómo...? —duda.
Y Draco comprende de inmediato porque dice:
—Ya sé que no lo hemos hecho nunca. —Su voz es baja—, pero... bueno... yo sí lo he hecho. Así que puedo enseñarte cómo se hace.
—Tengo una idea clara de lo que se hace—replica Harry—. Hasta tengo esquemas y todo. —Se ríe por su confesión, Draco también se ríe—. Pero ¿quieres que lo haga?
—Sí —contesta el rubio. Mueve las caderas hacia arriba, y ambos sueltan un gemido al sentir sus órganos rozarse—. Sí, no tengo la menor duda.
—Eh... y… me imagino que usaremos magia.
Draco asiente.
—Sí, no te preocupes, no necesitamos otra cosa más que nuestras varitas.
Harry se ríe por el doble sentido con que suena esa oración. Draco entiende el motivo de su risa y suelta una carcajada.
—Eres muy ingenioso.
—Sí, soy muy consciente de ello —dice Draco al tiempo que toma una de las manos de Harry y la lleva hasta su boca para besarle los nudillos.
Es como un jodido príncipe, piensa Harry.
Y luego deja de pensar porque Draco introduce sus dedos a la boca y empieza a saborearlos como si se tratara de caramelos.
Harry inhala y exhala tratando de controlar su respiración. La imagen de Draco usando la boca y la sensación de la lengua en sus dedos lo está maravillando.
Es increíble, y Harry descubre otra cosa de Draco que le encanta, la inseguridad que mostró al decir lo que deseaba, pero que ahora toma de una manera completamente diferente, sin pedir permiso, ni preocuparse, lo deja admirado.
El mareo que sentían cuando llegaron a la habitación a causa del vino se ha disipado, así que Harry se siente bastante nervioso, a la expectativa de lo que Draco hará a continuación. Y aunque el rubio parece muy seguro de sí se siente exactamente igual. Su corazón está palpitando apresurado, y todo su cuerpo vibra inseguro. No sabe si lo que está haciendo con Harry le gusta, si no saldrá huyendo de la nada, y una serie de pensamientos se amontonan en su cabeza.
Pero en el momento en que Harry lo vuelve a besar se olvida de todo y cree fervientemente en que está con el hombre correcto.
Los dedos de Harry están palpando el borde, y Draco se siente nervioso. Esto es muy diferente a las otras experiencias que ha tenido, se siente incluso mucho más intimidado que cuando fue su primera vez.
No, no, no, se dice, esta es la primera vez con Harry, esta es una ocasión especial.
Draco apoya la cabeza en la almohada, cierra los ojos y deja que Harry tome las riendas por el momento.
Cuando siente que su orificio está lo suficientemente preparado, toma la mano de Harry y la aleja.
—El hechizo... —logra decir y Harry atrae su varita.
Draco toma la varita y lanza un hechizo de lubricación e introduce el líquido por cuenta propia.
Sus ojos grises están conectados con los verdes.
Hay algo diferente en este momento.
Usualmente, cuando están en un encuentro sexual, Draco es mandón e impredecible, pues todo depende de su estado de ánimo y deseos, lo que para Harry es bastante divertido, resulta incluso embriagador, porque nunca se ha enfrentado a un reto que no le haya encantado, y Draco representa un reto en sí mismo. Sin embargo, esta noche, Draco está muy blandito y accesible. El cuerpo del rubio reacciona a todas sus estimulaciones lo que hace que su propio cuerpo se sienta igual de sensible.
Draco lo abraza y susurra a su oído:
—Estoy listo para cuando tú quieras, amor.
Harry toma aire y aguanta la respiración. Lanza un hechizo preservativo. Está preparado. O eso es lo que se dice mentalmente, porque en realidad siente que jamás estará listo para darle a Draco la experiencia alucinante que se merece.
Draco, por su parte, levanta una mano para acariciarle la cara, los mechones de cabello ondulado que caen por su frente están empapados de sudor. Harry se acomoda entre sus piernas y deja que Draco entrelace los dedos de su mano derecha con los suyos de la izquierda.
Luego, la mano que no está aferrada con la suya, baja por su espalda hasta quedarse quieta en la zona donde termina su espalda y empiezan sus nalgas.
Draco presiona suavemente, guiando a su compañero, mientras ambos se miran fijamente.
Harry no deja de observar el rostro de Draco, porque en ese momento no hay ninguna otra cosa en el mundo que desearía mirar, y ve que su expresión se torna tan blanda, tan asombrada y feliz que, sin permiso, le sale un ronco: «mi Dragón».
Draco hace un gesto afirmativo, tan imperceptible que pasaría inadvertido para todo el que no conociera realmente a Draco, en cambio, él sabe con toda exactitud lo que significa, así que baja la cabeza, toma entre sus labios el lóbulo de la oreja de Draco y vuelve a llamarlo «mi Dragón».
—Sí —responde Draco—, por favor. —Se arquea hacia Harry, quien le deposita un beso en el cuello, apoya las manos en sus caderas y se hunde suavemente.
Harry percibe que estar tan cerca de Draco, de esta manera tan intima, lo transporta a un estado de ofuscación incontrolable. La conexión entre sus cuerpos es tan increíble, tan maravillosa para ambos, tanto que sus magias vibran una con la otra al grado que sus cuerpos, de pies a cabeza, se sienten en éxtasis.
El rostro de Draco debería ser ilegal, piensa Harry mientras observa la manera en que el rubio está vuelto hacia él, ruborizado y desmadejado. Harry, admirado y orgulloso no puede dejar de sonreír.
Entregarse mutuamente es algo que dura mucho, mucho tiempo y Harry, después del primer orgasmo, cuando va volviendo poco a poco a la realidad y puede volver a sentir sus rodillas, todavía hundidas en el colchón y temblorosas; su estómago, húmedo y pegajoso; sus manos, retorcidas entre el cabello de Draco, acariciándolo con suavidad; la sensación de ardor en su espalda después de que Draco se aferrara con los dedos a esa zona, se da cuenta que nunca podrá experimentar una sensación igual, con nadie más.
Tiene la impresión de haber sentido su alma salir de su cuerpo y, al regresar, haberse encontrado con un Harry diferente. Cuando busca mirar a Draco, de nuevo experimenta esa sensación en el pecho: su pecho se calienta. Es como cuando hablaron bajo el árbol esa noche, pero en esta ocasión es más intensa, más fuerte, más sublime.
—Merlín... —exclama por fin, Draco lo está observando con una sonrisa ancha y los ojos entrecerrados.
—Debimos hacer esto hace mucho—le dice Draco, y Harry deja escapar un gemido, porque sí, está muy de acuerdo.
Se separan, tienen una segunda ronda y al final, Harry lanza un hechizo a las sábanas porque Draco se aferra a la idea de no querer dormir en una cama mojada.
Cerca de las cuatro de la mañana, Draco al fin se queda dormido.
Esa madrugada, Harry aprende algo más sobre Draco.
El joven sangre pura duerme acurrucado sobre un lado, con la columna vertebral encorvada y haciendo unos pequeños ruiditos, parecidos a un ronroneo.
Harry permanece observándolo por un largo tiempo, hasta que sus ojos no pueden más y eventualmente termina quedándose dormido.
A la mañana siguiente, el servicio de habitaciones le trae cuatro croque-monsieur, café recién hecho, beignets y un ejemplar de Le journal du jour ─el periódico local del mundo mágico francés─ que Harry amablemente le pide a Draco le traduzca en voz alta.
Recuerda vagamente que quedaron en que no iban a hacer este tipo de cosas. Pero ya han rebasado tantos limites que pasar la mañana juntos resulta ser algo sin importancia.
Naturalmente, sus caminos no son de cruzarse más que en ocasiones contadas durante todo el año, pero ambos quieren que esto funcione, solo porque no pueden tener suficiente del otro.
Su encuentro en París durante el mes de marzo fue algo que le dejó una gran expectativa de que su relación clandestina puede funcionar.
Pero ya ha transcurrido otro mes y entre sus actividades como auror y las obligaciones de Draco no han logrado tener otro encuentro. Ambos se escriben todos los días, y entre esos días concluyen que deben conjeturar y manipular las cartas a su favor para tener un poco de tiempo para ellos.
«Creo que deberíamos fingir que nuestra amistad se está haciendo más estrecha», sugiere Draco y Harry está muy de acuerdo.
Así es como a partir de mayo vuelven a reencontrarse.
Muchos de los eventos en los que se presenta Draco aparece Harry y viceversa.
Parecen tan cercanos que El Profeta ha dejado de hablar mal de Harry, incluso lo alaban por comenzar a juntarse con magos «decentes», por su parte, El Quisquilloso se ha encargado de hacer reportajes animosos sobre la hermosa amistad que se ha formado entre los dos magos más famosos de Gran Bretaña.
Es tanta la credulidad de la sociedad que Harry se ha visto atrapado muchas veces por los reporteros preguntándole sobre Draco y su vida amorosa, si sabe con quién sale actualmente, si la bruja es bonita, famosa y sobre su origen.
Mayo se convierte en junio, y llega cumpleaños de Draco.
Esta vez, Harry no se va a permitir perdérselo.
Está vetado de por vida de la mansión Malfoy, así que no puede asistir a la fiesta oficial, pero Draco le envía una dirección con una hora fijada.
Harry, expectante, llega a un condominio de departamentos de lujo.
Es aquí, piensa cuando sube al cuarto piso de uno de los edificios y llega a la habitación indicada en el mensaje. Es aquí, el santuario de Draco, el departamento muggle donde suele huir cuando se encuentra demasiado abrumado.
Según sabe, Draco nunca había llevado a nadie, ni siquiera a sus amigos, y Harry no sabe qué sentir.
Cuando toca el timbre, Draco abre enseguida y no espera ni un segundo para abalanzarse sobre él y comenzar a besarlo.
Eventualmente se separan porque se ha quedado sin aliento y Harry aprovecha para sacar del bolsillo de su pantalón un estuche y lo entrega.
—Esto... feliz cumpleaños —Ahora que lo ha entregado, Harry se arrepiente, no quiere que Draco piense que esto se está convirtiendo en algo más, porque no, no es así, simplemente no quería llegar con las manos vacías.
Draco toma el estuche y lo abre, es una pulsera de plata con correas de piel.
—Ah... Gracias —dice Draco antes de volver a besarlo.
Posteriormente. Harry le da otro regalo.
Una mamada más adecuada, no como la primera que le dio en el compartimiento privado después de ese juego de Quidditch, no, Harry ha mejorado bastante desde entonces.
Y Draco termina más que feliz por eso.
Harry intuye que su premio es la mamada que Draco le da de vuelta.
Esa es la última vez que se ven en varias semanas, y después de mucho insistir y, quizás, de suplicar un poco, Harry convence a Draco para cambiar sus teléfonos del año anterior por unos Blackberry.
Harry le dice cómo hacer para abrirse un correo electrónico y ahora pueden escribirse todo lo que hicieron durante el día en un solo mensaje.
Draco muy regularmente sale con cosas como «en todo el día no pude dejar de pensar en ti» y a Harry se le acelera el corazón de tal modo que se ve obligado a llevarse las manos a la cabeza y dejar pasar un minuto entero respirando profundamente para tranquilizar su corazón —bueno, no pasa nada. La cosa no es tan grave—, eso se dice una vez que la bruma pasa.
Entre una cosa y otra, hablan de las misiones que realiza Harry y poco a poco se va haciendo recurrente el tema relacionado con la reelección de su madre. Aún falta año y medio, pero llegando el 2004 estarán concentrando todo su tiempo en crear estrategias para que Lily permanezca en el cargo y la sociedad no elija a algún mago supremacista autoritario.
Luego hablan de los proyectos sin ánimo de lucro de Draco, de las apariciones en público de los dos. Y las cosas cada vez se van haciendo más cotidianas a pesar de que no se han visto.
Lo que no dejan pasar es el día del cumpleaños de Harry.
De alguna manera se las arreglan para verse en el departamento de Draco. Quien ha preparado previamente un montón de champán, besos y nata de un pequeño pastel de cumpleaños que Draco ha logrado cocinar por su cuenta.
La nata, por supuesto, termina untada en la boca y cuello de Harry, y, en el pecho y abdomen de Draco.
Ambos están hechos un desastre. Llenos de nata, pan y jalea. Pero eso no interesa cuando Draco le está aprisionando las muñecas contra el colchón y empieza a lamerlo, y Harry, totalmente extasiado, se permite disfrutar por su magnífico regalo —la mejor mamada del mundo proporcionada por un Sangre pura inglés de lo más refinado.
Vuelven a pasar días sin verse, pero han mejorado en la comunicación. No hay día que no se llamen por teléfono y se envíen un extenso correo.
Hay muchos días en que Draco se alegra de recibir mensajes suyos y responde enseguida haciendo mérito de un sentido del humor rápido y agudo, dice que desea estar con él y saber qué es lo que piensa en todo momento. Pero hay otras en que se le nota deprimido por sus expresiones en tono frío y apático. Pasa horas, incluso días, sin contestar, y Harry ya ha entendido que son sus periodos depresivos, momentos en los que está sobrepasado. Draco odia a muerte esos días y Harry quisiera poder ayudarlo, pero cuando sus pensamientos toman ese rumbo se reprende a sí mismo y lo deja pasar.
Al mismo tiempo, se siente profundamente atraído por los arranques de malhumor de Draco. Lo que lo hace pensar que es un maldito psicótico. Pero le encanta, adora esos momentos de furia y la transición a estados más tranquilos.
Harry no ha perdido la costumbre, ya que adora hacerlo, a veces lo presiona un poco para que se ponga como loco, solo por tener el placer de sacarlo de sus casillas. Está empezando a creer que él es el único que puede lograr tal cosa. Y en otras ocasiones, solo se limita a escuchar todo lo que tiene que decir, porque, aunque Draco suele actuar callado y sigiloso, cuando habla con él se desborda y dice muchísimas cosas de las que piensa.
—Como mago que soy de este país, simplemente opino que hace falta replantearnos el concepto de lo correcto e incorrecto. Principalmente lo que se refiere a las tradiciones sociales. Y tomar como ejemplo a seguir a muchos magos y brujas que han ido en contra de estas tradiciones que me parecen absurdas. ¿Sabes cuántos magos gays conocidos hay? ¡Quince, Potter! —Otro dato, Harry adora que lo llame Potter cuando está en su estado alterado—. Y eso solo es un mínimo porcentaje de los que realmente han existido.
Draco tiene razón, piensa, y se compromete consigo mismo a investigar exhaustivamente la historia de la homosexualidad en su país. Antes, lo había pasado de largo, pero ahora que sabe que Draco es gay y que él mismo es bisexual, necesita conocer más.
Y eso hace.
Le pide ayuda a Hermione, quien lo bombardea de información la cual queda esparcida en el escritorio de su habitación. Aun así, lleva consigo algo para leer mientras come o pasa el rato en la sala.
Ginny ve el nuevo material de lectura, en un momento que Harry ha dejado un artículo del periódico escrito hace veinte años y frunce el ceño. Se le hace extraño el nuevo interés de Harry, pero no dice nada. Tampoco es como si fuera de su incumbencia.
A Harry se le hace raro que la situación que tiene con Draco le haya hecho entender esta enorme parte de sí mismo, pero así ha sido. Cuando se para a pensar en las manos de Draco, en sus elegantes dedos y sus nudillos estilizados se reprende de que no se hubiera fijado antes.
En la siguiente ocasión en que ve a Draco, en una cena formal del ministerio, no se puede reprimir a sí mismo y termina en el departamento de Draco, atado a la cama y viviendo una de sus mejores experiencias sexuales de toda la vida.
Dos días más tarde, es convocado a una reunión informativa, donde se discutirán los primeros pasos a tomar para las elecciones, Cedric se le queda mirando, ladea la cabeza y frunce el ceño.
—¿Eso es un chupetón? —pregunta.
Harry se cuestiona cómo es que ha sido tan confiado, al grado de haberse olvidado del glamour.
—Yo..., hum, no.
—¿Piensas que soy tonto? —replica Cedric—. ¿Quién te está dejando esos chupetones, y por qué no has obligado a esa persona a firmar un acuerdo de confidencialidad?
—Ay, no —gime Harry, porque lo cierto es que Draco es la última persona por la que Cedric debería preocuparse respecto de una posible filtración de su vida privada—. Si necesitara un acuerdo de confidencialidad, te lo diría. Tranquilízate.
Cedric hace una mueca.
—De acuerdo, lo voy a dejar pasar solo porque sé que no eres tan idiota como asegura El Profeta, pero... —advierte—. Sí sientes que esto se sale de control tienes que hablar conmigo. ¿De acuerdo?
Harry asiente.
— No es de mi incumbencia quién te haya hecho eso, pero recuerda que entre más se acercan las elecciones, la lista de las brujas que tienes permitido ver se reduce.
—Si, lo sé.
—Y, te recuerdo —sigue diciendo Cedric— que no puedes permitirte cometer una estupidez que haga que tu madre, quien te recuerdo, es la primera ministra con padres muggles, sea la primera ministra no reelegida desde Perseus Parkinson. ¿Comprendiste? —Harry asiente—. Sabes que no me gusta ser así, pero de ser necesario, te encerraré en tu habitación durante todo el 2004, pondré protecciones y hechizos que no tienes idea de que existen. —Harry sabe que habla de magia oscura, porque de otra manera cómo podría no saber y es en estos momentos cuando se pregunta si Cedric realmente es un jodido Hufflepuff—. Y en un caso muy extremo tendré que hechizarte la entrepierna para que no puedas usarla.
Harry se queda anonadado.
Y a Cedric le interesa poco como lo está mirando porque ya está concentrado en sus notas con la total profesionalidad que lo caracteriza, como si hace unos segundos lo hubiera amenazado.
Detrás de él se encuentra Hermione, quien le dirige una mirada de advertencia. Ella sabe mejor que nadie que se encuentra en suelo fangoso y puede caer en cualquier momento. Por lo que Harry simplemente le dice con una gesticulación, pero sin hacer ruido, que todo está bien, que no debe preocuparse, que lo tiene todo controlado.
Están conversando nuevamente sobre temas eruditos, como Harry llama las ocasiones en que Draco se pone a despotricar todo lo que sabe y que duda un humano común puede conocer.
—Ajá, dime una cosa —interrumpe Harry porque Draco parece ser una biblioteca andante—. ¿Todas esas habilidades las has aprendido leyendo libros?
—Bueno, también cursé los estudios superiores. Pero no, lo que he aprendido es conforme vivo la experiencia.
Harry asiente, aunque Draco no puede verlo. Luego se queda mirando a un punto fijo de su habitación y pregunta lo que realmente quería preguntar.
—Oye —dice—. Tu voz suena rara. ¿Te encuentras bien?
Escucha que Draco inhala aire y emite un carraspeo.
—Estoy bien.
Harry se queda callado, dejando que se prolongue el silencio durante unos instantes, hasta que decide romperlo.
—¿Sabes? Independientemente de este arreglo que tenemos... Puedes contarme cosas. Yo te cuento cosas todo el tiempo. Sobre las misiones, los chismes políticos de los que me entero, la locura de mi familia. Ya sé que no soy un confidente adecuado, pero bueno… creo que estoy transmitiendo correctamente lo que te quiero dar a entender.
Otra pausa.
—Es difícil... son contadas las ocasiones en que se me ha dado bien hablar de mi vida —dice Draco.
—Bueno, Dragón, a mí al principio no se me daba bien dar mamadas, pero he mejorado.
—¿Por qué hablas en pasado?
—¿En serio? —dice Harry con un bufido—. ¿Insinúas que no he mejorado?
—No, no, jamás sería capaz de insinuar algo así —contesta Draco en tono sarcástico, y Harry percibe en su voz que está sonriendo—. La primera fue la única que... como sea, se notó que le pusiste entusiasmo y eso es lo importante.
—No recuerdo que te quejaras, al contrario.
—La verdad es que se debió a que llevaba una eternidad fantaseando con ello.
—Ahí lo tienes —señala Harry—. Acabas de contarme algo. Puedes contarme otras cosas.
—Eso no cuenta.
Harry reflexiona unos instantes y dice muy despacio:
—Dragón.
Se ha convertido en algo importante. Dragón. Sabe que se ha convertido en algo importante. Se le ha escapado de forma accidental en varias ocasiones, y en cada una de ellas Draco se derrite por dentro y él finge no darse cuenta, pero es muy consciente de este juego─además, todavía tiene en la mente, ese «amor» que Draco dejó escapar la noche en París, así que de alguna manera están a mano.
En la línea se oye el lento siseo de alguien que resopla.
—Esto... No es el mejor momento —dice, parece que ese será el momento en que Draco levante su barrera, pero entonces pregunta—: ¿Cómo catalogas eso? ¿La locura de la familia?
Harry frunce los labios y se muerde la mejilla por dentro. Al fin. Ha estado preguntándose si Draco alguna vez le iba a hablar de los Malfoy. Siempre hace referencias indirectas de que su abuelo es una persona muy cerrada y desaprueba todo lo que no entra en el grupo de lo tradicional, ha mencionado a su madre en contadas ocasiones y siempre en momentos del pasado, lo que sugiera a Harry una ausencia. Siempre se centra más en hablar de sus amigos, principalmente de Pansy y Blaise, que son de los pocos que conocen su verdadera sexualidad.
—Ah —dice—. Entiendo.
—Mira, no quiero minimizar tus problemas, porque todos los problemas son grandes según nuestras circunstancias, pero hay cosas con las que tengo que lidiar que siempre me superan. ¿Leíste lo último que publicaron en la prensa?
—No, últimamente he estado evitando dolores de cabeza innecesarios.
Draco ríe. Está un poco indignado de que Harry no se haya enterado de lo que sucede en su vida, pero igual entiende, a él tampoco le gustaría leer que están desvirtuando a su madre.
—Bueno, pues recientemente sacaron un artículo que habla sobre mi padre y su incursión en la magia oscura. Lo que ya habían hecho hace muchos años, cuando el... —no termina la frase, pero Harry sabe a qué se refiere.
—Creo que leí un poco de eso en su momento. ¿Y después? —Harry no cree que eso sea todo.
—Esta mañana, estaba caminando con Pansy por el Callejón Diagon y un loco se me plantó enfrente y me acusó de ser un mago oscuro igual que mi padre. Y la verdad es que eso no me importa, lo que me saca de quicio es que haya amenazado también a Pansy.
—¡Oh! —Ahora comprende—. Lo siento.
—¿Qué? —ríe Draco—. ¿Por qué te disculpas? Tú no fuiste el que la amenazó con una varita.
Harry niega para sí mismo.
—¿Y Parkinson? ¿Cómo está?
—Un poco ofendida, solo eso, dijo que si no hubieran aparecido los aurores a tiempo le habría hechizado las pelotas. El abuelo es el que está como loco, quería ir a ver a tu padre y exigirle que me asignen un equipo entero de aurores para mi protección. Afortunadamente logré evitarlo.
—Aun así, estás preocupado —dice Harry también comenzando a preocuparse por él.
—Yo... —no quiere admitirlo. Hay cosas que ha admitido, pero esta es una de las que no puede, no quiero parecer vulnerable ante Harry.
—Parkinson es como tu hermana. Conozco ese sentimiento. Hace un par de años un tipo se obsesionó tanto con Ginny que llegó al grado de querer hacerle daño. Igual se plantó enfrente y estaba dispuesto a ir a Azkaban por eso. Yo iba con ella y tenía unas enormes ganas de lanzarle una imperdonable en ese momento.
—Pero no lo hiciste.
—Tampoco es que fuera a ser necesario. Gin lo petrificó en el acto —explica Harry—. Y, después, todavía se tomó el tiempo para patearlo en la entrepierna.
Esto provoca una carcajada en Draco.
—No necesitan que las protejamos, ¿verdad?
—No —coincide Harry—. Y también estás molesto porque los rumores no dicen la verdad.
—Bueno... Lo cierto es que sí dicen la verdad —responde Draco.
No me sorprende, piensa Harry.
—Ah —dice en voz alta.
No sabe muy bien cómo reaccionar, porque la verdad es que él mismo siempre creyó que decían la verdad. Y se siente culpable, porque siempre han hablado mentiras sobre él y a pesar de eso nunca dudó que Lucius Malfoy tuviera relación con la magia oscura. El único consuelo es que no se equivocó.
Draco, con cierto nerviosismo, continúa:
—Verás, lo único que he querido toda la vida es ser una persona normal —empieza diciendo—. Tenía la ligera esperanza de que lo lograría, pero en sexto grado mi padre falleció y mi madre se desconectó del mundo.
Harry se ha mantenido absolutamente en silencio, procesando la información que Draco acaba de compartir. Y después de unos segundos, sólo puede decir:
—Carajo.
—Sí —dice Draco con voz ronca—. Fue un momento muy duro en nuestras vidas. El abuelo tuvo que volver a encargarse del negocio familiar mientras lidiaba con la muerte de su único hijo, mi madre..., bueno, ya lo dije. Y yo, bueno, intenté lidiar con eso lo mejor que pude.
Draco siente que sus ojos se llenan de lágrimas y parpadea repetidas veces para disipar el sentimiento.
—Lo siento mucho —exhala Harry, desea con todas sus fuerzas estar con Draco y poder darle un abrazo, pero se conforma con esas palabras.
—No pasa nada —dice Draco. Se le nota en la voz que ha recobrado el dominio de sí mismo, pero Harry no está más tranquilo —. Igual es algo que ya sucedió.
—¿Y tu madre? —pregunta sin poder evitarlo.
—Creo que es evidente —dice Draco expulsando el aire, pero de repente guarda silencio—. Perdona, no es justo decir eso. Es que... para ella el dolor fue devastador. Continúa siendo devastador. Lo intenta, sé que lo hace, pero todavía no puede lidiar con la pérdida.
—Eso es... terrible.
Una pausa.
—En fin —prosigue Draco—, no ha sido tan malo, Blaise ha estado apoyándome desde siempre, Pansy también, incluso Theo, Vincet y Gregory. Confieso que nunca he hablado con nadie sobre esto, aunque ellos estuvieron allí, solo conocen lo que vieron —continúa hablando—. Como sea, no recuerdo haber dicho tantas cosas seguidas en toda mi vida; así que, si quieres que me calle ahora…
—No, no —contesta Harry, tan precipitadamente que se le traba la lengua—, me alegro de que me lo hayas contado. ¿Te sientes mejor, después de dejar salir todo?
Draco guarda silencio. A Harry le encantaría saber qué expresiones cruzan su semblante, quisiera poder tocar su rostro con las yemas de los dedos y decirle que todo va a estar bien.
Al otro lado de la línea oye que Draco traga saliva y luego dice:
—Un poco, sí. Gracias. Por escucharme.
—Estoy para servirle, su alteza real —replica Harry y escucha una carcajada por parte de Draco—. ¿No es así como lo dicen los elfos domésticos? —Draco corrobora que no—. Entendido. Por cierto, Esto es bueno para ti. A veces los seres humanos necesitamos hablar de lo que sentimos. Es bueno para el espíritu. Aparte de que seguro ya te has cansado de que siempre estoy hablando de mí.
Este comentario es recibido con una risa, y reprime una sonrisa cuando Draco le contesta:
—Eres un idiota.
—Tranquilo, Malfoy —apacigua Harry y aprovecha la oportunidad para hacerle una pregunta que lleva meses queriendo hacerle—: Bueno, y... ¿lo sabe alguien más? ¿Lo tuyo?
—¿Un miembro de la familia? Ninguno. Pero tengo la impresión de que lo sospechan. Porque todavía recuerdo el día de mi vigésimo primer cumpleaños, el abuelo me mandó a llamar desde muy temprano para decirme que no debía hacer a nadie participe de ningún deseo perverso que pudiera estar empezando a albergar y que pudiera proyectar una mala imagen de la familia, y que si era necesario se buscarían medios para guardar las apariencias.
Justo lo que dijo Hermione sobre el abuelo de Draco.
—Increíble —logra decir.
—Así de maravilloso es ser un sangre pura—dice Draco con altivez.
—Por Godric —Harry se pasa una mano por la cara—. Yo he tenido que aguantar algunas ocasiones a mi madre, pero nadie me ha dicho nunca que mienta respecto de quién soy.
—En realidad, para el abuelo, no se trata de mentir. Él lo llama, hacer lo que te corresponde para honrar tu legado.
—Pues qué tontería.
Draco suspira.
—No es que tenga otras opciones, ¿no crees?
Harry se está mordiendo el labio porque no puede creer lo que está escuchando.
—Oye —le dice—, háblame de tu padre.
Otra pausa.
—¿Disculpa?
—Quiero decir... si quieres. Es que estaba pensando que no sé gran cosa de él aparte de que fue un Sangre pura muy influyente en el ministerio y que daba mucho miedo ¿Cómo era?
Draco es reticente al principio, pero poco a poco va narrando historias donde Lucius Malfoy no es el mago con ceño fruncido al que todos sus compañeros y él le temían cuando eran niños. De hecho, entre más cuenta Draco sobre sus momentos entre padre e hijo, se va dando cuenta que se trata de un padre como cualquier otro, corrigiendo en las cuestiones que cree apropiadas y consintiendo otras que seguramente él deseó en su infancia y Abraxas Malfoy nunca le permitió tener.
Entonces Harry comprende que el padre de Draco no fue otra cosa más que un humano común. Uno, que a pesar de todo lo que era de conocimiento público sobre él, amó a su hijo y esposa de la mejor manera que pudo.
—Tradicionalmente, las mujeres Black no hacían estudios superiores. Solía ocurrir que cuando se graduaban de Hogwarts, contraían matrimonio inmediatamente y se dedicaban enteramente a cuestiones del hogar. Pero el caso de mamá fue diferente, ella quería continuar sus estudios y mi padre la apoyo desde el primer momento. Por eso no me engendraron hasta muchos años después de iniciar su matrimonio.
—Las tradiciones sangre pura son un asco —Harry no puede evitar decir.
Y es ese día que se rompe esa delgada línea que existía entre ellos, esa barrera tácita que les decía que si hablaban de temas demasiado personales el acuerdo se convertirá en otra cosa.
Pero así es como resultó y Harry también comienza a hablarle de cosas más íntimas. Como lo inseguro y preocupado que se sentía en cuarto grado antes de cada prueba del torneo. Intercambian puntos de vista de las experiencias comunes que tuvieron en el colegio. Y comienzan a comprender cuales eran sus verdaderos sentimientos en esos tiempos.
Draco le cuenta como era la vida en los dormitorios de Slytherin. Lo solícitos que eran sus compañeros porque se trataba de un Malfoy y lo arrogante que eso lo convirtió. El miedo, que después descubrió, sentían por él, que en realidad nunca fue estima o admiración y al final, solo unos pocos se quedaron a su lado y demostraron que su amistad era sincera.
Le platica también sobre sus pequeñas aventuras en los dormitorios diciéndole a Harry que se sorprendería al descubrir cuantos sangre puras conoció allí, homosexuales o bi.
Cuando menos se dan cuenta, está amaneciendo y Harry se alegra de que no tenga que ir a trabajar, porque no quiere dejar de hablar.
—Pero, naturalmente... —dice Draco—, no ha habido nadie desde que... bueno, desde que tú y yo...
—No —dice Harry más rápido de lo previsto—, en mi caso tampoco. Nadie más.
Y sin haberlo previsto, le cuenta lo sucedido con Ron. No sabe porque lo hace, ya que ni a Hermione se lo ha dicho.
Hay algo que Draco ya sabía, pero aun así lo constata cuando Harry le confiesa lo mucho que le duelen algunas de las mentiras que la gente cuenta acerca de su madre.
Draco, lo reconforta con palabras de aliento.
Entre la bruma del cansancio y la desvelada mortal que se han llevado Harry suelta algo que ha estado sintiendo desde hace días, pero que en cualquier otra circunstancia no se atrevería a decir:
—Te echo de menos.
Al instante se arrepiente, pero Draco le responde:
—Yo también.
