LoveLab
—¡Un brindis! —Entre risas y conversaciones chocaron las copas unos con otros. Parte de los empleados se sirvieron más. Otros mojaron los labios con timidez, no demasiado cómodos con la idea de tomar alcohol en el lugar de trabajo. La empresaria Mimi Tachikawa había traído costumbres poco convencionales al ambiente laboral, que tenía confundidos a algunos de sus empleados. Era un lugar bastante flexible en cuanto a horarios, y tenía beneficios poco comunes como descuentos en centros de estética y moda. Mimi pensaba que toda la imagen de la compañía era de extrema importancia, y el departamento de recursos humanos debía recordarlo a los trabajadores, que a menudo lo veían como una traición al gremio de picacódigos.
Koushiro Izumi pertenecía al grupo de los que no querían beber más de lo justo. En parte porque prefería evitar el alcohol, pero, aunque así no fuera, tampoco estaba seguro de que hubiera nada que celebrar. El algoritmo seguía sin convencerlo. Habían hecho grandes progresos, y seguro que servían para ser competitivos en el mercado de las aplicaciones de citas. Pero él ambicionaba un programa perfecto, algo que de verdad revolucionase el mundo. No lo hacía solo por buscar el reconocimiento como programador, sino porque, si había aceptado entrar a trabajar en LoveLab era, parcialmente, porque creía en la misión de la empresa: encontrar un match perfecto a sus usuarios en el menor tiempo posible. El programa actual funcionaba, qué duda cabía, pero si no conseguía ahorrarles drama a los usuarios, si no conseguían detectar la falta de honestidad de sus miembros, ¿para qué servía? Solo seguiría complicando el dating, como el resto de apps.
No había tenido mucha fortuna con las aplicaciones de encontrar pareja y a sus veintisiete años decidió que, si no había nada decente, tendría que crearlo él. Solo necesitaba alguien dispuesto a invertir. El destino quiso que su amiga de la infancia heredase una importante cantidad y varias propiedades tras la muerte de su abuelo. El día que propuso el proyecto, Mimi, que había cursado dos años de empresariales antes de cambiar de carrera, ni se lo tuvo que pensar. Siempre había querido fundar una compañía y en plena efervescencia de las startups, todo sonaba genial.
—Claro que sí. Me encanta, sí. Yo también pienso que no hay app buena, ¿sabes? Y, por lo visto, hay mucha gente que tiene problema para encontrar pareja, aun dejándose el sueldo en la versión premium, ¿te lo puedes creer? —Koushiro asintió con seriedad—. Por suerte, yo nunca tuve que hacer uso de ellas —rio Mimi mientras se recolocaba el cabello—. Pero entiendo que tienen demanda. Tenemos que pensar en un nombre.
Ese mismo día decidieron que Koushiro sería el Director de Ingeniería de Aplicaciones. Tiempo después, Koushiro descubriría que no le gustaba demasiado liderar equipos, pues lo suyo era trabajar en solitario, pero que con la gente adecuada se le daba bastante bien y avanzaba más rápido de ese modo, motivo por el que la queja perdió el punto.
Poco antes de registrar la empresa, Mimi decidió que se llamaría LoveLab. A Koushiro no le importaba el nombre; solo podía pensar en su algoritmo. Aunque hasta ese momento en su cabeza lo había bautizado como "unicornio" y tardó en acostumbrarse.
—Está fantástico. Buena elección, Mimi. —Ella lo abrazó, eufórica.
A los cuatro meses, más inversores se interesaron. Siete meses después, lanzaron la versión beta. Fue una locura. En dos meses se convirtieron en la segunda aplicación de citas más descargada; hito que convenientemente coincidía con el lanzamiento de la versión final.
—Lo conseguimos —dijo Mimi al acabar un improvisado discurso en la celebración de la oficina—. Mucho antes de lo previsto. Y todo gracias a ti. —Mimi agarró la cabeza de Koushiro y le dio un beso en la mejilla, delante de todo el mundo, gesto que en las semanas siguientes causaría todo tipo de rumores, a los que el ingeniero era sordo.
—¿No estás contento? —preguntó Mimi, cuando encontró un momento para poder hablar a solas en medio de la fiesta.
Koushiro se esforzó en sonreír para que se quedara tranquila. Tras la fiesta, fingió irse a casa, para que de ese modo los empleados no se sintieran mal por abandonar su puesto de trabajo antes que el jefe. Esperó en una cafetería próxima, atento al momento en el que se apagasen las luces para poder volver al despacho. Llevaba nueve meses pensando todos los días en cómo llegar al 99% de efectividad en el match. Su cuerpo y todas las funciones relativas a él, en momentos así, eran obstáculos para que su mente encontrara las respuestas. Debido a su ensimismamiento, se había ganado fama de aburrido en la compañía, fama que quedó destronada tras el beso. Estaba tan obsesionado que hasta decidió comprar un sofá para su despacho en el que no fuera incómodo quedarse a dormir, por si surgía la ocasión, que surgía a menudo.
Confiado, caminó a oscuras por la oficina, y presionó la tecla que encendería su computador.
—Lo sabía —dijo Mimi tras lo que puso la linterna del móvil y buscó un interruptor. Koushiro se sobresaltó—. ¿Por qué tienes que ser así?
—Solo quería ver si se había recuperado un archivo.
—Mentira. —dijo tajante—. Te estás quedando a trabajar por las noches. Y lo llevas haciendo semanas. Me fijé en que tu papelera estaba más llena al llegar que al irse. Y, no te lo tomes a mal, pero tu pelo está horrible. Tienes que pasar por una barbería urgentemente.
Koushiro intentó arreglarse el cabello con las manos. Mimi se sentó en el sofá de Koushiro, dando a entender que ya había terminado de hablar y que estaba dispuesta a escuchar.
—Es cierto —resolvió Koushiro sentándose frente a la pantalla para trabajar.
—¿Es todo lo que vas a decir?
Koushiro guardó silencio, con la mirada en el código.
—¡Contéstame!
Siguió mirando el código. Mimi se levantó, empezando a enfadarse.
—No sé qué quieres que te diga. Sí, me estoy quedando aquí. Estoy trabajando. Estoy a punto de conseguirlo. Y ya. Me distraes.
Mimi se cruzó de brazos frente a él.
—Estás obsesionado. No puedes estar aquí tantas horas y menos comiendo así. Vas a enfermar, te lo digo. ¿Por qué no descansas? La verdad, pensé que hoy por fin podríamos hacer algo divertido. Han sido muchos meses de trabajo y hemos cumplido con creces. Nos merecemos celebrarlo. —Mimi calló y el silencio fue sustituido por el sonido de las teclas; soltó un suspiro como modo de queja—. Como quieras —dijo lo suficientemente molesta como para que Koushiro interrumpiera el flujo de ideas.
—Mimi —se levantó de golpe—. Escúchame. —Se acercó a ella y la cogió suavemente de los brazos durante dos segundos—. Estoy muy cerca. Quiero conseguirlo. Y si paro ahora, tal vez tarde mucho en verlo tan claro. Quiero que nuestro algoritmo sea perfecto y que LoveLab revolucione todo. Quiero darle eso al mundo. ¿Me entiendes? ¿Entiendes por qué no puedo celebrar hasta que lo consiga?
—Lo entiendo —dijo Mimi algo frustrada—. No te entiendo pero lo entiendo. Yo también quiero que la gente pueda encontrar el amor en LoveLab. Quiero devolverles la ilusión. Pero también me preocupas.
—Lo conseguiremos. Déjame hacerlo a mi manera.
—Está bien —dijo asintiendo—. Confío en que lo conseguirás.
—Cuando esto termine, te prometo que sí descansaré y tendrás a un Koushiro relajado, satisfecho y hasta puede que divertido.
Mimi se fue, sin estar del todo convencida. Cuando Koushiro hablaba de resultados de un 99% o incluso un 100% de acierto, parecía un loco. Y no solo se lo parecía a ella. Por otro lado, Mimi quería triunfar y quería tener un buen producto, pero si LoveLab no era perfecta, le tenía sin cuidado. Ella no creía que fuera tan complicado encontrar pareja. Si LoveLab había llegado al 84% de acierto, estaba más que bien. Ver unos pocos perfiles, tener citas y decidir. No le parecía tanto pedir.
Pero para Koushiro, cuyos miedos más grandes eran equivocarse y, por paradójico que parezca, estar solo, no se podía permitir ningún margen de error en algo tan serio.
Necesitó cinco meses más para aproximar su logaritmo a un 96% de acierto. Los demás ingenieros no podían creer que hubieran llegado hasta ahí. La competencia ponía en duda su efectividad, atribuyéndole un efecto placebo. Los usuarios desconfiaban al principio, pero el boca a boca funcionaba a su favor. Solo tenías que hablar con la ia el tiempo suficiente como para que entendiera tu personalidad, tus aspiraciones, tu etapa vital y necesidades afectivas, entre otros. La diferencia clave respecto a otras apps es que LoveLab diferenciaba lo que el usuario aparentemente decía de lo que el usuario realmente decía. A partir de ahí, te mostraba únicamente las diez personas más compatibles que encontraba —pudiendo no llegar al mínimo de diez si no le parecían resultados relevantes— y, confiando en que todas eran las potenciales parejas más ideales para ti, la decisión podía basarse puramente en la preferencia física o en el mero azar, con el mismo resultado. Ahorraba meses o incluso años de búsqueda. Gracias a ello, Koushiro pensaba recuperar cada una de esas noches en el despacho con creces.
…
Mimi se sentó sobre la mesa, al lado de su ingeniero.
—¿Hoy también vas a quedarte aquí?
—Todavía no es lo bastante bueno —dijo Koushiro, con el pelo rozándole los hombros.
—Vamos —dijo Mimi con incredulidad—. Lo han estado probando en la oficina. Hay algún trabajador al que ni le salen otras personas compatibles de lo exigente que se ha vuelto la ia.
—Mejor —masculló Koushiro—. Si no hay nadie para ellos, mejor que estén solos. LoveLab les ha hecho un favor. Un 84% de efectividad les acabaría dejando.
—Puede ser —concedió, por no discutir. Koushiro podía ser intransigente cuando estaba estresado—, pero si es tan exquisita quizá perdamos usuarios.
—O tal vez ganemos más por su buena reputación. Los usuarios que no obtengan resultados, solo tienen que esperar, seguir interactuando con la ia y, si en algún momento la persona ideal se hace una cuenta, esta les presentará. Es perfecto. Mucha más efectividad que una cita a ciegas organizada por un amigo de la infancia.
Mimi colocó una mano sobre el hombro de Koushiro.
—Creo que no se te daría nada mal estar en el departamento de marketing.
—Llegaré al 100%, Mimi. Y, en ese momento, hasta tú querrás usar LoveLab, aunque digas que no te hace falta.
—Uy, quita, quita. Prefiero ni saber.
—Lo respeto.
—Igualmente, me preocupa que muchos no tengan a nadie disponible en la app y por ello la abandonen. Sin usuarios no podemos existir.
—Pensaré en algo —dijo Koushiro, tranquilizándola.
…
Koushiro leyó el enlace que habían colgado en el grupo de trabajo. Era una entrevista a Mimi, que había dado como forma de promocionar la última versión de LoveLab.
«Una de las actualizaciones más importantes es que en LoveLab no encontrarás usuarios que estén casados. La comprobación de identidad y estado civil es absolutamente obligatoria. No queremos hacer negocio de la infidelidad. Queremos distinguirnos por ser una empresa ética y mejorar el dating, no complicarlo. No recomendamos en absoluto utilizar la app para ver la compatibilidad con una pareja ya establecida. El propósito de LoveLab es y será ayudar a formar parejas, no destruirlas.
¿Y qué hay de la efectividad? Se escucha que podría estar exagerada.
Son habladurías. Entiendo que resulte increíble, pero que nos demanden si es así. Hemos llegado al 98%, pero ahora también, desde hace un par de meses, está la opción de bajar el porcentaje de efectividad si no hay nadie disponible. Aunque, si es tu situación, no hay por qué precipitarse. Cuantos más usuarios tengamos, más posibilidades de que te salga alguien con mayor porcentaje de éxito, y todavía nos queda mucho por crecer. Otro aspecto a tener en cuenta es que, a medida que pasa el tiempo, también nosotros cambiamos y puede que, con ello, nos presenten compatibilidades que antes no. En cualquier caso, más de un 80% de posibilidades de éxito ya es decir mucho y ahorra un tiempo incalculable. No hay que obsesionarse con el número, una relación funciona o no. Nada más. La app solo optimiza encontrar a alguien con quien llevarlo a cabo. La misma herramienta se puede abordar de diferentes modos».
Koushiro esbozó una leve sonrisa, le gustaba la fuerza con la que Mimi defendía el propósito de la app, aunque él discrepaba respecto lo del 80%.
«Perdona la indiscreción, he observado que conservas el apellido paterno. Me pregunto si todavía no has probado la app».
Podía imaginarse a la perfección la risa de Mimi ante tal atrevimiento. Era el tipo de cosas que le hacían reír nerviosa y que él nunca hacía porque no estaba seguro de que no cayesen, aunque fuera un poco, en la ofensa, y se riera más bien por incomodidad. Siguió leyendo.
«La verdad es que no. Creo que nuestro programa es muy bueno. Creo que vamos a mejorarlo incluso más en los próximos meses. Y, sin ninguna duda, afirmo que es la aplicación más útil actualmente para quien quiera buscar a su compañero. Pero, en mi caso, para ser sincera, por ahora prefiero no buscar amor. Si me encuentra, pues muy bien, pero no quiero buscar. Además, no necesito ni quiero saberlo todo. Pero, si me harto de esperar, sé que LoveLab está ahí.
¿Crees que lograréis una efectividad del 100%?
Confío muchísimo en nuestro equipo. Tenemos gente que no solo es brillante en su campo, sino que está implicada de forma personal en el proyecto. Sé que lo lograrán. Aunque yo, por ahora, estoy contenta con que haya un margen de error. Consultamos a varios expertos en el campo de la psicología para poder dar el mejor servicio posible, y muchos opinan que el hecho de saber que algo quizá tiene un poco de riesgo de fracaso puede hacer que uno se esfuerce más por conseguirlo. Y estar dispuesto a esforzarse es algo muy importante en una relación, por lo que podría pasar que, por darlo por hecho, la relación fracasase o se perdiera el interés por gustar. Tendremos que seguir investigando esto, porque es complejo».
Koushiro dejó de leer. ¿Por qué alguien preferiría invertir en una relación con riesgo a una sin él? A veces encontraba a los demás tan irracionales que llegaba a ser molesto.
Se levantó de su silla, caminó varios pasos para combatir el sedentarismo del trabajo de oficina, y llamó a la puerta del despacho de Mimi.
—Pasa —le dijo mientras se pintaba los labios—. ¿Qué tal? ¿Me queda bien?
—Muy guapa —contestó Koushiro apartando la mirada—. Ehh… ya leí la entrevista.
—Ah, eso. ¿Y qué opinas? Alteraron un poco lo que dije pero no quedó mal, fue nada más por ahorrar espacio.
—Hablaste bien. Nos deja bien. Igual queda un poco raro que no quieras usar tu propia app, pero eso también da que hablar y, al final del día, es publicidad. Tenías mis dudas, pero fue un acierto ser honesta.
—Gracias. —Koushiro se sentía incómodo porque Mimi no dejaba de mirarlo. Mimi le pidió con un gesto que se sentase junto a ella—. Ay, ¿sabes? A veces me arrepiento de haber empezado LoveLab.
—¿Por qué?
Mimi se mordió el labio, manchando sus dientes con el labial, sin saber qué decir.
—Yo solo quería que mis padres estuvieran orgullosos de mí. Y también los demás. No sé, sentía envidia supongo de ver a todos con sus vidas encaminadas. Yo solo empiezo proyectos, funcionan y los abandono, ya lo sé. Pensé que, si estabas tú esta vez, sería mejor. Y lo es. Pero… es muchísimo trabajo.
—Mimi, es solo un tiempo de agobio. Luego todo esto ya rodará solo.
—Eso espero. Y yo ni siquiera trabajo como tú, pero me rompe, te juro, me rompe, verte tan obsesionado con esto. Me afecta mucho. Necesitas unas vacaciones. Y no quiero negociarlo.
Koushiro se encogió.
—Mimi, es que… yo necesito esto. Aunque esté en la piscina de un hotel voy a seguir.
—Sí, ya lo sé, tú y tu computadora.
Koushiro suspiró. Quiso decirle la verdad, pero le sonaba patético hasta imaginarlo.
—No te preocupes —dijo Mimi—, me gusta cómo eres igualmente. Y estoy super agradecida hacia ti y contenta con lo que hemos hecho. No me tomes muy en serio cuando hago esos comentarios.
Koushiro le dijo que no se preocupara.
—Y ya, ahora tengo que irme. He quedado para cenar con el periodista.
—¿Otra entrevista?
Mimi negó y rio.
—Te dije que a mí no me hacen falta las apps.
—Cierto. Pásalo bien, Mimi. Te lo mereces.
—Gracias. Y tú vete a casa pronto.
Koushiro se quedó solo en la oficina, con tan solo la luz de su pantalla y la de una lámpara de mesa. Por primera vez en mucho tiempo, estaba agotado. No tenía ganas de escribir código, y tampoco de pensar. Se frotó los ojos, estiró su espalda y se tumbó en el sofá en posición momia. Al rato, se inquietó y consultó su teléfono. Nadie le había escrito nada. El último mensaje seguía siendo el enlace a la entrevista. Lo abrió. Se fijó en el nombre del entrevistador: Kaito Nakamura. Decidió buscarlo en un programa especializado en encontrar información sobre personas. Encontró una foto. Era un hombre bastante corriente, delgado y de cabello fino, no más atractivo que él, observó, pero también se dio cuenta de que él mismo no estaba en su mejor momento. Koushiro se dijo a sí mismo que estaba horrible y que necesitaba hacer uso de los descuentos de la empresa. Volvió a mirar la fotografía. Nakamura se veía alegre. Seguro que Mimi se ríe con él, pensó, pero, como casi siempre, no durará. Cerró los ojos, resignado. En otro tiempo, le hubiera apenado que Mimi estuviera con otro, pero ya no. Lo que le apenaba era estar solo, pero gracias a LoveLab se consolaba pensando en que ese no era un estado permanente.
…
—¿Ni siquiera tienes cuenta? —inquirió Kaito.
—Tengo porque quería ver cómo era la experiencia de usuario, pero me he quedado en la parte gratuita, ¿sabes?, en la que hablas con la ia para que esta te conozca. La ia tardó un poco en asimilar mi perfil, pero lo consiguió. Me llegó el aviso, y el correo y todo eso, como a todos, pero no quise abrir la ventana con las potenciales parejas. —Hizo una pausa—. No quiero saber. Para mí la espontaneidad es importante.
—Claro. Bueno, mejor para mí.
Tras un rato en silencio, que aprovecharon para probar la comida y mirarse, Mimi empezó a sentirse incómoda.
—¿Y tú?, ¿la has probado?
—No sé si me vas a creer, pero me quedé en la misma fase que tú.
Mimi rio.
—¿De verdad?
—De verdad. Ni por labor periodística. Para lo que me pagan no merece la pena —bromeó.
—Vaya. A lo mejor hasta nos dio compatibilidad y no lo sabemos. —Se encogió de hombros y bebió—.
—Quizá.
—Mejor así.
Kaito y Mimi se sonrieron. Ella le preguntó si le gustaría tomar una copa en otro sitio. Él le sugirió tomarla en su piso, que estaba cerca. La primera reacción de Mimi fue aceptar. Después, le entraron dudas.
—Voy al baño un momento. Si preguntan por el postre, quiero el tiramisú.
Se alivió al comprobar que no había nadie en el baño. Aunque no necesitaba intimidad, sentía que no era correcto lo que iba a hacer, por lo que inconscientemente prefería que nadie la viera. Sacó el móvil del bolso con prisa. Abrió la app de LoveLab y compró la versión premium.
Era la primera cita que tenía desde que tenía esa herramienta y, pese a lo que decía preferir, no había podido resistirse: él le gustaba, poco, pero suficiente, y tenía la urgencia de saber cuánta compatibilidad les daba la app. Puso el número de teléfono de Kaito y esperó. Aprovechó para lavarse las manos. LoveLab seguía trabajando.
—Maldito Koushiro.
Al rato, el móvil vibró.
—Ocho por ciento —leyó—.
Escribió a Koushiro. "¿Estamos seguros de que LoveLab funciona?" Koushiro no parecía estar conectado.
Se dijo a sí misma que era una estupidez, que en otras circunstancias se iría con Kaito, pasarían una buena noche y seguirían en contacto. Y, quien sabe, quizá la app les daba poca posibilidad de éxito en ese momento, pero eso, dicho por el propio Koushiro, podría variar en función de los cambios que experimentase cada uno. Quizá, su compatibilidad podría ser trabajada con el tiempo.
Sin embargo, ahora que sabía que no tenían apenas posibilidades, la idea de acostarse con él no le emocionaba en absoluto. Acababa de darse cuenta de lo poco que le gustaba en realidad, que solo quería estar con él por las ilusiones sobre lo que podría ser. Quizá Koushiro tenía razón, después de todo, y la aplicación era justo lo que necesitaba cualquier persona soltera que buscase el amor. Pero ¿buscaba o no buscaba el amor?
Cuando volvió para tomarse el postre, comentó que prefería despedirse ya.
…
Koushiro se había quedado dormido, otra vez, en el sofá. Se despertó de golpe, incorporándose del susto, cuando Mimi, que llevaba tacones, entró haciendo muchísimo ruido en su despacho. Cruzó los brazos frente a él. Los volvió a descruzar y apoyó las manos en las caderas. Lo miró con nerviosismo. Lo odiaba al maldito.
—¿Estás bien?
—Creas una ia solo para convencerme de que eres mi pareja ideal. Es lo más tóxico que he visto jamás. —Apartó la mirada—. Nunca superaste que te rechazase.
—¿Pero de qué hablas? Mimi, no sé qué andan contando sobre mí ni me interesa, pero, precisamente, mi interés en LoveLab no es otro que encontrar una mujer que me corresponda y olvidarme de… imposibles. Jamás se me ocurriría engañarte para que me quisieras. Ni a ti ni a ninguna mujer, por loco que me tuviera. Quiero alguien que quiera estar conmigo, que le sea fácil. Quiero a alguien que le haga feliz estar conmigo. Y sé que tú no eres esa persona.
—¿Ah sí? ¿Y eso por qué?
—Porque si lo fueras, ya nos habríamos dado cuenta, ¿no crees? Tú solo quieres mi atención cuando se la estoy dando a algo más.
—¿Eso crees? Pues que sepas que LoveLab no piensa lo mismo.
Mimi agarró el teléfono y se lo mostró a Koushiro. El único usuario de la app con el que Mimi tenía una probabilidad de éxito prácticamente absoluta era él. Koushiro quedó perplejo, pensando si acaso era una broma de mal gusto.
—Mi algoritmo falla —susurró—. No lo puedo creer. Es imposible.
Mimi apartó el teléfono, ofendida.
—Más te vale que tu algoritmo falle. Si me pusieran aleatoriamente con cualquier otro hombre, tendría una mejor cita que contigo.
Koushiro y Mimi se miraron a los ojos, ambos heridos por las palabras que se acababan de decir.
—Supongo que nada te lo impide —dijo Koushiro con calma.
Mimi asintió, sintiendo cómo el enfado se iba desvaneciendo, pero sin querer disculparse.
—Me voy.
Koushiro la miró mientras se alejaba. Quería arreglar las cosas, pero primero necesitaba ocuparse de otro asunto. Bebió agua mientras la computadora encendía y se sentó, dispuesto a encontrar el fallo en el programa. El sonido de las teclas se vio interrumpido por la puerta de la oficina cerrándose.
Koushiro cogió su teléfono, abrió la app de LoveLab e hizo lo que nunca antes había hecho por querer esperar a la perfecta compatibilidad. Abrió la pestaña de usuarios compatibles sin bajar la efectividad. La única opción que le aparecía era Mimi.
Tenía que haber alguna explicación. Quizá, pensó, inconscientemente había proyectado en su algoritmo sus deseos de estar con ella. Era la única mujer de la que realmente había estado enamorado, o quizá obsesionado. ¿Cómo saberlo si no había conocido el amor correspondido? No quería estar con ella, se decía, así que, ¿cómo era posible que el algoritmo los uniese? Tal vez había detectado, no sabía cómo, que él no estaba preparado para pasar página, pero eso no explicaba que LoveLab encontrase que Mimi se pudiera enamorar de él.
Mientras pensaba, se hizo un café y, tras tomárselo, se puso a revisar su código. Línea por línea. Sería una noche muy larga.
Hacia las seis de la mañana, encontró algo que podía explicarlo. Mandó un vídeo a Mimi en el que grababa la pantalla y se lo mostraba.
—Aquí está el error, Mimi, no es gran cosa, pero quizá pudo hacer que se nos alterase la compatibilidad. Es lo único que se me ocurre. A fin de cuentas, pasamos todo el día juntos. Lamento lo que ha pasado. Ya lo modifiqué. Ahora no debería salirte nadie, y a mí tampoco. Pero no quiero deprimirme. Cuando crezcamos, ambos tendremos donde elegir. En cualquier caso, mandé un correo avisando al equipo y esta semana se dedicarán solo a la búsqueda de errores que se nos hayan podido pasar. Ahora, con tu permiso, me tomaré el día libre. Necesito dormir.
Cuando Mimi llegó a la oficina, Koushiro ya no estaba. Se tumbó en el sofá de Koushiro. Era realmente cómodo. Miró el vídeo de nuevo. Sentía que había sido un poco injusta al acusarlo de haber programado la ia para que los juntase. Además, si así fuera, otros ingenieros se habrían dado cuenta y el rumor le habría llegado. Qué tonta, pensó. Pero, como tantas otras veces, las emociones tomaron el control. En el pasado había tenido que lidiar con hombres que habían traspasado límites con los más absurdos pretextos solo por intentar tocarla o tener algo con ella y, con los años, esas experiencias habían hecho que se volviera cauta con respecto las intenciones de ellos, especialmente si notaba, como era el caso de Koushiro, que no eran indiferentes a su belleza. Pese a todo, sabía que él nunca había abusado de su confianza y que mantenía muy a raya su atracción para no resultar incómodo. Y, tenía que admitir, disfrutaba de incomodarlo, ponerse ropa que a él le gustase y estar cerca cuando lo notaba concentrado en su código. Mimi adoraba lo que causaba en Koushiro. Incluso tenía que aceptar que él también le atraía, cuando lo veía, precisamente, concentrado en su trabajo. Cuando demostraba ingenio y venía con la solución a un problema antes que nadie. También le atraía su capacidad de planificación, las opciones que imaginaba su mente. Cuando Koushiro hablaba, Mimi veía el futuro. Y entendía que las posibilidades eran inabarcables. Hablar con él era mucho más divertido ahora que cuando eran críos. Le gustaba la relación que tenían. Le gustaba verlo todos los días, incluso con lo descuidado que iba desde que no hacía otra cosa que dedicarse a mejorar el algoritmo; realmente se había esforzado. Al pensar en eso, se sintió todavía peor. Quizá había sobrerreaccionado al verlo en la app, presa de la decepción por la baja compatibilidad con su cita.
Le escribió un mensaje: «Siento haber desconfiado de ti como lo hice. Todo está bien, ¿verdad? Sé que te preocupa que el logaritmo sea bueno y que cualquier error que hubiera no ha sido aposta. ¡Disfruta de tu día libre de una vez! Hablamos».
Al final de la semana, concluyeron que no había ningún otro fallo que tuviera impacto.
Koushiro siguió tratando de mejorar su el programa, necesitaba la verdad y eso solo lo podía obtener si conseguía llegar al cien. Pero con el paso de las semanas, quizá por los días de ayuno involuntario, tuvo una revelación que le quitó la ilusión de la que sacaba las fuerzas. Agotado, había descubierto que no era verdad que intentase encontrar pareja. Al contrario, estaba huyendo, por eso se había obsesionado desde un principio con conseguir el cien por ciento de éxito y no conseguirlo era una excusa lo suficientemente buena como para que se la creyese. Y aunque ahora hubiera otras preguntas que responder, no dejaban de ser excusas también que le mantendrían en ese estado evitativo.
Pidió verse con Mimi en su despacho para sincerarse.
—Si tú quieres, por colgarnos ese éxito y que nadie nos lo quite, seguiré trabajando hasta conseguir ese 100%. Pero fuera de obtener esa medalla, ya no le encuentro sentido. Lo que dijiste en la entrevista me hizo pensar, y creo que estás en lo cierto. No tiene mucho sentido buscar el 100 si tantos usuarios tienen que bajar el porcentaje de éxito para encontrar a alguien. Es frustrante para ellos y deberíamos reconsiderar el sistema. Por otro lado, quizá en cualquier relación siempre hay un margen para el error. Y quizá esto ni siquiera sea algo terrible. Puede que hasta ayude a cuidar las cosas, como dijiste. Y si estás en lo cierto, no tiene mucho sentido que yo siga en LoveLab. Igual debería trabajar en aumentar mi atractivo, en mejorarme, en poder ofrecer algo. Igual eso me proporciona más éxito que el que tendría con solo la app. Definitivamente, me cortaré el pelo y descansaré mejor. Si en algún momento quieres añadir algún otro tipo de funcionalidad, lo haré con gusto. Pero si no, mi trabajo aquí habrá concluido pronto. —Mimi negó con la cabeza, tratando de interrumpir. Koushiro siguió, subiendo un poco el tono para que le dejara continuar—. No te preocupes, los programadores que tienes pueden encargarse de cualquier tipo de inconveniente que surja. Te envié la renuncia a tu correo.
—No, Koushiro. Por favor. Empezamos esto juntos. No puedes irte.
Mimi intentó forzar las lágrimas para ablandarlo. Sus ojos empezaron a humedecerse. Al notarlo, Koushiro se sentó a su lado y le ofreció un abrazo. Ella aceptó y siguió llorando, también con ruido.
—Tranquila, todo va a estar bien. Tú puedes seguir al mando, lo estás haciendo genial. O puedes dejar a alguien a cargo ahora que la empresa está más establecida y centrarte en otras cosas. Esta aventura también te tiene agotada.
—Sí.
Mimi se secó las lágrimas con la palma de la mano.
—Y si decides seguir, me tendrás igual. No tengo que estar trabajando para ti para eso. Lo sabes. —Mimi rio y contagió a Koushiro, que le dio un beso en la frente—. Haces de mí lo que quieres.
—¿Y si encuentras novia con la app?
—Por ahora no la usaré. Tengo que recuperarme primero. No estoy como para enamorar a nadie. Veremos. —Calló—. Llegué a pensar que la ia, por tener acceso a nuestras conversaciones o algo, había identificado que te quería. Pero no tiene sentido porque no impulsaría una compatibilidad basada en un deseo unilateral. De algún modo, conseguiste confundirla. Incluso a una ia.
—Pero ¿y qué hay del error?
—Si te soy sincero, no estoy seguro de que fuera relevante o que afectara siquiera. Y no encontramos nada más. Tal vez solo es que resultas difícil de interpretar incluso para un modelo tan entrenado —bromeó.
Mimi se puso nerviosa. Tal vez la que había estado confundida no era la ia, sino ella. ¿O era el efecto placebo del cual acusaban a la app? Y si así era, ¿no era algo del destino que hubiera decidido juntarlos? Su respiración se acelaraba y no quería que Koushiro la soltase, pero ya había dejado de llorar y sabía que no iba a suceder pronto. Así fue. Se miraron.
—No dices nada.
—¿Sobre qué? —preguntó Mimi.
—Sobre lo que dije.
—Ah, no lo sé. Será eso. Yo es que de esas cosas no entiendo, ya lo sabes.
—¿Estás mejor?
—Sí. Puedes marchar ya si quieres.
Koushiro asintió y se despidió. Mimi lo siguió con la mirada. Abrió LoveLab. Koushiro seguía saliendo en el rango de éxito más alto que la ia concebía. No se enfadó por ello, no pensó que fuera un error. Sonrío sintiéndose mareada. No entendía que pudiera dar tan alto. Que pudiera ser cierto. Que hubiera estado ahí, delante de sus narices, todo el tiempo, y lo hubieran pasado por alto.
Koushiro detuvo su paso y se dio la vuelta. Volvió a caminar hacia Mimi. Ella se incorporó, soltando el teléfono.
—Antes de irme quiero que quede claro una cosa —hizo una pausa y cogió aire—. El algoritmo estaba bien. Me dediqué enteramente a él.
Mimi asintió. Koushiro siguió:
—Tú tenías razón con lo del factor humano. Pero estaba bien. La mejor explicación es la suerte. Nuestra relación cae en ese 2% de fracaso, en un sentido romántico.
Mimi se acercó más y le besó con delicadeza en los labios, colocando las manos en su rostro.
—LoveLab funcionó, Koushiro. Vayamos de vacaciones y hagámoslo todo el tiempo. Te tengo tantas ganas.
Koushiro no podía procesar lo que estaba pasando.
—Pero si preguntan por nuestra relación no le contaremos a nadie lo de la app, ¿vale? Qué vergüenza.
