Yuuri dormía a su lado. Solo estaba esperando el momento en que sintiera a este relajar los brazos que en ese momento se aferraban con fuerza a su cuerpo para dejar la cama e ir a su oficina. Era claro que esa noche no iba a ser capaz de conciliar el sueño, aunque en realidad ni lo buscaba. Sus ojos miraban hacia las cortinas que cubrían la enorme ventana y como estas se agitaban cada tanto a causa de una brisa que lograba colarse.
Percibía el calor de Yuuri a su alrededor, pero un perpetuo escalofrío en su espalda, arraigado a su espina, no le permitía disfrutar de la sensación. Se sentía helado, más no entumecido, como si esa noción gélida le permitiera mantenerse alerta a su alrededor, listo para saltar de la cama apenas notara el menor indicio de peligro.
Hacía ya demasiado tiempo que no se sentía tranquilo en su propio hogar. Le recordó prácticamente a toda su infancia y adolescencia, mismas que vivió bajo el techo de Baran, siempre temeroso, ansioso de que en cualquier momento quitara las sábanas y volviera a encontrar sangre fresca en ellas. O que volviera a ver a alguien pendiendo del techo desnudo, torturado, con la piel rasgada y amoratada. O que alguien volviera a desangrarse en sus brazos hasta morir…
Hacía ya demasiado tiempo que no sentía ese verdadero miedo nacer desde su estómago. De poderse mover, seguramente se estaría dejando consumir por la ansiedad, pero por lo menos la respiración de Yuuri lograba tranquilizarlo algunos segundos antes de que el miedo otra vez volviera a devorarlo, ahora siendo a su pareja a quien veía en aquellas fantasías: su cabeza degollada sobre la cama, su cuerpo herido y colgando, su sangre escurriéndose entre sus brazos.
Se movió con lentitud y salió de la cama alrededor de las cuatro de la mañana. Solo se detuvo unos segundos para asegurarse de que Yuuri no había despertado. Estaba desnudo, aunque había tomado su bata en el camino para liberar un poco a su cuerpo de los azotes de viento que lo hacían temblar, pese a que sabía que en realidad ese frío provenía de dentro de él.
Se sirvió una copa de whisky una vez en su oficina y se sentó en su escritorio para comenzar a beberla en silencio. Ahora ya no pensaba en esos recuerdos de infancia que habían renacido con el mismo terror de esos tiempos, pensaba en lo que ocurrido en la fiesta de ese día, en el "tratado de paz" que su hermano había presentado ante todos y en el beso (de muerte) que le había dado para sellarlo. No era idiota, y Markov lo sabía muy bien. Cuando ambos se alejaron y se dedicaron una última mirada, pudo ver reflejada en la de su hermano ese atisbo de triunfo que mucho le gustaba remarcar. Había logrado perturbar a Víctor, era consciente de ello, y se regocijó silenciosamente ante el plan que en ese momento resguardaba en su cabeza. Pero Víctor no podía descifrarlo y eso era lo que más le molestaba. Se sirvió la segunda copa y cerró los ojos. Era claro que algo tramaba y que Markov esperaba que fuera así, pero… entonces… ¿qué continuaba después de eso? Había una pista con que aquello hubiese sido una exhibición ante sus invitados. Víctor había estado trabajando para arrebatarle socios a su padre y, ciertamente, este había sido un proceso bastante sencillo de realizar. ¿Acaso con eso pretendían no perder más socios? ¿Que estos pensaran que ahora nuevamente estaban de un mismo lado? ¿Los pensaba utilizar como espías?
Se sirvió la tercera, pero detuvo el vaso antes de que tocara sus labios. Miró fijamente hacia una zona en específico de su pared, a un costado de la puerta de entrada. No veía nada, pero al mismo tiempo lo veía todo, como con el letargo producto del alcohol, las piezas encajaban poco a poco y una luz, parecida a una idea, comenzaba a formarse en su cabeza.
Dejó la copa llena sobre el escritorio y se puso de pie. En un par de pasos, estaba ya ante una pared cubierta solo por papel tapiz. Era bastante cliché ocultar la caja fuerte detrás de una pintura o un retrato grande, así que Víctor lo había hecho directamente en la pared, una que quedaba oculta tras la puerta al esta ser abierta. Aun mirándose con cuidado, era difícil identificar que había algo diferente en ella con respecto a las demás, y solo podía abrirse si se presionaba en una zona muy pequeña y específica que, obviamente, no estaba señalizada.
Víctor lo hizo, presionó ese punto sin problema y un pedazo de pared, que tomaba una forma rectangular ancha, se abría para revelar la puertecita secreta. Y ahí, tras ella, se escondía una caja fuerte. Para Víctor, solo había un único objeto que valía la pena proteger de esa manera, y era la única razón por la que todavía permanecía con vida: el testamento de Olenka Nikiforova. Víctor tecleó la clave y la caja se abrió. De ella extrajo el papel y, con este en mano, volvió de vuelta al escritorio. Suspiró cuando leyó nuevamente las palabras con un detalle casi clínico digno de un abogado. Y cuando terminó, sonrió. Ya sabía qué hacer.
Tomó su celular y enlazó dos números en una misma llamada: el de Christophe y el de Yuri.
—Necesito que vengan de aquí de inmediato.
—¿Ocurrió algo? —la voz de Chris se escuchaba preocupada, aunque algo somnolienta.
—No, solo vengan.
—¡Tienes que estar jodiendo! —Y la de Yuri estallaba en furia.
Cuando Yuuri despertó, no solo fue con la novedad de que Víctor ya no estaba en la cama ni que se encontraba preparando el desayuno, sino que Chris y Yuri estaban sentados en la barra de la cocina, ambos con una enorme taza de café. Chris lucía fresco y sonriente, al igual que Víctor, quien lo saludó con una grande sonrisa y corrió a su lado para besarlo en un gesto de "Buenos días"; en cambio, Yuri parecía que no había dormido casi nada y lucía como un gato rabioso apunto de saltar y encajar sus garras al primero que se atreviera a hablarle.
Era extraño, porque no solo los había despedido a todos la noche anterior con una angustia palpable en sus rostros y un aspecto bastante funesto, sino que el propio Víctor se notaba evidentemente perturbado, como nunca en todo ese tiempo lo había visto. Había conocido ya partes suyas muy ocultas e íntimas, pero el genuino terror que viborareaba en su mirada ni siquiera la había notado durante la tarde, cuando le había dicho que era mejor que no fuera a la fiesta para no exponerlo al peligro.
Al final, nada había ocurrido, pero al igual que todos, él tampoco se tragó ese supuesto acto de Markov por restablecer una relación con su hermano. Sin embargo, muy diferente a todos, no podía aún calibrar realmente lo que eso significaba.
Intentó hablar con Víctor, permitirle el espacio para que pudiera hablar y desahogar sus miedos con él. Tal vez eso hiciera que las ideas de su cabeza volvieran a moverse para darles un lugar más claro. Pero Víctor fue una tumba, una que lo tomó fuertemente y lo llevó hasta la cama para comenzar a devorarlo en besos ansiosos y necesitados. Yuuri se dio cuenta que lo que Víctor necesitaba en ese momento no era hablar, sino liberar la tensión de otra forma, así que lo permitió: permitió que este lo desnudara pieza por pieza, que arrojara cada prenda de la que era liberara al suelo y después marcara cada parte de su cuerpo. Cada movimiento fue desesperado, tembloroso, donde rezaba más la ansiedad que el deseo, pero Yuuri fue amable y cálido al abrigar el cuerpo de Víctor cada vez que podía, al recordarle que no era necesario ser brusco, sino que podían besarse con amor, con dulzura y comprensión.
Estaba listo para recibirlo y un gemido alto se enfrascó en aquella habitación cuando fue penetrado, seguido de los golpeteos insistentes, de la humedad agolpándose en su cuerpo, de los jadeos que hablaban en un línea bastante delgada entre el dolor y el placer. Víctor fue el primero en correrse y Yuuri, por un segundo, creyó que no lo lograría ese día, que tal vez Víctor estaba demasiado dentro de sí y de sus pensamientos como para darse cuenta, pero, para su sorpresa y el calor que extendió por su estómago, tras unos suaves jadeos para recuperar el aliento, Víctor tomó su pene aún erecto y comenzó a masturbarlo, a la vez que acariciaba su trasero y los labios se daban un banquete en su cuello. Le dio la atención que en un inicio no, y no se detuvo hasta que el orgasmo, ya próximo en él, terminó de estallar.
Después de eso, había visto a Víctor más relajado, así que supuso que el paso obvio era sencillamente dormir juntos, abrazados con delicia mientras el calor de sus cuerpos y los orgasmos aún los mantenían calientes. Sin embargo, había esperado ver a Víctor aún afectado por todo durante la mañana. Tal vez más abierto a hablar, pero aún preocupado, temeroso. Por eso le sorprendió verlo con su sonrisa de siempre, con esa actitud jovial y desinteresada que mantenía todo el tiempo.
Sabía que un poco de sexo no hubiera sido suficiente para tranquilizarlo de esa manera, así que algo debió pasar… Y la sospecha aumentó más con la presencia de Chris y Yuri ahí tan temprano.
—¿Qué ocurre, cariño? —cuestionó Víctor ante el prolongado silencio.
—Eso debería preguntar… ¿Qué hacen aquí?
—¡Ja! ¿Desde cuándo te sientes dueño del departamento? —Yuri gruñó alto antes de hundir sus labios en el café. Víctor, en cambio, lo miró suave, como un cachorro que trataba de entender qué era lo que veía. En este caso, qué era lo que pensaba.
—Ayer hicieron un excelente trabajo, solo quise invitarlos a desayunar. —Buena excusa, pero no la suficiente. Yuuri abrió los labios para hacer notar la obviedad de que ni Mila ni Otabek estaban ahí, pero Víctor continuó antes—. Mila y Otabek quisieron quedarse en casa a descansar, a ellos los invitaré a comer.
Un guiño en el ojo y Víctor volvió a centrar su atención en los huevos que revolvía sobre la estufa.
Yuuri no había quedado satisfecho, pero, en parte, se había acostumbrado a no hacer demasiadas preguntas ni escarbar muy profundo, incluso cuando la inquietud lo inundaba. Se había cansado más bien, pues entre más insistía, Víctor lo evadía con gestos más entusiastas y desesperados.
Dos semanas, y todo transcurría con una relativa normalidad. Relativa para Yuuri. El plan ya estaba puesto en marcha, pero como muchos de los negocios y trabajos de Víctor, este se desarrollaba tras bambalinas, oculto detrás de una nube espesa de indiferencia y secretismo. Christophe se encargaba de mover ciertos hilos legales, y aunque continuaba fungiendo como el chófer de Víctor en la mayoría de sus viajes, las clases de arma que daba a Yuuri habían vuelto a estar a cargo de Víctor, para desgracia de este primero.
No era que Yuuri no quisiera pasar tiempo con él, era que este se comportaba demasiado blando durante los entrenamientos; festejaba cada acierto con un asfixiante entusiasmo, mientras que, tras cada falla, recibía palabras de ánimo que lo cansaron rápidamente. Chris era duro pero preciso al momento de marcar sus fallos y arreglarlos para mejorar. Víctor trataba de no decirle nada, de contener el regaño, tal vez por temor a herir sus sentimientos. Además, más de alguna vez, aquellas sesiones terminaban en abrazos duraderos, en besos que los hacían olvidar cuál era el propósito de haber visitado ese campo. Y aunque siempre terminaba cediendo a la propuesta de volver pronto a casa para un poco de sexo, Yuuri solo deseaba internamente que Chris volviera a tomar el control de las clases. No necesitaba esa excusa para hacer el amor con Víctor cada vez que quisiera.
Sin embargo, y para mayor extrañeza de Yuuri, esa no fue la única rutina que cambió. O, en todo caso, el único maestro que fue reemplazado.
Un día, Yuri no se presentó a su práctica de combate cuerpo a cuerpo, sino que solo lo hizo Otabek.
—Estará ocupado en otros negocios —fue la explicación que el hombre le dio como respuesta cuando Yuuri le preguntó sobre la ausencia del otro. Misma respuesta (extrañamente) que recibió por parte de Víctor cuando lo cuestionó por lo mismo durante la cena.
No indagó más.
De todas formas, por lo menos este cambio no afectó la calidad del entrenamiento que recibía, así que pudo seguir siendo pateado del trasero una y otra vez, pero notando en cada ocasión que, con cada práctica, adquiría mayor resistencia a los embates y podía moverse con mucha mejor facilidad. Incluso Otabek había comenzado a enseñarle cómo esquivar golpes y hacer uso de su arma al mismo tiempo. Cómo golpear con la empuñadura de esta, cómo defender y evitar que alguien se la arrebatara. Eso sí le ayudaba a sentirse más seguro.
Habían pasado casi cuatro semanas. El plan continuaba. Víctor se mantenía al mando de las prácticas de disparo y Yuri todavía seguía sin aparecer en ninguna de las de pelea. No era que lo extrañara, pero el ambiente comenzaba a notarse algo tenso alrededor de todos. No solo Otabek ni Víctor, sino también Chris las veces que lo llevaba hacia el gimnasio y después arrancaba a toda velocidad para ir a otro sitio.
Esa tarde, fue la primera vez que pudo asestar un golpe certero contra la mejilla de Otabek. Pudo sentir la fuerza intensa con que su puño asestó contra la piel del otro, cómo vibró su brazo entero a causa del impacto. Retrocedió sorprendido, entre una mezcla de triunfo y algo de preocupación de tal vez haberse excedido. Ese fue su error: Otabek rápidamente agachó su cuerpo, lanzó su pierna contra las de él y logró derribarlo para retomar el control de la pelea. Yuuri en el suelo, Otabek encima de él. Y aunque de nuevo había perdido, una sonrisa confusa se mantenía entre sus labios al ver la marca rojiza sobre la mejilla contraria. De verdad lo había golpeado.
—Lo siento… —Aunque realmente no mucho. Yuuri había recibido ya decenas de golpes que lo llenaban seguido de moretones e hinchazón, se sentía bien por primera vez no ser el receptor de uno de ellos. Otabek suspiró.
—Debiste haber aprovechado la distracción para derribarme. —Porque sí, Yuuri había tenido el espacio de varios segundos, mientras Otabek aguantaba el dolor y la sorpresa, para poder someterlo por primera vez. Pero la emoción le había ganado.
—Para la próxima…
Otabek dedicó una de esas pequeñas sonrisas casi imperceptibles en sus labios.
—No te daré la oportunidad de nuevo.
El hombre finalmente se quitó de encima de Yuuri y le dio una mano para ayudarlo a levantarse. Sin embargo, apenas este pudo ponerse de pie, Otabek apretó aquella que sostenía y lo atrajo nuevamente hacia él. La pelea se había reanudado y, tal como este lo auguró, Yuuri no fue capaz de tocarlo otra vez. Sin embargo, aquella sensación que aún percibía en su puño lo había vuelto a revitalizar cuando sentía ya que su cuerpo de desmoronaría a causa del dolor y la fatiga.
Una vez más terminó sobre el suelo, esta vez de espaldas mientras Otabek doblaba su brazo y le arrebataba la pistola de juguete que usaban para entrenar.
—¡Ah! ¡Es suficiente! —Yuuri se quejó, pidiendo que finalmente la práctica terminara por ese día.
Entonces escuchó un disparo… Y la presión sobre su brazo desapareció.
Yuuri soltó un jadeo de alivio antes de percatarse que Otabek se desplomaba a su lado. Sus ojos llenos de brillo y de sorpresa. Sus labios abiertos, dejando escapar un quejido sin sonido. Y un agujero en el costado derecho de su cabeza.
Sangre, mucha, que pululaba sobre el suelo sin detenerse.
Yuuri la notó con claridad justo antes de mirar hacia los ojos de Otabek y notar cómo la sorpresa se transformaba en miedo… Y cómo estos no lo miraban de vuelta a él, sino tras su espalda.
No supo si el temblor que creyó notar en el cuerpo de este fue una respuesta al grito que no pudo soltar o a una convulsión a causa del último intento por mantenerse con vida. Solo supo que había muerto cuando todo volvió a quedarse sumido en la quietud, pero los ruidos a su alrededor no se detuvieron.
Eran pasos, voces, gritos que lo rodeaban, pero Yuuri no podía despegar la mirada de los ojos de Otabek, que seguían sin mirarlo, pero que ya tampoco miraban nada. Sin brillo… ¿cómo podrían hacerlo?
—¡Tómalo, rápido!
Y cuando alguien lo sujetó del brazo y lo hizo ponerse de pie, Yuuri la miraba aún: esa marca roja en su mejilla que había logrado hacerle con el golpe que asestó, y que ahora era cubierta por completo de carmín.
Entonces tuvo el pensamiento más estúpido que pudo cruzar por su cabeza en un momento así: "Yuri va a odiarme".
Víctor hubiera esperado algún mensaje claro, alguna señal de quién había sido, pero no encontró absolutamente nada: solo el cuerpo tibio de Otabek sobre un mar de sangre que ya se había vuelto pegajosa. Sin rastros de Yuuri, por supuesto.
No le cabía duda que eso había sido orquestado por algún miembro de su familia, sin embargo, se sintió extrañado de que no hubiera una clara declaratoria al respecto. Sabía que había sido pura mierda aquel pacto de paz que Markov había hecho público, sin embargo, se confío estúpidamente de que los siguientes pasos después de eso no pondrían en peligro a su Yuuri o a los demás de manera tan inmediata. Creyó que por lo menos tratarían de guardar las apariencias un poco más, creyó que tendría tiempo.
Se había concentrado demasiado en monitorear los pasos de su plan que sencillamente olvidó resguardar su punto más débil. ¿Acaso ese siempre había sido el propósito de eso?
—¡Mierda!
No necesitó voltear para saber que Chris había llegado. Fue el primero a quien llamó cuando se dirigió al gimnasio para recoger a Yuuri y llevarlo a cenar. Había sido extraño no recibir el mensaje de su pareja, y esa debió ser su primera señal para saber que algo había ocurrido.
—Ya movilicé a nuestra gente, la prioridad es encontrar a Yuuri.
Víctor asintió, hipnotizado por la escalofriante imagen de un Otabek que no se movía, que miraba a un costado sin realmente ver nada. Sus ojos estaban apagados, desorbitados, y la sangre había dejado de correr. Estaba acostumbrado a siempre verlo tan serio, tan callado y quieto que, aunque intentaba imaginarselo de esa manera, era imposible engañar a su mente en ese momento y hacerle creer que seguía vivo. Y entonces, el pensamiento más estúpido pasó por su cabeza: "Yuri va a querer matarme".
—Yuri no sabe de esto, ¿cierto?
—No —respondió Chris.
—No debe saberlo, Yo se lo diré cuando vuelva.
No era necesaria esa petición, ya que también Chris había pensado que lo mejor era mantener esto en secreto, pero no quiso contradecirlo. El plan requería que la comunicación con Yuri estuviera estrictamente prohibida. No podían saber de él, no podían intentar llamarlo o siquiera enviarle un mensaje, debían esperar que fuera este quien se comunicara primero con ellos. Tal vez pasarían un par de semanas más antes de obtener alguna señal suya, y quiso sentir pena… Pena de que Yuri no sería capaz de despedirse de él por última vez.
Sí, iba a asesinar a Víctor cuando se enterara.
—¿Podemos ya disponer del cuerpo?
Víctor alzó la mirada para observar a uno de sus hombres. Otros esperaban detrás de él, con guantes, cubrebocas y una lona negra, dispuestos para comenzar a tratar a Otabek.
Sin palabras, asintió y se encaminó hacia la salida. No sabía a dónde ir. Era claro que no volvería a casa, pero… ¿por dónde comenzar a buscar a Yuuri? Porque sí, pese a todo, su esperanza se ceñía instintivamente a la idea de que Yuuri estaba con vida aún. Si hubieran querido asesinarlo, lo habrían hecho en ese momento junto con Otabek, pues era obvio para él que habían sido tomados por sorpresa. Este murió con su arma dentro su cinturón, lista para ser sujetada.
Se habían llevado a Yuuri porque planeaban algo con él. Nada bueno, era obvio, pero trataba de no dejar volar su imaginación con las posibilidades o entraría en pánico. Se necesitaba tranquilo, con la cabeza fría para pensar con claridad, y por eso trataba de calmarse con esa verdad que se metía muy dentro de sí: Yuuri seguía con vida, así que aún existía la completa posibilidad de salvarlo.
Estaba a punto de subir a su vehículo cuando su celular comenzó a sonar. Un número desconocido, por supuesto, y eso fue suficiente para saber que su primera sospecha era cierta.
—Víctor, brat, ¡hace semanas que no hablamos! No olvides aún que hemos decidido trabajar juntos de nuevo… —Víctor quiso reír. De tenerlo frente a él, seguro le hubiera escupido. Sin embargo, lo dejó hablar. Quería saber qué planeaba—. Por eso es que tenemos una sorpresa para ti, así que ven a verla de inmediato… —Sus labios temblaron y tuvo que apretar los dientes y morderse la lengua para no decir más—. Debe ser ahora. No deseo que se estropeé antes de tiempo.
Lo siguiente que apretó fue su teléfono, casi hasta hacerlo reventar en su mano.
No lo habían citado en la mansión de su padre como creyó en un inicio, sino que el domicilio que su hermano le envió en mensaje fue uno completamente distinto. Víctor conocía la zona, pero no tenía idea de qué su familia tuviera una propiedad en ella. Aunque, si lo pensaba solo un poco, resultaba obvio que fuera así, después de todo, se trataba de una de las zonas más adineradas de la ciudad, aunque esta no se expresaba en enormes casas o mansiones como la de su padre, sino que todo la opulencia se concentraba en edificios altos y departamentos de lujo que podían abarcar una planta entera ellos solos.
Sin embargo, algo no cuadraba en todo eso: si realmente estaba yendo a un departamento que le pertenecía a Markov o a otro miembro de su familia, no podía imaginarse que alguno estuviera dispuesto a manchar con sangre el mismo sitio donde dormía. Qué difícil era ocultar una muerte en esos sitios donde la seguridad estaba a la orden del día, a menos que fuera una propiedad enteramente suya como lo era el edificio, más pequeño y "modesto", donde Víctor vivía. No obstante, pese a eso, este nunca iba a atreverse a llevar a cabo un asesinato en su sala. Era demasiado… problemático.
Aunque claro, Víctor siempre fue de un actuar mucho más prudente e invisible, mientras que su familia se había acostumbrado ya a escudarse un poco bajo el peso de su apellido para mostrar sus acciones con la claridad del día. Así, mientras que por algún plan no necesitaran guardar apariencias, estaban encantados de que todo el mundo supiera que ellos eran los causantes de algún acto criminal.
Christophe se detuvo justo frente a un edificio de lo que parecían ser más de treinta pisos, y uno de los porteros se aproximó de inmediato hacia la puerta trasera, donde Víctor viajaba. Era un hombre algo mayor, quizá cerca de su jubilación, con su cabello y bigote bien delineados, aunque con varios tintes de canas que delataban su edad. Le sonrió genuino a Víctor cuando este bajó la ventanilla para verlo con claridad. Con ese sencillo gesto, Víctor supo intuir que se trataba de un trabajador normal del edificio y no de un hombre al servicio de algún Nikiforov.
—¿A quién visita, señor? —el portero preguntó de manera obligatoria. Solo inquilinos e invitados podían ingresar.
—Markov Nikiforov.
El gesto del hombre se transformó de manera evidente. No trabajaba para su hermano, eso era más que claro, pero vaya que parecía saber de quién se trataba. Asintió y, con una voz mayormente firme que, sin embargo, de vez en cuando dejaba escapar algún ligero temblor, indicó el camino que debía tomar hacia el estacionamiento subterráneo y el lugar donde podría estacionar la camioneta. Después le dijo que tomara el elevador hasta el piso 35.
Víctor le agradeció sin ninguna sonrisa. Normalmente lo hubiera hecho, le habría sonreído para hacerle saber que todo estaba bien, pero es que la situación no era la indicada, y la preocupación y la rabia le habían carcomido cada gramo de empatía. Era él quien ahora necesitaba escuchar de alguien que todo estaba bien, que Yuuri lo estaba.
Cuando la ventanilla subió y Chris arrancó el carro de nuevo, soltó un suspiro. El silencio se había apoderado desde el primer momento en que ambos subieron al vehículo para conducir a ese lugar, y la tensión se volvía más ansiosa, más fina y vibrante conforme Chris buscaba el sitio para estacionar.
Ambos bajaron, dieron la vuelta para encontrar el sitio donde estaba el elevador y entraron apenas este llegó para recogerlos.
Piso 35.
Sótano.
Planta Baja.
Piso 1.
Piso 2.
Piso 3…
Y así sucesivamente.
Víctor no supo qué camino era más un martirio, si enfrentar el horrible tráfico que los había entretenido más de lo habitual en plena avenida o esos malditos números que veía cambiar en la pantalla encima de la puerta con una lentitud que lo asfixiaba.
Piso 11.
Piso 12.
No era habitual que se sintiera enclaustrado en lugares pequeños como ese, que se mostrara inquieto, que fuera tan evidentemente una completa víctima del pánico que lo consumía de adentro hacia fuera.
Piso 17.
Pero es que esos malditos números no avanzaban más aprisa. El elevador no lo hacía. Y casi quiso arrojarse contra la mujer mayor y el joven que subieron en el piso 19 y apretaron el botón del 24. Pláticas frívolas que se apagaron apenas pusieron un pie dentro. Chris, que había permanecido cerca de la puerta, caminó hasta el fondo y se quedó de pie junto a Víctor. Así continuaron subiendo, este con esa ansiedad palpitante, ese terror, esa idea que estaba ahí ya en su mente, pero que Víctor ignoraba para no caer presa, por fin, del pánico absoluto.
Piso 24.
El elevador se detuvo. Víctor cerró los ojos y tomó un gran bocado del aire climatizado que logró entrar en ese momento.
Piso 25.
Piso 26.
Sabía que estaba cerca, que por fin llegaría, y eso, en lugar de terminar de sellar su ansiedad, la disipó. No porque dejara de existir, seguía ahí anidada en la parte más exterior de su pecho, sino porque se estaba esforzando por volver a su papel: era fundamental, por la seguridad de Yuuri, que actuara como siempre lo hacía, como ese Víctor frío, desinteresado, que mostraba una sonrisa inmutable sin importar cuantos golpes dieran contra él. Debía hacerles saber que no estaba preocupado, que no le importaba lo que pudiera ocurrir.
Piso 29.
—¿Cuál es el plan? —Chris lo interrogó con voz baja, fingiendo dirigir su vista sin interés hacia la pantalla con los números cambiantes.
—No lo sé…
No había un plan. No tenía idea.
Piso 32.
Pero había logrado encontrar el punto que necesitaba, ese en el que podía percibir sus emociones al filo, pero cubiertas por una tapa dura que las mantendría en su lugar el tiempo que fuera necesario. Esa era su máscara. Su rostro. Su sonrisa.
Piso 34.
Soltó el aire.
Piso 35.
La campana de anuncio sonó y Víctor abrió los ojos. Frente a él, tras la puerta abrirse, vio un corredor de un blanco perlado hermoso e impoluto, y un piso amormalado de tonalidades beige y crema. Salió junto con Chris. Miró hacia su derecha, el corredor seguía por varios metros hasta perderse contra una pared. Sin puertas ni ventanas. Hacia su izquierda, había una única puerta de dos plazas. Parecía ser de madera, aunque seguro era solo efecto del diseño.
Caminó hasta ella, con Chris siguiéndole apenas un par de pasos atrás. Pero antes de tocar el timbre eléctrico a un costado, la puerta se abrió y una mujer cercana a los cuarenta años lo recibió con una expresión seria.
Claro que lo tendrían vigilado.
—Adelante, señores, sean bienvenidos.
Sin pedirle que se identificara, sencillamente dio unos pasos hacia atrás y los dejó pasar. El departamento en su interior era todo lo que Víctor había esperado: ventanales enormes que abarcaban toda la pared y dejaban mostrar un paisaje hermoso de la ciudad; una puerta a un costado que accedía a una terraza con lo que parecía ser un jacuzzi; muebles de calidad que lo decoraban entero, incluyendo la sala con tres sillones, seguramente de piel, una enorme tele de plasma y una cocina completamente equipada con una barra. A los extremos, varias puertas que seguramente llevaban a las habitaciones y baños terminaban de dibujar el entorno.
Sin embargo, lo que Víctor esperó también, pero no recibió, fue encontrar a varios guardias rondando el lugar, incluso recibiéndolos con una inspección exhaustiva para retirarles sus armas apenas dieran unos pasos dentro. No obstante, la realidad fue otra: además de la mujer que les había abierto la puerta, se encontraba un hombre de traje sentado en el sofá, mirando un partido de futbol. No era un amigo; por su postura y su mirada que rápidamente cayó en él y en Chris, era claro que se trataba de un guardia. Sin embargo, no hizo ningún ademán alguno de acercarse.
Quien sí lo hizo fue Markov, que sorprendemente vestía de una forma demasiado casual, como quien lo haría en su propia casa: pantalones deportivos grises, algo holgados, y una camiseta blanca sin mayor diseño. Este, también en el sofá, se levantó apenas miró a Víctor y se apresuró hasta él para recibirlo con un efusivo abrazo, como si de verdad estuviera entusiasmado con su visita.
—¡Brat!
Fingía, por supuesto, aunque Víctor no lo rechazó. Le seguiría el juego, primero tenía que adivinar qué mierda planeaba. Chris se mantuvo quieto, pero cerca, con su vista fija en Markov por si sacaba un arma de la nada, pero en realidad solo abrazó a Víctor por un par de segundos.
—Tranquilo, pareces tenso —se burló el hombre apenas se separó un poco, no sin antes darle unos pequeños golpecitos en la espalda—. No voy a morderte. Al contrario, debes agradecerme por haber encontrado un traidor entre tus filas.
Por supuesto, Víctor pensó en Yuuri, pero solo porque sabía que era él la razón por la que Markov lo había atraído hasta ahí en primer lugar. Y claro que estaba seguro de que su hermano mentía, pero seguiría con el juego solo otro poco más. Aún no adivinaba del todo qué pretendía, aunque comenzaba a hacerse una idea más clara.
—¿Traidor?
—Sí, ese socio tuyo del bar… Katsuki, ¿no? —Markov lo miró atento en espera de alguna reacción, pero Víctor había aprendido bien a mantener la compostura, aunque, cuando se trataba de Yuuri, resultaba algo difícil de dominar—. ¿Sabías que intentó comunicarse con nuestra hermana? Y tuvieron una muy interesante conversación.
Todo estaba preparado: Markov tomó el control remoto que había botado en el sofá cuando Víctor llegó. Cambió el partido que su guardia veía sin interés y entró a una sección de "Medios", donde podía verse un único track esperando para ser reproducido. Makov no hizo mayor introducción, sencillamente dio play a la pista y dejó que esta hablara por sí misma.
Víctor apretó los labios, inquieto. La voz que había comenzado a escuchar sonaba realmente como la Yuuri, sin embargo, al mismo tiempo no creía que fuera él. No era solo por la confianza que le tenía y porque estaba seguro de que este nunca lo traicionaría, sino porque la forma en que se expresaba ese hombre era… diferente. Mucho más cordial, como si se hubieran esforzado por imitar la esencia respetuosa en que suelen comunicarse las personas japonesas, sin obviar el hecho de que Yuuri se había criado allí y no en Japón, y que no había tenido a una familia tras de él que lo criara de esa manera.
La conversación que sostenía con quien supuestamente era su hermana no resultaba relevante para él, solo hablaban sobre como Yuuri le solicitaba dinero a ella a cambio de darles información sobre Víctor, su gente y sus negocios.
Era tan… falso, que incluso parecía apropósito, y eso fue lo que verdaderamente le preocupó a Víctor. ¿Por qué el teatro? ¿Por qué tan poco el esfuerzo de venderle esa clara mentira? Su vista se mantuvo fija en el televisor, aunque no había imágenes que apreciar, solo la barra de duración moviéndose conforme el audio avanzaba. No obstante, podía sentir la mirada de Markov pegada a él, atento, escudriñando hasta la más mínima reacción suya.
—¿Y bien? —cuestionó este cuando la conversación, de alrededor de cinco minutos, finalmente terminó. Había concluido con su hermana negándose al trato y un "Yuuri" molesto diciéndole que lo lamentaría.
—De verdad no puedo creer que sea Yuuri. —Y claro que no lo hacía, pero trató de fingir indignación y sorpresa, aunque se sentía ridículo cuando todo era tan obvio—. ¿Qué hiciste con él? ¿Acaso…?
—No te preocupes. Sigue con vida. —Víctor contuvo un respiro de alivio, eso era lo único que le importaba en realidad—. Lo dejé vivo para ti.
Una señal, y tanto él como Chris siguieron a Markov y su guardia hasta las habitaciones. Allí, en una que no se habían molestado siquiera en decorar, encontraron a una persona sentada en una silla de madera, sujeto por los tobillos y las muñecas, y con un saco que le cubría por completo la cabeza. No era la única, también había otro hombre que parecía cuidar de él desde una esquina del cuarto.
Víctor notó el detalle de los anteojos rotos en una esquina. Eran idénticos a los Yuuri, y aunque algo no se sentía bien en todo eso, esta vez sí les creyó: la persona que tenía enfrente debía ser Yuuri, incluso hasta su ropa era la misma que este estaba usando antes de desaparecer, cuando se despidió de él para ir a entrenar con Otabek.
Aún era demasiado pronto para actuar, incluso aunque su corazón aguantaba el enorme impulso de correr hacia él y abrazarlo, protegerlo.
—Dispuesto para ti, brat. Te quería dar el honor de acabarlo por ti mismo.
Víctor había comenzando a percibir un zumbido molesto en los oídos. Se sentía agitado en aquella habitación, donde el aire parecía hacerse cada vez más denso y difícil de tragar. Pero trataba de mantener el hilo de sus pensamientos. Había algo raro. Algo que no cuadraba… No era el aire. No era Markov. Era Yuuri… pero… ¿qué?
—¿Por qué mataste a uno de mis hombres para capturarlo?
Sus ojos estaban puestos en el hombre atado frente a él. Este se movía, agitaba, y un sonido ahogado, pero sin forma, escapaba de sus labios. No podía ver a través del saco, pero podía imaginarse que este estaba amordazado.
—Lamento mucho eso, pero lo protegías demasiado bien. Tuvo que haber un pequeño precio que pagar.
Aquel intentaba escapar. Intentaba hablarle, pero no lograba entender. ¿Había reconocido su voz? ¿Sabía que estaba allí para salvarlo?
—Pudiste habérmelo dicho, lo hubiera capturado y matado por mí mismo. Mataste a un hombre valioso.
—¿Me hubieras creído?
No. Porque Yuuri, el Yuuri frente a él… ¿Qué era? ¿Qué era eso que estaba obviando? Sabía que el de la voz en el audio que escuchó no era él, pero al que tenía enfrente… El que se movía. El que intentaba hablar y pedirle claro que sí era Yuuri.
Tenía que serlo.
—Te creo ahora.
Pero… ¿Yuuri le pediría ayuda?
—¿Es así? Entonces dispara. Dejaré que mates a un hombre mío a cambio… O que lo tomes como tuyo. Lo que quieras.
Ese… ¿de verdad era Yuuri? ¿Por qué Markov no le quitaba el saco de la cabeza y se lo mostraba? ¿Por qué no le pedía a este que se lo retirara y pudiera confirmar que realmente era él? ¿Pero qué haría si lo era? ¿Qué…?
—Es un traidor, ¿no? Debería ser castigado… A menos que… haya algo más importante que te lo impida.
Ah… era eso. Víctor finalmente lo comprendió. Lo estaban probando, probaban si realmente era capaz de matar a un simple socio. Porque Víctor lo haría de ser necesario, de tratarse de verdad de un traidor lo haría. Pero nunca se atrevería a lastimar a alguien importante, mucho menos al hombre que tomaba el puesto que Yuuri tenía para él. Y ellos lo sabían.
Ahora lo entendía, y tuvo que sacar el arma porque Markov esperaba por él. Presintió la tensión que Chris se cargaba consigo en ese momento que esperaba detrás de él, la tensión de los otros y la diversión de Markov por jugar a un juego que sabía ganado. Si se negaba a matar a Yuuri, los tres podrían ser abatidos en ese momento. Víctor podría intentar atacar a Markov, pero seguro que había algo ya planeado en ese caso.
Sin embargo… Algo, algo seguía estando mal. Algo que…
Miró a "Yuuri" fijamente… Y, durante un breve segundo en que este se mantuvo quieto antes de continuar moviéndose para intentar escapar de sus ataduras, lo notó: sus hombros estaban rectos, ambos corrían en una línea exacta que iba de derecha a izquierda y viceversa. Y eso no estaba bien, no era correcto. Yuuri tenía los hombros disparejos, el derecho siempre se encontraba más inclinado por más que este tratara de pararse recto. Siempre pensó que eso era consecuencia al disparo que le dio, por antes de eso nunca lo había notado las pocas veces que lo vio de lejos. Claro en ese entonces no era importante.
Lo observó con más detalle y, a pesar de que el hombre que tenía frente a él era de un tamaño parecido al de Yuuri y su complexión era bastante similar, más bajo que él, ligeramente regordete, aunque había perdido algo de peso gracias a sus entrenamientos de pelea con Yuri y Otabek, no podía quitarse de la cabeza aquellos hombros rectos que no debían ser así.
—¿Y bien? ¿Por qué lo dudas, brat?
Víctor alzó su brazo con firmeza y apuntó el arma.
Él no era Yuuri.
No, no podía serlo.
Miraba sus hombros rectos y estaba cada vez más seguro de eso, pero… ¿Y si se equivocaba? ¿Y si se atrevía y mataba al hombre que amaba?
Pero no lo era.
No era Yuuri.
Y disparó sin pensarlo más.
Chris no fue capaz de disimular la sorpresa. Estaba preparado para arremeter, para rescatar al hombre que él suponía se trataba de Yuuri, pero ahora miraba estupefacto como el cuerpo se derrumbaba junto con la silla.
Dos muertes. Dos diferentes tipos de sangre que corrían por un suelo distinto.
Víctor se quedó sin aire y, por un segundo, por primera vez en mucho tiempo, creyó que había cometido un terrible error. Aún no podía ver el rostro, el saco se había mantenido sobre la cabeza pese a que el disparo en el pecho lo hizo caer.
Pero no lo era. No era Yuuri. No podía serlo.
¿Pero y si sí? ¿Y si lo había ma…?
No, no era Yuuri.
Markov sonrió, sin palabras. O tal vez sí dijo algo, pero Víctor no fue capaz de comprenderlo. El sonido del disparo se desplegaba aún por sus oídos. Se rompía, como un zumbido mortal que vibraba desde adentro y se expandía hacia el exterior. Alguien lo sostuvo discretamente. ¿Chris? Había olvidado que estaba ahí.
Solo miraba la sangre. Al hombre. A Yuuri…
No, no era Yuuri.
Al hombre cuyo cuerpo había dejado de moverse… de respirar… de vivir…
No era Yuuri.
El silencio fue desgarrador mientras bajaban, pero los 35 pisos transcurrieron en apenas un pestañeo para él.
No lo era.
Así como la despedida del portero. Chris yendo por la camioneta. Ayudándolo a subir.
No lo era.
Y su corazón apenas vibrante hasta que, calles después, Chris detuvo el vehículo.
—¡Qué mierda, Víctor!
Entonces el aire volvió, el tiempo en pausa dejó de estarlo… y el terror lo desgarró a la mitad…
Pero no, no era Yuuri.
—Él no era… E-ese… ¡Ese hombre no era Yuuri! ¡No lo era!
Pero… si Markov no lo tenía, entonces… ¿quién?
Agradecimientos especiales a Casandra Pérez, ya que gracias a ella este capítulo pudo ser actualizado el día de hoy.
