El prisionero

—Aquí se presenta su Patriarca, mi señora.

La joven de ojos verdes e iridiscentes era quizás la única persona en todo el mundo con quien Géminis tenía la humildad de arrodillarse con devoción. Su voz era suave y amable, como siempre había sido su cuerpo encarnado en Saori Kido; mas cuando tomaba su papel, la severidad parecía atravesar las capas de la realidad, emanando una energía abrumadora que se entretejía entre las palabras.

—Saga, gracias por apersonarte tan rápido — habló desde su trono, en la sala principal — . Sé lo ocupado que estás.

—Siempre tengo tiempo para acudir a su llamada, Atenea. — contestó el hombre, inmóvil en sus túnicas de Sumo Sacerdote, con el rostro apuntando hacia el suelo.

—No te quitaré mucho de tu valioso tiempo, sin embargo.

Se puso de pie con seriedad y bajó los escalones que los separaban, cubiertos por una alfombra roja que parecía infinita. Miró hacia los lados e hizo un gesto rápido; segundos después, los pasos de los guardias se perdieron tras el cierre de todas las puertas del recinto.

Géminis frunció el ceño confundido, sin atreverse a preguntar.

—Estamos solos ahora — le indicó la joven, con un tono infinitamente más humano— . Mírame.

Aún le daba resquemor su bello rostro; resquemor y culpa, para ser exactos. Las emociones de los gemelos siempre eran muy complicadas. Todo había sido perdonado, inclusive con los martirios que Kanon había atravesado por él, ahora legítimo heredero de la Cloth de Oro.

—Me intriga este hermetismo, mi diosa — dijo entonces con un rostro sereno; otrora lejos de aquellos cambios violentos en su atormentada alma— ¿Qué es tan privado? — preguntó, poniéndose de pie.

—Quiero saber cómo está el prisionero.

Saga se puso rojo de pronto, como si hubiera sido atrapado en una inexistente falta. Saori sonrió con diversión por un breve momento.

—¿Es una carga muy pesada, querido Patriarca?

—No, mi señora. En lo absoluto — frunció el ceño — . Fue la mejor solución que pudo hallar, dadas las circunstancias.

—Sí, no tuve opción — se tomó el brazo en un gesto mundano, apenada — . Fui incapaz de desencarnar su alma como en el pasado; todo lo que le ocurrió a Seiya no me permitió reunir la fuerza suficiente para hacerlo. Por eso te pedí este enorme favor, en tanto pueda terminar ese proceso.

—No es un favor, Saori, es mi deber — le corrigió el hombre — . No había otro modo para que pudieramos dejarlo indefenso y volver al Santuario; y si los sellos pudieron alguna vez guardar armas contra titanes, era muy probable que pudieran sellar a un olímpico.

—Tú me hiciste ver esa posibilidad. En verdad debo agradecerte que hayas asumido este puesto, entre otras cosas — fue honesta de pronto — . Ni Mu ni Shaka se sintieron preparados, y necesitaba que alguien me ayudara a construir esas barreras.

—No soy más digno que ellos; simplemente pensé en la idea y-

La joven dio un paso hacia él, tomándole las manos con las suyas, pequeñas y delicadas. Su sonrisa fue, de pronto, más amplia.

—Soy conciente de la enorme carga que te estoy dando con todo esto. Te prometo que no será por mucho — acarició los dorsos de Géminis, y los soltó con cuidado — . Mientras tanto, díme, ¿qué está pasando allá?

¿Qué decirle? ¿Cómo decirle? Al fin y al cabo, era una diosa.

... ¿Lo sabría?

...

No ocurre nada más allá de lo esperado, mi señora.

Lo escuchó a kilómetros; percibía el roce de las telas, cada fibra vibrando sobre el suelo que conocía demasiado bien. Si se concentraba lo suficiente, podía escuchar ese corazón lento que, de pronto, comenzó a ponerse nervioso por las respuestas que debía dar.

Su respiración, sí. Allí estaba. Las sandalias, cosidas y tejidas por manos de doncellas, subieron las escaleras tras un largo recorrido entre el Templo de Atenea y ese lugar, apenas conectado con el mundo.

Está inmóvil. Su cuerpo inmortal no necesita sueño ni comida, o el más mínimo descanso de su postura.

Una pequeña rajadura de luz marcó en el oscuro salón que era pleno mediodía. Al menos eso pudo detectar el rabillo de aquel ojo. Luego apareció el ruido de los engranajes, el giro y arrastre de las bisagras, enormes y pesadas como esa prisión.

Solamente alguien con la fuerza y la cosmoenergía de un Santo Dorado podía siquiera tocarla y abrirla, por la fuerza que encerraba dentro de ese gran cubículo de piedra caliza.

Sigue allí, orgulloso y altivo como se mostró desde su derrota hasta ahora, en un tiempo sin nombre.

Su cabeza apenas se irguió, haciendo ruido con sus propios grilletes. Enderezó la espalda, y se sentó un poco mejor.

Al menos, hasta que empezó a mirarme.

El Dios del Inframundo sonrió.

El carcelero

—¡Miren lo que ha traído el alba! El Patriarca de Atenas ¿A qué debo el honor de vuestra merced?

Saga frunció el ceño al escuchar esa voz en la penumbra. Suspiró con fastidio y cerró la pesada hoja que separaba al mundo de aquel extraño lugar.

—No se entusiasme tanto — contestó Géminis, acomodando su cabello para continuar camino — . No estoy aquí por voluntad.

—Ciertamente. Sueles obedecer bastante a los demás — soltó el otro. Aunque había burla en sus palabras, su tono poseía una neutralidad bastante peculiar — . Me extraña, empero, esa distancia en el trato conmigo, joven Saga.

—¿Por qué no habría distancia? — se acomodó las mangas — . Será un Olímpico, pero no está invitado. Es un botín de guerra y yo su custodio, hasta que ella decida qué hacer.

—Ah, claro, el carcelero. Veo que te gusta mucho ese rol — se escuchó un resoplido— . Está bien, seguiré tu juego. No tengo nada más entretenido que hacer, después de todo.

El Patriarca pudo vislumbrar un poco las superficies de aquel lugar. Lo único que parecía dibujarse era la luminiscencia dorada de miles de lonjas de papel manchadas con sangre, cuyos trazos formaban un nombre en griego antiguo:

Ἅιδης

El brillo parecía confundirse entre las cadenas que se extendían desde algunas esquinas hasta el centro, donde el color se convertía en morado a medida que se perdían sobre la silueta humanoide; silueta que elevó el mentón, en un gesto de inmensa majestad. La tonalidad de sus ojos, transparente como un mar de verano, desafiaba toda lógica en la oscuridad.

Cuando una mirada cruzó a la otra, Saga detuvo su andar y quedó a un par de metros.

—No estoy jugando. Creo que debería saberlo, dadas las circunstancias — señaló los grilletes en las manos y en los pies — . Está absolutamente desvalido.

—¿Desvalido? ¿Yo?— el hombre dio una risa suave y muy extraña, pues su rostro no estaba habituado a las expresiones mortales — . Qué dulce manera de denigrarme a niveles humanos. Tus intentos siempre me conmueven.

—Desconocía que pudiera sentir compasión por las criaturas vivientes.

—Ah, pero no eres una criatura viviente. Eres , Saga de Géminis. Ya has estado en mi reino. Inclusive hiciste una de esas jugarretas con las que Hermes bendice a tu estrella, para ser parte de mis guerreros — torció el rostro con un rictus enorme, siendo la voz la que plasmaba la intencionalidad en las palabras — . Como tu alma pasó por la Estigia por un breve tiempo te conozco bien y, creeme, ya no perteneces enteramente a los dominios de tu señora — levantó una mano y lo señaló — . Mi huella está ahí, aunque la niegues.

—Deja de decir estupideces, Hades.

—... y ahí se fue el respeto a la figura jerárquica — acotó con acidez, bajando la mano — ¿Ves? Te conozco más que tí mismo. Aquel que se suicidó bajo la luna con la pequeña Niké delante de sus compañeros, unos cuantos metros más allá — señaló con la mirada — ; ese Saga, jamás volvió. Ahora eres... esto.

El otro hombre lo miró con desconfianza, manteniendo silencio unos minutos.

—¿Esto?

—Una entidad con el toque de la vida y la oscuridad de la muerte, todo dentro de un sólo ser. Y eso te convierte en una cosa.

—¿En qué?

—En algo mío.

Esa vez fue Géminis quién soltó una risotada.

—¡Tengo la bendición de Atenea! Por eso me dio esta responsabilidad. Yo la ayudé a construir esta prisión; cada eslabón que quema tu carne, cada posición de cada sello que te mantiene apretado como un insignificante gusano, bajo los pies de su estatua sagrada — lo miró con altivez — . Quizás ya no sea aquel Santo Dorado, pero nunca desconocí mi lealtad, y dónde está mi corazón.

Hades apenas frunció el ceño, profundamente molesto con la respuesta.

—Suenas muy seguro de tí mismo, Géminis — le concedió — . Mas, pisaste una vez mi reino y esa marca no se va, aunque mi hermano Zeus intente borrarla — acomodó los grilletes de sus piernas — . Sé que aún conservas ese defecto que te llevó a la muerte alguna vez.

Saga unió los dientes tras su boca cerrada, respirando para serenarse y aflojar sus puños bajo los mantos.

—He purgado todos mis pecados, y fui perdonado en palabra y obra.

—No, mi niño, tu gemelo Kanon ha hecho tal cosa. Un mártir en toda regla, debo admitir — su tono se volvió sereno — . Mas vuestra merced ha muerto en pecado, sacrificando su humanidad para darle el camino a los que vinieron detrás.

—Mi hermano y yo hemos compensado todas nuestras acciones del pasado con grandes sacrificios, y la propia diosa lo reconoció.

—Atenea es una joven demasiado emocional — le cortó, con un tono más severo — . Quiere perdonar, mas no sabe siquiera la naturaleza de lo que concede; esa blanda parte suya, demasiado expuesta a vivir con todos usted-

Los ojos del Sumo Sacerdote brillaron en dorado y los sellos respondieron, encendiéndose como linternas que dejaron la escena más clara. El gemido de dolor del prisionero puso en claro las posiciones en ese diálogo.

—Cuida bien tus palabras cuando te refieras a mi señora — susurró sin moverse, amenazante — . También tienes una parte blanda ahora. Bajo ella sufres en este instante.

—¡Ahg! ¡Je! — lo miró de pronto con una sonrisa hueca, absolutamente ajena a su expresión normal — A eso mismo me refiero... ahí está, tu pecado.

—Deja de querer más dolor, Hades — le advirtió.

Exactamente a eso me refiero — insistió el otro — . Todas tus acciones en el presente, tus enmiendas por el bien de la humanidad... nada de eso expía tus faltas originales. Después de todo, las buenas intenciones siempre siembran el camino más veloz al infierno. Eres tan necio que no quieres verlo.

—Ilumíname, olímpico, ¿qué es lo que no puedo ver?

—Lo mucho que disfrutas haber logrado tu cometido: hacerte con el poder. Un poder que gozas a manos anchas, bajo la idea autoinflingida de que es por el bien de los demás. Pero en el fondo... oh, en el fondo — suspiró — . Esa marca, la que sellé en tu alma, es la que no cambió.

Busco su mirada directa.

—La avaricia y el orgullo jamás te abandonaron, tengan la forma que tienen ahora. Te fascina tenerme sometido. Siempre buscas excusas para verme ¿Creés que pienso que apareces en contra de tu voluntad? Estaré encerrado en este cubo, pero tengo miles de años más que tú — sonrió apenas — . Deja de atribularte, querido Saga, pues te daré la negada respuesta: Soy puro poder cósmico; como estoy moderado en esta carne soy alcanzable... y quieres tenerme.

—¡Cállate!

Los sellos de la diosa de la sabiduría esta vez no brillaron. Lo que vino fue un simple, humano y genuino sonrojo a las mejillas blancas del griego.

—Bueno, no puedo negarme de todos modos— elevó sus manos aprisionadas — . Así que tienes una buena oportunidad.

—¡Dije que te calles! — le cortó de nuevo — Dices todas esas cosas para perturbarme.

La mirada del dios se mostró mas cristalina por un momento.

—Hay dioses que se especializan en mentir. No soy uno de esos — alzó apenas la cejas — . De hecho, no me interesan las intrigas que entretejen las cosas no ciertas. No las necesito ¿Alguna vez mentí en la Guerra Santa? Todo lo que dije lo cumplí.

El Sumo Sacerdote lo miró escandalizado.

—¿Por qué querrías ceder de ese modo? — preguntó— No ganas absolutamente nada.

—Probaría mi punto sobre lo que eres ahora — señaló — . Y lo sé porque en esencia eres más mío que de ella.

—No soy tuyo.

—Entonces voltea y vete.

El Patriarca ateniense no supo qué decir. O qué hacer. Sabía que lo más lógico era regresar sobre sus pasos, dejando a esa criatura sumida en la oscuridad de la condena.

Pero no quería.

—¿Qué esperas? Debes tener mucho que hacer allá afuera.

—No voy a quitarte los sellos ni las cadenas, hagas lo que hagas.

—Ahora mismo no me interesa eso. Solamente quiero probar que tengo razón.

Hubo otro silencio largo.

—¿Humillándote de ese modo?

—No. Humillándote — le corrigió — . Este cuerpo no significa gran cosa para mí; mas para ustedes es todo lo que tienen. ¿Qué mejor que usarlo para demostrarte que jamás le ganarías la discusión a un dios?

—¡Deja de decir estupideces! ¡Maldición!

Géminis no pudo con su impulso. El segundo en que pareció perder el control fue el punto ínfimo que Hades necesitó para acercarse un poco más a él.

El griego gruño y se adelantó, tomando el cabello largo y negro con el puño cerrado, jalándolo contra sí, mientras se inclinaba a verlo con los dientes unidos. El dios lo enfrentó con el rostro hacia arriba, sin inmutarse.

—¡No soy tuyo!

—Eso está por verse.

Saga no supo el instante en que Hades estiró sus manos hasta los hombros y lo empujó hacia abajo, con la fuerza de un yunque. Intentó zafarse, pero el dios usó las propias cadenas que lo aprisionaban en sus extremidades para enredarlas en los pies y brazos ajenos, dándole la chance de impulsarse para tumbarlo al suelo, dejándolo debajo suyo. Se sentó sobre la falda ajena y apretó un hombro contra el suelo; una de las manos engrilletadas fue al cuello ajeno, apretando con precisión.

—¡A-agh!

—¿No vas a pedir ayuda, Patriarca?— preguntó Hades — No estás llamando a Atenea, ni a tu hermano.

—Esta es... mi... respon-sabilidad...

Los sellos volvieron a brillar, y la piel pálida parecía quemarse bajo el metal consagrado con la sangre de la olímpica. El dios unió los dientes en clara molestia, pero no se inmuto. ¿Acaso aún y con todo aquello sobre él seguía teniendo ese poder?

—Ya que estábamos jugando al prisionero de guerra y al carcelero, esta es mi demanda— le apretó más el cuello, haciéndolo retorcerse debajo — : Que el nuevo favorito de mi pequeña sobrina sea mi juguete de a ratos. A cambio, puedes sentir el poder de un dios recorrer todo tu ser, y llenar ese pecado que no te permite mirar a tus compañeros a la cara, luego de tantas desgracias devenidas de tu mano — lo inmovilizó sin esfuerzo — . Yo cumpliré mi papel quedándome quieto aquí. Creo que es un trato justo.

—¡Déjame!

—Por favor, Saga, abandona este papel ridículo. Ambos sabemos que no quieres negarte, sólo estabas esperando que las cosas se dieran.

Géminis lo miró con enojo infinito, aunque se sonrojó de nuevo. Encendió brevemente su cosmos dorado, mas el dominio del dios del Inframundo era tal que, aún con el terreno y las protecciones del lado del Patriarca, costaba horrores enfrentarlo.

Sobre porque, en el fondo, estaba entregándose voluntariamente.

El griego estiró los brazos para tomar el cabello ajeno y lo tiró hacia abajo hasta que tomó el rostro helado y lo beso con prisa. Hades no tuvo ninguna clase de reacción, al menos no externa. Su tono dejó de ser burlón y sus palabras insidiosas, simplemente dejando correr las aguas del placer del mortal; también buscando la manera de concentrarse en aquello que secretamente siempre la fascinaba: el cómo se transmitía ese afecto físico a través de ese mentado amor, que él siempre había experimentado desde otro lugar.

Esa privacidad en aquel rincón tan pequeño de la existencia, bajo las luces tenues de los sellos; el ardor en la piel y los gemidos del humano, simplemente hacían exquisita la vivencia.

Agitado, Saga buscó sus labios una y otra vez, mientras trataba de abrir los pesados mantos en los vaivenes. El dios no colaboró pero tampoco lo interrumpió; de hecho, lo miraba curioso de a ratos, hasta que, capa tras capa, la tela comenzó a mostrar piel.

—Eres un hablador, pero sin duda eres una bella criatura — dijo apenas en un murmullo, que parecía perderse entre todo el momento. Los ojos claros lo observaban con suma atención, estudiando la respiración del pecho, la sangre de la yugular y las muñecas; la piel erizandose ante los roces, anticipando las emociones — . Es una pérdida de tiempo que se mantengan célibes entre ustedes.

—Eso es... sólo un mito. — contestó el otro, terminando de desnudarse. La tela blanca quedó debajo de él, y Hades se separó un momento para contemplarlo.

—Es bueno saberlo — contestó despacio, estirando sus dedos para repasarlos sobre un muslo de abajo hacia arriba, dibujando las caderas y el estómago, torneando los abdominales — . Sería un desperdicio...

—¿Vas a cogerme o no?— preguntó el otro, impaciente — Estás helado y no tengo todo el día.

—¿Qué esperabas?— el hombre llevó las manos a sus propios hombros — Siempre tan caprichoso. Eres el Comandante en Jefe del Santuario, pórtate como uno.

—No me digas lo que tengo que hacer, Hades.

—Cuando dejes de hacer pucheros como un infante, quizás no opine.

Abrió los broches dorados y la túnica de lino negra cayó hasta la cintura, revelando su cuerpo; corrió el cinto que mantenía todo en una pieza y la desnudez fue inmediata, apartando la tela como si los grilletes y los sellos no estuvieran alrededor.

—Cierra la boca.

Hades se inclinó sobre él, buscando sus labios sin un propósito más que el de sostenerle las piernas para abrirlas y apoyarlas sobre sus muslos. Con los movimientos limitados solamente podía sostenerlo semisentado, en tanto el otro levantó por instinto sus caderas contra las ajenas.

—Veo que conoces de sobra cómo portarte — comentó acariciándole la piel, casi como una reflexión — . Tu cabeza está en contra, pero tu cuerpo está muy de acuerdo.

—No me conoces en nada, aunque haya estado muerto alguna vez — susurró, aún sonrojado e indignado.

—Será interesante averiguarlo.

Estiró la mano con un ruido de las cadenas hasta la entrepierna ajena, alzando las cejas cuando sintió la fiebre del miembro duro entre sus dedos. Bajó a verlo, pero no dijo una palabra. Simplemente acomodó la palma y empezó a masturbarlo con suavidad.

El cuerpo de Saga se tensó por completo, pero de placer. Entreabrió la boca, jadeando, intentando no mirar y fallando estrepitosamente en el intento. Las corrientes que sentía desde el tronco hasta al glande era como si estuviera tocando electricidad. La velocidad aumentó junto con los gemidos, hasta que la humedad comenzó a aparecer en la precisa fricción.

—¡Ah! Dioses... ¡Mgh! — se mordió un labio, intentando respirar — . Se siente... tan...

Extasiante.

—Nada mal — comentó el dios, curioso, aumentando la velocidad — . Todo en tí está cambiando ahora mismo. Como si florecieras desde algún lado.

Géminis intentó decirle que esa entrega en el cuerpo sólo ocurría con el amor humano, pues era la manera de vincularse con el ser que se amaba; pero no podía articular pensamiento ni palabra.

—¡P-para! — sólo salió de su garganta, retorciéndose — ¡Voy a-...!

—Mnh. Ya veo— bajó la presión hasta que lo soltó por completo, llevando los dedos hacia abajo, presionando con una desesperante calma. Con la mano libre estiró más las piernas ajenas hacia afuera, hasta que el griego debió apoyar la planta de los pies en el suelo, para subir sus caderas.

Cuando Géminis iba a preguntar por qué se había detenido, supo rápidamente que fue para todo lo opuesto. Si antes había sentido corriente, ahora estaba siendo empalado por una fuente de poder inconmensurable.

—¡Mnh!

Esa vez, el estímulo fue correspondido. El rostro del dios se compungió un poco, apretando los labios un segundo; mas sólo fue un instante hasta el que terminó de atravesarlo, sacándole un grito a la otra boca y un suspiro a la propia.

Se sentía bien. Muy bien. Cálido, palpitante y a la vez con una severidad tensa que le agradó. Miró a Saga a los ojos, tomando ambas caderas con las manos, obligándolo a quedarse quieto, mientras él empezó a bombear. La expresión de angustia de Géminis era lo que el dios había buscado; la conexión, donde sabía que le pertenecía.

Entrecerró los ojos y jadeo roncó, sin mirarlo demasiado. Sintió el cosmos del Santo Dorado y fue más allá de la resurrección, hasta que halló el pequeño rincón marcado por su paso; una cicatriz que lo enlazaba a él, pequeña e indetectable. Aquel pequeño fragmento era la razón por la cual Saga, de algún modo, estaría con él siempre.

Se permitió sonreír entre los jadeos.

—Eres... mío...

Aquella confirmación lo estimuló más aún y aumentó la velocidad, simplemente para contemplar el cambio de emociones en el rostro humano; la angustia, el placer, el goce y la risa. Era fascinante.

Cuando Saga abrió los ojos y entreabrió los labios en una parálisis en seco, llegó a su clímax — el mejor clímax de su vida, dado directamente por un dios— y se derramó con violencia sobre su propio estómago. Ver aquello provocó que Hades hiciera lo propio, llenándolo con rapidez. Aún dentro de él, tomó la semilla entre sus dedos pálidos y la lamió con lentitud, a pesar del bochorno del otro.

—¡T-tú...!

—Sabes bien, Patriarca. — lo miró con su rictus, separándose de él como si nada hubiera pasado.

Saga apenas pudo sentarse temblando brevemente, aunque recuperando su orgullo. Se puso de pie, tomando el manto para pasarlo por la cabeza, cubriéndose con prisa mientras se acomodaba el pelo. El dios hizo lo propio, con gestos más sencillos con su propia tela, hasta que terminó de vestirse y volver a la posición original.

—Ya obtuviste lo que querías.

—Y tú también — lo miró desde abajo — . Eres buen amante, estoy conforme con tu cuerpo — se acomodó el cabello —. Espero tu próxima visita, sé que será pronto.

Saga de Géminis lo contempló con una seriedad fatal, mas no dijo una sola palabra. Le dio la espalda con toda la dignidad posible y comenzó a caminar fuera de la prisión, paso tras paso, firme como el soldado que siempre había sido. Hades lo contempló hasta que abrió las puertas a las lejos, y las volvió a cerrar, dejándolo en esa soledad que él siempre había amado en su eternidad.

Sonrió.

Quizás podría quedarse un tiempo más en el Santuario, jugando ese papel.

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