Mientras inicio el relato de mis aventuras vividas junto a las piratas de Beeros, empiezo a entender que los motivos que me llevaron a escribir este diario son distintos a los que suponía inicialmente. En algún momento, creí que mi objetivo era inmortalizar mi memoria de Portgas D. Ace, dejando un registro sobre mi propia visión del muchacho cuyo nombre luego empezaría a usarse como sinónimo de todo lo que está podrido en este mundo. Una defensa, podría decirse. Pero cuando recuerdo esta época me doy cuenta de que hay otras historias, otros momentos y otras personas que me reclaman el protagonismo.

Ace fue esa cerilla que encendió la mecha, que me despertó de una extendida minoría de edad y que pese, o precisamente gracias, a su propio egoísmo, me otorgó el empujón definitivo que necesitaba para arrancar las últimas raíces que me quedaban en Mary Geoise. Pero aquel fuego inicial debía extenderse y aún habían situaciones que necesitaba atravesar, gente que me faltaba por conocer, para convertirlo en el espectáculo de luces que yo había anhelado desde la distancia toda mi juventud. Si bien el comandante de Barbablanca dejó su nombre marcado con tinta en cada página de mi biografía, no fue la única persona en hacerlo, ni tampoco la que lo hizo con el marcador más indeleble. Empiezo a sospechar que lo que intento rescatar en este diario son esas primeras semanas a bordo del barco de Madame Icarina. Quiero revivir esas experiencias que, aunque en el momento no lo sabía, me cambiarían para siempre.

–¿Quieres seguir la pista de un pirata al que apenas conoces?

La voz de Madame Icarina, la capitana del barco, rebotó en su desordenada oficina. A su lado, Dana, su asistenta, escribía quién sabe qué en su libreta. Estaba sentada frente a un escritorio y sentía que tanto ellas como Marina me juzgaban. Yo miraba mi mano vendada; ya no me dolía desde que Dana le había frotado un ungüento, pero me sorprendió lo profunda que había sido la herida.

– Sí.

– Un pirata de la tripulación de un yonkou.

Volví a asentir, esta vez en silencio. Pasó un momento.

– Supongo que... debe ser un caballero excepcional si te tiene recorriendo una de las aguas más peligrosas del mundo en su búsqueda.

– Me parece que lo encontré. –Interrumpió Marina. En su mano había una página que parecía sacada de un periódico y que ella había extraído de una pila de papeles que ocupaban un cofre en una esquina de la habitación– ¿Es un usuario de tipo logia?

De un segundo a otro Dana y Madame Icarina se habían abalanzado sobre la muchacha y observaban la hoja de papel como si esta contuviese un secreto que llevaran meses ansiando conocer.

– Es guapo. Eso es innegable –dijo la capitana– Tiene buen cuerpo.

– He visto mejores –dijo Dana, entrecerrando los ojos con escepticismo.

– Se ve peligroso –dijo Marina con el ceño fruncido–. No parece una persona que pida permiso para sentarse a tu lado en el bar. O que pida disculpas cuando te empuja sin querer al cruzarse contigo en un pasillo estrecho.

– Es su estilo: ese sombrero tan enigmático, el collar, la completa falta de resguardo contra la lluvia o el sol en el tren superior del cuerpo...– dijo Madame Icarina.

– ¿Quién necesita cuidar de una piel que nunca ha tocado un jabón en su vida? –dijo Dana.

– Pero la cara, sobre todo la cara. Me sentaría en esa cara.

– ¡Madame! –gritaron Marina y Dana a la vez. En este punto de la conversación yo apenas entendía qué estaba pasando.

La capitana tomó la página de los dedos de su tripulante y me lo extendió. Yo cogí el cartel de recompensa que ofrecía 550 millones de beries por el hombre que me quitaba el sueño. Tragué saliva. Esos eran sus ojos, sus pecas, su sonrisa... su rostro impreso era tan detallado, preciso, que se me hizo irreal, como si la versión de su rostro que mi memoria había distorsionado fuera la verdadera y esa hoja de papel fuera solo una copia insulsa, una imitación fallida.

– Sí, es él. –Dejé el cartel de búsqueda en el escritorio y desvié la mirada. Escuché el sonido de la pluma rasgando el pergamino cuando Dana continuó escribiendo en su libreta.

– No es una recompensa menor –dijo Madame Icarina, volviendo a su escritorio– Debe haber mucha gente peligrosa tras él, no será fácil encontrarlo.

– Me contento con que me lleven lo más cerca que puedan y, si la dirección a la que se dirigen es opuesta a la mía, tan solo pido que me dejen en la próxima isla. Ahí me las arreglaré. Buscaré algo.

– ¿En qué dirección se encuentra este joven?

Miré el techo en busca de respuestas. Las circunvoluciones de la madera tallada no me ofrecieron más que la incertidumbre que me había acompañado desde que abandoné la tierra sagrada.

– Sé que está en esta mitad del Grand Line –dije volviendo la vista al escritorio vagamente iluminado– Las noticias de los últimos meses..., al menos antes de que me capturaran, mostraban que sus actividades se restringían a paradise...

– El mar que precede a la red line y el nuevo mundo.

– Precisamente. No parecía tener un objetivo claro. A veces parecía que se movía en dirección al nuevo mundo, pero después aparecía en una isla que se ubicaba al sudeste o al oeste y, si marcabas sus avistamientos en un mapa, aparecía una trayectoria tan errática que... predecir su próximo movimiento se hacía imposible.

– Hablas muy bonito. Entonces, lo que quieres hacer es deambular por paradise hasta topearte...

– Toparte –corrigió Dana, con voz monótona y sin apartar la mirada de sus anotaciones.

– Cerca o, derechamente, cruzarte en el camino de tu comandante. ¿Me equivoco?

Negué con la cabeza.

– Bien... no pretenderé comprender tu fijación por este joven...

– Completamente ilógica –secundó Dana.

– Pero estás de suerte, porque nuestra banda pirata no tiene intenciones de salir de paradise, por el momento. Nuestros objetivos nos llevan a navegar por este mar, así que te permito que nos acompañes durante un...

– ¡Gracias! –Grité.

– Es algo temporal –se alisó el extremo de la gabardina y se dirigió a su secretaria con aire solemne– Es importante que quede constatado. –Volvió a mirarme– Y no creas que podrás vagabundear en mi nave, mientras estés aquí tendrás que trabajar. Dana –Alzó su dedo índice y la asistente aumentó la velocidad de su pluma– Necesito que le delegues a nuestra invitada las labores de limpieza. Explícale lo que tiene que hacer y asegúrate de que lo haga.

– Sí, Madame.

– Me parece que ya conociste a casi toda la tripulación –dijo, volviendo su atención hacia mí– Marina, nuestra querida cocinera, Dana, enfermera y mi asistente personal, Nailah, nuestra guerrera... – El recuerdo de la chica hizo que me frotara inconscientemente la herida con la mano– Me parece que no te hemos presentado a Évora, nuestra navegante, ni tampoco a Sol.

– No creo que sea necesario –dijo Dana, negando con la cabeza.

– No –reflexionó la capitana– supongo que no verás a Sol. Así que olvídate de su existencia.

Las tres asintieron y yo quedé intrigada por esa tal tripulante, quien ignoraba si era una ermitaña, un espectro o simplemente producto de la imaginación de esta banda de piratas que me acababa de incluir entre su equipaje.

– Esto lo hago por Marina –dijo Madame Icarina, acercándose más a mí y cambiando a una expresión más seria– Si nos fallas, si le tocas un pelo a alguna de estas chicas, no dudaré en tomar medidas drásticas. Que te eche por la borda se convertirá en el menor de tus problemas. Además, no llegues a pensar que puedes quedarte más del tiempo necesario ¿Quedó claro?

. . .

No sabía cómo, pero había convocado a una multitud en la cubierta. Y estaban ahí solo para verme barrer.

Yo estaba dando lo mejor de mí, imitando a aquellos que había visto un par de veces dedicados a este tipo de labores, pero no se me estaba haciendo tan fácil llevarlo a la práctica. Había agarrado el palo de escoba con las dos manos y lo agitaba para apalear el suelo sucio con la parte peluda del trasto; a cambio el piso solo me miraba con pena y, si es posible, aún más polvo que antes.

–Es un verdadero signo de distinción... –Madame Icarina sacó un pañuelo y se limpió unas lágrimas pequeñísimas– No haber realizado una labor doméstica en toda tu vida, es... la envidia me carcome.

–Es algo admirable de ver, no puede ser fácil fallar tan escandalosamente haciendo algo tan sencillo –dijo Dana, dotando a sus palabras de tana emoción como de empatía.

Miré a mi alrededor y noté que incluso Marina me miraba con preocupación y un poco de asombro. Quisiera decir que me avergoncé y me torturé por haberme ganado el primer puesto en el ranking de personas más inútiles de los cuatro mares a los ojos de esas piratas, pero mi testarudez no me lo permitía, y si antes había empezado un baile extraño y descoordinado con mis embestidas de escoba, en este momento de seguro estaba dando un espectáculo penoso con mi ceño fruncido, pataletas y gruñidos frustrados.

–Es el viento que está moviendo la tierra –Me excusé.– Me estoy esforzando... lo haré bien en un segundo.

–¿Había una reunión y no me despertaron? –Dijo una voz que no había escuchado. Levanté la cabeza y vi a una mujer que se acercaba hacia nuestro grupo. También me percaté de que Nailah nos observaba desde la cofa, aunque estaba tan lejos que no pude distinguir bien la expresión de su rostro–. Tuve una pesadilla terrible. Había una tormenta y... ¡Ah, hola!

Me había visto, se acercó y yo agarré la estúpida escoba con mi izquierda para estrechar su mano.

– No sabía que teníamos invitados. Yo soy Évora, la navegante. ¿Tú...? Espera, no me lo digas.

Había cerrado los ojos y tenía los dedos suspendidos en el aire, como si fuera a sujetarme la cabeza con ellos, pero no me tocó.

– Tu nombre es... Veo... –Dió una larga inspiración y al exhalar pareció relajar el semblante–. Veo una letra: M.

–Te equivocas esta vez, Evi. Su nombre es Christine –dijo Dana con un tono extrañamente amable.

Évora abrió los ojos y me miró con una sonrisa.

–Ya veo. Tiene más sentido. Hoy no ando demasiado perceptiva, pero algunos días son así.

La interacción pasó y todas se mantuvieron en ese ambiente distendido y jovial, excepto yo, que en mi cabeza estaba haciendo una lista exprés con todas las posibles razones por las que, de tantas letras que había en el abecedario, la navegante había tenido que mencionar justamente la M.

–¿Eres una psíquica? –dije solamente.

–Sí.

–La mejor –agregó Dana antes de acariciar la mejilla de Évora con el pulgar y darle un beso en la boca.

El gesto me descolocó. Lo cierto es que a esa edad nunca había visto a dos chicas besarse. Tampoco a dos hombres. De hecho, el conteo de gente que había visto besarse en toda mi vida era bajísimo, siendo la mayoría en bodas o eventos pomposos donde parejas casadas hacían breves demostraciones de afecto que resultaban tan escalofriantes como asquerosas. Por lo mismo, la intimidad y la ternura con la que habían realizado el gesto me había impresionado. Y me había recordado a Ace, por supuesto que me había recordado a Ace...

–Este es el tipo de amor que protege nuestra tripulación –dijo entonces Madame Icarina con una sonrisa. Se había percatado de mi aturdimiento y estudiaba mi reacción a sus palabras– Las personas, hombres en su mayoría, que nos avistan desde sus propias naves y piensan que somos una casa de placer andante o un blanco fácil. No se detienen a pensar con algo más que su entrepierna. Pero nos subestiman. Nuestra unidad nos pone por encima de sus estúpidas perversiones; cuando cada una de estas mujeres decidió unirse a mi tripulación, fue bajo la promesa de que yo y sus camaradas la defendería de los males que este mundo decidió destinar a las mujeres. Eso es lo que encontrarás bajo nuestra bandera: libertad, amor y compañerismo. Somos un grupo de mujeres y tenemos la osadía de elegir vivir nuestra vida felices.

Guardé silencio. Esa fue una de las primeras lecciones que aprendí de las Piratas de Beeros y aún me quedaba mucho por descubrir sobre ese grupo particular de chicas.

Nota del autor:

Hola! Desde hace un tiempo que la plataforma no me muestra las estadísticas de esta historia, de modo que no sé si más gente sigue leyéndola, pero de todas maneras seguiré actualizando los capítulos. Si hago algo extraño, como bajar los capítulos y volver a subirlos, ya saben a qué se debe.

Nos leemos!