Mayo 2003
El Profeta había anunciado el día anterior que la Copa Mundial de Quidditch empezaría en junio en Ottawa, Canadá. La convocatoria para el equipo nacional se había hecho dos meses antes por toda Inglaterra.
Los equipos habían sido notablemente reducidos luego de la guerra. Muchos jugadores habían muerto y los que estaban vivos, no querían competir. Esto significaba que algunos ni siquiera tenían suplentes. Como resultado, el equipo británico sólo tenía cuatro en vez de ocho.
En vez de elegir a jugadores que supieran cómo volar y jugar, el entrenador prefirió elegir a los mejores. Algunos le daban crédito, otros no.
No era de extrañarse que Ginny Weasley entrara en la primera categoría. Desde que salió de Hogwarts, había sido cazadora para las Holyhead Harpies y había sido seleccionada personalmente para ser parte del equipo nacional. Pensó en rechazar la posición, insegura de querer estar tanto tiempo alejada de su familia, después del final de la guerra. Sin embargo, eso fue antes de haber conocido a la enfermera del equipo.
Astoria Greengrass era un año más chica que ella. La verdad era que apenas la conocía, nunca le había prestado atención en Hogwarts. Lo único que sabía acerca de ella era que era la hermana menor de Daphne Greengrass, una de las amigas de Theodore Nott, a quién conocía un poco.
Siendo las únicas dos mujeres en el equipo, habían formado una especie de amistad, lo cual tomó a ambas por sorpresa.
No le tomó mucho tiempo a Ginny enamorarse de ella. Sus encuentros privados empezaron siendo irregulares y espaciados, pero rápidamente empezaron a verse varias veces a la semana.
Un momento de desestrés en medio de todo el caos que había sido el periodo post guerra, decían ellas.
Astoria estaba sufriendo por el apoyo que le daba a su hermana, cuyo novio - Gregory Goyle - estaba encerrado en Azkaban; y a su padre, luego de la muerte de su madre.
Ginny, por otro lado, estaba sufriendo por el duelo y el pesar de sus familiares luego de la muerte de su hermano, aunado a su propio dolor.
"Deberíamos escapar juntas" Astoria dijo una noche.
Ginny había ido con ella a su casa luego del entrenamiento. Estaban acostadas en la cama de Astoria, compartiendo un cigarrillo con sus piernas entrelazadas.
"No seas tonta," Ginny rio suavemente antes de dar una calada al cigarrillo.
"Lo digo en serio, Gin. Luego de la Copa Mundial, deberíamos viajar. Sólo tú y yo. Por todo el mundo."
Ginny frunció el ceño y giró su cabeza hacia ella.
"Espera, ¿lo dices en serio?" preguntó confundida.
Astoria asintió y se levantó un poco de la cama, apoyándose en su codo para mirar a Ginny.
"Piénsalo. Tú y yo. Alrededor del mundo. En hoteles carísimos, pagados por el idiota de mi padre. Conoceríamos todo tipo de culturas, paisajes, y a todo tipo de gente. Ya no seríamos Ginny Weasley y Astoria Greengrass. Seríamos dos viajeras, disfrutando de su juventud y descubriendo el mundo. Podrías vivir tu sueño de ser fotógrafa sin la presión de tu familia de ser una jugadora famosa. Yo podría curar a personas de todo el mundo como siempre quise, y no estando atrapada trabajando en un equipo de Quidditch lleno de hombres asquerosos que lo único que quieren son mis tetas."
"Yo también quiero tus tetas," bromeó Ginny, sonriendo con humor.
"¡Gin! ¡Lo digo en serio! Piénsalo. Seríamos solo tú y yo," murmuró mientras se daba la vuelta para ponerse encima de su amante, sus codos a cada lado de sus senos, sus cuerpos desnudos presionados bajo las mantas.
Ginny solo la miró, fumando silenciosamente su cigarrillo. Estaba desconcertada. No podía determinar si Astoria hablaba en serio o no. Si realmente estaba considerando que las dos se fueran.
"¿Y nuestras familias?" preguntó a lo bajo.
"¡Que se jodan! Ya les dimos demasiado. Hace años que la guerra terminó. Tenemos que pensar en nosotras, Gin. No vamos a mejorar en este ambiente lleno de tristeza, dolor y depresión. Necesitamos avanzar con nuestras vidas ahora. Ya somos adultas y tenemos toda la vida por delante. ¡Tenemos que aprovecharlo!"
Ginny no pudo evitar reírse ante su determinación. Sonrió sin quitarle los ojos de encima a Astoria.
"¡No te rías! Lo digo muy en serio," Astoria se quejó, dándole un golpe en su brazo.
Ginny apoyó el cigarrillo en el cenicero e invirtió su posición, ahora encima de Astoria. No pudo contener las ganas de besarla con delicadeza.
"¿Luego de la Copa?" preguntó Ginny contra sus labios.
Astoria asintió, decidida.
"Luego de la Copa." confirmó.
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Diciembre 2003
"¡Que se vayan a la mierda!"
El grito de su esposo no fue suficiente como para hacer que Pansy dejara de leer El Profeta. Esto molestó a Blaise enormemente, quien se dejó caer en el asiento enfrente de ella.
Ella estaba sentada en el sofá, cómoda, vestida con un simple camisón, sus anteojos de lectura apoyados en su nariz, y sumamente concentrada. Blaise suspiró.
Sabía que se la pasaba repitiendo lo mismo, pero su vida en estos últimos cuatro años no tenía otro propósito que la justicia. Decidió no decir más nada, esperando a que su esposa se dignara a mirarlo. Sabía que sólo lo escucharía una vez que hubiera terminado de leer.
Pasaron unos minutos, en los cuales se relajó un poco, antes de que Pansy se quitara sus anteojos y los pusiera en el buró, junto al diario.
"¿Qué pasó?" preguntó finalmente, con un tono suave que solo lo usaba con él. "Ven y explícame."
Le dio una palmada al asiento a su derecha y Blaise se levantó para unírsele, suspirando. Se sentó a su lado y estuvo a punto de hablar cuando ella negó con la cabeza para silenciarlo.
La miró, confundido, pero ella sólo sonrió y le dio un beso en la mejilla. Luego, silenciosamente, lo ayudó a sacarse el saco de su traje, luego su reloj, y por último sus zapatos, poniéndolos en la mesita. Desabotonó los primeros dos botones de su camisa y se inclinó para besarlo suavemente.
"Cuéntame," susurró.
Sin notarlo, sus hombros se habían relajado y su respiración se había estabilizado. Sonrió y le dio un pico, antes de acercarse a ella para sostenerla cerca.
"Rechazaron mi proyecto de ley de nuevo, antes de siquiera leerlo. Estuve intentando que la secretaria de Shacklebolt me dejara verlo, todo el día, sin resultado. Me estoy hartando," suspiró, dejando caer su cabeza en el sofá.
"¿Le enviaste una lechuza esta vez?
"¿Para que la lechuza vuelva sin que haya leído la carta? No, gracias. Incluso hice que Potter la enviara por mi, pero obviamente Shacklebolt se dio cuenta que somos amigos y tampoco lee sus cartas."
"¿Y Granger? La última vez funcionó, ¿no es así?"
"Ya te dije, hace semanas que no la podemos localizar. Y no tengo el tiempo como para irme hasta Francia para que le envié una maldita carta al ministro, que seguro ni leerá."
"¿Cómo? ¿No fue Harry fue a visitarla hace dos días?" espetó.
"Sí, pero se le complicó, una tarea a último minuto que Robards le asignó. Volvió recién esta mañana."
Pansy asintió con la cabeza de forma seria ante su respuesta, luciendo más apenada que nunca. Blaise sabía que a ella le gustaría ayudar de alguna forma, pero su trabajo en Diagon Alley era muy demandante. Desde que compró el local de Madam Malkin para vender sus propias creaciones, no tenía ni siquiera un minuto para sí misma.
Blaise suspiró de nuevo y pasó una mano por su cara.
"Necesito un trago," murmuró mientras se paraba.
"¿Y Abbott? ¿No habías logrado convencerla para que unan fuerzas en la próxima reunión con el Wizengamot?" dijo Pansy mientras descorchaba una botella de whiskey de fuego.
"¿No te conté la gran noticia?" respondió con sarcasmo. "¡Está embarazada! Ella y Longbottom tienen fecha estimada de parto una semana antes de la asamblea."
"¡¿Ya?!" exclamó con sus cejas levantadas. "¡Pero ni siquiera están casados!"
"Pansy, mi amor, no olvides que eres una de las pocas brujas vivas que podría continuar con las tradiciones sangre pura," bromeó, guiñándole un ojo.
Apenas llegó a esquivar el almohadón que Pansy le arrojó, su risa hizo eco por todo el apartamento mientras Blaise corría hacia la habitación.
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Enero 2004
Habían pasado casi seis años. Eso era lo que Draco había logrado calcular.
Tampoco era como si estuviera seguro ya que todo era incierto, pero tenía un poco de esperanza imaginando que así era. Era su forma de mantenerse arraigado en la realidad, sin importar lo lejos que esté de Azkaban.
Los guardias habían cambiado desde que había llegado. La violencia había disminuido, pero no había desaparecido por completo. Las condiciones en las que vivía eran mucho mejores, pero si era honesto, seguían sin ser aceptables para un humano.
Le costaba mucho ser honesto, desde luego. No podía deshacerse de la culpa. No se podía perdonar por sus errores del pasado. ¿Cómo podrían los demás?
A veces, escribía. Anotaba sus pensamientos, y dibujaba una línea por cada puesta del sol. Dibujaba una por cada golpe que recibía. Por cada comida.
No lo hacía con ningún propósito. Lo mantenía cuerdo. Enfocado.
Contaba el número de veces que los guardias entraban y salían de su celda. Las veces que llovía por semana. Una y otra vez, contaba el número de losas que había en el piso.
86. Nunca se equivocaba.
Arrancó el día y se puso su uniforme para mantener un atisbo de rutina. Todo esto con el único objetivo de mantenerse lúcido.
El día en el que finalmente saliera de este agujero de mortífagos, no tenía esperanza de recuperarse. Sería demasiado utópico para él. Solamente esperaba estar lo suficientemente cuerdo como para suicidarse apenas tenga la oportunidad. No quería estar en una clase de estado vegetativo por el simple hecho de haber estado encerrado por veinte años en el mismo cuarto de ocho metros cuadrados. También había contado eso.
Algunas veces, se imaginaba el reencuentro con su madre. Atrayéndola cerca de su corazón y abrazándola muy fuerte. Decirle lo arrepentido que estaba, ya que nunca había tenido la oportunidad de hacerlo.
Soñaba con sus amigos. Con Hogwarts. Tenía pesadillas. Muchas. La mayoría del tiempo.
Se veía a sí mismo al lado de Voldemort, sentado en su mesa, comiendo con él, hablando con él o siendo torturado. Veía a Nagini devorar a uno de sus profesores.
Sus gritos aterraban a la cárcel entera, no lo dudaba.
La comida seguía siendo mala y sosa, pero era mejor que nada. No hacía falta que se mirara a un espejo para saber que estaba horriblemente desnutrido. Se daba cuenta por la delgadez en sus muñecas, muslos y caderas.
Tenía barba ahora. No era por elección propia, ya que picaba horrorosamente. Había llegado al punto de tratar de arrancársela. No funcionó.
Se sentía sucio. Estaba sucio. Sus uñas estaban negras, su piel de un tono gris, y ni hablar de su pelo, sabiendo que había perdido su gloria antigua. No le sorprendería que le hubieran empezado a salir canas.
Hablaba solo, en su celda. Algunas veces, causándole gracia a los guardias que pasaban por su puerta. Su consuelo era el hecho de que lo hacía por una buena causa. No quería perder su habilidad de hablar. Sería su única arma si llegaba a ser liberado.
Sabía que no contaba con ninguna otra habilidad. No era rápido ni fuerte, sino que era torpe e incapaz de defenderse. Se estremecía ante cualquier sonido, le temía al contacto físico y la mera idea de dejar su celda lo aterraba. De cualquier forma, intentaba no demostrarlo. Sólo el llanto y sus pesadillas lo traicionaban.
A pesar de todo esto, trataba de reconfortarse pensando que ya había estado seis años en prisión. Solo le quedaban catorce años más, y sería libre. Si no moría primero.
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Abril 2004
Harry se acomodó el cuello de su uniforme, exhaló y salió de su oficina.
Hoy era su última oportunidad para unirse a la Brigada de los Guardianes de Azkaban. Lo sabía.
Robards iba a irse a Estados Unidos la semana próxima y su sucesor era mucho más rencoroso que él, por lo que Harry no tendría oportunidad de convertirse en guardián de la prisión. Además, sabía muy bien acerca del resentimiento que le tenía el reemplazo de su jefe. Se lo dejó claro en reiteradas ocasiones, argumentando que la lucha de Harry por las reformas en la prisión desde el final de la guerra iba en contra de todo por lo que había luchado durante ella.
Harry había pensado varias veces en hacerle notar que él no había luchado en la guerra, pero decidió no hacerlo, no queriendo poner en riesgo su posición.
Ha pasado mucho tiempo desde que Harry Potter era respetado e incluso deificado por otros, pensaba a menudo.
Cuando estuvo en frente de la oficina de su superior, golpeó la puerta. No tuvo que esperar mucho para que lo dejara pasar.
Robards estaba sentado en su gran silla de oficina, inclinado sobre algunos documentos, un cigarro entre sus labios.
"Hola, Jefe. Yo - "
"Siéntate, Potter," lo interrumpió sin siquiera levantar la mirada.
Harry tragó saliva y obedeció. Ya presentía que las cosas no iban a salir a su favor. Robards no parecía estar de humor de conceder nada, mucho menos algo que ya había negado varias veces.
Harry ya estaba muy molesto. No quería perder más tiempo en esto. Tendría que haber seguido una carrera en leyes mágicas, como Blaise. Tal vez habría tenido mejores resultados.
"La respuesta a tu pregunta es no," anunció Robards directamente.
"Pero -"
"No terminé, Potter."
Harry hizo silencio de inmediato y frunció el ceño en su asiento, su pierna derecha temblando de enojo. Quería gritarle, hacerle saber el error que estaba cometiendo al negarle la posición, pero no lo hizo. Tenía que calmar su impulsividad, por más raro que pareciera para un Gryffindor.
Robards dejó los archivos de una vez, y se irguió para mirar a Harry.
"El momento en el que los juicios postguerra terminaron, golpeaste la puerta de mi oficina para ser transferido a Azkaban. Todos los años lo has intentado de nuevo, en algunos más de una vez incluso, pero nunca accedí."
Harry rechinó sus dientes y miró para otro lado. No necesitaba tal humillación.
"¿Sabes por qué?" preguntó Robards, apoyando sus codos en su escritorio.
Harry largó una risa sarcástica ante la pregunta y lo miró de forma despectiva.
"Porque eres igual que los demás. Convencido de que todos los que llevan la marca son, sin excepción, criminales que merecen pudrirse en Azkaban por haberse atrevido una vez a hacer lo incorrecto," escupió Harry.
Odiaba a Robards. Lo odiaba con toda su alma.
Él había sido el único obstáculo, la única barrera en su camino para poder lograr su cometido. Tal vez, ya hubiese sacado a Theo de la cárcel si Robards no le hubiera impedido trabajar allí. Quizás habría encontrado una forma de garantizar los derechos de los prisioneros con la ayuda de Blaise.
Pero no pudo. El bastardo continuaba asignándole misiones para cazar magos oscuros, robos o asesinatos misteriosos, la mayoría de los cuales resultaban ser suicidios de víctimas catalogadas como colaterales de la guerra. Todavía recordaba encontrar el cuerpo colgando de Narcissa Malfoy en su mansión, tres meses después de haberse suicidado. O por lo menos, lo que quedaba.
Pensó que no iba a ser capaz de controlarse cuando Robards respondió con una risa suave.
"Estás equivocado, Potter."
"¿Lo estoy?" respondió con sarcasmo. "Entonces, ¿por qué me has negado el trabajo por tantos malditos años? ¿Eh? ¡Sabías lo que me importaba!"
Harry sentía que iba a perder el control. Su sangre estaba latiendo en sus oídos y tenía los puños cerrados. Era en momentos como éste en los que deseaba que Theo estuviera ahí. Theo, que era tan tranquilo, seguro de sí mismo y diplomático. Él habría encontrado las palabras para destruir a Robards sin siquiera levantar su voz.
"Tus motivos no me incumben, Potter, y son la menor de mis preocupaciones."
Eso solo hizo que Harry se enojara más.
"Pero, aunque suene loco, tu bienestar me concierne."
Harry frunció su ceño mientras su líder respiraba profundamente. La mirada que le dio se había vuelto mucho más seria de repente.
"Créeme cuando te digo que transferirte a Azkaban sería una completa pérdida, Potter. Una vez que eres enviado allí, nunca más podrás volver al rango de Auror. Estarás atrapado allí por el resto de tu vida. ¿Qué va a pasar cuando la persona que quieres ver en Azkaban - porque no soy estúpido Potter, entiendo tus razones - sea liberada? ¿Eh? Vas a continuar viviendo en ese infierno, incapaz de hacer otra cosa."
"¡No importaría!" Harry lo interrumpió con un tono mucho menos mordaz que antes.
No podía creer que su superior lo viera de esa forma.
"¡Te estás mintiendo a ti mismo, Potter! ¿Alguna vez entraste a esa tumba? ¡Porque eso es lo que es! ¡Allí la gente está muriendo! Y aquellos que viven nunca se recuperan del todo, ¡ya sea prisioneros o guardias! ¿Eso es lo que quieres para tu vida? ¿Disfrutar de unos pocos años viendo momentaneamente a esa persona y luego vivir en ese infierno hasta que mueras entre las paredes de esa maldita prisión? ¡No seas ridículo, por amor a Merlín!"
El enojo de Robards había aumentado. Golpeó el escritorio con su puño y se dio la vuelta hacia la ventana del cuarto. Harry tomó la oportunidad para bajar su mirada y esconder las lágrimas que estaban amenazando con deslizarse por sus mejillas.
No quería escuchar la razón. No se rendiría.
Hubo un largo silencio. El corazón de Harry estaba galopando. No quería rendirse. No podía rendirse.
"Quieres reducir la sentencia condenatoria de algunos prisioneros, ¿no es así? ¿Facilitarles que cumplan su condena y hacer justicia para aquellos que no la merecían?" Robards dijo finalmente.
Harry enderezó su cabeza. Robards todavía estaba de espaldas, mirando la ventana.
"¿Por qué?" respondió a la defensiva, con de sus dientes apretados
Robards se dio la vuelta lentamente y suspiró.
"Lo que te estoy por decir no debe salir de esta oficina, Potter. Podría perder mi trabajo, incluso en Estados Unidos. ¿Entendido?"
Harry asintió sin pensarlo. Ahora tenía curiosidad.
"Escuché de los altos rangos del Wizengamot que hay una propuesta de ley que debería resolver todo esto," anunció seriamente.
Y Harry le creyó.
Gracias por leer! Y como siempre, Marian, gracias por la edición :)
