PROPUESTA IRRESISTIBLE

CAPITULO # 1

Por. Tatita Andrew.

Albert no podía creer lo que veían sus ojos, lo que le había dicho su mayordomo era la pura verdad, allí en su casa, parada junto a la ventana estaba la mujer del posible candidato a Senador, y él estaba muy molesto eran más de las cinco de la madrugada acababa de llegar de un bar donde estaba tomándose unos tragos hasta que una señora de dudosa reputación lo sedujo bailando desnuda para él, y como todo hombre había caído en la tentación, estaba muy cansado y molesto como para atender a la dama que había interrumpido en la sala de su casa, chantajeando a su mayordomo con una tarjeta donde certificaba que era la esposa del candidato a senador.

No podía apreciar la figura de aquella señora pues estaba cubierta con una capa, desde la cabeza hasta sus tobillos pero no iba a permitir que ninguna mujer lo humillara y en su propia casa.

Él era el Bastardo, hijo ilegítimo de una con desa inglesa y de árabe. Ella era la esposa del candidato a Senador y su padre el primer mi nistro de Inglaterra.

Personas como ella no se mezclaba socialmente con gente como él, salvo a puerta cerrada y bajo sábanas de seda.

-Señora a que le debo el gusto de su visita en mi casa. Dijo en tono molesto.

La mujer lentamente se dio la vuelta, sus ojos no los podía apreciar bien debido a la oscuridad de la madrugada y a la capa que llevaba encima.

-Disculpe por venir Señor Andrew a esta hora.

-También quiere que la disculpe por haber irrumpido en mi casa. ¿Qué es lo que pretende señora amenazándome?

-No tenía otro remedio usted no estaba en casa, y no podía esperar afuera a riesgo de que alguien pueda verme.

-Me pregunto que hace una señora de familia en mi casa, sola y a una hora no apropiada.

Vamos, señora, no ha sido usted tan reser vada con mi criado —dijo, provocándola suavemente, sa biendo lo que ella quería, desafiándola a pronunciar las palabras, palabras prohibidas, palabras conocidas: «Quiero gozar con un árabe; quiero disfrutar con un bastardo»—. ¿Qué podría querer una mujer como usted de un hombre como yo?

-Vengo a que usted sea mi profesor. Dijo la mujer sin miedo

-Señora Leagan le han informado mal, yo podré ser de todo pero nunca he sido profesor de nadie, lamento que haya perdido su tiempo mi mayordomo la acompañara hasta la puerta.

-Quiero que me enseñe a como darle placer a un hombre dijo de golpe.

Si Albert no hubiera estado con una de sus manos apoyado al respaldar de una silla se hubiera caído al suelo del a impresión. Qué clase de mujer era ella que entraba a horas no apropiadas a su casa y con tremenda sorpresa. Y la situación de veras lo estaba molestando mucho lo único que quería era poder darse una ducha y dormir plácidamente.

Lentamente y con una furia primitiva se acercó a ella, estaba molesto con aquella dama por haber irrumpido en su casa a esas horas, y para su sorpresa ella no retrocedió ante su furia, él se contentó con arrojar su velo hacia atrás y pudo observar su rostro era de rasgos finos, una piel nívea, un cabello rubio peinado con muchas horquillas en la parte de arriba de su cabeza.

-Ahora, dígame de nuevo lo que desea —murmu ró.

-Aunque no dudo que podría enseñarle, dijo seductoramente y acercándose a la mujer – Por hoy he tenido más que suficiente así que si, gusta otro día le podría enseñar algunas cosas.

-Pero es que yo necesito que me enseñe todo sobre seducir a un hombre.

-Esta tan desesperada Señora por aprender nuevas posiciones y ha venido a mí para que le enseñe como acostarse con un hombre.

-Yo no quiero que usted me toque, dijo calmadamente solo quiero que me instruya que es lo que tiene que hacer una mujer para conquistar a un hombre.

-Y porque yo dijo Albert – porque no busco otro hombre para que la ayudara con su dilema, yo no tengo ni el tiempo ni la paciencia para enseñarle algo señora.

-Porque escuche a cierta dama en una reunión que usted está muy bien dotado, y que si la mayoría de hombres estuvieran tan bien como usted ninguna mujer traicionaría a su esposo. Y porque la misma dama me dijo que usted es el único hombre que recibió un harén al cumplir 13 años.

-Que quiere de mí Señora Leagan.

-Quiero que me enseñe todo, sobre el placer y la seducción.

-Y porque no me trae a su esposo, señora, para yo enseñarle todo e instruirle y que usted pueda serle fiel.

-Veo que no me dejará conservar ni siquiera un po co de orgullo. Muy bien. Amo a mi esposo. No es él quien necesita adiestramiento para evitar que yo me extravíe, sino todo lo contrario. No deseo acostarme con usted, se ñor. Sólo quiero que me enseñe cómo darle placer a mi es poso para que él se acueste conmigo.

Albert había escuchado rumores de que el candidato a Senador, tenía una amante.

Las mujeres que aman a sus esposos no piden a desconocidos que les enseñen cómo darle placer a un hom bre -dijo cortante.

-No, las cobardes que aman a sus esposos no pi den a personas desconocidas que les enseñen cómo darle placer a un hombre. Las cobardes duermen solas, noche tras noche. Las cobardes aceptan el hecho de que sus esposos encuentren placer con otra. Las cobardes no hacen nada, no así las mujeres.

Se acercó aún más para mirarla fijamente a los ojos verdes, Al hacerlo ella se sintió intimidada podía ver los nervios y el deseo bajo su ropa, al moverse un poco el corsé que llevaba crujía al más leve movimiento.

Ella podía sentir el perfume de otra mujer en su piel, en su aliento, olía a sexo y a sudor y a hombre, por un momento se puso nerviosa por un instante pero luego recupero la compostura tenía que demostrarle a ese hombre que ella podía soportar las clases sin perturbarse. Y lo miro decidida sin bajar la mirada primero.

Durante un instante eterno, Albert pensó que había pestañeado en un burdo intento de coquetear; pero luego vio el brillo de las lágrimas, que formaban una película so bre sus ojos.

—Me resisto a ser una persona cobarde. —Irguió los hombros. El movimiento provocó que las ballenas de un corsé demasiado apretado crujieran—. Por ello, una vez más, le ruego que me enseñe cómo darle placer a un hombre.

-¿Y cómo podría enseñarle a dar placer a su esposo si yo mismo no me acuesto con usted, señora? —le lanzó.

-Yo sé que es posible que una mujer árabe aprenda a darle placer a un hombre sin contar con la ex periencia personal, no veo motivo por el cual usted, un hombre que se ha beneficiado de esa preparación, no pue da a su vez instruir a una mujer inglesa.

Muchas mujeres inglesas le habían pedido a Albert que mostrara las técnicas sexuales que los hombres ára bes usaban para darle placer a una mujer. Pero ninguna le había pedido jamás que le enseñara las técnicas sexuales que las mujeres árabes empleaban para darle placer a un hombre.

Fueron los efectos de los fuertes licores consumidos mezclados con una noche de sexo intenso los que provo caron la siguiente pregunta de Albert. O tal vez fue la mis ma Candy Leagan. Que po nía en juego su reputación y su matrimonio para aprender a complacer sexualmente a un hombre para que no tuvie ra que recurrir a una amante.

Si yo me hiciera cargo de su instrucción, señora, ¿qué es lo que quisiera aprender?

-Todo lo que pueda enseñarme.

-Le pagaré dijo Candy desesperada

Albert la examinó cuidadosamente, intentando ver más allá de aquella máscara sin emoción que era su rostro.

-¿Cómo me pagará, señora Leagan?

Ella no pudo dejar de asombrarse de la grosera sugerencia.

-Con moneda inglesa.

Ésta es una de las ventajas de que mi padre sea un árabe. No necesito su dinero —replicó con desinterés fingido, preguntándose a la vez hasta dónde llegaría ella en su búsqueda de conocimiento sexual, y hasta dónde él en su búsqueda de olvido—. Y a decir verdad, ni el dinero de nadie.

-Si cree que lo voy a rogar está usted muy equivocado, solo le digo que si no estuviera desesperada no hubiera venido a interrumpir en su casa.

-Y usted será capaz de hablar sin tapujos y sin sentir vergüenza sobre las cosas que le gustan a los hombres.

-Sí estoy dispuesta a todo.

-Todavía no le he dicho que he aceptado darle clases.

Con toda la dignidad que pudo se dirigió hacia la puerta.

-Mañana la espero a las 5 de la madrugada aquí en mi casa.

Ella se detuvo en seco al escuchar esas palabras y a la vez se alegró mucho de haberlo podido convencer.

-Es muy tarde hoy tuve que levantarme sin que nadie me viera. Mejor vengo a las 4 de la mañana.

Nuevamente se dirigía hacia la puerta cuando la detuvo Albert.

-Espere, tome aquí lea este libro la introducción y capitulo uno mañana le hare preguntas.

-Pero este libro es el camasutra..

-Sí allí aprenderá todo lo que tiene que saber sobre el arte de la seducción y el placer.

-Está bien lo estudiaré mientras se guardaba el libro debajo de la capa.

-Cada día le daré que lea un capitulo o dos de un total de 25 y tome nota porque le preguntare sobre todo lo que haya querido decir el autor.

-Ahh me olvide decirle Señora Leagan, si va a ser mi alumna tengo ciertas reglas que tendrá que acatar en cada clase, y si no las cumple me temo que no podre enseñarle.

-Cuál es la primera regla.

-En mi clase nadie usa corsé. Quíteselo para venir para acá.

-Pero una mujer nunca debe andar sin corsé es como si anduviera desnuda. Además lo que yo use o no use, Mr. Albert, no le in cumbe...

-Usted me pregunto qué es lo que tiene que hacer para seducir a un hombre, y déjeme decirle que los corsés son las prendas menos atractivas y femeninas, aprietan los senos de la mujer, y su cintura parecen caballos que no pueden respirar. Eso no le causa placer a ningún hombre.

-Tal vez no a un hombre de su naturaleza...

Se sentía extrañamente desilusionado al comprobar que ella tenía los mismos prejuicios que los demás.

-Ya comprobará, señora Leagan, que cuando se tra ta del placer sexual, todos los hombres son de una cierta na turaleza.

-No toleraré ningún tipo de contacto físico con usted.

Albert sonrió cínicamente. Había cosas que afec taban a una persona mucho más que el simple contacto. Las palabras.

-Como usted quiera. -Inclinó fugazmente la ca beza y los hombros en una pequeña reverencia-. Le doy mi palabra como hombre de Occidente y de Oriente que no tocaré su cuerpo.

-Los árabes tienen una palabra para un hombre que habla de lo que sucede en la intimidad entre él y una mu jer. Lo llaman siba, y está prohibido. Le aseguro que en ningún caso la comprometeré yo a usted. Y si usted tampoco hace lo que le digo entonces el trato se acaba en ese momento,

-Hasta mañana Mr. Albert.

-Hasta mañana Señora Leagan. Estoy seguro que conoce el camino de la salida.

Cuando Candy Leagan había desaparecido tras cerrar la puerta de la biblioteca, Albert se quedó pensando en ¿Cómo había hecho para llegar allí? ¿Habría alquilado un carruaje? ¿Habría venido en el suyo propio? ¿Sabría el riesgo que sería si supieran que ella visitaba su casa?

Apuradamente mando a llamar a su mayordomo.

-¿Tienes la tarjeta de la Señora Leagan?

El mayordomo se la dio, allí estaba la dirección de su casa con letra decorativa.

-Sigue a Candy Leagan, Ramiel. Asegúrate de que no se meta en más problemas de los que ya se ha me tido.

A los hombres como el candidato a Senador que se casaban con mujeres virtuosas para que les dieran hijos no les agradaría que su esposa realizara esos mismos actos sexuales que ellos buscaban en sus amantes.

-Cuando ella esté dentro, a salvo, vigila la casa. Si gue a su esposo. Quiero saber quién es su amante, dónde y cuándo se encuentra con ella, y cuánto tiempo lleva man teniendo esa relación.

Mientras tanto el aíre denso de la mañana se encerraba en un coche de alquiler, allí iba sentada una mujer con el corazón latiéndole como un reloj, habían sido los treinta minutos más largos de su vida tratando de convencer al seductor más famoso de Inglaterra tratando de que le enseñara como darle placer sexual a un hombre.

La voz casi en un susurro del apuesto hombre resonaba en su cabeza.

-¿Sabe lo que me está pidiendo Señora?

-Sí.

Mentirosa, mentirosa se repetía una y otra vez, una mujer como ella no sabía nada sobre el placer y lo que él le podía exigir a base de su conocimiento carnal. No sabía en el gran problema que se había metido.

La ira invadió a Candy como un oleaje ardiente;

¿Cómo se atrevía a decirle que la satisfacción de un hombre radicaba en la habilidad femenina de recibir placer, como si fuera culpa suya que su esposo tuviera una amante?

Todavía sentía en la nariz el olor de la fragancia de él -perfume de mujer, indudablemente.

Era como si él se hubiera impregnado de aquella fragancia.

No, era como si él se hubiera impregnado de la mujer qué lo había usado. Olía como si hubiera frotado cada centímetro de su cuerpo contra cada centímetro de aquel cuerpo femenino.

Candy cerró los ojos antes las imágenes que aparecían en su mente, cuerpos desnudos, aquel hermoso cabello rubio como el sol, aquella mezcla entra inglesa y árabe, unos ojos azules tras sus parpados. A Candy su mirada le hablaba de lugares a los que nunca ha ido, placeres que solo se había imaginado. Tenía 26 años, y toda la vida se había portado como una hija y esposa dócil, siempre anteponiendo sus deseos ante los demás. Por no provocar el rechazo de su esposo. Al pagarle al cochero pensó que podía dejar todo como estaba y no arriesgarse pero en vez de eso, le pago y le dijo que la recogiera todos los día a las 4 de la madrugada, ya no era la misma mujer su esposo se había pavoneado con su amante por toda la ciudad y ella era el hazme reír de toda la sociedad.

Iba muy tarde a su casa, nunca se imaginó que al llegar a la casa de Albert Andrew hubiera tenido que esperarlo por más de una hora, después de una juerga nocturna, ahora tenía que entrar despacio en su casa para que nadie se diera cuenta de su ausencia..

Camino apresuradamente por las calles antes de llegar a su casa, las personas ya estaban levantadas gritando o vendiendo alguna cosa en la calle, apresuro el paso antes de que el día amaneciera.

Sigilosamente abrió la puerta de su casa, y se encontró con su mayordomo en plena puerta.

-Señora Leagan.

-Buen día Peter, es un día hermoso decidí dar un paseo para ver si se me abría el apetito. ¿El Sr. Neal ya desayuno?

-Por supuesto que no señora, pero no debería andar sola en la calle, un lacayo podría acompañarla, es peligroso horita en la madrugada.

-No se preocupe Peter fue un paseo corto.

-Llámeme a Emma necesito que me ayude a cambiarme par el desayuno. Y se rió al imaginarse que nadie sospechaba de donde venía, si supieran que había ido a la casa de Albert Andrew para que le enseñara a como complacer a un hombre.

De repente se sintió vulgar había hablado de su propio matrimonio con otro hombre. Un hombre que le había dicho cosas que un ca ballero jamás diría ante una dama. Palabras vulgares como «acostarse» con una mujer.

Candy había hablado de temas y empleado pa labras que ninguna dama pronunciaría jamás.

Trató de caminar despacio, evitando subir las esca leras corriendo. Necesitaba ver a su esposo.

Necesitaba que él le asegurara que todavía era una mujer virtuosa y respetable.

Su dormitorio estaba contiguo al de él. Sólo echa ría un vistazo para ver si estaba despierto. Entonces ten drían la conversación que debieron haber tenido hacía años si no fuera por la falta de valor de ella.

Con el corazón latiendo fuertemente, abrió cuida dosamente la puerta de Neal. Su dormitorio estaba vacío. Las sábanas almidona das de lino y la colcha de terciopelo verde oscuro estaban dobladas pulcramente. Era evidente que no había dormido en su cama. Las lágrimas le quemaron los párpados.

Cerró la puerta cuidadosamente, temiendo soltar las lágrimas que a lo largo de la última semana amenazaban continuamente con asomar.

Cuando llego su mucama, le pregunto si su esposo ya había salido para el trabajo,

- No sabría decirle, señora.

Cuantas mentiras pensó Candy si todos en la casa los empleados y todo el mundo sabía de las andanzas de su esposo. Pero ahora ella lo que tenía en mente era el día de mañana cuando volviera a ver al rubio de ojos azules, enseñarle todo lo ella quería aprender sobre la sexualidad..

CONTINUARÁ..

Hola espero comentarios gracias..