«El primer día de amor me envolviste en la palabra especial.»
—Rupi Kaur.
A menudo los compañeros de trabajo e incluso amigos de Aioros y Mei les preguntaban si era difícil vivir juntos. La respuesta era sí. Era complicadísimo sobretodo al momento de tener que tratar con ciertos hábitos desagradables que el otro tenía y a los que no se acostumbraban. De igual forma a veces tenían problemas acoplándose a los horarios del contrario. Pero ya llevaban cinco meses viviendo juntos y poco a poco estaban tomando el ritmo y habituándose a estar juntos todas las mañanas, a repartirse los gastos y tareas del hogar y otras cosas que en un principio cuando tenían espacios separados ni siquiera pasaban por sus cabezas. Les estaba yendo bastante bien y si bien la monotonía era algo que en un principio temían. La rutina no lograba cambiar sus sentimientos y de hecho aprendían con el tiempo a enamorarse más de las pequeñas cosas que el otro ofrecía.
Una de las pequeñas favoritas de Aioros era el despertar a Mei.
Aioros había oído de sus compañeros que normalmente las mujeres eran las primeras en despertarse cuando una pareja vivía junta. Pero no era así en su caso. Trabajar en el departamento de policía lo obligaba a madrugar bastante y a veces lo hacía despertarse de repente a altísimas horas de la noche. Muy rara vez descubría a su novia despierta antes que él a no ser que ella de plano estuviese pasando por insomnio. No es como si se quejara en absoluto con esto.
Porque sin importar los días que pasasen juntos Aioros no podía evitar que el corazón se le entibiase de ternura al ver a Mei dormir. Si bien no era un secreto en lo absoluto que Mei era una mujer hermosa, Aioros sentía que verla durmiendo, con un rostro tan inocente y pacífico que era díficil no quedársele mirando por un rato cuándo menos largo. Al menos para él.
Quizá sólo fuese idea suya el pensar que Mei se hacía incluso más bella cada día.
Como en esa madrugada en la que Aioros se preparaba para irse. Se colocó el chaleco antibalas y fue a la habitación a despertar a su chica. Pero una vez en la habitación no pudo evitar detenerse, como tantas veces lo hacía, a observar con dulzura a su novia dormida. El pelo largo algo desordenado y cayéndole sobre el rostro, las sombra que sus pestañas formaban y los labios rosas cerrados. Parecía salida de la ilustración de algún cuento de hadas. De hecho casi le daba lástima tener que romper aquél encanto pero era momento de comenzar las obligaciones del día.
—Mei... —Aioros se inclinó y la movió suavemente del hombro— Amor. Es hora de levantarse.
La chica frunció con suavidad el ceño y se removió, como queriendo hundir más el rostro en la almohada. También dejó salir un sonido de queja. No quería levantarse.
—Mei... Son las siete de la mañana y debemos desayunar —ella se volvió a quejar y no hizo ademán de querer levantarse, la sonrisa de Aioros creció, juguetona—. Mei Ling. Si no te vas a levantar tú misma tendré que levantarte yo.
—No... Lo harías —murmuró la mujer semidormida aún.
—Claro que sí —contestó el castaño con cierta malicia en su voz. Dicho esto mandó fuera la sábana que cubría a Mei de un tirón.
De por sí la mujer se sobresaltó cuando le arrancaron de repente la sábana. Casi le da un ataque al corazón cuando los brazos de su novio la arrebataron de la cama y pasaron a cargarla cuál princesa con cierta brusquedad. Mareada por el movimiento repentino y sin darse cuenta aún abrazando la almohada Mei sólo fue consciente de lo que había pasado cuando escuchó la carcajada de Aioros. Frunció el ceño y comenzó a patalear en brazos de Aioros.
—¡No te rías! ¡Casi me das un infarto con ese truco! —exclamó la mujer tratando débilmente de golpear con la almohada la cabeza del castaño, pero la sujetaba con tan poca fuerza que cayó al suelo en cuánto la movió.
—Pero te despertaste —contestó Aioros entre risas sin dejar de cargarla.
—¡Estaba despierta desde la primera vez que me llamaste para tu información! —replicó la joven aún pataleando.
¿Quién podría pensar que la elegante Mei Ling se pondría a actuar como una niña mimada si quería hacerlo? No dejaba de causarle risa al hombre esa faceta de su novia. Y por qué no, se le hacía de lo más adorable. A veces le daban ganas de grabarla, y la mayoría de las veces Aioros sentía también el impulso de cubrirla de besos, impulso que no lograba resistir la mayoría de las veces y terminaba besando todo lo que encontrase de ella. Mientras ella hacía más rabietas diciendo que estaba molesta pero sin resistirse a sus caricias. Sobraba decir que ella la mayoría de las veces terminaba devolviéndole la lluvia de besos y se les iba la mañana dándose mimos... Era eso o que ella lo apartase de un almohadazo.
—¿Que estabas despierta dices? —respondió Aioros aguantando la risa esta vez— ¿Tenías ganas de levantarte aunque estuvieras despierta?
Mei lo fulminó con la mirada mientras que su rostro se coloraba todavía más de lo que estaba antes por la posición. Aioros se rió y se inclinó para besarle la nariz arrugada.
—Mejor vamos a hacer el desayuno, amor.
—Bájame primero —le dijo Mei exigente.
—No. Me siento a gusto así.
Mei refunfuñó. Pero tampoco intentó soltarse y Aioros volvió a reír mientras la llevaba en brazos y en pijama por el pasillo.
Definitivamente, uno de sus momentos favoritos de la mañana era despertar a su chica.
Aioros llegó agotado al anochecer después de haber terminado sus respectivas patrullas junto a su amigo Shura. Mei no llegó a recibirlo, el bolso grande que siempre se llevaba con ella al jardín de niños estaba en uno de los sillones de la sala y la casa estaba silenciosa, así que Aioros asumió que se habría ido a pasar el rato con su mejor amiga o a visitar a su familia. Se arrojó en el sofá más grande de la sala apenas se sacó su propio bolso y el chaleco. Se quedó ahí estirado pensando que simplemente descansaría un rato antes de cambiarse o buscar algo de comer. Pero no supo en qué momento se quedó dormido.
Aioros despertó de pronto cuando sintió un peso abrupto sobre él casi que sacándole el aire. Abrió los ojos con dificultad y trató de apartar con los brazos lo que sea que tuviese encima. Pero se relajó al instante cuando se encontró con el rostro de Mei, que le sonreía juguetona.
La mujer había llegado alrededor de las nueve de la noche de estar con su amiga Soi Fong, a quien ese día se había topado saliendo del jardín de niños en el que trabajaba. Habían estado un buen rato paseando, hablando de lo que sea que se les ocurriese e incluso habían ido a tomar un chocolate juntas, Soi Fong había ido a acompañarla a su casa cuando se dio cuenta de que estaba muy entrada la noche, pero Mei prefirió quedarse con su amiga en la recepción hasta que rato después ésta fue recogida por su pareja. Una vez la otra mujer se fue Mei subió al apartamento que compartía con Aioros, y retuvo una carcajada cuando lo vio dormido a pata suelta en el sofá de la sala, sin siquiera haberse cambiado el uniforme. Su pobre amor estaba siendo bastante presionado en el trabajo últimamente.
Por otra parte, era su oportunidad de tomar una pequeña venganza por lo que le hizo en la mañana.
Silenciosamente la joven se quitó los zapatos, no es como si fuese demasiado necesario ser discreta porque su novio daba la impresión de que un tornado junto a su ventana difícilmente lo despertaría. Se inclinó con lentitud sobre el hombre dormido y luego saltó. Cayendo sobre Aioros que no tardó en despertarse sobresaltado por el peso inesperado. Una vez vio que se trataba de ella bufó.
—Pudiste haberme llamado —le dijo con la voz algo ronca por el sueño.
—Yo te llamé —respondió Mei.
—No es cierto —replicó Aioros.
—Pues no —Mei lo acompañó con una sonrisa traviesa, una que también a Aioros lo hizo sonreír.
—¿Es una venganza por cómo te desperté en la mañana?
—Tan guapo como listo, mi amor —Mei cruzó los brazos sobre el pecho de Aioros y apoyó la barbilla en este— ¿Cuántas horas llevas dormido?
Aioros se fijó en el reloj de la pared se fijó en la hora. Nueve y catorce minutos de la noche.
—Como tres horas —respondió mientras sus brazos ahora rodeaban la cintura de la fémina. Ella se acomodó de tal forma que sus piernas quedaron a ambos lados de la cadera de Aioros.
—Ya que no te cambiaste antes de dormir supongo que no has comido nada tampoco ¿Cierto?
El estómago de Aioros respondió por él con un fuerte gruñido. El castaño sonrió tímidamente y Mei soltó una risita.
—Lo suponía... ¿No te duele la espalda? —preguntó ella.
—Antes no me dolía. Después de que saltaras sobre mí es probable que sí —reprochó el castaño en tono medio de broma, medio en serio. Ella sonrió y juguetonamente le dio un empujón en el hombro.
—No sé cómo no has muerto todavía —dijo ella.
—No podría dejarlos a ti y a Aioria solos —contestó el castaño y al tiempo una de sus manos apartó un mechón de cabello del rostro de Mei. Ella se apoyó en su cabeza.
—Eres un amor —dijo Mei.
—Por eso me amas ¿No? —bromeó el hombre.
—Pero mi amor no va a llenarnos el estómago —Mei se quitó de encima de Aioros y se puso de pie, Aioros por su parte la miró algo decepcionado. La posición empezaba a resultarle cómoda—. Ven, tenemos que cenar.
Aioros también se puso de pie de un salto cuando su estómago volvió a gruñir de manera bochornosa. Su novia sólo se rió.
