Disclaimer: Sthephenie Meyer is the owner of Twilight and its characters, and this wonderful story was written by the talented fanficsR4nerds. Thank you so much, Ariel, for allowing me to translate this story into Spanish XOXO!

Descargo de responsabilidad: Sthephenie Meyer es la dueña de Crepúsculo y sus personajes, y esta maravillosa historia fue escrita por la talentosa fanficsR4nerds. Muchas gracias, Ariel, por permitirme traducir al español esta historia XOXO!

Gracias a mi querida Larosadelasrosas por sacar tiempo de donde no tiene para ayudarme a que esta traducción sea coherente y a Sullyfunes01 por ser mi prelectora. Todos los errores son míos.


Capítulo 7: Bella

Lunes, 24 de septiembre

Malibú, California

7 semanas

Debí de quedarme dormida en algún momento, porque me desperté en la enorme cama de Edward. Había oscurecido y estaba sola. Me incorporé, parpadeando con fuerza. Estaba metida bajo las sábanas y, aunque eran las más cómodas que había sentido nunca, las aparté de mí. Estaba vestida con otra de las camisas de Edward, aunque ésta no la reconocí. Acaricié el suave algodón y sonreí. Me puse en pie y caminé hacia la puerta del dormitorio.

Arriba, en las escaleras, oía una suave música de piano. Me acerqué con curiosidad, preguntándome si sería algún tipo de grabación o si en realidad era Edward el que estaba tocando.

Lo vi al otro lado del enorme salón, sentado al piano de cola que daba al océano. Sonreí, observando su espalda mientras tocaba una suave melodía. Edward era intimidantemente competente en todo lo que hacía. Sí, por fin había visto algunas de sus películas y, aunque las de acción no me habían interesado demasiado, había hecho un drama de época a principios de este año que había estado fenomenal.

Atravesé la sala sin querer molestarlo. Me senté cerca, en un sofá bajo de cuero gris, y me acurruqué con los ojos clavados en él. Me miró y sus ojos se iluminaron, una sonrisa se dibujó en su rostro. Sus dedos no vacilaron en ningún momento, a pesar de que había desviado su atención de las teclas. No pude evitar devolverle la sonrisa.

Terminó la melodía que estaba tocando y se apartó del piano, volviéndose hacia mí. —¿Cómo dormiste?

Me froté la cara con la palma de la mano. —Profundamente— Suspiré. —Supongo que no he dormido mucho últimamente—. Edward asintió.

—¿Quieres hablar?— preguntó. Dejé escapar un suspiro tembloroso, pero asentí. Edward cerró con cuidado la tapa del piano y se sentó a mi lado en el sofá. Me sentía nerviosa, aunque sabía que necesitábamos desesperadamente hablar de más cosas.

Edward se acomodó en el sofá y se miró las manos. Parecía que intentaba armarse de valor. Yo conocía esa sensación.

—Bella, ¿estás segura? ¿Quieres tener el bebé?

Parpadeé cuando me miró y asentí. —Cuando era pequeña quería una gran familia— dije, recordando mi infancia. —Era algo que siempre había planeado hasta que empecé a viajar. Probé la libertad, y fue...— Hice una pausa, tratando de encontrar la palabra. —Intoxicante. Por primera vez en mi vida, la única persona de la que tenía que preocuparme era de mí misma. Era libertad a un nivel que no sabía que existía—. Miré a Edward. Era difícil saber lo que estaba pensando. —Me encanta mi libertad e independencia. Ahora forma parte de mí. ¿Creo que tener un bebé sea una buena idea para mí? No, la verdad es que no. Soy egoísta y evasiva—. Hice una pausa y se me secó la boca. —Fui a la clínica. Estaba, literalmente, firmando la documentación de aceptación, y yo sólo, no pude continuar. He estado huyendo de la responsabilidad toda mi vida adulta, y algo en mí se rindió—. Me llevé una mano al pelo. —Me aterra todo lo que está pasando ahora. Va en contra de muchos de mis instintos. Pero sé que no puedo rendirme. Así no.

Edward guardó silencio un largo momento antes de asentir. —Y—, se frotó el cuello. —¿Has pensado en, después del embarazo?

Tragué grueso.

—Quiero ser mejor persona de lo que fue mi madre, pero sinceramente no sé si lo llevo dentro. Estoy dispuesta a intentarlo, a darlo todo, pero una gran parte de mí, está aterrorizada y cree que voy a fracasar.

Edward se movió en el asiento de al lado. —Tuve unos padres increíbles cuando era pequeño—, dijo despacio. Lo miré. —En serio, lo han hecho todo por mí. Me han dado muy buen ejemplo—. Hizo una pausa y me miró. —Pero Bella, a mí también me preocupa meter la pata. ¿Cómo puedo estar a la altura de los estándares que mis padres establecieron?— Me limpié una lágrima y asentí con la cabeza. —Tanto si intentamos estar a la altura de nuestros padres como si queremos ser más fuertes que ellos, lo único que podemos hacer es intentarlo. Vamos a cagarla muchas veces, pero creo que esa es la parte que nos hace humanos.

Me mordí el labio, asintiendo pensativa. Finalmente, sacudí la cabeza y suspiré. —Tengo unos siete meses para enderezarme. Quizá pueda arreglármelas para entonces—. Miré a Edward. —Sé que es mucho pedir, pero ¿podrías tener paciencia conmigo?

Edward asintió. —Por supuesto.

Dejé escapar un suspiro tembloroso. Me di cuenta de que Edward tenía algo más que decir, así que volví a mirarlo. —¿Qué?

Volvió a frotarse la nuca. —No quiero añadir más estrés o complicaciones a tu vida—, empezó. Asentí con la cabeza, recelosa al instante. —Es que...— Hizo una pausa. —Bella. Me gustas. Mucho. Sé que estamos pasando por esta gran cosa aterradora en este momento, y eso como que tiene prioridad, pero me pregunto si podrías, no sé, estar interesada en ver qué es esto entre nosotros.

Lo miré fijamente. Sabía que le parecía atractiva y que había química entre nosotros, pero no estaba segura de hasta qué punto seguía interesado en mí simplemente porque estaba embarazada.

—Yo no…—, me detuve, mordiéndome el labio. —No soy buena en esto—. Dije señalando entre nosotros. Frunció el ceño. —No sólo en la parte del embarazo, sino en la de estar en una relación con un compromiso real—. Ante la ceja levantada de Edward, me puse de rodillas frente a él. —Nunca he estado en un sitio más de tres meses. No desde que me fui de casa a los dieciocho. Mi vida está en constante movimiento y la gente entra y sale de ella en un momento. Es como he elegido vivir, lo que significa que, aunque no me han faltado parejas, estoy muy poco desarrollada en el tema de las relaciones. No sé cómo hacerlas reales.

Edward consideró por un momento. —¿Estarías dispuesta a intentarlo?

Tragué saliva, con la boca seca. Todo esto me parecía excesivo. ¿Cómo iba a aprender a ser la pareja de alguien y madre al mismo tiempo? Me pasé una mano por el pelo, intentando calmar el pánico instantáneo que sentía. No quería hacerle daño a Edward, y una gran parte de mí se sentía muy atraída por él, pero esto era descomunal. —Quiero poder intentarlo—, dije lentamente. —Pero esto es demasiado ahora mismo. Necesito tiempo. Podemos, no lo sé. Sé que es egoísta, pero ¿podemos seguir haciendo lo que sea que estemos haciendo sin etiquetarlo durante un tiempo?

Edward asintió, con los hombros un poco caídos. —Yo—, hizo una pausa, pasándose las manos por el pelo. —Puedo darte tiempo para pensar las cosas—. Dijo asintiendo. —Me resulta difícil—, se detuvo y sacudió la cabeza. —Me gustas, y puede que no sea capaz de frenar eso. Tienes que decirme si necesitas espacio—. Dijo suavemente. Asentí con la cabeza. Me sentí como una perra, sabiendo que él quería intentar una relación, pero yo legítimamente no tenía aún ninguna capacidad en mí para tratar de averiguar lo que eso significaría. Podía ver que la idea de una relación indefinida lo estresaba, pero por ahora era todo lo que podía ofrecerle. —Hay una cosa más—, dijo haciendo una mueca. Le miré con recelo. —Jane, mi agente. Va a querer una prueba de paternidad—. Abrí la boca y Edward negó con la cabeza. —Créeme, ya le he dicho muchas veces que soy el padre, pero está en modo hiperprotectora. Ahora que vas a quedarte con el bebé, supongo que debería hacérselo saber.

Me lamí los labios. —¿Voy a, no sé, ser acosada por esto o algo así?— Era literalmente lo último que quería, que el mundo metiera las narices en mis asuntos mientras estaba vulnerable y embarazada. Edward hizo una mueca.

—Me aseguraré de minimizarlo, pero sí, al final se correrá la voz. Va a ser duro— admitió.

Suspiré y dejé caer la cabeza en el sofá. ¿En qué demonios se había convertido mi vida?

Me incorporé, dándome cuenta de que, aunque se lo había contado a mi padre, aún no se lo había dicho a Tanya. —Carajo—, susurré, levantando una mano para frotarme la frente. —Todavía no se lo he dicho a mi agente—. Edward asintió en señal de comprensión. —Se va a volver loca, mierda—murmuré, sacudiendo la cabeza. Miré a Edward e intenté reprimir una sonrisa. —Es una gran fan tuya—. Edward hizo una mueca y yo solté una risita. —Va a insistir en conocerte en algún momento. Me dirá que es porque me está cuidando, pero no puedo prometerte que no intente sobrepasarse contigo.

Edward soltó una carcajada y yo sonreí. —Dios mío—, suspiró, echando la cabeza hacia atrás. —Supongo que también tendré que decírselo a mis padres.

Se me borró la sonrisa de la cara. —¿Se enojarán?

Edward me miró. —Creo que se escandalizarán, pero también sé que estarán encantados.

Asentí, y me rugió el estómago. Edward me miró sorprendido. —Supongo que tengo hambre—, dije avergonzada. Edward sonrió.

—Puedo prepararte algo si quieres—. Me ofreció. Me mordí el labio. Se estaba haciendo tarde, y si me iba a casa, tendría que irme pronto. Edward pareció comprender mi dilema. —Puedes quedarte aquí esta noche. Mañana por la mañana, paso a dejarte en casa de Alice de camino a mi reunión.

—¿Estás seguro?— pregunté, odiando sentirme como una imposición. Edward asintió.

—Por supuesto. Vamos—, dijo poniéndose de pie. —Vamos a darte algo de comer.

Edward me llevó a la cocina, donde sacó un gran tazón de sopa de la nevera. —¿Te parece bien sopa de albóndigas?—, preguntó. Se me hizo la boca agua al instante.

—Me encantan las albóndigas—dije ansiosa. Asintió y me indicó que me sentara en la isla. Me subí a uno de los taburetes y observé cómo servía la sopa en dos tazones. Los introdujo en el microondas mientras volvía a meter el recipiente grande de cristal en la nevera. —Entonces, ¿cocinas?— pregunté. Edward se rio y me miró.

—La verdad es que no. Sé mantenerme vivo, pero no soy chef. Mi ama de llaves, Carmen, me hizo esto. Ella es la chef aquí.

Asentí. —Huele increíble— y así era. Podía oler la sopa calentándose, y sólo de pensar en ella se me hacía la boca agua.

El microondas emitió un pitido y Edward sacó los tazones. Los acercó a la isla y puso uno delante de mí. Inhalé profundamente y me quedé paralizada, con náuseas. Me levanté de la silla y corrí hacia el baño antes de que Edward se diera cuenta de lo que pasaba. Apenas llegué al retrete, ya estaba vomitando.

Sentí que Edward me agarraba del pelo y me lo apartaba de la cara mientras vomitaba.

Cuando, literalmente, no tuve nada más que vomitar, me senté, me limpié la boca con un cuadrado de papel higiénico y tiré de la cadena.

Edward sacó un cepillo de dientes en su caja de debajo del lavabo y me lo ofreció. Lo acepté agradecida y me eché más pasta de la que probablemente necesitaba. Me cepillé los dientes dos veces para quitarme el sabor a bilis de la boca.

—Esto es una puta mierda—, me quejé. —PP va a ser un aguafiestas.

Edward me miró con curiosidad. —¿PP?—, preguntó. Me sonrojé, avergonzada por haber usado el término en voz alta.

—Sí, party pooper (1).

Para mi sorpresa, Edward se echó a reír. —¿Un aguafiestas? —, resopló. —Eso es extrañamente perfecto. Supongo que te llamaremos Pip—. Dijo acercándose a mi vientre. Puse los ojos en blanco. No estaba preparada para hablar del PP como si fuera una persona de verdad, pero supongo que me parece bien que tuviera un nombre, sobre todo porque el nombre era muy ridículo.

—Creo que esta noche me tengo que saltar las albóndigas—, dije miserablemente. Edward asintió.

—¿Tostadas, tal vez?—, me ofreció. Asentí y lo seguí hasta la cocina. Apartó los tazones y puso unas rebanadas de pan en el horno tostador.

—Cuéntame, ¿qué pasa con tu película? ¿Ya terminaste de filmarla?

Edward me miró. —No, y de hecho—, se encogió de hombros. —Tengo que volver a Londres el viernes para terminar. Será otra semana, máximo dos. Luego volveré a California hasta que tenga que empezar a promocionar otra película a finales de enero.

Fruncí el ceño, sintiéndome culpable al instante. ¿Había añadido sin querer un retraso de un millón de dólares a su película? Edward me miró y negó con la cabeza. —No tienes por qué sentirte culpable. Jane lo arregló todo con el director y los productores, y yo estoy haciendo algo de trabajo aquí, así que no es tiempo perdido ni nada por el estilo.

Eso no hizo que disminuyera mi sentimiento de culpa, y traté de sobreponerme a ella. —Vi tu última película.

Edward pareció sorprendido. —¿La viste?

Asentí y sonreí cuando vi que se ruborizaba un poco. ¿Estaba avergonzado? —Alice y yo nos sentamos a ver algunas. No me impresionaron demasiado las de acción, pero...— Hice una pausa, intentando encontrar la mejor forma de expresar mi frase. —En la de época estabas jodidamente sexy—. Me llevé una mano a la frente en cuanto las palabras salieron de mi boca. No era en absoluto lo que quería decir. Edward se rio y el sonido fue como miel caliente fluyendo a través de mí.

—¿Jodidamente sexy? —Preguntó, mostrándome una sonrisa diabólica. Resoplé.

—Sabes que eres muy guapo, supéralo.

Se rio entre dientes, sacando mantequilla de la nevera. Negué con la cabeza. —No, la verdad es que esa me ha gustado mucho. No sabía que supieras poner acento—. No sólo sabía hacerlo, sino que era veinte veces más sexy con acento. Me había puesto cachonda después de su primera escena.

—Mi madre creció en Inglaterra. Tiene lo que ella llama un acento señorial. Para mí es uno de los más fáciles de captar—, me explicó.

Tarareé. Me pregunté qué otro tipo de acento sería capaz de adoptar. —Enséñamelo—, le pedí. Me miró sorprendido.

—¿Qué?

Moví una mano delante de mí. —¡Actúa, mono!

Edward se rio, sacudiendo la cabeza. —No estoy seguro de qué es lo que quieres de mí—, dijo, su voz fundiéndose en un sedoso acento inglés. Me quedé con la boca abierta y me removí en el asiento.

—Más—, le pedí. Edward se rio y no pudo evitar ruborizarse ligeramente. ¿Le daba vergüenza? —Di cosas inglesas.

—Mis abuelos siguen en Inglaterra. Ahora viven a las afueras de Oxford. Cuando era pequeño, solíamos visitarlos casi todos los veranos—. Dijo, su voz todavía elegante y suave. Estaba dispuesta a subirme al mostrador y abalanzarme sobre él.

—¿Qué otro acento puedes hacer?

Edward soltó una carcajada sorprendida. —No lo sé. He practicado unos cuantos. Tengo el oído fino, así que me resultan un poco más fáciles—. La tostadora emitió un pitido que me impidió decir nada más.

—¿Quieres?—, empecé. Edward negó con la cabeza.

—Come—, reprendió suavemente. Hice un mohín, pero cuando me puso un plato de tostadas delante, el estómago me rugió de alegría y le di un bocado. —De hecho, mi madre fue asesora en esa última película—, dijo preparando su propia tostada. —Fue un placer trabajar con ella. No tengo muchas oportunidades así.

Alice me había dicho que circulaban fuertes rumores de Oscar para la película. Después de verla, lo creí. La precisión histórica había sido sorprendente, y la actuación había sido fenomenal.

—¿Qué clase de historia enseña tu madre?

Edward se sentó a mi lado y dio un bocado a su tostada antes de contestar. —Enseña historia medieval, aunque sus especialidades son Gran Bretaña, Irlanda y Escandinavia.

Asentí, impresionada. —¿Siempre le han gustado esas cosas?

Edward asintió. —Su abuela materna era sueca y su abuelo galés. Creció oyendo historias de ellos y supongo que se le quedó grabado.

—Me encanta esa zona del mundo—, dije con nostalgia. Edward me miró.

—Sé que necesitas tiempo para pensar las cosas, y eso sigue estando más que bien, pero estaré de gira dentro de un par de meses. Será una gira promocional para una película. Son muchas entrevistas, estrenos y cosas así, un poco aburridas, pero si te interesa acompañarme, estaría encantado.

Lo miré fijamente. —¿Quieres que tu sucio secretito salga a la luz, embarazadísima, en la alfombra roja contigo?

Edward me fulminó con la mirada, y la mirada me tomó por sorpresa. —Bella, no eres un sucio secretito. Te mantendremos en secreto para proteger tu identidad el mayor tiempo posible, pero quiero que algo quede muy claro, nada de ti me avergüenza. No hay en ti que desee ocultar o cambiar.

Las lágrimas me picaron en los ojos y aparté la mirada, asintiendo. —Lo siento. Estoy tan desorientada, es como si el filtro que tenía entre mi cerebro y mi boca hubiera desaparecido por completo.

Edward alargó la mano y me tiró ligeramente de la barbilla para que lo mirara. —Bella, eres una mujer extraordinaria, y si te sientes cómoda con ello, encantado le contaría a todo el mundo cómo es que has llegado a mi vida.

Sonreí débilmente y negué con la cabeza. —Gracias. Aunque creo que por ahora deberíamos practicar eso del anonimato.

Edward asintió, quitándome una miga del labio antes de soltarme. Le di otro bocado a la tostada preguntándome si volvería a sentirme yo misma.

Terminamos de comer y Edward metió rápidamente los platos en el lavavajillas. Bajé a su habitación y encontré mi teléfono en la mesilla de noche. Tenía un mensaje de Alice sobre la cena que ignoré por el momento, ya que había sido enviado hacía más de dos horas. Abrí el contacto de Tanya y suspiré. Oprimí llamar e inmediatamente empecé a pasear delante de la gran ventana de cristal.

—Hola, nena, ¿qué pasa?

La voz de Tanya me tranquilizó al instante. —Oye, ¿tienes un minuto?

—Sí, dame un segundo—, dijo, moviéndose con el teléfono. De fondo oí una voz masculina murmurar algo.

—Tranquilo, vuelvo enseguida.

Prácticamente la oí poner los ojos en blanco. —¿Compañía entretenida?— pregunté, incapaz de mantener la sonrisa en mi voz. Tanya suspiró.

—Sí, aunque dudo que sea tan entretenido como la compañía que tú tienes.

En ese momento, Edward bajó las escaleras, y me estremecí un poco al verlo. Estaba tan bueno.

—Sí, yo también lo dudo— murmuré.

—Zorra—, suspiró Tanya. Solté una risita y Edward me sonrió.

—Voy a ducharme—, dijo suavemente, pasando a mi lado. Asentí y los agudos oídos de Tanya captaron inmediatamente su voz.

—Dios mío. No. ¿Estás con él ahora mismo?

Tuve que apartar un poco el teléfono de mi oreja cuando ella empezó a gritar su nombre. Edward se detuvo en la puerta de su cuarto de baño y se giró para mirarme, desconcertado. —Tanya te manda saludos—, dije secamente. Edward resopló y entró en el baño.

—Dios mío, sabe de mí. Maldita sea, Bella. No puedo creer que estés recibiendo algo de eso. Su culo es simplemente, ugh— exclamó. Puse los ojos en blanco.

—Lo sé. En realidad, es por él por quien llamo.

Tanya jadeó. —Chica, si me dices que te vas a casar con el hombre de mis sueños, te mato. Luego te traeré de vuelta para la boda, por supuesto, pero podría volver a matarte.

Mi cara palideció al oír la palabra boda. —Mierda, Tanya, no. No nos vamos a casar. Por favor, apenas hemos pasado tiempo juntos para conocernos.

—Bella, no dejas a un tipo así colgando de un hilo. Lo atrapas tan rápido como puedes y de paso le das un buen mordisco a ese culito.

Resoplé. Nadie podía hacerme reír como Tanya. —Tendré en cuenta tu consejo sobre las relaciones—, dije secamente. Tanya se rio.

—Nena, sabes que estoy jugando. Él es el afortunado si me preguntas. Si sigues rondando a este hombre más le vale que sepa el regalo que tiene.

Mis ojos se aguaron un poco ante sus palabras. —Gracias, T.

—Sabes que tengo razón, Bella. Eres realmente increíble. Ese chico tiene suerte de tener tu atención por ahora.

Me mordí el labio, debatiendo cómo decir lo que necesitaba decir. —Sí, de hecho, tiene mi atención por un tiempo al menos.

Tanya se quedó callada. —¿Qué está pasando? ¿Se fugaron? ¿Desde dónde me estás llamando?

—No, Tanya—, dije riendo. —Créeme, si alguna vez me casara de verdad, estarías allí mismo para presenciarlo, o de lo contrario nunca podría convencerte de que realmente sucedió.

Tanya se rio. —Muy cierto, entonces, ¿qué pasa?

Me mordí el labio. —Bueno, ¿te acuerdas de lo que estuvimos hablando en la cena cuando estuve allá?— pregunté, esperando que Tanya recordara nuestra conversación.

—Sí, ¿su polla mágica?

Me di un golpe en la frente, pero me reí aliviada de que se acordara. —Sí, así que resulta que es más poderosa de lo que pensábamos.

—Maldita Bella Swan, ¿me estás diciendo que Edward Cullen, el hombre vivo más sexy por tres años seguidos te dejó embarazada?

—¡Sí!— Grité. Tanya se quedó en silencio. —¿T? ¿Te desmayaste?

—No, perra, estoy comprando un maldito boleto de avión.

Parpadeé. —¿Qué?

—Hay un vuelo a primera hora de la mañana, puedo estar en Los Ángeles a las diez. ¿Te parece bien?

Negué con la cabeza. —Espera, ¿qué?

Tanya suspiró. —Como si no fuera a salir corriendo cuando mi mejor amiga me dijo que estaba embarazada. Bella, eres literalmente la persona con más fobia al compromiso que conozco. Tienes que estar en una espiral descendente. Voy para allá, y no hay nada que puedas hacer para detenerme. Ya está, el vuelo está reservado. Mándame tu dirección para que no tengas que venir a recogerme, ¿de acuerdo?

Me quedé boquiabierta mirando a la pared. —Te la enviaré por mensaje de texto— susurré.

—¿Lo sabe?— Preguntó. Tragué saliva.

—Sí. Literalmente salió de Londres en cuanto se enteró.

Tanya tarareó. —Buen chico. ¿Lo sabe Charlie?

—Sí—, dije lentamente. —Ya se lo dije.

—¿Cómo se lo tomó?

Suspiré y me recosté en la cama. —De la misma manera en que se toma todo. Sorprendentemente bien y muy comprensivo. Estaba aturdido, pero creo que saber que estoy a salvo y soy capaz le ayudó a no subirse a un avión.

Tanya volvió a tararear. —¿Cómo se lo está tomando la gente de Edward?

Eché un vistazo a la ducha del baño para asegurarme de que seguía ahí. —Están a punto de enloquecer, creo. Quieren una prueba de paternidad, antes que nada.

Tanya resopló. —Por favor, sabemos que es suyo. Tuvimos tu celebración de no embarazo cuando llegaste a Seattle—. Me recordó. Sonreí con satisfacción. En cuanto llegué de Fiyi, fui al médico para hacerme un chequeo. Me había abastecido con mis anticonceptivos, me había hecho una prueba de embarazo e incluso me había hecho un análisis para asegurarme de que no había contraído ninguna enfermedad de transmisión sexual. Todo había salido bien y Tanya y yo lo habíamos celebrado aquella noche.

—Lo sé, y él también lo sabe, pero su gente quiere asegurarse.

Tanya tarareó. —Quizá debería hablar con su gente—, reflexionó. Solté una risita, imaginándome a Tanya persiguiendo a poderosos agentes de Hollywood.

—Si alguien pudiera hacer que se doblegaran a su voluntad, serías tú, T.

Tanya se burló. —Como quitarle un caramelo a un bebé—. Se me pasó la borrachera al oír la palabra bebé. —Aguanta, nena—, dijo suavemente. —Estaré allí en unas horas.

Aunque era realmente innecesario, me alegré de que Tanya viniera.

—Gracias, T.

Tarareó y levanté la vista cuando se abrió la puerta del baño. Edward estaba de pie allí, envuelto en una toalla y positivamente goteando. —Mierda—, gemí. Me miró y sonrió satisfecho.

—¿Qué? — Preguntó Tanya.

Intenté decir algo, lo que fuera, pero me quedé sin palabras. Edward dejó caer la toalla y estuve a punto de lanzarme sobre él desde el otro lado de la cama. —T, yo uh... Edward... toalla...

Tanya gimió. —¿Edward Cullen está desnudo recién salido de la ducha?—, chilló. —¡Zorra con suerte, ve sobre él!

Sonreí. —Adiós, T.— Colgué antes de que pudiera responder e hice exactamente lo que me había recomendado.

~Home~

Martes, 25 de septiembre

Los Ángeles, California

7 semanas

Entré en el apartamento de Alice, esperando que estuviera vacío. El vuelo de Tanya no aterrizaba hasta dentro de una hora aproximadamente, y normalmente Alice ya se habría ido a trabajar. Cerré la puerta de golpe y me sobresalté cuando vi a Alice sentada en el salón.

—Alice, pensé que estarías en el trabajo.

Me miró desde su portátil. —Me cambiaron la hora de la cita. Me voy más tarde—, me miró. —No llevabas eso cuando te fuiste.

Miré la camisa de Edward, de la que había sido incapaz de desprenderme, y le sonreí avergonzada. —Estaba en casa de Edward.

Alice cerró su portátil inmediatamente y me prestó toda su atención. —No aborté—, dije lentamente. Sus ojos se desorbitaron un poco por la sorpresa. —Creo, no sé. Creo que vamos a intentar algo—. Hablar de ello todavía me ponía un poco nerviosa.

—Guau—, Alice jadeó. Se sentó, sacudiendo la cabeza. —Quiero decir, me alegro mucho por los dos, pero es una gran noticia.

Suspiré. —Lo sé—. Me froté la frente con una mano y miré el reloj. —Por cierto, anoche se lo dije a mi agente. Ahora está de camino a Los Ángeles. Creo que va a parar aquí para verme.

Alice asintió.

—Puede quedarse aquí. Puedo convertir el sofá en una cama o algo así.

Sonreí y negué con la cabeza. —Alice, eres increíble, en serio, pero creo que estará bien. Tanya tiene un hermano que vive por la zona. Suele quedarse en su casa cuando está en la ciudad.

Alice asintió. —Entonces, esto está pasando de verdad—. Dijo, mirándome el estómago. Yo también lo miré.

—Supongo que sí.

Alice tarareó y yo la miré. —Creo que será algo bueno. Sé que ahora da miedo, y creo que probablemente dará miedo durante mucho tiempo, pero a la larga será algo bueno.

La miré con escepticismo. —Has presenciado en primera fila mis crisis. ¿Cómo puedes pensar eso?

Alice se encogió de hombros. —Tengo un gran instinto para la gente, Bella. Supe desde el momento en que Edward y tú se conocieron que congeniarían, y te lo digo ahora, creo que realmente van a superar esto juntos.

Sacudí la cabeza con escepticismo, pero le sonreí. —Gracias, Alice. Has sido una amiga increíble durante todo esto. Sé que estás asumiendo más de lo que esperabas de mí.

Me cortó. —Por favor. Te traje a mi casa esperando drama, aventura y emoción y definitivamente has cumplido con todo eso—. Ambas reímos ante la triste verdad. —Bella, me encanta salir contigo, y estoy agradecida de haber podido estar aquí durante esta parte de tu vida porque siento que realmente he llegado a conocerte a otro nivel.

Asentí. —Sí, sin duda.

Alice sonrió. —Dile a tu amiga que venga y se quede si quiere. ¿Quizá una noche de estas todos podamos quedar para cenar juntos?

Asentí. —Sí, la verdad es que suena divertido.

Alice sonrió. —Se lo comentaré a Rose y Emmett. ellos saben de...— hizo un gesto a mi alrededor y yo me encogí de hombros.

—No le he preguntado a Edward si ya se lo ha dicho.

Alice frunció el ceño. —Emmett y Rose son los mejores amigos de Edward. Sería raro que no se lo dijera. Llamaré a Rose y le diré que tenga una noche libre para cenar y no mencionaré nada más por si Edward aún no lo ha hecho.

Asentí. —Buena decisión.

Miró su reloj y suspiró. —Bien, tengo que salir para una reunión. Hasta luego, Bella—. Asentí y vi cómo tomaba su bolso y salía corriendo por la puerta principal. Suspiré y me recosté en el sofá, cerrando los ojos. Estaba agotada, sobre todo porque resultaba que me costaba compartir la cama con Edward y no mutilarlo en cada oportunidad. Incluso tuvo que amenazarme con dormir en una habitación de invitados para asegurarse de que yo dormía un poco.

Pero, ¿quién podía dormir cuando todo eso estaba en la cama contigo?

Decidí que probablemente necesitaba una ducha y al menos ponerme algo presentable, me levanté del sofá y me dirigí a mi habitación.

Cuando salí de la ducha, recibí un mensaje de Tanya diciéndome que había aterrizado. Me vestí con un vestido veraniego que me había prestado Alice y un par de baletas color nude. Me sequé el pelo rápidamente, sin peinármelo, y me maquillé mínimamente. Cuando terminé, llamaron a la puerta.

Salí de mi habitación, emocionada por ver a Tanya. Abrí la puerta de un tirón e inmediatamente me abrazaron con fuerza. —Ahí estás, mamá—, gritó. Yo palidecí y ella se rio de mí al separarse. Se lamió los labios y miró detrás de mí. Resoplé.

—Edward no está aquí—. Dije negando con la cabeza. Tanya sonrió.

—Pronto—, prometió. Me reí y cogí mi bolso.

—¿Almorzamos?— pregunté. Tanya asintió.

—Sí, vamos.

Bajamos las escaleras hasta el BMW blanco de alquiler de Tanya. Entramos en el coche y Tanya marcó inmediatamente una dirección en el navegador. —¿Adónde vamos?— le pregunté. Tanya me miró.

—A un sitio que encontré la última vez que estuve en la ciudad. Es increíble.

Asentí, inclinándome hacia atrás. Le confiaría mi vida a Tanya, y sin duda también la elección de la comida. Tanya se apartó del bordillo y me miró. —¿Es demasiado pronto para decir que estás radiante?

La miré. —Creo que sería mentira—, dije escéptica. —Apenas dormí anoche.

Tanya aulló y yo me reí. —¿Qué, estabas tratando de meter un gemelo ahí dentro?—, preguntó con un bufido. Le lancé una mirada de pánico y ella soltó una risita. —Cálmate, nena. Sabes que estoy bromeando. No te desearía la maldición de los embarazos múltiples—. Se estremeció dramáticamente.

—¿No eres melliza?— señalé. Me miró.

—Sí, para que veas que hablo por experiencia propia.

—Nunca he conocido a tu hermano. ¿Lo conoceré por fin mientras estás acá?

Tanya resopló y puso los ojos en blanco. —Tal vez. Lo llamé anoche después de que colgamos para decirle que iba a quedarme en su casa, y estaba quejándose y lamentándose de que el semestre acaba de empezar de nuevo y está muy ocupado—, puso los ojos en blanco. —No importa. Vive solo en una casa de tres habitaciones. Le sobra una cama.

—¿Está en la escuela?

Tanya suspiró. —Sí y no. Es tan mega idiota que nunca se fue. Es profesor en Caltech—. Se detuvo en un semáforo en rojo y se sacudió el pelo largo. —Odia que me quede a dormir porque altero demasiado su pequeño mundo de nerds—. Sonrió y yo me reí de ella.

Se detuvo frente a un restaurante, salió y le entregó las llaves al encargado del estacionamiento. Le di las gracias al que me abrió la puerta, y seguí a Tanya al interior. Se integró perfectamente en Los Ángeles, como si llevara aquí toda la vida.

Nos sentaron rápidamente, aunque Tanya nos redirigió a una mesa más apartada. El restaurante era precioso, elegante y muy pulido. Era como comer en un museo. También estaba sorprendentemente lleno para ser martes por la mañana.

Tanya se acomodó en la mesa y, tras pedir un té de hierbas para ambas, despidió al camarero.

—Bien, dime, ¿cómo estás realmente?

Sus brillantes ojos azules me taladraron intensamente, tratando de escarbar hasta llegar a la verdad. Dejé escapar un suspiro tembloroso. —Estoy enloqueciendo— dije con sinceridad.

Tanya asintió. —¿Qué es lo más apremiante?

Dejé escapar un suspiro. —Hay tantas cosas que me asustan. Edward y yo apenas nos conocemos y ahora vamos a tener un hijo—, casi me atraganto con la palabra, y Tanya asintió para instarme a seguir hablando. —Me preocupa mi carrera, y lo que esto significará para mi capacidad de viajar y vivir aventuras. Me da miedo ser una mierda en todo esto y hacer como Renée, o ser peor que ella.

Tanya extendió la mano y me tomó entre las suyas, deteniendo mi desvarío. —En primer lugar, tú no eres Renée. Esa zorra no supo ver un regalo cuando se lo dieron. Salió perdiendo, y sé que en alguna parte está viviendo una vida que no se ha cumplido ni a medias porque se alejó de lo mejor que le ha pasado nunca.

Se me humedecieron los ojos y apreté las manos de Tanya entre las mías. —Pero mis padres en realidad estaban saliendo cuando se quedaron embarazados de mí y mira cómo resultó. Edward y yo apenas nos conocemos.

Tanya suspiró. —Apostaría a que saben mucho más el uno del otro de lo que crees—, musitó. La miré con escepticismo. —Lo digo en serio. Parece que hay química de verdad. El hombre lo dejó todo y voló como 10.000 kilómetros cuando lo necesitaste. Por lo que sé de tus padres, ninguno habría hecho algo ni remotamente parecido por el otro. Ustedes no son como tus padres.

El camarero se acercó entonces, colocando una tetera y una selección de tés sobre la mesa. Tanya le dio las gracias y lo despidió mientras yo pensaba en lo que había dicho. Tenía razón, más o menos, pero sabía que era parcial debido a su amor por mí. Ni siquiera conocía a Edward. No había forma de que pudiera saber con exactitud lo que podría haber entre nosotros.

—En cuanto a tu carrera y los viajes—, dijo mirándome. —Estuve pensando en ello durante el vuelo—. Me acercó la caja de té. Elegí uno de cítricos y se lo devolví. —Hay una gran demanda de libros de viajes para familias—, dijo eligiendo un té verde. La miré fijamente. —Vamos, nena. Escúchame. Nada de tu vida tiene que cambiar, ¿verdad? Edward viaja todo el tiempo por trabajo. ¿Y si tú y el bebé van con él? Podrías escribir sobre el lugar, sobre viajar con niños e incluso encontrar actividades aptas para niños.

Suspiré pesadamente. Era una gran idea, para ser sincera. Realmente genial. Sólo que la idea de tener que viajar por el mundo con un ser humano diminuto, gritón y desordenado me estresaba muchísimo. —No sé—, dije en voz baja.

Tanya asintió. —Piénsalo. Lo digo en serio, cariño. Esto podría ser una bendición disfrazada. Has conseguido tu primer contrato para un libro, y de momento va bien—, me miró para confirmarlo, y yo asentí. —Sabemos que tu divertido libro de vida de soltera será un éxito, pero piensa en el mercado de la gente que tiene familia e hijos y no viaja porque no sabe cómo. Tú podrías ser una voz a la que recurrieran.

Suspiré y vertí agua caliente en mi taza de té. Al instante, el aire a mi alrededor olió a limón e inspiré profundamente. —Lo pensaré.

Tanya se sirvió agua caliente. —Créeme, una vez que te convenza la idea del bebé, estarás totalmente de acuerdo. Soy brillante y esta es una gran manera de mantener tu carrera en marcha.

Asentí y le sonreí débilmente, queriendo cambiar de tema. —¿Quién era el tipo que escuché por teléfono anoche?— pregunté. Extendí la mano para alzar mi taza de té y le di un sorbo. Tanya permitió el cambio de tema y sonrió.

—Mike, mi vecino. Muy tonto, pero es muy simpático—, suspiró. Me reí y le di un sorbo al té. —Pero apuesto a que no le llega ni a la suela del zapato a lo que pudiste presenciar anoche—. Enarcó una ceja y me sonrojé ligeramente. Tanya sonrió malvadamente. —Zorra con suerte—, gimió. —Cuéntamelo todo.

Me moví. Ahora que Edward era algo más que un ligue -aunque no estaba segura de cuánto más-, me resultaba un poco extraño hablar sobre él. —No sé—, hice una pausa. —Es tan...— Me costó encontrar la palabra.

¿Sexy?— Tanya respondió. Me reí.

—Sí, definitivamente sexy. Pero también es divertido, dulce y un poco tonto. A veces siento que lo intimido, que es la sensación más embriagadora, y luego va y le da la vuelta a la tortilla y apenas soy coherente intentando seguirle el ritmo—. Sonreí con satisfacción y negué con la cabeza. —Nunca había visto llorar a un hombre. Llorar de verdad. Pero él ha llorado conmigo y yo sólo...— Sacudí la cabeza. —Es tan tierno conmigo. Quiero decir, no me malinterpretes, follamos como animales salvajes, pero luego se da la vuelta y es tan gentil y suave...

La cara de Tanya se suavizó cuando mi voz se apagó. —Dios mío, te estás enamorando—. La idea me revolvió el estómago y sacudí la cabeza con vehemencia. —Cariño, no pasa nada. De hecho, es genial. Aún no lo conozco, pero parece que él puede estar sintiendo lo mismo.

Me atraganté con el té. —Mierda, no, más despacio. Edward y yo apenas nos conocemos, y acabo de decirle que no estaba preparada para hablar de nuestra relación.

Tanya ladeó la cabeza, frunciéndome el ceño. —Espera, ¿no quieres salir con él?—. Sonaba tan escéptica que su voz era casi cómica.

Solté un largo suspiro. —Quiero decir, sí, hay mucha química, pero apenas funciono. ¿Cómo demonios se supone que voy a averiguar cómo hacer esto—, hice un gesto hacia mi estómago, —y ser compañera al mismo tiempo?

Tanya dejó su taza de té y se inclinó hacia delante. —Nena, tienes que darte más crédito. Que no hayas tenido una relación en mucho tiempo no significa que no seas buena en eso. Edward es literalmente la persona perfecta para que te plantees una relación en este momento, es decir, va a estar en tu vida para siempre—, dijo mirándome el estómago. Crucé los brazos para que dejara de mirarme. Sus ojos subieron hasta mi cara. —¿De qué va esto, de verdad?

Me moví, incómoda. Si cualquier otra persona me lo hubiera preguntado, la habría mandado a la mierda. Pero Tanya me conocía demasiado bien. —Me gusta—, dije al cabo de un minuto. —Y es jodidamente aterrador porque tengo toda esta mierda con la que lidiar y no quiero cagarla con él y este Pip.

—¿Pip?

Suspiré. —Ya sabes, es un aguafiestas—. Tanya resopló y me hizo un gesto para que siguiera hablando. —T, tengo miedo. Sé qué hacer para ir detrás de los chicos que me gustan, pero eso es a corto plazo. No sé cómo mantenerlos cerca.

Tanya sonrió satisfecha. —Pues quedándote embarazada seguro que lo consigues—. La fulminé con la mirada y se rio entre dientes. —Lo siento, nena, te entiendo. Te entiendo. Pero me parece un poco loco. Es obvio que Edward está cerca y quiere intentar una relación contigo. Quizá aún no lo conozcas bien, pero es el momento perfecto para hacerlo. Como dije, él va a ser parte de tu vida para siempre. En algún nivel vas a tener que llegar a conocerlo de todos modos.

Suspiré, sintiendo que la ansiedad me retorcía el estómago. Tenía muchos miedos profundos de los que no me atrevía a hablar, ni siquiera con Tanya.

—Hazme un favor—, me dijo tendiéndome la mano. La miré. —No lo rechaces todavía. Permítete conocerlo y que él te conozca. No tienes que comprometerte a nada ahora mismo. Sólo, mira a dónde te lleva.

—Es demasiado pronto para que me guste tanto—, susurré. Tanya frotó mi mano suavemente.

—Oye, yo supe después de cinco minutos que amaba a Thomas.

La miré, y por un momento, vi un raro momento de pena en los ojos de Tanya. Antes de conocerla, había estado casada brevemente con un hombre llamado Thomas Hunter. Thomas había muerto en un accidente por conducir ebrio sólo ocho meses después de casarse. Aunque habían pasado años, Tanya seguía llevando su anillo de boda, aunque lo llevaba en la mano derecha. Incluso había conservado su apellido.

Me acerqué a ella para apretarle la mano. Ella sonrió y giró su mano con la palma hacia arriba para sostener la mía. —Hazme caso, cariño. La vida es corta y nada está garantizado en este mundo. Si encuentras el amor, agárrate a él y no lo dejes escapar por nada.

Asentí en silencio. Me apretó las manos y suspiró, sacudiéndose el pelo y secándose los ojos. —Bien, la comida aquí es increíble. ¿Cuánto comes estos días?—. Me miró el estómago con ojos críticos.

Me eché a reír. —Zorra, apenas estoy embarazada. Creo que ni siquiera he engordado.

—Tus tetas sí—, dijo, mirándome el pecho. Me reí y negué con la cabeza.

—Sí, es lo que todo el mundo nota—, murmuré. Tanya sonrió y yo recogí mi menú, poniendo los ojos en blanco. Tanya me había dado mucho en qué pensar, ya dedicaría tiempo a reflexionar sobre ello más tarde. Por ahora, iba a disfrutar del tiempo que tenía con mi mejor amiga.

~Home~

(1) Bella llama al, hasta ahora, embrión aguafiestas.