Disclaimer: Nada de esto me pertenece, la saga crepúsculo es propiedad de Stephenie Meyer y la trama es del libro "Venganza para Victimas" de Holly Jackson, yo solo busco entretener y que más personas conozcan este libro.


Capítulo 30

Estaba muerto.

Neil Prescott, el Asesino de la Cinta: eran la misma persona y estaba muerto.

No hacía falta que Bella comprobara si se le hinchaba el pecho, ni que le buscase el pulso para saberlo. Quedaba claro solo con mirarlo; con contemplar lo que quedaba de su cabeza.

Ella lo había matado. Había roto el círculo. Ya nunca volverá a hacerle daño, ni a ella ni a nadie.

No era real y ella tampoco, recostada contra la pared junto a la estantería volcada, agarrándose las piernas al pecho. Su reflejo retorcido brillaba sobre el martillo tirado en el suelo mientras ella se balanceaba de atrás adelante. Era real, estaba justo delante de ella, y ella también estaba allí. Estaba muerto, ella lo había matado.

¿Cuánto tiempo llevaba ya allí sentada, yendo de adelante atrás? ¿A qué estaba esperando, a que él cogiera aire y se levantara? No, eso no. Había tenido que elegir entre ella o él. No había sido defensa propia, sino una elección, una decisión que había tomado ella. Él estaba muerto y eso era bueno. Era lo correcto. Como debía ser.

¿Y ahora qué iba a pasar?

No había ningún plan. Nada más allá de romper el círculo, de sobrevivir. Y matarlo a él había sido la forma de continuar con vida. Ahora que ya estaba hecho, ¿cómo hacía para seguir sobreviviendo? Le repitió la pregunta al Edward que vivía en su cabeza. Le pidió ayuda porque él era la única persona a la que sabía hacerlo. Pero se había quedado callado. No había nadie más allí, solo un pitido en sus oídos. ¿Por qué la había dejado? Todavía lo necesitaba.

Pero él no era el Edward de verdad, sino sus pensamientos envueltos en su voz, su salvavidas al borde de la muerte. Sin embargo, ya no estaba al borde de la muerte. Había sobrevivido, y volvería a verlo. Necesitaba hacerlo. En ese mismo instante. La situación la sobrepasaba.

Bella se levantó del suelo, intentando no mirar las manchas de sangre de sus mangas. Ni las de las manos. Esta vez era de verdad. Merecida. Se las limpió en las mallas oscuras.

Desde el otro lado del almacén había visto una forma rectangular en el bolsillo de Neil. Su iPhone, sobresaliendo de la tela. Bella se acercó con cuidado, sorteando el río rojo que reflejaba las luces del techo. No quería acercarse por miedo a que su proximidad lo devolviese a la vida, pero tenía que hacerlo. Necesitaba el teléfono para llamar a su Edward, para que pudiera venir y decirle que todo saldría bien, que pronto volvería a la normalidad, porque eran un equipo.

Estiró la mano para coger el móvil. «Espera, Bella, un momento. Piénsalo». Se quedó quieta. Si utilizaba el teléfono de Neil para llamar a Edward, dejaría un rastro, involucrando irremediablemente a su novio en la escena. Neil era un asesino, pero también un hombre asesinado, y daba igual que se lo mereciera, eso a la justicia no le importaba. Alguien tendría que pagar por esa cabeza hecha añicos. No. Bella no podía involucrar a Edward de ningún modo en lo que había ocurrido. Eso era impensable.

Pero no sería capaz de continuar sin él. Eso también era impensable.

Una soledad demasiado oscura y profunda.

Sintió las piernas débiles cuando pasó por encima del cuerpo de Neil y se tropezó al salir a la gravilla. Aire fresco. Respiró hondo el aire del crepúsculo, pero estaba contaminado por el olor metálico de la sangre.

Caminó, seis, siete pasos hacia el coche, pero ese olor la seguía, se había agarrado a ella. Bella se giró para mirar su oscuro reflejo en la ventana del coche. Tenía el pelo enmarañado y desgarrado. La cara despellejada e inflamada por la cinta. La mirada distante y, al mismo tiempo, muy presente. Y esas pecas eran nuevas. Restos de sangre de Neil.

Su reflejo le pareció profundo y aturdido. Le temblaban las rodillas. Se miró y luego observó su interior, a través del negro de los ojos. Y luego más allá de ella: había algo en el cristal que atraía su atención, el brillo de la luz de la luna en la superficie, mostrándole de nuevo el camino. Era su mochila.

La de color bronce, en el asiento de atrás del coche de Neil.

Él se la había quitado cuando la había raptado.

No era mucho, pero era suya, y se sintió como si se hubiera rencontrado con una vieja amiga.

Bella buscó el picaporte de la puerta y tiró. Se abrió. Neil lo debía de haber dejado abierto y las llaves estaban esperando en el contacto. Su intención era acabar rápido, pero Bella acabó con él primero.

Entró y sacó su mochila. Quería abrazar a esa parte de su versión anterior, la de antes de estar al borde de la muerte, y cogerle prestada un poco de su vida. Pero no podía hacer eso, la llenaría de sangre. La dejó en el suelo y abrió la cremallera. Aún estaba todo allí. Todo lo que había guardado cuando salió de casa aquella tarde: la ropa para quedarse en casa de Edward, el cepillo de dientes, una botella de agua, su bolso. Metió la mano, sacó la botella de agua y dio un sorbo largo. Tenía la boca seca por los gritos bajo la cinta, pero si bebía más, tendría náuseas. Volvió a guardar la botella y se quedó mirando lo que había dentro de la mochila.

Su teléfono no estaba allí. Ya lo sabía, pero la esperanza había escondido parte de su memoria. Su teléfono estaba destrozado; en el suelo, abandonado en Cross Lane. Era imposible que Neil lo hubiera cogido, por el mismo motivo: una conexión irrevocable con la víctima. Llevaba mucho tiempo saliendo impune de esto; sabía ese tipo de cosas, igual que ella.

Bella casi se cae de rodillas, pero un nuevo pensamiento la agarró a tiempo, y otra vez la luna, brillando sobre algo en el asiento del copiloto. Sí, el Asesino de la Cinta sabía este tipo de cosas, por eso nunca lo pillaron. Y por eso utilizaba un teléfono de prepago para llamar a sus víctimas. Si no hubiera sido así, se habría descubierto su conexión con el caso al investigar la muerte de la primera víctima. Bella lo sabía ahora porque lo estaba viendo, ahí delante. Tirado en el asiento del copiloto. Un pequeño Nokia cuadrado, igual que el suyo, con el reflejo de la luna en la pantalla para llamar su atención, indicándole el camino. Bella abrió el coche y se quedó mirándolo.

Neil Prescott tenía un teléfono de prepago. Pagado en efectivo, para que nadie lo pudiera rastrear, ni ella, ni Edward, a no ser que alguien lo encontrara. Pero nadie lo encontraría; ella lo destruiría después.

Bella se agachó y cogió el teléfono. Pulsó el botón central y la pantalla retroiluminada de verde la miró. Todavía tenía batería. Bella miró hacia arriba y le dio las gracias a la luna, casi llorando de alivio.

Los números de la pantalla le dijeron que eran las 18.47. Y ya. Eso era todo. Había estado días en el maletero de ese coche, meses en aquel almacén, atrapada dentro de la cinta americana durante años y, aun así, todo había ocurrido en menos de tres horas. Las 18.47 de una tarde normal de principios de septiembre, con un atardecer teñido de rosa y una brisa fresca.

Y un cuerpo sin vida a sus espaldas.

Bella navegó por el menú para comprobar la lista de llamadas recientes: a las 15.51 el teléfono había recibido una llamada de «Número desconocido», la suya. Y justo antes, había llamado a Bella. Iba a tener que destruir el teléfono igualmente, por esa conexión entre ella y el hombre muerto en el suelo, pero ese era su camino hacia Edward, hacia la ayuda.

Bella tecleó el número de Edward, pero dudó antes de apretar el botón verde.

Lo pensó mejor y lo borró, marcando en su lugar el teléfono fijo de su casa.

Así la conexión no era tan directa con él, si es que alguien encontraba el móvil.

Bella pulsó el botón verde y se llevó el pequeño teléfono a la oreja.

Sonó. Esta vez solo a través del teléfono. Tres tonos y luego un clic. Un crujido.

—Hola, residencia de los Cullen —dijo una voz aguda muy alegre. Era la madre de Edward.

—Hola, Esme, soy Bella —dijo ella con la voz un poco áspera.

—Anda, ahí estás. Edward te estaba buscando. Preocupándose en exceso, como siempre. Mi chico sensible. —Se rio—. Me ha dicho que vienes a cenar, ¿verdad? Carlisle quiere que juguemos a Tabú. Por lo visto ya te ha seleccionado para su equipo.

—Um. —Bella carraspeó—. La verdad es que no sé si voy a poder ir esta noche. Me ha surgido una cosa. Lo siento mucho.

—Vaya, qué lástima. ¿Estás bien, Bella? Te noto un poco rara.

—Sí, no, estoy bien. Un poco resfriada, eso es todo. —Sorbió por la nariz—. ¿Está Edward?

—Sí, sí, aquí está. Un momentito.

Bella la escuchó llamarlo.

Y, de fondo, oyó el sonido distante de su voz. Bella se tiró al suelo con los ojos llorosos. No hacía mucho que pensaba que jamás volvería a escuchar su voz.

—¡Es Bella! —escuchó que gritaba Esme, y la voz de Edward sonó más cerca: más próxima y frenética.

Escuchó a Esme darle el teléfono.

—¿Belly? —dijo al otro lado de la línea, como si no se lo creyera.

Ella dudó un momento, llenándose con su voz, dándole la bienvenida.

Ahora se daba cuenta de cuánto la había echado de menos y del miedo que sentía al pensar en no volver a escucharla jamás.

—¿Belly? —dijo él, más fuerte.

—S-sí, soy yo, bebé. Estoy aquí. —Era difícil hacer pasar las palabras alrededor del nudo de la garganta.

—Dios mío —susurró Edward. Lo escuchó subir la escalera hasta su habitación—. ¿Dónde carajo te has metido? Llevo horas llamándote. No para de saltarme el buzón de voz. Tenías que decirme dónde estabas en todo momento. —Parecía enfadado—. He llamado a Rose y me ha dicho que ni siquiera habías ido a su casa. Acabo de volver de la tuya, por si estabas allí, y he visto tu coche, pero a ti no, así que probablemente tus padres ahora estén preocupados porque pensaban que estabas conmigo. Estaba a punto de llamar a la policía, Belly. ¿Dónde coño te habías metido?

Estaba enfadado, pero ella no podía evitar sonreír, apretándose más el teléfono a la oreja, acercándolo a él. Ella había desaparecido y él la había buscado.

—¡¿Belly?!

Se podía imaginar la mirada que debía de tener: los ojos severos y las cejas muy juntas, esperando una explicación.

—T-te amo —murmuró, porque nunca lo decía lo suficiente y era importante. No sabía cuándo había sido la última vez que lo había dicho y, si lo decía otra vez, esa tampoco sería la última—. Te amo. Lo siento.

Edward dudó y cambió el tono.

—Belly —dijo. La severidad había desaparecido de su voz—. ¿Estás bien? ¿Qué sucede? Pasa algo, lo noto. ¿Qué es?

—No sabía cuándo había sido la última vez que te lo había dicho. —Se secó los ojos—. Es importante.

—Sargentita —trató de tranquilizarla—. ¿Dónde estás? Dímelo ahora mismo.

—¿Puedes venir? —preguntó ella—. Te necesito. Necesito ayuda.

—Sí, mi amor—contestó él con firmeza—. Voy enseguida. Pero dime dónde estás. ¿Qué ha pasado? ¿Tiene algo que ver con el Asesino de la Cinta? ¿Sabes quién es?

Bella miró los pies de Neil, que sobresalían de la puerta. Sorbió por la nariz y se centró.

—Es… Estoy en Green Scene. La empresa de Neil Prescott, en Knotty Green. ¿Sabes dónde está?

—¿Por qué estás allí? —Su voz sonó más aguda, confusa.

—Edward, no sé cuánta batería le queda a este teléfono. ¿Sabes dónde está?

—¿Desde qué teléfono me llamas?

—¡Edward!

—Sí, sí —gritó él también, aunque no sabía por qué—. Sé dónde está, puedo buscarlo.

—No, no, no —se apresuró a decir Bella. Tenía que conseguir que lo entendiera sin contárselo. No podía mirarlo en el internet—. No, Edward, no puedes usar el teléfono para llegar hasta aquí. Tienes que dejar el celular en casa, ¿de acuerdo? No lo traigas. No lo traigas.

—Belly, ¿qu…?

—Tienes que dejar el teléfono en casa. Mira el camino en Google Maps, pero no escribas Green Scene en el buscador, hagas lo que hagas. Simplemente búscalo en el mapa.

—Belly, ¿qué está pa…?

Ella lo interrumpió porque se le acababa de ocurrir otra cosa.

—No, espera, Edward. No puedes ir por ninguna carretera importante. Nada de carreteras principales. Ninguna. Tienes que coger las secundarias, solo las pequeñas. Las principales tienen cámaras de tráfico. No puedes aparecer en las cintas de videovigilancia. Solo carreteras secundarias, Edward, ¿lo entiendes? —Habló con urgencia. El impacto ya había desaparecido, lo había dejado atrás junto al cuerpo sin vida.

Bella escuchó el clic de la pantalla táctil de Edward de fondo.

—Sí —dijo—. Lo estoy mirando. Vale, por ahí. Por Watcher Lane hasta Hazlemere —murmuró en voz baja—. Por las calles residenciales, y a la derecha por esa carretera secundaria. Sí —repitió—. Sí, podré encontrarlo. Me lo voy a escribir. Solo carreteras secundarias, dejar el teléfono en casa. Entendido.

—Genial. —Bella soltó el aire. Ese mínimo esfuerzo la dejó agotada y se hundió aún más en la gravilla.

—¿Estás bien, princesa? —preguntó él, haciéndose de nuevo con el control, porque eso era lo que hacían los equipos—. ¿Estás en peligro?

—No —respondió ella en voz baja—. Ya no. De verdad.

¿Edward lo sabía? ¿Podría escuchárselo en la voz, cruda y áspera, marcada para siempre por las últimas tres horas?

—Vale. Aguanta. Ya voy, Belly. Llegaré en veinte minutos.

—No, espera, no conduzcas demasiado rápido, no puedes…

Pero ya había colgado y escuchó los tres fuertes pitidos. Se había ido, pero estaba de camino.

—Te amo —dijo ella al teléfono vacío, porque no quería que volviera a haber una última vez.


Otro crujido de la gravilla. Un paso y otro y otro. Caminando de un lado a otro, contando los pasos, para llevar la cuenta de los segundos, para no perder el ritmo de los minutos. Y aunque se había dicho que no miraría, sus ojos siempre encontraban la forma de ir hasta el cadáver, convencida cada vez de que se había movido. No lo había hecho; estaba muerto.

Andando de arriba abajo empezaron a aparecer los trazos de un nuevo plan tomando forma en su cabeza, ahora que el impacto inicial había pasado. Pero le faltaba algo. Le faltaba Edward. Lo necesitaba, el equipo, su ir y venir que siempre le mostraba la dirección correcta, el camino intermedio entre ella y él.

Los faros de un coche abrieron el cielo cada vez más oscuro. Un coche entró por el camino que llevaba a la puerta de Green Scene, que estaba completamente abierta. Bella levantó una mano para cubrirse los ojos y con la otra le hizo una señal a Edward para que parase. El coche se detuvo frente al portón, y las luces se apagaron.

La puerta del coche se abrió y salió una silueta con forma de Edward. Ni siquiera esperó a cerrar la puerta, salió corriendo hacia ella aplastando la gravilla.

Bella paró y lo observó como si volviera a ser la primera vez. Algo se le arrugó en el estómago, y otra cosa se le soltó en el pecho. Estaba liberada, abriéndose de par en par. Él le había prometido que lo volvería a ver, y allí estaba, acercándose cada vez más.

Bella sacó una mano para que no se acercara a ella.

—¿Has dejado el teléfono en casa? —preguntó con la voz temblorosa.

—Sí —aseguró Edward, con los ojos muy abiertos por el miedo. Los iba abriendo cada vez más a medida que la miraba de arriba abajo—. ¿Estás herida, amor? —preguntó, acercándose—. ¿Qué ha pasado?

Bella se apartó de él.

—No me toques —le pidió ella—. Es… estoy bien, bebé. La sangre no es mía. La mayoría, al menos. Es… —Olvidó lo que intentaba decir.

Edward relajó la expresión y sacó las manos para relajarla a ella también.

—Belly, mírame —dijo tranquilo, aunque ella se dio cuenta de que no lo estaba en absoluto—. Cuéntame qué ha pasado. ¿Qué estás haciendo aquí?

Bella miró hacia atrás, a los pies de Neil, que sobresalían por la puerta.

Edward debió de seguir su mirada.

—¡Hostia puta! ¿Quién…? ¿Está bien?

—Está muerto —contestó Bella, girándose hacia Edward—. Es Neil Prescott. Era Neil Prescott. Él era el Asesino de la Cinta.

Edward parpadeó un instante, ordenado las palabras, intentando darles sentido.

—¿Que es… qué? ¿Cómo…? —Edward negó con la cabeza—. ¿Cómo lo sabes?

Bella no tenía claro qué respuesta necesitaba escuchar antes.

—¿Cómo sé que era el Asesino de la Cinta? Porque me secuestro. Me raptó en Cross Lane, me inmovilizó y me metió en el maletero de su coche. Me trajo aquí. Me envolvió la cara en cinta americana y me ató a una estantería. Exactamente igual que a las otras. Murieron aquí. Y pretendía matarme a mí también. —Ahora que lo decía en voz alta, no parecía real. Como si todo eso le hubiera pasado a otra persona—. Iba a matarme, Edward. —Se le quedó enganchada la voz en la garganta desgastada—. Pensaba que estaba muerta y… no sabía si te volvería a ver. Si volvería a ver a alguien. Y te imaginé cuando te enteraras de que yo estaba muerta y…

—Ey, ey, ey —dijo él rápido, dando un paso cauteloso hacia ella—. Estás bien, mi amor. Estoy aquí, ¿vale? Ya estoy aquí. —Volvió a mirar el cuerpo de Neil, demasiado tiempo—. Joder —susurró—. Joder, joder, joder. No me lo puedo creer. No deberías haber estado sola. Yo no debería haberte dejado sola. Joder —repitió, golpeándose la frente con la palma de la mano—. Joder. ¿Estás bien? ¿Te ha hecho daño?

—No, estoy… estoy bien —afirmó. Otra vez esa palabra pequeña y cavernosa que escondía todo tipo de cosas oscuras—. Solo tengo heridas por culpa de la cinta. Estoy bien.

—Y ¿cómo…? —Edward empezó a hablar, pero su mirada volvió a abandonar a Bella y se fue de nuevo hacia el hombre muerto a cuatro metros de ellos.

—Me dejó atada. —Sorbió por la nariz—. No sé adónde fue ni durante cuánto tiempo, pero conseguí tirar la estantería, soltarme y quitarme la cinta. Hay una ventana. La rompí y…

—Vale, vale —la interrumpió él—. Está bien, Belly. Todo saldrá bien. Joder —dijo otra vez, más para él que para ella—. Da igual lo que hayas hecho, fue en defensa propia, ¿de acuerdo? Defensa propia. Iba a asesinarte, así que tuviste que matarlo tú. Eso es lo que ha pasado. Defensa propia, y no pasa nada, Belly. Solo tenemos que llamar a la policía, ¿vale? Contarles lo que ha pasado, lo que te hizo y que ha sido en defensa propia.

Bella negó con la cabeza.

—¿No? —Edward bajó las cejas—. ¿Cómo que no, Belly? Tenemos que llamar a la policía. Ahí hay un hombre muerto.

—No fue en defensa propia —admitió ella en voz baja—. Ya me había escapado. Era libre. Podía haber seguido andando. Pero lo vi llegar y me di la vuelta. Lo maté, Edward. Me puse detrás de él sin que me oyera y le golpeé con un martillo. Elegí matarlo. No fue en defensa propia. Tuve elección.

Ahora era Edward el que negaba con la cabeza; todavía no era capaz de verlo claro.

—No, no, no, princesa. Él iba a asesinarte, por eso lo mataste tú. Eso es defensa propia, Belly. No pasa nada.

—Lo maté.

—Porque él iba a asesinarte a ti —insistió Edward subiendo la voz.

—¿Cómo lo sabes? —preguntó Bella.

Tenía que hacerle ver que no se había tratado de defensa propia, igual que había hecho ella mientras andaba de arriba abajo.

—¿Cómo lo sé? —preguntó Edward incrédulo—. Porque te raptó. Porque es el Asesino de la Cinta.

—El Asesino de la Cinta lleva más de seis años en la cárcel —le recordó Bella, pero no con su propia voz—. Confesó. No ha habido más asesinatos desde entonces.

—¿Qué? P-pero…

—Se declaró culpable en los tribunales. Había pruebas. Forenses y circunstanciales. El Asesino de la Cinta ya está en la cárcel. Entonces ¿por qué he matado a ese hombre?

Edward entornó los ojos, confuso.

—¡Porque él era el auténtico Asesino de la Cinta!

—El Asesino de la Cinta está en la cárcel —repitió Bella, mirándolo a los ojos, esperando que lo entendiera—. Neil Prescott era un hombre respetable. El director de una empresa mediana, y nadie puede decir ni una mala palabra sobre él. Conocía al inspector Hawkins; eran amigos, de hecho. Neil ha vivido una tragedia, que yo empeoré, en cierto modo. ¿Por qué estaba obsesionada con él? ¿Por qué entré ilegalmente en su propiedad el sábado por la noche? ¿Por qué me puse detrás de él y lo golpeé con un martillo? No una vez. No sé cuántas. Vete a verlo, Edward. Vete a mirar. No lo he matado sin más. Me he ensañado. Esa es la palabra, ¿no? Y eso no es compatible con la defensa propia. ¿Por qué he matado a ese hombre bueno y respetable?

—¿Porque era el Asesino de la Cinta? —sugirió Edward, menos seguro esta vez.

—El Asesino de la Cinta está en la cárcel. Confesó —insistió. Y vio un cambio en los ojos de Edward cuando comprendió lo que le estaba diciendo.

—Eso es lo que crees que va a decir la policía.

—Da igual cuál sea la verdad —explicó Bella—. Lo que importa es tener una historia que a ellos les parezca aceptable. Creíble. Y no van a tragarse la mía. ¿Qué pruebas tengo además de mi palabra? Neil pasó años saliendo impune. Es posible que no haya ninguna prueba de que fuera el Asesino de la Cinta. —Bella se desinfló—. No confío en ellos, Edward. Ya he confiado antes en la policía y siempre me han decepcionado. Si los llamamos, lo más probable es que me encierren el resto de mi vida por asesinato. Hawkins ya piensa que estoy trastornada. Y puede que lo esté. Lo he matado, Edward. Sabía lo que estaba haciendo. Y creo que ni siquiera me arrepiento.

—Porque él iba a asesinarte. Porque es un monstruo —aseguró Edward, acercando la mano a la suya antes de acordarse de la sangre. Dejó caer el brazo de nuevo—. El mundo es mejor sin él. Más seguro.

—Sí —acordó ella, mirando de nuevo hacia atrás, comprobando que Neil no se hubiera movido, que no estuviera escuchando—. Pero nadie más lo entenderá.

—Bueno, entonces ¿qué carajos vamos a hacer? —preguntó Edward, cambiando de posición y con un temblor en los labios—. No puedes ir a la cárcel por asesinato. No es justo, no es lo que ha pasado. Tú… No sé si podría decirse que ha sido lo correcto, pero no ha estado mal. No es lo mismo que él hizo con esas mujeres. Se lo merecía. Y no quiero perderte. No puedo perderte, amor. Sería toda tu vida, Belly. Toda nuestra vida.

—Ya lo sé —dijo ella mientras un nuevo terror se acomodaba en su cabeza.

Pero también había otra cosa. Algo que lo retenía. Un plan. Solo necesitaban un plan.

—¿No podemos ir a la policía y explicar…? —Edward se calló y se mordió el labio mientras miraba otra vez a esos pies sin cuerpo. Se quedó en silencio durante un momento, y otro, moviendo los ojos de un lado a otro, con la mente ocupada—. No podemos ir a la policía. Ya se equivocaron con Billy, ¿no? Y con Jamie. Y ¿puedo confiarle tu vida a un jurado de doce personas? ¿Como el que decidió que Mike Newton era inocente? No, ni hablar. Contigo no, eres demasiado importante.

Bella deseó poder cogerle la mano, sentir su calor en su piel mientras sus dedos se entrelazaban como siempre. Equipo Edward y Bella. Casa. Se miraron a los ojos e intercambiaron una conversación silenciosa con las miradas. Edward parpadeó.

—¿Qué vamos a…? ¿Cómo vamos a salir impunes de esta? —La pregunta era casi lo bastante ridícula como para sonreír. Cómo defender a un asesino—. A ver, hipotéticamente. Lo… No sé, ¿lo enterramos en algún sitio para que nadie lo encuentre?

Bella negó con la cabeza.

—No. Al final siempre lo encuentran. Como a Sid. —Bella respiró hondo—. He analizado un montón de casos de asesinato, como tú, y he escuchado cientos de podcasts de crímenes reales. Solo hay una forma de salir impune de algo así.

—¿Cuál?

—No dejar ninguna prueba y no estar aquí a la hora de la muerte. Tener una coartada sólida en algún sitio alejado.

—Pero tú estabas aquí. —Edward se quedó mirándola—. ¿A qué hora se…? ¿A qué hora lo…?

Bella miró la hora en el teléfono de prepago de Neil.

—Creo que eran aproximadamente las seis y media. O sea, hace casi una hora ya.

—¿De quién es ese teléfono? —Edward lo señaló con la cabeza—. No me has llamado desde el suyo, ¿verdad?

—No, no. Es de prepago. No es mío, es suyo, de Neil. Pero… —La voz se le escapó al ver la pregunta que se estaba formando en los ojos de Edward. Y Bella lo supo, tenía que decírselo. Ahora tenían secretos más grandes, ya no había sitio para esto—. Yo también tengo uno del que nunca te he hablado. En casa.

Los labios de Edward se movieron, casi para formar una sonrisa.

—Siempre he dicho que terminarías con uno de estos —comentó—. ¿Po-por qué tienes uno?

—Tengo seis, de hecho. —Bella suspiró y, por algún motivo, confesarle esto le parecía más difícil que decirle que había matado a un hombre—. Es… No he estado llevando bien lo que le pasó a Stanley. Dije que estaba bien, pero no era verdad. Lo siento. Le he estado comprando Xanax a Luke Eaton desde que el médico dejó de recetármelo. Solo quería dormir. Lo siento. —Bajó la cabeza y se quedó mirando sus deportivas. También estaban manchadas de sangre.

Edward parecía dolido.

—Yo también lo siento —susurró—. Sabía que no estabas bien, pero no sabía qué hacer. Pensaba que simplemente necesitabas tiempo, un cambio de aires. —Suspiró—. Deberías habérmelo contado, Belly. Me da igual lo que sea. —Echó un vistazo rápido al cadáver de Neil—. No quiero que haya secretos entre nosotros, ¿vale? Somos un equipo, tú y yo, y solucionaremos esto. Juntos. Te prometo que lo superaremos.

Bella quería lanzarse sobre él, dejar que la envolviera con sus brazos y desaparecer bajo ellos. Pero no podía. Su cuerpo, su ropa, eran la escena de un crimen y no podía contaminarlo. Fue como si él lo supiera, como si se lo hubiera leído en los ojos. Dio un paso adelante y estiró el brazo, acariciándola con cuidado bajo la barbilla, donde no había sangre, y fue exactamente como siempre.

—Entonces, si murió a las 18:30 —dijo Edward mirándola a los ojos—, ¿cómo te conseguimos una coartada sólida si estabas aquí?

—No podemos —admitió, mirando en su interior, a esa idea cada vez más grande en su cabeza. Puede que fuera imposible, pero quizá… quizá no —. Pero he estado pensando, mientras te esperaba, lo he pensado mucho. La hora de la muerte es estimada, y el examinador médico utiliza tres factores principales para establecer esa estimación. Rigor mortis, cuando los músculos se ponen rígidos; livor mortis, cuando la sangre se acumula dentro del cuerpo, y la temperatura corporal. Esos son los tres factores que utilizan para limitar la hora de la muerte. Entonces, estaba pensando que, si pudiéramos manipularlos, retrasarlos, podríamos conseguir que el forense piense que murió horas después de lo que lo hizo en realidad. Y en ese periodo de tiempo, tú y yo podemos tener coartadas sólidas, por separado, con gente y cámaras y un montón de pruebas.

Edward lo pensó durante un instante, mordiéndose el labio inferior.

—Y ¿cómo manipulamos esos factores? —preguntó, mirando hacia delante, al cuerpo de Neil, y otra vez a Bella.

—La temperatura —respondió ella—. Esa es la principal. Las temperaturas más frías retrasan el rigor mortis y la lividez. Pero también, en el caso de esta, si giras el cuerpo antes de que la sangre se acumule, se vuelve a repartir. Y si se gira el cuerpo varias veces, se pueden arañar varias horas, añadido al enfriamiento del cuerpo.

Edward asintió, girando la cabeza para estudiar los alrededores.

—Pero ¿cómo vamos a enfriar el cuerpo? Supongo que era mucho pedir que Neil Prescott fuera el dueño de una empresa de refrigeración.

—El problema es la temperatura corporal. Si lo enfriamos para retrasar el rigor mortis y la lividez, su temperatura corporal también descendería. Estaría demasiado frío y el plan no funcionaría. Así que tendríamos que buscar la forma de enfriarlo y luego volver a calentarlo.

—Entiendo. —Edward inspiró con incredulidad—. Así que solo tenemos que meterlo en un congelador y luego en un microondas. Joder, es que no me creo que estemos hablando de esto. Es una locura. Es de locos, Belly.

—En un congelador no —dijo Bella siguiéndole el juego a Edward, y mirando el complejo de Green Scene con otros ojos—. Sería demasiado frío. Tendría que ser algo más como un frigorífico. Y luego, después de calentarlo otra vez, claro, tendremos que asegurarnos de que encuentren el cuerpo solo unas horas después. Primero la policía y luego el examinador médico. Si no, no saldrá bien. Necesitamos que esté caliente y rígido cuando lo encuentren, y que la piel se ponga blanca al tacto. Eso quiere decir que la sangre acumulada se mueva al tocar la piel. Si eso pasa por la mañana temprano, deberían pensar que murió entre seis y ocho horas antes.

—¿Funcionará?

Bella se encogió de hombros, haciendo un ruido parecido al de una risa.

Edward tenía razón, era una locura, pero ella estaba viva, estaba viva y casi no lo estaba.

Al menos esto era mejor.

—No lo sé. Nunca he matado a nadie impunemente. —Inspiró por la nariz—. Pero debería funcionar. La ciencia funciona. Investigué mucho para el caso de Anónima. Si conseguimos hacer todo eso: enfriarlo, girarlo un par de veces y luego volver a calentarlo, debería funcionar. Parecerá que murió como a las, no sé, nueve o diez. Y los dos estaremos en otro sitio para entonces. Irrefutable.

—Está bien. —Edward asintió—. Vale, me parece… Bueno, me parece una locura, pero creo que podemos hacerlo. Creo que es probable que lo podamos hacer. Menos mal que eres experta en asesinatos.

Bella le hizo una mueca.

—O sea, por estudiarlos, no por matar a gente. Espero que esta sea la primera y última vez. —Edward intentó sonreír, pero no lo consiguió—. Una cosa. Digamos que de verdad vamos a intentar hacerlo, y que queremos que la policía encuentre el cuerpo para que funcione esta manipulación de la hora de la muerte. Sabrán que lo ha matado alguien y buscarán a un asesino hasta que lo encuentren. Es su trabajo, Belly. Tienen que descubrir quién lo hizo.

Bella inclinó la cabeza, estudió los ojos de Edward, con su reflejo capturado en ellos. Por eso lo necesitaba; la empujaba o la sujetaba cuando ella no sabía que le hacía falta. Tenía razón. No funcionaría. Podrían cambiar la hora de la muerte y asegurarse de estar lejos de allí en ese periodo de tiempo, pero la policía necesitaría encontrar a un asesino. Y lo buscarían hasta que dieran con uno, y si ella y Edward cometían tan solo un error…

—Tienes razón. —Bella asintió y extendió la mano para tocar la de él, pero entonces se acordó—. No saldrá bien. Necesitan un asesino. Alguien tiene que haber matado a Neil Prescott. Otra persona.

—Vale, entonces… —empezó Edward, llevándolos de nuevo a la casilla de salida.

Pero la mente de Bella se alejó de él, se dio la vuelta para enseñarle a ella todo lo que había al fondo. Las cosas que escondía: el terror, la vergüenza, la sangre en las manos, el rojo, rojo, pensamientos violentos rojos y una cara flotando, angulosa y pálida.

—Ya sé —dijo Bella, interrumpiendo a Edward—. Ya sé quién es el asesino. Sé quién va a matar a Neil Prescott.

—¿Cómo? —Edward se quedó mirándola—. ¿Quién?

Era inevitable. El círculo se cierra. El final era el principio y el principio era el final. Había que volver al inicio, al origen, para arreglarlo todo.

Mike Newton —respondió ella.


NOTA:

Amo demasiado a este Edward por esta razón, no se dedico a juzgarla y sin dudar un segundo va a ayudarla a deshacerse de un cadaver, si eso no es amor entonces no se que sea.