Capítulo 18. La ciudad bajo la montaña

No había sido intención de Zelda. Mientras Kandra examinaba los trozos de rocodrilo, se le cayó el visor del zurrón que llevaba. Zelda iba a devolverlo, pero pensó que quizá ella podría usarlo mejor que Kandra para encontrar a Kafei y a Link VIII. Luego, pasó lo de Oreili, y Kandra le había hablado como si Zelda tuviera cinco años y no supiera nada. En ese momento, sintió hervir la ira, pero se contuvo. Prefirió marcharse a explorar.

Por eso, cuando se subió a la vagoneta, no tenía miedo a la oscuridad: podía ver. Observando a Kandra, había visto que miraba la superficie, y después le daba golpecitos en los lados del visor: allí había unas ruedas y botones. Cuando lo hizo, la superficie del visor, como un espejo, le mostraró una imagen nítida, de lo que la rodeaba. Con uno veía todo alrededor, como si estuviera iluminado por un fuego verde. Con otro, lo que veía eran formas de color naranja, que se movían. Eso debía ser lo que dijo de localizar cuerpos de prisioneros por el calor. Una vez la vagoneta se detuvo, fue caminando entre las galerías, dejando atrás a los gorons, observando con el visor para ver por donde pisaba.

Todas las siluetas eran grandes, pero ninguna tan grande como Link VIII ni tan pequeñas o con forma más humanoide de Kafei. Porque Zelda, cuando tomó la decisión de que iba a explorar sola, lo hizo también porque estaba muy preocupada. De todos los sabios, a los que quería mucho y daría su vida por ellos, Kafei le parecía el que debía llegar a viejo. Recordaba a Maple, la cara llena de amor cuando hablaba de su Kafei, su marido, de cómo no podían estar el uno sin el otro. También se le venían a la mente la imagen de la pobre Maple corriendo por la playa, para alcanzar a Kafei y despedirse de él, sabiendo que iba a morir. No, no iba a dejar que la pobre muchacha pasara otra vez por lo mismo.

"El hecho de que te gustara al principio no tiene nada que ver"

La voz que resonó en su cabeza, una voz susurrante y firme de mujer, la hizo detenerse.

"Ah, vale. Me estoy volviendo loca".

La Espada Maestra vibró, y después la voz le dijo:

"Reconoce, Zelda Esparaván, que cuando conociste a Kafei, te gustó"

"No sé quién eres, pero sabrás que por entonces tenía unos doce años, y además yo…" Zelda se detuvo. Agitó los rizos rojos y negó con la cabeza. A pesar de todo el tiempo y de lo mucho que había cambiado, había cosas que le costaba incluso pensar, pero se obligó a decirlo a esa voz impertinente. "Yo estaba enamorada de Urbión, como una idiota. Kafei es mi amigo, le aprecio, y estoy preocupada por él y por Link VIII. Si esto es algún truco de un espíritu maligno, te pido que te enfrentes a mí directamente o me dejes tranquila".

La respuesta le llegó a través de la Espada Maestra: vibró por segunda vez, y emitió un brillo apagado.

"Sigue más adelante. Vas a enfrentarte a la siguiente prueba del espíritu, y entonces me conocerás" y la voz se calló.

No pasó mucho rato, antes de encontrarse con un muro de lava. Zelda guardó el visor en la mochila. Miró bien alrededor, pero no había señal alguna de un interruptor o palanca. Con el visor, no podía ver nada, porque el calor ocultaba si había más personas allí. Zelda se desvió, caminó en paralelo a la cascada. Había una pasarela, elevada sobre el río de lava, y al final, lo que parecía una estancia vacía. Zelda caminó por la pasarela. Agradecía la túnica ignífuga, pero a pesar de ella, sudaba mucho. Alcanzó el otro lado, y se quedó quieta. Desenvainó de inmediato y sacó el escudo espejo.

Al otro lado, en la sala, había una gran espada, casi del tamaño de la misma Zelda. Estaba clavada en el centro, y alrededor de ella, había cuerdas, que partían de la empuñadura. La hoja era negra, con unas letras en rojo que a Zelda le resultaron familiares. No tuvo más tiempo de pensar, porque en cuanto se acercó a la espada, la pasarela detrás de ella se derrumbó, con un gran estruendo. Se levantaron dos grandes geiseres de lava, y Zelda tuvo que esquivarlos rápido para evitar que la quemaran. Al hacerlo, su espada cortó sin querer una de las cuerdas.

La espada clavada allí empezó a temblar y vibrar. Ella sola se liberó de la roca, y al hacerlo, cada una de las cuerdas fueron desapareciendo. Zelda veía la espada alzarse, pero ninguna mano la sostenía, ningún cuerpo había detrás. Solo acero, puro acero. "¿Es eso posible? Puede, pero no sé…"

La Espada Maestra vibró, y esta vez, la voz que escuchó era la de siempre, una muy tenue, que susurraba algunas cosas y apenas la escuchaba. Solo pudo saber, con certeza, de que había alguien manejando la espada negra.

Habló la voz de la mujer que antes se había burlado de ella y de sus sentimientos en un pasado lejano por Kafei:

– Empieza la prueba. Esta criatura que tienes delante la ha creado la entidad que domina estas minas y que tiene prisioneros a tus amigos. Se llama Espada de Sombras, y es cierto, está ahí, pero no puedes verla. Mi consejo es que le derrotes sin hacerle daño.

– ¿Y cómo caraños voy a hacer eso? – soltó Zelda en voz alta.

La espada empezó a dar vueltas. La esquivó con una voltereta, se puso en pie y corrió hacia el otro lado de la plataforma. Envainó un momento, y usó el escudo espejo para protegerse mientras sacaba de nuevo el visor. Si esa cosa tenía vida, calor dentro, quizá pudiera verla con ellos. Sin embargo, la espada y quién estuviera detrás no le daba oportunidad, atacaba veloz, y no le permitió ver que sí, había un pequeño halo de calor, el de una persona más alta y fuerte que ella. Zelda repelió el ataque, volvió a sacar la espada de Gadia, y desvió cada envite. Por cada golpe que le daba, ella retrocedía y debía tener cuidado de no caer en la lava.

"Lo siento, espíritu de la espada, pero no puedo dejar que me derrote" se dijo. No recibió respuesta.

Su padre, mucho tiempo atrás, le había explicado que, en algunos combates, para vencer, lo importante era primero desarmar al enemigo. Eso era lo que intentaba, atacando a la empuñadura de la espada. Se le ocurrió disparar con la ballesta. A propósito, apuntó con suficiente lentitud para que la figura esquivara el disparo. Entonces, tenía cuerpo, y uno que podía dañarse. Al moverse, levantó algo de polvo y fuego, y Zelda distinguió una forma parecida a la que había llegado a vislumbrar con el visor. La espada se detuvo, incluso bajó un poco, y Zelda aprovechó la ocasión para atacar con la parte plana de la espada.

La criatura respondió con un golpe, tan fuerte que Zelda cayó de espaldas. Se incorporó rápido, aunque le dolieron las heridas de la batalla en Ikana. Recibió más golpes, temió hacerse daño, pero al mismo tiempo, le daba rabia que esta criatura fuera tan fuerte. Intentaba poner distancia, para darse tiempo para moverse, pero por mucho que lo intentara, la criatura invisible que manejaba la espada era aún más fuerte. Era como si conociera sus ataques, todos sus trucos. De nuevo, tuvo la sensación de familiaridad. ¿Había resultado así luchar contra Urbión, cuando se enteró de que era el señor oscuro? ¿Por eso le había costado tanto vencer a Zelda Oscura, su temible doble? Ella tenía cuidado de no dañar, pero la espada iba a por ella, a por sus miembros. Le rozó varias veces el cuello, y se llevó con ella unos pocos rizos. Si seguía, acabaría calva. Logró detener la espada, contuvo el filo, y la criatura ejerció toda la presión sobre ella. Antes de que la chica pudiera repelerlo y lanzarle un ataque, la criatura la golpeó, quizá con un pie o una patada. La arrojó al suelo, Zelda se golpeó contra él y sintió la sangre en la frente, cayendo sobre un ojo. Por fin, logró esquivar la hoja oscura, y golpeó algo. Se concentró en lo que debía ser el brazo, dirigió allí todos sus golpes. Los sintió todos en su propio cuerpo, hasta rechinó los dientes por ellos.

Cuando el calor de la batalla se hizo aún más insoportable, cuando el ambiente era seco y polvoriento, y el aire se volvía espeso, cuando apenas veía de un ojo y encima le dolían las costillas, por fin, Zelda logró que la figura soltara la espada de hoja oscura. Arremetió contra él con toda la fuerza que le quedaba, y la mano invisible no resistió su estocada. De repente se vio delante de una persona con un extraño atuendo, una túnica larga con capucha y embozo oscuro. Cayó de rodillas delante de Zelda, soltó una especie de quejido, y luego se derrumbó.

"¿He fallado?" preguntó al espíritu de la Espada Maestra.

Se acercó a la figura encapuchada, y entonces, se dio cuenta de que no estaba sola. Había una mujer allí. Era altísima, y muy delgada, con unos brazos y piernas largos. Miraba a Zelda desde su altura, con las manos cruzadas sobre su pecho. Vestía una túnica azul, con unos pantalones cortos. Lo más reseñable era su cabello gris, recogido en una trenza lateral que caía en un lado del rostro, y el bordado de su ropa: un ojo con una lágrima.

– ¿Eres una sheikan? – preguntó Zelda, casi sin voz.

– Mi nombre, tiempo atrás, fue Impa – dijo la mujer, asintiendo –. Fui uno de los sietes sabios, la sabia de la Sombra – señaló al cuerpo que estaba tendido a los pies de Zelda –. Lo has derrotado, enhorabuena, pero aún no has terminado la prueba. Descubre quién es.

Acercó la mano hacia la capucha. Al instante, nada más tocarla, supo quién era. Solo tuvo que tirar un poco de la capucha hacia atrás y bajar el embozo, pero ya sabía el rostro que vería. El de Kafei.

– No… – le quitó todos los ropajes oscuros, hasta dejarle con su túnica ignífuga que tenía debajo. Sangraba por las distintas heridas que Zelda le había causado. Rebuscó en su mochila, y le dio igual que Impa siguiera allí, la ignoró mientras trataba de contener la sangre.

– Puedo ayudarte. Pídemelo, y no solo lo curaré: haré que no recuerde que tú le has atacado y herido. Tus errores, eliminados con un chasquido de dedos.

– Si me quieres ayudar, solo cúrale. No hace falta que le hagas olvidar nada – Zelda se encontró en ese momento una de las flechas de su ballesta, clavada justo en un costado. No se atrevió a moverla, pero temía que hubiera llegado al pulmón.

– ¿No te da miedo que te tema, que te odie, y que jamás vuelva a confiar en ti? Kafei Suterland siempre ha estado contigo, es un buen amigo que te ha defendido, te ha dado buenos consejos, te ha tratado como una igual. No se burla de ti, no te hace sentir pequeña y débil. ¿Vas a poder vivir sabiendo que le has hecho daño? O puedo curarte a ti, y podrás salir de aquí y dejarle. Estás sola, nadie lo sabrá nunca…

Zelda miró a Impa. La sheikan no pareció impresionada por la furia que saltaba de los ojos de la labrynessa.

– Me da más miedo que se muera. Tiene mucho por lo que vivir. Si es necesario, me puedes borrar a mí la memoria que quieras, me dará igual, siempre que esté vivo. ¡Ayúdale!

Impa sonrió. La Espada Maestra vibró en la cadera de Zelda. La mujer sheikan alargó una mano, pálida y con uñas largas. Zelda la vio chasquear los dedos. Alrededor de ella y de Kafei apareció un aura plateada. Sobre el suelo, rebotó una piedra con forma de lágrima, parecida a la que le dio la Sabia del Espíritu, solo que esta era de color negro. Zelda sintió entonces que la habitación entera giraba sobre sí misma, y le pareció que caía, pero seguía sentada al lado de Kafei. La luz se hizo más fuerte, el dolor la aplastó como una gran mano hecha de cristal, y Zelda cayó al lado del cuerpo de Kafei.

Lo último que escuchó fue "buena respuesta, sí, señorita".

Estaba muy oscuro, pero sabía que había alguien con ella. Zelda abrió los ojos, todo lo que podía, aunque seguía sin ver nada. Estaba demasiado oscuro.

– Pequeña ladronzuela, ¿estás bien? No es sitio para echarse una siesta.

Kandra usó el escudo para iluminar, pero tan cerca que Zelda se llevó las manos a los ojos y se los tapó. Le dolía la cabeza, y tenía sed. Mucha sed. Hacía tanto calor que hasta tener a Kandra cerca se le hacía imposible. Susurró el nombre de Kafei, dijo que estaba herido, antes de caer de nuevo en la oscuridad. No era por las heridas, porque Impa la había curado, no sabía cómo. Era el calor, que no podía aguantar tantas horas seguidas. Debía salir de allí, junto con Kafei. Si ella se encontraba mal, el granjero, que llevaba varios días ya ahí abajo, estaría más muerto que vivo.

Sin embargo, la siguiente vez que despertó, fue en una caverna iluminada por pequeñas luces que parecían más fuegos fatuos. Estaba semihundida en un lago de agua caliente, pero por algún motivo esto la refrescó. Quien la sostenía para no ahogarse era Kafei. El granjero, al ver que había abierto los ojos, sonrió y la saludó.

– Aguas termales, lo curan todo, hasta el agotamiento del calor – Kafei la ayudó a incorporarse.

Él también estaba empapado, tanto que se le pegaba el cabello oscuro a la cabeza, y parecía más joven que antes. Los dos escucharon pasos, y se giraron, Zelda aún agarrada al brazo de Kafei. Le sorprendió lo delgado que estaba, pero por lo demás, parecía igual que siempre. Kandra se asomó, dijo un "ya era hora, cabezota", y le tendió a Kafei una cantimplora.

– ¿La has enfriado? – preguntó, antes de beber. Kandra respondió que sí, y que ya tenía la comida lista.

Entre los dos, ayudaron a Zelda a salir del agua. Para meterse, le habían quitado la cota de mallas, la túnica ignífuga, los pantalones y las botas. Solo tenía puesta una camisa. Kandra le tendió las ropas de gerudo, pero Zelda dijo que no:

– Protegen muy poco, quiero mi ropa…

– Sí, pero se está secando. Hemos tenido que lavarlas. Anda, no seas cabezota y escucha un poco, que te vendrá bien.

Zelda se cambió, como pudo. Kafei se dio la vuelta y dijo que él estaba bien, que el agua le había ayudado. En aquella cueva, parecía que el calor de la lava no les afectaba tanto. Con el remojón, Zelda empezaba a sentirse mejor. Tomó la cantimplora y dio un largo trago. Kandra la observó, sin decir nada. En el lugar, habían montado un pequeño campamento, con una hoguera. Sobre ella, había una pequeña olla con algo cocinándose. Zelda la reconoció: era la misma olla que había usado Kandra en el Pico Nevado. Se sentó, con una mano en el estómago, pensando solo que necesitaba comer. Tan obsesionada estaba con lo que fuera que hubiera en la olla, que no se fijó que Kafei tenía una túnica azul, con el dibujo de un ojo de sheikan bordado. Al sentarse, lo hizo al lado de un bumerán, mucho más grande que el que había usado Kafei hasta ahora. El chico dijo algo a Kandra, esta se río, y Zelda, tras agitar otra vez la cabeza preguntó qué estaban diciendo.

– Que se te escuchan las tripas. Espera… – Kandra sirvió un cuenco lleno hasta arriba de un estofado de setas. Aunque no le gustaban mucho, en ese momento Zelda estaba hambrienta y le dio igual. Comió los primeros bocados, usando las manos para coger las setas y sorbiendo el caldo, sin importarle sus modales.

Antes de tragar, dijo, con voz ronca:

– ¿Qué ha pasado, Kafei? ¿Sabes dónde está Link VIII?

– Sí, pero para eso necesitamos que estés en plena forma. Es un viaje complicado – Kafei se acomodó. Colgada del cuello tenía la piedra negra, atada con un cordel –. ¿Cuánto tiempo hace que nos separamos en Termina?

Zelda hizo un cálculo aproximado. Habían tardado unos 3 días en alcanzar el desierto, ignoraba cuánto tiempo había estado en la prisión de los lizalfos, pero suponía que otros 3 o cuatro a lo sumo. Había que añadir dos para ir a visitar a la Saga, y regresar a la fortaleza de los gerudos. En llegar al cañón Ikana fueron unos cuatro, la lucha y después la etapa de entrenamiento de los pelícaros fueron cinco días completos, más otros cuatro en cruzar Akala y llegar a la montaña de fuego.

– Casi un mes, Kafei – Zelda tragó y susurró –. Van a estar de los nervios, Maple y Link.

– Puede que Nabooru y su ejército ya estén de camino a la llanura occidental – dijo Kandra.

– ¿Dónde están Vestes y Oreili? ¿Él está bien?

– Estupendamente. Si te hubieras esperado un poco, en lugar de enfadarte, habrías sabido lo que Kafei te va a contar ahora. Os dejo a solas, voy a llevarle las setas a los hermanos. Ellos están haciendo guardia en el exterior.

– Gracias, Kandra, por todo – le dijo Kafei, con una sonrisa. La chica se encogió de hombros, dijo que no era importante, y se marchó –. Es una persona muy interesante… – susurró el granjero.

– Si pudieras leerle la mente, sería fantástico. A veces, tengo mis dudas… – Zelda sorbió el caldo y se limpió con el brazo –. Por favor, Kafei, cuéntame qué pasó. Ya me encuentro mejor.

Kafei tomó aire, miró a Zelda fijamente con sus ojos azules, y empezó a hablar. Le contó cómo llegaron a la villa de los gorons. Como les pasó a ellas, hablaron con maese Hegel y él les dijo que Link VIII había ido a buscar a los gorons que habían sido capturados durante el ataque a la villa Kakariko. Kafei y Oreili fueron a ayudarle, y empezaron por la cueva más al sur, la misma que usaron Zelda, Kandra y Vestes. Como ellas, se adentraron a pesar del calor, hasta llegar a un lugar muy profundo. Kafei estaba desfallecido por el calor, aguantó hasta llegar a la profundidad de la mina. Entonces, se encontró de cara con una criatura extraña, que custodiaba una gran roca redonda…

– Link VIII – susurró Zelda.

– Esa criatura no nos dejó acercarnos. Se movía sobre los raíles, y estaba hecha de metal. Parece una persona muy alta, con seis brazos. Me recordó un poco a la forma de moverse de esas cosas, los guardianes, pero más humana. Tenía un rostro parecido al de una máscara, con los ojos brillantes de color azul. Nos atacó, y destruyó mi bumerán.

– Siempre te he dicho que necesitas mejores armas – dijo Zelda. Escuchaba atenta, con los ojos rasgados abiertos.

– Ni Oreili ni yo fuimos rivales muy fuertes. En cuanto nos agarró con esas manos enormes de metal, clavó la vista de sus ojos en los nuestros… Y es casi todo lo que recuerdo. Después, solo te puedo decir que estuve en un lugar muy oscuro, y una voz cruel me decía que Maple estaba en peligro por culpa del rey Link, que iba a morir en la batalla, ella y… – Kafei se detuvo. Se puso algo rojo y dijo entonces –. Antes de partir de Términa, Maple me dio la noticia: está embarazada. No quería decirlo ni que yo lo dijera, porque según ella da mala suerte antes del tercer mes…

Zelda sonrió, le dio la enhorabuena, y que estaba segura de que Maple sabía cuidarse, y además no estaba sola. Aun así, Kafei le confió que aquella voz le hizo creer, con un argumento convincente, que todos estaban en contra de él, y que debía luchar contra el rey Link para salvar a Maple.

– Me avergüenza decir que no le costó tanto convencerme. Me hizo ver imágenes de la muerte de Maple, de mil formas distintas, y todas terribles. Me dolía el corazón cada vez que sucedía. Al final, claudiqué… Y mi poder de sabio de las Sombras acabó en sus manos. Me convertí en lo que viste, y cuando luchamos, era consciente de que lo estaba haciendo contra ti, pero en mi estado, estaba seguro de que tú eras el enemigo. Te pido disculpas, te dejé malherida y…

– Ay, Kafei… No, soy yo la que debe disculparse. Me advirtieron de que no debía dañarte, y no escuché. Te ataqué y también te herí – Zelda tomó aire y dijo –: En mi caso, me dijeron que era una prueba del espíritu de la espada. Ahora, no estoy tan segura…

– Ah, no. Eso fue real. Impa la Grande nos curó a los dos – Kafei se llevó la mano al pecho, para señalar el bordado de sus ropas –. Me habló en sueños. Me dijo que como había perdido parte de mi poder de sabio, podía ayudarme a recuperarlo. Me dio estas ropas, y el bumerán que ves aquí. Me dijo que el poder de los sabios es tan innato en nosotros que solo se puede corromper, no desaparecer. Por eso, es importante que recupere la confianza y me dio esto para ello. También me dijo que no solo tú vas a pasar por pruebas y dificultades, sino también todos los sabios. Que Zant va detrás de nosotros porque sabe que podemos sellarle, y nos teme. Por eso tiene retenido a Link VIII.

– Vaya, sí que te dijo cosas – Zelda miró con envidia las ropas de Kafei, que parecían cómodas y limpias.

– Me dijo también que tú sigues siendo la elegida, aunque no tengas el poder del triforce del Valor. Que debes tener más confianza en ti y en tu instinto – Kafie le dio un golpetazo cariñoso en el hombro –. Yo estoy seguro de que podrás derrotar a esa cosa, y salvar a Link VIII. Kandra y Vestes me han contado todo lo que pasó con las gerudos, y que Nabooru está bien, aunque ha perdido a su hermana. Ella también ha perdido parte de su poder de sabia, pero ha mejorado. Sigue siendo poderosa.

– De acuerdo, si me dais mi cota de mallas y mis ropas, pondremos rumbo a ese lugar – Zelda dejó el cuenco –. Vamos a rescatar a Link VIII y a los gorons. Ya habrá más tiempo para chácharas.

Kafei la dejó sola un momento, tras ir a buscar sus ropas. La verdad, es que la túnica ignífuga era lo único que parecía estar bien. El resto tenía agujeros y varios sietes. Los poderes curativos de Impa no habían arreglado sus ropas. La capa estaba tan desecha que Zelda la usó para hacerse una tira y recogerse los cabellos en una prieta coleta. Ya preparada, tomó la espada de Gadia, el Escudo Espejo y por último la Espada Maestra. Al tocarla, sintió que vibraba. Escuchó la misma voz que siempre, un sonido suave que resonó dentro de su mente.

"Los sabios son un gran apoyo, eres afortunada, Zelda"

"Por fin te escuchó claramente, ¿te importaría ayudarme a entender qué tengo que hacer ahora?"

"Tú sabes esa respuesta, sigue tu instinto"

Y volvió a callarse. Zelda la envainó a la cadera. Pensó, una vez más, que debió forjarla otra vez, aunque ese entrometido de Brant averiguara su fracaso.

Nada más terminar de vestirse, se asomó al final de la cueva. Allí estaban Kafei, Oreili tan delgado que parecía un polluelo en vez de un guerrero orni, Vestes, que al ver a Zelda sonrió, pero aun así la regañó por marcharse sin ella. Kandra interrumpió el encuentro con un:

– Vamos. Según Oreili y Kafei, hay que seguir las vías en dirección al interior, abajo de la gruta. Si esa criatura tiene el poder de hipnotizar con su vista, voy a sugerir que, en caso de encontrarla, luchar sin mirarla directamente.

– Será difícil, pero se podrá hacer – dijo Zelda.

Mientras ella se estaba recuperando, Kandra y los hermanos habían cogido una vagoneta. En ella viajarían Kafei, Kandra y Zelda, los hermanos los seguirían volando detrás. Tras recoger los enseres del campamento, marcharon en formación. El viento que se levantaba era caluroso, húmedo, y encima olía a cerrado y rancio. Según Kafei, sus ropas también le protegían del calor, igual que la túnica roja. Zelda lo envidió una vez más, pensando que, ya puestos a hacer regalos, podría haberle dado a ella una túnica parecida.

Dejó atrás esos pensamientos. Lo principal era encontrarse ya con esa criatura, y salvar a Link VIII. Recordó la muerte del pobre rey goron en la Torre de los Dioses, como le impidieron salvarle porque habían hablado de que debían protegerla a ella y a Link, antes que a los sabios. Esta vez, sería de utilidad.

Estaban frenando, porque ya se terminaban los raíles y no estaban en pendiente, sino en llano. Al llegar frente a un tope, Kandra usó el hacha de luz para frenar. Estaba muy oscuro. Usó el visor, que volvía a tener, para anunciar que había una cueva, más adelante. Oreili dijo que era muy parecida a la que usaron para llegar al centro de la mina, y Kafei se adelantó. Para que Zelda y él pudieran ver, Kandra usó el escudo para iluminar el camino. El suelo era irregular, y había muchos agujeros y piedras que se movían. Mientras bajaban, se encontraron con varios murciélagos. Una bandada, de hecho, atacó al grupo casi a la vez, gritando. Zelda usó la espada, pero no fue tan eficaz como Kafei. El nuevo bumerán, grande y aparatoso, eliminó a diez murciélagos de un golpe.

– Te costará moverlo – dijo Zelda.

– No, me resulta ligero… Creo que es parecido a la espada Biggoron, que a ti no te afectaba el peso. Por cierto… ¿qué le pasó?

– La perdí en el Mundo Oscuro, cuando Vaati disolvió a Zelda Oscura – recordó ese instante con un estremecimiento, de pena y de dolor. Al final, su peor rival resultó ser la mejor aliada, y la vio morir.

Kafei entendió que era un tema espinoso, porque no preguntó nada más. Caminaron detrás de Kandra, con los dos hermanos orni al final. El calor iba subiendo, y más cuando vieron el río de lava. Kandra hizo una señal con la mano, para que se detuvieran. Se ocultaron detrás de unos pilares. Ya podían ver sin el espejo azul iluminando: toda la cueva estaba iluminada por el río de lava que caía y formaba un lago en la parte inferior. Desde detrás del pilar, vieron que en la isla en el centro del lago de lava había una roca redonda. Alrededor de ella, se movía una criatura extraña: tenía unos pies unidos, con ruedas, y se movía por los raíles. El metal que recubría su cuerpo era dorado. Movía los seis brazos, sin parar, arriba y abajo, y de vez en cuando atacaba a la bola. Zelda la reconoció: era Link VIII, la postura que tenía cuando dormía. Estaba prisionero, rodado por lava, y por algún motivo, no se había atrevido a atacar a la criatura.

– Como esta criatura tiene el poder de hipnotizar con la mirada, debemos atacar primero al rostro. Aquí, os necesitamos, Oreili y Vestes. Disparad a la máscara, con cuidado de que no os ataque. Mientras, Kandra, Kafei y yo podemos destruir la parte inferior del cuerpo. Si la derribamos, quizá tengamos una oportunidad – dijo Zelda. Se limpió el sudor y se llevó al mano a los ojos. Le picaba la piel, y tenía ganas de volver a la cueva con el agua termal, refrescante en comparación con el calor que hacía allí.

– Bien, eso haremos. ¿Estamos todos listos? – Kandra le dio un golpe a Zelda en el hombro, para espabilarla –. Ladronzuela, hazme el favor, toma aire, y piensa en que dentro de nada estaremos todos en la superficie. Vamos.

Para llegar, los hermanos orni tomaron a Kafei y Zelda con sus patas. Kandra dijo que ella podría apañárselas para llegar abajo. "Tendrá un aparato que le permite volar, supongo" pensó Zelda, mientras caían en el centro de la isla. La criatura empezó a agitar los brazos y se volvió más rápida.

Tenía los brazos muy largos, y podía estirarlos tanto que no le hacía falta estar cerca para lanzar sus ataques. Tenía al final de cada uno de ellos una hoja afilada con forma de hacha. Zelda esquivó uno de los brazos, y aprovechó para rodar y acercarse a la vía, para tratar de dañarle los pies. Sin embargo, el metal estaba duro. Por mucho que atacó con la espada, solo pudo sentir que perdía trozos del filo. Otra espada que iba a acabar destruida.

Kandra apareció por fin. Cayó de repente, y justo encima del propio Link VIII. Este no se movió ni un poco.

– ¡Tiene clavijas! – gritó la chica desde lo alto de la roca. Se protegió con el escudo de un fuerte golpe, pero le hizo perder el equilibrio y cayó de espaldas. Oreili estaba cerca, descendió y la ayudó, pero entonces la criatura golpeó al pobre pájaro. Un montón de plumas de color verde, seguido de un chorro de sangre, manchó el suelo. Kandra le sostuvo, y Vestes se olvidó de seguir disparando al rostro: descendió para ponerse al lado de su hermano.

Zelda y Kafei estaban al otro lado, no podían ver bien lo que estaban haciendo, pero en un momento determinado, Vestes sostenía el escudo de Kandra, y esta dejó de luchar.

– Clavijas… – susurró Zelda. Ahora que ya no le distraían los ornis, la criatura tenía su rostro fijo en los otros dos. Sentía esos ojos azules, el rayo que salía de ellos. Según el relato de Kafei, si conseguía mirarla a los suyos, perdería de inmediato. Pero no podía pelear sin mirarle.

"Debo confiar en mi instinto" Zelda rodó por el suelo, y entonces, cogió la cinta del pelo. Sin detenerse, usó la cinta para taparse los ojos. Kafei la vio, pero no dijo nada. Solo que Kandra tenía razón: En cada brazo, en la parte posterior, había varias clavijas, como tuercas, igual que las que se usaban para dar cuerda a algunos juguetes.

– ¡Atácalas con el bumerán! – ordenó Zelda. Ahora que ya no tenía miedo de que la criatura la hipnotizara, podía acercarse más, a su rostro. No podía verla, pero sabía que había muchas formas de luchar contra un enemigo sin usar la vista: el ruido de los raíles al deslizarse, el sonido metálico de las hojas de las hachas, descendiendo en su dirección.

"Ayúdame, espíritu de la Espada, por favor te lo pido. Vamos a salvar a Link VIII y a los gorons" rogó, mientras saltaba a los lados esquivando las hojas de las hachas. De repente, hubo un ruido más metálico, extraño. Kafei gritó una advertencia, y Zelda la entendió. Sintió una ola de fuego, que pasó muy cerca del lugar donde segundos antes estaba. De hecho, la manga de la túnica empezó a arder. Tuvo que rodar por el suelo para evitar que el fuego acabara con la única protección que tenía en ese momento.

El silbido del bumerán pasó cerca, y por el ruido que hizo, pareció que por fin, Kafei había dañado a un brazo. De esta forma, Zelda esquivaba y atraía a la criatura hasta ella, mientras Kafei disparaba en la distancia. Vestes se había vuelto a unir a él, disparaba al rostro, pero seguían sin ser capaz de atinar al rostro. Lo sabía por el sonido como de campana que hacían las flechas al chocar con el cuerpo. También Kandra se había unido a la lucha. Su hacha de luz cortaba el aire. Ella también utilizaba los ataques para obligar a la criatura a moverse en dirección a Zelda.

Durante un ataque, Zelda se tropezó y sintió a Link VIII. Al posar la mano sobre él, sintió al rey de los gorons. Seguía vivo, dormido. La Espada Maestra vibró, y Zelda pudo verlo todo. Fue un segundo, como un sueño veloz: vio a Link VIII, temiendo por su pueblo, intentando estar a la sombra del rey Darmanian, sin llegar a ser mejor que él, ni tan fuerte. "Eso no es cierto, Link VIII, eres igual de fuerte o más que tu padre"

"Lo es"

Zelda pestañeó. Podía ver: estaba en una neblina, sola con Link VIII, que ya estaba de pie. Frente a él, se encontraba otro goron, del mismo tamaño que el rey Darmanian. Se parecían mucho, pero este goron tenía una barba blanca y gruesas cejas. Sonrió, miró a Zelda y luego a Link VIII.

– Soy tu siguiente prueba, mi nombre fue Darunia, pero no me temas. La lucha fuera es importante, y yo deseo salvar a mi descendiente. Debes escucharla, Link VIII. Tú tienes la respuesta.

Envainó. Puede que, en esos instantes, toda la lucha siguiera, y puede que la estuvieran quemando viva, pero no sentía nada. Se acercó a Link VIII y empezó a hablarle. Le dijo que ella ya no era tan valiente, ni tenía la fuerza del valor. Que, a pesar de todo, seguía luchando. Que no iba a permitir que ese terrible Zant y sus extraños aliados hicieran daño a los sabios.

– Yo te necesito, Link VIII. Eres fuerte, el más fuerte de todos los sabios. Ayúdanos a vencer a esta criatura y salvar a tu pueblo, y regresaremos todos juntos.

Zelda pestañeó. Estaba tendida bocabajo, con la venda aún puesta sobre los ojos. Le sorprendió ver que no tenía heridas, y que no estaba quemada. A su lado, sintió a la mano rocosa de goron.

– Te voy a lanzar, en dirección a su rostro, prepárate – le dijo el goron. Zelda asintió, y se ajustó la venda sobre los ojos. Sintió la gran mano de Link VIII alrededor de su cintura, y como la separaba del suelo.

Segundos después, cruzó el aire. Apuntó con la espada de Gadia, y por fin sintió en el filo el golpe contra la criatura, y como la máscara que había llevado puesta se destruía. Cayó al suelo sobre sus dos pies, dio una voltereta hacia atrás y se quitó la venda.

Sin la máscara, la criatura era más horrorosa que antes: tenía un rostro cadavérico, con los ojos azules en sus cuencas. No era capaz de enfocar la vista, sus pupilas giraban. Vestes lanzó unas flechas certeras y por fin la criatura perdió velocidad. El bumerán de Kafei cortó un brazo, y Kandra terminó con el brazo que quedaba. Solo había otro punto que no habían atacado, y Zelda pudo verlo. Era el centro del cuerpo.

La Espada Maestra vibró. Zelda sonrió, saltó hacia delante. La criatura aún no había dicho su última palabra: podía seguir atacando, con esos rayos. Link VIII chocó sus puños, y una esfera naranja rodeó a Kafei, a Oreili, que seguía tendido en el suelo, y a Kandra. Vestes seguía disparando, su apacible rostro de orni transformado por el odio y el miedo. Zelda le gritó que se apartara.

Alzó la Espada Maestra, rota, y de ella surgió un rayo de luz azul. Este cruzó el espacio hasta alcanzar al enemigo, justo en el centro del pecho. El lago entero de lava empezó a expulsar geiseres, a medida que todos los componentes caían al agua. Zelda cayó en el suelo, a pocos centímetros del borde. Se sostuvo como pudo.

Todo quedó en calma, y parecía estar bien. Kafei agarró a Zelda del brazo y la alejó del borde. Vestes aterrizó al lado de Oreili. El orni tenía una herida seria, un ala quemada, pero estaba consciente. Link VIII se sentó, un poco agotado, pero no tenía heridas. Miró a Zelda y a Kafei y los saludó con un "me alegra veros, amigos míos".

Zelda se acercó al goron, mientras Kafei les iba a presentando al resto del equipo. Dio las gracias por su ayuda, y sus ojos de goron se detuvieron en Kandra un poco más que en los ornis. Fue entonces que Zelda sintió que la Espada Maestra vibraba otra vez.

No, no habían acabado.

– ¿Qué hay en esa dirección? – preguntó a Link VIII. El rey de los gorons miró a Zelda con detenimiento y entonces le dijo:

– La ciudad perdida de Gorontia. Ese hombre, el que se parece a Link pero no es él, entró hace unos días. Ha estado usando a mis gorons para llegar a la cámara donde estaba la ciudad, no sé con qué propósito. Cuando me negué a usar mi poder de sabio para abrir la cámara, me torturó, y no me quedó más remedio que hacerme una pelota de piedra para protegerme. Lo siento, no he sido lo bastante valiente para impedirlo…

– Lo has hecho bien, pero ahora me preocupa – Zelda miró hacia ese lugar. Quizá, si forzaba la vista, podía ver entre dos cascadas de lava, una especie de gruta.

– Vamos todos juntos, entonces, si te encuentras bien… – Kafei se interrumpió. Link VIII negó con la cabeza.

– Allí abajo hace aún más calor que aquí. Hay que tener una gran fuerza y ropa especial. Si estoy en lo cierto, en breve el volcán expulsará lava. Debéis sacar a mis gorons prisioneros de las minas, y ayudarles a salir. Además, este joven orni está herido. Tenéis que sacarle de aquí – Link VIII se puso en pie –. Zelda, yo te acompañaré. Puedo ayudarte a atravesar la lava, y con la túnica que llevas resistirás, pero hay que darse prisa.

Kandra se resistía al plan, dijo que ella podría aguantar el calor, pero la necesitaban para sacar a Oreili de las minas. El rey goron les ayudó a llegar de nuevo a la plataforma por donde habían descendido, y sin más, les pidió que corrieran. Zelda se despidió de Kafei y entonces se giró hacia las cascadas.

Para atravesar el espacio entre las dos cascadas y llegar a la cueva, Link VIII golpeó sus puños y un aura naranja rodeó a Zelda. Con habilidad, el goron cogió la pelota y lanzó a Zelda hacia la cueva. La lava empapó el aura, pero no la sintió. Rebotó sobre el suelo, y, solo al cabo de unos minutos, apareció Link VIII. Golpeó de nuevo sus puños y el aura desapareció.

– Este poder se parece al que tenían los primeros reyes de los gorons – dijo, con una sonrisa.

– Darunia te lo ha dado para ayudarnos, como ha hecho Impa con Kafei. Te lo explicaré luego, pero esto no ha terminado. Vamos.

Zelda corría, detrás del cuerpo convertido en bola de Link VIII. Iba derribando paredes y piedras. Se hundieron en la oscuridad. No había exagerado: el calor era aún peor que en el lago. Zelda bebió del agua que aún conservaba, temiendo que se evaporara. Aunque sentía que se mareaba, siguió caminando. La Espada vibraba, cada vez más fuerte. Al final de una larga pasarela, iluminado por la lava que caía en los costados, Zelda y Link VIII vieron un gran pórtico. A Zelda le recordó a los templos de los sheikans que había visto en el pasado, como el de la región inexplorada de Tabantha. Era grande, con dos torreones, y varias oquedades que daban la impresión de conducir a más lugares.

– ¿Has dicho que Zant está por aquí?

– ¿Zant?

– Así se llama el doble de Link. Por lo que sé, parece que le gusta crear esas criaturas mecánicas, y además sabe hacer magia, un tipo de magia muy rara y extraña – Zelda recordó los tentáculos oscuros y la horrible máscara con forma de lagarto.

– Le vi hace unos días, no sé si estará o no – Link VIII caminó con seguridad, aunque a Zelda no se le pasó por alto que le temblaba un poco la mano.

Los dos atravesaron el portal. Se encontraban en una gran cueva, abierta. Sobre ellos, se veía el cielo azul, muy a lo lejos. En el suelo, ocupaba el lugar una especie de ciudad. Tenía torres, casas, murallas. Todo vacío, pero en el centro, Zelda vio un conocido resplandor azul. Corrió hacia allí, con la espada y el escudo en alto. Link VIII la siguió, pero no pudo ir tan rápido, y no había tanto espacio allí.

Zant sí que había llegado a Gorontia, antes que ellos. Estaba allí, de pie, vestido con su larga túnica gris que le ocultaba las manos, y la misma máscara fea. Levantaba los brazos, y recitaba en un idioma que podía ser hyliano antiguo pero no estaba seguro. No importaba, debía detenerle, porque delante de él se estaba formando una burbuja de color plateado, con el centro azul.

Gorontia era el arca, y Zant estaba creando un nuevo núcleo. Kandra se lo había dicho: si se había desecho de la otra arca es porque tenía otra, y esta tendría las armas ya preparadas. Solo pensar en lo que podía hacer un arca así sobre la llanura occidental hizo que la piel de Zelda se enfriara a pesar del calor.

Pudo matarle entonces. Lo intentó, con todas sus fuerzas, pero de repente algo la sujetó por los brazos y la levantó en el aire. Era un guardián, y había otros tres apuntando con sus haces de luz hacia Link VIII. Zelda quiso gritar para advertirle, pero no hizo falta. Link VIII primero chocó sus puños y cubrió a Zelda con la misma aura naranja. El guardián la soltó de inmediato, perdido los miembros que la habían sujetado. Sin darles tiempo, Link VIII alzó su puño y golpeó con toda su fuerza a un guardián en la parte superior. El metal se quebró, se dobló bajo su poder y al final estalló.

– ¡Detenle, ahora! Yo me ocupo de esto – gritó el goron.

Zelda corrió, esquivando a los guardianes. Salían de todas partes, de los rincones de la ciudad goron, apuntando con sus haces de luz azul hacia el pecho de Zelda, pero no llegaban. Link VIII descargaba sus puños, lanzaba a los guardianes por el aire, y sus rayos solo le hacían un ligero daño, nada de heridas. Para acabar con la piel de un goron hacía falta usar un calor muy fuerte, como lo hizo en el pasado Volvagia o el Dodongo.

Con un último esfuerzo, Zelda llegó a la espalda de Zant. Nunca le había tenido tan cerca, y le sorprendió pensar que tenía la misma estatura que Link. Ahogó estas ideas, levantó la espada y atacó a la espalda. No era lo más valiente, pero había que detenerle como fuera…

Su espada golpeó el aire. Zant se había transformado en una nube oscura y negra. Del impulso, Zelda tropezó y estuvo a punto de caer, pero unos rayos negros la rodearon por los brazos y la levantaron en el aire.

– Otra vez, aquí estás – susurró Zant. No solo se parecía físicamente a Link, la voz tenía el mismo acento, pero en el caso de Zant sonaba un poco fría, como lejana. Con un gesto de sus dedos, los látigos negros acercaron a Zelda a él. Una parte de la máscara se retiró, y pudo ver la nariz y la boca. Sonreía, muy satisfecho –. Me preguntó qué pasaría si me decido a hacerte mi aliada… Al menos así no volvería a tropezarme contigo.

Zelda se debatió contra los látigos negros. Esto ya lo había vivido: en el primer arca, cuando cometió el error de destruir la Espada para detenerle. Apretó los dedos en la empuñadura, sintió la vibración, y entonces trató de sacarla, pero Zant le rodeó las muñecas y apretó. A través de la túnica, Zelda sentía el calor y la electricidad quemando su piel. Gritó de dolor, y el rostro de Zant se hizo aún más ancho, por la gran sonrisa que se le escapó.

No vio venir el guardián que se le echó de encima. Solo por un pelo, logró esquivarlo, pero entonces los látigos soltaron a Zelda. Antes de caer al suelo, ella ya había desenvainado la Espada Maestra. Atacó, sin mirar apenas, y pudo sentir como la Espada reaccionaba. Soltó un círculo de luz, más azul y brillante que la luz que venía del núcleo del arca. Zant gritó, de dolor, pero no se detuvo. Con una sonrisa, levantó una mano, gritó una única palabra desconocida para Zelda y entonces el núcleo se hundió en la tierra.

– ¡Voy a elevar esta arca! Si apreciáis a los gorons que aún están en la mina, os recomiendo marchar y dejarme – Zant se rió, y se evaporó en el aire.

– Maldita sea… – susurró Zelda. Iba a seguirle, pero le rodeó el aura naranja.

El suelo temblaba. Los muros se estaban resquebrajando, y de cada nueva grieta, surgía un río de fuego. Link VIII tomó a Zelda, sin permitirle seguir luchando. La lanzó en dirección a la salida, y la bola de aura la hizo rebotar y caer por las paredes, esquivando los ríos de fuego que estaban cayendo por todas partes. Link VIII la siguió convertido en una bola. Cuando dejó de rebotar en las paredes, Zelda se puso en pie, y entonces Link VIII deshizo el aura y le gritó que corriera, en dirección hacia el exterior.

– ¡El volcán va a estallar! – gritó Link VIII.

La lava empezó a brotar e inundar la cueva. Corrieron por los túneles. La lava les estaba persiguiendo. Link VIII se quedó el último, y volvió a invocar esa esfera naranja. Contenía la lava, el tiempo suficiente para ver como Zelda subía la pendiente. Con una mano, mantenía el aura, con la otra golpeó la pared de roca. Hizo un agujero, después, solo retrocedió un poco, sin dejar de mantener la esfera naranja. De esta forma, el río de lava se precipitó por el nuevo hueco.

A medida que subían, se encontraban con gorons en distintos estados. Los más fuertes ayudaban a los débiles a salir. Kafei y Kandra, Vestes también, estaban allí ayudando. También había globins, y orcos, pero estaban más preocupados en salvar su pellejo que en retener a los prisioneros. Kandra usó sus lentes y avisó a Link VIII que no quedaban ya gorons por debajo de ellos.

Con un último esfuerzo, el grupo entero salió de la cueva. Contemplaron, atónitos, como de lo más alto del volcán se elevó una gran roca plana con forma redonda. Zelda fue la última en cruzar. Tras ella, la lava se enfrío, sellando la puerta. Zelda se giró y gritó el nombre del goron, con los ojos abiertos. Nadie le había visto salir, solo retener la lava. Había mucho vapor y humo, no podía ver nada, además el calor era igual que insoportable en el exterior que en el interior. Corrió hacia la cueva y se detuvo a tiempo de que la lava ya sólida la quemara. Fue Link VIII quién lo impidió. La cogió con una mano, la elevó en el aire y le dijo:

– Tamaña locura haces para ser tan pequeña, goro – y sonrió.

– Es a lo que me dedico – y Zelda sonrió, aunque enseguida se le pasó la alegría. La sombra de la nueva arca ya volaba en dirección a la llanura occidental.