Disclaimer: Sthephenie Meyer is the owner of Twilight and its characters, and this wonderful story was written by the talented fanficsR4nerds. Thank you so much, Ariel, for allowing me to translate this story into Spanish XOXO!
Descargo de responsabilidad: Sthephenie Meyer es la dueña de Crepúsculo y sus personajes, y esta maravillosa historia fue escrita por la talentosa fanficsR4nerds. Muchas gracias, Ariel, por permitirme traducir al español esta historia XOXO!
Gracias a mi querida Larosadelasrosas por sacar tiempo de donde no tiene para ayudarme a que esta traducción sea coherente y a Sullyfunes01 por ser mi prelectora. Todos los errores son míos.
Capítulo 6: Edward
Lunes, 24 de septiembre
Los Ángeles, California
7 semanas
Jane hacía milagros, pero incluso ella tenía un límite a las acrobacias que podía hacer. Me concedió una semana para arreglar las cosas con Bella, pero el viernes debía tomar un vuelo de regreso a Londres para terminar el rodaje. Había sido increíble que hubiera podido estar tanto tiempo.
Como solución de compromiso, Jane le prometió a Mark que iría a un estudio de Los Ángeles a grabar voz en off. Era tedioso, pero no me iba a quejar.
Había sido insoportable dejar a Bella esta mañana. Sabía que, en última instancia, la decisión era suya, pero no podía evitar la sensación de angustia al pensar en el bebé que nunca conocería.
También estaba preocupado por Bella. Apenas la conocía, pero su vulnerabilidad de esta mañana me había mostrado una persona más profunda y maravillosamente complicada. Quería saber más sobre Bella, quería descubrir lo que amaba y odiaba, cómo veía el mundo. Quería más con ella, pero después de esto, estaba casi seguro de que nunca volvería a saber de ella. Se esfumaría con el viento, como sospechaba que solía hacer, y no volvería a verla.
Ese pensamiento empeoró el dolor de mi corazón.
Cuando terminé en el estudio, estaba agotado, no sólo por tener que concentrarme en el trabajo, sino por mi preocupación por Bella. Jane me alcanzó cuando me dirigía al estacionamiento y la miré, sin ganas de hablar.
—Es lo mejor —dijo en voz baja. Me estremecí. No paraba de repetirlo, y puede que en cierto modo lo entendiera, pero el dolor seguía siendo tan intenso que no podía estar de acuerdo con ella. —Mark estaba enfadado, pero tú nunca has sido un problema para él. Ayuda que estés aquí hoy, ocupándote de las cosas.
La miré. Jane era menuda y feroz, con el pelo rubio platinado recogido en un moño apretado en la nuca. Nunca la había visto menos profesional, ni siquiera en su tiempo libre.
Me miró y dejó de caminar, tendiéndome una mano en el brazo para que yo también me detuviera. Me detuve, pero no pude mirarla a los ojos. —Sé que te duele y que estás confundido y desconsolado. Tómate un par de días, llora tu pérdida y vuelve al trabajo con la cabeza despejada. ¿Entendido?
No pude pronunciar las palabras. Asentí y me aparté de ella. No oí el chasquido de sus tacones cuando salí y me metí en el auto.
Suspiré y apoyé la cabeza en el reposacabezas. Realmente no sabía cómo superar todo esto.
Se oyó un pequeño timbre de mi teléfono y abrí los ojos, mirando hacia abajo para ver qué teléfono había zumbado. Al ver que era mi teléfono personal, lo tomé con cautela.
¿Estás ocupado?
Solté un suspiro tembloroso. No esperaba volver a tener noticias de Bella, y mucho menos el mismo día. Inmediatamente, le respondí.
Estoy libre.
Me abstuve de escribir nada más. No quería abrumarla y hacer que se lo pensara dos veces antes de ponerse en contacto conmigo.
¿Podemos vernos?
El corazón me dio un vuelco e intenté respirar hondo para calmarme mientras le respondía.
Por supuesto, ¿dónde?
No respondió durante mucho tiempo y me pregunté si habría cambiado de opinión. Por fin llegó un mensaje.
No sé. No conozco ningún sitio privado.
Fruncí el ceño. Alice debía de estar en casa, probablemente con un invitado o algo así si Bella no quería que me reuniera con ella allí.
Conozco uno. Iré a buscarte.
Esperé su respuesta con la respiración contenida. Su respuesta fue suficiente para mí y puse el auto en marcha. El tráfico era un asco en Los Ángeles. Era interminable y angustiosamente lento en los momentos más inoportunos.
Cuando por fin me detuve frente al edificio de Alice, Bella estaba allí, esperándome. Bajé la ventanilla y ella subió rápidamente al auto. Inmediatamente, su aroma a chocolate y fresa me inundó.
—Hola—, dijo en voz baja.
—Hola.
Miró el auto y frunció el ceño cuando me alejé de la acera. —¿Qué pasa?
Me miró. —No recordaba cómo era tu auto— dijo encogiéndose de hombros. —Quiero decir, había estado en él antes, pero no había ni una sola cosa que pudiera haberte dicho sobre él esa noche.
Sonreí satisfecho y la miré. Tenía una mirada juguetona en los ojos, y me alivió verla allí. Quizá estuviéramos bien. Tal vez podríamos seguir intentando ver qué había entre nosotros después de todo.
—Estábamos un poco ocupados—, señalé. Bella resopló.
—Un poco—, se burló. Sonreí. —Si no recuerdo mal, casi nos estrellamos intentando encontrar la casa de Alice—. Soltó una risita.
Yo me reí. —Qué quieres que te diga. Sacas una urgencia en mí.
Bella sonrió satisfecha y se volvió para mirar por la ventanilla. Condujimos en silencio durante un rato, y quise preguntarle cómo le había ido, cómo se sentía. Pero me quedé callado, esperando a que ella diera el primer paso.
Salimos del centro de Los Ángeles en dirección a la costa. Bella parecía contentarse con sentarse y disfrutar de las vistas.
—¿Has estado ya en la playa?— le pregunté. Me miró.
—En estas playas no—, dijo sacudiendo la cabeza. —Para ser sincera, me estoy dando cuenta de lo grande que es Los Ángeles. Realmente la subestimé.
Asentí con la cabeza. —Cuando me mudé aquí, por primera vez, no podía creer lo enorme que es. Tardaba horas en llegar a cualquier sitio y siempre llegaba tarde a las reuniones.
Bella sonrió. —¿Dónde creciste?
La miré. —En Chicago. Mis padres nos trasladaron aquí cuando yo tenía dieciséis años porque sabían que quería actuar. Papá es cardiólogo y consiguió un trabajo en el programa de cardiología de la UCLA.
Bella se removió en la silla. —¿Y tu madre?
—Mi madre es profesora de Historia en la UCLA. Quedó embarazada de mí cuando estaba en pleno doctorado, y después de posponerlo cuando yo era un bebé, lo retomó cuando empecé a estudiar.
Miré a Bella y vi que fruncía un poco el ceño.
—¿Tienes hermanos?
Negué con la cabeza. —Creo que mis padres querían más hijos, pero fue duro para mi madre tenerme. Los médicos le aconsejaron que no volviera a intentarlo.
Bella soltó un largo suspiro y al instante me sentí culpable por mencionar el tema del embarazo. ¿Hasta qué punto podía ser insensible?
Tomé la salida de la autopista 10 para tomar la autopista One y Bella frunció el ceño. —¿Adónde vamos?
La miré. —A mi casa, ¿te parece bien?
Bella pareció sorprendida, pero asintió. Giré por la One y suspiré aliviado. Aunque había mucho tráfico en la One, no era tan malo como en el centro.
Recorrimos la costa durante un rato, disfrutando ambos de las vistas. Nunca había visto el mar antes de mudarme a Los Ángeles, y una vez que lo vi, supe que nunca volvería a vivir lejos de él. En cuanto empecé a triunfar, me compré una casa en la costa de Malibú.
Salí de la autopista, girando por una oscura carretera que hizo fruncir el ceño a Bella. —¿Qué estamos haciendo?—, se detuvo, dejando la frase en el aire cuando apareció un gran portón. Parpadeó sorprendida. Pasé junto a ella, sonriendo. La calle estaba flanqueada por un alto muro roto en ocasiones por una gran verja. Llevé la mano a la visera y pulsé el mando de la verja cuando me acerqué a la casa. La verja era oscura y anodina, como yo quería que fuera. Estaba construida de tal forma que no se podía pasar ni por abajo ni por arriba, a menos que uno fuera capaz de trepar más de dos metros. Se abrió y me permitió entrar en el pequeño camino pavimentado. Bella se inclinó hacia delante y abrió mucho los ojos. La planta superior de la casa era en realidad la planta baja. El resto de la casa estaba más abajo, en el acantilado, y ofrecía unas vistas panorámicas perfectas del mar. Entré en el garaje de la planta baja y salí del auto. Bella también salió y me miró con los ojos muy abiertos. —Eres muy rico, ¿verdad?
Resoplé ante su inesperado comentario. —Sí, lo soy—. Sonreí satisfecho y Bella negó con la cabeza. Atravesé el garaje y le abrí la puerta. Me miró con escepticismo antes de pasar. Llevaba tanto tiempo viviendo en la casa que a veces me costaba dar un paso atrás y apreciarla por lo bonita que era. Pero era hermosa. Toda la pared oeste era de cristal, lo que permitía una amplia vista del océano. —Aquí arriba tengo un despacho y una habitación de pánico—. Señalé el pasillo y Bella asintió. —Abajo es donde está la mayor parte de la vivienda.
Me hizo un gesto con la cabeza para que la guiara y me adelanté, empezando a bajar las anchas escaleras de madera pálida. El segundo piso tenía un gran salón con las mismas vistas acristaladas que el piso de arriba. A la izquierda de la escalera había una gran cocina que daba a un patio con terraza, y a la derecha del salón estaban las habitaciones de invitados. Le enseñé la casa a Bella, sintiéndome extrañamente cohibido. Cuanto más tiempo pasaba sin que ella dijera nada, más nervioso me ponía.
Finalmente, la llevé a la planta baja, donde estaba mi dormitorio, un gimnasio y otro dormitorio de invitados.
Bella estaba de pie en mi habitación, contemplando la vista panorámica del océano. Yo me movía inquieto detrás de ella, ansioso e inseguro de mí mismo. No me había sentido así desde que era adolescente, pero de algún modo Bella podía quitarme la confianza en cuestión de segundos. De alguna manera, en lugar de sentirme molesto por ello, lo encontraba refrescante. Me mantenía alerta, eso estaba claro.
Bella se volvió hacia mí y me sorprendió ver lágrimas en sus ojos. —La cagué—. Dijo negando con la cabeza. Parpadeé y me acerqué a ella.
—¿De qué estás hablando?
Bella desvió la mirada, sus ojos marrones hinchados de lágrimas. —Mira esta vida que tienes. Es tan hermosa, refinada y perfecta. Vives en una puta mansión de cristal con una de las vistas más bonitas que he visto nunca, y yo soy la enorme bola de demolición que viene a destrozar tu mundo.
Sus manos volaban alrededor de su cabeza mientras hablaba, y yo me acerqué a ella, extendiendo la mano para tomarla suavemente entre las mías.
—Bella, ¿de qué estás hablando?
Bella temblaba bajo mis manos y fruncí el ceño, preocupado. Respiró hondo y me miró temblorosa. —No lo hice.
El aire se me escapó y sentí que las rodillas me fallaban. Me hundí en el suelo delante de ella, incapaz de procesar lo que decía. —¿Qué?
Bella apartó suavemente sus manos de las mías y las colocó sobre su vientre plano. —No pude hacerlo.
La miré fijamente, sintiendo que no era capaz de respirar. —¿En serio?
Bella asintió y llevó una de mis manos a su estómago. No estaba tan embarazada como para que se le notara, pero no importaba. Mis pulgares acariciaron su vientre, donde crecía un bebé, mi bebé.
Apreté la cara contra su vientre y sentí cómo mis lágrimas empapaban su camisa. Temblaba debajo de mí, pero sentí que sus dedos se entrelazaban en mi pelo, sujetándome a ella. —¿Estás segura? — pregunté con la voz ronca. Bella suspiró y yo la miré.
—Estoy aterrorizada. Voy a estar aterrorizada. Habrá días en los que querré abordar un avión a Marruecos y olvidarme de todo esto—, admitió. Me estremecí al pensarlo y ella me abrazó más fuerte. —Pero no lo haré. No voy a desaparecer. Voy a continuar con este embarazo.
Quería preguntarle sobre después del embarazo, si pensaba quedarse o si era todo lo que podía ofrecerme. Pero no estaba preparado para su respuesta, así que no pregunté. En lugar de eso, suspiré y me volví hacia su estómago, besándolo suavemente.
—Gracias.
Bella gimió ligeramente y levanté la vista hacia ella. Me sorprendió ver sus ojos oscuros de deseo. Parpadeé sorprendido por el rápido cambio de humor. Mis manos rozaron ligeramente sus caderas y ella gimió, inclinándose más hacia mí. Sonreí contra su estómago.
Cuando me había enviado el mensaje, esto era lo último que pensaba que ocurriría. Bella empezó a contonearse bajo mis manos y la miré.
La expresión de su cara era una que conocía bien. El hambre y el deseo se despertaron en mí, y moví ligeramente la camiseta de Bella para darle un beso con la boca abierta en el estómago.
Ella gimió. —Edward—, jadeó, con los dedos enredados en mi pelo, casi dolorosamente.
—¿Qué pasa, nena? Dime qué quieres.
Bella no perdió el tiempo. Sus manos volaron hacia el botón de sus vaqueros y sonreí al verlas moverse apresuradamente. Me levanté, a pesar de sus protestas, y la ayudé a quitarse los pantalones. Una vez fuera, la levanté. Inmediatamente, sus piernas rodearon mi cintura y ambos gemimos.
Besarla era como beber el alcohol más potente. Era embriagador y cuanto más la probaba, más la deseaba.
La llevé a mi cama y la coloqué suavemente en el centro. Me miró fijamente, con ojos desorbitados y desesperados. —Dime lo que quieres, Isabella.
Vi cómo se le endurecían los pezones a través de la camisa y gimió, tendiéndome la mano.
—Fóllame con la lengua.
Gemí ante sus palabras, completamente seguro, sin ningún tipo de vacilación o timidez. Me deslicé por su cuerpo, adorando la piel con la que entraba en contacto. Bella temblaba debajo de mí.
Introduje un dedo en el encaje de sus bragas, jugueteando con el borde. Giró las caderas hacia mí, impaciente. Sonreí. Tiré y el encaje se deshizo bajo mi contacto, haciendo gemir a Bella.
Debajo, estaba más mojada de lo que jamás la había visto.
—Oh, nena— canturreé, pasando la nariz por el interior de su muslo. Sus temblores aumentaron. Me incliné hacia delante, aplanando la lengua y le di una larga lamida.
—¡Mierda!—, gritó, con el cuerpo convulsionándose sobre la cama. Sonreí y volví a lamerla, dejando que mi lengua la recorriera, pasando sólo ligeramente por sus labios. Bella juraba como una loca, con los dedos anudados en mi pelo, tratando desesperadamente de acercarme a ella. Dejé que mi lengua recorriera el circuito unas cuantas veces, y cada vez Bella se ponía más y más urgente.
Sonreí contra sus labios y levanté la mano para darle por fin lo que quería. Enrosqué los dedos en ella mientras zumbaba alrededor de su clítoris y ella se estremeció, gritando y sacudiéndose con tanta fuerza que hizo temblar la cama. Le besé suavemente el montículo, subí por ella y le besé el vientre, antes de subir hasta su cara. Tenía los ojos vidriosos y aún le temblaba una pierna. Sonreí y acerqué mi nariz a la suya, acariciándola de arriba abajo. Sentí que su aliento me bañaba la cara y me sonrió perezosamente.
—Carajo—, susurró. —Tú, yo...—, negó con la cabeza, con la voz entrecortada. Sonreí y le di un suave beso en los labios. No sabía cómo sería nuestro futuro, si es que teníamos uno más allá del embarazo, pero tenía esperanzas. Esperaba que Bella y yo pudiéramos llegar a conocernos más, esperaba poder ser suficiente para Bella de algún modo, esperaba que, de algún modo, ella decidiera quedarse conmigo.
Porque a pesar del poco tiempo que hacía que nos conocíamos, me estaba enamorando profundamente de la increíble mujer que tenía entre mis brazos, y sabía que, si salía de mi vida, una parte de mí nunca volvería a ser la misma.
