Capítulo uno: La caza

Rápido, vosotros por ahí! No abráis huecos, recordar lo escurridizo que es!

Los de atrás, espabilad! Es posible que trate de retroceder…

Esta vez no se nos escapa esa serpiente…vosotros, atentos con la red!, los de los lazos, no os durmáis…

Oculto en un hueco casi imposible, Crowley buscaba desesperadamente una salida, una apertura para poder escapar de sus perseguidores. No recordaba haber visto tantos ángeles guerreros juntos desde la Caída. Pero lo que le resultaba inconcebible era que todos ellos, sin excepción, estaban pisándole los talones. A él, solo a él. Y eso sólo podía significar una cosa: Aziraphale le quería prisionero al precio que fuese.

El demonio apretó los dientes. Sin respirar apenas, vio pasar a cinco temibles ángeles con armadura y largas picas. Tras marcharse con Metatron, no habían transcurrido ni veinticuatro horas de tiempo miserable cuando el Cielo entero se había puesto tras sus pasos.

La primera vez que le habían atacado estaba en un bar. Estrelló una botella vacía en la cabeza de un ángel que intentó atraparlo solo para encontrarse la salida bloqueada por cuatro más. Tuvo que serenarse a marchas forzadas para poder huir por el estrecho ventanuco del baño y cuando intentó volver al Bentley, vio que había como diez ángeles apostados esperando que se acercara al coche.

Siseando de rabia, tuvo que huir a pie abandonando su querido Bentley, y desde entonces, durante los últimos dos días, no había hecho otra cosa que tratar de huir de aquella caza salvaje que no le daba tregua.

"Vamos, hijos del cielo… largaros de aquí…ir a buscar a otra parte"- pensó esperando que el grupo se alejara.

Sabía que tenía que huir, aunque no sabía a donde. Eso lo tenía claro. La única duda era por qué ninguno de aquellos ángeles le había desintegrado todavía.

Un momento tenso, los ángeles se pararon muy cerca de su escondite. Sentían algo. Crowley se concentró e intentó esconder su naturaleza demoníaca, reducir al mínimo su influjo maligno hasta hacerlo casi desaparecer. Los ángeles dudaron unos angustiosos minutos más… y finalmente siguieron caminando. El demonio dejó escapar el aire sin hacer ningún ruido…y junto con el aire su cuerpo empezó a alargarse y estrecharse, sus extremidades a fusionarse con su cuerpo. Instantes después una silenciosa serpiente se deslizaba a sus espaldas por el hueco de una alcantarilla.

¿Cómo que otra vez ha vuelto a burlaros? ¿A todos? ¡Es inconcebible tanta torpeza! Estoy absolutamente disgustado con todos vosotros. Tomad todos los medios que sean necesarios, pero volved a bajar a la tierra y traed a mi presencia al demonio Crowley según mis órdenes de inmediato. Y ay de vosotros si volvéis de nuevo con las manos vacías.

Los guerreros angelicales aguantaban la regañina del arcángel supremo con la cabeza baja. Lo cierto es que era una vergüenza para su prestigioso escuadrón el fracaso que se habían visto forzados a reconocer ante su superior. El tercer fracaso. Aziraphale no llevaba ni 24 horas en el cielo, pero había empezado su mandato en el cielo con puño de hierro. Cierto es que todo lo que había ordenado (y había sido una asombrosa cantidad en tan poco tiempo) era acertado y justo, pero había sorprendido a todos al mostrar un rostro muy diferente al bonachón y un poco bobo al que estaban acostumbrados en el que pensaban su desastroso hermano.

Su habitual sonrisa había desaparecido, y sus ojos claros ahora relumbraban como pedazos de glaciar. Y parecía incansable en su cruzada personal de introducir cambios y poner a todos los ángeles a trabajar en tareas que, si bien eran sus asignaciones originales, habían ido quedando en el olvido porque "los humanos ya se apañaban".

Y ese nuevo Aziraphale no aceptaba un no por respuesta.

Señor – dijo humildemente uno de los ángeles guerreros- La dificultad principal es que nos ha ordenado atrapar a ese demonio sin provocar ningún tipo de daños a nadie. Y siempre hay humanos en medio…. Es decir, en la tierra hay humanos. Podemos atrapar de inmediato al demonio pero es posible que haya daños colaterales…

Me traeréis a Crowley de una pieza hoy mismo, sin más excusas. Sin dañar a ningún humano – una ira celestial emanaba del arcángel supremo cuando se encaró con su interlocutor- Y os daré la herramienta para hacerlo: voy a llamarle desde la librería. Y allí estaréis vosotros para tenderle una emboscada.

Crowley no podía creerlo. Aziraphale le había dejado un mensaje de voz desde el teléfono de la librería. Cierto que era un mensaje corto y del que no podía deducirse mucho, pero ahí estaba. Lo escuchó por décima vez. "Crowley, ven a la librería ahora. Necesito hablar contigo".

Y eso era todo. Trató de analizar de nuevo el tono de voz, pero era tan neutro que no era capaz de sacar nada de él. Ni urgencia, ni miedo, ni apremio… Cuando se había tratado de una emergencia, había sido más que evidente para el demonio tan solo escuchando la voz del ángel. Pero esta vez, su voz no transmitía nada. Transmitía tan poco que Crowley se preguntó si de verdad era él. Si de verdad era el Aziraphale que conocía, el que había visto por última vez marcharse al cielo en compañía de Metatron, el que había intentado llevarle con él al lugar donde una vez le hirieron de la peor manera posible por intentar ser él mismo.

Claro que Aziraphale no tenía por qué entender eso. Él nunca se lo había contado.

Finalmente, decidió que si había una mínima posibilidad de que el ángel necesitara su ayuda, no podía negársela, aunque aquella parte de él que llevaba cuernos y rabo terminado en punta de flecha le dijera que le dejara apañárselas solo. Se aproximó a la librería tomando todas las precauciones posibles y esquivando un par de patrullas angelicales que andaban por la zona. Si conseguía llegar al establecimiento y entrar, las protecciones del lugar le mantendrían relativamente a salvo, ya que sabía que nadie a quien Aziraphale no hubiera dado su permiso expreso podía entrar en el lugar.

Aprovechó que los ángeles más cercanos se iban tras un macarra con chaqueta de cuero pensando que el demonio podía haberse cambiado de ropa y salió por la alcantarilla del callejón, tomando inmediatamente su forma humana. Diez pasos más, y cerraba la puerta de la librería.

A salvo.

O eso creía.

Has caído como un conejo- se rió un enorme Dominación que le aferró súbitamente por detrás, inmovilizándole con un agarre nada suave en el cuello- Varios ángeles más salieron de entre las estanterías y de la trastienda- Traed los grilletes, éste ya no se escapa.

Aziraphale…- murmuró el demonio- también me has traicionado?

Capítulo dos: Prisionero del cielo

Blanco. Paredes, techo, suelo... Blanco. Luz blanca tamizada que venía de algún lugar difuso. Blanca la túnica basta que le habían puesto en lugar de su ropa. Blanco era el pilar con forma de cruz colocado en medio de la sala vacía al que tenía sujetos las piernas y los brazos, y blancas las correas que inmovilizaban sus alas manteniéndolas sujetas al techo. Dios, como odiaba el blanco… Lo único que destacaba en la sala era su propio cabello rojo, como una llama rebelde en el vacío albo de la sala.

En la eternidad del cielo el tiempo se diluye como una pizca de sal en un lago. No podía precisar cuanto tiempo llevaba allí. Creía que no demasiado, tal vez una media hora, aunque en aquellas circunstancias bien podían haber sido varios años. Gritó con rabia una vez más. Su voz era lo único que rompía la blanca monotonía del lugar.

EH! PEDAZO DE MAMONES! QUIERO HABLAR CON AZIRAPHALE! Que he hecho ahora que no haya hecho ya antes?! ME ESTAIS OYENDO?! SACAROS LA P*TA P*LLA DE LAS OREJAS Y TRAERLE AQUÍ!

Naturalmente, aquella vez tampoco sirvió de nada. Nadie acudió, ni para escucharle ni para exigirle que se callara. Había probado por las buenas, pidiendo con educación una audiencia o lo que fuese. Luego se cansó y empezó a soltar por su boca todas las blasfemias habidas y por haber, para que aunque fuese viniera alguien a hacerle callar. Con el mismo resultado. Así que ahora gritaba para no volverse loco. Y es que no podía entender qué diablos había pasado, por qué el que creía su amigo le había dado caza para llevarle a esa situación. Necesitaba desesperadamente una explicación, una razón, un por qué. Y lo único que tenía era aquella vomitiva blancura.

Rememoró una vez más los detalles de su captura para entretener la mente. Aunque sentía como la ira hervía dentro de él, recordó como aquel enorme Dominación de mandíbula cuadrada le había derribado con una patada en las corvas y un empujón en los riñones, y antes de que pudiera siquiera revolverse, le había puesto una rodilla en el centro de la espalda, mientras varios ángeles más le engrilletaban con cadenas bendecidas los tobillos y las muñecas a la espalda. Con un golpe seco entre los omóplatos le habían forzado a sacar las alas, que habían procedido a asegurar con correas también para que no pudiera desplegarlas. Incluso le habían puesto una mordaza que le impedía desplegar sus colmillos venenosos en posición de ataque (y que pensaba usar como último recurso, seguro de que los ángeles no esperarían que pudiera utilizar el veneno en esa forma)

Recordó como al llegar en ese estado al cielo le habían despojado de su ropa habitual con un simple milagro y examinado de arriba abajo. "Como en la cárcel" había pensado…"Que puñetas estarán buscando estos anormales? Acaso creen que tengo un arma que ponga en peligro a un ángel? Se piensan que llevo la lanza de Longinos en el pantalón o algo?"

Eso no es ninguna lanza, monada – le siseó al ángel que, asistido por otros cinco, le estaba registrando- Es mío propio, y veo que te está gustando más de lo que debería…- susurró con malicia

El ángel le miró con expresión insulsa y le soltó una bofetada antes de seguir con su trabajo.

Furioso por todo lo ocurrido y especialmente por el sinsentido de la situación, que le abrasaba por dentro como un cuchillo al rojo, gritó de nuevo preso de la rabia.

Azorado y presuroso por los pasillos del cielo, un ángel emisario llegó hasta las puertas donde cuatro guardianes cerraban el único acceso a la sala donde estaba retenido el demonio. El de mayor rango se adelantó y realizó un elaborado saludo.

Gloria a Ella. ¿De que tienes que informar, emisario?

Gloria, gloria –respondió con prisa- ha ocurrido un terrible error. Hay que trasladar al prisionero a la voz de ya al módulo seis. El arcángel supremo está que echa chispas…

¿Al seis? ¿Al módulo recién creado? – el ángel guardián se rascó el mentón- No conozco a nadie que sepa a ciencia cierta lo que hay allí, pero se rumorea que el séptimo círculo del infierno parece un hotel de lujo si se compara con lo que hay en el módulo seis…

No hay tiempo que perder. El propio arcángel supremo va a comprobar que se han llevado a cabo sus órdenes en menos de media hora – repuso preocupado el ángel emisario mientras se retorcía las mangas de la túnica- Está de un humor de perros porque ha visto la bandeja de entrada de las peticiones fervorosas a San Miguel… bueno, la bandeja no la ha visto, porque está enterrada al fondo de su despacho que ya sabéis que está tan desbordado de papeleo que no se puede pasar…

Organizaré de inmediato el traslado de esa perra histérica. No ha parado de aullar y blasfemar desde que está aquí…pero no hemos intervenido porque hay órdenes expresas de no hacerlo. A ver si en el módulo seis tiene las santas narices de gritar lo mismo…

Los demás ángeles celebraron con risas la ocurrencia de su superior. Al emisario el módulo seis no le parecía tan mal lugar después de cómo había visto ponerse a Aziraphale.

Arrastrando los pies, Crowley caminaba por un larguísimo pasillo blanco flanqueado por seis ángeles armados con lanzas y espadas. El peso y la colocación de las cadenas que llevaba, y que sujetaban los seis, habría sido suficiente para frenar a un príncipe del infierno… ¿a que diablos venía tantísima seguridad? Trataba de memorizar el camino mientras le trasladaban a otro lugar desconocido, esperando encontrar un hueco en la seguridad, pero por alguna razón, parecía que ahora el cielo hacía bien las cosas.

¿Dónde me lleváis? Aziraphale dijo que quería hablar conmigo… exijo verle… oh, vamos! Decidme al menos de que se me acusa ahora! La última vez no parabais de repetirlo!

Lo cierto es que era como hablarle a las paredes. Los ángeles no parecían oírle, ni tampoco le miraban de frente, pese a que le mantenían estrechamente vigilado. Intentó dejar de caminar, pero siguieron tirando imperturbables de las cadenas. Si no quería que le arrastraran por el suelo como un saco de patatas, no tenía más opción que seguirles. Tras caminar lo que pareció una eternidad, por fin el pasillo manifestó algún cambio. A lo lejos, empezaba a verse una puerta doble de metal claveteado. Una sensación indefinida de inquietud empezó a invadir a todos los presentes. Poco a poco, a medida que se aproximaban, se empezaron a dejar oír sonidos que bien podían ser la causa de esa inquietud. Voces disformes quizá suplicando o tal vez tarareando, con ese registro que solo logra dar la locura más absoluta, gruñidos que solo podían venir de las gargantas de engendros espantosos nacidos en pozas oscuras de barro y sangre, chirridos de maquinaria pesada tan vieja que para continuar en funcionamiento necesita magia prohibida alimentada con dolor...

Los ángeles se pararon como si se hubieran puesto de acuerdo a cinco metros de las puertas, grabadas en su totalidad con rostros que parecían querer escapar del metal herrumbroso para huir de la más inhumana agonía que expresaban sus rasgos deformados. De debajo de las puertas rezumaba un líquido apestoso que parecía poseer vida propia, arrastrándose hacia los pies de los ángeles.

Con todas las plumas de punta, pero sin dejar de amenazar la garganta del demonio con sus armas, los ángeles cubrieron a uno de ellos, que procedió a liberar al asustado demonio de todas las cadenas. Las puertas se abrían lentamente como fauces, revelando una negrura monstruosa que reclamaba al prisionero.

Entra. Vamos – ordenó secamente, aunque no pudo disimular del todo el temblor de la voz. Lo único que quería era salir de allí y no volver nunca más.

N….no…. – Crowley, pálido, intentó retroceder. Los ángeles se lo impidieron clavándole las armas en la espalda y el trasero.

ENTRA AHORA, SERPIENTE MISERABLE!

Temblando, el demonio dio un par de pasos en dirección a la puerta. Y la negrura lo absorbió en un instante, cerrando las puertas de golpe. Un grito desgarrador e inhumano hizo que los ángeles salieran si no corriendo por su estricto entrenamiento, si francamente deprisa de allí.

Capítulo tres: El paraíso en una botella

Tanto la luz del sol como el cielo, los árboles y el canto de los pájaros estaba francamente bien conseguido. Crowley carraspeó para suavizarse la garganta después del berrido animal que acababa de soltar para terminar de convencer a los guardias y miró a su alrededor con curiosidad.

Recordaba mucho al jardín del Edén. La vegetación exuberante, los arroyuelos y las fuentes, las aves que le miraban sin miedo desde las ramas… si, definitivamente era como aquél lugar… solo que sin la pareja original y por supuesto, sin el famoso árbol. De hecho, manzanos no se veía ni uno…

El demonio caminó por la mullida hierba, sintiendo su tibieza en la planta de los pies. Respiró hondo y desplegó sus alas, maltratadas por las sujeciones que no habían tenido en cuenta las cicatrices y quemaduras que la Caída dejó en la piel de las mismas. Súbitamente se le ocurrió que desde el aire podría localizar más rápido a cualquiera que estuviese en el mismo lugar… bueno, a cualquiera no. Buscaba a Aziraphale.

Dicho y hecho. Con un poderoso batir de alas, despegó de manera casi vertical y empezó a coger altura, feliz de poder volar libre. Cinco metros, diez metros…aquel paraíso se extendía como un mapa esmeralda a sus pies… quince metros….quince metros… quince metros… "pero que? Sigo subiendo, pero el suelo no baja… que demonios pasa aquí?"

Mientras pensaba sobre el asunto, vio a alguien mirarle desde el centro de aquel lugar. Lo reconoció de inmediato. Era Aziraphale

Bajó en picado, deteniéndose a medio metro escaso del suelo y aterrizando ágilmente tras él. El ángel se dio la vuelta.

Dios, que serio y ocupado parecía.

Aziraphale? Oh…Estas bien? Que te pasa? Oye, no sé por donde empezar, pero…

El ángel levantó una mano.

Crowley, ahora no puede ser. Únicamente vengo a comprobar si estás bien…

Antes de que el demonio pudiera seguir hablando o reaccionara de algún otro modo, Aziraphale le puso la mano derecha en la frente, examinándole con un rápido aunque completo escáner angelical. Frunció el ceño.

Les dije clarísimamente cual era el procedimiento a seguir. Y una vez más han hecho lo que les ha parecido bien- de su túnica blanca, el arcángel extrajo un delicado ungüentario. Acto seguido, derramó un aceite de maravilloso olor en sus manos y procedió a aplicarlo en las magulladas muñecas y en el cuello del demonio, pues las cadenas le habían dejado marcas.

Crowley se estremeció al sentir las manos de su amigo reconfortando su cuerpo.

Aziraphale, necesito hablar contigo… yo…

No puedo ahora. Quédate aquí y tan pronto como me sea posible, volveré a reunirme contigo. Por favor… quédate aquí –dijo sosteniendo la mirada amarilla del demonio con sus ojos claros como estanques de montaña. Su voz parecía de hielo- quédate aquí y disfruta de este sitio.

Pero…-

Las ciruelas están buenísimas, pruebalas! – le dijo, con un tono más afable ya, antes de desaparecer.

De nuevo, Crowley volvió a estar solo. En un miniparaíso, si, pero solo y sin respuestas. Frustrado, gritó al aire:

CIRUELAS? PERO ES QUE TENGO CARA DE ESTREÑIDO O QUEEEE?

Furioso, pegó una patada a una bonita seta con pintas que nacía a los pies de un hermoso roble. El hongo salió volando, dejando a su paso esporas que brillaban como motas doradas a la luz del sol. Gruñó.

Me siento como Blancanieves en el bosque… y el único enano que había por aquí ACABA DE LARGARSE OTRA VEZ!- si seguía con ese cabreo iba a acabar cayéndole un rayo, y entre tanto árbol no era muy recomendable. De manera que respiró hondo y trató de calmarse.

A pesar de lo rápido y hermético de lo encuentro, le había parecido que Aziraphale trataba de decirle alguna cosa. Algo importante. ¿Cuáles habían sido sus palabras? "las ciruelas están buenísimas" no, eso no… "quédate aquí y disfruta de este lugar" Ahora que lo pensaba… había puesto un extraño énfasis en la palabra disfruta. Decidió que lo mejor que podía hacer era dar una vuelta y explorar el lugar. La puerta de entrada, que vista desde ese lado, era lisa y de un bonito tono crema, sería un estupendo punto de referencia. Se acercó a ella, y fue a posar una mano para empujar las mismas, cuando vio un detalle en el que no había reparado.

Una finísima línea dorada surcaba la madera. Solo se podía ver si te acercabas lo suficiente, pero ahora resultaba evidente que estaba allí. La siguió con el dedo, fijándose en su aparentemente aleatorio trazado. Crowley ladeó la cabeza. No, no tan aleatorio. Era un dibujo. En la puerta había dibujado con línea dorada un enorme libro, en cuya portada estaba representado un manantial.

Algo al fondo de la mente del demonio pareció despertar, aunque el recuerdo se le escurría como un pez entre los dedos. ¿Dónde había visto un libro así antes? Automáticamente miró a su alrededor, y su aguda vista de demonio distinguió muy al fondo del lugar un edificio. Pero no cualquier edificio.

Echó a caminar hacia la construcción, que había reconocido de inmediato. Era la librería de Aziraphale. Allí, en el cielo. "Cada vez es todo más raro… creo que me he confundido de cuento y esto es Alicia en el país de las fumadas…". No tardó demasiado en llegar al lugar, y en trasponer el umbral.

La librería era idéntica, punto por punto, a la que había dejado en la tierra arrastrado por los ángeles guerreros. Solo que por las ventanas no se veía el barrio del Soho, sino el tranquilo jardín donde había ido a parar. Sobre el escritorio de Aziraphale algo le llamó la atención. Un plato con frutas. Y una oronda y amoratada ciruela destacaba entre las demás, llamando con fuerza su atención.

Capítulo cuatro: Secretos y enigmas

Crowley lanzó un gruñido de frustración. Llevaba horas de búsqueda por la librería de Aziraphale. Horas que no le habían aportado ningún resultado. Todo era exactamente igual que la librería de su amigo, pero una entidad sobrenatural como él notaba perfectamente que no era la librería de su amigo. Algo se le escapaba. Daba vueltas de aquí para allá, mirando libros al azar, buscando por los cajones, mirando bajo las alfombras… tenía que haber algo, estaba seguro de que había algo. Y sin embargo, nada. No encontraba ni una maldita pista de que le indicara que estaba pasando, que hacía allí y por qué el ángel había mandado capturarle. Notaba crecer en su interior otro acceso de ira (llevaba 72 horas de disgusto en disgusto) y sabía que como no diera salida a aquella rabia… bueno, no sabía que pasaría, porque siempre le daba salida. Buscó a su alrededor algo contra lo que desahogarse.

Si. Justo eso.

Prueba las ciruelas, están buenísimas…- dijo poniendo voz de niña, y cogió a la inocente fruta, clavándole las garras de demonio que acababan de manifestarse- Que poco me conoces, angelito… que poquito… porque si me conocieras, habrías sabido perfectamente QUE NO ME GUSTAN LAS CIRUELAS!

La fruta se estrelló contra el ventanal de la librería con tanta fuerza como si hubiera sido lanzada por un cañón. La ciruela se hizo pulpa literalmente al chocar contra el cristal, desparramando pedazos violáceos por todas partes, salpicando el escritorio, los libros, el suelo…y dejando una peculiar marca en el cristal. El demonio no daba crédito a lo que veía.

G 1-4

La fila de ángeles guerreros se cuadró cuando sus superiores supremos pasaron entre ellos. Uno era bien conocido ya en el cielo por su posición única y privilegiada, ya que era el portavoz de Su Omnipotencia, de Ella misma, de la Que Era la que Era. El otro, aunque recién llegado, ya había dejado bien claro que sabía cómo hacer las cosas y que estaba dispuesto a hacerlas como debían hacerse.

El Metatron y Aziraphale llegaron hasta las puertas que se abrían al jardín de los Bienaventurados y siguieron caminando pausadamente, pues disponían de toda la Eternidad.

De manera que ya ha sido capturado y reducido a la cautividad, ¿no es así, Aziraphale? – el precioso jardín, anclado en una eterna primavera, estaba soleado y rebosante de flores-

Si, así es. Lo he confirmado yo mismo. El demonio Crowley, el que fuera mi astuto adversario en la tierra, ya está en nuestro poder. Se acabó la amenaza que representaba para… para el plan- repuso el arcángel supremo, con una sonrisa calculadora.

La amenaza no desaparecerá hasta que no desaparezca él mismo.- El Metatron se paró y miró a Aziraphale- Es nuestro penoso deber encargarse de eso cuanto antes, ya lo sabes.

Aún no…eso sería precipitarse, ya todavía tiene su utilidad. Él fue de los que se encargaron en primera instancia del Universo, y si el plan es volver a reiniciar todo, nos vendrá muy bien saber como hacer que ciertas cosas funcionen… ya sabes… las galaxias, los sistemas solares, las estrellas… Es una fuente de información irremplazable que no podemos permitirnos perder. Todavía.

No fue el único que participó en la Creación. En realidad, ese Caído fue uno de los… digamos "jefes de obra" pero no fue el ingeniero- el Metatrón apartó de un manotazo una pequeña mariposa que, atraída por los dorados de la ropa de los seres celestiales, se había acercado.

Pero los ingenieros no participan de nuestro plan, ¿no es así? Ellos están tan ocupados cantando a Su Omnipotencia que nada en el universo podría distraerles de su única y sagrada tarea. Además…-apartó con cuidado una ramita llena de brotes- Los experimentos que hemos realizado no son satisfactorios. Ni de lejos…

Génesis 1-4? En serio?! Es una broma o qué?- dijo el demonio a la nada- No recuerdo ninguno de los textos sagrados, angelito! Esa parte de mi memoria se borró cuando me echaron de este club de campo pijo, recuerdas?

Crowley dio una patada al escritorio. Otra vez en un callejón sin salida. Aziraphale recordaba prácticamente todos los libros sagrados, con puntos y comas, como ángel que era (y además uno muy inteligente) Y en su momento el propio Crowley también se los había aprendido de memoria, pero eso le fue arrancado junto con la inocencia cuando le expulsaron. Resopló. No, tenía que ser otra cosa. Intentó acudir a un pensamiento más analítico. Su amigo era muy dado a pensar de un modo racional, a diferencia de las intuiciones de Crowley, así que intentó pensar como pensaría Aziraphale.

Vale. Quieres que busque en la Biblia? Lo haría, pero no puedo tocarla a menos que quiera quemarme las manos como un elfo doméstico!

Siseando, Crowley miró el ejemplar del libro sagrado que Aziraphale tenía siempre sobre el escritorio. Decididamente, si había algo escondido en uno de los libros, ése era el que mejor cumpliría su función… de mantener alejado al demonio. Igual que el suelo consagrado, cualquier objeto bendito causaba graves quemaduras al desafortunado demonio que pusiera alguna parte de su cuerpo en contacto con él. Sin embargo, Aziraphale había adivinado que lanzaría la ciruela contra la pared. Anotó mentalmente disculparse con el ángel por ello (disculparse también mentalmente), ya que sí sabía que no le gustaban las ciruelas y había previsto su airada reacción. Había pensado que se enfadaría lo suficiente como para manchar su preciada librería y sus queridos libros… pero no, eso no era algo que fuese a tolerar tan fácilmente. Lo de manchar los libros no le cuadraba para nada… A no ser… El demonio abrió más sus grandes ojos amarillos por la sorpresa.

Imposible, no podía ser. El poder necesario para crear réplicas era propio de las más altas esferas angelicales, cuando no directamente de Ella. Y Aziraphale era un Principado, aunque le hubieran subido de rango a Arcángel supremo. A fin de cuentas, Arcángel tampoco era un rango tan alto…y decididamente no podían crear réplicas.

El sentimiento de que algo no era como debía ser le asaltó de nuevo. La librería estaba igual…Miró por la ventana. El jardín era igual al Jardín del Edén… pero algo… sus ojos de serpiente se quedaron fijos en un pajarillo que cantaba sobre una rama. El animalito se atusó el plumaje de un ala, se sacudió, y rompió a cantar con energía. Su garganta se sacudía al compás de su canción. Cantó tres estrofas de su canción primaveral y miró a su alrededor, por si había encontrado una compañera. Después se atusó el plumaje de un ala, se sacudió y rompió a cantar con energía. Cantó tres estrofas y miró a su alrededor. A continuación volvió a picotearse el plumaje del ala y a sacudirse. Y de nuevo a cantar tres estrofas…

La luz se hizo en la mente del demonio en ese momento.

Es un salvapantallas! No es una réplica sino una copia parcial! Claro… por eso los objetos creados por humanos son idénticos, pero lo que es obra de… bueno, ya sabemos de quien, solo está parcialmente copiado! Aziraphale… pero en que estás metido? Estás creando copias? Por qué? No me digas que estás jugando a ser…ay, ay, ay…

La Biblia está inspirada por Dios, pero es obra de los hombres. Sin embargo, hacía falta esa parte inefable para que sea sagrada… Crowley respiró hondo, apretó los dientes y cerró los dedos en torno al libro, esperando el dolor ardiente de la quemadura.

Que no llegó. El libro estaba en su mano, inofensivo.

Lo abrió por el medio. El papel fino y la letra diminuta propios de la Biblia le hicieron ver que la copia era casi perfecta. Casi. Porque podía tenerla en su mano. Podía leerla. Podía consultarla. Y ahora podía saber lo que decía el Génesis 1-4

Capítulo cinco: Libros y revelaciones

"Y vio Dios ser buena la luz y la separó de las tinieblas"

Esa sencilla frase componía la cita que le había dejado Aziraphale. Si el ángel pretendía que llegase a alguna conclusión con tan gran revelación, claramente iba listo. Era el principio de Creación y cuantas veces los ángeles habían recurrido al socorrido "hágase la luz" cuando necesitaban iluminar algo. Naturalmente que por una parte estaba la luz y por otra las tinieblas. Esa dualidad era lo que sustentaba todo aquel tinglado del cielo y el infierno, la luz y la oscuridad, lo bueno y lo malo, lo blanco y lo negro. Paseó su mirada por la librería de nuevo. Había algo que tampoco estaba en su lugar, y lo vio en un segundo vistazo. Los aros mágicos de Aziraphale, esos que nunca era capaz de hacer funcionar correctamente. Sin embargo, al mirarlos con más atención, se dio cuenta que los anillos no eran todos del mismo tamaño, sino que cada uno era un poco más grande que el anterior, y estaban ordenados por tamaño, unos dentro de otros. Que raro…

Mientras sostenía el libro, un papel cayó de entre sus hojas. El demonio se agachó y lo tomó. Al desplegarlo, encontró un conocido dibujo, perteneciente a otra filosofía. El ying y el yang.

El demonio se quedó mirando el dibujo, representación creada por los hombres. El círculo perfecto que encerraba dos mitades divididas por una línea curva, una blanca y la otra negra. Y en el seno de cada color, un punto del contrario parecía querer invadir al otro, dando la sensación de un movimiento infinito de muerte y vida, de blanco y negro, de luz y oscuridad…

Movimiento, alternancia, contrarios que se complementan. Crowley sacudió la cabeza. Tenía algo, un débil idea, escurridiza como un pez. Se llevó las manos a las sienes, tratando de fijar ese pensamiento. Una rueda, un ciclo…sol y luna, día y noche.

Luz y tinieblas. La luz es buena, hay que separarla de las tinieblas… porque son malas, las tinieblas son el mal… el bien y el mal…Dios!

Dios separó la luz de las tinieblas porque vio que era bueno…- el demonio se exprimía el cerebro tratando de seguir la idea de Aziraphale- Separó el bien del mal, el cielo del infierno… y en la tierra se han vuelto a juntar, los hombres lo han vuelto a juntar… ellos son tonos de gris y… y… J***R! Eso es! Los hombres han juntado lo que Dios separó, ellos son caos, mezcla de luz y de oscuridad…

Asintiendo, el demonio miró a su alrededor, en busca de teorías que reforzaran esa idea. Si, eso es, Aziraphale le había puesto en una copia del jardín del Edén, la cuna del hombre. Y en el medio del mismo, una librería. Una creación humana. Era como aquellas muñecas que tanto le gustaban a los rusos, como círculos concéntricos, unas cosas dentro de otras, en el centro de otras... Y en la librería…

Crowley se quedó de piedra al darse cuenta de lo que implicaba esa idea. En el centro de ese microcosmos dos seres sobrenaturales. Uno que representaba la luz, el propio Aziraphale. Y otro que representaba las tinieblas, él mismo, Crowley. Ellos eran la esencia de la humanidad. Y ahora estaban separados, como hizo Dios al crear el cosmos.

Pero eso no podía ser obra ni deseo de Ella. Ella se enorgullecía de su obra, se enorgullecía de la humanidad… Crowley sabía perfectamente que Satán cayó por negarse a admirar y a servir a la obra de Ella, por negarse a arrodillarse frente al Hombre, porque el propio Crowley había estado allí…pero ahora alguien quería reiniciarlo todo y…

¿Y si desde el principio Ella había propiciado que Aziraphale y él se conocieran para unir por algún punto la luz y las tinieblas, para que no estuvieran completamente separadas y que el mundo funcionase, como una gigantesca rueda?

Súbitamente le vino como un flash a la mente la tremenda potencia del milagro que habían hecho para esconder a Gabriel pretendiendo que fuera mínimo, con una potencia capaz de resucitar a 25 personas. Eso era lo que se conseguía al unir la luz y la oscuridad.

Válgame el cielo… que el plan es separarnos a nosotros para reiniciar el mundo…- murmuró el demonio sin dar crédito-

Tenía que salir de allí. Tenía que encontrar urgentemente a Aziraphale. Ya no se trataba sólo de que no quería perder a su único amigo bajo ningún concepto. Es que el propio universo estaba en juego.

El demonio salió de la librería y se dirigió a la puerta de entrada. Si se podía usar para entrar, por pura lógica se podía usar para salir… después ya se las apañaría para moverse por el cielo, ahora que no estaba inmovilizado. Sin embargo, vio algo que le hizo parar en seco. Había aparecido una rendija entre las dos hojas de la puerta. Alguien venía. Por un instante, tuvo la esperanza de que fuese Aziraphale, que volvía a explicarle de que iba todo aquello y también a pedirle perdón de paso por la última conversación que tuvieron en la tierra. Pero no era él. Antes había aparecido directamente allí. Y sabía que la puerta era un engaño, era la protección que el ángel le había puesto para que nadie le molestara allí.

No podía permitir que se descubriese que su amigo había mentido de nuevo a los suyos, pues le harían pedazos. Le correspondía a él protegerle ahora.

El demonio respiró hondo y alzó los brazos y las alas en una agresiva pose, como amenazando a aquél idílico cielo, y soltó un grito semejante al rugido de un leviatán.

Parpadeando para tratar de acostumbrar la vista a la oscuridad, el Metatrón retrocedió un par de pasos cuando llegó hasta su nariz el nauseabundo olor a putrefacción que parecía espesar el aire de aquel inmundo calabozo. Las antorchas que iluminaban el húmedo corredor de piedra al que daban acceso las puertas de metal ardían precariamente, emitiendo más humo negro y acre que luz, y dando a las sombras del lugar una repugnante sensación palpitante que hacía recordar a la mente el reptar de los gusanos en un cadáver. Pedazos informes de cosas que tal vez en algún momento estuvieron vivas colgaban de cadenas en las paredes. El ángel titubeó en el corredor, y estuvo a punto de darse la vuelta y marcharse. Sin embargo, estaba allí para cerciorarse de que aquel demonio, tan peligroso para sus planes, estaba a buen recaudo y no representaría una amenaza hasta que fuera el momento adecuado para destruirlo para siempre. Ya tenía bajo su control al Principado Aziraphale; sin embargo, no terminaba de confiar en que aquel Tentador conocido como Crowley no volviera a engañar al pobre imbécil y a llevarle de nuevo a su terreno, por lo que él mismo personalmente había modificado las órdenes que diera el arcángel supremo de respetar el bienestar del prisionero, haciendo que se le confinara en un pedazo de las mazmorras del infierno copiadas ex profeso para eso.

El Metatron nunca había puesto un pie abajo, por supuesto, y no sabía cómo era exactamente el averno. Sin embargo, lo que estaba viendo le revolvía tanto el estómago que no le cabía duda de que uno de los experimentos que habían realizado con el Libro de la Vida había tenido éxito. Al menos ese patoso de Aziraphale tenía una mínima habilidad para algo… Avanzó por el corredor polvoriento, atestado de huesos de pequeños animales que crujían deshaciéndose bajo sus pasos. Al fondo, un ventanuco con barrotes situado en una sólida puerta herrumbrosa parecía atraerle como un imán. El silencio era absoluto, roto tan solo por el crepitar de las antorchas. El ángel respiró hondo pese al repulsivo olor para serenarse. Por supuesto, estaba perfectamente a salvo. Ningún demonio solitario, exceptuando al Príncipe de las Tinieblas, era rival para él, y mucho menos uno que debía estar inmovilizado y debilitado por símbolos sagrados, según él mismo había ordenado. Pero a medio corredor, empezó a oír un siseo comparable al de una serpiente gigantesca, pero con la cadencia y la profundidad de una respiración humana. Algo enorme parecía deslizarse por el suelo, con un entrechocar de escamas, y ocasionalmente lo que parecían murmullos o tal vez lamentos se mezclaban con el enervante siseo.

Reuniendo valor, el Metatrón se atrevió a echar un rápido vistazo por el bien protegido ventanuco. Y lo que vio hizo que se erizara de horror el vello de su nuca.

Una espantosa criatura, mitad serpiente, mitad demonio, siseaba y se retorcía, encadenada e inmovilizada con ganchos de metal clavados en la carne en el centro de un pentáculo diseñado para retener a los demonios en sus interior. Su piel, mitad recubierta de escamas negras, mitad abrasada y en carne viva, se tensaba y contorsionaba intentando liberarse del tormento de las santas oraciones del círculo. Al verle asomar, giró la cabeza y clavó una mirada de odio tan feroz en los ojos claros del ángel que el Metatrón sintió verdadero dolor físico al recibirla.

El ángel tuvo que hacer un auténtico esfuerzo para no desvanecerse. Giró sobre sus talones y salió corriendo, cerrando la puerta tras él y atrancándola. No dejó de correr hasta llegar a sus habitaciones particulares.

Tan pronto como el Metatrón desapareció, Crowley chasqueó los dedos y toda aquella parafernalia desapareció. Sonrió de medio lado.

Querías echar un vistazo al infierno, cara culo? Pues toma, toma infierno!