Separadores que encontrarás en esta historia:
FFFFF - Cuando se narra un flashback o algo relacionado con el pasado de un personaje.
PPPPP - Cambio de escena. Ya sea que los mismos personajes estén en un ambiente diferente o que se relate una situación distinta, con otros personajes y en otro lugar.
SSSSS - Un personaje está soñando.
"Mi rencor maldecirá a todo tu clan"
"Suplíquenme y venérenme, demonios bastardos"
-Dios mío...
La mujer abandonada en el campo de cultivo del señor Tachibanayama presentaba cortes de diferentes grosores, y de gran profundidad, en todo su cuerpo.
No había una sola extremidad o zona que no los tuviera, rasgando su piel blanquecina, haciéndola sangrar hasta que sus pies pudieran tocar el camino hacia el otro mundo. Ahogándola en confusión y dolor.
Y por si la situación no fuera más escalofriante de lo que ya resultaba; ante la servidumbre del castillo, con sus ojos nublados, murmuraba palabras que, en oídos inexpertos, no eran más que diálogos sin sentido.
Pero, para Minato Namikaze, cuya mirada se había vuelto pálida desde que vio el estado de la mujer de largo cabello rojo, sus palabras en el idioma de las bestias predicaban una maldición mortal.
A quien quiera que se la estuviera enviando, estaba destinado a llevar una vida tan agonizante, como lo era ese instante para ella.
Reaccionando, el hombre de cabellos rubios y ojos azules se aclaró la garganta. Retirándose su capa blanca con llamas rojas en el borde inferior, cubrió a la mujer antes de tomarla en brazos y llevarla a una de las mejores habitaciones de las que disponía el castillo de su familia.
Esa mañana había comenzado como cualquier otra. Corría por el campo de flores hasta alcanzar a su mejor amiga, parada a lo lejos mientras le sonreía.
No obstante, al pasar en medio de un conjunto de higanbana, el ambiente cambió por completo, atándola contra su voluntad a un escenario oscuro y con un látigo yendo directo a su cara, a su pecho, a sus piernas, a sus brazos, a sus manos, siendo lanzado por nada más y nada menos, que por Mikoto.
Al principio, su rostro estaba tan lleno de lágrimas, desesperación y dolor como el de ella. Pero, en cuanto la sangre comenzó a brotar de su piel y las heridas se hacían cada vez más profundas, cambió su sufrimiento por una sonrisa, seguida de una carcajada, tan enfermiza, como las de los señores feudales.
Al abrir los ojos, en una nueva noche, Kushina sudaba y jadeaba con rapidez. Juraba que no sentía ningún tipo de dolor en su cuerpo. A pesar de recordar con claridad lo ocurrido en el teatro oculto del templo Nakano.
De repente, la puerta de la alcoba donde se encontraba se abrió, dándole un buen susto que la hizo saltar sobre el futon.
Con inquietud, volteó hacia su derecha, quedando gratamente sorprendida con la persona que la miraba desde el umbral de la puerta.
Puntiagudos mechones rubios. Piel que se entremezclaba armoniosamente entre la canela y el durazno. Ojos azules. Tan claros y brillantes como el cielo que solía mirar junto a Mikoto.
Al recordar su escalofriante rostro, un par de lágrimas se derramaron de sus ojos oscuros, cubriéndose con la colcha del futon para no ser vista por el extraño en la entrada del cuarto.
Minato, por otra parte, agachó la cabeza y entristeció. Le dolía en lo más profundo del alma que una chica inocente como ella, haya sido víctima del horroroso ritual del sharingan del clan Uchiha. Un evento que solo podía realizarse por los miembros de la familia real, como un requisito para asumir el liderazgo.
Arrugó los labios y apretó los puños.
¿Qué tan podrido debía estar uno cómo para cometer un acto de tanta crueldad?
Al final, no fue capaz de entrar a la habitación, dando un paso hacia atrás para cerrar la puerta corrediza y marcharse por el pasillo.
Y aquella rutina siguió repitiéndose por los próximos 7 días. Hasta que, en una noche de luna llena, Minato tomó el valor de preparar una cena especial para ella. Abrir la puerta corrediza de su cuarto y cerrarla tras su espalda.
Él no podía seguir huyendo y ella tampoco debía estar soportando tanto dolor por su cuenta.
Entonces, sus pasos, tan decididos y firmes, cesaron de pronto, poniendo una mueca en su rostro, que Kushina vio con curiosidad.
Ya no se encontraba escondida debajo de las cobijas del futon. Ahora estaba sentada, contemplando en silencio el resplandor de la luna y las estrellas, que se asomaban por el balcón.
Su figura enderezada fue lo que puso nervioso al rubio, ya que, al estar preparando la cena, también se repetía, una y otra vez, la estrategia que debía llevar a cabo, en caso de volver a encontrarla escondida bajo las colchas.
Tragó saliva. Hubiera querido moverse al recuperarse de su sorpresa. Pero, para su mala suerte, ella comenzó a estudiarlo de la cabeza a los pies, con sus ojos, tan rojizos, como los del antiguo rey de las bestias, Kurama.
Ese pequeño, pero gran detalle, lo hizo pensar que la joven de cabello rojo no era alguien común a quien solo habían tirado y abandonado a su suerte en un campo de cultivo.
Era descendiente directa de Kurama, por lo tanto, miembro del desaparecido clan Uzumaki.
Pensar en ello, lo dejó tan perplejo, como para perder el equilibrio un momento, haciendo lo posible por sostener con más firmeza la bandeja con la cena. Afortunadamente, lo consiguió, suspirando aliviado y, aproximándose por fin, al lado derecho de la muchacha, sentándose en cuclillas para presentarle su platillo especial.
Kushina parpadeó atónita, devolviendo, sin darse cuenta, sus ojos a la normalidad. Y aprovechando la pequeña cercanía que tuvo con Minato; en esos segundos en los que acomodaba la bandeja frente a ella, desplegando una mesa rectangular de madera con patas, aspiró con ligereza y discreción el aroma de su cuello. Olía a manzanilla.
-Por favor, coma lo que guste. – le comentó con una sonrisa, despertándola de sus pensamientos, al mismo tiempo que se levantaba, daba media vuelta y la miraba por encima de su hombro izquierdo. - Volveré cuando toque la campana.
Al llegar al borde de la puerta, escuchó el aturdidor sonido del objeto, girándose atónito.
-¿Cuál es su nombre? – cuestionó Kushina, inexpresiva.
-Minato. – respondió. - Minato Namikaze.
-Minato. – pronunció, dejando la campana en la bandeja, sin quitarle la vista de encima. - Usted no sabe quién soy. Ni las cosas malas que he llegado a hacer para sobrevivir.
El rubio la vio con tranquilidad.
-Además... - quitándose el kimono blanco que llevaba encima, le mostró las cicatrices de sus feroces cortes, esparcidas en sus clavículas, sus senos y su vientre. - ...mi cuerpo ha quedado tan deforme, que ya no puedo ofrecérselo ni a usted, ni a ninguno de los hombres que me ayudó.
Minato la vio con tristeza. Se acercó con calma a ella y, arrodillándose nuevamente a su derecha, tomó las orillas de la prenda y la cubrió, sorprendiéndola.
-Señorita, por favor, no me malinterprete. – comentó. - Mi gente y yo no la salvamos de las garras de la muerte para volver a lastimarla.
Esas palabras la descolocaron, haciéndola entreabrir sus labios partidos y secos.
-Desconozco por completo cuál fue la situación que la puso en ese campo de cultivo. Pero, si alguna vez, usted quiere contarme los detalles, la escucharé y le creeré.
Kushina empezó a temblar.
Si Mikoto la hubiera desatado. Si la hubiera llevado lejos de su padre y de los señores feudales. Si se hubieran sentado y hablado con calma, ella le habría dicho con lujo de detalle lo que le hicieron y, sin duda, ¡Le hubiera creído! ¡Se hubieran ahorrado su dolorosa y desgarradora separación!
Pero no.
Ahí estaba, en la habitación de un gran castillo, sentada frente a un completo extraño, quien, al encontrarla al borde de la muerte, no dudó en ayudarla, en brindarle todo el apoyo que ha podido en silencio. En alimentarla, en hablar con ella.
¿Cómo era posible que un desconocido tuviera más sentimientos que alguien que aseguraba conocer desde hace años?
-¿L-Lo...? – musitó, con un nudo en la garganta. - ¿...lo dice en serio?
Sin percatarse, estaba llorando de nuevo, reflejando la desesperación que aún tenía atrapada en su pecho.
-Nunca miento. – aseguró el rubio, sonriendo. - Eso es lo que, por tantos años, me ha dado la confianza de mis subordinados.
La pelirroja agachó la mirada. Se limpió las lágrimas con las mangas del kimono blanco y comenzó a relatarle lo ocurrido aquella noche.
Fin del capítulo.
