Algunas noches de copas
Koushiro sentía pesados los párpados y le costaba mantenerse recto sobre el taburete. Sus compañeros de trabajo seguían bien despiertos; él sospechaba que tomaban algo más que café. Empezaron a darse codazos unos a otros y a mirar en la misma dirección.
Una de las pocas mujeres que había en el bar se había puesto a bailar, lento pero alegre. Se dio cuenta de que la miraban, les saludó con la mano y siguió como si estuviera sola.
Koushiro no tardó en reconocer a la mujer, aunque al principio pensó que debía tratarse de una alucinación. Ella le hizo un guiño.
—Es una amiga, se llama Mimi —explicó a los curiosos.
—¿Tuya?
—Sí. Pero olvídate: tiene pareja.
—Lástima.
La mujer, la más bonita para él, se acercó; le hizo una seña para que salieran un rato. La siguió. Debido al viento, no se alejaron mucho de la pared.
—Pensé que nunca salías.
—Con los del trabajo alguna vez tengo que hacer el esfuerzo. Si no, te empiezan a excluir de todo.
Mimi asintió. Se quedó callada, escuchando la música.
—Deberías salir conmigo también, y con los demás. Pero sobre todo conmigo —le dijo, sin dejar de bailar, incluso más despacio que antes.
—Algún día, sí.
—Y te enseñaré a bailar.
Mimi se agarró de su espalda
…
Salieron solos, un día entresemana. Koushiro había prometido irse pronto, pues tenía trabajo al día siguiente. Mimi le dijo que no se preocupara, que le haría cumplir la promesa. Desconfió, pero se dejó llevar. Encontraron muchos bares abiertos, aunque casi vacíos en comparación con un fin de semana. La gente que había en ellos también era distinta. Estaban más callados, más juntos, más tristes, también más corrientes.
Mimi seguía siendo la más bonita.
No solía agradarle la gente bebida, pero Mimi tenía un beber muy gracioso y hasta tierno.
—Date un poco de prisa en terminar —aconsejó ella—, hoy cierran antes.
Cuando salieron del bar, en una acera poco concurrida, Mimi trató de enseñarle a bailar. Él la siguió, agarrándola por la cintura.
—Deberíamos ser novios —le dijo y le besó en los labios.
—¿Por qué? —preguntó Koushiro, recibiendo otro beso, cerca de la boca.
—Es obvio, tonto. Nos enseñaríamos muchas cosas. Tú me enseñarías paciencia y a dudar un poco más. Me enseñarías a pensar en que las cosas pueden volverse serias. Y yo te enseñaría a reír a pesar de todo.
—Lo pensaré —dijo Koushiro, sonriendo, feliz, sabiendo que mañana Mimi diría algo muy diferente. Mimi se dedicaba a ser niña, a estar en el momento. Decidió besarla hasta que se cansasen.
Al rato, se tumbó en un banco. Koushiro se sentó junto su cabeza y ella usó su pierna como almohada.
—Podríamos ir al karaoke —sugirió Mimi.
—Ya es un poco tarde. —Le acarició el pelo. Llevaba todo el tiempo con ganas de hacerlo—. Pero iremos otro día.
—Mentiroso.
…
—No te confundas, estamos muy bien—contó Yamato. Mimi le había pedido cantar una canción con ella. A él no le apetecía mucho, había acabado odiando actuar y no quería hacerlo ni de forma amateur. Quién sabe quién podría grabarle en ese karaoke y subirlo a las redes sociales. A pesar de que ya no era famoso, todavía tenía que cuidarse, pues cualquier cosa que hiciera y se difundiera, quedaba asociada a su nombre por siempre.
Koushiro aceptó cantar; apenas necesitaba copa y media para perder la vergüenza.
—Escucha. —Taichi se inclinó hacia Yamato, para poder bajar el volumen de voz. Aunque la música del karaoke les tapaba—. Yo, si fuera tú, vigilaría un poco a estos. —Señaló con la mirada a Mimi y Koushiro, que leían, cerca de la barra, la lista de canciones disponibles.
—Qué dices, Tai. Se te va. Mimi, sí, puede parecer que coquetea, pero es solo su forma de ser. Ella no respeta el espacio personal, es así. Y a mí eso no me molesta —mintió Yamato.
Taichi suspiró.
—No conozco tanto a Mimi y no quiero opinar de más. Lo que sí sé es que a Koushiro le gusta.
—¿Te lo ha dicho? —inquirió Yamato—. A mí no me lo parece. A Koushiro nunca le ha gustado nadie, vive esperando a que la ia fabrique novias.
Taichi rio y le miró como diciéndole "te pasaste".
—Koushiro no me ha dicho nada —dijo, ya serio—, pero, tú sabes, esas cosas a veces se ven. Se preocupa mucho por ella, le pregunta mucho, siempre está pendiente del móvil, le hace bromas… Hasta ha dicho que cantaría con ella. Chico, blanco y en botella.
Yamato los observó cantando en el escenario. Koushiro no tenía mala voz para no haber estudiado música. Parecía haber estado practicando. Mimi miraba a su compañero de canción casi todo el rato, y él fijaba la vista en el fondo de la sala, en nadie en particular.
—Quizá tienes razón —concedió—. Pero mientras no sea recíproco, no creo que deba preocuparme. Koushiro no va a intentar nada, por favor. A Mimi nunca podría gustarle. Y, aparte, ambos son leales.
Al acabar la canción, Mimi le dio un beso a Koushiro en la mejilla.
—¿Te estás intentando convencer? —preguntó Taichi.
…
—Escuché a Taichi decir que la tienes enorme, más gorda y larga que cualquiera del grupo.
—Está bien, ahora sí que me voy. —Koushiro se incorporó.
—No, quédate, quédate, por favor —insistió Mimi. Él la miró cansado—. Solo dime si es verdad.
—Estamos a martes y no me gusta hablar de mi pene.
—Está bien, hablemos de otros penes, ¿dirías que son más pequeños?
Koushiro rio, poniéndose la chaqueta.
—Ok, tú ganas, la tengo grande —dijo casi en un susurro.
—Ojalá haber grabado eso.
—Pero ¿eso importa? Las mujeres siempre decís que son los hombres los obsesionados con el tamaño.
—Es que importa… pero a la vez no importa tanto, ¿entiendes?
Koushiro no entendía. Pagó la consumición de Mimi y la llevó a casa cogida de su brazo.
…
—¿Por qué no quieres que me quede hoy contigo? —preguntó Yamato, en el portal de Mimi, después de haber ido a cenar con el grupo de amigos de siempre.
—¿No puedo querer estar sola? Tú a menudo quieres estar solo.
—Sí, puedes, por supuesto. Es raro en ti, nada más.
—No me apetece. Estoy cansada y mañana tengo que levantarme temprano.
Yamato aceptó, no había mucha más alternativa. Fue hasta su coche y se metió en él. Sin arrancar, mandó un mensaje a Mimi.
«Vi cómo te tocaba la pierna».
Mimi contestó «que no, de verdad, estaba oscuro y mareado, se apoyó solo un momento. Por favor, Yamato. No seas paranoico».
Koushiro recibió el siguiente mensaje:
«Ya puedes venir».
Mimi le había ofrecido dormir en el sofá. Koushiro se tumbó, sin quitarse la ropa, roto.
—Hoy sí que bebiste demasiado, quizá deberíamos salir menos.
—Tranquila. Es solo que me cuesta verte con él.
Mimi suspiró.
—Pronto se volverá a ir. Y lo dejaré antes de que se marche, te lo prometo.
—Mimi, yo no puedo hacer esto más.
—Pues bien que me tocaste la pierna delante de todos.
—¿Hice eso?
—Pues sí. —Koushiro se tapó la cara con las manos—. Tranquilo. No vamos a hacer nada. Solo te dije que te quedaras a dormir porque quería asegurarme de que estabas bien. Te he puesto una toalla en el baño, por si quieres ducharte.
Se lo agradeció y se dirigió al baño. Antes de entrar, le dijo:
—Me gustaría verte algún día con el vestido que llevabas cuando me enseñaste a bailar.
—¿Te puedo ver mientras te duchas?
Negó.
Cuando salió de la ducha, Mimi se había puesto ese vestido. Bailó con ella. Era la más bonita.
…
—Y, tú, Yamato, justo tú, tienes la cara de decirme que bebo demasiado. Tú, que bebes a diario. Tú, que me metiste el hábito. No soy yo quien se emborracha mientras mira un capítulo tras otro de cualquier cosa.
—Mimi. Cállate. No me vuelvas a echar la culpa. Sales demasiado, todos se han dado cuenta. Y tienes al puto baboso ese a recoger lo que caiga. Y tú, encantada.
—Ya veo lo que te preocupa.
…
Koushiro recogió del trabajo a Mimi como sorpresa. Había cogido comida para llevar y la llevó hasta un parque para tomarla allí. También cogió consigo un par de copas y una botella de vino. Se quedaron ahí, hablando, riendo y jugando hasta que se hizo de noche.
—¿Lo quieres hacer aquí? Estás loca.
—A las tres de la madrugada no nos va a ver nadie.
—Pero hay cámaras.
—Está muy oscuro y solo las miran si pasa algo. Tranquilo.
Antes de que le diera tiempo a pensar en otra objeción, Mimi ya estaba tocándole por debajo de la ropa.
—Es la más grande que he sentido jamás. No deja de sorprenderme.
…
