Disclaimer: Todo lo relacionado con Harry Potter pertenece, por desgracia, a J. K. Rowling. Lo queer, de su fandom más combativo.


1971-1972

La primera vez que Sirius debió ver a Remus Lupin fue en la ceremonia de bienvenida de su primer curso en Hogwarts, cuando Minerva McGonagall estaba asignando la casa de hermandad a la que cada cual pertenecería durante los siguientes sietes años y repartiendo los dormitorios en los cuales dormirían todo ese tiempo.

Probablemente escuchó su nombre de boca de la profesora llamarlo, igual que había llamado a todos los demás, pero en aquella época Sirius tenía la capacidad de concentración de un jilguero y, como eran llamados por orden alfabético y hacía rato que había pasado su turno, no estaba prestando atención. Además, para ese momento estaba ocupado pavoneándose ante otros compañeros de curso, pues había roto la tradición de su familia al elegir Gryffindor sobre Slytherin, algo que había dejado desconcertados a otros niños de prestigiosos apellidos que lo observaban desde las largas mesas al otro lado del Gran Comedor. Conocía a pocos de ellos, aunque sí a casi todos sus padres y madres por las interminables fiestas celebradas en el salón de baile de Grimmauld Place, y, desde luego, se sabía sus apellidos de sobra, pues se los habían inculcado desde pequeño los tutores que les habían impartido clases privadas a él y a su hermano, preparándolos para el ingreso en Hogwarts.

No se fijó en él ni siquiera cuando este debió sentarse en su mesa, cerca de Sirius, con el resto del primer año que alborotaban, celebrando alborozados cada nuevo integrante de la casa, a pesar de que, por su apellido, había sido seleccionado antes que James Potter, de quien sí estuvo pendiente.

Había coincidido con él en el coche del tren que había transportado a todos los estudiantes de Londres y del sur de Inglaterra hasta el lejano y prestigioso internado de Escocia y habían congeniado tanto que Sirius había cruzado secretamente los dedos para que quedasen juntos en la misma casa y, a ser posible, en el mismo dormitorio. James Potter le había parecido un chico divertido, carismático y con mucha clase, muy lejos de los pretenciosos y rancios apellidos nobles que habían esperado que se uniese a ellos.

Por eso, la primera vez que vio de verdad a Remus Lupin fue después de que un prefecto los condujese a uno de los torreones del colegio y les mostrase su dormitorio, compuesto por dos literas de dos camas, un armario y un baño grande con varios retretes, lavabos y duchas que compartían con los demás alumnos de primer año. Sirius se había quedado en la sala común, uniéndose a los juegos que organizaban los alumnos más mayores para facilitarles vías de socialización y ayudarles a conocerse mejor. Pero, o bien no había coincidido con Lupin en ellos, o bien había intentado pasar desapercibido, así que no se fijó en él hasta que, exhausto y sudoroso, excitado todavía por la novedad de estar en un colegio cuya plaza llevaba reservada y pagada desde su más tierna infancia, Sirius había entrado por segunda vez en el dormitorio donde iba a vivir los siguientes siete años dispuesto a dormir, o al menos intentarlo, y se había topado en el interior con los que serían sus compañeros.

—Yo soy James Potter —dijo James, apartándose el flequillo de la frente con un gesto que delataba múltiples ensayos frente a un espejo. No le tendió la mano a Sirius, ya que se habían presentado en el vagón de tren, y eso marcó el resto de presentaciones.

—Sirius Black. —Mencionó el apellido con un leve tono de desprecio que había practicado hasta la saciedad también. Ya en aquel momento se rebelaba contra lo que significaba ante cualquiera que estuviese dispuesto a escucharlo durante más de dos minutos, pero ninguno de los niños del cuarto fue capaz de escuchar el matiz y de los dos que reconocieron el apellido de los Black, únicamente el niño de pelo de color rubio arena con una mancha de nacimiento en el cuello, ovalada con una línea rosada que partía de uno de sus extremos, había esbozado una expresión de atónito asombro.

—Me llamo Peter Pettigrew —dijo con voz atiplada y chillona, esbozando una sonrisa de ansia por agradar.

—Remus Lupin. —Fue el último en presentarse y Sirius lo observó con curiosidad.

Era un chico flacucho y de sonrisa triste. Sus ojos, de color avellana que oscilaban hacia el dorado de la miel cuando la titilante luz del cuarto brillaba con más intensidad, no sonreían al mismo tiempo que sus labios y estaban enmarcados en ojeras de agotamiento. Era algo más alto que Pettigrew, pero no mucho más, aunque lo parecía por lo delgado de sus extremidades y lo marcado de sus pómulos. De los cuatro, era el único que ya se había puesto el pijama, uno de manga larga poco apropiado para los últimos días del verano, por muy escocés que este fuese.

—¡Un becado! —comprendió Sirius, riéndose a carcajadas, y le revolvió el pelo, indiferente a la expresión de genuino horror que puso Lupin, sonrojándose—. ¡Tenemos nuestro propio becado en el dormitorio!

—¡Me pido la cama de arriba! —gritó James, interrumpiendo las presentaciones y lanzándose sobre la litera de la derecha, provocando que Sirius hiciese lo mismo con la de la izquierda, relegando a los otros dos chicos a las camas inferiores.

Adoptó a Lupin a partir de aquel momento, arrastrándolo tras de sí allá por donde iba, orgulloso del que se había dado en llamar como 'su becado'. James, por supuesto, lo había seguido a todas partes sin necesidad de hablarlo. O Sirius lo había seguido a él, no lo tenía demasiado claro. Pettigrew había asumido que los cuatro compañeros de cuarto iban juntos y se había unido a ellos, incluso cuando los otros dos chicos, que llevaban la voz cantante con el carácter arrollador de quien está en el lugar al que ha pertenecido toda la vida, lo ignoraban.

Pettigrew era un nuevo rico. Al contrario que Potter, que era descendiente de una burguesía de menos abolengo que los Black y que estos despreciaban de un modo similar al que los Malfoy, herederos de la nobleza rural de Wiltshire, trataban con condescendencia a la familia de Sirius, incluso aunque estuviesen dispuestos a enlazar matrimonialmente con ella. Desde el punto de vista de un Black, la fortuna de los Potter también era un advenidizo, por supuesto. Su antepasado fue uno de aquellos millonarios que había hecho negocio a caballo entre la vieja Inglaterra y los prósperos Estados Unidos, a principios del siglo XX, gracias al triunfo de sus productos de higiene y a haber sabido adaptarse a la necesidad de producción y abastecimiento durante las crisis económicas, primero, y las guerras mundiales después, convirtiéndose en proveedor oficial de varios ejércitos europeos. Los Pettigrew, en cambio, eran de una clase media que la madre de Sirius habría calificado con desdén como 'arribista', lo cual le dio un aliciente para no sólo permitir que el chico, de cabello rubio y rasgos ratoniles, los siguiese, sino llegar a integrarlo en aquella camaradería interna de un colegio de élite.

A diferencia de Pettigrew, cuyos padres habían hecho un enorme sacrificio económico para matricularlo en el colegio Hogwarts para que entrase en contacto con una élite de jóvenes de familias ricas y de apellido noble, Lupin, el chico demacrado y de manchas rojizas en las manos, que Sirius achacó a algún accidente con la tetera antes de llegar al colegio y que el niño trataba de disimular infructuosamente con las mangas del uniforme escolar, es de familia obrera, uno de aquellos chavales con altas notas en los centros públicos en los que habían estudiado y que Hogwarts seleccionaba y acogía a cambio de generosas subvenciones gubernamentales. De ahí sus ropas, viejas y gastadas, y el aspecto vulnerable y algo asustado con el que contemplaba el entorno escolar, al que alguien como él, por muy buenas notas que obtuviese, no pertenecería jamás. En un colegio como Hogwarts, alguien con un apellido como Pettigrew probablemente sí le ofrecería su amistad mientras no perjudicase su imagen. Un Potter lo toleraría y mantendría una agradable camaradería distante. Un Black o un Malfoy, en cambio, lo despreciarían sin lugar a dudas.

Y, como Sirius siempre había hecho lo contrario a lo que su madre hubiese decidido en cualquier situación, se empeñó en mantenerlo a su lado desde las primeras semanas de colegio.

James también era un chaval diferente, más parecido a Sirius que a los otros chicos del colegio, porque aceptó esto con la naturalidad con la que hacía todo en la vida. Su arrollador carisma y simpatía, que hacía que el resto de personas, incluido el profesorado, le perdonase las insolencias y bromas que eran su sello personal, había facilitado que lo que comenzó siendo una relación cordial acabase convirtiéndose en algo parecido a una amistad en tan sólo unas semanas de clase. Ha sido fácil hacerse amigo suyo, porque los dos eran, en cierto modo, lo mismo. Su familia era más progresista que los Black, pero lo que los permitió acercarse en los primeros días de clases fue la complicidad, el sentido del humor compartido y el desprecio al resto de apellidos relevantes y engreídos del colegio.

—¿La conoces? —preguntó James una tarde en la que los cuatro estaban en la biblioteca.

La bibliotecaria ya los había chistado en varias ocasiones, cada vez más enfadada, Sirius y James eran incapaces de guardar silencio y estudiar, dedicándose a jugar y vacilarse entre ellos, ignorando las discretas miradas que Lupin les dirigía de tanto en tanto, más preocupadas porque los echen a todos que molestas. James no era partidario de encerrarse en la biblioteca, argumentando que sólo estaban en las primeras semanas del primer año y que nadie necesitaba preocuparse tanto por sus notas pudiendo aprovechar los últimos días del verano en el exterior, pero Lupin había optado por la biblioteca y, por supuesto, Sirius había preferido quedarse con él que salir a los jardines solamente con James y Pettigrew.

Además, le gustaba que Lupin lo mirase cada vez que soltaba una ruidosa carcajada, incluso aunque fuese para censurarle. Lo cual ocurría en casi todas las ocasiones. Aquellas en las que no, los ojos de color avellana del chico brillaban con diversión y su rostro melancólico se transformaba un poquito con aquella sonrisa que no terminaba de llegarle a los ojos. Lupin era un chico cauto, prudente y solitario. Sumamente educado, resultaba un enigma para Sirius, que había tomado la decisión de molestarlo hasta conseguir que fuese su amigo. Por ahora, había conseguido que lo tolerase, sin duda, pero no estaba seguro de si era porque le caía bien o porque era un chico tan humilde que no era capaz de mostrar hostilidad o condescendencia.

—¿Quién? —preguntó Lupin en un susurro casi inaudible, frunciendo el ceño genuinamente ante la pregunta. Sirius, que sí sabía a quién se refería James, puso los ojos en blanco.

—A Evans. —James no había parado hasta averiguar su nombre. Aunque compartían sala común, los dormitorios de las chicas estaban en el lado opuesto del torreón y no solían hacer mucha vida en común, al menos los primeros años, con los muchachos. El cabello rojo vivo de Evans había destacado entre la multitud de los niños y niñas de primer año, llamando la atención de James, que inmediatamente había empezado a parlotear, emocionado, sobre la chica. Para la desesperación de Sirius, que no entendía qué veía en ella, no había dejado de hacerlo cada vez que tenía la oportunidad.

—Potter, que Evans tenga una beca como yo no significa que nos conozcamos. Lo sabes, ¿verdad? —dijo LuSpin, levantando las cejas cómicamente.

Sorprendido, pues ningún otro alumno de primer año habría osado hacer una broma así, mucho menos a uno de los chicos más populares de Gryffindor en su curso, Sirius había soltado una ruidosa carcajada, celebrando el sarcasmo y desencadenando sobre los cuatro la legendaria furia de la bibliotecaria.

—Pues Evans y Snape son amigos y se conocían antes de venir —dijo James cuando, después de soportar una fuerte reprimenda, los cuatro habían sido expulsados de la biblioteca por lo que quedaba de tarde y el grupo entero había salido de los muros del colegio para pasear por el jardín.

—¿Quién es Snape? —preguntó Sirius, fingiendo buscar en su memoria si correspondía con alguno de los apellidos que conocía.

—Otro chico becado. Está en Slytherin. —Fue Pettigrew quien se apresuró a dar la información, deseoso de agradar, y dio un saltito de forma inconsciente, feliz cuando James asintió, validando sus palabras.

—Oh, sí, Snivellus —dijo Sirius, con una sonrisa maliciosa. Le había puesto el sobrenombre unos días antes, tras la clase de Matemáticas, cuando Snape se había quejado del método de enseñanza de la profesora McGonagall, jefa de la casa de Gryffindor.

—No lo llames así —lo reprendió Lupin, con un suspiro cansado. Sorprendentemente, aunque al final Sirius había conseguido hacer que los expulsaran de la biblioteca, fastidiando su plan de estudios para el resto de la tarde, el chico no parecía enfadado. Ni resignado. Se lo veía… cómodo. Sirius sonrió, contento. Iba a hablar, pero Pettigrew se le adelantó.

—Se rumorea que es hijo bastardo de un importante político y que por eso le han dado la beca en Hogwarts. Y por eso se lleva tan bien con el resto de sus compañeros de Slytherin, a pesar de que normalmente allí los becados no duran mucho tiempo.

—Patrañas —masculló Sirius, que sabe perfectamente que el colegio necesita becar un mínimo de estudiantes cada curso para recibir un jugoso monto de dinero público que le permita ser rentable. Y eso es algo que, por supuesto, los alumnos de Slytherin saben. Él mismo lo aprendió de sus padres, que les aleccionaban a mostrarse «caritativos con aquellos compañeros menos afortunados en la vida y que por una vez pueden echar un vistazo a los frutos del mérito y el trabajo. Quién sabe, quizá en el futuro su agradecimiento pueda resultar útil».

—Yo no soy el hijo bastardo de ningún político —dijo Lupin, con voz suave, reconviniendo a Pettigrew, que miró a James en busca de su aprobación antes de encogerse de hombros para retractarse—. Y sí, es cierto que Evans y Snape iban al mismo colegio.

—Entonces, ¡sí que la conoces! —Al oírlo gritar entusiasmado, Sirius volvió a poner los ojos en blanco.

—Hemos hablado un par de veces —admitió Lupin.

—¿Cuándo? ¿Qué dijo? ¿Qué te contó? —preguntó James, ansioso. Sirius, al ver que Lupin abría los ojos de par en par, un poco avasallado por la energía del otro chico y no muy seguro de qué contestar a tremenda descortesía, salió en su ayuda golpeando a James con el hombro y retando luego a los otros tres a una carrera hasta el enorme sauce que marcaba la frontera entre la pradera de los jardines del colegio y el bosque escocés que se desplegaba desde allí hasta el cercano pueblo de Hogsmeade.

Aquel día, durante la cena, Lupin comenzó a toser. A la mañana siguiente, cuando se levantaron, el chico se disculpó y se marchó al ala de enfermería, saltándose el desayuno. Sirius lo siguió con la mirada, un tanto preocupado, pero James, hambriento, tiró de él hacia el Gran Comedor. Lupin no regresó ese día a clases y no volvió al dormitorio hasta que pasó el fin de semana. Había perdido el escaso peso ganado gracias a las comilonas de las primeras semanas de clase y sus ojos tenían grandes sombras oscuras en el párpado inferior, fruto del cansancio. Al preguntarle al respecto, se había encogido de hombros, con una de aquellas sonrisas que no llegaban a sus ojos de color avellana.

—Debí resfriarme cuando salimos al exterior.

—¿Quién demonios se resfría por salir al exterior un día soleado? —preguntó Sirius dramáticamente, encantando de poder utilizar la palabra «demonios» que tanto había disgustado a su madre durante el verano anterior y que ahora estaba dispuesto a repetir tantas veces como fuese necesario hasta que algún profesor considerase oportuno escribir una carta a sus padres para informarles de su irreverente vocabulario.

—Por lo visto, yo. —Inmune a su idiotez, Lupin se había reído entre dientes, sacudiendo la cabeza de forma que su cabello castaño había atrapado el reflejo de algunos rayos de sol, volviéndose rojizo por un instante.

—Eres un chico muy extraño, Remus. La próxima vez que salgamos fuera mucho rato, me aseguraré de que no enfermes —había proclamado Sirius, sacando pecho. El otro chico no le había corregido, en su usual tono amable y prudente, el nombre de pila.


Notas:

- ¿Un internado de élite y privado como el Hogwarts de esta historia en los años 70 que fuese mixto? Eso sí que es una fantasía, jajaja. El título de los capítulos de estos flashbacks hace referencia al periodo escolar, que empieza en septiembre de un año y acaba en junio del siguiente, aunque luego la acción transcurra en un punto concreto. Por tanto, este corresponde al primer año de Hogwarts de los merodeadores. Sé que en otros países no tiene por qué ser así, por eso me pareció adecuado aclararlo.

- No pretendo hacer bashing a Peter. Tampoco, de hecho, justificar sus actos a través de cómo otros personajes se comportan con él. En el canon, Peter es un nazi mágico, así que aquí, aunque no sea explícito porque la historia no va de él, sus apariciones van destinadas a mostrarlo como lo que es: alguien que se cree clase media por tener más dinero que otros obreros y que, en realidad, defiende políticas fascistas e individualistas, salvo que le afecten directamente a él.