Disclaimer: Nada de esto me pertenece, la saga crepúsculo es propiedad de Stephenie Meyer y la trama es del libro "Venganza para Victimas" de Holly Jackson, yo solo busco entretener y que más personas conozcan este libro.
Capítulo 28
Sin cara. En la oscuridad. En silencio. Demasiado silencio. Bella ya no escuchaba la respiración de Neil, ni olía el fuerte tufo metálico de su sudor al respirar con dificultad por la nariz. Debía de haberse apartado de ella.
Bella dejó de respirar, sondeando la sala con las orejas tapadas, sintiendo el hormigón en las piernas encogidas. Escuchó unos pasos amortiguados que se alejaban de ella, en dirección a la puerta por la que él la había arrastrado.
Escuchó.
El chirrido del metal al abrirse la puerta. El de las bisagras viejas. Más pasos que hacían crujir la gravilla del exterior. Otra vez el chirrido de las bisagras y el ruido sordo de la puerta cerrándose. Silencio, unas cuantas respiraciones y luego otro sonido mucho más leve: unas llaves arañando la cerradura. Otro ruido sordo.
¿Se acababa de ir? Se había marchado, ¿verdad?
Bella forcejeó mientras escuchaba con atención el tenue sonido de los zapatos y de la gravilla. Un sonido familiar: la puerta de un coche cerrándose. El rugido de un motor al despertar y las ruedas alejándose de ella.
Se estaba marchando. Se había ido.
La había dejado allí encerrada, pero Neil se había largado. El Asesino de la Cinta no estaba.
Bella olfateó. A lo mejor no se había ido. A lo mejor todo esto era algún tipo de prueba y seguía sentado en la sala con ella, vigilándola. Aguantando la respiración para que ella no lo escuchara. Esperando a que hiciera algún tipo de movimiento en falso. Escondido en la oscuridad de sus ojos tapados.
Bella hizo una prueba y carraspeó. Su voz vibró contra la cinta americana, haciéndole cosquillas en los labios. Volvió a gruñir, más fuerte, intentando darle sentido a la impenetrable oscuridad que la rodeaba. Pero no era capaz.
Estaba desahuciada, retenida contra aquella enorme estantería metálica, sin cara, envuelta en cinta. Quizá él siguiese allí con ella, no lo podía descartar.
Pero había escuchado el coche, ¿no? No podía ser nadie más que Neil. Y entonces, otro recuerdo se cayó de su cerebro deteriorado. Las palabras de la transcripción. El inspector Dumbledore preguntándole a Stu Macher por qué había dejado a sus víctimas solas durante un tiempo. Era evidente por el desgaste de la cinta que les ataba los pies y las manos. El asesino se había marchado. Esto formaba parte de su plan, de su rutina, de su modus operandi. Neil se había ido, pero volvería para matar a Bella.
Vale, estaba sola, eso le había quedado claro, pero no podía quedarse con ese alivio momentáneo. Tenía que pasar al siguiente problema. El terror no estaba encerrado, como ella, en la recámara de su cabeza. Estaba en todas partes. En sus ojos tapados y en las orejas cubiertas. En cada latido de su corazón sobreutilizado. En la piel en carne viva de sus muñecas y en la incómoda inclinación de sus hombros. En el agujero de su estómago y en la profundidad de su alma. Puro y visceral; el miedo como nunca lo había experimentado. Inevitable. La transición entre estar viva y dejar de estarlo.
Sus respiraciones eran cada vez más cortas, demasiado breves, chorros de pánico que entraban y salían. Joder. Se le estaba taponando la nariz, notaba cómo cada respiración le costaba más que la anterior. No debería haber llorado, no debería haber llorado. El aire entraba a duras penas, abriéndose camino por dos agujeros cada vez más estrechos. No tardarían en estar completamente bloqueados y ella terminaría ahogándose. Así es como acabaría todo. Una chica muerta que camina. Una chica muerta que no respira. Al menos así, el Asesino de la Cinta no conseguiría matarla; al menos no a su manera, con una cuerda azul alrededor del cuello. Puede que fuera mejor así, algo que se escapase de su control y se acercase al de ella.
Pero no quería morir, joder. Bella inspiró y expiró con fuerza. Se sintió aturdida, como si hubiera dejado de tener cabeza, y tan solo contase con dos fosas nasales cada vez más cerradas.
Apareció un nuevo coro en su cabeza. «Voy a morir. Voy a morir. Voy a morir».
«Hola, Sargentita». Edward había vuelto a aparecer dentro de su cabeza y le susurraba al oído tapado.
«Voy a morir Edward», le dijo ella.
«Yo creo que no —contestó él, y Bella supo que lo decía con una ligera sonrisa y con el hoyuelo en la mejilla—. Solo tienes que respirar, mi amor. Pero más despacio, por favor».
«Pero mira». Bella le enseñó sus ataduras: los tobillos, las manos sujetas a una pata de metal muy frío, la máscara que le cubría la cara.
Edward era consciente de la situación, había estado allí durante todo el proceso.
«Me voy a quedar contigo hasta el final —le prometió, y a ella le entraron ganas de llorar otra vez, pero no podía, tenía los ojos pegados—. No estarás sola, Belly».
«Eso ayuda», le contestó ella.
«Para eso estoy. Siempre. Equipo Edward y Belly. —Él sonrió detrás de los ojos de la chica—. Hemos hecho muy buen equipo, ¿verdad?».
«Gracias a ti».
«Y a ti también, princesa. —Él le agarró la mano atada a la espalda—. Aunque es verdad que yo aportaba toda la belleza. —Se rio de su propia broma; o igual era una broma de ella—. Pero tú siempre has sido la valiente. Meticulosa hasta extremos irritantes. Determinada hasta la imprudencia. Siempre tenías un plan, sin importar lo que pasara».
«Para esto no, Edward —admitió Bella—. He perdido».
«No pasa nada, Sargentita. —Le volvió a coger la mano y apretó. Empezó a notar un cosquilleo en los dedos por el ángulo extraño en el que estaban doblados—. Solo necesitas un plan nuevo. Es lo que mejor se te da. No vas a morir aquí. Él se ha ido, y ahora tienes tiempo. Aprovéchalo. Piensa en un plan. ¿No te gustaría volver a verme a mí y a todos los que te importan?».
«Sí», le contestó ella.
«Pues más te vale ir empezando».
Sería mejor ir empezando.
Respiró hondo. Ya tenía la nariz más despejada. Edward tenía razón: le habían dado tiempo y debía aprovecharlo. Porque en cuanto Neil Prescott volviera a cruzar aquella puerta de bisagras chirriantes, no habría más oportunidades. Ninguna. Estaría muerta. Pero esta Bella, la que estaba allí sola y atada a esa estantería de metal, solo estaba muy probablemente muerta. No tenía muchas opciones, pero sí más que la Bella del futuro cercano.
«Está bien —le dijo a Edward, pero en realidad se lo dijo a sí misma—. Un plan».
No podía ver, pero sí comprobar qué había a su alrededor. No tenía nada cerca cuando el Asesino de la Cinta le había tapado los ojos, pero igual había dejado algo por allí una vez terminada la máscara. Algo que ella pudiera usar. Bella movió las piernas atadas formando un arco, de un lado al otro, haciendo fuerza con los brazos para llegar más lejos. No, por allí no había nada, solo hormigón y el canalón que corría bajo las estanterías.
Daba igual, tampoco esperaba encontrar nada, «No vuelvas a caer en la desesperación». De todos modos, Edward no la dejaría. Vale. No se podía mover, estaba atrapada en esa estantería. ¿Había algo allí que le sirviera?
Cubas de herbicida y fertilizante que no le valían para nada, aunque pudiera cogerlas. A ver, ¿qué podía alcanzar? Bella movió los dedos para que recobraran la sensibilidad. Tenía los brazos atados a su espalda, más altos de lo que deberían estar. Las muñecas pegadas con cinta a la pata metálica, justo por encima de la balda más baja. Eso era lo que sabía, lo había interiorizado antes de que Neil Prescott le arrebatara la cara. Bella giró las muñecas contra la cinta y exploró con dos dedos. Sentía el metal frío de la pata de la estantería y, si estiraba un poco el dedo corazón, notaba la intersección donde se unían la pata y la balda.
Ya estaba. No alcanzaba nada más. Esa era toda la ayuda que tenía.
«A lo mejor es suficiente», dijo Edward.
Y a lo mejor lo era. Porque, en alguna parte de esta intersección entre la balda y la pata, tenía que haber un tornillo que las mantuviera unidas. Y un tornillo podría significar la libertad. Bella podría pinzarlo con el índice y el pulgar y hacer agujeros en la cinta que le ataba las muñecas. Seguir agujereando y rasgando hasta liberarse.
Pues eso era. Ese era el plan. Sacar el tornillo de la estantería.
Bella volvió a tener esa sensación, como si hubiera una presencia desconocida a su alrededor. Y no era solo el Edward de su cabeza. Algo frío y malicioso. Pero el tiempo no esperaba a nadie y estaba claro que no la iba a esperar a ella tampoco. ¿Cómo iba a coger el tornillo?
Bella solo podía tocar la parte superior de la balda con un dedo; necesitaba deslizar las muñecas para poder meter el dedo por debajo. La cinta adhesiva estaba pegada alrededor de sus muñecas, pegándolas a esta parte concreta de la pata. Pero si se movía, quizá, solo quizá, podía conseguir que la cinta se despegara del metal. Estaba en un lateral. Con un contacto de unos dos centímetros. Si conseguía despegar la cinta de ahí, sería capaz de deslizar las manos arriba y abajo. Con un poco de esfuerzo podría conseguir un poco de espacio dentro de la cinta, dentro de la garra de Neil. Podía hacerlo. Bella sabía que sería capaz.
Dobló más las piernas para poder impulsarse hacia atrás, contra la estantería. Empujó más. Las puntas de los dedos rozaban el borde de una de las cubas. Siguió empujando y estirándose y girándose y notó cómo cedía.
Sintió que una parte de la cinta se despegaba del metal.
«Eso es, sigue así, Sargentita», la animó Edward.
Bella empujó aún más fuerte, se estiró aún más. La cinta le cortaba la piel.
Y, despacio, despacio, la cinta se despegó de la pata.
«¡Sí!», susurraron ella y Edward a la vez.
No deberían haberlo hecho, porque no se había liberado. Bella seguía pegada a la pata, con las muñecas aún atadas con fuerza a su alrededor. Aún probablemente muerta. No obstante, había conseguido algo: movimiento arriba y abajo entre dos baldas si deslizaba la cinta por la pata.
Bella no perdió más tiempo y bajó las muñecas todo lo que pudo, hasta tener las manos justo encima de la balda de abajo. Tocó la esquina con los dedos y notó algo: pequeño, duro, de metal. Tenía que ser la tuerca. Bella apretó fuerte con el dedo. Notaba el extremo del tornillo que sobresalía de la tuerca. No era tan punzante como le habría gustado, pero bastaría. Podía usarlo para romper la cinta.
Siguiente paso: sacar el tornillo. No iba a ser fácil. Bella se dio cuenta cuando empezó a girar las manos. No había forma de llevar ninguno de los pulgares a ese lado de la pata. Tendría que usar otros dos dedos. De la mano derecha, claro. Era la que tenía más fuerza. Colocó el corazón y el índice alrededor de la tuerca, apretó e intentó girar. Estaba muy dura, joder. Y ¿para qué lado tenía que girarla? ¿Hacia la izquierda, es decir, su derecha?
«Tranquila, preciosa. Tú inténtalo —le dijo Edward—. Insiste hasta que ceda».
Bella lo intentó. E insistió. Pero no funcionaba. No se movía. Volvía a estar muerta.
Probó hacia el otro lado, pero era muy complicado por la posición en la que estaba. Jamás lo conseguiría. Necesitaba los pulgares: ¿cómo podía alguien hacer esto sin los pulgares? Apretó los dedos contra el metal y giró.
Le dolía, se le clavaba en los huesos, y si se rompía los dedos… bueno, tenía más. De pronto, la tuerca giró. Muy poco, pero se había movido.
Bella paró un momento para estirar los dedos doloridos y para contárselo a Edward.
«Bien, vas bien —le dijo él—. Pero tienes que seguir, no sabes cuánto tiempo más estará fuera».
Podía haber pasado ya media hora desde que Neil se había marchado, Bella no tenía forma de saberlo, y el terror movía el tiempo de forma extraña.
Toda una vida en segundos, y al contrario. La tuerca apenas se había soltado; iba a tardar un rato y no se podía concentrar.
Volvió a mover los dedos apretados alrededor de la pieza de metal y giró. Era muy cabezota, solo se movía cuando Bella lo daba todo y, aun así, se desplazaba lo más mínimo. Cada vez que cedía, ella tenía que recolocar los dedos.
Mover. Agarrar. Girar.
Mover. Agarrar. Girar.
Era un desplazamiento mínimo, con una sola mano, pero Bella notaba caer el sudor desde el interior de los brazos hasta la tela de la sudadera.
Resbalándose contra la cinta en la sien y en el labio superior. ¿Cuánto tiempo había pasado ya? Minutos. ¿Más de cinco? ¿Más de diez? La tuerca se estaba soltando, cediendo un poco más a cada giro.
Mover. Agarrar. Girar.
Ya debía de haber dado una vuelta entera. Estaba cada vez más suelta contra el tornillo, y contra sus dedos. Ahora podía girarla en cuartos de circunferencia.
Medios círculos.
Un giro completo.
Otro.
La tuerca se soltó del tornillo y se le quedó en la punta de los dedos.
«Sí», susurró Edward en su cabeza cuando Bella dejó caer la tuerca al suelo, con un pequeño tintineo metálico en la oscuridad desconocida.
Ahora tenía que sacar el tornillo y cortarse la cinta de las muñecas. Ya solo estaba probablemente muerta, no muy probablemente. Podía sobrevivir. Era posible. La esperanza destiñó un poco las oscuras líneas del terror.
«Con cuidado», le advirtió Edward mientras buscaba con los dedos el extremo del tornillo.
Bella lo empujó y lo subió por el agujero. Tenía que presionar con fuerza, porque el tornillo tenía encima todo el peso de las cubas de aquella balda.
Volvió a empujar y el extremo desapareció por el agujero.
«Vale, respira». Movió una vez más las manos y alcanzó la parte frontal de la pata metálica. Así estaba mejor: ya podía utilizar el pulgar. Bella buscó el bulto del tornillo, lo encontró con el dedo y lo agarró con el índice y el pulgar.
No lo sueltes.
Apretó y sacó el tornillo con el chirrido de dos metales arañándose.
La balda se inclinó hacia delante al perder el soporte frontal.
Algo fuerte y pesado se deslizó y la golpeó en el hombro.
Bella se estremeció.
Soltó un poco el tornillo durante un segundo.
Escuchó un pequeño tintineo metálico sobre el hormigón, botando una vez, dos veces, alejándose rodando.
Hacia la oscuridad desconocida.
