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Tan extenso como la sequoia más alta

Por ChieloCurissu


Koushiro nunca antes había estado en San Francisco. Su Uber subía y bajaba incansables lomas mientras él se quedaba embobado viendo la particular arquitectura de las casas, los muelles llenos de yates, la espesura de un bosque urbano mezclado con olor salino. El azul cerúleo del mar, el rumor suave de las olas y las banquetas llenas de turistas mimetizándose en la ambientación relajada de California. A lo lejos, el icónico Golden Gate, parecía el sol de la ciudad.

El conductor manifestó que Koushiro tenía suerte porque en los últimos días había estado despejado. Lo normal, recalcó, era que la niebla cubriera esa zona metropolitana por completo e hiciera un poco más de frío.

Sin saber qué responder, el pelirrojo le dio las gracias por el comentario. Revisó el celular. El último mensaje de Mimi era que se verían en el Pier 39 para comer y ver leones marinos. Personalmente, a Koushiro no le interesaban los leones marinos, pero había desistido de comentárselo a su amiga. Estaba bien que las expectativas fueran ver leones marinos grotescos echarse en los muelles sin pudor.

El paso por downtown lo decepcionó. El paisaje de edificios verticales y cristalinos, que incluían oficinas de empresas famosas de IT , se eclipsó por puñados de homeless acampando en las banquetas y rogando a los transeúntes por algún cigarrillo. Estuvo a punto de preguntarle al conductor del Uber sobre esa problemática estadounidese, pero no tenía ganas de comenzar conversaciones que involucraran políticas públicas de otros países.

Suficientes líos tenían en Japón con otros asuntos como la baja natalidad, confirmó para sí mismo.

La presencia de homeless en San Francisco era similar a la de otras ciudades como Nueva York o Los Angeles. Probablemente, los vagabundos californianos, privilegiados por el clima, eran un poquito más felices que los del resto del país, que tenían que enfrentar fríos extremos después de haberlo perdido todo.

Reflexionó, sin querer, que los homeless en Estados Unidos pocas veces eran de origen asiático, lo que le hizo sentir bien, aunque después percibió en él mucha desazón… de la que se siente cuando te das cuenta que también, como todos los demás, tienes prejuicios y también discriminas.

Mimi siempre había vivido en la costa este de Estados Unidos. En su momento, Mimi había sido más neoyorkina que japonesa. Ahora, cuando la veintena se estaba escaseando, parecía haberse convertido en una mujer californiana.

California era enorme, estaba lleno de sol, de humedad, de homeless, mares, bosques y turistas. Lo mejor de California, confesaba Mimi en sus últimas videollamadas, no era la industria hollywoodense (que iba en decadencia por el uso indiscriminado de la inteligencia artificial), sino las sequoias. Koushiro le había creído al instante, a pesar de que Mimi nunca incluía a la naturaleza entre sus cosas favoritas del mundo, con excepción de Palmon.

Las sequoias eran árboles enormes, altísimos y centenarios que Koushiro solo había visto en fotografías. Mimi los había denominado como los arbolitos de los gigantes.

—Las fotos no plasman la inmensidad que representan las sequoias, Koushiro —. A través de la videollamada, la piel se le había visto más bronceada que nunca. Se la imaginaba tomando sol en los parques y dejando atrás la obsesión nipona de emblanquecerse la piel hasta quitarse los lunares.

Justo como en el Digimundo, relacionó Koushiro. Si cerraba los ojos y se concentraba lo más que podía, todavía podía evocar aquellos días de cuando tenían 10 y deambulaban por la Isla File y el Continente Server a merced del sol digital. El conductor interrumpió sus evocaciones y el automóvil se detuvo.

Posteriormente, le señaló el Pier 39 y repitió que habían llegado. Koushiro asintió, le agradeció y se apeó. Caminó hasta la cajuela, bajó su maleta con rueditas y se despidió del chofer, quien solo le miró a los ojos brevemente.

No era tan educados los estadounidenses, en realidad, no tenía idea de porqué a algunos de sus amigos les gustaba vivir ahí. El transporte público era limitado, en comparación con Tokio. Era casi imprescindible tener automóvil.

El Pier 39 apenas estaba despertando a media tarde. El muelle era amplio, estaba lleno de tiendas y restaurantes, además de que olía a marisco con algodón de azúcar, una combinación asquerosa. A lo lejos se veía el mar, pero no notó de inmediato los bultos de los leones marinos. Volvió a ver el celular, lo primero que le apareció fue una notificación de su viaje, donde se le pedía calificar el servicio de su Uber.

Koushiro ignoró el mensaje y de inmediato abrió la aplicación de mensajería instantánea para avisar a Mimi que había llegado. No obstante, cuando estaba a medio mensaje, sintió peso en su espalda y unas manos suaves y cálidas le cubrieron los ojos.

La escuchó reír un poco forzada, pero a él se le encandiló un poquito el corazón.

—Adivina quién soy.

—Ambos ya sabemos quién eres —respondió Koushiro, lo más sereno que pudo.

Que pudiera actuar con paciencia ante la presencia de Mimi, no significaba que en realidad tuviera serenidad. Todo dependía de la edad, de la estación del año, del momento. Ahora mismo, en ese ahora, a Koushiro le parecía duro estar ahí.

—Tienes que decirlo.

—Eres Mimi-san.

—También el apellido, sobre todo el apellido.

—Tachikawa Mimi-san.

Mimi lo soltó y ambos suspiraron. Koushiro esperaba un abrazo, pero ella solo le regaló una sonrisa llena de dientes blanquísimos y un par de nuevas y suaves arruguitas en los ojos. Ella agarró la maleta con rueditas y comenzó a hablar de lo bien que iban a pasarla esos días, de dónde iban a pasear, qué iban a comprar y, lo más importante, dijo que le mostraría los papeles.

—Me alegra estar aquí —comentó Koushiro, a pesar de que no sabía si lo que había dicho fuera verdad.

—Vamos a comer algo riquísimo, ¡y los leones marinos! ¡no podemos olvidarnos de ellos, ni de todos los animales que hay en la bahía!

Koushiro asintió y mientras ella describía el sinnúmero de actividades por hacer, él aprovechó para quitarle la maleta, porque no quería que Mimi tuviera que arrastrarla hasta donde cenarían.

Su querida amiga de la infancia llevaba el cabello largo, con las famosas mechas californianas que ella misma le había presumido en las videollamadas. A Koushiro le gustaba más el cabello ondulado y color miel natural de su amiga, pero las mechas no le iban mal, por lo que era interesante observar cómo la raíz del cabello era oscura y el camino de los pelos hacia las puntas se iba desvaneciendo hasta llegar a un rubio intenso, como los girasoles.

Mimi caminó directamente hacia un restaurante y Koushiro la siguió un poco embobado en lo extraño que se sentía la situación. Se sentaron, el mesero avisó que sería el encargado de atenderlos y les dio los menús. El pelirrojo quiso estudiar las opciones con escrutinio debido a que la comida estadounidense no le caía bien, tenía demasiada harina y era difícil de digerir. Además, los estadounidenses solo parecían consumir bebidas de cola con distintos tipos de edulcorantes. A Koushiro, por el contrario, le gustaban los tés lo más amargos y naturalmente posibles.

—No necesitamos el menú, estamos listos para ordenar —le dijo Mimi al mesero en un inglés perfecto —. Queremos dos clam chowder y su mejor botella de vino.

—¿clam qué? —preguntó Koushiro. No le gustaba que ordenaran por él, pero se trataba de Mimi, así que no dijo nada.

—Y me trae la carta de postres —agregó Mimi, antes de que el mesero se retirara de la mesa.

Koushiro volvió a preguntar acerca de la comida y Mimi respondió que se trataba de un platillo regional famoso: un caldo de almejas con tocino y zanahorias montado en un plato hecho de pan.

—Te va a gustar —aseguró, cruzando los brazos ligeramente soleados y adornados con pulseras. No llevaba ningún anillo. Tampoco Koushiro.

Los anillos le estorbaban. No solo representaban compromisos, promesas o afectos. También daban lata en lo cotidiano. A Koushiro le molestaba teclear la computadora con anillos, lavar los platos con anillos o hacer cualquier cosa con joyería en las manos o muñecas.

—Mimi-san, ¿por qué te viniste a San Francisco?, pensé que amabas a Nueva York.

—Ah, claro que amo Nueva York. Pero ya fui una adolescente neoyorkina, así que no tiene nada de malo convertirme en una California Girl.

—… y supongo que fuiste una niña tokiota.

—Para cuando esté arrugada, buscaré otra ciudad.

—¿Pero por qué precisamente San Francisco? ¿No es más glamorosa Los Angeles?

—Tiene que haber mar —. Koushiro estuvo a punto de decir que Los Angeles también tenía mar, pero se quedó callado y dejó que Mimi continuara hablando —. Tiene que haber mar y tiene que ser bonita… y aquí es aún mejor, porque hay montañas y, lo principal es que tenemos leones marinos y sequoias.

—¿No es más bien porque está Sillicon Valley cerca? —preguntó Koushiro, soltando su primera broma.

—Eso también, está Sillicon Valley y eso me hace pensar en ti.

Koushiro Izumi se sonrojó. Era el primer coqueteo en años que le llegaba hasta la sangre.

Su clam chowder estaba bueno y el vino lo suficientemente exquisito para tomar más de una copa. Mimi se reía y conversaba. Le decía: te voy a llevar al Chinatown, ¡no!, aún mejor, iremos a Castro, el barrio es súper queer. Te encantará.

Tras pagar la cuenta, la pasaron viendo el atardecer y los leones marinos grotescos del muelle K-Dock. Mimi no dejó de considerar que los leones marinos eran casi tan lindos como Gomamon. Koushiro miró el cielo, impresionado por la iridiscencia de las nubes que hacían juegos de luces con los últimos rayos del sol.

Después subieron al automóvil de Mimi y ella lo llevó a Lombard Street, la que ella calificó como la calle más chueca del mundo. Condujeron la calle varias veces, las suficientes para que Koushiro se arrepintiera de haber comido y Mimi volviera a reírse de la situación.

La casa de Mimi estaba junto a otras más, en una loma empinada y llena de jardines de hortensias. Era una construcción vieja, los pisos de madera crujían, pero se veía que su amiga había invertido mucho en la remodelación. Era una casa bonita en el sentido más occidental posible, tenía su chimenea, tres niveles y un olor a especias dulzonas, como el anís y la canela.

—Es que, ¿sabes?, San Francisco me gusta porque la siento más libre que cualquier otra ciudad, las casitas son adorables y aquí los gais son muy felices.

—Con que es eso…

—Y está mucho más cerca que Nueva York.

—¿Te refieres a que está más cerca de Japón?

—Quiero decir que está más cerca de ti, tontito.

Koushiro volvió a enrojecer. Ansió tener la confianza de antaño para envolver a Mimi en un abrazo que los llevara hasta la cama. Algo en la mirada de ella lo seguía deteniendo y los años lo habían entrenado para ser sigiloso, mucho más que en su adolescencia, momento de su historia donde había surgido la atracción irremediable hacia Mimi.

—Esta será tu habitación —. Mimi señaló una habitación con una cama individual envuelta en un edredón blanco, purificado de colores —. Te compré un escritorio ergonómico por si necesitas trabajar.

—Gracias —respondió Koushiro —. Espero no trabajar nada hasta que terminen mis vacaciones.

—No mientas, seguramente estás esperando a que me duerma para ponerte como poseído a trabajar en descifrar algún misterio del Digimundo o del trabajo.

Koushiro no confesó que lo que realmente estaba esperando era no dormir y ponerse como poseído, pero a causa de ella. Anhelaba estar adulterado o hechizado a su lado; ni siquiera tenía que ser de una manera carnal, bastaba con que volvieran a estar cerca.

—Puedes tomar lo que necesites de la cocina y usar el baño cuando gustes, la bañera es estupenda y enorme.

—Mimi-san, creo que debo decirlo… ¿no querrás que hablemos de lo importante…?

—No, no. Aun no estoy lista —lo calló, poniendo su dedo índice en los labios. Habría sido bueno que Koushiro se animara a besarlos, pero se contuvo —. Ya sé que yo te hice venir, pero de verdad quiero que vacacionemos primero antes de todo, ¿me entiendes?, es como si fuéramos a vivir la precuela de nuestra historia.

—Pensaba que nuestra historia había comenzado en cuarto grado.

—Sí, bueno, esta será la precuela de nuestra secuela.

Koushiro estaba cansado y el jetlag empezaba a pesarle. Los ojos los traía a medio párpado, con sus pestañas haciendo de tejado, sus cejas, a la vez, parecían nubes. Su corazón estaba agotado de tener taquicardia por estar con Mimi en un entorno desconocido. Le asintió y soltó una onomatopeya de aceptación.

—Será bueno para los dos —consideró Mimi —. Nos aprenderemos San Francisco de memoria e iremos a los parques nacionales para ver muchas sequoias, luego, de regreso a la realidad, platicaremos largo y tendido; por mientras, a dormir.

Mimi atrapó a Koushiro en un abrazo inesperado, le besó la frente y se despidió de él sonriendo como una idol japonesa.

Esa noche, a pesar de la extenuación, Koushiro Izumi tuvo insomnio.

Los siguientes días fueron parpadeos como de otras épocas, como si las aventuras en California les trajeran reminiscencias del Digimundo. La prisión de Alcatraz, anclada en una isla y convertida en una atracción turística, le recordó a Koushiro la vez que Datamon había capturado a Sora en una pirámide. Se lo planteó a Mimi, pero ésta respondió que, en aquella ocasión, ella se había quedado fuera de ahí, haciendo guardia con los hermanos Takeru y Yamato.

Visitaron cuanto bosque pudieron, pero las experiencias haciendo hiking no fueron lo que ninguno de los dos esperaba. El parque de Yosemite estaba cerrado por una fuerte nevada y, en Muir Woods, mientras buscaban sequoias, los dos demostraron por qué nunca iban en la cabeza en las eternas caminatas del Mundo Digital.

—Te dije que trajeras tenis o botas para montañismo —suspiró Koushiro esa vez, con paciencia, mientras masajeaba los pies hinchados y llenos de ampollas de Mimi.

—Llámale al guardabosques, quiero que nos rescaten, te juro que voy a morir.

—No hay señal, Mimi-san, y me prohibiste traer todos mis, ¿cómo les llamaste?, ah, sí "artefactos digitales innecesarios", además, estamos muy cerca del estacionamiento, solo debemos caminar algunas millas —comentó Koshiro, tratando de ignorar los rapones en las rodillas que se había hecho al resbalarse de una piedra.

Uf, uf, quiero llorar, malditos zapatos de Barbie sin tacón, mentira que puedes ser lo que quieras ser.

—Pero con respecto a las sequoias tenías razón, son de otro mundo.

Frente a ellos, un grupo de árboles centenarios parecían una cordillera de montañas de lo anchas y altas que eran. Las ráfagas otoñales les helaban la piel y movían las copas del bosque, las cuales a su vez también parecían rasgar parte del cielo.

—¿Verdad que parece que son parte del Digimundo? —preguntó Mimi, mientras lagrimaba.

—Seguro que sí —concordó Koushiro —Mimi-san, ¿por qué me mentiste, diciendo que te encantaba el senderismo y que eras una experta?

—¿Por qué va a ser?, pues porque quiero que me guste, quiero ser fitness y amar la naturaleza.

—¿Y quieres que yo también sea fitness y ame la naturaleza?

—Por supuesto que sí —se entercó ella, acariciando el cabello de Koushiro, quien estaba poniendo pomada en las ampollas reventadas y tampoco tenía la pinta de estársela pasando de lujo.

—No estoy seguro de que podamos cambiar…

—Olvida eso… Koushiro-kun, ¿estás consciente de que tendrás que cargarme de regreso, verdad?

—¡¿Qué?!

—Al menos llévame a esa sequoia, la quiero abrazar.

—¿Para qué?

—¿Cómo que para qué?, pues para ser una con la naturaleza.

Koushiro puso los ojos en blanco. Otra vez se contuvo de decir, que prefería que ella y él intentaran por fin ser uno solo, al menos durante un orgasmo fugaz.

De vuelta en San Francisco y en los días subsecuentes, compraron gomas de mariguana en Haight-Ashbury, un barrio hippie que dejó flipando al pelirrojo, y luego las consumieron en un parquecito que tenía como principal vista las Paint Ladies, las casitas más cursis que Koushiro había visto jamás.

Comieron ramen en Chinatown y tacos en Mission Street. Se fueron de copas a Castro, donde a Mimi le dio por fingir que Koushiro era gay y ella era su mejor amiga.

—Siempre quise tener un mejor amigo gay —pretextó ante el reclamo del pelirrojo, a quien varios hombres le hicieron ojitos en un bar.

—Pero si Michael es tu mejor amigo gay, Mimi.

—Oh, cierto. Pero debe haber un universo donde tú seas mi mejor amigo gay.

El último día de la semana, terminaron en una playa nudista mientras bebían cervezas que habían guardado en una hielera. Al parecer, los californianos podían tomar donde fuera sin reclamos de la policía.

Koushiro estaba en shock presenciando la desnudez de la masa de humanos que coexistía con ellos en la orilla del mar. Ni siquiera se había atrevido a quitarse la camiseta y estaba al borde del colapso al ver tantos cuerpos desnudos de todas formas y tamaños.

—No seas escandaloso, los japoneses tampoco tenemos pudor en los baños públicos y las aguas termales.

—No es lo mismo —aseguró, tratando de enfocarse en el sol, las nubes, las olas del mar y el Golden Gate que se veía a la distancia. A su derecha, un grupo de cuatro ancianitas sin ropa y con arrugas doradas por el sol, cotilleaban sobre los mejores restaurantes para ir de brunch y sobre el material que tenía que ofrecer los muchachos de la playa. Una pareja armaba un castillo de arena y un grupo de amigos tomaba fotografías del ocaso con cámaras analógicas.

—Claro que es lo mismo, así que quítate esa ropa, se supone que las cervezas deberían ponerte desinhibido.

—¡Mimi-san, tú también traes puesto tu bikini! —. Un bikini muy Pink de flamencos.

—¡Ya te dije que me iré quitando las piezas si haces lo mismo, Koushiro-kun!

Mimi se lanzó hacia Koushiro. El contacto cercano y carnal hizo que el hombre se acalambrara y se dejara hacer. Fue como si se le hubieran entumido las piernas, los brazos, el vientre y más abajo. No había modo de oponer resistencia ante Mimi. Nunca lo había hecho, ni las veces que se habían visto en hoteles para engañar a sus respectivas parejas, ni cuando habían tenido sus cortos e intensos noviazgos.

Su camiseta con estampados de piñas salió volando, lo mismo que su bañador largo y color caqui.

—Joder… —exclamó Koushiro, disconforme pero excitado, mientras Mimi se deshacía del top del bikini, dejando que el clima frío le erizara la punta de los senos.

—Aquí no, ¿va? —pidió Mimi, quitándose la braga y mirando como se alteraba Koushiro.

—Por supuesto que aquí no, Mimi-san, ¿qué clase de persona crees que soy? —renegó Koushiro, cubriéndose la entrepierna con la playera. Se sentía extraño, pero agradecía que estar en público le apagara cualquier tipo de efervescencia que pudiera surgirle a nivel corporal.

Mimi se puso de pie, hundió los pies en la arena, pateó un par de conchitas, corrió hacia las olas y se congeló al tocar el agua, por lo que regresó rechinando los dientes.

—¡Me congelo! —gritó, Koushiro asintió mientras trataba de enfocarse en la cara de Mimi. Intentaba no mirarle la figura que, en ese contexto, quería que le pareciera ajena. No quería notar si había alguien más observando a Mimi en la playa, porque se le revolvía todo por dentro. De haberlo sabido, ella lo habría calificado de retrógrada y celoso. Él se defendía recordando su nacionalidad. No importaba que intentara ser de mente abierta, al final, su mente abierta solo aplicaba para los misterios del Mundo Digital y sus negocios.

—Hace frío, pero ellos no parecen sentirlo —coincidió Koushiro, mirando a los californianos todos felices y forasteros de su incomodidad: eran blancos, marrones, negros y amarillos, pero ninguno tenía la piel de gallina, como él.

—¿Koushiro-kun, no te sientes más libre que nunca?

—Mmh, ¿eh, sí?

—Mentiroso —. Mimi soltó la carcajada, se dejó caer en la arena y los granitos de ésta le invadieron la piel, convirtiéndose en pecas provisionales. Koushiro ya no pudo evitar mirarle los pechos, las caderas, las nalgas.

—Es surreal estar aquí, así, mientras una veintena de personas nos está viendo sin ropas, creo que al Superior Jyou le hubiera dado un infarto, así que sí, Mimi-san, me siento lo menos libre posible.

—Nah, no es como si fueras un esclavo de nada, es más bien que estás incómodo, pero nadie se fija en nosotros y eso nos hace libres.

—Yo… solo quisiera tener "esa conversación" ¿sabes?, eso es lo que me hará verdaderamente libre.

—Está bien, será hoy.

—¿De verdad?

—Claro, verte desnudo me hizo decidirme —jugueteó ella, sentándose en el regazo de él y llenándolo también de las pecas de arena. Por primera vez desde que había llegado a San Francisco, Koushiro sintió la lengua de Mimi recorrerle los labios, las encías, el paladar. El ambiente estaba helado y una niebla densa comenzaba a cubrir los paisajes urbanos, el Golden Gate, los bosques, el horizonte. Las caricias los entibiaron, pero Koushiro, que estaba pendiente de las demás personas, desistió de incrementar el contacto, a pesar de que estaban algo alejados del resto y las ancianas chismosas ya hacía rato que se habían marchado.

—Aquí no, Mimi-san, tú misma lo dijiste.

Y Mimi se rio otra vez. Y era como estar en un sueño. Y la niebla lo hacía todo más raro. Y las cervezas se acabaron y ellos lograron resistir hasta la llegada al carro, donde Mimi se fundió con Koushiro. A este último, se le violentaron los sentidos del miedo y se dejó llevar por una torpeza que lo hizo recordar su primera vez.

Tardaron horas quitándose la arena en la tina de casa de Mimi y bajándose una borrachera atípica, donde había alcohol, sí, pero también emociones reencontradas. No era como aquellas veces, que jugaron el rol de amantes, tampoco había la ternura de cuando fueron novios. Era una nueva etapa, o eso anhelaba Koushiro, mientras hacía el mejor esfuerzo por secarse el pelo lo más rápidamente posible. Sus manos, que habían estado extrañando los teclados y los algoritmos, parecían satisfechas de haber tenido la posibilidad de dar caricias.

Aun si no tenían la plática, una parte retorcida de este viaje había valido la pena, o eso se decía Koushiro.

Sin embargo, la plática que el pelirrojo esperaba arribó con todo y los papeles. Se sentaron en la sala vintage de Mimi, los dos en el sofá más largo. Mimi le cedió un folder tamaño carta a Koushiro, éste lo abrió y observó con detenimiento.

—Quería que fueras el primero en verlos.

—No necesitabas mostrarme tus papeles de divorcio, Mimi-san, solo quería que me lo dijeras y…

—¿Y que me case contigo?

—… y que me tomes en serio.

Mimi quedó seria, como herida. Koushiro puso los papeles del divorcio en la mesita frente al sillón. Miró hacia la chimenea, esperando que la contrariedad se fuera lejos de San Francisco.

—Todos estos años, yo… —Mimi comentó, recargando la cabeza en él —. Yo he sido odiosa…

—No digas odiosa, di que estabas confundida.

—Quería tenerte sin responsabilidad porque sabía que eras seguro, pero también quería otras cosas: fama, estatus neoyorkino, éxito y un hijo rubio, todo eso sin ti.

—Definitivamente no te podría dar un hijo rubio.

—Quería que me vieras y te fijaras en lo exitosa que era, en que era inalcanzable y a la vez incondicional.

—Eres todo eso, sin duda.

—Me dije, después de portarme todo lo mal posible: Koushiro-kun será mi amor maduro.

—Y heme aquí, siéndolo —comentó Koushiro sin ironía.

—Sí, pero no es así, estaba equivocada. En primer lugar, un amor maduro debe ser entre los 40 y 50; en segundo lugar, tú no eres un tipo de amor, eres el amor en sí —suspiró —. Y no eres el amor típico de las historias, porque me desesperas y te desespero.

—Aun así, siempre vuelves a buscarme, pero esta vez tenemos que tomar una decisión —dijo Koushiro. Había estado ensayando mucho en el avión que debía ser firme. Sabía que Mimi por fin se había separado, pero Taichi tenía razón, esta vez no podía volver a haber un laberinto entre los dos. Su corazón valía lo suficiente, le había recalcado su mejor amigo después de que Koushiro había vuelto a cortar a su última novia ante las noticias de Tachikawa.

Con la esperanza reclamándole por dentro, Koushiro esperó a que Mimi fuera la primera en llamar y así sucedió. No fue como aquellas veces, que ella estaba llorando y lo instaba a que se vieran a escondidas, porque se necesitaban. Su reencuentro no había sido meramente de apoyo incondicional y sexo apresurado.

Esta vez, en la videollamada, Mimi le había pedido que viniera de vacaciones a su nueva casa en San Francisco. Le dijo que quería comprarle chocolates en Plaza Ghirardelli y tomarle fotos en el mirador de Twin Peaks, que quería llevarle en un yate por la bahía e ir al Pier39, para ver a los leones marinos echados en los muelles. Especialmente, quería mostrarle algunas sequoias para que apreciaran juntos esos árboles inmensos y eternos: "Son lo mejor de California, más que Hollywood", le había insistido.

Esa noche, tras reflexionar, Koushiro pudo figurar una sonrisa en los labios. Los paseos con Mimi durante esa semana habían sido extraordinarios y lo habían hecho evocar aquellas épocas en las que la zona de control siempre estaba excedida: desveladas en bares, paseos en las montañas, desnudos en la vía pública, consumo de estupefacientes y alimentos indigestos. Ahí, en una ciudad donde Mimi juraba que se sentía libre y él se sentía más esclavo que nunca.

—Me gusta aquí, contigo —comentó ella —, pensé en ti cuando me cambié a esta ciudad, elegí estar cerca de Sillicon Valley para que mudes tu empresa y me aceptes.

—Mimi-san, ¿crees que eso demuestra tu nivel de compromiso para conmigo? —preguntó Koushiro, recordando las veces que ella se había ido de su lado. La soledad que había sentido en esas habitaciones de hotel todavía le dolían.

—Si te animas, iremos a la velocidad de la luz, porque yo nunca quiero ir lento, pero ir rápido no querrá decir que lo terminaremos, porque será algo para siempre, porque se trata de ti y me di cuenta de que yo, en realidad, no es que quiera hijos, pero de tenerlos, mejor que sean pelirrojos…

—¿Consideras que ya hemos sanado, como para ir rápido?

—No lo sé, pero solo tenemos el ahora y los dos somos valientes, quiero que lo hagamos realidad —ella habló con certeza, aunque a Koushiro le seguía pareciendo una proposición abstracta, como había sido su relación a lo largo de los años.

No podía contar las veces en que pudo haber dicho algo para presionarla, pero siempre actuaba con pasividad, supeditado a Mimi, quien a su vez ansiaba que Koushiro luchara por ella, algo que él no había hecho literalmente, como un príncipe de los cuentos de hadas y las novelas románticas. Era como si, en cada tropiezo, uno le hubiera cerrado la puerta al otro.

Y esta era la prueba final. Mimi Tachikawa había hecho su parte con pasión, creando una oportunidad para que Koushiro Izumi decidiera si quería ir enserio o no.

En una nueva ciudad, donde él tendría que dejarlo todo, Mimi se sentía libre, quería ser fitness y hacer hiking para admirar los bosques californianos. En esa nueva ciudad, donde Koushiro estaba inseguro y no estaba cómodo de mezclarse con otro estilo de vida. Ah, eso sí, estaba Sillicon Valley, lo que significaba que también cabían las computadoras, los emprendimientos y el éxito profesional.

Con temblores, tomó la mano de Mimi entre las suyas. Subió su mirada de ojos negros, acuosos, hasta alcanzar los ojos castaños de ella. No se había dado cuenta, pero Mimi se las había arreglado para cubrirlos con una cobijita, porque ya era de noche y hacía aún más frío.

Las mechas californianas estaban esponjadas y brillantes. El rostro sonrojado de la mujer era un indicativo de que hacía poco habían liberado un poco de tensión sexual. Los ojos de Mimi, con esas pestañas oscilantes, estaban a la expectativa. Y se había mordido los labios, para evitar interrumpirlo.

—Está bien, Mimi-san. Me mudaré contigo y una vez al mes, iremos de hiking, para ver todos los árboles que hagan falta para que nos guste ser fitness… haré que no solo te sientas libre, sino segura y feliz de haberme elegido.

Le besó la mano y, aunque no liberó todo el estrés acumulado, se sintió satisfecho. Para Mimi, esa declaración fue suficiente como para echarse a llorar con la fuerza de sus berrinches de niña y la emoción de cuando era adolescente.

—Eso, ¿eso es todo? —preguntó entre sollozos —¿Y no vas a decir cuánto me amas y lo mucho que me perdonas?

Koushiro se enterneció. Los años de noviazgo turbulentos y la desazón de convertirse en amante, cuando ella se casó, no desaparecieron, pero se diluyeron un poco. También había culpa de él, que daba largas y no luchaba por sentirse en desventaja.

¿Cuánto la amaba?, ¿y lo mucho que la había perdonado?, Koushiro no tenía idea de qué responder, pero debía ser algo lo suficientemente cursi, como para que Mimi se lo tomara en serio.

—Mi afecto es tan extenso como la sequoia más alta y ancha de California, Mimi-san — dijo, sintiéndose un poco barato por la metáfora —. Porque, aunque podría decirte que mi cariño llega tan lejos, como un viaje a la luna, es mejor idea ejemplificar con un elemento único y más realista.

—Eres el colmo, Koushiro-kun —dijo Mimi, energizada y aliviada, mientras desabrochaba la parte de arriba de su pijama y Koushiro le metía la mano en la parte del pantalón.

Sin importar si habían sanado, sin tomar en cuenta si era o no viable o correcto, sus cuerpos se entrenzaron y se convirtieron en raíces con anillos.

Ninguno pensó que las sequoias, aunque ancestrales, no son eternas. Y, como todo lo demás que estaba vivo, al final también mueren.

Fin


Notas: Dedicado a las organizadoras de las #MishiroWeek, que me hicieron escribir para el fandom después de muchos años. Este fic se integra a la colección de la #MishiroWeek 2023 con el Prompt #Divorciada. Muchas gracias por leer. Pido disculpas porque en este escrito debe haber errores de dedo y ortografía (lo siento, no tuve tiempo de corregir).

#MishiroParaElCorazón