Disclaimer: Todo lo relacionado con Harry Potter pertenece, por desgracia, a J. K. Rowling. Lo queer, de su fandom más combativo.

Trigger warnings: Siguen vigentes los de la sinopsis: además del sexo explícito y el consumo de alcohol y drogas: depresión.


1993

Los primeros días en Grimmauld Place se las apañó para rehabilitar la vieja cocina, que durante infancia había sido feudo del personal de servicio que trabajaba para la familia Black, y uno de los dormitorios de invitados cuyos muebles parecían en mejor estado.

La resaca de aquella primera borrachera en más de una década ha sido peor que todas las de su juventud unidas. Claro que, desde el momento en el que abandonó Hogwarts hasta que todo se terminó de ir a la mierda, los recuerdos grisáceos, manchados por la sangre que todavía considera en sus manos, están repletos de una continua huida hacia adelante en forma de fiesta y alcohol, sólo o acompañado. James ya había sentado la cabeza antes de graduarse en Hogwarts, así que sus compañeros de correrías en aquella época habían sido, sobre todo, Remus, que le había seguido el ritmo los fines de semana, a pesar de su carácter templado, y Peter, que era quien había conseguido un par de entradas para aquel fatídico festival y lo había convencido de marcharse para permitir a Remus estudiar sin distracciones en la diminuta habitación que él y Sirius compartían.

Lo que no ha hecho en estos días es lo que está considerando hacer ahora: enfrentarse a las viejas escaleras de madera que dan acceso a los pisos superiores. No está sobrio, pero tampoco borracho. Su mente flota, anestesiada, en el umbral que separa la sobriedad de la ebriedad. Ha vuelto a salir otro día al mismo local, bebiendo un whisky tras otro, pero el resto del tiempo ha preferido comprar un puñado de botellas que ahora se amontonan, vacías, en un rincón de la cocina, a la espera de que vaya a reponer existencias al supermercado más cercano.

Quizá es esa falta de combustible la que lo incita a fijarse en el rellano de las escaleras, en la polvorienta alfombra, antaño elegante, colorida y escandalosamente cara, con el escudo de la casa Black bordado en cada uno de los escalones.

—Nunca caíste en la cuenta de que cada vez que subíamos estas escaleras pisoteábamos el honor de la familia, madre —dice Sirius, con una carcajada amarga, al poner el pie en el primer escalón, recordando la secreta satisfacción que sentía durante su infancia al hacerlo. Si no fuese porque lo único que queda de Walburga Black es un retrato a sus espaldas, que ha tapado con una enorme tela blanca encontrada en uno de los dormitorios del piso inferior para no verlo, estaría convencido de que habría gritado en respuesta, recriminándole su falta de respeto.

Sube las escaleras con parsimonia. El caserón es gigantesco, fruto de una época en la que el espacio de construcción de las afueras de Londres abundaba y la ciudad no había fagocitado todo su entorno en kilómetros a la redonda. Con la cocina y los cuartos de servicio en el sótano, a la semejanza de las viejas 'manor' de la aristocracia rural, la planta principal era, básicamente, el escaparate de la familia Black al exterior: salón de baile, un enorme comedor, un par de dormitorios para invitados, el despacho de su padre y una biblioteca que fungía como sala de recepción. Era en el primer piso donde se ubicaban las estancias familiares. No sólo los dormitorios del matrimonio Black que gobernase la casa en ese momento, también las habitaciones privadas donde realizaban la vida cotidiana. Sirius no se detiene en ellos, no hay ningún buen recuerdo asociado a esas estancias, donde apenas ha pisado en su niñez, relegado a los pisos superiores, donde se encuentran los dormitorios infantiles y las habitaciones de juego y estudio.

Sin embargo, Sirius no se para hasta que no enfila una escalera, más estrecha, que conduce al ático. Su hermano Regulus y él jamás ocuparon los dormitorios que les habían correspondido. Una de las raras cesiones de su madre a sus caprichos, más frecuentes cuando era pequeño. Esas habitaciones habían quedado para las ocasionales visitas de sus primas, mientras que Regulus y él habían utilizado los dos pequeños dormitorios del ático, inicialmente diseñados para acoger a parte del servicio, sobre todo tutores y niñeras, que para la segunda mitad del siglo XX ya no eran personal interno. La única desventaja era que no disponían de cuarto de baño, necesitando utilizar los de la planta inferior, la que les habría correspondido de no ser por su antojo, pero para Sirius había sido un inconveniente menor a cambio de interponer una planta entre la mayor parte de su familia y él.

Sirius nació poco antes de que se desatase una de las peores crisis económicas que había vivido el país y que fue una influencia directa durante el desarrollo político, social y personal de su adolescencia. Los Black, una familia rica de rancio abolengo, había abandonado la aristocracia rural durante la revolución industrial. Al contrario que otras familias relevantes que habían optado por permanecer en sus mansiones, como los Malfoy o los Nott, los Black se habían instalado en el próspero, al menos para los ricos, Londres industrial, que habían dominado con mano de hierro y lucrativos beneficios.

De ideología extremadamente conservadora, habían sobrevivido socialmente a la segunda guerra mundial gracias a pasar de admirar y elogiar públicamente las políticas de Hitler en Alemania a sumarse a la posición del Reino Unido en el bando de los aliados. Eso no les había impedido, no obstante, hacer campaña durante toda la juventud de Sirius a favor de la candidatura para primer ministro de Tom Ryddle, a quien Regulus había admirado con fervorosa devoción en los eventos sociales celebrados en la planta principal y que Sirius había detestado, por guapo, magnético y carismático que fuese, desde la primera ocasión en que los presentaron al ver en él las mismas ideas detestables que su nación había combatido durante la guerra.

Por eso, aunque tampoco era alguien deseable desde su punto de vista y se arrepintió al comprobar que podía ser incluso peor, había celebrado, satisfecho, la derrota de Ryddle a manos de una compañera de partido, Margaret Thatcher, que consiguió llegar a primera ministra poco antes del encarcelamiento de Sirius.

Precisamente esos tiempos, en los que el fascismo se había disfrazado de aparente sentido común, habían sido tan convulsos como la vida de Sirius, regada de desgracias y muerte en su entorno, como si un halo oscuro se hubiera apoderado de él cuando dio la espalda a su familia y su madre lo maldijo a gritos, advirtiéndole que regresaría a Grimmauld Place con las orejas gachas cuando la falta de dinero lo acuciase y que no tenía ni idea de lo que era vivir en la calle, por romantizado que lo tuviese, deseándole la mayor de las infelicidades que podía concebir: vivir de su propio trabajo.

—Siempre fue contigo o contra ti, madre —susurra para sí mismo. Quizá sí va más borracho de lo que esperaba—. Al final, tenías razón. Sí que he regresado. Derrotado y sólo, pero no como tú esperabas. —Un líquido amargo le quema la garganta en una náusea al reírse con una carcajada irónica.

«No entrar sin el permiso de Regulus Arcturus Black», reza el letrero de la puerta de la izquierda, la que da acceso al cuarto de su hermano. Lo puso siendo un niño, petulante, en venganza de que Sirius, harto por la continua presencia de su hermano en su dormitorio, le prohibiese entrar en él.

Abre la puerta, haciendo caso omiso al letrero. El cuarto está pulcramente ordenado y, salvo la espesa capa de polvo que cubre absolutamente todo, podría creer que su hermano todavía lo utiliza. Hay una banderola de color verde, el símbolo de Slytherin, colgada orgullosamente en la cabecera de la cama. El espejo del armario está coronado con un trozo de madera labrada con el escudo de los Black. Hay viejos recortes de periódico, amarillentos y con los bordes deteriorados, todos ellos centrados en noticias sobre Tom Ryddle.

Indiferente a la nube de polvo que se levanta cuando lo hace, Sirius se sienta en el borde de la cama, pensativo.

Regulus había desaparecido un día de 1979, el mismo año infausto en el que Tom Ryddle perdió sus opciones a primer ministro y Margaret Thatcher ascendió al poder. Al contrario que Sirius, él sí había seguido los pasos de la familia, inmiscuyéndose de forma activa en política y participando en las campañas políticas de Ryddle, que los Black financiaban con la perspectiva de obtener algún rédito posterior. Sirius supo que estaba muerto en el mismo momento en el que recibió una carta de su madre que quemó al momento, lamentándose de la ausencia de sus dos hijos en una larga diatriba de manipulación emocional.

—Siento que discutiésemos aquel día —dice en voz alta, influenciado por el alcohol, con los ojos húmedos.

Su relación con Regulus nunca había sido buena. Ambos se habían esforzado, eso sí, pero para Sirius su hermano representaba todo lo que despreciaba en la familia, todos los ideales en los que no encajaba y un tiempo que él ya consideraba pasado décadas atrás. Y Regulus jamás había aceptado el ideal de vida de Sirius, despegado de su familia, del dinero, persiguiendo un ideal de cabello castaño y ojos de color avellana y libre de cualquier ostentación de poder político corrupto.

—Aunque quizá tú no lo habrías denominado así —susurra para sí mismo, levantándose de la cama. Se da media vuelta en la puerta de la habitación, echando un último vistazo. No cree que jamás vuelva a poner el pie dentro, ni siquiera para limpiarla.

Sirius había sido, probablemente, la última persona de la familia en ver a Regulus con vida, descontando quizá al marido de su prima Narcissa, un Malfoy de ideas políticas reaccionarias y aspiraciones ambiciosas. Se habían encontrado en Londres, intencionadamente. Sirius llevaba gafas de sol porque la difusa luz del cielo londinense le provocaba dolor de cabeza tras haber visitado algunos de los antros de moda la noche anterior, acompañado por Remus. Posiblemente había sido la influencia de este la que había permitido que Sirius accediese al encuentro con buen talante, pero al final nada había impedido que discutiesen. Uno le había recriminado al otro su ausencia en la familia y la impotencia de tener que cumplir su rol en ella. El otro había hecho ácidos comentarios sobre las verdaderas ideas e intenciones de Ryddle para las personas más desfavorecidas del país. Regulus se había levantado de la mesa de la cafetería donde estaban, diciéndole que encontraría las pruebas de que se equivocaba, de que los eslóganes vacíos de Ryddle no tapaban una política aberrante que buscaba aplastar a minorías sociales ya oprimidas y criminalizar a los pobres.

Que se tragaría sus palabras.

Quien había sido tragado fue el propio Regulus. Walburga contó en su carta a Sirius que este estaba a punto de incorporarse al equipo más cercano a Ryddle, como parte de su personal de campaña y posibles candidatos a puestos políticos relevantes. Una joven promesa de los Black que, por fin, regresaba el prestigio del apellido al lugar adonde su madre creía que la familia nunca había dejado de pertenecer. Según las fuentes oficiales, nunca llegó a embarcar en el yate donde Ryddle celebraba una fiesta de recaudación de fondos a la que había confirmado su asistencia.

Nunca se había encontrado un cadáver. Tampoco había habido responsos en su memoria, ni funerales.

Sirius había despotricado, más afectado de lo que habría cabido esperar, que era obvio quién era el responsable de su muerte. Remus lo había intentado consolar, no muy seguro de cómo hacer algo así con alguien que llevaba años rehuyendo a su familia. La desaparición de Regulus y la falta de noticias había sido demasiado para el corazón de su padre, que no tardó en fallecer, y para la salud mental de su madre, que redobló su esfuerzo en escribir a Sirius cartas que bailaban entre las diatribas y las reprimendas moralistas. Walburga, había alimentado la esperanza de recobrar a su hijo favorito, aferrándose a un aliciente que le había carcomido las entrañas embargándola de rabia y tristeza por la posibilidad de que Regulus hubiese traicionado la causa de Ryddle. Había sucumbido a la Parca, llena de odio y dolor, pocos años después de que Sirius fuese noticia en todos los informativos nacionales e internacionales e ingresase en la cárcel, ya interrumpida la correspondencia unilateral. En ese momento, Sirius había creído que Walburga había renunciado definitivamente a su hijo antes de fallecer. Por su parte, Sirius había rechazado el permiso penitenciario para acudir a su funeral, mostrando así su último desprecio a la familia que, a pesar de todo, le había legado el apellido y, ahora, una vieja casa polvorienta y un dinero manchado con la sangre de miles de trabajadores.

Su cuarto sigue exactamente igual que como lo dejó. Al parecer, Walburga no había subido por aquellas escaleras ni siquiera cuando, viuda y sin hijos, se había quedado sola entre las paredes, los recuerdos y las expectativas frustradas. Para Sirius, es como entrar en la habitación de otra persona, una que ya no está viva desde que, en 1981, todas las malas decisiones de su vida terminaron por arrollarlo. Reconoce la pancarta de Gryffindor, espejo de la de su hermano, así como los carteles de chicas con poca ropa posando junto a motos de gran cilindrada, pero pertenecen a un tiempo y a un Sirius diferente, uno rebelde y lleno de vida de momentos más felices.

No considera a Regulus la primera víctima de ese mal hado que genuinamente cree poseer, pero sí una de ellas. Antes que él había estado el tío Alphard. Sirius se escapó de casa con apenas 17 años, antes de cumplir la mayoría de edad, tras una fuerte discusión con su madre en la que le había exigido renunciar a sus compañías en el colegio. Se le había acabado la paciencia con lo que consideraba delante de sus elitistas amistades como «las excentricidades de la edad, querida» y había pretendido amedrentarlo para que regresase al redil de la familia y el apellido. Él había obedecido de forma literal una de sus amenazas, largándose de Grimmauld Place con sólo la ropa que llevaba puesta.

Sin otro lugar al que ir, se había plantado en la casa de su tío Alphard, el único familiar con apellido Black que le caía bien para ese momento. No habían tenido mucha relación después de que Sirius ingresase en Hogwarts, pero el hombre era agradable y siempre lo recordaba junto al que él presentaba como su mejor amigo, con quien compartía casa y el desprecio de los Black desde hacía treinta años. Había pasado aquella primera noche en su casa, hasta que había conseguido un albergue donde vivir lo que restaba de las vacaciones de Navidad, antes de regresar a Hogwarts para terminar su sexto y séptimo curso.

Sirius se acerca a las únicas fotografías colgada en la pared que no son un póster. Ambas son en un desvaído color sepia, una con tonos más rojos y otra más verdosa. La primera es de él, sin camiseta, pero con la misma chaqueta de motorista que le han devuelto al salir de prisión, posando junto a su moto. Está sólo, no hay nadie sentado en el sidecar, aunque cree recordar que Peter había estado allí en alguna otra fotografía que ya no debe existir. Se la compró dilapidando el dinero que el tío Alphard le había legado en herencia al morir, un gesto que había divertido a James y Peter y que Remus había censurado con un suspiro de resignación y la carcajada incrédula de quien ya había asumido que Sirius era así.

Alphard había fallecido apenas unos meses después de ofrecerle asilo en su casa. La cruel pluma de Walburga lo había achacado a la 'peste de los gais' al informarle mediante una de las misivas que Sirius se complacía en quemar. No lo hizo con esta en particular, que releyó dos veces, entristecido al enterarse, dolido por la expresión de su madre y aterrorizado por el vistazo a un futuro que se presentaba demoledor. Sí destruyó la siguiente, una llena de improperios de Walburga, que había esperado que Sirius regresase a casa al verse sin techo ni dinero, después de enterarse de que el tío Alphard había repartido su herencia entre el hombre que había sido su pareja todos aquellos años y Sirius, buscando auxiliar económicamente a su sobrino. El resto de los periodos vacacionales que le restaban en Hogwarts los había pasado allí, en compañía de Remus, o directamente en casa de los Potter, que lo habían acogido como un par de abuelos encantados de poder mimar a un nieto que no se prodigaba lo suficiente.

La segunda fotografía los muestra a ellos. A los cuatro. Los merodeadores, como los había bautizado el propio Sirius tantos años atrás, cuando eran jóvenes y se creían inmortales. La foto es anterior a la de la moto, los cuatro conservan sus rasgos púberes. Visten el uniforme de Hogwarts y sonríen. Peter lo hace con la formalidad de quien no está habituado a que le hagan fotografías. James con su sonrisa descarada y magnética, que cautivaba a cualquiera que osase enfrentarla. Remus con cierta melancolía, un poco incómodo, también poco acostumbrado a posar. Y él con chulería, pasando uno de sus brazos por los hombros de James y el otro por los de Remus.

Sorprendentemente, Walburga no lo había sacado del colegio cuando Sirius había huido y había seguido pagando religiosamente las facturas de este, que no eran baratas, en otra maniobra por conseguir el retorno de un hijo pródigo agradecido por su sacrificio a pesar de la ingratitud mostrada. Ahora, casi diez años después de la muerte de su madre, Sirius se lo agradece en un silencio acongojado. Aquellos habían sido los dos mejores años de su vida. Ni siquiera el miedo que la muerte del tío Alphard había sembrado en su corazón, arraigando con fuerza y que Sirius había tratado de enterrar profundamente mediante la despreocupación de la juventud, la imprudencia de quien no cree posible morir y la intensidad de la libertad, el placer y el disfrute, había sido un impedimento para su felicidad. Tenía a Remus, a James y a Peter con él, y eso bastaba.

En aquella época no pensaba en serio en su hado de muerte y desgracia, no más allá de alguna broma que todo el mundo secundaba con comentarios mordaces, pero poco después de graduarse, cuando Lily y James estaban pletóricos en sus primeros años de relación y Sirius había encontrado una segunda familia, afectuosa y tolerante, en los padres de este, ambos habían fallecido repentinamente en un accidente de tráfico. Sirius acababa de mudarse a otro lugar, más cerca del pueblo de Remus, cuando ocurrió. Un chaval joven, ebrio, había colisionado con el vehículo del señor y la señora Potter, que habían fallecido al instante, sin llegar a enterarse de la feliz noticia del embarazo de Lily.

Otra náusea le quema en la garganta. Los surcos que las lágrimas dejan en su mejilla arden. Algunos de los recuerdos, como los de su juicio y primeros meses de encarcelamiento, están difusos en su memoria. Otros, teñidos de tristeza y nostalgia. La mayoría, desvaídos por la culpa. Pero no los del 31 de octubre de 1981, que siguen vívidos.

Habían ido a un festival en Liverpool. Peter había conseguido dos entradas y Remus tenía exámenes parciales, incluso a la altura del cuatrimestre en la que estaban, por lo que había declinado acompañarlos, deseándoles que se divirtieran. Por su parte, James y Lily estaban embarcados en la tarea de criar a un saludable niño de poco más de un año en Godric's Hollow. Unos días antes, Sirius había propuesto disfrazarlo y salir con él a pedir dulces, pero sus padres deseaban hacerlo ellos mismos y atesorar esos primeros recuerdos y pasos de su hijo, planificando visitar las casas de los vecinos más cercanos nada más. El hecho de que Remus no pudiese ir con él, había determinado que terminase por decantarse por el plan de Peter. A esas alturas, aunque Sirius no ha sido capaz de notar el cambio hasta que, rememorando su adolescencia y juventud una y otra vez en la soledad de la celda, Peter era díscolo y retraído cuando visitaban a James, Lily y Harry y empezar a trabajar en la empresa de su padre había exacerbado algunos de sus defectos más notables durante su etapa de Hogwarts, como la preocupación por la apariencia y las compañías, por no hablar de las constantes discusiones políticas, que le recordaban a Sirius las mantenidas con su propio hermano.

Había sido culpa suya. Al contrario que James y Sirius, Peter y Remus nunca fueron los mejores amigos. Remus conectaba mejor con Sirius y con Lily. Por ello, se había volcado más en los otros dos chicos y siempre había tendido a dar por hecho a Peter. Que los Pettigrew aspirasen a la vida que Sirius rechazaba también había influido, desde luego. Sin embargo, era un buen compañero de fiestas, borracheras y colocones. No solía rechazar ninguna de las invitaciones de Sirius, aunque este contase egoístamente primero con Remus y con James en lugar de con él. A cambio, Sirius era generoso y aunaba los escasos ingresos que obtenía en trabajos temporales con el dinero aparentemente inacabable de Peter para que ambos tuviesen suficiente tabaco, drogas y alcohol en las noches de fiesta.

La cama del hostal barato donde se alojaron era incómoda y demasiado pequeña para ambos, pero no habían encontrado nada disponible tan cerca del lugar del evento y estaban acostumbrados a compartir habitación. El teléfono había sonado demasiado temprano. Ninguno de los dos había solicitado el servicio despertador y, además, acaban de acostarse. Sirius había emergido de las brumas del sueño, todavía borracho y drogado para descolgarlo cuando había sido obvio que la persona al otro lado insistía. Su mente no había sido capaz de procesar el hecho de que la única persona que sabía dónde se alojaban, porque lo había llamado la tarde anterior al registrarse, antes de irse al concierto, era Remus.

El mismo que, con voz llorosa, trató de suavizar la noticia al otro lado de la línea. Sirius estaba tan en shock y tan perjudicado, que Remus tuvo que repetirlo dos o tres veces, con la voz más acongojada en cada una de ellas.

Una explosión de gas había destrozado el hogar de los Potter. Habían podido rescatar al pequeño Harry, pues su habitación había quedado indemne, pero tanto James como Lily habían fallecido en el acto.

—¿Con quién…? —había preguntado Sirius, con la voz pastosa, pero más alerta a medida que era más consciente de lo terrible de la noticia.

—Petunia. La hermana de Lily. Lo ha recogido y se están haciendo cargo de él. Son su única familia viva. —Los abuelos maternos de Harry también habían fallecido años atrás, por sendas enfermedades provocadas por los duros trabajos en la minería a la que habían entregado su sustento.

—No. —La respuesta, visceral, salió como un gruñido. Lily y Petunia no se llevaban bien, todos ellos lo sabían perfectamente—. Yo soy su padrino, no ella.

—Ni siquiera habrían sabido por dónde empezar a localizarte, Padfoot —había dicho Remus, apelando a su apodo infantil—. Y ella sigue siendo su único familiar consanguíneo.

—Prongs y Lily no habrían querido que ella cuidase de Harry. —Sirius se había levantado del colchón, pateando la cama para despertar a Peter, que, ajeno a la conversación, había seguido roncando una vez el teléfono había dejado de sonar.

El tema siempre se había tocado entre bromas de humor negro, sobre todo cuando James había avisado al resto del grupo de que el primer turno de apadrinar hijos le correspondía a Sirius y para este estaba claro: en el caso de que sucediese tan remota posibilidad, él era quien debería hacerse cargo de Harry, no los Dursley.

—No tan remota —había pensado Sirius, disgustado. El ligero carraspeo de Remus al otro lado de la línea indicó que no había sucedido todo en su cabeza.

—No cojas la moto.

—Moony…

—No cojas la moto. —Si su tono de voz y sus digresiones mentales no habían sido suficiente pista, la súplica terminó de confirmarle a Remus su estado—. Unas pocas horas ya no cambiarán nada. No conduzcas.

—Te lo prometo —había dicho, con la voz un poco pastosa.

Se lo había prometido.

No había habido tiempo para llorar, aunque desde que había descolgado el teléfono un fuerte nudo se había instalado en su pecho con un dolor indefinido que le recorría todo el cuerpo. Peter sí había llorado, sin detenerse en el proceso de vestirse, abandonar la habitación, pagarla y salir a la calle. Apenas estaba amaneciendo y el clima era frío y lluvioso.

«El mundo llora por ti, hermano», había pensado Sirius.

—¿No vamos en la moto? —Sirius negó. La pena se había instalado en su pecho, disipando cualquier subidón y salir a la calle, sumado a la adrenalina, le hacían sentirse despejado, pero había hecho una promesa a Remus—. Yo voy bien, tío.

Sirius lo dudó unos segundos. Era cierto que Peter, la noche anterior, había dejado de beber y consumir antes. O eso creía recordar. Sin duda, se había marchado el primero de la fiesta, acompañado de una chavala cuyo rostro no recordaba en absoluto y cuya presencia sólo había percibido al entrar en la habitación por el condón usado y sin atar, tirado en el suelo al lado de la cama de Peter. Desde luego, parecía más despierto de lo que él se sentía ahora, incluso con los ojos hinchados de llorar. Así que le había cedido su puesto habitual al manillar y él había ocupado el sidecar, poniéndose el casco.

Del viaje sólo recuerda el borrón rápido de su visión, un ruido atronador que le había reventado los tímpanos de dolor, olor a humo, un golpe en la cabeza, gritos de horros amortiguados por el pitido de sus oídos y oscuridad.


Nota: Hay un desfase cronológico brutal en este capítulo con el fin de encadenar los hechos reales en los que me he basado con la historia de los merodeadores. El primer caso conocido de VIH en Reino Unido fue reconocido en 1981, mismo año en que se legalizó allí la homosexualidad. No fue hasta 1984 que empezó a estudiarse qué provocaba la enfermedad o cómo se transmitía. Los médicos ni siquiera se atrevían a tocar a las personas con SIDA y lo denominaban 'la peste de los geis' (contexto: yo nací en 1987. Es desazonador). Por eso, todos los hechos que en esta historia se narran en la década de los 70, como la muerte de Alphard, en realidad habrían sucedido en los años 90. Supongamos, a efectos de esta historia, que la despenalización de la homosexualidad se dio allá por 1960-1961 (Sirius nace en noviembre de 1959)