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Ayer estaba en el Laberinto

Por ChieroCurissu

Ayer estaba en el laberinto. Me había enfadado con Koushiro, por eso entré adonde no debía y dejé a Palmon discutir con ese niño insensible, que era incapaz de ponerme atención porque para él unos símbolos en un muro eran lo más importante de nuestra aventura. En el laberinto se oían ecos de mis reniegos, podía palpar la humedad de las paredes rocosas mientras que Tentomon aleteaba a mis espaldas, levantando polvo y pretextos a favor del pelirrojo. Me la pasé escuchando un zumbido y, después, la voz de Koushiro me dio instrucciones: ve a la derecha, da dos pasos para acá, un saltito por allá, otro para acá... cuidado en la siguiente habitación, que hay una trampa...

Como lo esperaba, Koushiro me guio hasta encontrar una salida. Ayer me salvó y se acabó otro día más de ese mundo donde siempre éramos piezas de rompecabezas que terminaban encajando con la situación.

Ayer me salí del laberinto. Pero no sé dónde amanecí. Se siente como si me hubieran capturado, aunque no me han puesto esposas, ni cadenas y, no importa la imaginación que tenga, a mi alrededor no veo rejas y las ventanas ni siquiera tienen persianas. No, no hay rejas por ningún lado.

Aquí también me dan órdenes: acuéstate aquí, toma esta sopa, traga esta pastilla, intenta resolver estos sudokus, responde este cuestionario, ¿qué es lo que dices, que ayer estabas en un laberinto ubicado en el Mundo Digital?... sé que tienes muchas ganas, pero aguántate hasta llegar al servicio, déjame tomar tu mano, es mejor que no vayas sola.
No sé quién es este hombre que me da órdenes. Me quiero ir a casa con mamá y papá; no, mentira, me quiero ir al Digimundo con Palmon y Koushiro. Mis padres me consienten más, eso sí, podría llorarles por horas sin necesidad de justificar nada; mamá me acariciaría el cabello, haciéndome más rulos; papá me compraría pasteles, galletas de jengibre y helados exóticos. En cambio, Koushiro y Palmon me pedirían explicaciones, mi amiga para sentirse incluida, y el pelirrojo para tratar de entender… pero no a mí, a mí no buscaría entenderme. El más bien querría comprender los mundos, sus conexiones… y los signos raros que hubiera de por medio. Aun así, aunque no me mimen, preferiría regresar con ellos.
En realidad, el Digimundo era cansado. Caminar, correr, caminar, gatear. Llorar, dormitar y mirar hacia la inmensidad, esa que no se acaba y que parece infinita, pero que supongo que no es. Allá, en ese cielo, había nubes de algodón de azúcar de todos los colores del arcoíris; esas nubes no traían agua, solo emociones. Allá, el ambiente estaba cargado de rocío y se salía de la norma. A mí, las reglas, no me gustan. Si las sigo, es porque ni siquiera me doy cuenta de que existen…

Caminar, correr, luchar, hacer una fogata y comer lo que se encontrara en la naturaleza o en maquinitas expendedoras que había de manera aleatoria en el paisaje salvaje… dormir oliendo mi propio sudor y el de otros niños todavía más sucios… y el de digimons carecientes de hábitos higiénicos. Descubrir que hay niños que lloran más que yo, porque son chiquitos. Descubrir que hay niños que lloran menos que yo, aunque sean de mi edad.
Hoy…. Hoy no sé dónde amanecí, pero un hombre calvo, con gafas y ojos cansados me cepilla el cabello. Lo está haciendo mal, me molesta la forma en que deshace mis nudos, sin embargo, no hay un espejo que me facilite corregirlo y estoy ocupada pensando en que estoy perdida. Le digo que quiero que me haga una cola de caballo y que necesito mi sombrero rosado, pero él me destroza los rizos y los acomoda en una dona que seguramente no se me verá bien y me hará ver mayor… definitivamente está lejos de ser un estilista. No siento ningún mechón en la frente y la cabeza me pesa mucho, tanto como el susto que me llevé al despertar aquí. No estaba ninguno de los demás. Solo yo y los desconocidos.
—Quiero ir al Digimundo —le digo al hombre, quien acaricia mis mejillas con rubor color coral, para quitarme la palidez… aunque, en realidad, el Digimundo me mantiene bronceada. El estúpido me va a dejar como payaso.

Por la ventana puedo comprobar que aquí el cielo no tiene nubarrones de dulces, solo masas de humo gris y de lluvias… y, en definitiva, no huelo desechos de digimon cercanos, solo se cuela un aroma a desinfectante combinado con menta. Algo así como un enjuague bucal.

La habitación donde estamos es más bien pequeña, están pintada de un beige que se parece a mi piel cuando no está asoleada. Hay un cuadro con marco de madera y dentro de éste hay una pintura con manchas y líneas tratando de convertirse en figuras atractivas. La verdad es que no se me hace bonito, quizás es porque no tiene tonos pasteles.
—Lo siento, ya lo hemos hablado, no podemos ir ahí —dice.
Frente a mí hay una pequeña mesa redonda y sobre ella hay un ramo de flores en un recipiente improvisado. No sé cómo se llaman esas flores, solo sé que no tardarán en marchitarse… ni siquiera son rosas, qué fastidio. En ese instante, pienso en que el cabello de Palmon es también una flor que tampoco sé cómo se llama, pero no se marchita, sino evoluciona en una hada.
Hoy alguien me arrancó del Digimundo. Y de pasar mis días y noches vagando con libertad por un terreno indómito, terminé encerrada aquí, donde parece que tengo un mayordomo espía. El techo de la habitación es alto, hay un reloj que no hace tic tac. El hombre me pide que me ponga un abrigo de mal gusto que está en el perchero, yo le respondo que es una prenda horrible y que prefiero irme de ahí, que por favor me libere, que necesito reencontrarme con los demás.

—Quiero ir a mi casa —. Si este es el mundo humano, al menos debería ser capaz de regresar a mi hogar con papá y mamá. Quiero pensar en sus números telefónicos, pero se me escapan de uno a uno los números que van del 10 al 100.

Si ya no puedo ir al Digimundo, quiero ir a Odaiba, pero este hombre de nuevo niega, me ofrece crema para las manos y yo la rechazo de mal humor. No sé quién se cree si considera que con eso puede comprar mi simpatía. Aun así, después de que me vuelve a rogar, dejo que deslice la crema entre mis dedos; están percudidos y rugosos por tanto maltrato que sufrieron en el Digimundo.
A lo mejor me ha capturado. A lo mejor estoy secuestrada. A lo mejor ya no puedo volver al Digimundo porque los signos que ama Koushiro no me interesan tanto como a él. A lo mejor me quitaron ese emblema que brillaba y, por eso, nunca sabré si los demás podrán vencer al tal Devimon maligno que nos lanzó por el mundo en camas voladoras, donde los chicos andaban con ropa interior. La ropa interior de Koushiro era naranja. Debí decirle que me pareció de mal gusto y que estaba muy flacucho.

—De verdad, esta es tu casa, Mimi-san —dice el tipo de nueva cuenta.
Me pongo a llorar, quiero ser súper ruidosa y gritarle, pero me duele la cabeza… y el corazón… y apenas puedo escuchar mis suspiros… y mis lágrimas están siendo súper calladas, ¡qué decepción!

Allá, en el Laberinto, Koushiro encontró la salida y me liberó. Salvamos el día con los emblemas y los engranes revirtieron su curso después de que los pateé. Y nos sonreímos… y fue lindo… y él dijo que aprendería a probar cosas nuevas justo como lo hacía yo. Y, por dentro, yo sonreí todavía más, mucho más de lo que le mostré a él; sonreí en silencio por horas y solo porque me estuvo poniendo atención.
—No te pongas así, Mimi-san, te llevaré al jardín —pide, tratando de consolarme, pero no se da cuenta de que es su culpa, de que él me ha hecho llorar, de que de nada me sirve que me nieguen las cosas y no me dejen marchar. Podría irme corriendo, no obstante, no sé dónde estoy y, aunque es de día y no está oscuro, algo dentro mío no cuadra. Es como si en mi cabeza alguien hubiera apagado una luz… y solo, si me esfuerzo, recuerdo que ayer estaba en el Laberinto…

Sería mejor si el hombre que me acompaña se callara la boca, total que dice puras cosas sin sentido. Es casi como con Koushiro, quien dice puras cosas difíciles que no comprendo… y yo, a su vez, digo puras cosas fáciles que no tienen complicación alguna, pero nadie se da cuenta de ello porque no me ponen la atención suficiente.
El señor hace que me ponga de pie y me hala un poco, para que le siga los pasos. Mi cuerpo está agotado, estoy más destruida que en las eternas caminatas de la isla File. Aquí siento que arrastro los pies y por más que trato, no puedo ponerme derecha. Intento recordar mis zapatos, pero no los identifico. Son unos crocs horrorosos, yo jamás les habría pedido a mis papás que me los compraran. Trato de recordar. No obstante, solo me acuerdo que ayer estaba donde los digimon. Que Palmon me defendía después de que Koushiro dijera que lo metería en problemas si me ponía a llorar.

¡Menuda tontería!, yo no meto en problemas a nadie. Pero Koushiro no me miraba como yo quería, estaba absorto en cosas que solo entendía él, eso me trataba de explicar su digimon.
Ayer, Centarumon se volvió bueno después de que lo confrontamos... se le salieron unos engranes negros del cuerpo. ¿Y si ahora tengo los engranes negros dentro de mí?... no, no, es más posible que el hombre que apresa mi mano entre sus dedos huesudos tenga esos engranes en lugar de corazón.
Afuera de la habitación, me hace caminar por un pasillo lleno de adornos. Y no veo a nadie más secuestrado, aunque creo que distingo voces distintas a las nuestras. Hay momentos en los que quiero tirarme al piso, pero a la vez caminar me resigna, me brinda paz unos instantes, antes de volver a desorientarme otra vez.
No sé dónde estoy, ayer estaba en el Digimundo y hoy estoy aquí. Parece que me capturaron y se llevaron algo que me pertenecía. Lloro, camino e intento pensar...
—Hace un buen clima, toma un poco de sol o da una caminata, volveré en un momento.
Mi secuestrador me ayuda a sentarme en una banquita y se va en cuanto llegamos a un patio lleno de árboles otoñales, plantas de lavanda, flores que no sé cómo se llaman y un estanque con peces koi. Hay un caminito empedrado, alrededor de éste yacen hojas y pétalos de Palmon tirados en el piso. Probablemente, Palmo también se marchitó, lo que acentúa mi tristeza.

Busco qué hay en los bolsillos de mi abrigo feo. No tengo digivice, ni emblema y, si me descuido un poquito, seguramente me quitarán otra cosa, así que agarro la tela de la gabardina y la apuño con fuerza.

—No engarrotes los dedos, te puedes lastimar —. El calvo se agacha y saca mis manos del abrigo, luego me estira los dedos uno a uno. Lo que no puede desarrugar son mis lágrimas.

—Traeré guantes por si tienes frío y un poco de té Oolong —dice para sí mismo, porque es un idiota y tampoco me pone atención.

—… Te odio —se lo digo porque eso me salió de la boca. La verdad es que quería también decirle que me liberara, que quería regresar a casa, que no sabe con quién se mete, que ayer estaba en el Digimundo y hoy desperté aquí. No sé por qué, pero las ideas no me salen bien cuando las quiero convertir en palabras.

Sin embargo, ni siquiera mi odio hace que el hombre me mire a los ojos y se compadezca de mí. No me rescata, ni dice nada más. Se da media vuelta, se marcha con pasos cortos y torpes, hasta reingresar a la casa por aquella enorme puerta corrediza de cristal.

Aprovecho para ponerme de pie. Debo escapar.

El patio está bardeado por una verja de madera alta. Es un jardín con forma rectangular, pero a pesar de que tiene un estanque estilo oriental, cerca de la valla hay cactus crecidos que se parecen a Togemon. Primero camino por el sendero de rocas, me agacho cada vez que veo un pétalo de Palmon en el suelo. Llevo los pétalos a mi nariz y quiero olerla a través de mis recuerdos, aunque no puedo hacerlo, porque no recuerdo cómo es su esencia.

Sus pétalos son… como las sábanas viejas que se abandonan en las casas de los abuelos. También recojo del suelo las hojas, aunque no sean del Digimundo. Las guardo en el bolsillo, para hacerlas mis aliadas. El sendero se acaba donde empezó y yo lloro todavía más y mis piernas caminan entonces sin orden, rodeando la barda hasta que encuentro una puerta angosta, que tiene un candado que sé que sería capaz de romper si tuviera mi emblema, aquel que podía sacar engranes negros de los corazones ajenos.

—No dejaré que te marches—. El hombre ha vuelto y con su mano huesuda aprieta mi hombro.

No es tierno en su agarre. Es casi como si fuera un castigo. Sin embargo, es un abusivo… yo soy solo una niña y estoy secuestrada, por supuesto que quiero marcharme todas las veces posibles.

—Quiero… ¡quiero ir a mi casa! —insisto y esta vez sí logro alzar la voz y llorar como es debido, con las cuerdas vocales en máximo volumen. Por fin estoy orgullosa de mi coraje.

—No te pongas así, me meterás en problemas si te pones a llorar —ruega.

—¡Eres un tonto! —le grito y encuentro fuerzas para empujarlo. Apremio el paso, para irme lejos de ese hombre, el cual se me queda mirando mientras yo voy perdiéndome más y más en ese lugar, donde los árboles me confunden, las flores que no sé cómo se llaman me limitan el paso, los senderos son círculos infinitos, las casas son cárceles y los cactus me detienen porque me pican ese abrigo feo y las manos…

—¡Mimi-san, da dos pasos hacia atrás y gira hasta darle la espalda a la reja!

Mis lágrimas se detienen de golpe. Reconozco la voz. Es Koushiro, así que lo obedezco porque no existe la posibilidad de no hacerlo, sé que así podré regresar al Digimundo, ¡por fin me ha encontrado y me pone atención!, ¡por fin ha venido a salvarme!

Es que no me había dado cuenta, pero ¿acaso no estoy en otro laberinto?

—Ahora camina cinco pasos al frente y dos a la derecha —hago lo que él dice, a pesar de lo confundida que estoy y que dentro mío, como ya lo comenté, mi mente tiene la luz apagada.

—Vuelve a dar media vuelta y camina por tu lado izquierdo hasta llegar a donde está el estanque.

¿El estanque? ¿por ahí es la entrada al Digimundo?... no hay pista alguna de que tiene razón, el clima no es anormal, ni hay auroras boreales, ni se respira el aire de aquella vez.

Me gusta imaginar que, mientras camino, hay una mariquita que me dice que Koushiro es bueno, que sí se preocupa por mí y que siempre tiene la razón. Me gusta pensar, que los pétalos que recogí son unos que Palmon ha mudado como si se tratara de crisálidas.

Pero al llegar al estanque sigo igual de confundida. Estoy a punto de saltar al agua, porque creo que es la solución a todo, pero de nuevo me toman de la mano y esos dedos huesudos me aprietan; miro a mi costado y no está Koushiro, sino mi secuestrador y eso me hace gritar de susto.

—Mimi-san —dice, su voz se quiebra un poco y es suave, nada que ver con la fuerza con la que me aprisiona —. En el reflejo está la salida.

Me hace mirar hacia el estanque. Y tras notar que solo hay un par de peces koi, el agua cristalina, casi de vidrio, se convierte en un espejo.

Hay una pareja de ancianos reflejados en el cristal. Ambos son bajos y las ondas del estanque acentúan sus arrugas y manchas que tienen en el rostro, sobre todo en la comisura de los ojos y de los labios. Ella lleva el cabello blanco recogido en un moño, como la nieve del monte Fuji en invierno, sus ojos cual ámbar son lo único que todavía brilla en ella. A su lado, un viejo calvo, que dejó de ser pelirrojo y está jorobado, la toma de la mano como si fuera su vieja laptop. Y, a pesar de los lentes y de que tiene el párpado caído, también tiene unos ojos azabache deslumbrantes, que no me hacen entender, pero sí me hacen sentir.

—¡Oh!... —es lo que puedo responder, apretando por fin la mano que me envuelve.

Hay un momento. No sé si es un segundo, una hora o un sueño. Pero el tiempo se va en reversa a toda velocidad.

Ahí está Koushiro, en trance. Mira su computadora y los signos mágicos del Digimundo… a mí me ignora como si no fuera un encanto.

Ahí está Koushiro, otra vez. Es un adolescente con las hormonas enloquecidas que me observa sin parpadear. Ruega por atención en silencio y yo lo veo de reojo, casi indiferente, porque me gustan mucho las venganzas.

Ahí está Palmon, diciéndome adiós, diciéndome hola y diciéndome adiós por enésima vez. Ella entra y sale, sale y entra de mi vida… debido a que concuerda con el instante, tomo de mi bolsillo esos pétalos que en realidad no son de ella y los tiro al patio para que en otra ocasión me vuelvan a confundir.

Ahí está mi primer beso, mi segundo, mi tercero, mi cuarto… y en el quinto beso también está Koushiro acariciándome la lengua con la suya y mordiéndome el labio inferior con deseo.

Ahí, en la cama, Koushiro me pone la atención que nunca logré atraer a través mis llantos, mis reclamos, mis argumentos. Y yo me regocijo. Bajo y subo mi cuerpo por todo su ser; hago que me acaricie con interés y que me provoque muchos laberintos de emociones.

Ahí, en mis brazos, un bebé más feo que yo chilla estrenando unos pulmones potentes. Koushiro lo ve como si todas las computadoras del mundo le cupieran a la criatura en esa cabecita chata y rojiza.

Ahí, en las tumbas, están papá y mamá muertos. Koushiro está reverenciándolos mientras ofrece incienso y los niños y yo lloramos como si fuéramos un coro, pero nada qué ver, en realidad se trata de un funeral.

Ahí, en la puerta de esta casa donde ahora estoy atrapada, están las maletas que los niños se llevaron cuando dejaron vacío el nido. Koushiro me aprieta la mano justo como ahora. En lugar de ponerme atención, mira a los retoños volar con mirada vacía.

Ahí, perdida en mi mente, me miro al espejo de mi tocador en tanto que trato de disimular las ojeras en mis ojos y las pecas de la piel. Una hoja de papel está arrugada, una bolsa llena de medicinas parece haber explotado hasta lograr esconder mis cosméticos, un librito de sudokus está rayado. "Qué fastidio los sudokus, en todo caso prefiero los haikus", digo.

Luego, parpadeo.

El par de peces koi salta y las ondas en el estanque lo borran todo.

—Gracias por salvarme siempre, Koushiro-kun —le digo al hombre que me guía de vuelta hacia la banquita. Estoy tranquila y triste, mis lágrimas han dejado de fluir.

El hombre me sirve té. Le doy unos traguitos antes de dejar que me ponga los guantes.

—¿Te parece si entre los dos tratamos de responder un sudoku?, son ejercicios para la mente y…

Niego y lo hago sentarse a mi lado.

—¿Quieres que te lea la nueva novela de Takeru? —pregunta.

No tengo idea de qué está hablando.

Respiro lentamente. Cierro los ojos.

Hay cuervos por ahí, porque se escuchan sus graznidos. Corre viento y cuando los peces saltan en el estanque, es como si alguien tirara una piedrita en el agua.

Abro los ojos y noto que acabo de despertar.

No sé dónde estoy, Koushiro y Palmon no están por ninguna parte. Lo último que recuerdo es que estábamos en un pedazo de isla en el Digimundo y logramos salvar el día. A mi lado hay un hombre. Siento que dentro de él hay engranes negros. Aun así, le digo:

—Ayer estaba en el laberinto.

No me asiente, ni responde. Lo que hace es levantar la vista y a mí se me figura que en el cielo hay de esos signos raros que solo él puede querer estudiar.

Fin.

Notas: Dedicados a todos aquellos que han perdido sus recuerdos y, por supuesto, a sus cuidadores, quienes tienen qué recordar por dos. Este fic es parte de la #MishiroWeek 2023, el Prompt elegido fue #Laberinto, mi palabra favorita para el Koumi. Gracias por leer y me disculpo por los errores que este escrito pudiera tener.

#MishiroParaElCorazón