Disclaimer: Nada de esto me pertenece, la saga crepúsculo es propiedad de Stephenie Meyer y la trama es del libro "Venganza para Victimas" de Holly Jackson, yo solo busco entretener y que más personas conozcan este libro.


Capítulo 27

Neil Prescott era el Asesino de la Cinta.

El pensamiento gritaba muy fuerte en la cabeza de Bella, más intensamente que el terror. Pero no tenía tiempo de volver a considerarlo.

Neil se inclinó y la agarró por el codo. Bella retrocedió por el olor metálico del sudor que manchaba su camiseta. Intentó mover las piernas para darle una patada, pero Neil debió de leerle las intenciones en los ojos.

La agarró con fuerza por las rodillas, paralizándole las piernas. Con la otra mano, tiró de ella para sentarla.

Bella gritó, pero el sonido salió amortiguado contra la cinta americana.

Alguien debía oírla. Alguien tenía que poder oírla.

—Nadie puede oírte —la informó Neil, como si también estuviera incrustado en su cabeza, junto a Edward, que ahora le decía que corriera. «Corre, princesa. Huye».

Bella se liberó las piernas y se empujó con los nudillos. Aterrizó de pie en la gravilla e intentó dar un paso, pero tenía los tobillos atados demasiado fuerte y se cayó hacia delante.

Neil la atrapo y la puso derecha. La agarró por un brazo y apretó fuerte.

—Eso es, buena chica —susurró ausente, como si en realidad no la estuviera viendo—. Muévete o tendré que arrastrarte. —No gritó, ni habló con voz firme; no hacía falta. Tenía el control y lo sabía. Esa era su motivación.

Empezó a andar, así que ella también. Pasos minúsculos contra la cinta americana. Se movían muy despacio, así que Bella utilizó ese tiempo para mirar a su alrededor y estudiar el entorno.

Había árboles. A su derecha y detrás de ella. Rodeándolos, una gran verja metálica pintada de verde oscuro. Una puerta justo tras ellos, que Neil debió de abrir cuando se bajó del coche la primera vez. Todavía estaba abierta, de par en par. Tentándola.

Neil la llevaba a un edificio de aspecto industrial —con placas de hierro en los laterales—, pero había otro diferente a la izquierda. Un momento. Bella conocía ese sitio. Estaba segura. Volvió a analizarlo todo: la verja metálica verde, los árboles, los edificios. Y, por si no le había quedado lo bastante claro, había cinco furgonetas con el logo estampado en los lados.

Bella había estado allí antes. No, no había estado. Al menos no literalmente.

Solo como un fantasma, recorriendo la calle a través de la pantalla de su computadora.

Estaban en Green Scene.

El complejo se encontraba junto a una carretera rural en mitad de la nada, a las afueras de Knotty Green. Neil tenía razón: nadie la escucharía gritar.

Pero eso no impidió que lo volviera a intentar a medida que se acercaban a la puerta metálica del lateral del edificio.

Neil sonrió, enseñándole de nuevo sus brillantes dientes.

—Nada de eso —la amenazó, rebuscando en el bolsillo delantero.

Sacó algo afilado y brillante. Era un llavero sobrecargado, con llaves de diferentes formas y tamaños. Seleccionó una larga y delgada con dientes afilados.

Murmuró algo para sí mientras acercaba la llave a la cerradura plateada que había en medio de la puerta. Aflojó un poco el otro brazo, el que la sujetaba.

Bella aprovechó la oportunidad.

Le dio un golpe con el codo para que la soltara.

Libertad. Era libre.

Pero eso no la llevó muy lejos.

No pudo dar ni un paso antes de que la mano de Neil volviera a tirar de ella, sujetándola por los brazos atados a la espalda, como si llevara una correa.

—Deja de intentarlo —le aconsejó Neil, volviendo a centrarse en la cerradura. No parecía enfadado; la expresión de la curva de su boca era más bien divertida—. Sabes igual que yo que no merece la pena.

Bella lo sabía. «Menos de un uno por ciento».

La puerta se abrió con un ruido metálico y Neil empujó hacia dentro.

Las bisagras chirriaron.

—Vamos.

Arrastró a Bella a través del umbral. El interior estaba oscuro, lleno de sombras altas y rígidas. Solo había una pequeña ventana arriba del todo, a la derecha, por la que apenas entraba luz. Neil pareció volver a leerle la mente y pulsó un interruptor en la pared. Las luces industriales parpadearon con un vago zumbido. La sala era larga y estrecha y fría. Parecía como una especie de almacén: había grandes estanterías metálicas en ambas paredes, cubas de plástico enormes apiladas en las baldas, con unos grifos pequeños en la parte de abajo. Bella lo analizó todo; diferentes tipos de herbicidas y fertilizantes. Había dos canales en el suelo de hormigón, bajo las estanterías, que cubrían todo el largo de la estancia.

Neil tiró de ella por los brazos, provocando que arrastrase los talones de las deportivas contra el suelo.

La soltó.

Bella cayó con fuerza sobre el hormigón, en frente de las estanterías de la derecha. Consiguió sentarse y lo miró. Se alzaba sobre ella. El aire le entraba y le salía demasiado fuerte y demasiado rápido por la nariz, y el sonido de su respiración en su mente se convertía en cinta, cinta, cinta.

Ahí estaba. La verdad es que se le hacía raro que tuviera un aspecto tan normal. En sus pesadillas era mucho más grande.

Neil sonrió para sí, negando con la cabeza al recordar algo divertido.

Levantó un dedo y caminó hacia un cartel que decía: «¡Cuidado! Químicos tóxicos».

—¿Te acuerdas de esa alarma que tanto te interesaba? —Hizo una pausa—. Fue Laura Crane la que la hizo saltar. Sí —añadió mirando a Bella a los ojos—. También malinterpretaste eso. Fue ella la que la activó. Estaba atada aquí, en esta misma sala. —Miró el almacén, llenándolo de recuerdos oscuros que Bella no podía ver—. Aquí estuvieron todas. Aquí murieron. Pero Laura, no sé cómo, consiguió quitarse la cinta de las muñecas cuando la dejé sola. Empezó a moverse de un lado a otro e hizo que se disparase la alarma. Se me había olvidado desactivarla.

Se le volvió a arrugar la cara, como si estuviera hablando de pequeños errores, de esos de los que te puedes reír como si no hubieran pasado. A Bella se le erizaron los pelos de la nunca al mirarlo.

—Todo salió bien. La cogí a tiempo —continuó—. Tuve que acelerar todo lo demás para volver a la cena, pero al final salió bien.

Bien. La palabra que Bella usaba para expresar cómo se sentía. Una palabra vacía con todo tipo de elementos oscuros escondidos tras ella.

Ella intentó hablar. Ni siquiera sabía qué pretendía decir, solo que quería intentarlo antes de que fuera demasiado tarde. No podía atravesar la cinta, pero el sonido deforme de su voz era suficiente, le recordaba que todavía seguía allí. Edward también estaba presente, se lo había dicho. Se quedaría con ella hasta el final.

—¿Qué dices? —preguntó Neil, aún caminando de un lado a otro—. Ah, no. No tienes de qué preocuparte. He aprendido de mi error. La he desactivado. También las cámaras de seguridad, tanto las de dentro como las de fuera. Están todas apagadas, así que no tienes nada de lo que preocuparte.

Bella hizo un ruido con la garganta.

—Se quedarán apagadas el tiempo que haga falta. Toda la noche. Todo el fin de semana. Y por aquí no vendrá nadie hasta el lunes por la mañana, así que tampoco te preocupes por eso. Estamos tú y yo solos. A ver, voy a echar un vistazo.

Neil se acercó a ella. Bella se apartó de él y se pegó contra la estantería.

Él se arrodilló a su lado y miró detenidamente la cinta que le ataba las muñecas y los tobillos.

Las tocó y murmuró para sí:

—No, no van a servir. Están muy sueltas. Tenía un poco de prisa por meterte en el coche. Va a hacer falta volver a atarte —comunicó, dándole palmaditas en el hombro—. No vaya a ser que te marques un Laura.

Bella aspiró por la nariz. El olor a sudor le provocó una arcada. Estaba demasiado cerca.

Neil se incorporó, haciendo un ruido gutural al levantarse. Pasó a su lado, y avanzó hasta unas baldas. Bella giró la cabeza para seguirlo con la mirada, pero solo lo vio volver con algo entre las manos.

Un rollo de cinta gris.

—Ya está —dijo, arrodillándose de nuevo y tirando del extremo del rollo.

Bella no veía lo que estaba haciendo a su espalda, pero sus dedos la tocaron y notó un escalofrío recorriéndole la espalda, frío y enfermizo.

Pensó que a lo mejor vomitaba y que si lo hacía, se ahogaría. La misma muerte que Sid Prescott.

Ella apareció en su mente, su fantasma se sentó a su lado y le agarró la mano. Pobre Sid. Sabía lo que era su padre. Tuvo que volver cada día a una casa en la que vivía un monstruo. Murió intentando huir de él, para proteger a su hermana. Y, en ese momento, dos recuerdos diferentes se abalanzaron sobre el cerebro de Bella. Fusionándose y convirtiéndose en uno. Un cepillo del pelo. Pero no un uno cualquiera. El morado que encontró sobre el escritorio de Sid —el que aparece en la esquina de las fotos que tomaron Bella y Edward—, era de Hallie McDaniel, la segunda víctima de Neil.

El trofeo que le quitó para rememorar su muerte. Se lo había regalado a su hija adolescente; seguramente sintiese una emoción siniestra cuando la veía usarlo. Qué puto enfermo.

El recuerdo terminó allí, igual de rápido que el golpe de dolor de sus muñecas. Neil le había arrancado la cinta, llevándose vello y piel con ella.

Libertad otra vez. Desatada. Debería luchar. Ir a por el cuello. Clavarle las uñas en los ojos. Bella gruñó y lo intentó, pero la agarraba demasiado fuerte.

—¿Qué te he dicho? —insistió Neil en voz baja, agarrándola por los brazos retorcidos. Los levantó a su espalda, demasiado alto, y luego los volvió a bajar, apretando el interior de sus muñecas contra la pata metálica de la estantería.

La cinta americana estaba fría y pringosa cuando la pasó por una muñeca, luego por detrás de la pata y alrededor de la otra muñeca.

Bella se concentró en intentar separar las manos todo lo posible para que la cinta no estuviera tan apretada, pero Neil fue rápido y dio otra vuelta. Y otra. Y otra.

—Mucho mejor —dijo, intentando sacudirle las muñecas, que no se movieron—. Bien agarrada. No te irás a ningún sitio, ¿a que no?

La cinta sobre su boca se hinchó con otro grito.

—Sí, ahora me iba a poner con eso, no te preocupes —comentó Neil, alcanzando los pies de Bella—. Siempre estás preocupada. Y gritona. Como todas. Son muy escandalosas.

Se arrodilló junto a sus piernas para agarrarlas y luego le rodeó los tobillos con más cinta adhesiva, por encima de la primera. Esta vez más apretada, dándole dos vueltas.

—Así bastará. —Se giró para mirarla con los ojos entornados—. Normalmente ahora te daría una oportunidad para hablar. Para pedir perdón antes de… —Se calló y se quedó mirando el rollo de cinta, pasando los dedos suavemente por el borde. Neil se inclinó hacia su cara—. No hagas que me arrepienta —dijo, agarrando con fuerza la cinta sobre sus mejillas y tirando de ella para liberarle la boca.

Bella aspiró todo el aire. Notó algo diferente cuando le entró por la boca.

Más espacio, menos terror.

Ahora podía gritar si quería. Pedir ayuda. Pero ¿para qué? Nadie la escucharía, y no iban a ir a venir a por ella. Estaban los dos solos.

Una parte de Bella quería mirarlo y preguntarle: «¿Por qué?». Sin embargo, no había ningún porqué, Bella lo sabía. No era Elliot Greengrass, ni Tatum, ni James Green, a quienes sus razones los habían sacado de la oscuridad hasta una confusa zona gris. Ese espacio humano de buenas intenciones o malas decisiones o errores o accidentes. Había leído el perfil criminal y aquello le había dicho todo lo que necesitaba saber. El Asesino de la Cinta no tenía ninguna zona gris, ningún porqué; por eso le había parecido tan apropiado. El caso perfecto: salvarse para salvarse. Esta vez no salvaría a nadie, y mucho menos a ella. Había perdido, iba a morir y no había ningún porqué en el caso de Neil Prescott. Solo un por qué no. Bella y las otras cinco antes que ella eran, de algún modo, intolerables para él. Eso era todo. No eran asesinatos, sino una exterminación. No iba a conseguir ninguna información si preguntaba.

Otra parte de ella, el lado más espinoso en el que hibernaba la rabia, quería gritarle que se fuera a tomar por culo, y seguir chillando hasta que él se viera obligado a matarla.

Nada de lo que ella pudiera decir iba a detenerlo o a herirlo. Nada. A no ser…

—Ella te descubrió —soltó Bella con la voz cruda y magullada—. Sid. Sabía que tú eras el Asesino de la Cinta. Te vio con Casey y ató cabos.

Bella vio aparecer nuevas arrugas alrededor de los ojos de Neil y un espasmo en la boca.

—Sí, era consciente de que eras un asesino. Meses antes de morir. De hecho, por eso murió. Estaba intentando huir de ti. —Bella tomó otra bocanada de aire—. Incluso antes de descubrir quién eras, creo que ya sabía que tenías algún problema. Por eso nunca llevaba a nadie a casa. Llevaba un año ahorrando dinero para escapar, para vivir lejos de ti. Iba a esperar a que Tatum terminara el instituto y luego iba a volver a por ella para llevársela. Y, cuando por fin estuvieran en un sitio donde tú no las pudieras encontrar, Sid iba a denunciarte a la policía. Ese era su plan. Te odiaba con toda su alma. Igual que Tatum. No creo que ella sepa quién eres en realidad, pero también te detesta. Lo he averiguado. Por eso eligió ir a la cárcel. Para estar lejos de ti.

Las palabras salieron como disparos. En su voz se escondían las seis balas que lo habrían llenado de agujeros. Entornó los ojos para destriparlo con la mirada, pero él no se derrumbó. Se quedó allí, de pie, con una expresión extraña en la cara. Los ojos le iban de un lado a otro mientras asimilaba lo que ella le acababa de decir.

Y suspiró.

—Bueno —dijo con tristeza—. Sid no debería haber hecho eso. Se metió en mis asuntos; no le correspondía. Y ahora los dos sabemos por qué murió. Porque no escuchaba. —Se golpeó en un lado de la cabeza, junto a la oreja, demasiado fuerte—. Me pasé toda su vida intentando enseñarle, pero nunca me hacía caso. Igual que Cici y Hallie y Olivia y Casey y Laura. Demasiado escandalosas. Todas. Tienen que escucharme. Ya está. Prestar atención y hacer lo que se les manda. ¿Por qué les cuesta tanto?

Raspó nervioso el extremo de la cinta americana.

—Sid —dijo su nombre en voz alta, pero para él—. ¿Sabes? Renuncié a todo por ella. Tuve que hacerlo cuando desapareció. La policía estaba demasiado cerca, era demasiado arriesgado. Estaba acabado. Encontré a alguien que me escuchaba. Habría sido el final. —Se rio de forma siniestra, en voz baja, señalando a Bella con el rollo de cinta—. Y entonces apareciste tú. Y también eras muy escandalosa. Demasiado. Te entrometiste en la vida de la gente. En la mía. Perdí a mi segunda mujer, la única que me escuchaba, porque te escuchó a ti. Eras una prueba, solo para mí, y supe que no podía fracasar. La última. Demasiado ruidosa. Tienen que verte, no escucharte. ¿No te ha enseñado eso tu papaíto? —Apretó los dientes—. Y hete aquí, intentando interferir en mi vida de nuevo con tus últimas palabras, hablándome de Sid. No me duele, ¿sabes? No puedes hacerme daño. Eso solo demuestra que yo tenía razón. Sobre ella y sobre Tatum. Sobre todas. Les pasa algo.

Bella no podía hablar. No sabía cómo, al ver a este hombre andando de un lado a otro delante de ella, delirando. Escupiendo saliva con cada palabra, con las venas ramificándose por su cuello.

—Ah. —Habló de pronto, con los ojos muy abiertos, brillando de placer, y con una sonrisa traviesa—. Yo sí que tengo algo que puede hacerte daño a ti. ¡Ja! —Neil dio una palmada muy fuerte, y Bella se estremeció por el ruido y se golpeó la cabeza con el metal de la estantería—. Sí. Una última lección antes de que te marches. Y entonces entenderás lo perfecto que ha sido todo, lo bien que ha encajado. Que este final ya estaba escrito. Y yo recordaré siempre tu mirada.

Bella lo miró, confusa. ¿Qué lección? ¿De qué estaba hablando?

—Fue el año pasado —Neil empezó a relatar su historia mirándola a los ojos—. Casi a finales de octubre, creo. Tatum no me hacía caso, otra vez. No me hablaba ni me respondía a los mensajes. Así que decidí acercarme a la casa una tarde, a mi casa, aunque por aquel entonces estaba viviendo con mi otra mujer, la que me escuchaba. Les llevé comida a Tatum y Maureen. ¿Me dieron las gracias? Maureen sí, ella siempre ha sido muy débil. Pero Tatum se comportaba de forma extraña. Distante. Volví a hablar con ella sobre obedecer mientras comíamos y me di cuenta de que me estaba ocultando algo. —Paró de hablar y se pasó la lengua por los labios resecos—. Entonces, salí de casa, pero no me fui; me quedé en el coche, vigilando. Y, quién lo iba a decir, al cabo de poco más de diez minutos, Tatum salió de casa con un perro. Su secretito. No les di permiso para comprar una mascota. No me lo consultaron. Yo ya no vivía allí, pero, aun así, ellas tenían que escucharme. Te puedes imaginar lo furioso que me puse. Así que salí del coche y seguí a Tatum hasta el bosque mientras ella paseaba a su perro nuevo.

A Bella le dio un vuelco el corazón, que se precipitó por sus costillas y aterrizó bruscamente en la boca del estómago. No no. Eso no. Por favor.

Que no fuera por donde ella creía que estaba yendo.

Neil sonrió al ver su reacción. Estaba disfrutando de cada momento.

—Era un Golden retriever.

—No —dijo Bella en voz baja, con un dolor físico en el pecho.

—En fin, me quedé mirando a Tatum mientras paseaba al perro —continuó—. Le soltó la correa, le dio un golpecito y le dijo «Vete a casa», algo que me pareció muy raro en ese momento. Eso me confirmaba que Tatum no se merecía un perro si no era capaz de cargar con la responsabilidad. Y entonces empezó a lanzarle palos, y el perro se los devolvía todos. Y luego le lanzó uno lo más fuerte que pudo, entre los árboles, y el perro fue a buscarlo. Tatum volvió corriendo a casa. El perro no la encontraba. Estaba confuso. En ese momento, claro, ya sabía que mi hija no estaba preparada para tener una mascota, porque no me había pedido permiso, porque no me hacía caso. Así que me acerqué al perro. Era un animalillo muy simpático.

—No —repitió Bella, esta vez más fuerte, intentando tirar de la cinta adhesiva.

—Tatum no estaba preparada y no me había escuchado. Tenía que aprender la lección. —Jason sonrió, alimentándose de la desesperación en la cara de Bella—. Así que llevé al simpático perro hasta el río.

—¡No! —gritó Bella.

—¡Sí! —Se rio, con una carcajada igual de fuerte que el grito de ella—. Ahogué a tu perro. Evidentemente, no sabía que era tuyo por aquel entonces. Lo hice para castigar a mi hija. Y entonces lanzaste tu podcast, que me trajo muchos problemas, y hablaste de él. Barney, ¿verdad? Pensabas que había sido un accidente y no culpaste a Tatum por lo que pasó. Pues bien —volvió a dar una palmada—, no fue un accidente. Yo maté a tu perro, Bella. Qué curiosos los misterios del destino, ¿no crees? Nos unieron desde entonces. Y ahora estás aquí.

Bella parpadeó y el color de Neil desapareció, al igual que el del almacén. Ahora todo era rojo. Rojo rabia. Rojo violento. El rojo escondido tras sus pupilas. Rojo como la sangre de sus manos. Rojo como su sangre cuando muriera.

Ella le gritó. Un alarido sin fondo, bruto y visceral.

—¡Que te jodan! —gritó enfadada. Las lágrimas de desesperación le caían hasta la boca—. ¡Que te jodan! ¡Que te jodan!

—Ya hemos llegado a ese punto, por lo que veo —comentó Neil con otra expresión en la cara.

—¡Que te jodan! —A Bella se le estremeció el pecho por la fuerza de tanto odio.

—Muy bien.

Neil caminó hacia ella. Sonó un ruido desgarrador cuando arrancó un trozo de cinta del rollo.

Bella se llevó las piernas al pecho y le dio una patada con los pies atados.

Neil la esquivó con facilidad. Se arrodilló a su lado, despacio, seguro.

—Nunca escuchas —insistió, acercándose a su cara.

Bella intentó apartarse, tiró tan fuerte que pensó que iba a arrancarse las manos y a dejarlas allí, atadas a la estantería cuando ella se liberara. Neil le empujó la frente con una mano y la sujetó contra la pata de metal.

Bella se resistió. Intentó pelear. Intentó agitar la cabeza de un lado a otro.

Neil le pegó la cinta en la oreja derecha. La pasó por encima de la cabeza, la apretó sobre la otra oreja y la pegó debajo de la barbilla.

Más desgarro. Más cinta.

—¡Que te jodan!

Neil cambió de ángulo, le pasó la cinta en horizontal por la barbilla y le rodeó la nuca, pegándosela en el pelo.

—Deja de moverte —dijo frustrado—. Lo estás estropeando.

Enrolló la cinta por encima de la barbilla, otra fila, atrapando el labio inferior.

—Nunca escuchas —repitió Neil entornando los ojos, concentrado—. Así que ahora no vas a poder oír. Ni hablar. Ni siquiera mirarme. No te lo mereces.

La cinta adhesiva le atrapó los labios, robándole de nuevo sus gritos.

Más arriba, pegada bajo la nariz.

Neil pasó la cinta por detrás de la cabeza otra vez y subió un poco para dejar libres las fosas nasales. Las respiraciones de pánico entraban y salían.

La cinta la rodeaba cada vez más, por encima de la nariz, hasta la parte de debajo de los ojos.

Neil volvió a cambiar de dirección, llevando el rollo de cinta hacia arriba para cubrirle la cabeza. Una vuelta y otra. Le tapó la frente. Hacia abajo y por detrás.

La cinta le cubrió las cejas.

Otra vez por la parte posterior de la cabeza.

Solo quedaba una cosa.

Una última tira sobre su cara.

Neil vio cómo lo hacía. Lo miró hasta que él le arrebató la vista, al igual que había hecho con el resto de la cara, solo cerrando los ojos en el último momento, cuando él apretó la cinta por encima de ellos.

Neil dejó de sujetarle la cabeza, de modo que podía volver a moverla, pero no era capaz de ver.

Otro sonido desgarrador. La presión de sus dedos sobre la sien de Bella cuando pegó los extremos.

Ya estaba terminada. La máscara de la muerte.

Sin cara.

En la oscuridad.

En silencio.

Desaparecida.